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Guias e Dicas
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Texto de max agüero trabajo social familiar e investigación diagnóstico, Resumos de Ciências Sociais

Texto completo de Max Agüero Ernesto Para trabajo social

Tipologia: Resumos

2025

Compartilhado em 09/04/2025

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Ernesto F. Max Agüero
Trabajo Social Familiar e
Investigación Diagnostica
IFaTS
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Ernesto F. Max Agüero

Trabajo Social Familiar e

Investigación Diagnostica

IFaTS

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES EN

FAMILIA Y TRABAJO SOCIAL

FFyL – Universidad Nacional de Tucumán

Edición 2010

Capitulo II

Trabajo Social

En la modernidad, dice Carballeda, 23 la separación de la naturaleza, desde una perspectiva de

emancipación, implicó la necesidad de buscar nuevas formas de relación entre los hombres. Se

dejaba atrás un modo de desenvolvimiento de lo social basado en el principio de cohesión social que

se insertaba en las propias condiciones de la sociedad, en relaciones orgánicas, es decir, en

relaciones que se presentaban en el marco de lo “natural”.

Ello, tal cual dirá López Gil, 24 constituye un horizonte de sentido que retoma y redimensiona ideales

anteriores y que instala otros nuevos, conformando una red de significaciones que establece el

“modo de ver” la realidad y el hombre, los hechos y las acciones, lo pensable y lo impensable, lo real

y lo ir real, el sentido y el sin sentido, el bien y el mal, quedando estatuido y conformado el “imaginario

social” de la modernidad.

La búsqueda de control y dominio sobre la realidad y el desarrollo autónomo del individuo son dos

tendencias distintivas del proyecto de la modernidad, pero también el avance económico, científico

y tecnológico y el control por la razón de los actos del individuo.

En este marco, dice Carballeda, surge y se construye la “necesidad” de intervención, que en lo social,

implica una serie de representaciones no solo de sí misma, sino de los sujetos, poblaciones y

problemas sobre los cuales se interviene y que implica la existencia de diferentes mecanismos,

dispositivos y acciones que se van construyendo a través del tiempo, influenciadas por el contexto

y el “clima de la época” a través de la preponderancia y caída de diferentes nociones, conceptos,

ideas y discursos que construyen el pensamiento social y la cuestión social de una época.

También en este marco, tal cual expresa Jalfen, 25 el fenómeno del oscurecimiento de la divinidad, da

paso a la irrupción de algo novedoso, el antropologismo. “La figura del hombre, individual o

colectivo, intenta servir de patrón y en ello construye un saber acerca de sí mismo, saber surgido de

sus prácticas, lo que a su vez hace nacer un nuevo hombre y una nueva sociedad que otorgan

renovados sentidos en figuras ahora construidas por los hombres, desligadas de lo divino. Las

23 CARBALLEDA, Alfredo. “Del desorden de los cuerpos al orden de la sociedad”. Edición del Autor. Bs. As.

Argentina.2000.

24 LÓPEZ GIL, Marta. “Filosofía, Modernidad, Postmodernidad”. Editorial Biblós. Bs. As. Argentina. 1992.

25 JALFEN, Luis. “El compromiso con la libertad”. Editorial Galerna. Bs. As. Argentina. 1987.

marco simbólico cultural, la postmodernidad, viéndose implicado en ello el dificultoso desarrollo del

proyecto científico de la profesión.

Tal cuestión es tratada desde Heman Kruse (1976) a CELATS (1997), Iamamoto (1997 - 1998), Escalada

(1986), Rozas (1998), Parra (1999), entre otros, por Susana García Salord (1991),

cuando expresa que en el campo profesional está pendiente todavía el trabajo de investigación y

elaboración acerca del objeto de intervención que permita deslindar analíticamente el mismo de los

sujetos involucrados en ella, identificar qué dimensión del problema social puede constituirse en

objeto de intervención de acuerdo a la especificidad del Trabajo Social y distinguir la estructura de

ese objeto identificando los elementos e interrelaciones que lo componen.

Esta dificultad señalada, entendemos con Castronovo, Toto y Correa (1992), no es privativa del

Trabajo Social, sino de las ciencias sociales en general que en el contexto de la nueva cuestión social

o de la cuestión social contemporánea participa del desconcierto que las afecta y en el que en buena

medida su andamiaje teórico se sacude ante la contundencia de la crisis general. El Trabajo Social,

en este caso, viene a analizar nuevas estrategias y hasta se replantea sus objetivos como disciplina

profesional.

