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Partidos Políticos: Origen, Clasificación y Sistemas de Partido - Prof. Marchi, Esquemas de História

Este capítulo explora el origen y la evolución de los partidos políticos, desde sus inicios hasta la actualidad. Analiza las diferentes tipologías de partidos, incluyendo los partidos de representación individual y los partidos de representación de masas. También se examinan los sistemas de partido, incluyendo el bipartidismo, el multipartidismo y el unipartidismo, y se analizan las teorías de duverger y sartori sobre la influencia de los sistemas electorales en la formación de los sistemas de partido.

Tipologia: Esquemas

2024

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Publicado en Introducción a la Ciencia Política, Julio Pinto
(compilador), Eudeba, Buenos Aires, 2003 (cuarta edición).
Capítulo 7
PARTIDOS POLÍTICOS
Andrés Malamud
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El origen
Los partidos políticos, en la acepción más amplia del término, poseen hoy
una característica significativa: su universalidad. No hay casi país independiente
que pueda exhibir un sistema político carente de partidos, a no ser por dos casos
particulares: un puñado de sociedades tradicionales de estructura familiar-
patrimonial como las que pueblan el Golfo Pérsico, y las dictaduras militares que
son, sin embargo, fenómenos siempre temporarios (Ware 1996). Aparte de tales
excepciones, y no obstante el tipo de régimen, la ubicación geográfica o los
antecedentes históricos, cada estado-nación cuenta con (al menos uno de) estos
actores institucionales. Más aún, ninguna democracia occidental –u
occidentalizada— es concebible sin ellos.
Semejante omnipresencia no implica que todos los partidos tengan la misma
naturaleza ni que cumplan estrictamente las mismas funciones; mucho menos, que
las causas de su existencia puedan encontrarse en leyes sociales universales o en
una ubicua voluntad creadora del hombre. Antes bien, y haciendo un paralelo con la
evolución histórica de la democracia, los partidos aparecen como la consecuencia
no buscada de la masificación de las sociedades y la expansión territorial de los
estados, cuyas dinámicas van a dar lugar a un nuevo fenómeno: el de la
representación política.
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Instituto Universitario Europeo, Florencia (Italia) y Universidad de Buenos Aires.
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Publicado en Introducción a la Ciencia Política , Julio Pinto

(compilador), Eudeba, Buenos Aires, 2003 (cuarta edición).

Capítulo 7

PARTIDOS POLÍTICOS

Andrés Malamud*

El origen

Los partidos políticos, en la acepción más amplia del término, poseen hoy una característica significativa: su universalidad. No hay casi país independiente que pueda exhibir un sistema político carente de partidos, a no ser por dos casos particulares: un puñado de sociedades tradicionales de estructura familiar- patrimonial como las que pueblan el Golfo Pérsico, y las dictaduras militares que son, sin embargo, fenómenos siempre temporarios (Ware 1996). Aparte de tales excepciones, y no obstante el tipo de régimen, la ubicación geográfica o los antecedentes históricos, cada estado-nación cuenta con (al menos uno de) estos actores institucionales. Más aún, ninguna democracia occidental –u occidentalizada— es concebible sin ellos. Semejante omnipresencia no implica que todos los partidos tengan la misma naturaleza ni que cumplan estrictamente las mismas funciones; mucho menos, que las causas de su existencia puedan encontrarse en leyes sociales universales o en una ubicua voluntad creadora del hombre. Antes bien, y haciendo un paralelo con la evolución histórica de la democracia, los partidos aparecen como la consecuencia no buscada de la masificación de las sociedades y la expansión territorial de los estados, cuyas dinámicas van a dar lugar a un nuevo fenómeno: el de la representación política.

  • (^) Instituto Universitario Europeo, Florencia (Italia) y Universidad de Buenos Aires.

ANDRÉS MALAMUD

La institución de la representación, como mecanismo a través del cual la deliberación pública y las decisiones de gobierno se trasladan desde el titular de la soberanía democrática (el pueblo) hacia sus agentes (los representantes), establece la frontera histórica y teórica entre la democracia antigua o directa y la moderna o representativa.^1 Simultáneamente, se produce la separación gradual entre el gobierno por medio de personas –ya sea en asamblea, consejo o monarquía— y el gobierno por medio de partidos – party government. La condición histórica del surgimiento de los partidos fue el incremento de la participación política, que se verificó fundamentalmente a partir de la profundización del proceso de urbanización de los siglos XVIII y XIX. Asimismo, el sustrato indispensable sobre el que se desarrollaron (y al que robustecieron) los partidos fue el órgano de representación política por excelencia, aquél al que la ascendente burguesía fue constituyendo en herramienta de control de las medidas de gobierno: el parlamento (Oppo 1982). En ese ámbito, los portadores de ideas afines, intereses coincidentes o, incluso, simpatías personales, elaboraron los primeros lazos de solidaridad de las que en un principio serían llamadas “facciones”. Con una carga de valor negativa, este término hacía referencia a las divisiones políticas subnacionales a las que la concepción organicista, holista y monocrática de la sociedad entonces reinante no podía menos que calificar de antinatural (Sartori 1980). Sin embargo, el grado de importancia que tuvieron los elementos antes mencionados (aumento de la participación, expansión de las atribuciones del parlamento, divisiones sociales) es materia de debate aún hoy, y distintas posiciones sobre el tema son sostenidas por relevantes autores (García Cotarelo 1985). La primera explicación acerca de las causas del surgimiento de los partidos la esbozó Ostrogorski (1902) y la continuó Duverger (1951), constituyendo la vertiente de las llamadas teorías institucionales que ponen el acento sobre la relación con el parlamento. En esta concepción, los partidos se habrían desarrollado a modo de organizaciones auxiliares de las nacientes –o ampliadas— cámaras representativas, con el fin de coordinar la selección y las tareas de los miembros de la asamblea. En consecuencia, puede hablarse de partidos de creación interna (al parlamento, como el Partido Conservador inglés) o externa (cuando no son creados dentro de los canales institucionales sino por fuera de ellos, desde la sociedad, como el Partido Laborista inglés). Este último reconocimiento debilita el argumento central, ya que relativiza la verdadera influencia del órgano legislativo sobre la formación del partido. En contraposición con esta postura, Seymour Lipset y Stein Rokkan (Lipset & Rokkan 1967) desarrollaron un poderoso marco teórico que concilia el método histórico con el comparativo. Ellos explican la aparición de los distintos partidos a partir de una serie de crisis y rupturas históricas que dividieron a las sociedades nacionales cuando aún no estaban consolidadas como tales, y provocaron, en cada quiebre, la formación de agrupamientos sociales enfrentados por el conflicto en cuestión. La crítica que se le hace a este enfoque es que limita su pretensión

