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Una relacion estrecha entre la fisica la quimia y la arquitectura en el siglo XXI.
Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones
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La Basílica del siglo XX
en La Villa de Guadalupe
Foro abierto
Pedro Ramírez Vázquez y José Luis Benlliure Galán, Nueva Basílica de Guadalupe, Ciudad de México, 1974- Fotografía: Juan B. Artigas
arias fueron las razones que originaron la construcción de la Nueva Basílica del siglo XX en La Villa de Guadalupe; una de ellas, el crecimiento demográico en el país, cuya población pasó de 20 millones de habitantes a más de 100, entre los años 1950 y 2000. Otra, también fundamental, el deterioro de los ediicios antiguos debido al hundimiento de las estructuras, producido por su propio peso y por el descenso del nivel del agua en las capas freáticas del subsuelo del Valle de México, con la consiguiente compresión del terreno. En el caso de La Villa, esta compresión motivó hundimientos diferenciales en el frente, es decir el sur, hacia la Ciudad de México, con el Cerro del Tepeyac por respaldo, cuyas capas inferiores son de piedra maciza, lo suicientemente sólidas como para no quedar expuestas a tales variaciones. Los ediicios no podían permanecer irmes indeinidamente, con una mitad sobre terreno sólido y con la otra sobre piso de lodo; tal fue la causa de su resquebrajamiento. A través de los siglos asistimos a constantes ampliaciones y a la construcción de nuevos ediicios, hasta 1931, cuando se celebró el cuarto centenario de las apariciones. No obstante, muchas de las obras llevadas a cabo en diferentes épocas no hicieron sino acentuar las carencias que presentaba el lugar, porque recargaron aún más el terreno. Es decir que desde la misma construcción de los inmuebles, sumamente masivos y pesados, empezaron las diicultades sin que jamás fueran resueltas de manera cabal; tampoco hubiera sido fácil lograrlo entonces, en vista de los conocimientos y recursos técnicos que se tenían. Incluso llegó a temerse el derrumbe de los templos por la enorme concurrencia al santuario. Fue así como, poco después de mediados del siglo pasado, se planteó la posibilidad de construir un nuevo ediicio para resolver las nece- sidades existentes ya de antiguo. La idea era buena, ahora bien ¿cómo realizarla? Fueron dos los arquitectos que destacaron en el proyecto llevado a cabo a mediados del siglo pasado: Pedro Ramírez Vázquez y José Luis Benlliure Galán. El primero, de sobra conocido en la historia de la arquitectura mexicana del siglo XX, es el gran realizador, entre otras obras, del Museo Nacional de Antropología e Historia y de las instalaciones de los Juegos Olímpicos de 1968; de gran talento para formar equipos de trabajo y pieza clave en el desarrollo del país. Claro está que una obra de tanta importancia como la que nos ocupa, no hubiera podido llevarse a cabo sin la intervención de este destacado profesionista. En su artículo “Basílica de Guadalupe, santuario de los mexicanos” , Ramírez Vázquez recuerda que el ingeniero Manuel González Flores, inventor de los pilotes de control, entre otros aciertos “[...] desde los años sesenta, había sido el primero en alertar sobre el peligro que amenazaba a la antigua Basílica y la necesidad de construir una nueva”.^1
Por su parte, José Luis Benlliure, gran arquitecto, maestro y amigo en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México, tenía como antecedente directo haber realizado un edificio para el Seminario Menor de la Arquidiócesis de México, en el barrio de Tlalpan, en el Distrito Federal, por encargo de monseñor Guillermo Schulenburg, obra que se llevó a cabo con éxito, arqui- tectónico y notablemente administrativo.^2
