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Este documento explora la evolución de los métodos de castigo y vigilancia en la sociedad, desde el suplicio medieval hasta las técnicas disciplinarias modernas. Se analiza la obra de michel foucault, 'vigilar y castigar', que expone cómo el poder se ejerce a través de la vigilancia y la disciplina, y cómo estas prácticas se han extendido a todos los ámbitos de la vida social.
Tipo: Monografías, Ensayos
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Según Foucault, en la Edad Media el suplicio era un riguroso modelo de demostración penal, cuyo objetivo era manifestar la verdad obtenida durante el proceso penal. El castigo físico sobre el cuerpo del condenado, como el paseo por las calles o la lectura de la sentencia, era también un ritual político que buscaba vengar la ofensa al soberano.
Sin embargo, entre los siglos XVII y XIX, los suplicios comienzan a desaparecer por dos razones principales:
La desaparición del espectáculo punitivo: Los días de ejecución y suplicio eran propicios para desórdenes entre el público, y el condenado a veces se convertía en objeto de admiración.
El relajamiento de la acción sobre el cuerpo del delincuente: Aunque las nuevas penas como trabajos forzados, prisión y deportación siguen siendo "físicas", el objeto de la operación punitiva deja de ser fundamentalmente el cuerpo y pasa a ser el alma. Se juzga no solo el hecho delictivo, sino también las pasiones, instintos y anomalías de los individuos.
A partir de la segunda mitad del siglo XVIII, surgen numerosas críticas contra los suplicios, basadas en el concepto de "humanidad" que debe respetarse incluso en el peor de los asesinos. Sin embargo, Foucault considera que estas críticas esconden una búsqueda de una nueva "economía del castigo".
Los cambios sociales del siglo XVIII, como el aumento de la riqueza, suponen una disminución de los crímenes de sangre y un aumento de los delitos contra la propiedad. En este contexto, la burguesía emergente siente la necesidad de un ejercicio más escrupuloso de la justicia, que castigue toda pequeña delincuencia que antes dejaba escapar.
Así, se desarrolla un nuevo poder de castigar basado en seis reglas básicas:
Regla de la cantidad mínima: El castigo debe superar, pero solo un poco, las ventajas obtenidas con el crimen. Regla de la idealidad suficiente: La eficacia de la pena descansa en la representación que el posible delincuente hace de ella.
Regla de los efectos laterales: Los efectos más intensos no se deben producir en el culpable, sino en los que pudieran llegar a serlo. Regla de la certidumbre absoluta: Debe haber una seguridad de que el delito va a ser castigado. Regla de la verdad común: La investigación abandona el antiguo modelo inquisitorial para adoptar el de la investigación empírica. Regla de la especificidad óptima: Todas las infracciones deben estar especificadas, y debe haber una individualización de las penas.
En la tercera parte, Foucault analiza los cambios aparecidos en instituciones como hospitales, cuarteles y escuelas, con el fin de relacionar las nuevas formas de control de los individuos con el análisis de la economía del castigo.
Foucault denomina "disciplinas" a estas técnicas que permiten un control minucioso del cuerpo y le imponen docilidad. Estas disciplinas se basan en instrumentos simples como:
La vigilancia debe ser una mirada que vea sin ser vista. Se construyen edificios que permiten un control interior, como el hospital-edificio o la escuela-edificio.
En todos los sistemas disciplinarios funciona algún tipo de mecanismo penal: sus propias leyes, castigos especificados y normas de sanción.
La disciplina y el castigo según Michel
Foucault
Lo que la disciplina realmente castiga son las desviaciones. Los castigos disciplinarios tienen como función hacer respetar un orden artificial (un reglamento) y también un orden "natural", definido por procesos naturales y observables, como la duración de un aprendizaje o el nivel de aptitud alcanzado.
El castigo disciplinario tiene una función correctiva, ya que busca reducir las desviaciones. Todas las conductas y cualidades se califican a partir de los polos del bien y el mal, lo que permite establecer una cuantificación y obtener un balance. De esta manera, lo que se califica ya no son las acciones, sino a los individuos mismos.
