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mestrado lingua portuguesa, Notas de estudo de Semiótica

¿Ha llegado el tiempo de una semiótica existencial? Esta problemática la venimos considerando desde hace algunos años, planteada como conclusión de Pasiones sin nombre, sin haber tenido conocimiento hasta entonces de trabajos emprendidos en torno a esa idea, excepto los avanzados, aunque desde una óptica diferente, por Eero Tarasti (Tarasti 2000, 2009;

Tipologia: Notas de estudo

2020

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Contratexto n.o 20, 2012, ISSN 1025-9945, pp. 127-155
¿Habría que rehacer la semiótica?
Eric Landowski
Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS, Francia)
Recibido: 15/11/2011
Aceptado: 12/12/2011
Rsumen: En la vida cotidiana, usualmente buscamos signos en la superfi -
cie del mundo, como si fuera un texto. Pero también ocurre, en ausencia de
signos particulares que puedan referir a algunas signifi caciones previamente
categorizadas, que tenemos la sensación de estar en presencia de elementos
que hacen sentido. Rostros, imágenes, música, incluso objetos, como un auto,
funcionan (parcialmente) de esta manera: sensitivamente capturamos lo que
signifi can para nosotros, antes que leerlos cognitivamente como signos. La se-
miótica debe desarrollar herramientas para dar cuenta para estos dos modos
de sentido. El presente ensayo reconsidera críticamente, con vistas a estos ob-
jetivos, las nociones básicas de narratividad y discursividad, y propone un
modelo articulando diferentes regímenes de signifi cación en juego en la interac-
ción humana.
Palabras clave: existencial / sensible / estésico / hacer sentido / figurativo /
plástico / narratividad / experiencia / interacción / programación / manipulación /
ajuste / asentir.
Re-making Semiotics ?
Summary: In daily life, we are o en searching for signs at the surface of the
world, as if it were a text. But it also happens, in the absence of any particular
signs which would convey some previously categorized signifi cations, that we
have the feeling of being in the presence of elements that make sense. Faces,
images, mu sic, even objects as a car function (partly) this way: we sensitively
grasp what they mean for us, rather than we cognitively read them as signs.
Semiotics should develop tools in order to account for both these modes of
meaning. The present essay reconsiders critically, with this scope, the basic
semiotic notions of narrativity and discursivity, and proposes a model articu-
lating di erent regimes of meaning at play in human interaction.
Keywords: existential / sensitive / aesthesic / make sense / figurative / plastic /
narrativity / experience / interaction / programation / manipulation / adjustment /
assent.
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Contratexto n. o^ 20, 2012, ISSN 1025-9945, pp. 127-

¿Habría que rehacer la semiótica?

Eric Landowski Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS, Francia)

Recibido: 15/11/ Aceptado: 12/12/

Rђsumen: En la vida cotidiana, usualmente buscamos signos en la superfi- cie del mundo, como si fuera un texto. Pero también ocurre, en ausencia de signos particulares que puedan referir a algunas significaciones previamente categorizadas, que tenemos la sensación de estar en presencia de elementos que hacen sentido. Rostros, imágenes, música, incluso objetos, como un auto, funcionan (parcialmente) de esta manera: sensitivamente capturamos lo que significan para nosotros, antes que leerlos cognitivamente como signos. La se- miótica debe desarrollar herramientas para dar cuenta para estos dos modos de sentido. El presente ensayo reconsidera críticamente, con vistas a estos ob- jetivos, las nociones básicas de narratividad y discursividad, y propone un modelo articulando diferentes regímenes de significación en juego en la interac- ción humana.

Palabras clave: existencial / sensible / estésico / hacer sentido / figurativo / plástico / narratividad / experiencia / interacción / programación / manipulación / ajuste / asentir.

Re-making Semiotics?

Summary: In daily life, we are oĞen searching for signs at the surface of the world, as if it were a text. But it also happens, in the absence of any particular signs which would convey some previously categorized significations , that we have the feeling of being in the presence of elements that make sense. Faces, images, music, even objects as a car function (partly) this way: we sensitively grasp what they mean for us, rather than we cognitively read them as signs. Semiotics should develop tools in order to account for both these modes of meaning. The present essay reconsiders critically, with this scope, the basic semiotic notions of narrativity and discursivity, and proposes a model articu- lating different regimes of meaning at play in human interaction.

Keywords: existential / sensitive / aesthesic / make sense / figurative / plastic / narrativity / experience / interaction / programation / manipulation / adjustment / assent.

