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Tipo: Apuntes
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A Parte Rei 50. Marzo 2007
Resumen
Hacer florecer las implicaciones ontológicas que la sexualidad esconde es el motivo de este trabajo. Descubrir los procesos socioculturales y discursivos que actualmente constituyen nuestra forma de ver el sexo, demuestra el camino que los mismos imponen en resolver de manera mediática, los retos que se le han impuesto a la sexualidad desde que el paradigma moderno está inscrito en ella. Reconocer esto es el primer paso en este análisis para demostrar la imposibilidad de separar nuestro sexo de la modernidad inscrita en nuestra sociedad modernizada, con sus respectivos roles, patrones, reglas y secretos establecidos en el lado oscuro de Occidente.
Palabras clave: sexualidad, modernidad, verdad
Sexuality and modern society: The knowledge that we still are not totally "free"¡
Abstract
To make bloom the ontological implications that sexuality hides is the reason of this work. To discover socio-cultural and discursive processes that nowadays constitute our way to look at sex, demonstrates the way that such impose in solving of a mediatic way, the challenges that have been dominated to sexuality since the modern paradigm is enrolled in it. Recognize this, is the first step in this analysis to demonstrate the impossibility of separate sex from the cultural modernism that we are living in, with its respective roles, patterns, rules and secrets established in the darkness of Occidentalism. Key words: Sexuality, modernity, truth
Sexualité et société moderne: Le savoir dont nous ne sommes encore pas du tout "libres"
Résumé
Faire fleurir les implications ontologiques que la sexualité dissimule, c’est le motif de ce travail. Découvrir les processus socio-culturels et du discours qui constituent actuellement notre façon de voir le sexe, démontrent le chemin que les mêmes imposent à résoudre de manière médiatique, les défis qui lui ont été imposés à la sexualité depuis que le paradigme moderne est inscrit en elle. Reconnaître ceci, est le premier pas dans cette analyse pour démontrer l'impossibilité de séparer notre sexe de la modernité inscrite dans notre culture, avec ses rôles respectifs, modéles, règles et secrets établis dans l'obscurantisme de l'occidentalisme. Mots clef : sexualité, modernité, vérité
1. El error de pensar nuestra sexualidad sólo como “carne”.
Las posibilidades eróticas del animal humano, su capacidad de ternura, intimidad y placer nunca pueden ser
Henry Moncrieff
expresadas espontáneamente, sin transformaciones muy complejas: se organizan en una intrincada red de creencias, conceptos y actividades sociales, en una historia compleja y cambiante Jeffrey Weeks
Si escuchamos la palabra “sexo” inmediatamente pensamos en genitalidad. Para más mal que bien siempre hemos enfocado el sexo sólo en una esfera “biológica”. Esto indiscutiblemente ya forma parte de la manera -general- de pensar del hombre moderno. No hemos tenido la delicadeza de reflexionar sobre la episteme que construye el sexo y de los discursos que el mismo ha fomentado. No hemos notado la simple operación aritmética de la sexualidad, que no es más que el producto del “resultado del cruce de la naturaleza con la estructura social y responde, por tanto, a condiciones sociales determinadas por un contexto” (Osborne y Guasch, 2003:1). La restricción de la falacia sexual a pura genitalidad es un grave error, lamentablemente en la modernidad la mayoría de las gentes se han dogmatizado en solo hablar del genital, del acto sexual y del mero placer. La sexualidad es mucho más de lo que percibimos de primer momento. Ni siquiera nos percatamos de la diversa e inmensa arquitectura que hemos levantado desde el sexo. Vivimos en una estructura construida con infinidad de discursos sexuales, se puede notar en el amplio imaginario social que tenemos para describir nuestros sexos , ya que existen figuras, olores y hasta luces, que son sexuales y no necesitan de la genitalidad y de sus órganos para ser sexuales, pues “cada pasión tiñe los objetos de conocimiento con su color” (Schopenhauer, 2005:141). Bourdieu hace referencia a este gran problema de una manera suspicaz:
La construcción de la sexualidad como tal (que encuentra su realización en el erotismo) nos ha hecho perder el sentido de la cosmología sexualizada, que hunde sus raíces en una topología sexual del cuerpo socializado, de sus movimientos y de sus desplazamientos inmediatamente afectados por una significación de lo social (2005:19).