Una interesante e inmediata referencia acerca de estos temas, la encontramos en los trabajos

realizados por el Equipo de Investigación de la UNMP (1995), concordando en que cuando hablamos

de la cuestión del objeto disciplinar, de lo que entendemos por Trabajo Social y de sus objetivos, se

presentan algunas vaguedades e imprecisiones.

Tal como sostiene el EI-UNMP, cuando se dice, el objeto del Trabajo Social es “lo social” o “las

necesidades sociales” o, “las políticas sociales” o “los problemas sociales” o “los sectores

populares”, etc., caben las siguientes preguntas, ¿en estos casos no atañen éstas menciones a la

competencia de otras disciplinas y/o especialidades del campo social?. ¿No se ocupan de éstos items

el derecho, la economía, la medicina, la arquitectura, la antropología, etc.? La respuesta es que sí.

Similares observaciones realiza la ya citada García Salord (1991) cuando señala la insuficiente

conceptualización desde el Trabajo Social de su objeto de intervención produciéndose la designación

del mismo a través de la experiencia empírica, en forma lineal o mecánica desde conceptos

elaborados en el campo de otras disciplinas sociales y/o la inadecuada identificación del objeto con

el sujeto portador del problema.

Y en ello radica la existencia de la imprecisión en torno al objeto del Trabajo Social, teniendo en

cuenta que es característica de toda intervención fundada o científica, la construcción de su objeto y

con ello de su especificidad, el desarrollo de su metodología, la definición de sus objetivos y la

demarcación de su campo. Lo dicho, recordemos, merece ser contextualizado en el marco de las

tensionadas relaciones y de la complejidad del mundo contemporáneo en el cual, las respuestas

parecen no alcanzar.

Entonces, si de respuestas hablamos, ¿cuál es aquella que nos permitiría aproximarnos a la

comprensión, aprehensión y definición del objeto disciplinar y profesional?

Creemos que un principio de respuesta la encontramos en la práctica misma del Trabajo Social y por

ende en la construcción histórica de la disciplina en general, pero particularmente en la construcción

histórica del Trabajo Social latinoamericano. Ello nos lleva necesaria y consecuentemente a

respondernos qué es el Trabajo Social.

A la primera cuestión nos responde Sela Sierra (1987) que en ocasión del Encuentro Latinoamericano

de Trabajo Social expresa, que en la génesis y tradición del Trabajo Social y del Trabajo Social

latinoamericano se inscriben la voluntad y función transformadora de la realidad, como expresión de

la vocación ontológica del hombre de transformar el mundo. Si bien este no es el espacio para

desarrollar las evidencias creo debemos dejar constancia, más allá de las discusiones generadas en

torno a la función histórica del Trabajo Social, que entendemos que ubicados en cada uno de los

momentos históricos del mismo y de sus particularidades, es que se expresa esa voluntad

transformadora de la que habla la autora.

Si reconocemos esta intencionalidad en la naturaleza misma de la profesión, estaremos en

condiciones de concordar con todos los autores que así lo sostienen que cuando hablamos de

Trabajo Social, hablamos de intervención. En este contexto, intervención como categoría conceptual

para designar un modo de práctica social y en este caso de práctica profesional, que deviene de la

tradición crítica conteniendo en sí misma la idea de conocimiento / transformación.

Intervención que no es voluntarista sino científica. De ello da cuenta no solo la conformación de la

profesión, sino también su desarrollo histórico expresado particularmente en nuestro contexto por

la reconceptualización y las actuales expresiones de producción en el marco de la teoría social

contemporánea y de la ciencia social.

Ahora bien, ¿qué implicancias tiene definir al Trabajo Social en términos de intervención científica?

Por un lado, reconocer la necesaria relación dialéctica entre práctica y construcción teórica y en ello

la posibilidad de accionar en el mundo, transformándolo, lo cual nos enfrenta como expresa Matus

Sepúlveda (1999), a la necesidad de recapturar permanentemente la relación tensional entre teoría y

práctica o dicho de otro modo, reasumir permanentemente la relación contradictoria de teoría y

praxis.