Es poco conocido que antes de que Pedro Ramírez Vázquez interviniese en el proyecto, Benlliure había efectuado varios anteproyectos que ubicaban a la Nueva Basílica en la parte superior del Cerro del Tepeyac, donde se esperaba que no habría problemas, dada la confor-
un punto elevado de la construcción, y por una iluminación destacada desde lo alto, sin ninguna habitación encima. Ade- más, la capacidad de feligresía debía de superar en mucho al cupo de la Iglesia Colegial, por lo cual su desarrollo requería de supericies mucho mayores que las anteriores. ¿Cómo evitar, entonces, que el ediicio fuese demasiado masivo? Esto se logró con el tratamiento de la forma, que, entre otras cualidades, presenta una escala estando cerca del ediicio, y otra cuando se le ve a la distancia. El cupo se pensó para 10 000 personas en el interior y 30 000 en la plaza, siendo que la Colegiata admitía solamente entre 2 000 y 3 000, ya muy apretadas.^4 Un proyecto tan atrevido por su modernidad arquitectó- nica produjo inicialmente un rechazo por parte de los ieles (acostumbrados a asistir a un conjunto barroco, recargado y estrecho, plagado de elementos ornamentales, amontonamiento de lores, empujones, hacinamiento y sones de mariachi). Era común oír decir que el ediicio nuevo podía “estar bien”, pero que no era el lugar adecuado para la Virgen de Guadalupe. El tiempo demostró la comodidad del inmueble y la aceptación de los feligreses de esta Basílica. La presencia del templo es rotunda. Construido a escala con respecto a la magnitud de la plaza, y aunque su altura supera a la de las demás construcciones, desde la Plaza de las Américas no parece tan alto porque la cúspide se halla en pico, a más de 100 metros de distancia del observador. Tampoco parece tan grande como es en realidad porque no ofrece paredes planas frontales a la vista; sus supericies curvas hacen resbalar en profundidad las miradas, que resultan rasantes, cualquiera que sea el punto de vista del observador. Como elemento urbano el ediicio sobresale por encima con su terminación superior en punta, rematada con una cruz en el vértice de su supericie
ascendente, según se va elevando; esta supericie de doble cur- vatura conforma toda la cubierta, de allí su aparente ligereza. Desde amplias distancias no se ve la totalidad del ediicio, ya que quedó constreñido entre la Calzada de los Misterios, la Calzada de Guadalupe y el cerro del Tepeyac por el norte. Es a menos de 200 metros, y no más, como puede observarse la Basílica completa; ya sea desde alguna de las calles, la plaza frontal —llamada de las Américas— o bien desde lo alto de los pasos exteriores peatonales a desnivel qu e cruzan las avenidas aledañas. Aparece entonces la volumetría general descendente desde el vértice superior en curvaturas continuas, hasta llegar al anillo exterior que las contiene conformando el cilindro perime- tral de la planta general. Como la proyección en planta del vér- tice superior no está centrada sino próxima al lado poniente de la planta, cuando vemos el templo según el corte longitudinal, el vértice superior está descentrado y por eso tiene curvatura de más inclinación hacia la parte posterior, esto es, hacia el poniente; más corta en extensión —13 metros en planta— que la curva que se dirige hacia la plazaΗcon 90 metros de desarrollo longitudinal en planta—, en donde se ubica la entrada principal. Vista la Basílica desde el centro de la plaza, se aprecia el vértice superior al centro, alejado y elevado, de volumen simétrico, dado que el altar queda en medio, en el mismo eje central de simetría; eje o plano vertical de simetría, si se preiere. Si desde el vértice superior de la cubierta trazamos vir- tualmente un eje vertical, se obtiene una línea “a plomo” de apoyo, estructural y visual, de cuya cúspide penden catenarias descendentes en derredor, que llegan hasta la circunferencia de la planta, que mide 103 metros de diámetro exterior. Recordemos que una catenaria es la curva natural que describe una cuerda colgada de sus dos extremos, condicionada por el material de