Si nos detenemos con calma a reflexionar sobre la sexualidad que hemos conformado, notaremos que la misma “no se ajusta a un modelo unívoco sino que es plural, procesual y cambiante, características éstas intrínsecas a todos los hechos sociales. Por eso puede afirmarse que la sexualidad es un producto social e histórico” (Osborne y Guasch, 2003:22). Y que sin percatarnos hemos construido “una red a partir de la cual nace la sexualidad como fenómeno histórico y cultural en el interior de la cual reconocemos y nos perdemos a la vez” (Foucault, 1992:166). Ahora bien, entendiendo que la sexualidad constituye toda una maraña de elementos sociales, que van desde la política hasta la cultura, en la historia y las “historias” comentadas por la gente, el elemento social (acción) y su orientación cultural (sentido) han influido la sexualidad moderna de manera determinante. Si la sexualidad es una construcción histórica y social, y por ende no es un simple referente biológico. Entonces, esa supuesta sexualidad natural que siempre vemos, leemos y practicamos es solo carne^1 , una carne sin sustento, sin discursos, sin –y por- historias, sin relación con la sociedad. Esta carne sin condimentos, la hemos digerido desde siempre, hemos sido poco exquisitos en materia sexual.
(^1) Entiéndase el término “carne” como la superficialidad que acompaña a nuestros discursos
sexuales
Henry Moncrieff
sociales multiplicándose indefinidamente. Foucault hace hincapié en este punto de la siguiente manera:
[…] No era el niño del pueblo, el futuro obrero, a quien habría sido necesario inculcarle las disciplinas del cuerpo, era el colegial, el jovencito rodeado de sirvientes, preceptores gobernantas, y que corría el riesgo de comprometer menos una fuerza física que capacidades intelectuales, un deber moral y la obligación de conservar para su familia y su clase una descendencia sana. Frente a ello, las capas populares escaparon durante mucho tiempo, pero [...] Los mecanismos de sexualización penetraron lentamente en esas capas -populares- [...] Puede decirse que entonces el dispositivo de “sexualidad”, elaborado en sus formas más complejas y más intensas por y para las clases privilegiadas, se difundió en el cuerpo social entero (2005:147- 148).
Hay que empezar a deconstruir el poder para evitar malentendidos, no ver el poder como sólo algo que reprime y controla -aunque eso es lo que parezca- sino que también incita. Esto es muy importante de repasar ya que las relaciones de poder se encuentran en todos lados, son omnipresentes. Al no escapar de ellas, siempre se han creado resistencias y puntos de escape hacia el poder, tratando incansablemente de aprovechar sus flaquezas. Para entender esto vale la pena citar de nuevo La voluntad de saber de Michel Foucault:
[…] Pueden por objetivo global y aparente negar todas las sexualidades erráticas o improductivas; de hecho -más bien-, funcionan como mecanismos de doble impulso: placer y poder. Placer de ejercer un poder que pregunta, vigila, acecha, espía, excava, palpa, saca a la luz; y del otro lado, placer que se enciende al tener que escapar de ese poder, al tener que huirlo, engañarlo o desnaturalizarlo. Poder que se deja invadir por el placer al que da caza; y frente a él, placer que se afirma en el poder de mostrarse, de escandalizar o de resistir [...] Los llamados, las evasiones, las incitaciones circulares han dispuesto alrededor de los sexos y los cuerpos no ya fronteras infranqueables sino las espirales perpetuas del poder y del placer (2005:59).
Vemos entonces que el sexo no para de hablar, es incontenible y precipitado, no se deja controlar por las censuras y secretos que se le han impuesto. Curiosidad, curiosidad, curiosidad es lo que nos activa nuestro dispositivo repetidor de discursos sexuales.
Bien podría ser que hablamos de él más que de cualquier otra cosa; nos encarnizamos en la tarea; nos convencemos, por un extraño escrúpulo, de que nunca decimos bastante, de que somos demasiado tímidos y miedosos, de que nos ocultamos la enceguecedora evidencia por inercia y sumisión, y de que lo esencial se nos escapa siempre y hay que volver a partir en su búsqueda. Respecto al sexo, la sociedad más inagotable e impaciente bien podría ser la nuestra (Foucault, 2005:44).