Eric Landowski

les de la experiencia totalmente “subje- tiva” que vivimos cuando experimen- tamos de manera impresiva la presen- cia, a nuestro alrededor, de un mundo que unas veces parece hacer sentido, otras veces, no, sin que podamos decir con precisión por qué ni cómo. “Hacer sentido”, “presencia”, “impresivo”, “experimentar”, “vivencia”…, el em- pleo de tal vocabulario es todavía hoy objeto de fuertes resistencias, a pesar de los esfuerzos desplegados desde hace largos años por algunos investi- gadores para integrar esos términos al metalenguaje semiótico (Geninasca 1984, Greimas 1987, Landowski 1988, Hénault 1994, Parret 2001). Eso, segu- ramente, porque ese vocabulario no parece, de entrada, compatible con los procedimientos del análisis textual. Y es cierto que si en un primer momen- to Propp, Greimas y algunos otros no hubieran decidido analizar diversos tipos de textos –folclóricos, mitológi- cos o literarios– no solo independien- temente de su inserción en la cultura de la que cada uno provenía, o del lugar que esos objetos ocupaban en la producción de sus autores, sino tam- bién haciendo abstracción de las im- presiones estéticas o de las reacciones morales que su lectura pudiera susci- tar en sus lectores, no podría haberse construido ninguno de los modelos operativos con los que hoy contamos. Eso, sin embargo, no ha dejado de tener su contrapartida. La focaliza- ción en el texto tuvo por efecto alejar a los partidarios del acercamiento es- tructural de otras corrientes de re-

De la vivencia al enunciado y retorno

Ha llegado el tiempo de una se- miótica existencial? Esta proble- mática la venimos considerando desde hace algunos años, planteada como conclusión de Pasiones sin nom- bre , sin haber tenido conocimiento hasta entonces de trabajos empren- didos en torno a esa idea, excepto los avanzados, aunque desde una óptica diferente, por Eero Tarasti (Tarasti 2000, 2009; Landowski 2004: 293-305). Aunque no haya en eso más que una coincidencia, tal orientación no haría otra cosa sino reanudar la ambición que animó al comienzo la corriente semiótica de la que nos reclamamos seguidores. Esa es, en todo caso, nues- tra convicción, a riesgo de sorprender tal vez a aquellos que ven la semiótica “greimasiana” desde el exterior y de chocar con aquellos hábitos de pensa- miento preferidos por algunos de los que la practican. A los ojos de los semióticos de es- tricta obediencia estructural, para ela- borar un discurso sensato a propósito del sentido, no existe, en efecto, más que una manera de proceder, que con- siste en analizar las producciones ma- nifiestas a través de las cuales el sen- tido se deja aprehender, comenzando por esas “manifestaciones” significan- tes por excelencia que son los textos. Cuantas mayores garantías de cien- tificidad parece ofrecer esa opción, más aventurado sería, y para los más ortodoxos, hasta ocioso, interrogarse acerca de las implicaciones existencia-

Eric Landowski

vida por otro– no son irreconciliables, sino que, por el contrario, la dimen- sión existencial del sentido puede ser objeto, a la vez como tema de refl exión y como materia que conceptualizar, de un acercamiento riguroso, en términos semióticamente articulados. Aunque tal punto de vista tiene connotacio- nes más filosóficas que aquello de lo que se preocupan la mayoría de los semióticos, es precisamente en cuan- to semióticos y no en cuanto fi lósofos como nosotros lo concebimos y como pretendemos justificarlo. El proceder que eso exige de nuestra parte en el plano conceptual no está impuesto por ningún imperativo, ni filosófi- co ni de otra naturaleza, exterior a la semiótica misma, sino que se impone como una exigencia inseparable del oficio de semiótico tal como nosotros lo entendemos. Ante todo, ¿para qué “hacer semiótica”? ¿–por qué interro- garse sobre el sentido– si eso no fuera a ayudar a plantear para uno mismo la cuestión del “sentido de la vida”, de la propia vida? Y más técnicamente – segundo resorte de nuestro proceder–, de la práctica misma de los modelos semióticos, así como del examen crí- tico que esa práctica lleva inevitable- mente a realizar, deriva la necesidad y la posibilidad, en nuestra opinión, de

reabrir el campo de la refl exión y de los análisis. No hay en eso ni deseo de provo- cación ni la pretensión absurda de in- validar los principios de la disciplina dentro de la cual nosotros mismos nos situamos. Se trata, por el contrario, de ampliar su alcance, de revivificar su práctica y de enriquecer sus desafíos. La prueba está en que la renovación que proponemos de ninguna mane- ra conduce a desdeñar los resultados de las investigaciones llevadas a cabo durante los tres o cuatro últimos de- cenios sobre las formas de la textuali- dad. Lejos de desconocer su utilidad, vemos en ellos una adquisición indis- pensable que debería precisamente permitir, con algunas ligeras modifica- ciones y con otros pocos complemen- tos, reformular hoy en día la cuestión existencial originaria.

State of the art^1

Pero volvamos al gesto inicial de Greimas, 2 que consistió en darse por punto de partida [de su reflexión se- miótica] nuestra condición existen- cial misma, “la situación del hombre” considerada como una totalidad sin exteriores, dentro de la cual, por con- siguiente, el autor –sujeto enunciante

1 En inglés en el original [N. del T.]. 2 Recientemente se han publicado las tesis de grado de A. J. Greimas y otros “escritos de juventud” con el título de La mode en 1830: Langage et société (Greimas 2000).