Interior de la Basílica Fotografía: Alfonso Zavala
que está constituida, la resistencia y peso de esta, y por la fuerza de gravedad. La planta es, pues, un círculo donde el altar señala un punto ijo de la orientación oeste, que debe contemplarse tanto desde el este como desde el norte y el sur, por lo cual la sala para los feligreses es más ancha que profunda. Es decir, la planta del área de la nave de la Basílica es mayor en el sentido transversal norte-sur. La cubierta está conformada, entonces, por una supericie colgante y ésa es la generación de su estructura. Ésta se asemeja a una lona colgada de un poste vertical, mismo que aquí perfora el terreno a 40 metros de profundidad para apoyarse por medio de pilotes en las capas resistentes del subsuelo. En un artículo de reciente publicación referido al calculista —el ingeniero Óscar de Buen López de Heredia—, se comenta que la estructura “[…] ofrece una interesante solución. Se buscó un tipo de cimentación mínima, optando por concentrarla en un solo apoyo central del cual se ancló la cubierta en forma de colgante irregular, y en ella se com- binaron el acero y el concreto”.^5 El elemento que destaca visualmente cuando se está fuera del templo, aunque cerca de él, es el cilindro exterior de dos pisos de altura, esto es, unos 10 metros, que parece lotar en el aire porque la planta baja está hueca en la mayor parte del perímetro, dado que se hallan en ella las entradas para los ieles a la gran sala. No cuenta más este volumen que como una supericie curvada, convexa, tratada con celosía vertical, prácticamente continua, que se fuga en las dos direcciones de su redondez, alejándose del espectador, por lo cual la forma es ligera para la percepción, puesto que se fuga en profundidad en los dos sentidos y se capta como un volumen suspendido. Desde aquí no se ve nada más porque la proximidad impide apreciar el desarrollo en altura del ediicio. Destaquemos que por todo ello no pierden dignidad la Colegiata ni el Convento de Capuchinas, situadas en el costado norte de la plaza, ya que sus supericies de fachada, que apuntan directamente sobre la plaza, son planas, frontales con respecto al público y más altas en los ediicios antiguos que en el frente de la Nueva Basílica. Además, debido a que la forma superior de doble curvatura del ediicio nuevo termina en un punto, su volumen adquiere ligereza para la percepción visual, según dijimos antes. Penetrar en el ediicio es toda una experiencia, puesto que se abre un inmenso espacio techado libre de obstáculos
y de apoyos desde el momento en que se traspone el anillo perimetral de un piso de altura por dentro. Este anillo tiene en el primer piso una serie de capillas en las que se puede oiciar misa (simultáneamente a las ceremonias que se estén llevando a cabo en el área central), desde las cuales se observa la ima- gen de la Guadalupana, que ocupa el punto focal de toda la composición; la imagen está ubicada ligeramente hacia atrás y se aprecia por encima del altar desde cualquier lugar que se observe estando el espectador dentro de la iglesia. Las capillas se localizan hacia el oriente y abarcan únicamente un tramo de la corona circular de la planta. La planta baja del anillo perimetral mide seis metros de altura, que es poca comparada con los más de 40 que tiene el espacio sobre el altar. Así que, a partir del término interior del anillo, comienza a elevarse la techumbre hasta la cúspide geométrica, señalada también por un amplio tragaluz con