El hombre al esconder el sexo, más bien se ha centrado en hablar todo sobre él, de manera “tímida” como dice Foucault, debido a los estatutos de moral en la época, los cuales contradictoriamente, han creado una especie de moral traicionada que ha sido común denominador desde el siglo XVIII, cuando aumentaron considerablemente las habladurías secretas sobre el sexo. Pero, aunque se habla mucho, se habla como algo que no se tiene. Debido a que la represión del siglo XVIII creó un mecanismo de lenguaje alterado para desdibujar y deconstruir todas las palabras de temática sexual, tratando de crear un lenguaje censurado, para cualquier oído que lo escuche. Se crea entonces un
Sexualidad y sociedad moderna: El saber de que aún no somos del todo “libres”
vocabulario autorizado y restringido especial para el sexo. Cualquier minuciosidad o detallismo a la hora de hablar de éste, era tomado como un insulto -preguntémosle a Sade- que estaba en contra del pudor de las mayorías. Conviene leer a Foucault:
La prohibición de determinados vocablos, la decencia de las expresiones, todas las censuras al vocabulario podrían no ser sino dispositivos secundarios respecto a esa gran sujeción: maneras de tornarla moralmente aceptable y técnicamente útil (2005:29).
Así como la moral aportó su limpieza “ética” desdibujando y alterando el lenguaje para referirse al sexo, la medicina también creó repugnancias sexuales que reprimían la sexualidad del individuo, a pesar de todo este ambiente de represión y control, el hombre creó una supermaquinaria de incitación sexual, en virtud de que el poder -como ente normativo- se presenta de manera dialéctica, construye desequilibrios y desigualdades, fuerzas y debilidades, resistencias y ablandes, que afectan sin querer -o queriendo- la manera como se ensambla la sexualidad en nuestra sociedad. Comprendiendo la relación poder-sexo se ve claramente reflejado: la intensificación de nuestro placer, la formación del conocimiento en materia sexual, los controles y las leyes implementadas y las resistencias y altanerías que ellas crearon. Schopenhauer resalta esta condición de la siguiente manera:
Este [reglamento] es... el elemento picante y el motivo de chanza de todo el mundo, que la preocupación principal de todo hombre es perseguida secretamente y ostensiblemente ignorada tanto como es posible. Pero, de hecho, a cada momento la vemos asentarse como el verdadero y hereditario señor del mundo, con toda la plenitud de su fuerza, en el ancestral trono, dirigiendo desde allí desdeñosas miradas y carcajadas ante los preparativos que se han hecho para sojuzgarla, para aprisionarla o, al menos, para limitarla y ocultarla si es posible, o para dominarla de modo que aparezca como una preocupación subordinada y secundaria de la vida (2005:513).
La situación de la represión incitante de la sexualidad, madura un poco más con la emergencia del capitalismo, la revolución industrial y los avances en medicina del siglo XIX. En este siglo se busca con más énfasis amaestrar la sexualidad -desde la infancia-, se persigue el sexo hasta en los sueños, se acorrala la conciencia, se interroga hasta la última pregunta. Esto crea una fuerte exposición en los discursos sexuales al sentirse reprimidos, pues las gentes del Occidente exigían verdad, el discurso sexual se magnificó en los undergrounds^2 debido a que la sociedad burguesa con su no verdad exaltó a los espíritus sexuales “pobres” a hablar de sexo, a practicarlo, a difuminarlo y a comprender su verdad verdadera. Concluyendo; la modernidad, con su fervor científico, impulsa al hombre a conocer los más mínimos detalles acerca de los biológicos y psíquicos secretos en los cuales el cuerpo participaba. El resultado fue, ciertamente, un avance científico, pero también una sensualización del poder del Estado, que tuvo como consecuencia la potenciación del sexo, que no quería permanecer simplemente en la alcoba de los padres.
3. Implantación de lo “anormal” y ocultación del sexo-placer.
(^2) Término en ingles para referirse a lo subterráneo, clandestino y/o escondido.
Sexualidad y sociedad moderna: El saber de que aún no somos del todo “libres”
Las primeras víctimas en beber el veneno de los dispositivos de contención sexual modernos fueron los niños. Se crean instrumentos pedagógicos para incrustar paradigmas errados pero “buenos” en los jóvenes, para así minimizar las perversiones y “rarezas sexuales” en la sociedad. Esta implantación perversa está fundamentada en la cientificidad del sexo. La “verdad sexual” -ocultadora- la tenía el maestro, extendiéndose infinitamente por calles y avenidas, por los comentarios del alumno enseñado, el alumno que crece para convertirse en un hombre de bien, que jamás caerá en “perversión”. Se observa hasta con los ojos más ciegos, que se le ha puesto desde la niñez un gran “dique al desarrollo sexual con el asco, la vergüenza y la moral” (Freud, 1979a:147), estas tres palabras han sido los pilares donde se fundamenta la ocultación de la sexualidad humana. Como consecuencia directa de la institucionalización de la perversión y la ocultación en el sexo, la policía y los entes del Estado, han perseguido a los “anormales”, prostitutas, y locos sexuales desde la modernidad. Aun así -y para mal de muchos- se ha difundido esta “anormalidad”, quedando algunos afuera, pues cabe destacar que la policía -como representante de la ocultación- siempre llegó tarde a la fiesta , escapándose muchos de estos “anormales”.
