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Este fragmento de texto explora la teoría de la transferencia en el psicoanálisis, según la perspectiva de sigmund freud. Se analiza cómo la transferencia, inicialmente vista como una herramienta terapéutica, puede convertirse en una resistencia al tratamiento. Se profundiza en la naturaleza de la transferencia negativa y positiva, y se relaciona con la introversión de la libido y la ambivalencia en la neurosis obsesiva. El texto también destaca la importancia de la regla fundamental del psicoanálisis y la necesidad de comprender las mociones de sentimiento del paciente.
Tipo: Apuntes
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[1901]), AE, 7, págs. 101-3; la trató con mucho mayor extensión en la 27? y la 28? de sus Conferencias de intro- ducción al psicoanálisis (1916-17), AE, 16, págs. 402-13; y, hacia el fin de su vida, hizo varios comentarios impor- tantes al respecto en «Análisis terminable e interminable» (1937c).
James Stracliey
El tema de la «trasferencia», difícil de agotar, ha sido tratado brevemente en esta publicación ^ por W. Stekel [1911íi] de manera descriptiva. Yo querría añadir aquí algunas puntualizaciones a fin de que se comprenda cómo ella se produce necesariamente en una cura psicoanalítica y alcanza su consabido papel durante el tratamiento. Aclarémonos esto: todo ser humano, por efecto conju- gado de sus disposiciones innatas y de los influjos que recibe en su infancia, adquiere una especificidad determi- nada para el ejercido de su vida amorosa, o sea, pata las condiciones de amor que establecerá y las pulsiones que satisfará, así como para las metas que habrá de fijarse.'' Esto da por resultado, digamos así, un clisé (o también va- rios) que se repite —es reimpreso— de manera regular
1 [El Zentralblatt jür Psychoanalyse {Periódico central de psicoaná- lisis}, donde se publicó por primera vez este trabajo.] 2 Debemos defendernos en este lugar del reproche, fruto de un malentendido, de que soslayamos la significación de los factores inna- tos (constitucionales) por haber puesto de relieve las impresiones in- fantiles. Semejante reproche brota de la estrechez de la necesidad causal de los seres humanos, que, en oposición al modo en que de ordinario está plasmada la realidad, quiere darse por contenta con un único factor causal. El psicoanálisis ha dicho mucho sobre los factores accidentales de la etiología, y poco sobre los constitucionales, pero ello sólo porque acerca de los primeros podía aportar algo nuevo, mientras que respecto de los segundos en principio no sabía más que lo que co- rrientemente se sabe. Nos negamos a estatuir una oposición de princi- pio entre las dos series de factores etiológicos; más bien, suponemos una regular acción conjugada de ambas para producir el efecto obser- vado. Aaíficov xal Túy.Tl [disposición y azar] determinan el destino de un ser humano; rata vez, quizá nunca, lo hace uno solo de esos pode- res. La distribución de la eficiencia etiológica entre ellos sólo se podrá obtener individualmente y en cada caso. La serie dentro de la cual se ordenen las magnitudes cambiantes de ambos factores tendrá también, sin duda, sus casos extremos. Según sea el estado de nuestro» conoci- mientos, apreciaremos de manera diversa la parte de la constitución o del vivenciar en el caso singular, y nos reservamos el derecho de modi- ficar nuestro juicio cuando nuestras intelecciones cambien. Por otro lado, uno podría ai/pverse a concebir la constitución misma como el precipitado de los efectos accidentales sufridos por la serie infinita- mente grande de los antepagados.