una celosía por la cual entra luz desde toda la altura, a la vez que, por estar abierto, ventila el recinto. A partir de dicha cumbre y en el fondo, baja en vertical una pared plana, frontal a la entrada principal, al centro de la cual se ha dispuesto un mag- níico retablo, muy discreto, de madera natural incrustado de relejos dorados, con una cruz al centro en lo alto, y en cuyo punto culminante se halla la imagen de la Virgen de Guadalupe, visible desde cualquier lugar del interior de la nave de la iglesia. Se obtiene así un espacio de gran altura, dentro del cual no se percibe un ambiente agobiante, incluso cuando suele haber miles de concurrentes que constantemente asisten a las cere- monias religiosas. Aun con la altura que tiene el ediicio, no se halla el peregrino en un ámbito desangelado porque en mitad
José Luis Benlliure Galán, maqueta del anteproyecto de la Basílica sobre el Cerro del Tepeyac
para la venta de recuerdos religiosos, y pasillos que conducen a la iglesia, a las capillas y a los elevadores que llevan a los otros pisos, dispuestos en la sección posterior, al poniente del templo. Cuenta la Basílica, en esta parte, con una excelente biblioteca de temas marianos. No puede dejar de mencionarse la amplia supericie destinada para criptas, debajo de la nave, ni los pisos de estacionamiento ubicados bajo la plaza. Encima de la puerta principal del recinto, en el primer piso y debajo de la cruz del acceso, se construyó una capilla abierta; ya comentamos que esto es una evocación de las capillas abiertas del siglo XVI, “las iglesias que dio la tierra”, que marcaron el co- mienzo de la evangelización en tierra irme del continente ame- ricano. Aunque a otra escala, ésta es equivalente a las capillas abiertas que fueron ediicadas en la misma Villa de Guadalupe, inicialmente, para cobijar la imagen de la Virgen, desde tiempos de fray Juan de Zumárraga. Con la misma intención de recordar la liturgia del siglo XVI se incluyeron en el proyecto moderno varias capillas posas en el atrio, así llamadas por posarse en ellas, es decir, descansar el Santísimo durante las procesiones a cielo abierto, sobre todo durante la Semana Santa. La construcción del nuevo santuario en La Villa se llevó a cabo en tiempo muy breve, dado que la primera piedra fue
Plano de localización de los edificios, 2003 Dibujo: Juan B. Artigas y Zandra Morales Godínez
Con la misma intención de
recordar la liturgia del siglo XVI
se incluyeron en el proyecto
moderno varias capillas posas
en el atrio, así llamadas por
posarse en ellas, es decir,
descansar el Santísimo durante
las procesiones a cielo abierto
Referencias Artigas, Juan B., La Villa de Guadalupe. Arquitectura y urbanismo , inédito. Ávila Gaytán, Salvador; Guzmán Urbiola, Xavier, y Luis Enrique Moguel Aquino, “Ingeniero Óscar de Buen López de Heredia”, en Bitácora arquitectura , revista de la Facultad de Arquitectura, núm. 19, UNAM, 2009. Fernández del Castillo, Francisco; García Granados, Rafael; Mac Gregor, Luis, y Lauro E. Rosell, México y la Guadalupana. Cuatro siglos de culto a la Pa- trona de América , México, Secretaría del Arzobispado de México, 1931. Ramírez Vázquez, Pedro, “Basílica de Guadalupe, santuario de los mexicanos.”, en Carmen Aguilera e Ismael Arturo Montero García (coords.), Tepeyac: estudios históricos , México, Universidad del Tepeyac, 2000, pp. 227-233. Llamosa García, José Antonio, “Antología de la noticia. Traslado de la imagen a su nueva Basílica”, México, Diario Excélsior , 24 de octubre de 1976. (Registro Oicial, 187/05). López Rangel, “José Luis Benlliure”, en Bitácora arquitectura , revista de la Facultad de Arquitectura, núm. 9, UNAM, 2009. Shulenburg Prado, Guillermo, Memorias del “último abad de Guadalupe” , México, Miguel Ángel Porrúa, 2003.