4. Modernidad y orden patriarcal: la figura a seguir por cada sexo.
Con unos pocos ejemplos suficientemente representativos, suficientemente diferentes y suficientemente elocuentes, recogeremos fragmentos dispersos, como tiestos de la visión androcéntrica del mundo occidental; a partir de ahí, con el instrumento de una arqueología histórica del inconsciente, sabremos que originalmente la patriarcalidad se constituyó sin duda en un estadio muy antiguo y muy arcaico de nuestras sociedades, y desde entonces habita en cada uno de nosotros, hombres o mujeres. Bourdieu menciona algo similar, proponiendo que:
El inconsciente que gobierna las relaciones sexuales, y, más generalmente, las relaciones entre los sexos, no sólo se encuentra en la ontogénesis individual sino también en la filogénesis colectiva, desde la larga historia parcialmente inmóvil del inconsciente androcéntrico (2005:128)
Analizar el enorme peso ejercido por el orden patriarcal en el occidente es importantísimo. El pensamiento occidental patriarcal refleja el dualismo, alteridad y diferencias establecidas de los arquetipos masculinos y femeninos constituidos en la sexualidad moderna. Implementando armas como la hermenéutica y la sospecha, interrogándonos incansablemente sobre la sexualidad que nos invade, abriendo nuestros horizontes de comprensión, se nota que los mecanismos históricos responsables de la deshistorización y de la eternización de las estructuras que dividen el hombre (dominador) y la mujer (dominada), se imprimen definitivamente en la modernidad, que es entendida como “la realidad del orden del mundo, con sus sentidos únicos y sus direcciones prohibidas” (Bourdieu, 2005:11). Comprendiendo aun más, notaremos que en una sociedad patriarcal, lo “normal” es todo aquello que se acerque a la figura masculina y a lo masculino en general, de hecho es tan “normal” que no necesita explicación de ningún tipo. Leamos, para aclarar, La dominación masculina del citado Pierre Bourdieu.
Esta relación social extraordinariamente común ofrece por tanto una ocasión privilegiada de entender la lógica de la dominación ejercida en nombre de un principio
Henry Moncrieff
simbólico conocido y admitido tanto por el dominador como por el dominado, un idioma (o una manera de modularlo), un estilo de vida (o una manera de pensar, de hablar o de comportarse) y, más habitualmente, una característica distintiva, emblema o estigma, cuya mayor eficacia simbólica es la característica corporal absolutamente arbitraria e imprevisible (2005:12).
El hombre es entendido como “Un macho monstruoso, con voz estruendosa, con mano dura” (Bourdieu, 2005:12). Demostrando con mucho énfasis el dominio y la fuerza del hombre, mientras que las mujeres permanecen “encerradas en la vivienda familiar sin que se les permita participar en ninguno de los numerosos hechos sociales que componen su sociedad” (Bourdieu, 2005:13). Esto conforma la dimensión propiamente simbólica de la dominación masculina. Las jerarquías de género -y la correspondiente dominación masculina- son producto de la biologización de lo social, pues la notable “diferencia anatómica entre los órganos sexuales, puede aparecer de ese modo como la justificación natural de la diferencia socialmente establecida entre los sexos” (Bourdieu, 2005:24). “Las niñas envidian a los varones, porque estos poseen el pene o le tienen envidia porque, siendo poseedores del pene, gozan de innumerables privilegios que ellas no tienen” (Gianini, 1973:85). Representado así, la forma paradigmática de la visión falocentrista^3 y la cosmología androcentrista. Con una sociología política del acto sexual se revelaría que, como siempre -en la política del hombre- ocurre una relación de dominación ideologica, donde las