(^1) Según el modelo clásico de Benjamin Constant (Manin 1993).

ANDRÉS MALAMUD

cada parte, los haría converger en el objetivo de coadyuvar al interés común del gobierno nacional.

La naturaleza

Hay diversos criterios para clasificar a los partidos; el que se vaya a adoptar depende de las hipótesis que orienten la investigación o el análisis. Resulta entonces que las tipologías con que nos manejamos están históricamente determinadas por las preocupaciones sociales, las inquietudes ideológicas y el marco teórico de cada autor. Así, la desilusión sufrida por Robert Michels respecto del partido socialdemócrata alemán lo llevó a buscar la causa del mal funcionamiento de los partidos en su estructura interna de carácter oligárquico (Michels 1911), mientras que Antonio Gramsci, por el contrario, manifestó en los años 30 la matriz marxista de su análisis sociopolítico al concebirlos como organizaciones definidas por la clase social que los integra (Gramsci 1975). Las controversias respecto del enfoque a través del cual los partidos deben ser estudiados mantienen plena vigencia, y este debate no resuelto ha llevado a algunos autores a negar la existencia de una teoría de los partidos (Tonelli 1992). Existen, sí, descripciones detalladas de aspectos parciales de algunos partidos – principalmente occidentales, si no puramente europeos—, y también modelizaciones más generales y abarcativas (Von Beyme 1982; Panebianco 1990); pero ello no es suficiente para formular una teoría general. Según esta perspectiva, el estudio de la materia estaría un paso atrás del alcanzado para otros conceptos políticos, como la democracia o el estado. Otros autores, sin embargo, plantean la existencia efectiva de varias –si no una— teorías sobre los partidos, en contraposición con la ausencia de esquemas similares para abordar el estudio del gobierno (Blondel & Cotta 1996b). Para simplificar la miríada de posiciones sostenidas por los académicos, puede construirse una tipología triple de los partidos en función de los siguientes ejes: 1) su base social , 2) su orientación ideológica y 3) su estructura organizativ a (Panebianco 1990). La mayoría de los trabajos sobre esta temática, si no todos, cabalgan sobre uno de estos criterios o sobre una combinación de ellos. Los enfoques que hacen hincapié en la base social de los partidos provienen, generalmente, o de estudiosos de la sociología o de cultores de las diversas versiones del materialismo dialéctico. Sin embargo, también varios escritores populistas y nacionalistas no marxistas también han privilegiado esta perspectiva desde una valoración opuesta. Así, mientras unos comprenden a los partidos como agentes portadores de la identidad de clase, que los transforma en vehículos de división social en el marco de una sociedad estratificada horizontalmente, otros los conciben como el instrumento político de un movimiento de integración policlasista, nacional y/o popular, que licua las diferencias de clase y procesa el conflicto de manera vertical. También suelen ser percibidos como parte de este último grupo los partidos de los Estados Unidos, donde la menor relevancia de las