Por otro lado, enfrentarnos a las exigencias y requisitorias que la intervención científica supone y en

este sentido, asumir tal como expresa Juan Samaja (1995), que para que nuestra intervención sea

científica deberá contemplar los invariantes estructurales del proceso científico (objeto o producto

curso de acción o método medios o condiciones de realización), en tanto podemos considerar que

el ejercicio mismo de una práctica profesional es parte integrante de ese proceso y que para nuestro

caso, la práctica del Trabajo Social ha mostrado no solamente contentarse con alcanzar una

adecuada eficacia local, particular, propia de la técnica o la tecnología, lograda en los marcos del

problema práctico que intenta resolver, sino además un tolerable respeto a las normas éticas y

técnicas que rigen el campo de la incumbencia profesional.

Estas consideraciones, expresa el autor, podrían parecer restrictivas, pero sin embargo considero

son alentadoras, más si recordamos que Marx, cita do por Samaja expresa, “la investigación debe

apropiarse pormenorizadamente de su objeto, analizar sus distintas formas de desarrollo y rastrear

su nexo interno. Tan solo después de consumada esta labor, puede exponerse adecuadamente el

movimiento real. Si esto se logra y se llega a reflejar idealmente la vida de ese objeto, es posible que

del hombre en términos de objeto, pues éste no puede ser reducido al método y a sus rigideces. No

puede ser reductible a una universalización abstracta que niegue la peculiaridad, pues correríamos

el riesgo de reeditar una ciencia alejada y sin respuestas ante la angustia existencial que ha dejado

de ser un problema individual para convertirse en un elemento estructural de nuestra vida cotidiana

y las ciencias sociales y humanas, dice Lecourt

26 parafraseando a Foucault, se dirigen al hombre en

la medida en que vive, habla o produce, considerándolo en tanto tiene representaciones de esas

actividades.

De hecho ya Natalio Kisnerman (1982) desde su importante aporte nos advierte metodológicamente

hablando al respecto, cuando se refiere al alcance y nivel posibles de producción teórica en ciencias

sociales y por ende en Trabajo Social. Y en ello va también lo que expresa el citado Lecour, cuando

señala que el modelo constitutivo que “ganó la partida” en la configuración de las ciencias humanas

y sociales que tienen como objeto no al hombre, sino lo que es su condición de posibilidad, llevan a

que las mismas nunca estén en estado de ser ciencias en el sentido en lo que lo son las otras ciencias,

porque no constituyen nunca un cuerpo de conocimientos a lo tradicional, sino conjunto de

discursos.

Si esto no fuera tenido en cuenta, caeríamos en una ciencia sin respuestas ante el avance de la

desesperanza de una sociedad que se desentiende de la exclusión en forma silenciosa o cómplice,

en una ciencia contenta con la mera descripción de lo que sucede como claro síntoma de un

pensamiento que en tanto aferrado a los nuevos hechos, es miope para ver los procesos sociales

dentro de sus marcos históricos, relativizando el aquí y ahora e impedida de proyectarse hacia la

posibilidad de pensar de una manera y en un mañana diferentes.

Lo humano, entonces como objeto de la ciencia social expresa la unidad del hombre y cuando

hablamos de Trabajo Social en este contexto, hablamos en términos de especificidad, de un aspecto

de lo humano que también expresa esa unidad. Esta es la paradoja y la complejidad que el objeto de

intervención del Trabajo Social nos presenta.

Desde esta perspectiva, cabría entonces reconocer y advertir primeramente que el objeto de

intervención del Trabajo Social coparticipa de las características del objeto de la ciencia social.

Tanto Rojas Soriano (1997) como María C. de Souza Minayo (1997), Mario Heler y Esther Díaz (1992),

Demo (1981) y Goldmann (1980) entre otros, las describen acabadamente o introducen reflexiones

sobre el tema cuando expresan que los concomitantes propios que distinguen a los métodos

específicos de las disciplinas sociales y las vuelven específicas son, el primero, el hecho

incuestionable de que el objeto de las ciencias sociales es histórico, o sea, que las sociedades

humanas existen en un determinado espacio y tiempo, que los grupos humanos que las componen

son mutables y que todo, instituciones, leyes, visiones del mundo son provisorias, pasajeras, están

en constante dinamismo y potencialmente todo está para ser transformado.