¿Habría que rehacer la semiótica?

analizarlo “desde el interior” haciendo aparecer aquello que “allí se encuentra implicado”: cierta “visión del mundo”. Hay que subrayarlo: esa «visión» no consiste en una proyección de con- tenidos que darían al mundo percibido una coloración determinada, románti- ca o apocalíptica, por ejemplo. Se trata más bien de una rejilla de lectura de carácter estructural, de un principio de organización de alcance general, en función del cual el mundo adquiere forma –se deja segmentar y articular– y, en consecuencia, hace sentido. La manera específica como esa rejilla es- tructura nuestra visión del mundo y la hace aparecer ante nosotros en forma de un “universo significante” consiste, dice Greimas, en hacérnoslo ver como un “ pequeño espectáculo ” susceptible de reproducirse indefinidamente, en “mi- llones de ejemplares” (Greimas 1971: 179). Sobre esa escena del mundo, convertida así en lenguaje (es decir, en significante), o mejor, en discurso (porque el universo significante es un universo en movimiento, sin lo cual no sería un espectáculo, sino a lo más un cuadro), “el contenido de las accio- nes cambia todo el tiempo, los actores varían, pero el enunciado-espectáculo si- gue siendo el mismo” (Greimas 1971: 265). A partir de ahí, se edificó todo lo que la semiótica estructural ofrece de más original, a saber, la proyección de toda una franja de problemáticas de la significación sobre una teoría de la na-

y, en principio, cognoscente, el semió- tico– se encuentra también encerrado, como todo el mundo. ¡Desde esa tota- lidad, Greimas pretende fundar una ciencia! Verdadera aporía, porque si el universo semántico se identifica con el mundo de la vida, en cuyo interior es- tamos todos “definitivamente encerra- dos” (Greimas 1971: 180), y si, además, una teoría semántica no puede conce- birse más que como una descripción de orden metalingüístico, jerárquica- mente distinta de su lenguaje-objeto, no se ve cómo podría tratarse semán- ticamente el universo englobante que uno se ha dado por objeto, reconocién- dose a sí mismo contenido en él. Si ese universo nos incluye, no podremos aprehenderlo desde fuera o “desde más arriba” como lo prescribe el pre- fijo de meta-lenguaje. Pero entonces Greimas inventa una solución genial.

Avatares y promesas de una invención

“Lo mejor que podemos hacer”, escri- be, ante esta “situación” insuperable –por el hecho de que nosotros perte- necemos al mismo universo del senti- do que nos proponemos analizar–, “es tomar conciencia de la visión del mun- do que ahí se encuentra implicada, a la vez como significación y como con- dición de esa significación”. En otros términos, ya que el universo signifi- cante no es objetivable en cuanto tal, desde el exterior y a distancia, la única posibilidad que se nos ofrece es la de

¿Habría que rehacer la semiótica?

condicionan la comprensión de todo discurso. Se confundía sencillamen- te objeto empírico y objeto de cono- cimiento. Porque si los textos son los objetos empíricos que interesan indu- dablemente a los semióticos, el objeto de conocimiento no es precisamente el texto: es el sentido. Ahora bien, el sen- tido, a diferencia del tesoro escondido en la cueva de Alí Babá, no es algo que uno pueda encontrar completamente constituido, colocado en el interior del “texto clausurado”, esperando que al- guien venga un día a tomar posesión de él. Desde el momento en que uno ad- mite que, al contrario, ningún objeto –texto u otro– contiene de esa manera su significación, sino que todo pue- de recibir una a condición de que un sujeto la construya. Tenemos que ad- mitir también que el sentido que sería atribuido, en particular a un texto, de- pende constitutivamente, a la vez, del intertexto que tome en cuenta el que efectúa dicha construcción, y del “con- texto” en cuyo interior se efectúa. O mejor, para emplear una terminología más adecuada, un discurso enunciado (verbal o no-verbal) adquiere sentido en función de la manera como los par- ticipantes de la comunicación constru- yan el sentido de la situación en la que se produce el acto de enunciación que los pone en relación. Los componen- tes de una situación semejante son se- mióticamente analizables (Landowski 1993, 2007a). Se trata, entre otras co- sas, de la imagen que cada uno de los interlocutores se hace de su partenaire ,

desarrollo como proceder reflexivo y analítico anclado en la vida.

Lo que hacemos con los textos y lo que los textos hacen con nosotros

El primer obstáculo por superar era la confusión que se produce a propó- sito del objeto mismo de la semiótica. Greimas se vio envuelto de alguna manera en esa confusión, ya que, des- de el fondo de América del Sur, al hilo de una conferencia, lanzó un buen día la fórmula que se convirtió en fuente de un lamentable malentendido, que revelaría ser persistente: “ Hors du tex- te, point de salut! ” [¡Fuera del texto, no hay salvación!]. Como se dirigía a un público de especialistas de la literatu- ra, se trataba para él, trivialmente, de invitar a sus oyentes a ser coherentes consigo mismos, a trabajar sobre la li- teratura –en lugar de especular, como era entonces usual, sobre los paráme- tros de orden social, afectivo u otros que hubieran podido intervenir en el estadio de la génesis de las obras–.