prácticas y las representaciones de los dos sexos no son en absoluto simétricas, relación de dominación que se legitima en una “una naturaleza biológica que es en sí misma una construcción social naturalizada” (Bourdieu, 2005:37), que llega a su cumbre en el “pecado sexual”, en una especie de desafió intelectual de la divinidad, aborreciendo a “la mujer como desenfreno, como perdición, y su vagina como puerta del infierno” (Bonnassie, 1984: 145). A través de su poder sexual, la mujer es peligrosa para la comunidad. Por eso, la desvalorización del contacto con el cuerpo y el control del deseo se constituyen en un mal impuesto en las mujeres desde muy niñas. Esto acarrea como última consecuencia que “la familia monogámica [entendida como la normal y conformada por una mujer dominada], con las estrictas obligaciones que implica, restrinja con su monopolio [de dominación] el placer” (Marcuse, 1968:88). Las mujeres, “por no decir que les gusta su propia dominación, [diremos] que “disfrutan” con los tratamientos que se les inflige, gracias a una especie de masoquismo constitutivo en su naturaleza” (Bourdieu, 2005:56). Esta relación de poder hombre sobre mujer, se encuentra hasta apoyada por “el Estado”, el cual “ha acudido a ratificar e incrementar las prescripciones y las proscripciones del patriarcado privado con las de un patriarcado público , inscrito en todas las instituciones encargadas de gestionar y de regular la existencia cotidiana de la unidad doméstica” (Bourdieu, 2005:109). Inclusive, el Estado moderno ha creado el “derecho de familia” y el “derecho de mujer” que ratifica la contundente dominación del hombre en la familia, al punto del deber del Estado en dominar esta dominación , notándose que las leyes del derecho moderno están influidas por el hegemónico androcentrismo. Aunque quizás, a muchas mujeres les resulta difícil reconocer esto, debido a las profundas transformaciones que ha conocido la condición femenina, sobre todo en las categorías sociales más favorecidas: por ejemplo, el mayor acceso a las enseñanza secundaria y superior, el trabajo asalariado y, a partir de ahí, a la esfera pública; o también, el distanciamiento respecto a las labores domésticas, a pesar de todo esto y aquello, el modelo inconsciente androcéntrico se encuentra ya arraigado
(^3) Término usado por Pierre Bourdieu en su obra La dominación masculina para referirse a la
colocación del hombre como centro o del hombre por encima de la mujer.
Henry Moncrieff
5. Sexualidad contemporánea: el saber de que aun no somos del todo “libres”.
En el Espíritu del tiempo de cada época hay un afilado viento del este que sopla a través de todas las cosas. Yo puedo encontrar huellas de ello en todo lo que se ha hecho, pensado y escrito, en la música y en la pintura, en el florecimiento de este o aquel arte: deja su marca sobre todas las cosas y sobre cada uno Arthur Schopenhauer
La sexualidad en el siglo XVII estaba mirada con tapujos, con prohibición. Se auspiciaba el matrimonio y la sexualidad adulta. Todo estaba enmarcado en las fronteras de la decencia y el lenguaje moralizado. Ahora bien, en nuestros tiempos - siglos XX y XXI- podemos notar que todo esto ha cambiado, los controles del “poder” se han desgastado y se han desmenuzado muchos tabúes debido a las nuevas tecnologías sexuales. Foucault nos convence con las siguientes líneas:
Pero admitamos en cambio que un examen algo cuidadoso muestra que en las sociedades modernas el poder en realidad no ha recogido la sexualidad según la ley y la soberanía; supongamos que el análisis histórico haya revelado la presencia de una [nueva] “tecnología” del sexo, mucho más compleja y sobre todo mucho más positiva que el efecto de una mera “prohibición” (2005:110).