CAPÍTULO 7: PARTIDOS POLÍTICOS

diferencias de clase en un contexto de amplia movilidad social ha producido una mayor elasticidad en la identificación política. La taxonomía más habitual para clasificar a los partidos, de acuerdo con su base social, es aquélla que los divide en obreros y burgueses, aunque es necesario agregar la categoría de partido populista para los casos que abarcan una amplia masa multiclasista. Los primeros caracterizan sobre todo a los países desarrollados (principalmente de Europa occidental o de raíces culturales anglosajonas), el último predomina en las naciones en vías de desarrollo. En ciertos estados, la heterogeneidad social puede llevar a la formación de partidos campesinos, o bien representativos de minorías étnicas, lingüísticas o religiosas. Tal diversidad, para estos autores, no hace más que corroborar que lo que define a un partido es su sociología (Are & Bassani 1992). En este aspecto resulta fundamental el análisis de los clivajes^4 sociales, las líneas de ruptura constituidas alrededor de conflictos trascendentes que separan a los miembros de una comunidad en función de sus posiciones al respecto. Los grupos entonces definidos cristalizan sus identidades en torno al problema en cuestión, y los futuros antagonismos y alianzas cobran significado a la luz de las causas que originaron las divisiones. Más adelante se tratará en extenso este tema. A diferencia del enfoque anterior, quienes sostienen que el elemento distintivo de cada partido es su orientación ideológica afirman que los objetivos de la organización, y no su composición social, son lo que determinan su accionar. La principal tipología se construye entonces en torno al par derecha-izquierda, que a partir de la Revolución Francesa en 1789 se ha transformado en el criterio por excelencia para ordenar las ideas políticas. A pesar de que la definición de estos conceptos es más bien ambigua, pueden aceptarse como válidos dos asertos: por un lado, las fuerzas de izquierda tienden generalmente a cambiar el estado de cosas de la sociedad, preferentemente en favor de los sectores más bajos de la población, mientras que las de derecha pretenden mantener la situación social dentro de los límites estructurales en que se encuentra; y por otro, la izquierda propone una mayor intervención del estado en la economía y las políticas sociales –acentuando el valor igualdad —, al tiempo que la derecha contemporánea suele sostener la conveniencia de la no ingerencia estatal y la primacía del mercado para la más eficaz asignación de recursos entre los hombres –recalcando el valor libertad (Bobbio 1995). En función de lo expuesto, resulta obvio que muchas veces la integración social de los partidos y sus programas coinciden, en el sentido de que una mayor base obrera o de sectores trabajadores se asocia con una ideología más combativa y transformadora; en tanto, los partidos de composición burguesa o de clases medias tienden a tener menos elementos revolucionarios y de cambios profundos en su discurso que los otros. No obstante, esta asociación no se produce necesariamente: como advirtiera Marx con claridad, la clase en sí y la clase para sí no siempre van

(^4) El concepto de clivaje ( cleavage ) puede definirse como "división social políticamente relevante"; en consecuencia, no implica cualquier fractura dentro de una sociedad, sino sólo aquélla que impacta sobre el sistema político a través de la organización (Bartolini & Mair 1990).

CAPÍTULO 7: PARTIDOS POLÍTICOS

perversión ni una patología, sino, en realidad, el modus operandi natural de los partidos: a lo largo de su existencia, la sucesión o articulación de fines tiene lugar convirtiendo a la asociación en un ente cada vez más simbiótico con su ambiente, con menor capacidad (o voluntad) para reformarlo que en sus orígenes. El grado en que un partido establece estrategias de adaptación o de predominio sobre la realidad exterior depende de la fortaleza de su institucionalización; o, en otras palabras, del modo en que la cristalización histórica de sus características fundacionales impactó sobre su autonomía y su nivel de sistematización interna. Más allá de la perspectiva preferida por cada autor, y aún de la utilidad que una u otra pueda ofrecer para tipos particulares de investigación, parece sugerible evitar cualquier índole de determinismo: ni el sociológico, basado en la composición de clase; ni el teleológico, reducido a la ideología o los objetivos manifiestos; ni el organizativo, acotado a la estructura interna; ni el sistémico, precisado por la interacción con otros partidos y con las instituciones de gobierno, pueden abarcar por sí solos todas las dimensiones del fenómeno partidario. Más bien, estos aspectos son elementos concurrentes en la conformación de los partidos.

Los tipos

La clasificación más extendida de los partidos, retomada con mínimas variaciones por la mayoría de los autores, es la que los distingue primariamente entre partidos de representación individual y partidos de representación de masas (Weber 1922; Duverger 1951; Oppo 1976; Panebianco 1982). Aunque el nombre de las categorías puede sugerir que es la base social la que organiza la taxonomía, en realidad el criterio clave es el histórico-organizativo. Esto es así porque los dos tipos de partido son característicos de épocas consecutivas, separadas entre sí por el proceso político que condujo a la adopción del sufragio universal. En consecuencia, y aunque debe advertirse que ambas clases de partido pueden coexistir simultáneamente, lo que se ha dado habitualmente es la transformación progresiva de un tipo hacia otro, a medida que la necesidad de legitimidad y apoyo (militancia, financiamiento y, sobre todo, votos) decretó la inviabilidad o futilidad de una existencia sin mayor respaldo electoral. El periodo clave de esta metamorfosis transcurrió entre la última década del siglo pasado y las dos primeras del actual, tanto en la cuna europea como en las nuevas naciones de América. Quienes tomaron la iniciativa fueron, a este respecto, los partidos socialistas y obreros en general, ya que debieron asumir el desafío de canalizar la participación política de las masas que se incorporaron a la arena electoral a partir de la ampliación del sufragio. El referido fenómeno de masificación de la política se manifestó fundamentalmente en el ámbito de estos auxiliares institucionales del estado que son los partidos, dado que debieron adecuarse a las necesidades de socialización, movilización, reclutamiento y, sobre todo, búsqueda de sentido que la nueva realidad habría de adoptar para los nuevos ciudadanos. Las asociaciones de notables se caracterizaron por su dependencia total respecto de los caballerosgentlemen , honoratiores — o las familias que las habían