Pero no fue eso lo que se entendió. La fórmula fue interpretada como un ucase, con el que se trazaba una fron- tera entre dos zonas: de una parte, los textos –los discursos verbales, de pre- ferencia escritos– y de otra parte, todo lo que los rodea, zona decretada como prohibida, el “contexto”, es decir, nada menos que la sociedad, la historia, lo real, la vida, e incluso cualquier otro texto distinto de aquel que se ha toma- do como objeto específico del análisis, a pesar de los lazos intertextuales que

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combinación variable de competen- cias modales y de roles temáticos que definen el estatuto actancial y actorial de cada uno de los participantes en cuanto sujetos interactuantes. Una de las estrategias, comunes a la mayor variedad de discursos, consiste, como se sabe, en instalar en el enunciado si- mulacros para figurar a los participan- tes en la relación enunciativa a fin de orientar la actividad interpretativa del receptor conduciéndolo hacia una po- sición determinada de lectura, aque- lla, por ejemplo, de un objetor o de un confidente, o incluso, como ocurre con frecuencia en la publicidad, la de un mirón (Greimas y Landowski 1979, Landowski 2007a, 2007b). La tarea de un semiótico no puede limitarse a estatuir lo que los textos podrían significar en razón de sus es- tructuras “inmanentes” únicamente. En la perspectiva de una investigación motivada por un mínimo de interés en los desafíos existenciales o, más mo- destamente, psicológicos, sociales, po- líticos, de las prácticas cotidianas del sentido, más pertinente que la insis- tencia en hipostasiar el texto en cuanto forma pura nos parece el objetivo que consiste en buscar cómo dar cuenta de lo que los objetos de sentido, leídos en situación, hacen de nosotros que los leemos. Dicho de otro modo, a partir del momento en que se considera que lo que importa es lo que pasa en la vi- vencia de la lectura concebida como operación que da sentido a objetos cualesquiera, son las condiciones de esa lectura las que se imponen como el

principal objeto semiótico por descri- bir (Landowski 2004). Pero los elementos modales, actan- ciales y temáticos por medio de los cuales se construyen los simulacros discursivos de los participantes en la interlocución, así como su estatuto, su competencia y sus relaciones no son los únicos que entran en juego en la construcción de una situación en cuanto configuración significante. In- tervienen también variables que, de- pendiendo más de lo sensible que de lo inteligible en sentido estricto, es de- cir, de lo cognitivo, movilizan nuestra aptitud casi innata para captar efectos de sentido que surgen de dispositivos de orden plástico o rítmico más que nuestra competencia, mal que bien ad- quirida, para reconocer las significa- ciones convencionalmente investidas en las unidades figurativas. En una palabra, más acá de lo cognitivo, el sentido –la inteligibilidad del mundo– procede también de lo estésico. Y ahí encontramos otro punto de bloqueo.

¿Narración o experiencia?

Bajo el pretexto de que la dimensión sensible de los objetos de sentido no parece reductible a un juego de opo- siciones categóricas, fácilmente de- nominables, y de que, además, no se ve claramente cómo podría articular- se por medio de los esquematismos sintácticos que propone la gramática narrativa “canónica”, los adeptos de

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lo sensible , y la política no se detiene allí. Hoy, por sus constantes aparicio- nes en los medios, los políticos más visibles se nos han hecho tan fami- liares que la manera como los juzga- mos no difiere apenas de la manera como tratamos a nuestros seres más próximos. Si estimamos a algunos de ellos, si otros nos exasperan, eso no depende únicamente de las posicio- nes que adopten ante tal o cual cues- tión importante a nuestro modo de ver. Eso depende tanto o más de los efectos de sentido que se desprenden del porte, de la complexión, del ritmo de los movimientos y de las palabras, del tono de voz de cada una de esas personalidades, de su hexis^3 propia, tal como se manifiesta a través del más mínimo gesto y que traduce una ma- nera específica de estar en el mundo. Las formas de adhesión o de rechazo que inducen esos elementos dejan por defi nición poco espacio a los criterios de orden cognitivo. En el momento de una elección, pensamos evidentemen- te elegir entre los candidatos en fun- ción de aquello que “objetivamente” nos proponen. Pero la manera como los escuchamos, como comprendemos y juzgamos sus argumentos, y hasta nuestro grado de disponibilidad para reaccionar favorablemente a los es- tados pasionales de los que tratan de hacernos participar, todo eso depende