constituyendo un enigma por qué en el análisis la trasferen- cia nos sale al paso como la más fuerte resistencia al trata- miento, siendo que, fuera del análisis, debe ser reconocida como portadora del efecto salutífero, como condición del éxito. En este sentido, hay una experiencia que uno puede corroborar cuantas veces quiera: cuando las asociaciones li- bres de un paciente se deniegaii,^ en todos los casos es posible eliminar esa parálisis aseverándole que ahora él está bajo el imperio de una ocurrencia relativa a la persona del médico o a algo perteneciente a él. En el acto de im- partir ese esclarecimiento, uno elimina la parálisis o muda la situación: las ocurrencias ya no se deniegan; en todo ca- so, se las silencia. A primera vista, parece una gigantesca desventaja me- tódica del psicoanálisis que en él la trasferencia, de ordi- nario la más poderosa palanca del éxito, se mude en el medio más potente de la resistencia. Pero, si se lo contem- pla más de cerca, se remueve al menos el primero de los dos problemas enunciados. No es correcto que durante el psicoanálisis la trasferencia se presente más intensa y desen- frenada que fuera de él. En institutos donde los enfermos nerviosos no son tratados analíticamente se observan las máximas intensidades y las formas más indignas de una trasferencia que llega hasta el sometimiento, y aun la más inequívoca coloración erótica de ella. Una sutil observadora como Gabriele Renter lo ha pintado en un maravilloso li- bro, para un tiempo en que apenas existía psicoanálisis al- guno; en ese libro * se traslucen las mejores intelecciones so- bre la esencia y la génesis de las neurosis. Así, no correspon- de anotar en la cuenta del psicoanálisis aquellos caracteres de la trasferencia, sino atribuírselos a la neurosis. En cuanto al segundo problema —por qué la trasferen- cia nos sale al paso como resistencia en el psicoanálisis—, aún no lo hemos tocado. Ahora, pues, debemos acercarnos a él. Evoquemos la situación psicológica del tratamiento: Una condición previa regular e indispensable de toda con- tracción de una psiconeurosis es el proceso que Jung acer- tadamente ha designado como «introversión» de la libido.'*
Vale decir: disminuye el sector de la libido susceptible de conciencia, vuelta hacia la realidad, y en esa misma medida aumenta el sector de ella extrañada de la realidad objetiva, inconciente, que si bien puede todavía alimentar las fan- tasías de la persona, pertenece a lo inconciente. La libido (en todo o en parte) se ha internado por el camino de la regresión y reanima las imagos infantiles.^ Y bien, hasta allí la sigue la cura analítica, que quiere pillarla, volverla de nuevo asequible a la conciencia y, por último, ponerla al servicio de la realidad objetiva. Toda vez que la inves- tigación analítica tropieza con la libido retirada en sus es- condrijos, no puede menos que estallar un combate; todas las fuerzas que causaron la regresión de la libido se eleva- rán como unas «resistencias» al trabajo, para conservar ese nuevo estado. En efecto, si la introversión o regresión de la libido no se hubiera justificado por una determinada re- lación con el mundo exterior (en los términos más univer- sales: por la frustración de la satisfacción),^ más aún, si no hubiera sido acorde al fin en ese instante, no habría podi- do producirse en modo alguno. Empero, las resistencias de este origen no son las únicas, ni siquiera las más poderosas. La libido disponible para la personalidad había estado siem- pre bajo la atracción de los complejos inconcientes (mejor dicho: de las partes de esos complejos que pertenecían a lo inconciente) y cayó en la regresión por haberse relajado la atracción de la realidad. Para liberarla es preciso ahora ven-
38); pero es probable que esta crítica de Freud apunte a otra obra de Jung (1911-12, págs. 135-6«.). Se hallarán ulteriores comentarios sobre el uso de este término por Jung en «Sobre la iniciación del tratamiento» (1913c), infra, pág. 127«., en «Introducción del narcisismo» (1914c), AE, 14, pág. 72, y en la 23' de las Conferencias de introducción ai psicoanálisis (1916-17), AE, 16, pág. 341. En sus escritos posteriores, Freud rara vez empleó el vocablo.]