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patrocinado, y cualquier disputa personal entre sus miembros podía implicar la ruptura del partido y el enfrentamiento consiguiente de las nuevas partes en conflicto, constituidas por los jefes y sus séquitos incondicionales. Con la misma facilidad se producían también los acercamientos y las alianzas, basados en intereses coyunturales que convergían en necesidades comunes. La manera en que estas formaciones organizaban su accionar resulta harto diferente a la de los actuales partidos de masas: el representante parlamentario tenía absoluta libertad para decidir su posición en el recinto legislativo, de acuerdo al leal "saber y entender" que las doctrinas de la época asignaban a los hombres probos. Las opiniones de los notables se intercambiaban en los clubes, antecedentes lejanos del comité, donde transcurrían las tertulias de las que estaban naturalmente excluidos quienes no pertenecieran a los sectores elevados de la población. Los asambleístas, comunes, diputados o legisladores no representaban a sus electores más que a título formal (eran elegidos por distritos territoriales), ya que expresaban sus intereses de grupo en nombre del bien común de la nación. El modo privilegiado de expansión de estas primeras formaciones partidarias era la cooptación. El mecanismo consistía en la atracción individual de las personas que fueran consideradas, por las camarillas de los grupos establecidos, como importantes (o peligrosas) para la defensa de los objetivos planteados. Su instrumentación requería muchas veces la distribución de prebendas y beneficios estatales o la promesa de una carrera venturosa, puesto que la ideología todavía no se concebía como motivo para participar en la honorable actividad política. Los casos más notorios, y más antiguos, de esta clase de partidos lo configuraron las agrupaciones tradicionales inglesas, los tories (conservadores) y los whigs (liberales). Cuando los sostenedores de las teorías socialistas, mayoritariamente marxistas, se enfrentaron con la apertura electoral que las luchas obreras habían finalmente conseguido, los partidos que fundaron debieron recurrir a métodos totalmente nuevos de acción política. El principal problema resultaba ser el de la ignorancia, traducida políticamente como incompetencia, de las masas trabajadoras, por lo que las imprentas se constituyeron en las herramientas fundamentales tanto para la agitación como para el adoctrinamiento. La fuerza de las organizaciones de izquierda en el siglo XIX dependía esencialmente de la importancia de su prensa partidaria. Cabe acotar que en la época de referencia todos los periódicos eran espacios de opinión, ya que la información imparcial tal como hoy se la conoce no era técnicamente posible –ni valorativamente apreciada. La incorporación de militantes, una figura política novedosa, comenzó a realizarse a través del procedimiento masivo del reclutamiento, practicado sobre todo en las fábricas y las áreas de mayor concentración urbana. Una característica central fue que los ingresantes de este modo a la estructura partidaria comenzaban su carrera desde abajo, en vez de hacerlo desde la cúpula como ocurría con las figuras en los partidos de notables. Pero uno de los elementos más trascendentes de esta etapa de la organización partidaria fue, sin duda, la disciplina del bloque en el parlamento. El mandato libre fue rechazado como norma de acción, para adoptar todos los

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solicita su adhesión a la hora del voto y trata de reducir los demás costos de la participación. Las peculiaridades de este tipo se observan más claramente en los Estados Unidos de América, aunque la tesis de Kirchheimer apuntaba a la transformación de los partidos de aparato, que nunca han existido como tales en el país del norte. El peso de la autoridad partidaria es menor que el de los representantes en el congreso, lo cual debilita la disciplina partidaria, y es realmente el jefe del ejecutivo (o los líderes de la oposición parlamentaria) el que define la línea política. La movilización se realiza especialmente en ocasión de las campañas, y el financiamiento se traslada desde las cuotas de los afiliados y simpatizantes hacia las contribuciones de las empresas, los grupos y, eventualmente, el gobierno (Zuleta Puceiro, Ferreira Rubio, Giordano Echegoyen & Orlandi 1990). In extremis , algunos especialistas han llegado a afirmar que en Estados Unidos los partidos son meros contenedores vacíos, o que directamente no existen (Katz y Kolodny 1994).

MODELOS DE PARTIDO SEGUN PANEBIANCO

PARTIDO BUROCRÁTICO DE MASAS PARTIDO PROFESIONAL ELECTORAL

a) Papel central de la burocracia (competencia político-administrativa).

a) Papel central de los profesionales (competencias especializadas).

b) Partido de afiliación, con fuertes lazos organizativos de tipo vertical y que se dirige sobre todo a un electorado fiel.

b) Partido electoralista, con débiles lazos organizativos de tipo vertical y que se dirige ante todo al electorado de opinión.

c) Posición de preeminencia de la dirección del partido; dirección colegiada.

c) Posición de preeminencia de los representantes públicos; dirección personificada.

d) Financiación por medio de las cuotas de los afiliados y mediante actividades colaterales.

d) Financiación a través de los grupos de interés y por medio de fondos públicos.

e) Acentuación de la ideología. Papel central de los creyentes dentro de la organización.

e) El acento recae sobre los problemas concretos y sobre el liderazgo. El papel central lo desempeñan los arribistas y los representantes de los grupos de interés dentro de la organización.

Extraído de Angelo Panebianco (1990: 492).