de lo que experimentamos frente a su persona misma, tal como la “senti- mos” de inmediato. Sin duda, nada hay en eso de ra- dicalmente nuevo y, sin embargo, en nuestros días, esa inflexión a favor de lo sensible afecta cada vez más el es- tatuto, las formas, el lugar mismo de lo “político” (Landowski 2008). Tiem- po atrás, para el ciudadano medio, la política se situaba en un espacio algo abstracto, construido por los discursos de un número limitado de detentores de la palabra autorizada, periodistas y políticos en primer lugar, que se encar- gaban de dar un sentido a la historia, de explicar el presente y de trazar in- terpretaciones plausibles del porvenir, de tal modo que la vida colectiva pare- cía desenvolverse como una suerte de gran relato inteligible. Hoy en día, una manera totalmente diferente de vivir la política tiende a instalarse entre no- sotros: hemos dejado de considerarla únicamente como un nivel de realidad objetivable en enunciados que adop- tan la forma de pequeñas epopeyas o de grandes utopías que los oradores políticos han creído siempre que era su deber contarnos o proponernos. En lugar de eso, la vida política tiende a convertirse en un espacio de relacio- nes intersubjetivas vividas en el aquí- ahora a través de actos de enunciación que, por “medios” interpósitos, impli- can la co-presencia sensible de aque-

3 Hexis : Constitución, actitud, temple de ánimo [N. del T.].

¿Habría que rehacer la semiótica?

antipatía que pudo inmediatamente hacer sentir el contraste entre las cuali- dades estésicas del modo de presencia de cada uno de ellos frente a su adver- sario, así como en la relación con los dos periodistas presentes en la escena, y, finalmente, frente a la cámara, es de- cir, frente a los electores. Ese desplazamiento de lo político se puede condensar conceptualmen- te diciendo que si antes, para todo el mundo o casi, la política tenía signifi- cación , ahora, según las encuestas de opinión, para la mayor parte de la gen- te ya no la tiene, pero hace sentido se- gún otro régimen semiótico totalmen- te diferente: así como vista en cuanto narración , ha perdido, cognitivamente, su credibilidad, vivida en cambio esté- sicamente como una de las formas de la experiencia , recupera su capacidad de movilización.

La vivencia y su discurso

Pero “la política” no es más que una construcción semiótica entre otras, y los dos regímenes de significación que acabamos de distinguir en su práctica –la experiencia , la narración – tienen un alcance mucho más general. Las narraciones son las que nos permiten dar un poco de significación y de valor a la vida a pesar de lo que pueda tener de insignificante por su monotonía o de sinsentido por su as- pecto imprevisible y caótico. Pero in- dependientemente de las significacio- nes que conlleva lo que se cuenta, pasa

llos que hablan y de aquellos que los miran y los escuchan. Esa relación es a la vez tenue –se vive al instante– y profunda, porque procede de la rela- ción, casi íntima, que cada cual con- trae o cree contraer con esos hombres y con esas mujeres de carne y hue- so, que para obtener nuestro voto se muestran a cual mejor ante nosotros. Por eso queremos políticos que no se escondan detrás de un supuesto saber; que no se mantengan a distancia, o lo que sería peor, que no se coloquen por encima de nosotros; en pocas pa- labras, que “no nos cuenten historias ”, o en todo caso, que no se limiten a eso. Lo que esperamos de ellos es que se arriesguen a una relación in praesencia , la cual se supone que nos permitirá sentir si nos “comprenden” o no.

La política que, según se dice, es el dominio del cálculo y de la razón fría, tiende así a convertirse en uno de los planos sobre los cuales aflora a la superficie la dimensión existencial de nuestra relación con el otro y se tradu- ce en forma de gestos de adhesión o de rechazo a flor de piel. Hemos tenido en Francia una buena prueba de eso con ocasión de un debate crucial en- tre los dos candidatos de la segunda vuelta en la elección presidencial del

  1. Esa noche, muchos electores que dudaban en decidirse por uno de los campos –aquellos que los politólogos llaman “volátiles” o indecisos– se han decidido por uno o por otro candida- to (mejor sería decir: por uno contra el otro) en función de la simpatía o de la

¿Habría que rehacer la semiótica?

medio, la situación como configura- ción significante construida intersub- jetivamente por los coparticipantes en la interacción. Para efectuar ese recorrido, ha sido necesario crear un cuerpo de concep- tos nuevos, tales como los de unión , contagio , ajuste , asentimiento , realiza- ción ( culminación) … Conceptos que han sido ya objeto de definiciones, las cuales no vamos a reproducir aquí en detalle (Landowski 2004, 2005). Nues- tro objetivo se sitúa en un plano más global: quisiéramos mostrar cómo la teoría ampliada a la que hemos llegado nos acerca a la vida, sin renunciar por eso al rigor que exige la “ciencia”. Esta gran palabra no sirve más que para adornar un proceder más modesto que se podría resumir así: reordenamien- to de los dos componentes de base –narrativo y figurativo– en los que se funda la teoría semiótica clásica del discurso, y renovación de la manera de articularlos entre sí. Vamos a precisar ese compromiso a continuación.

