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Una reflexión sobre la vida de hijo de dios en la perspectiva de san josemaría, enfatizando la santidad y el apostolado. Se aborda la ontología cristiana, la vida espiritual, la corporalidad, la inhabitación de la trinidad y la identificación con cristo. Se destaca la importancia de la oración, la santa misa y la mortificación cristiana en la vida de hijo de dios.
Tipo: Traducciones
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El núcleo de la fe cristiana no es un conjunto de verdades sino una persona , Jesucristo, que nos habla con sus obras y palabras del Amor de Dios Padre por la humanidad. “Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” ( 1 Ts 4, 3 ). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “ Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la ple- nitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” ( Lumen gen- tium 40 ). Preguntar a un catecúmeno: “¿quieres ser santo?” “significa ponerle en camino del Sermón de la Montaña: ‘Sed perfectos como es perfec- to vuestro Padre celestial’ ( Mt 5, 48 )” ( Novo millennio ineunte 31 ).
La palabra hebrea qadosh –antecedente de sanctus y santo - proviene de la raíz qds que significa separar , cortar e indica lo separado, lo distinto. “El Santo” significa que Yahvé es el diverso, el separado, el totalmente otro respecto de lo caduco y limitado del hombre. Muestra su absoluta trascendencia. En el AT el pueblo de Israel es un pueblo santo , porque ha sido elegi- do por Dios y separado de los demás pueblos para participar de los bienes divinos y vivir según la ley de Dios.
Desde la perspectiva ontológica , el cristiano ya es santo porque en el bautismo es ya divinizado , y hecho partícipe de la natura- leza divina , hijo de Dios en Cristo, posee el amor de Dios, la caridad. Desde la perspectiva existencial el cristiano tiene que convertir todo su vivir en lo que ya es. Porque participa de la vida de Cristo, puede y debe actuar como Cristo. Porque es santo, puede y debe actuar como santo. La santidad cristiana incluye toda la exis- tencia humana, porque deriva del nuevo ser. El cristiano conoce como Dios cono- ce ( fe ), ama como Dios ama ( caridad ) y está siempre llamado al crecimiento de la fe y la caridad ( esperanza ).
La santidad es un don que recibimos de Dios, pero un don que exige inseparablemente la aceptación por parte del ser humano, la corres- pondencia de la libertad. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” ( 1 Tim 2, 4 ). Pero, a la vez, la elección y la llamada es personal : es la vocación cristiana. El cristiano está llamado a la santidad por el hecho de ser cristiano , no por algún otro título añadido. Todos los fieles están llamados a la santidad que no es otra cosa que la plenitud de la vida cristiana. La santidad crece progresivamente con el juego de la acción de Dios y la libertad humana.
“ No es posible separar en Cristo su ser Dios- Hombre y su función de Redentor” ( San Jo- semaría ). Este principio se realiza también en el cristiano por ser “otro Cristo, el mismo Cristo”. “Nuestra vocación de hijos de Dios, en medio del mundo, nos exi- ge que no busquemos solamente nuestra santidad personal, sino que vayamos por los senderos de la tierra, para convertirlos en trochas que, a través de los obstáculos, lleven las almas al Señor ; que tomemos parte como ciudadanos corrientes en todas las acti- vidades temporales, para ser levadura que ha de informar la masa entera” ( San Josemaría, Es Cristo que pasa 120 ).
El apostolado se ejerce de diversas maneras según la diversidad de los fieles. A los laicos les “pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenán- dolas según Dios ” ( Lumen gentium 31 ). “Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un labora- torio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso pa- norama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situa- ciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir” ( San Josemaría, Conversaciones 113 ).
Elementos de la vida espiritual humana, 1 Espiritualidad : la persona humana es sustancia indivi- dual de naturaleza racional. Subsiste por sí, obra por sí, tiene dominio propio en el acto, es causa propia en el obrar. Relacionalidad : que el ser humano es imagen de Dios significa que es persona , no es solamente algo sino alguien. Implica la necesidad de buscar un tú , alguien con igual dignidad –de persona- con quien compartir conocimiento y amor. Lo principal de la vida del espíri- tu no es el conocimiento de las cosas, sino el conoci- miento de las personas, que lleva por naturaleza a amarlas. a b
Elementos de la vida espiritual humana, 2 d c Corporalidad : el núcleo de la imagen de Dios radica en la espiritualidad, pero no se agota en ella. La unidad del al- ma y del cuerpo es total y profunda (alma “ forma ” del cuerpo). Gracias al alma espiritual, la materia que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente. En el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza. Historicidad : La corporalidad hace que la persona huma- na tenga tiempo e historia. La corporalidad implica la necesidad del ser humano de perfeccionarse paso a paso, integrando y armonizando los distintos aspectos de su vi- da progresivamente, lo que hace del hombre un ser con historia , tanto personal como colectiva.