longue una cura analítica y con más nitidez haya discernido el enfermo que unas meras desfiguraciones del material pa- tógeno no protegen a este de ser puesto en descubierto, tanto más consecuente se mostrará en valerse de una modalidad de desfiguración que, manifiestamente, le ofrece las máxi- mas ventajas: la desfiguración por trasferencia. Estas cons- telaciones se van encaminando hacia una situación en que todos los conflictos tienen que librarse en definitiva en el terreno de la trasferencia. Así, en la cura analítica la trasferencia se nos aparece siempre, en un primer momento, sólo como el arma más poderosa de la resistencia, y tenemos derecho a concluir que la intensidad y tenacidad de aquella son un efecto y una expresión de esta. El mecanismo de la trasferencia se averigua, sin duda, reconduciéndolo al apronte de la libido que ha permanecido en posesión de imagos infantiles; pero el esclarecimiento de su papel en la cura, sólo si uno pe- netra en sus vínculos con la resistencia. ¿A qué debe la trasferencia el servir tan excelentemente como medio de la resistencia? Se creería que no es difícil la respuesta. Es claro que se vuelve muy difícil confesar una moción de deseo prohibida ante la misma persona sobre quien esa moción recae. Este constreñimiento da lugar a si- tuaciones que parecen casi inviables, en la realidad. Ahora bien, esa es la meta que quiere alcanzar el analizado cuando hace coincidir el objeto de sus mociones de sentimiento con el médico. Sin embargo, una reflexión más ceñida mues- tra que esa aparente ganancia no puede proporcionarnos la solución del problema. Es que, por otra parte, un vínculo de apego tierno, devoto, puede salvar todas las dificultades de la confesión. En circunstancias reales análogas suele decirse: «Ante ti no me avergüenzo, puedo decírtelo todo». Entonces, la trasferencia sobre el médico podría igualmente servir para facilitar la confesión, y uno no comprende por qué la obstaculiza. La respuesta a esta pregunta, planteada aquí repetidas veces, no se obtendrá mediante ulterior reflexión, sino que es dada por la experiencia que uno hace en la cura a raíz de la indagación de las particulares resistencias trasferenciales. Al fin uno cae en la cuenta de que no puede comprender el empleo de la trasferencia como resistencia mientras pien- se en una «trasferencia» a secas. Es preciso decidirse a se- parar una trasferencia «positiva» de una «negativa», la tras- ferencia de sentimientos tiernos de la de sentimientos hos- tiles, y tratar por separado ambas variedades de trasferencia sobre el médico. Y la positiva, a su vez, se descompone en
la de sentimientos amistosos o tiernos que son susceptibles de conciencia, y la de sus prosecuciones en lo inconciente. De estos últimos, el análisis demuestra que de manera regular se remontan a fuentes eróticas, de suerte que se nos impone esta intelección: todos nuestros vínculos de sentimiento, simpatía, amistad, confianza y similares, que valorizamos en la vida, se enlazan genéticamente con la sexualidad y se han desarrollado por debilitamiento de la meta sexual a partir de unos apetitos puramente sexuales, por más puros y no sensuales que se presenten ellos ante nuestra auto- percepción conciente. En el origen sólo tuvimos noticia de objetos sexuales; y el psicoanálisis nos muestra que las per- sonas de nuestra realidad objetiva meramente estimadas o admiradas pueden seguir siendo objetos sexuales para lo inconciente en nosotros. La solución del enigma es, entonces, que la trasferencia sobre el médico sólo resulta apropiada como resistencia dentro de la cura cuando es una trasferencia negativa, o una positiva de mociones eróticas reprimidas. Cuando nos- otros «cancelamos» la trasferencia haciéndola conciente, sólo hacemos desasirse de la persona del médico esos dos componentes del acto de sentimiento; en cuanto al otro componente susceptible de conciencia y no chocante, sub- siste y es en el psicoanálisis, al igual que en los otros mé- todos de tratamiento, el