Lógicas complementarias de la junción y de la unión

En la base de la gramática narrati- va llamada estándar, se encuentra la hipótesis implícita de que todas las fluctuaciones que afectan nuestra con- dición material y moral de sujetos de- penden de operaciones de “junción” que, unas veces, nos ponen en pose- sión de los “objetos de valor” a los que apuntamos (=conjunción); otras veces,

hecho de que, en esas condiciones, nos encontrásemos relativamente despro- vistos de instrumentos para dar cuen- ta de la experiencia, ¿es razón suficien- te para ignorar todo aquello que esca- pa a las rejillas de análisis construidas para describir la narración? Por nues- tra parte, lejos de sacar de la limita- ción de nuestras conquistas teóricas y metodológicas la conclusión de que la cuestión existencial no es pertinente o de que el estatuto del sentido aprehen- dido en la experiencia no puede ser sino extrasemiótico, creemos que el problema radica en lo incompleto de los modelos de que disponemos. Y en ese sentido, hemos tratado y seguimos tratando de completarlos y de hacer- los cada vez más potentes.

La óptica sociosemiótica

Pasar de una semiótica del texto a una semiótica de las situaciones, y luego, de la experiencia, exigía ampliar el campo de pertinencia con relación a la práctica dominante. En eso consis- te principalmente la especificidad de la versión de la semiótica general que nosotros hemos elaborado con el nom- bre de sociosemiótica. Esa extensión corresponde al mismo tiempo a una profundización, en el sentido en que conduce de lo que es más exterior al sujeto –el texto, en su objetividad de “enunciado enunciado”– a lo que es más propio, más “interior” del sujeto –la experiencia del sentido tal como él la vive–, pasando por un nivel inter-

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nos privan de ellos (=disjunción). Un modelo semejante se justifica respecto de un espacio de interacción concebi- do como espacio cerrado y saturado –típicamente, el del cuento– en cuyo interior lo que un personaje pierde, otro debe recibirlo como participación. Y tiene la ventaja de prestarse a cierta formalización. Pero tiene el inconve- niente de ser ideológicamente dema- siado marcado. Una gramática de la intersubjetividad concebida como en- teramente mediatizada por la circula- ción de los objetos, que desemboca en recorridos de vida cuyo sentido se re- duce a relaciones de posesión, traduce una visión extremadamente estrecha, puramente económica , de las relaciones humanas. Desde el tener más concre- to hasta el saber más abstracto, todo se mide ahí en valores tesaurizables o consumibles, por un lado, o en valo- res modales, por otro, todos los cuales tienen vocación de transitar entre po- seedores a la manera de mercancías, a la espera siempre de cualquier nuevo adquiriente (Landowski 2004: 73-76). El redescubrimiento de los años noventa, unido a la aparición del últi- mo libro de Greimas, De l’imperfection (Greimas 1990), al mismo tiempo que a la relectura de los fenomenólogos franceses de la posguerra, consistió en darnos cuenta de que existen tam- bién, en cuanto positividades semió- ticamente analizables, interacciones independientes de toda transferencia de objetos entre sujetos. Para retomar una expresión de Sartre, independien- temente de las relaciones de posesión

que establecen entre sí sobre lo que consideran que pertenece al orden del tener , los sujetos viven también entre sí y con relación a lo que los rodea, algunos “ lazos de ser ” (Sartre 1984: 325). O, con una terminología tomada de Merleau-Ponty, antes de descom- ponerse en unidades discretas para ofrecerse a nuestra captación y a nues- tra codicia, el mundo se nos presen- ta como totalidad que hace sentido: nuestro estar en el mundo , en cuanto tal, inmediatamente (sin pasar por la me- diación de objetos socialmente catego- rizados y valorados) hace que haya , o que pueda haber sentido en nuestras re- laciones con el otro y, en general, con lo real que nos rodea (Merleau-Ponty 1975). En términos semióticos, eso quie- re decir que al lado de un régimen de significación articulado en torno a la idea de junción , debemos dar cabida a otro régimen de sentido, fundado en la copresencia sensible de los actan- tes entre sí. En ese marco, los objetos no son reducibles a magnitudes inter- cambiables, cuyo valor se aprecia con criterios de orden funcional, fijados por referencia a programas de acción predefinidos. Aprehendidos en cuan- to realidades materiales, hacen senti- do gracias a cualidades sensibles que pueden descubrir en ellos sujetos do- tados de algo esencial que no aparecía en el régimen narrativo precedente: de un cuerpo. Aquellos que a lo sumo eran inteligentes, capaces de cono- cer, de juzgar, de decidir, de evaluar a distancia y desde fuera, son ahora,