Como consecuencia de lo antes dicho, se puede entonces reconocer, tal como aporta Goldmann

(1980), que el objeto de estudio de las ciencias sociales posee conciencia histórica, lo que implica

que “el pensamiento y la conciencia son fruto de la necesidad, no son un acto o entidad, son un

26 LECOURT, Dominique. “Después de Foucault ...”. En “Les sciences h umaines sont- elles des sciences de l´homme ?”.

Presses Universitaires de France, 1998.

proceso que tiene como base el propio proceso histórico. De esta manera, las ciencias sociales, están

sometidas a las grandes cuestiones de nuestra época y tiene sus límites dados por la realidad social.

Por lo tanto los individuos como los grupos y también los investigadores son dialécticamente autores

y frutos de su tiempo histórico” (María C. de Souza Minayo, 1997).

Otro aspecto que se reconoce es que en la ciencia social existe identidad entre el sujeto y objeto. La

ciencia social investiga y/o interviene en cuestiones humanas, que aún se presenten diferentes por

razones culturales, de clase, de grupo etario o por cualquier otra razón, tienen un sustrato común

que las vuelve solidariamente relacionadas y comprometidas. Más allá de las discusiones a que

pueda dar lugar Lévi-Strauss (1975), diremos con el mismo que, la ciencia social es una ciencia donde

el observador es de la misma naturaleza que el objeto. El observador, es él mismo, una parte de su

observación. Dirá Natalio Kisnerman (1998), “afirmamos que no existe sujeto sin objeto, que no hay

objetos independientes de nosotros, ni nosotros somos independientes de ellos. Que los hechos no

anteceden a su investigación sino que resultan de la investigación. Lo que el científico hace es

construir algo que tan sólo se transformará en un auténtico “hecho científico” después de intervenir

un complicado proceso al que concurren múltiples redes sociales, conjunto de convenciones,

entramados de relaciones de poder, series de procedimientos retóricos, para luego autonomizarse

del proceso que lo ha creado y presentarse como “algo que siempre estuvo ahí”. La realidad siempre

es r ealidad para nosotros y la aprehendemos desde nuestra perspectiva”.

Por último, se puede reconocer que la ciencia social es intrínseca y extrínsecamente ideológica. “Hoy

en día nadie osaría negar la evidencia que toda ciencia es comprometida. Ella dirige intereses y

visiones del mundo históricamente construidas y se somete y resiste a los límites dados por los

esquemas de dominación vigentes” (María C. de Souza Minayo, 1997).

Lo dicho posee una profunda importancia y significación, pues da cuenta que el objeto de la ciencia

social es esencialmente cualitativo.

Dirá Souza Minayo (1997), “la realidad social, que solo se aprende por aproximación, es más rica que

cualquier teoría, que cualquier pensamiento que podamos tener sobre ella, pues el pensamiento

tie nde a dividir, a separar, a hacer distinción sobre momentos y objetos que se nos presentan”. Si

los actores sociales o nosotros mismos, hablamos acerca de cualquier situación humana en términos

de categoría conceptual que nos ayuda a denominarla, esta última trae consigo una carga histórica,

cultural, política e ideológica que no puede ser contenida sólo en una fórmula numérica o en un dato

estadístico. Esto implica considerar co-sujeto de estudio e intervención a gente en determinada

condición social, en determinado grupo social o clase, con sus creencias, valores y significados

construidos en el marco de determinadas condiciones objetivas y por lo tanto advertir que el objeto

de la ciencia social es complejo, contradictorio, inacabado y en permanente transformación.

En esta perspectiva, tenemos entonces la certeza que el objeto de la intervención científica del

Trabajo Social co-participa de la naturaleza y características propias del objeto de la ciencia social.

Pero entonces, ¿qué es lo humano o qué entendemos por lo humano?

Lévi-Strauss expresa que lo que distingue al hombre de otros animales, no es su condición de Faber

sino de sapiens, o sea, su capacidad de construir cultura. Dirá el Equipo de Investigación de la UNMP

(1995), el hombre comparte con el resto de los seres vivos su vitalidad y necesidades biológicas, sus

Avanzando sobre la cuestión y realizadas las consideraciones acerca de las características del objeto

de la Ciencia Social y sus consecuentes derivaciones metodológicas, cabría aproximarnos al aspecto

o dimensión del mismo que interesa al Trabajo Social.

