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Este documento explora el perdón como una herramienta terapéutica para superar el daño emocional causado por las ofensas. Se analiza el proceso del perdón, desde el reconocimiento del daño hasta la comprensión y la empatía hacia el ofensor. Se destaca la importancia del perdón para la salud mental y física, así como su relación con la reconciliación y la búsqueda de la justicia. El documento también aborda la perspectiva cristiana del perdón, enfatizando el amor como fuente y origen del perdón.
Tipo: Resúmenes
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Máster en Psicología de la Salud. Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria. Especialista en Medicina del Trabajo.
Cuando alguien nos ofende y nos hace daño, es como si nos mordiera una serpiente. La mordedura se cura con los cuidados médicos oportunos, pero si la serpiente es venenosa introduce sus toxinas en nuestro organismo y nos va envenenando dificultando nuestra recuperación. La ofensa, además del daño directo que nos produce, provoca en nosotros una serie de efectos negativos, una serie de cambios, denominados genéricamente “malestar post-ofensa”. Este malestar cambia nuestra forma de ser y vivir y hace que el daño se cronifique. Los efectos negativos que se producen con más frecuencia son: La ira, el deseo de venganza, y la búsqueda de la justicia y la reparación por encima de cualquier otro objetivo. Pero como decía Buda: ” La ira es una brasa ardiente que tengo en la mano para arrojársela al otro: el que se quema soy yo”. La ofensa nos cambia en tres niveles o dimensiones: Emotivo, Cognitivo y Conductual.
Este proceso empieza con la decisión de perdonar. Como dice Santa Teresa de Calcuta:” El perdón es una decisión, no un sentimiento”. Esta decisión es inicialmente un acto de egoísta, un acto de amor propio con el que buscamos liberarnos del daño y del malestar producidos por la ofensa. Una vez que hemos decidido perdonar, empieza ya el proceso del perdón. Los pasos que requiere este proceso/aprendizaje del perdón, son: 1.-Reconocer el Daño que nos ha producido la ofensa.- Hay que analizar y objetivar los cambios producidas por la ofensa en nuestras emociones, pensamientos y en nuestra conducta. Hay que objetivizar este daño y no magnificarlo ni negarlo (como ocurre en el pseudoperdón). 2.-Elegir Perdonar para mitigar ese daño.- Una vez objetivizado el daño y comprobado que nuestras conductas no han servido para mitigarlo, elegir perdonar es una opción para superarlo. Elegir perdonar, es un acto libre de nuestra voluntad que requiere valentía y fortaleza e inicia ya el acto de perdonar: Elegir perdonar es empezar a perdonar. 3.-Aceptación de nuestras emociones y pensamientos negativos.- El problema no es tener ira, rabia o pensamientos de venganza. El problema es que estos sentimientos y pensamientos negativos cambien nuestra conducta. A través del perdón aprendemos a aceptarlos, asumimos nuestras cicatrices y utilizamos estas experiencias negativas como vivencia regeneradora de nuestro proyecto vital. 4.-Cambio de conductas.- Si elegimos perdonar y aceptamos nuestras emociones y pensamientos, el paso siguiente es cambiar nuestras conductas hacia el ofensor. A través del perdón cambiamos las conductas destructivas por otras constructivas, que nos permiten seguir adelante con nuestro proyecto vital. Un primer paso podría ser abandonar alguna conducta destructiva, como por ejemplo dejar de hablar mal del ofensor. Este pequeño cambio refuerza nuestra decisión de perdonar y nos ayuda en nuestro proceso del perdón. Un paso posterior sería realizar conductas que busquen su bien (ejemplo, conductas para que recapacite y no vuelva a hacer daño). 5.-Trabajar la Comprensión y la Empatía.- Para que se produzca este cambio de conductas es básico comprender (que no justificar) al ofensor y darnos cuenta de las circunstancias que han podido influir para que haya actuado así. Decía Tolstòi: “Entenderlo todo es perdonarlo todo” , y Emma Goldman (oradora, escritora, activista y un hito en la historia del feminismo, nacida en 1869) decía: ”Antes de que podamos perdonarnos los unos a los otros, tenemos que entendernos”. Y para entender al ofensor hemos de trabajar la comprensión.