portador del éxito' En esa medida confesamos sin ambages que los resultados del psicoanálisis se basaron en una sugestión; sólo que por sugestión es pre- ciso comprender lo que con Ferenczi (1909) hemos des- cubierto ahí: el influjo sobre un ser humano por medio de los fenómenos trasfetenciales posibles con él. Velamos por la autonomía última del enfermo aprovechando la sugestión para hacerle cumplir un trabajo psíquico que tiene por con- secuencia necesaria una mejoría duradera de su situación psíquica. Puede preguntarse, aún, por qué los fenómenos de resis- tencia trasferencial salen a la luz sólo en el psicoanálisis, y no en un tratamiento indiferente, por ejemplo en institutos de internación. La respuesta reza: también allí se muestran, sólo que es preciso apreciarlos como tales. Y el estallido de la trasferencia negativa es incluso harto frecuente en ellos. El enfermo abandona el sanatorio sin experimentar cambios o aun desmejorado tan pronto cae bajo el imperio de la trasferencia negativa. Y si en los institutos la trasferencia erótica no es tan inhibitoria, se debe a que en ellos, como en la vida ordinaria, se la esconde en lugar de ponerla en descubierto; pero se exterioriza con toda nitidez como resis-
cual uno debe comunicar sin previa crítica todo cuanto le venga a la mente; cómo olvida los designios con los que entró en el tratamiento, y cómo ahora le resultan indiferen- tes unos nexos lógicos y razonamientos que poco antes le habrían hecho la mayor impresión; esa persona, decimos, sentirá la necesidad de explicarse aquella impresión por otros factores además de los ya consignados, y de hecho esos otros factores no son remotos: resultan, también ellos, de la situa- ción psicológica en que la cura ha puesto al analizado. En la pesquisa de la libido extraviada de lo conciente, uno ha penetrado en el ámbito de lo inconciente. Y las reacciones que uno obtiene hacen salir a la luz muchos caracteres de los procesos inconcientes, tal como de ellos tenemos noticia por el estudio de los sueños. Las mociones inconcientes no quieren ser recordadas, como la cura lo desea, sino que aspi- ran a reproducirse en consonancia con la atemporalidad y la capacidad de alucinación de lo inconciente.'" Al igual que en el sueño, el enfermo atribuye condición presente y reali- dad objetiva a los resultados del despertar de sus mociones inconcientes; quiere actuar {agieren} sus pasiones sin aten- der a la situación objetiva {real}. El médico quiere constre- ñirlo a insertar esas mociones de sentimiento en la trama del tratamiento y en la de su biografía, subordinarlas al abordaje cognitive y discernirlas por su valor psíquico. Esta lucha- entre médico y paciente, entre intelecto y vida pulsional, entre discernir y querer «actuar», se desenvuelve casi exclu- sivamente en torno de los fenómenos trasferenciales. Es en este campo donde debe obtenerse la victoria cuya expresión será sanar duraderamente de la neurosis. Es innegable que domeñar los fenómenos de la trasferencia depara al psico- analista las mayores dificultades, pero no se debe olvidar que justamente ellos nos brindan el inapreciable servicio de vol- ver actuales y manifiestas las mociones de amor escondidas y olvidadas de los pacientes; pues, en definitiva, nadie puede ser ajusticiado in absentia o in effigie.^^
aparecido ya en la tercera de las Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1910«), AE, 11, pág. 28. Desde luego, la idea es de antigua data; se la expresa, verbigracia, en La interpretación de los sueños (1900i3), AE, 4, págs. 101-2, y, en términos básicamente idénticos, en «Sobre la iniciación del tratamiento» (1913c), infra, págs. 135-6, donde Freud examina la cuestión en una larga nota al pie. Véase también «El mé- todo psieoanalítico de Freud» (190'4tf), AE, 7, pág. 239.] 1^ [Esto se esclarece en un trabajo posterior, «Recordar, repetir y teelaborat» (1914g), infra, págs. 151 y sigs.] 1^ [Hay una puntualización semejante en «Recordar, repetir y teela- borat», ibid., pág, 154.]