El hombre es imagen personal de Dios Uno y Trino. El hombre ha sido introducido en la vida íntima de Dios y Dios se ha intro- ducido en la vida íntima del hombre. Somos templos del Espíritu Santo, la Trinidad inha- bita en el cristiano. La inhabitación implica el comunicarse íntimo y personal de un Dios vivo que se hace presente en el hombre para hacerle participar de su vida e invitarle a afrontar la existencia en comunión y diálogo con Él. Presencia de la Trinidad de tal manera que el propio sujeto humano es introducido en el seno de la Trinidad.
La inhabitación de la Trinidad en el cris- tiano, por la acción del Espíritu Santo que nos incorpora a Cristo, nos transforma en hijos de Dios Padre. Con la revelación del Padre , Jesucristo nos habla de su Filiación divina, de la Trinidad y también de nuestra condición de hijos adoptivos. Somos hijos adoptivos de Dios, pero la adopción divina no es como la adopción jurídica humana. Estamos ante una filiación ontológica , que toca y transforma desde dentro al ser humano. Es una nueva creación, un nuevo nacimiento a la vida sobrenatural.
Con el Espíritu Santo, la gracia que llena el alma informa nuestras acciones , nuestro modo de pensar y de sentir, nuestra existencia entera. El cristiano, en su existencia ordinaria y corriente, en los detalles más sencillos, en las circunstancias normales de su jorna- da habitual, debe poner en ejercicio la fe, la esperanza, la caridad. Vivimos la libertad de los hijos de Dios : “La libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata, cuando se gasta en buscar el Amor infinito de Dios, que nos desata de todas las servidumbres” ( San Josemaría, Amigos de Dios 27 ). “El que no se sabe hijo de Dios , desconoce su verdad más íntima” ( Idem 26 ).
Al ser la dimensión más radical del ser y vivir cristiano, la filiación divina está presente y con- figura la actitud de la persona en la labor profe- sional , la vida de oración , la aceptación alegre del sufrimiento y del dolor , el empeño por acer- car a Dios a todos los que nos rodean, etc. En la vida de cada día, el sabernos hijos de Dios fundamenta la actitud de confianza propia del cristiano. Una confianza en la providencia amorosa y paterna de Dios. Esto tiene como conse- cuencia en el plano personal, la serenidad , la paz interior y la alegría pase lo que pase, porque todo un Dios, Padre y Omni- potente, nos sostiene.
En los Evangelios se habla principalmente del seguimiento de Cristo, sobre todo con dos términos: “ seguir ” y “ discípulo ”. En los sinópticos , seguir significa “caminar detrás de Jesús ”, y tam- bién llevar la cruz. La llamada a seguir a Jesús se extiende a todos. El término “discípulo” se aplica a los doce, a los 72 y se hace similar a “ cristiano ” (“todo el que dé de beber tan sólo un vaso de agua a uno de estos pequeños por ser discípulo...” ( Mt 10, 42 )). En San Juan , los discípulos son los fieles de la comunidad cristiana. El discípulo es el que tiene fe. El discípulo se conoce sobre todo por la ca- ridad (el mandamiento del Amor).
San Pablo emplea poco el término “seguir”. Usa más bien la palabra imitar o imitación. Jesucristo es el modelo a imitar. La santificación es igual a la cristificación. La existencia del cristiano es una vida en Cristo y con Cristo. La imitación en el obrar no es un camino hacia la incorporación a Jesucristo, sino una consecuencia de ella: como Cristo ya está presente en el cristia- no , éste debe comportarse de acuerdo con esa ín- tima realidad. No estamos ante una imitación simplemente externa sino de la per- sona en su totalidad, tanto ontológica como existencial. Esto es po- sible porque Cristo vive y además vive en el cristiano.