Ya han avanzado lo suficiente la medicina, la demografía, la pedagogía, la antropología, la psiquiatría, el psicoanálisis o cualquier otra ciencia usada para el análisis del sexo, y estas nuevas tecnologías del sexo nos han dado el permiso requerido para desinhibirnos -un poco más- en nuestra sexualidad. También llama la atención, la evolución que ha sufrido nuestra cotidianidad, que se las ha ingeniado inventando cualquier artimaña para referir al sexo, para describirlo y desarmarlo de su esencia enviciante. Hoy por hoy, se ha desmantelado el poder sobre lo sexual que tenía la religión. La sexualidad de ahora sólo tiene su acento regulador en la moral, la moral que canaliza el río del “buen” proceder y del “buen” comportamiento. Aún con la moral como control, la institucionalización de la sexualidad de hoy no se encuentra materializada en la familia y la heterogeneidad obligatoria. Ya no son tan vehementemente castigadas las otras opciones sexuales. De hecho, “la afirmación de la sexualidad de las mujeres, de la homosexualidad tanto de hombres como de mujeres y de la sexualidad electiva están induciendo una distancia creciente entre el deseo de las personas y sus vidas familiares” (Castells, 1998:263). La sexualidad de esta época es para el cuerpo y depende del cuerpo, entendiéndolo como un órgano polivalente para el goce, de arquetipo de belleza, de fortaleza, de catalizador y espejo de nuestras relaciones sociales y sexuales. Nuestro cuerpo es el medio de liberación de la “moralidad” tanto colectiva como individual. Esto obedece a la búsqueda infinita de placer del cuerpo, lo que significaría quitarle el candado a las cadenas que nos han aprisionado siempre nuestros cuerpos, como es el caso del cristianismo, que le ha tenido un pánico indeleble a la corporeidad del sujeto, negativizándolo, aprisionándolo y sujetándolo en un alma “rehusa” al deseo propio de los cuerpos. En general, el proyecto moderno -y sus discursos- ha fracasado, pues ahora estamos desinhibidos y predispuestos a hablar del sexo sin ningún control y que todo apunta a que el sexo encerrará cada vez menos misterios, y que las formas de obtener placer con nuestro cuerpo se multiplican sin un ápice de culpa. Con esta revolución sexual basada en la sensualización del cuerpo como productor de placer, el molde
Sexualidad y sociedad moderna: El saber de que aún no somos del todo “libres”
social de la contemporaneidad, predica insaciablemente que vivimos en una sociedad sexualmente liberada, pero más bien parece un “supermercado de fantasías personales, en los que los deseos de los individuos se consumen mutuamente en lugar de producirse” (Castells, 1998:265) en un vaivén interminable, que obviamente se encuentra perneado por el sistema capitalista hegemónico desde hace tres siglos, cuyo desarrollo está basado en el consumismo impulsivo que domina todo los ámbitos sociales, incluido el ámbito de la sexualidad. Este consumismo se construye a través del deseo, cuyo fin último es el sentimiento de placer que arrastra la consecución del mismo. Placer que demuestra la sexualización de la economía y el raro poder que tiene sobre nosotros la misma. La mercantilización del sexo mencionada anteriormente, sugiere una notable confusión en el imaginario social de las gentes, demostrando que “el ego maduro de la personalidad civilizada preserva todavía la herencia arcaica del hombre” (Marcuse, 1968:71). Las consecuencias del control moderno, nos han heredado el desentendimiento de todas nuestras particulares diferencias, su principal victoria -y principal error-, fue cambiar para siempre nuestra verdad verdadera por una verdad totalizadora , que demuestra que:
No hay una estrategia única, global, válida para toda la sociedad y enfocada de manera uniforme sobre todas las manifestaciones del sexo: por ejemplo, la idea de que a menudo se ha buscado por diferentes medios reducir todo el sexo a su función reproductora, a su forma heterosexual y adulta y a su legitimidad matrimonial, no da razón, sin duda, de los múltiples medios empleados en las políticas sexuales que concernieron a ambos sexos, a las diferentes edades y las diversas clases sociales (Foucault, 2005:126)
La verdadera verdad de la sexualidad, seguro se encuentra en el burdel, en la prostituta y su cliente, en el violador enfermo y su psiquiatra. Suena escandaloso, y es escándalo porque nuestra sexualidad es una hipocresía creada por las clases dominantes para evitar que el homo ludens no descontrolara al homo faber. Ya que el sexo -y pensar en él- seguro no dejaría trabajar a los muchos “pobres hombres” que enriquecerían a los pocos “ricos hombres”. Pensar mucho en el sexo, seguro cambiaría los paradigmas de la economía mundial. Sin ver esto, la mayoría diría que nuestra sexualidad es abierta, que en tiempos modernos supuestamente todo es libre, liberado, con libertad. Sin embargo, al adentramos más en la historia de la sexualidad humana, pensar lo contrario es lo correcto. Nuestra sexualidad es retenida, muda, con hipócrita libertad. Hemos vivido en una “sexualidad deformada” desde el iluminismo con su feroz hambre de control. Y lamentablemente esto se ha reproducido, ya que desde hace más de tres siglos, el sexo y sus discursos, han aumentado -contrario a los deseos de la modernidad- a pesar de todos los impedimentos que se le han puesto, se ha constituido como el error más divulgado -para lástima de Kinsey- de la humanidad. Aunque muchos traten de refutar todo lo dicho anteriormente, con el auge y el sentido sexuado que ha tomado nuestra sociedad debido al fuerte contenido sexual de la publicidad y medios de comunicación, la realidad es que todavía tememos a la palabra sexo, ya que eso es un secreto. Un secreto que de saberse, ni siquiera nos hará libres, ya que sería erróneo.