El principal contraste observable entre los partidos norteamericanos y los europeos –debido en parte a las distintas necesidades funcionales de los sistemas presidencial y parlamentario— reside en que en el primer caso los partidos actúan simplemente como patrocinadores de candidaturas, mientras que en el viejo continente efectivamente gobiernan. Lo que en Estados Unidos implica un amplio margen de maniobra y un muy flexible programa político, en Europa se ve

CAPÍTULO 7: PARTIDOS POLÍTICOS

generalmente restringido por mayores obstáculos doctrinarios, financieros y sistémicos, ya que del acatamiento a la disciplina del partido depende la estabilidad del gobierno. Sin embargo, la progresiva dilución de las identificaciones partidarias, el crecimiento lento pero constante de la apatía electoral y la desmesura de las expectativas sociales en relación con la gestión pública de los partidos abre un signo de interrogación sobre las formas futuras de la intermediación partidaria.

Definición, organización y funciones

Una vez descripta la evolución de los partidos y de las formas por ellos asumidas en los distintos periodos históricos, están dadas las condiciones para avanzar hacia el punto por el que hubiera correspondido comenzar según un criterio estrictamente lógico: la definición del concepto. Esta inversión premeditada del orden de la argumentación se debe a la dificultad de la tarea. En efecto, la simple observación y el sentido común alcanzan para describir a los partidos y enumerar sus actividades, pero no para establecer taxativamente qué es –y qué no es— un partido. A ello se suma la polémica sobre el grado en que una característica es más determinante que otra (a la hora de clasificarlo) o uno de sus roles adquiere mayor o menor relevancia (cuando se evalúa su función). Tanta es la complejidad de la cuestión que uno de los principales especialistas en el tema, Giovanni Sartori, brinda una definición de los partidos que limita su validez a las naciones occidentales –u occidentalizadas— posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Pese a expresar cierto grado de necesaria generalidad, su definición deja afuera a partidos como el Nacional Socialista Alemán de Adolf Hitler, el Federalista norteamericano de George Washington o, en Argentina, el Autonomista Nacional de Julio A. Roca. El argumento restrictivo sostiene que de ampliarse la definición, sea en términos temporales o geográficos, se diluiría la capacidad descriptiva del término y retornaría la ambigüedad semántica. Sartori sostiene concisamente que "un partido es cualquier grupo político identificado con una etiqueta oficial que presenta a las elecciones, y puede sacar en elecciones (libres o no), candidatos a cargos públicos" (Sartori 1980: 91). Los elementos claves pueden enumerarse así: grupo político , etiqueta oficial , elecciones , candidaturas viables , cargos públicos. Acerca de los fines, la ideología, la composición social o los valores no hay mención alguna. ¿Es esto sorprendente? Sin duda, para el no iniciado sí lo es. No obstante, Sartori no niega que los partidos puedan poseer esas características: lo que objeta es que sean su materia constitutiva. Siguiendo la metodología weberiana para la definición del estado y de los mismos partidos, ahora se hace hincapié en el medio específico de la asociación a explicar, aquél que la distingue de todas las demás: en este caso, la lucha por el poder a través de las elecciones. Quedan desterrados del paraguas cobertor del término "partidos", entonces, aquellos grupos políticos autoritarios o totalitarios que, habiéndose adueñado del poder del estado, proscriben a los demás partidos y anulan las elecciones , sin volver a convocarlas durante su gestión. Pero también se descarta como objeto de la

CAPÍTULO 7: PARTIDOS POLÍTICOS

tareas básicas serán la agregación y el filtro de las demandas (en una sociedad de masas, el gobierno no puede prestar atención a las inquietudes individuales de cada ciudadano; pero, a la vez, la suma de dichas inquietudes personales implica la exclusión o neutralización de las que no pueden compatibilizarse entre sí), la movilización e integración social (sobre todo en los procesos de desarrollo, donde canalizan las emergentes ansias de participación dentro de los cauces institucionales) y la estructuración del voto (los partidos no existirían si la gente no votara, pero la decisión del voto está construida y condicionada en torno a la disposición existente de partidos). En cuanto a la fase descendente de la labor de los partidos, las funciones cumplidas abarcan desde el reclutamiento de las elites y personal político (los líderes se forman dentro de las estructuras partidarias o bien son cooptados por ellas, ya sea para formar parte del gobierno o para mejorar las chances electorales del partido) hasta la toma de decisiones y la formación de políticas públicas (a través de la formulación de programas o plataformas y su implementación desde los ámbitos de autoridad) (Bartolini 1986). En suma, la actividad que realizan los partidos puede ser resumida en los conceptos de representación (de la sociedad en el estado) y gobierno (sobre la sociedad por el estado). Si predomina la primera, se estará en presencia de una nación más pluralista y con mayor autonomía de sus grupos de interés o de identidad, respondiendo a lo que Robert Dahl ha denominado poliarquías –cuando el control sobre los líderes es efectivamente ejercido por los no líderes (Dahl & Lindblom 1953; Dahl 1971). Si es a la inversa, el caso en cuestión responderá a una pauta de menor autonomía societal, mayor control de los gobernantes sobre los gobernados y jerarquización más rígida de las relaciones sociales. La relación entre el gobierno (poder ejecutivo) y el o los partidos que lo sostienen fue escasamente estudiada, aunque últimamente se le haya prestado mayor atención a este aspecto. Blondel y Cotta (1996a) han contribuido al debate con un modelo de análisis que permite evaluar si hay autonomía entre ambos polos o, por el contrario, dependencia de uno sobre el otro, a partir del manejo de las designaciones de funcionarios, la decisión de políticas públicas y el patronazgo estatal. Las características que pueden presentar los partidos, y que los diferencian entre sí más allá de sus funciones comunes, fueron descriptas exhaustivamente por Panebianco (1982) en su análisis de los modelos de partido. Este autor define seis áreas de incertidumbre, cuyo mayor o menor control por parte de la dirigencia partidaria determina el perfil de la organización y sus expectativas de supervivencia y éxito. Ellas son a) la competencia , o indispensabilidad para cumplir una función, lo que excede el mero saber técnico; b) las relaciones con el entorno , lo que incluye la capacidad para establecer alianzas y conflictos con otras organizaciones; c) la comunicación , esto es, el control ejercido sobre los canales de información interna y externa; d) las reglas formales , entendida como la facultad de interpretación para aplicar u omitir los estatutos; e) la financiación , o control del flujo de dinero; y f) el reclutamiento , que implica la definición de los requisitos de admisión, carrera y permanencia. Todos estos recursos, como ya habían percibido entre otros Michels y Weber, son tendencialmente acumulativos; por lo tanto, la