D esde esta perspectiva y desde las definiciones propuestas, cabría entonces reconocer que “lo

humano” como proceso de construcc ión, deconstrucción y reconstrucción simbólica de realidad en

relación dialéctica con el medio, emergería como objeto de la Ciencia Social.

En el contexto de ese objeto general, el aspecto o dimensión que para el Trabajo Social adquiere

estatuto de objeto disciplinar y de intervención, no sería otro que los modos de mediación simbólica

que construyen los agentes sociales (sujetos, grupos comunidades) en su vida cotidiana en relación

con sus necesidades y demandas sociales, en vínculo con las condiciones de producción material,

social y simbólica en un espacio, tiempo y tiempos determinados.

Anima a esta definición, los diferentes aportes expresados en el contexto de la Ciencia Social y del

Trabajo Social por distintos autores y la reelaboración de los mismos en función de la lógica de esta

exposición.

Si la realidad es construcción social, poseyendo un doble carácter, el de “facticidad objetiva” y el de

“complejo de significados subjetivos” (Berger y Luckmann, 1968), la mirada y la consecuente acción

social de los agentes son también construcción y permanente proceso de construcción en ese doble

carácter y en ello, la posibilidad de comprender y explicar los modos de mediación simbólicos que

construyen los agentes en relación a las necesidades/demandas sociales, lo cual creemos,

posibilitará tal como expresa Boris Lima (1989), “el conocimiento verdaderamente científico de los

hechos de la vida cotidiana que le son propios al Trabajo Social, posibilitando la elaboración de

proyectos adecuados para transformar la realidad”.

Si tal como hemos expresado antes, la propuesta gira en torno a superar cualitativamente las

situaciones que aborda el Trabajo Social, lo cual supone no quedar atrapados en el “residuo de lo

real”, la comprensión - intervención transformación, estará centrada en lo simbólico cultural en

relación dialéctica con sus condiciones de producción.

Ello presenta el desafío de comprender que el objeto disciplinar es problema de la intervención,

entendido como objeto/problema de la investigación/transformación y que el discurso acerca de

aquel, constituye construcción teórico disciplinar y contribución al marco teórico del Trabajo Social

y al general de la Ciencia Social, en los términos y alcances de la construcción teórica en el campo

científico social. Desde esta perspectiva, el objeto además de objeto en el sentido de establecer el

espacio del saber específico y de direccionar la intervención, es producto de la misma en todo el

sentido que se expresa.

Tal vez sea pertinente a los efectos recordar que Rozas (1998), tal como expresa Parra (1999), al

introducir el concepto de “campo problemático” para comprender la intervención profesional y el

objeto de intervención, dota de nueva significatividad a los mismos cuando los define en el marco de

“la e xplicitación argumentada de los nexos más significativos de la cuestión social hoy con relación

a la peculiaridad que adquiere la relación problematizada entre sujeto y necesidad”, entendiendo que

“el objeto de intervención se construye desde la reproducci ón cotidiana de la vida social de los

sujetos, explicitada a partir de múltiples necesidades que se expresan como demandas y carencias”.

En estas cuestiones creemos descansa la actualización del sentido científico de la disciplina y la

resignificación necesaria de su objeto. Disciplina que como tal, asumió un lugar científico cuando

“decidió tomar para sí la indagación de las relaciones causales de las necesidades con las cuales se

enfrenta. Cuando se preocupa por conocer las cuestiones esenciales de los fenómenos o problemas

que se le ofrecen como objeto de estudio e intervención. Es decir, cuando inicia el camino al interior

de los fenómenos, para encontrar en ellos la naturaleza contradictoria y sustancial que los explica”

(Lima, 1989).

Creemos que este planteo que ya veníamos trabajando desde 1993 (Max Agüero, 1993), aunque difiere

en algunos puntos con los desarrollados por Iamamoto, intenta inscribirse en lo que expresa esta

autora en el sentido que “uno de los mayores desafíos que el trabajador socia l vive en el presente es

desarrollar su capacidad de descifrar la realidad y construir propuestas de trabajo creativas y

capaces de preservar y efectivizar derechos, a partir de demandas emergentes en el cotidiano”

(Lamamoto, 1998).