Eric Landowski

cada cual, en la vida cotidiana, está inclinado (en función de su cultura o de su idiosincrasia personal) a privi- legiar un modus operandi determinado, un cierto estilo de acción, una “estra- tegia”, de preferencia a tal o cual otra. Muchos, no sintiéndose en confianza más que en un entorno ordenado y controlado, soñarán con poder progra- mar el comportamiento de la gente al igual que el curso de las cosas, a fin de asegurar hasta en el más mínimo deta- lle, el control del desarrollo de la ope- ración en la que se hallan implicados. Otros habrá que, no viendo en todas partes más que maquinaciones y com- plots, creen que no podrán llegar a su fin si no es manipulando , de manera tan forzada como fuere necesario, a aque- llos que tienen que tratar. Algunos preferirán fiarse de su intuición, de su olfato, de su capacidad de sentir en el momento los resultados de una situa- ción o las disposiciones de aquellos con los que algo tienen que ver, listos para ajustarse a ellas y sacar el mejor partido posible, tomando la ocasión “por los cabellos”. Otros, finalmente, descartando toda idea de plan, de cál- culo o de sintonía con el otro, creerán que es más seguro dejarse llevar por su buena estrella y se contentarán con cruzar los dedos esperando algún feliz accidente que la providencia haya deci- dido preparar para ellos. Esas distintas maneras de ser, que corresponden a diferentes modos de concebir el sentido de la vida, se tra- ducen en estilos de conducta diferen- ciados por el tipo de interacciones que

entablan con los objetos, con el otro y consigo mismos. Dichas variantes de- penderían únicamente de datos psico- lógicos y no tendríamos nada más que hacer sino constatar si los regímenes de sentido y de interacción a los que remiten se articulan unos con otros en función de principios estructurales que nada deben a la psicología y que por el contrario, revelan ser semió- ticamente analizables. Sin embargo, entre esas configuraciones que, intui- tivamente, nos son tan familiares, la semiótica narrativa no había recono- cido ni tematizado hasta el presente más que dos: la “operación” o acción programada sobre las cosas, y sobre todo, la “manipulación” entre sujetos. Retomando las definiciones clásicas de esos dos regímenes, no será difícil poner de manifiesto las bases sobre las cuales reposan, respectivamente. El primero se funda en un principio ge- neral de regularidad , caracterizado por la inmutabilidad de los “roles temáti- cos” asignados a los protagonistas de la acción. Este principio garantiza (en principio) la eficacia de nuestras inter- venciones sobre el mundo que nos ro- dea. El segundo procede de un princi- pio de intencionalidad , cuya aplicación supone el reconocimiento recíproco de los participantes en la interacción en cuanto actantes sujetos dotados de “competencias modales” (del tipo creer , querer, saber, poder ), que cambian sin cesar. De ese modo, la gramática narrativa ha colocado en un sitial de honor la figura del manipulador y, más accesoriamente, la del programador.

¿Habría que rehacer la semiótica?

prácticas efectivas, era necesario, por consiguiente, abrir el abanico de las formas de narratividad. De ahí la in- troducción, al lado de los dos regíme- nes “estándar” mencionados hace un instante (que, si pierden su monopolio, no pierden nada de su pertinencia), de dos regímenes complementarios fun- dados, respectivamente, en un princi- pio de sensibilidad y en un principio de suerte [aléa]: el régimen del “ajuste” (al otro) y el régimen del “asentimiento” (a los decretos de la suerte, a los “acci- dentes” de la vida) (Landowski 2009b: 70-81). Tenemos así:

En cambio, ni el sujeto que confía en su capacidad de sentir in vivo las potencialidades de una situación, de convertir en ventaja la “propensión de las cosas” (Jullien 1996) o de la gente, a captar y a explotar el kairós^4 –bauti- cémoslo, a falta de mejor término, el oportunista –, ni el fatalista decidido a someterse al azar, no encontraron lu- gar en ese marco. La observación de la interacción, y sobre todo de la ex- periencia que de ella tenemos, obliga- rían, no obstante, a tomarlas también en consideración. Para analizar, por poco exhaustivamente que fuera, las

4 Kairós : ocasión, oportunidad [N. del T.].

Régimen de interacción fundado en la regularidad : la programación (Estrategias del “programador”).

Régimen de interacción fundado en la suerte : el asentimiento (Estrategias del “fatalista”).

Régimen de interacción fundado en la intencionalidad: la manipulación (Estrategias del “manipulador”).

Régimen de interacción fundado en la sensibilidad : el ajuste (Estrategias del “oportunista”).