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concentración de algunos genera como frecuente resultado el aumento de los demás. En consecuencia, la composición de la coalición dominante (nombre con el que Panebianco denomina a la dirigencia partidaria, puesto que es concebida como compuesta por más de un líder y con un alcance más amplio del que los límites formales de la organización permiten apreciar) y su configuración (básicamente su cohesión, estabilidad y poder) dependerán de la medida en que sus miembros logren adueñarse de los recursos de control sobre las áreas de incertidumbre, garantizando el éxito o, al menos, la supervivencia de la organización. Esta capacidad del liderazgo depende del grado de fortaleza institucional alcanzado por el partido.

Sistemas de partido

Se hace evidente al análisis el hecho de que los partidos, por definición, no actúan solos en un medio aislado sino que están en interacción permanente con las otras "partes" (partidos) del ambiente. En este sentido, se diferencian de la burocracia y las demás instituciones estatales porque, a título individual, carecen de monopolio alguno de representación o función. Esta característica excluye el caso de los partidos únicos, pero como se ha visto, tal condición distorsiona la idea misma de partido (Bartolini 1986). En lugar de poseer en exclusividad las atribuciones legales de representación, cada partido compite en un espacio más o menos abierto, de acuerdo al marco general del régimen político, por la obtención del voto popular que le otorgue mayor capacidad de influir en la toma de decisiones públicas – vis à vis los adversarios electorales. En consecuencia, su accionar está condicionado por las restricciones jurídicas, el ordenamiento social y las pautas culturales, pero también por la presencia, fortaleza y estrategias de los demás partidos. Las corrientes de interacción que se determinan entre ellos dan lugar a un conjunto interrelacionado, de tal modo que la modificación de cualquier de sus elementos provoca cambios en los demás. Esto es lo que se conoce como sistema de partidos, sintéticamente definido por Pennings & Lane (1998) como una estructura de cooperación y competencia entre partidos. Esta estructura funciona a su vez como parte de un subsistema mayor, el político, al cual integra en combinación con otros subsistemas como el electoral y el jurídico-institucional. Las propiedades de un sistema de partidos se desarrollan históricamente, y pueden cambiar a lo largo del tiempo. Algunas de las más relevantes son la volatilidad –cambio agregado de votos entre elecciones—, la polarización – distancia ideológica entre los partidos, por ejemplo en términos de izquierda- derecha—, el número efectivo de partidos –de acuerdo a sus bancas parlamentarias y no a sus votos—, la desproporcionalidad electoral –diferencia entre número de votos y número de bancas— y la cantidad de dimensiones temáticas –que define la estructura de clivaje del sistema (Lane & Ersson 1994). La teoría de los sistemas de partido ha estado dominada por tres grandes enfoques: el de la competencia espacial , el genético y el morfológico (Bartolini

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Para este fin definió un formato héptuple, subdividiendo las categorías de Duverger de modo que el unipartidismo se desdoblara en tres clases: sistema a) de partido único , b) de partido hegemónico y c) de partido predominante ; el d) bipartidismo permaneciera tal cual estaba, pero el multipartidismo, en cambio, se desagregara en sistema f) de partidos limitado , g) extremo y h) atomizad o. De este modo, los casos donde sólo un partido está permitido (partido único) se diferenciarían de aquéllos en los que, pese a la prohibición legal o fáctica de triunfar, otros partidos pueden presentarse a elecciones (sistemas de partido hegemónico). Estos últimos contrastarían, a su vez, con los países que permiten la libre competencia pero en los que, sin embargo, gana casi siempre el mismo partido (partido predominante). También es fundamental la distinción entre los sistemas pluripartidarios según tengan más (pluralismo extremo) o menos (pluralismo limitado) de cinco partidos. Este número no es mágico, afirma Sartori, sino que alrededor de él se produce un cambio en el sentido de la competencia que la transforma de centrípeta en centrífuga –considerando siempre un continuo ideológico unidimensional. En el cuadro anexo se compara la clasificación de Duverger con la tipología de Sartori, y se observa el reagrupamiento que el último realiza de acuerdo a las características de funcionamiento de los sistemas de partido –y no sólo con el número de partidos.