Las consideraciones realizadas, nos obliga a recapitular algunas cuestiones trabajadas

anteriormente y que giran relacionadas en torno al contexto y al concepto de Trabajo Social.

Con respecto a la primera, cabrá recordar y reconocer que el contexto inmediato y mediato del

campo disciplinar y de la intervención profesional lo constituye la nueva cuestión social,

expresión simbólica y material que produce y reproduce condiciones generales, particulares y

modos de práctica social que requieren de una comprensión compleja y prospectiva.

Esas condiciones se reflejan simultáneamente, en las instituciones responsables de la cohesión

social, en las relaciones entre economía y sociedad y en los modos a través de los cuales se

forman las identidades individuales y colectivas.

La segunda comprende a la idea de Trabajo Social, y en ello, insistimos en la necesidad de reconocer

al mismo como intervención fundada en los términos que lo vinimos planteando.

Si en ese contexto hemos reconocido que el aspecto o dimensión que para el Trabajo Social adquiriría

estatuto de objeto disciplinar y de intervención, son los modos de mediación simbólica que

construyen los agentes sociales (sujetos, grupos o comunidades) en su vida cotidiana en relación

con sus necesidades y demandas sociales, en vínculo con las condiciones de producción material,

social y simbólica en un espacio, tiempo y tiempos determinados, analítica y operativamente, las

estrategias de intervención en permanente construcción como ese objeto, tendrán que contemplar y

comprender el cóm o de la constitución de esas mediaciones en su doble carácter, de “facticidad

objetiva” y de “complejo de significados subjetivos” (Berger y Luckmann, 1968).

Mediaciones que expresan, desde nuestro punto de vista, eso que denominamos saberes / prácticas

sociales, en tanto constituyen construcciones institucionalizadas o relaciones de circulación,

recurso o capital de todo agente social en todo contexto y que adquieren su cualidad de acuerdo al

lugar del cual dan cuenta.

organizan las reservas históricas de sentido, adaptándolas según nuevas necesidades. En este

contexto los sujetos nacen, crecen y mueren.

Esas instituciones que se expresan de hecho o de derecho, constituyen a su vez y en sí, formas y

relaciones organizadas e instituyentes de sentido en tanto como sostiene Fairchild,

configuran

conductas duraderas, complejas, integradas y organizadas, mediante las que se ejerce el control

social y por medio de las cuales se satisfacen necesidades y deseos que se construyen y naturalizan

en este contexto y el de la vida cotidiana.

De ahí, como afirma Kisnerman

que sean concretas, sociales, históricas y complejas. Se expresan

y reproducen multiformemente a través de las que Costa y Mozejko

denominan “marcas

objetivadas de decisiones y opciones”.

Ellas determinan el sentido subjetivo y el sentido objetivado en los distintos campos, legitimándose

histórica e intersubjetivamente según esos campos y sus relaciones.

Ello sucede puesto que como expresan los ya citados Berger y Luckmann, siguiendo a Arnold Gehlen

en su Teoría de las Instituciones, éstas además, son de suma importancia en la orientación de los

seres humanos en la realidad, en tanto han sido concebidas para liberar a los individuos de la

necesidad de reinventar el mundo y reorientarse diariamente en él.

Gehlen, advierte que las instituciones crean “programas” para el manejo de la interacción social y

para la ejecución de un “currículo vitae” determinado. Proveen de modelos comprobados, seguros,

a los que los sujetos pueden recurrir para desenvolverse en su vida cotidiana, pero con esta práctica,

los mismos aprenden y se ajustan al cumplimiento de determinadas expectativas sociales.

Si tal como sostiene Ferry

, el animal se desenvuelve por el instinto que lo hace uno con la

naturaleza y el hombre, o la humanitas del hombre parte de la distancia respecto de la naturaleza, en

el sentido que es el que pregunta y aquel al que se le pregunta, lo que lo hace dos con la naturaleza,

cabrá reconocer que esa distancia es construida a través de un acto cultural (conciencia,

individuación, especificidad del cuerpo vivo, socialidad, constitución histórico social de la identidad

personal, significaciones de la experiencia y de la acción en la existencia humana, en palabras de

Berger y Luckmann), constituido por esas instituciones que permiten la acción humana. Por su

repercusión entonces, sostienen los mencionados autores, las instituciones son sustitutos de los

instintos y por lo tanto muchas interacciones sociales tienen lugar en forma casi automática.