Regímenes de interacción

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supuestamente ya constituidas, y que tenemos que descubrir. Por enigmáti- co que pueda parecer a primera vista, tal texto se presume descifrable por definición. Basta con encontrar la cla- ve. Toda lectura, en esas condiciones, equivale a una decodificación, y, en ese sentido, depende esencialmente de una hermenéutica, o incluso de una semiología, cuando las reglas de codi- ficación están suficientemente estabi- lizadas y formalizadas (por ejemplo, gracias a algún sistema semisimbóli- co») (Floch 1986: 26-27 y ss.). Por oposición, un proceso inde- finidamente abierto (y propiamente semiótico) preside la emergencia del sentido en la experiencia que constitu- ye la captación. Ese efecto de apertura reside en que, aquí, el sujeto se implica directamente en su relación con el ob- jeto: en el mismo momento en que esa relación se establece y lo pone a prue- ba por la manera como se articula con él, el sujeto vive su propia presencia ante el objeto en cuanto que hace sen- tido. De eso resulta que, a diferencia de la “significación”, que no aparece más que al término de un trabajo de desciframiento, el “sentido” constitu- ye más bien un punto de partida: cap- tado en el instante, es él y no el texto el que crea enigma para el sujeto. Es él el que el sujeto tiene que esforzarse en comprender, a no ser que, dado el caso, opte por recategorizarlo en los términos de algún esquema de signi- ficación –de alguna narración– más o menos convencional. A ese sentido

Es cierto que con frecuencia pode- mos tener el sentimiento de que exis- te una concordancia entre esas dos modalidades de la mirada o, más ge- neralmente, entre esos regímenes de significancia. Así, en una conversa- ción, mientras que el tono de nuestro interlocutor parece corresponder al contenido de lo que nos está diciendo, nosotros no tenemos ninguna razón para disociar la captación de la lectura –lo estésico de lo cognitivo –, puesto que precisamente los efectos de sentido que sus inflexiones de voz nos permi- ten captar a través del modo impresivo se encuentran validados por su con- formidad con lo que nos parece ser la significación articulada e intencional de sus palabras. La distinción no deja de ser pertinente en principio, y útil en la práctica desde el momento en que deja de haber concordancia. Pero, so- bre todo, vale más en otro plano, de orden metasemiótico, donde se plan- tea la cuestión de las implicaciones “existenciales” que abre la alternativa entre esos dos regímenes.

Por un lado, para hacerse uno lec- tor y para mirar el mundo a la manera de un texto, es preciso que el sujeto se separe de lo que ve, lo objetive, lo ob- serve como una realidad en sí misma significante, interpretable, potencial- mente inteligible, incluso si no deve- la de entrada su significación. Visto desde esa perspectiva, un texto, o todo objeto considerado como tal, es un ob- jeto autónomo, mantenido a distancia, que sirve de soporte a significaciones

Eric Landowski

que el sujeto acaba de captar ¿qué sen- tido –o qué significación – se le puede atribuir? El enigma del texto-objeto, o sea, la cuestión de su significación era, por naturaleza y en principio, resuelto por la lectura; en cambio, la cuestión del sentido –del “ sentido vivido ” en la experiencia– no tiene solución de ese género, puesto que el sentido que nace entonces es el que surge de la relación misma que se establece hic et nunc en- tre el sujeto y su objeto: por esa razón, el enigma que plantea al que de él hace la experiencia no tiene fin. 5 Al oponer la lectura de las signifi- caciones (que dependen de la narra- ción) a la captación de las cualidades sensibles (que hacen sentido en la ex- periencia), no queremos sugerir que el primero de esos regímenes no con- cerniría más que a nuestras relaciones con los textos (en cuanto objetos legi- bles por naturaleza), o más general- mente, a lo verbal (concebido como lo inteligible por excelencia), por oposi- ción al segundo, que tendría el rasgo específico de lo no-verbal (asimilado de frente a lo sensible). Cada uno de esos regímenes se define por la natu- raleza de la mirada que echa sobre el mundo y no por una clase particular de objetos a los cuales se aplicaría ex- clusivamente. Lo cual quiere decir que para un sujeto que se coloca bajo el ré- gimen de la lectura, cualquier objeto

puede tener lugar de texto, dicho de otro modo, puede ser mirado como portador de significaciones ; y que, in- versamente, para aquel que se coloca bajo el régimen de la captación, todo objeto, incluso un texto, puede ser mi- rado como algo que hace sentido más allá de aquello que significa en térmi- nos lingüísticos o narrativos. Pero en- tonces, ¿cómo significa? Simplemente (si se puede decir) a través del modo estésico, o, si este término corre el ries- go de crear problema, por medio del modo “figurativo”.

Formas de la figuratividad

En la arquitectura de la teoría semió- tica, la “figuratividad” se define, como se sabe, en relación con la “narrativi- dad”: esos son dos conceptos genéri- cos que remiten, el primero –la figura- tividad– al componente semántico del discurso, el segundo –la narratividad– al componente sintáctico. En cambio, cuando el término “figuratividad” se utiliza como instrumento de análisis de un discurso particular, la noción de figuratividad adquiere un carác- ter más técnico. La palabra designa entonces un conjunto de formas dis- cursivas con valor icónico que repre- sentan los objetos del mundo, o con valor indicial, encargadas de señalar inferencialmente su presencia: esa es

5 A título de ejemplo de esas dos posturas, analizadas, respectivamente, a partir de un texto de Lévi-Strauss y de una página de Proust (Landowski 2004: 294-303).