SISTEMAS DE PARTIDO SEGÚN DUVERGER Y SARTORI

DUVERGER SARTORI Sistema de partido Sistema de partido Competencia Característica único no unipolar Unipartidista hegemónico no unipolar predominante sí bipolar*

Bipartidista bipartidario sí bipolar

limitado (moderado) sí bipolar Multipartidista extremo (polarizado) sí multipolar atomizado sí multipolar

Las líneas horizontales recalcan la clasificación de Duverger, el grisado destaca en cambio la de Sartori.

  • Con excepciones. La diversidad de formatos de este tipo es muy amplia.

post-facto realidades ya estructuradas) participación en el gobierno, ni siquiera como miembros de una coalición. El segundo rehabilita a los partidos previamente descartados que, pese a estar excluidos del gobierno, poseen la fuerza parlamentaria suficiente como para vetar sus iniciativas, y modifican de este modo la dirección de la competencia: son generalmente partidos extremistas antisistema. Como se ve, quienes no obtienen representación parlamentaria ni siquiera son considerados (Sartori 1976: 156/7).

CAPÍTULO 7: PARTIDOS POLÍTICOS

Una cualidad del nuevo ordenamiento reside en que permite determinar claramente la presencia o ausencia de competencia, hecho que el modelo anterior no describía fielmente. Ello habilita subsecuentemente a evaluar la mecánica de los casos competitivos, que puede desarrollarse en forma bipolar, moderada o centrípeta – equilibrando el sistema político— o, por el contrario, de modo multipolar, polarizado y centrífugo –en el que los partidos antisistema acumulan votos y radicalizan la lucha electoral y parlamentaria, hasta provocar generalmente el colapso del régimen. En definitiva, lo fundamental de la innovación teórica introducida por Sartori es que combina dos variables relativamente ponderables para lograr una matriz de análisis compleja, con la que explica las causas de la estabilidad o inestabilidad de los sistemas partidarios y permite predecir rupturas –y prescribir soluciones de ingeniería institucional— para los regímenes democráticos (Sartori 1994). Dado que los condicionantes históricos y culturales son más estáticos y menos manipulables que los políticos, el acento de los proyectos de reforma del sistema partidario se ha colocado tradicionalmente sobre la variable institucional, y en particular sobre los sistemas electorales. Éstos están constituidos por las regulaciones jurídicas que estipulan quiénes ejercen el derecho al sufragio, de qué manera lo efectúan, cómo se cuentan los votos y cómo se traducen en cargos. El primero en esbozar una teoría sobre los efectos del sistema electoral en los sistemas de partido fue Duverger, quien postuló las (luego mal llamadas) leyes conocidas con su nombre: una fórmula mayoritaria –de simple pluralidad— en distritos uninominales favorece un sistema de dos partidos; una fórmula proporcional en distritos plurinominales tiende al multipartidismo; y un esquema de mayoría absoluta con doble vuelta promueve también la competencia entre varios partidos (Duverger 1951). Siendo así, la decisión política de implementar una u otra forma depende del objetivo buscado: si lo que se pretende es maximizar la representación de los diversos grupos sociales conviene adoptar el criterio proporcional; si, en cambio, se priorizan la ejecutividad y la elaboración de mayorías de gobierno, resulta más apropiada la elección por simple mayoría ( plurality ). La polémica en torno a las leyes de Duverger alimentó buena parte de la bibliografía académica sobre el tema durante las cuatro décadas posteriores a su publicación. Hoy en día, los trabajos de Dieter Nohlen (1978) y Sartori (1992) han virtualmente acabado con las objeciones: las relaciones percibidas por Duverger deben ser entendidas no como determinantes, sino en tanto refuerzo o atenuación de factores estructurales más estables (tales como el grado de fragmentación social y la cultura política) y en cuanto complemento de otras dimensiones políticas (como la disciplina de los partidos, su fortaleza organizativa y el diseño institucional de los poderes de gobierno). La influencia de los sistemas electorales sobre los sistemas de partidos fue exhaustivamente estudiada por Arend Lijphart (1995). Los efectos de la fórmula de representación , la magnitud de los distritos , el umbral electoral y el tamaño de la asamblea sobre el número efectivo de partidos y su mecánica de interacción son