31 FAIRCHILD, Henry. “Diccionario de Sociología”. Edición del Fondo de Cultura Económica. México. 1975.

32 KISNERMAN, Natalio. “Los recursos”. Colección Teoría y Práctica del Trabajo Social. Tomo IV. Editorial Humanitas.

Buenos Aires, Argentina. 1984.

33 COSTA, R. MOZEJKO, D. “El discurso como práctica: lugares desde donde se escribe la historia”. Editorial Homo

Sapiens. Buenos Aires, Argentina. 2001.

34 FERRY, Luc. “Nuestra historia no es un código”. En “Les sciences humaines sont - elles des sciences de l¨homme?.

Presses Universitaires de France, 1998.

Esos procesos, a los que Díaz

denomina de “sujeción”, llevan a la internalización de los

“programas” institucionales como sentidos propios de los sujetos, transformándose las estructuras

de la sociedad en estructuras de conciencia que naturalizadas, soportan los actos cotidianos de los

sujetos, muchas veces reproduciendo situaciones de injusticia social y quedando su sentido

implícito intacto.

Esos actos cotidianos naturalizados, tomados como cosa en sí, son huellas que como entramado de

sentidos proveen de identidad y de modelos de mediación que los sujetos expresan según la posición

de campo en las complejas redes de relaciones sociales particulares y generales, siendo a su vez

constitutivas de éstas.

Es en este punto en el que la educación social básica cobra significación y cualidad. Tomando el

principio gnoseológico y epistemológico que enuncia Vasilachis de Gialdino

36 diremos, en resistir a

la naturalización del mundo social, en tanto el Trabajo Social busca mediante la educación social

básica, tal como enunciamos, construir procesos de reflexión crítica (deconstrucción y

reconstrucción de saberes sociales, de modos de mediación alternativos) acerca de la realidad y

realidad social en la que los agentes están desenvolviendo su existencia. Se trata a través de esta

dimensión de la educación social de redefinir y fortalecer el poder hacer o capacidad diferenciada de

relación de los agentes en su campo y en relación con otros campos.

En este espacio, la educación técnica básica, otra dimensión de la educación social, aspira a

deconstruir y reconstruir los saberes sociales y los modos concretos de mediación, o sea, aspira a

redefinir o revalorizar estrategias de acción social, mediante la construcción de experiencias, recurso

o capital simbólico/operativo así como su cantidad y cualidad, de modo que puedan servir para

fortalecer o resignificar orientaciones de la capacidad de los agentes para transformar su realidad y

realidad social en el conjunto particular y general de las redes de relaciones. Implica experiencias y

construcciones técnicas e intertransferencia de información y de tecnologías sociales necesarias.

La asistencia social, como otra de las dimensiones de la educación social y como recurso simbólico

y material instituido desde las estructuras en cualidad y cantidad según determinados conceptos de

necesidad y estilos de desarrollo, por su carácter instrumental, coadyuva en la legitimación de

determinado orden o posibilita como medio, procesos transformación.

Desde esta perspectiva, la intervención profesional apunta a generar procesos de transformación de

las situaciones problemas en situaciones sociales problemas y de éstas en problemas sociales, lo

que supone la construcción, decontrucción y reconstrucción de esos modos de mediación simbólica

que producen y reproducen los agentes sociales (sujetos, grupos o comunidades) en su vida

cotidiana en relación con sus necesidades y demandas sociales.

En este punto cabe señalar que entendemos por situación problema al conjunto de necesidades que

expresa un sujeto, grupo o comunidad en forma individual y que se constituye en demanda social.

35 DIAZ, Esther. “Ciencia e imaginario social”. Editorial Biblós. Bu enos Aires, Argentina. 1998.

36 VASILACHIS de GIALDINO, Irene. “Métodos Cualitativos I: los problemas teórico - epistemológicos”. Centro Editor de

América Latina. Bs. As. Argentina. 1993.

Ello supone la construcción de pluralismo y en palabras de los mismos autores, la producción

constante de alternativas. Ellas obligan a la gente a pensar, y el acto de pensar, socava los cimientos

de todas las versiones de un “viejo y añorado mundo”, esto es, el supuesto de su incuestion ada

existencia.

Bibliografía

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