El paso siguiente es trabajar la Empatía: preguntarnos qué hubiéramos hecho en circunstancias parecidas y cómo nos sentiríamos si hubiésemos sido nosotros los ofensores. Para trabajar la empatía nos pueden resultar muy útil las experiencias previas de perdón recibido (recordar las veces que hemos ofendido y nos han perdonado). Trabajando la comprensión y la empatía, surge la Compasión , el deseo del bien hacia la otra persona, el deseo de que esté libre de sufrimiento. Desde esta perspectiva de Comprensión y Compasión, nace lo que la psicología positiva denomina Perdón Pleno : No solo se perdona al ofensor, sino que se desea su bien. Perdonar no es debilidad o ingenuidad; perdonar es madurez psicológica. Perdonar no implica abandonar la búsqueda de la justicia ni dejar la defensa de nuestros derechos. Perdonar implica que la búsqueda de la justicia no se convierta en un desahogo emocional, en una válvula de escape de nuestros sentimientos negativos, y que no se transforme en el motor de nuestra vida dificultando nuestro progreso como persona. PERDÓN Y RECONCILIACIÓN: Podemos considerar dos tipos de perdón, según necesitemos o no al ofensor para perdonarlo:
Cuando finalizó la guerra, los dos soldados fueron liberados y se separaron con un gran abrazo. Años más tarde volvieron a encontrarse. Uno estaba recuperado, casi feliz. El otro estaba triste y abatido. Se contaron sus vidas y en un momento de la conversación se preguntaron: “¿Has perdonado al guardia de la prisión?”. El que estaba feliz, respondió: “Si, me ha costado, pero finalmente he logrado pasar página”. El que estaba triste respondió: “Yo no he podido. Sigo guardándole rencor y lo voy a odiar mientras viva”. Entonces, aún te tiene prisionero, le respondió cariñosamente el soldado feliz.
Jesús vino al mundo a Perdonar. Vino a liberarnos de las ataduras del pecado, ofreciendo su vida en la Cruz por nuestra salvación. Hasta en el momento de su muerte nos perdonó: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” ; y al buen ladrón cuando le suplicó que se acordara de él cuando estuviera en su reino, le contestó Jesús: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”. Y vino a perdonarnos por Amor. Jesús se hizo hombre y se sacrificó en la cruz, por Amor. El perdón y el amor van íntimamente ligados. El que ama perdona y el que perdona ama. Decía Martin Luther King: “ El que es incapaz de perdonar, es incapaz de amar”. Y amar es precisamente el resumen de la doctrina de Jesús: “ Un solo mandamiento os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. El Cristianismo nos da una nueva dimensión del perdón: El Amor como fuente y origen del Perdón. “El que ama… perdona”. ¿Hasta qué punto debemos perdonar? El Amor no se puede medir, y el perdón tampoco.
“ No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados … Con la misma vara de medir que uséis, seréis medidos”. ¿Cómo debemos perdonar?: Cambiando por amor. Ya hemos visto que el perdón es un regalo que hacemos al ofensor, de forma libre y voluntaria, y que provoca un cambio en nuestra conducta. Este cambio es un proceso que requiere una “Rehumanización” del ofensor por nuestra parte. La Rehumanización consiste en volver a ver al ofensor como un ser humano, como una persona que tiene defectos pero también virtudes. Trabajando la Comprensión y la empatía llegamos a esta Rehumanización y al cambio de conductas que conlleva el perdón. Y este cambio, que para la psicología positiva empieza como un acto de amor propio, como un acto de egoísmo que elegimos para liberarnos del daño, en el cristianismo adquiere una nueva dimensión: Perdonamos y cambiamos porque amamos. “El Amor es el motor del perdón”. Dice San Pablo a los Corintios: “¿No sabéis que sois Templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros?”. Todos lo somos. El que nos ha ofendido también, aunque no lo sepa o no sea consciente de ello. Dios está en cada uno de nosotros y si tenemos esto presente, nos ayudará en este proceso de perdón y de cambio. Y el evangelio de San Mateo nos dice: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber?... Respondiendo el Rey: En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis”. Podemos empezar este cambio rezando por el bien del ofensor o simplemente bendiciéndolo (Bendecir, del latín Benidecere: hablar bien de una persona o cosa, o desear su bien). Para el cristiano, el perdón es un acto de amor: “Te perdono porque te bendigo perdonándote; te perdono porque deseo tu bien y por eso te doy este regalo incondicional que es el perdón” (María Prieto Ursúa). Esto es realmente alcanzar el Perdón Pleno. Y terminamos con lo que enseña el Evangelio de Juan: “No podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al hermano y a la hermana a quien si vemos”. Y el que ama, perdona.