Notas 1 Pedro Ramírez Vázquez, “Basílica de Guadalupe, santuario de los mexica- nos”, México, 2000, p. 227. 2 Sucedió que ante infundios deseosos de perjudicar al profesionista, se llevó a cabo una auditoría de obras y gastos efectuados, de la cual salió bien librado, no ya con su honradez demostrada sino que, además, se comprobó que se había trabajado a un costo menor que el estimado por la supervisión. 3 Guillermo Schulenburg, Memorias del “último abad de Guadalupe”, México , Porrúa, 2003, p. 72. De aquellos primeros proyectos, quien fue- ra por entonces abad de Guadalupe, promotor del proyecto, comentó lo siguiente: “[…] comenzamos a trabajar con un grupo de arquitectos, encabezado por José Luis Benlliure, artista inspirado y maestro de arqui- tectura, imaginando una hermosa Basílica en la colina del Tepeyac. Cola- boraron con José Luis, el arquitecto Alejandro Shoenhoffer, el ingeniero José Cano Vallado, el arquitecto liturgista fray Gabriel Chávez de Mora de la Orden de San Benito (OSB), el arquitecto Javier García Lascurain, el arquitecto Juan Urquiaga y algunos más”. 4 El culto guadalupano pasó a convertirse en símbolo de la mexicanidad. Se sabe que en 1810, al inicio de la Independencia de México, Miguel Hidalgo utilizó la Sagrada Imagen como bandera. El guadalupanismo es tan popular en México que se airma que se puede no ser creyente, pero no así guadalupano. Es por ello que la Virgen de Guadalupe sigue siendo un símbolo nacional, arraigado y de cohesión para una parte importante de la población. 5 Salvador Ávila Gaytán, Xavier Guzmán Urbiola y Luis Enrique Moguel Aquino, “Ingeniero Óscar de Buen López de Heredia”, en Bitácora arqui- tectura, Revista de la Facultad de Arquitectura, núm. 19, UNAM, 2009. 6 Pedro Ramírez Vázquez, i bidem , p. 234. 7 Guillermo Schulenburg, op. cit., p. 91. 8 Pedro Ramírez Vázquez, i bidem , p. 229. 9 José Antonio Llamosa García, “Antología de la Noticia. Traslado de la Imagen a su Nueva Basílica”, Excélsior, 24 de octubre de 1976. ( Registro Oicial. 187/05.)
colocada el 12 de diciembre de 1974, bendecida por el cardenal arzobispo de México, doctor Manuel Darío Miranda. Se inaugu- ró el 12 de octubre de 1976.^8 Esta última fecha fue ijada por requerimientos políticos —ya que un proyecto de esta natu- raleza implica un sinfín de compromisos—, adelantando el día previsto para la terminación sobre un tiempo ya reducido. Todo ello obligó a dar soluciones de detalle a veces un tanto apresu- radas, que no estaban previstas en los proyectos originales y quitaron inura a algunos de los acabados, con el consiguiente malestar de los proyectistas. Aun así, no cabe duda que la Nueva Basílica de Guadalupe es un ediicio fundamental en la historia de la arquitectura del siglo XX en México, ediicio cuya importancia no ha sido reconocida todavía tal y como se merece. Para dar una idea de la magnitud de la obra, cabe men- cionar que la cimentación de la estructura total se apoya en 344 pilotes de control que llegan hasta las capas resistentes del terreno situadas a 40 metros de profundidad, y que esta cimentación está basada en un procedimiento de sustitución de cargas que eliminaron 50 000 toneladas de tierra del lugar, con lo cual se compensa parte del peso del ediicio, estimado en 100 000 toneladas.^9 Estos datos permiten apreciar la di- mensión del proyecto y de su construcción. Como obras fundamentales iniseculares deben mencionarse la reestructuración de las cimentaciones de los otros ediicios de La Villa y el refuerzo de las superestructuras, esto es, de las estructuras que aparecen por encima de la supericie del terreno, tanto en la Colegiata como en Capuchinas y en la Capilla del Pocito. Obras llevadas a cabo a partir de la década de los setenta durante 40 años, primero desde la Secretaría del Patrimonio Nacional hasta el comienzo del siglo XXI; ahora por medio de la Dirección General de Sitios y Monumentos del Patrimonio Cultu- ral del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), a cargo del doctor en arquitectura Xavier Cortés Rocha, y de los arquitectos Julio Valencia y Carlos Cruz Rodea. Con ellas se logró recuperar los niveles de los ediicios que estaban sumamente inclinados, dañados por agrietamientos de consideración y se evitó su derrumbe. De no haberse llevado esto a cabo se hubieran colapsado las pesadas estructuras de los ediicios antiguos. En la sección posterior de la Basílica barroca se ha instalado el Museo de la Villa de Guadalupe con magníicas obras de arte relacionadas con el culto mariano.
José Luis Benlliure Galán Planta a nivel de acceso posterior y planta salón de cabildos