CAPÍTULO 7: PARTIDOS POLÍTICOS

caracterizar la realidad descripta permite ir más allá de la visión pesimista de quienes se manifiestan contra los partidos, para abarcar también las oportunidades de transformación que se abren ante estas vapuleadas –pero hasta hoy irremplazables— organizaciones. En esta línea de argumentación, no puede obviarse que una de las más enriquecedoras contribuciones al análisis de los partidos fue la realizada por Lipset y Rokkan (1967), quienes justamente rastrearon el origen de los partidos occidentales en una serie de crisis históricas. Estas grandes fracturas sociales fueron, en Europa, cuatro: la primera enfrentó, luego del desmembramiento de los grandes reinos medievales, a las zonas del centro imperial contra las de la periferia, dando nacimiento a los partidos centralistas o nacionales y a los separatistas o regionales; la segunda dio lugar, ante los intentos de unificación de los estados nacionales, a una violenta oposición de los poderes terrenales de la Iglesia, que temerosa de ver disminuidas sus atribuciones sobre los territorios reorganizados encabezó la lucha contra los monarcas seculares y protestantes, fundando los partidos confesionales en oposición a los laicos; la tercera abonó una secular rivalidad entre el campo y la ciudad, eje sobre el cual se organizaron los partidos urbanos y agrarios, divididos en torno a la cuestión de la industrialización; por último, la más profunda de las líneas de ruptura producidas en la edad moderna fue la que enfrentó al capital y el trabajo, conformando la estratificación en clases sociales que caracteriza a las sociedades occidentales del siglo XX –principalmente porque, a diferencia de las demás, esta escisión se manifestó en todas las comunidades nacionales dando lugar a, por un lado, los partidos obreros, y por el otro, los burgueses. Como se ve, la utilización misma del concepto de crisis data del origen histórico de los partidos y se funde con sus identidades, lo que disminuye la novedad de su valor para describir la situación actual. Más bien, los problemas contemporáneos pueden ser entendidos tal como hace Manin con la idea de la representación: como transformación –o, en sus términos, como metamorfosis (Manin 1993). El modo en que se resuelvan los dilemas planteados determinará el tipo de organización que predomine en el futuro, ya sea en el sentido de reforzar la autonomía de los partidos respecto del ambiente e incrementar sus estrategias de predominio o, más probablemente, en el de obligarlos a adaptarse más simbióticamente al entorno –con el costo de reducir sus márgenes de acción. Los desafíos que pusieron en riesgo la capacidad de gestión de los partidos, hasta la fecha, variaron tanto en su naturaleza como en sus consecuencias. De hecho, algunos fenómenos contribuyeron a definir nuevos roles partidarios, constituyéndose en elementos complementarios en vez de competitivos. Tales los casos del neocorporativismo y de los medios de comunicación social: en un caso, las prácticas centroeuropeas de procesar los conflictos laborales a través de la negociación directa entre empresarios y trabajadores generó un mecanismo de acuerdos paralelo a los sistemas de partido, conciliando la representación de intereses y la político-territorial a través de la delegación en la primera, por parte del estado, de ciertas facultades de orden público, pero manteniendo a la vez su poder de regulación última. Como afirma Philippe Schmitter, el neocorporativismo

ANDRÉS MALAMUD

–también llamado corporativismo liberal o societal— se diferencia del corporativismo totalitario –o estatal— propio del fascismo porque surge desde abajo, y sólo es reconocido por el estado a posteriori de la efectiva monopolización del poder por sus partes –las organizaciones del capital y el trabajo (Schmitter 1974). En el caso de la masificación de los medios de comunicación, lo que se ha producido es la prescindibilidad de los partidos como comunidades de sentido, como otorgadores de significación de la realidad social. En cambio, la información imparcial y supuestamente neutral de la prensa independiente ha reemplazado a las "tribunas de opinión" y a los órganos partidarios de difusión de doctrina. A la vez, en combinación con la educación básica obligatoria –generalmente pública—, los medios de comunicación masiva se han constituido en formadores de valor y socializadores esenciales de los individuos. Por otro lado, las transformaciones de la estructura social, en el sentido de diversificación de la estratificación socioeconómica, han diluido la imagen clásica del antagonismo dual de clases, donde la identidad de cada grupo era relativamente fija e inmutable. En cambio, junto con las identidades fijas agonizan hoy los electorados cautivos, globalizándose cada vez más el fenómeno de la volatilidad del voto que incrementa la imprevisibilidad de los procesos políticos. Como consecuencia del aumento de la complejidad social, a partir de los años 60 se ha expandido el fenómeno de los nuevos movimientos sociales en todo el mundo occidental, llegando a manifestarse –como movilizaciones pro- democratizadoras— incluso en países no occidentales que carecen de un régimen liberal. Estos agrupamientos de carácter relativamente espontáneo, con motivaciones del tipo de demanda única, reclaman antes autonomía que representación, impugnando la legitimidad del viejo sistema institucional para tomar decisiones que afecten ciertas áreas o intereses. Los más conocidos de estos movimientos han sido los ecologistas o verdes, los feministas y los pacifistas, que han enriquecido el proceso político sea transformándose en partidos, sea preservándose como actores sociales qeu influyen pero no participan de la competencia electoral. Aunque las expectativas que los movimientos sociales generaron alguna vez, respecto de su capacidad para reemplazar a los partidos, se han disuelto en ilusión (Offe 1988), su impacto sobre la política en las últimas décadas ha sido trascendente. La más riesgosa encrucijada que enfrentan los partidos en la actualidad es una fuerte embestida antiestablishment , ejercida como rechazo al monopolio partidario de las candidaturas y en tanto revalorización del rol de la ciudadanía sin intermediación (Panebianco 1982). Esta actitud se manifiesta en la proliferación de outsiders –personajes sin trayectoria política que, desde afuera de los partidos, se promueven como alternativas a las viejas dirigencias, alegando ejecutividad y relación directa con la gente. Potenciados a través de los medios, principalmente la televisión, los ejemplos más conocidos de estos nuevos líderes pueden encontrarse tanto en países con partidos débiles como los Estados Unidos cuanto en aquéllos con fuertes historias partidarias como Italia, con la misma facilidad que en