Esta contabilidad de premios y sanciones permite establecer con exactitud el rango de cada uno, de modo que la disciplina puede premiar concediendo
Hay una tendencia a la nacionalización de los mecanismos de disciplina, ya que para ejercerse, el poder debe apropiarse de instrumentos de vigilancia permanente, exhaustiva, omnipresente.
Aunque la prisión no era algo nuevo, en el paso del siglo XVIII al XIX comienza a imponerse como castigo universal debido a que presenta ciertas ventajas:
En una sociedad en la que la libertad es el bien por excelencia, su privación también aparece como un mal para todos, por lo que la prisión aparece como un castigo "igualitario".
La prisión permite cuantificar exactamente la pena mediante la variable tiempo.
La prisión asume un papel de aparato para transformar los individuos y para ello reproduce, acentuados, todos los mecanismos disciplinarios que aparecen en la sociedad.
Los principios fundamentales sobre los que se asienta la prisión para poder ejercer una educación total sobre el individuo son:
El aislamiento del condenado, que garantiza que el poder se ejercerá sobre él con la máxima intensidad.
El trabajo, que está definido como un agente de la transformación penitenciaria.
La modulación de la pena, que permite cuantificar exactamente las penas y graduarlas según las circunstancias.
De esta manera aparece dentro de la prisión un modelo técnico-médico de la curación y de la normalización. La prisión se convierte fundamentalmente en una máquina de modificar el alma de los individuos, lo que permite el surgimiento de la criminología como ciencia.
Foucault señala que la crítica a la prisión comienza ya a principios del siglo XIX, y utiliza los mismos argumentos que podemos encontrarnos hoy en día: las prisiones no disminuyen la tasa de la criminalidad, la detención provoca la reincidencia e incluso fabrica delincuentes, los ex-presos van a tener mucha dificultad para que la sociedad los acepte, la prisión hace caer en la miseria a la familia del detenido.
A pesar de estas críticas, la prisión se ha seguido defendiendo como el mejor instrumento de pena siempre que se mantengan ciertos principios:
Principio de la corrección: La detención penal debe tener como función esencial la transformación del comportamiento del individuo.
Principio de la clasificación: Los detenidos deben estar repartidos según criterios como su edad, sus disposiciones, las técnicas de corrección que se van a utilizar con ellos y las fases de su transformación.
Principio de la modulación de las penas: El desarrollo de las penas debe poder modificarse de acuerdo con la individualidad de los detenidos.
Principio del trabajo como obligación y como derecho: El trabajo debe ser uno de los elementos esenciales de la transformación y de la socialización progresiva del detenido.
Principio de la educación penitenciaria: La educación del detenido es una precaución en interés de la sociedad a la vez que una obligación frente al detenido.
Principio del control técnico de la detención: El régimen de la prisión debe ser controlado por un personal especializado que posea la capacidad moral y técnica para velar por la buena formación de los individuos.
Principio de las instituciones anejas: La prisión debe ir seguida de medidas de control y de asistencia hasta la readaptación definitiva del antiguo detenido.
Según Foucault, progresivamente las técnicas de la institución penal se transportan al cuerpo social entero, lo que tiene varios efectos importantes:
Se produce una gradación continua entre el desorden, la infracción y la desviación respecto de la regla. La desviación y la anomalía obsesionan a las distintas instituciones.
Aparecen una serie de canales a través de los cuales se recluta a los "delincuentes", que con frecuencia pasan a lo largo de sus vidas por las instituciones destinadas a prevenir y evitar el delito.
En la gradación continua de los aparatos de disciplina, la prisión no supone más que un grado suplementario en la intensidad del mecanismo que actúa ya desde las primeras sanciones.
En todas partes nos encontramos jueces de la normalidad: el profesor- juez, el médico-juez, el trabajador social-juez.
El tejido carcelario de la sociedad es a la vez el instrumento para la formación del saber que el poder necesita. Las ciencias humanas han sido posibles porque se acomodan a esta forma específica de poder.