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Secuencia didáctica para alumnos de secundaria. Trabajo sobre el cuento del Dragui Lucero: contexto, análisis y temáticas.
Tipo: Monografías, Ensayos
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ORGANIZACIÓN DE CLASES: 3 Módulos COMPETENCIAS Desarrollar la competencia estético-literaria para valorar la lectura de textos literarios. Desarrollar la competencia comunicativa para comprender y producir textos orales y escritos con autonomía y eficacia. EXPECTATIVAS DE LOGRO/OBJETIVOS Lectura y comprensión de textos. Desarrollar en el alumno la capacidad de reconocer un cuento fantástico. Desarrollar en el alumno la producción de textos coherentes y cohesionados. Incentivar en los alumnos la participación activa en clases. Valorar la lectura como fuente de conocimiento, entretenimiento, valores e identificación personal. CONTENIDOS CONCEPTUALES Género narrativo. El cuento. El cuento fantástico. Características: tiempo, espacio, personajes, historia, narrador. CONTENIDOS PROCEDIMENTALES Lectura y comprensión de un cuento con varios propósitos previamente determinados. Participación activa en clases de los alumnos. Resolución de actividades. Producción de textos. CONTENIDOS ACTITUDINALES Incentivo por la lectura del cuento y comprensión del mismo. Resolución de actividades luego de la lectura del cuento. Creatividad en la producción de textos. Respeto por las producciones escritas de los compañeros ACTIVIDADES/ ESTRATEGIAS RECURSOS Uso de pizarra, elementos multimedia, carpeta de clases, fotocopias. EVALUACIÓN La comprensión lectora debe evaluarse en el marco de situaciones concretas que resulten significativas.
con uno de los cuentos pertenecientes a esta obra de Draghi Lucero. El cuento se llama “La libertad del negro”
Era un negro esclavo ¡tan habilidoso en sus trabajos!... Ya lo ponía el amo a hacer un telar, que lo armaba con la misma buena mano que podaba los frutales de la huerta. Ya herraba los vacunos que pasaban a Chile, como modelaba botijas a pulso y las cocía, con el justo punto, en el horno botijero. Para hacer el aguardiente no había mano como la suya. Y era carretero y arriero, y muchas veces llegó con vinos al apartado Buenos Aires. Allí vendía los productos de su dueño y retornaba con bayetas, cuchillos, y polvillo de olor y tantas otras minucias para la tienda de su amo. Este negro sabía pulsar la guitarra. Cuando sus dedos arrancaban las dormidas armonías del cordaje, tristes suspiros levantaban su pecho porque cantaba a su bien perdido: la libertad. Viéndolo su amo anegado en el bajo de la tristeza, le preguntó cómo al descuido, que por qué se abatía de ese modo. "Por mi libertad, amito, le respondió el servicial, y se animó a preguntar a su dueño: ¿puedo soñar con mi redención?" "Sí, negro: para cuando baje una gran víbora del cielo", le contestó su amo, sonriendo. "¡Ay, amito!", se lamentó el negro con el todo de su arrastrada pena.
Bien conforme estaba su señor con el servicio del negro. Cuatrocientos pesos había pagado por él cuando lo remataron bajo el árbol de la justicia. Buenas cuentas tiraba porque ya había rescatado ese caudal y crecían mucho sus utilidades. Pero el esclavo, cuanto más lo servía, más se quejaba y desvariaba por su carta de libertad. Tanto porfió en su reclamo, que su dueño se avino a decirle: "Mira, negro: si aguantas, completamente desnudo, una noche entera en la punta de aquel cerro nevado, te alcanzaré tu redención". Y señalaba al cerro más alto de la comarca, el que de día acariciaban las nubes y en las noches claras recortaba su blancor brillante en lo negro del cielo. -Ni vestido y emponchado, mi amito, hay hombre que resista el frío de esa cumbre. -Y ni pizca de fuego harás cuando pases la noche en esas alturas, Ya sabes lo que te costará ser libre, negro. -¡Ay, ayayita , mi amito! Mi libertad es la muerte... Y mientras sudaba el esclavo, forjando herraduras para los vacunos que su amo enviaba a Chile, se repetía al son del martillo, en su porfiado golpear: "Mi libertad es la muerte..." Tantos eran los trabajos que soportaba el negro, haciendo los mil quehaceres del amo, que tiró al fin la terrible cuenta: a riesgo de su vida iría en busca de la libertad. Pidió licencia para hablar con su amo, y cuando se la acordaron, dando vueltas su roto sombrero entre las manos, levantó la voz y dijo: -Mi amito, pasaré la noche, desnudo, en la punta del cerro más alto; si quedo con vida, gozaré mi libertad. -Ese es el trato, negro -es que le contestó su dueño, -Me iré, pues, mi amito, a conquistar lo que más quiero, con sus duras condiciones. Mañana partiré, mi amito. -Así se hará, pues, negro. Al otro día, de mañanita se volvió a presentar el esclavo a su amo y dueño, y el rico lo registró de pies a cabeza por ver si llevaba yesca y pedernal para hacer fuego. Nada llevaba el negro y lo dejó partir. Se puso en camino el esclavo. Tranqueó todo el día, pero apenas pudo llegar al pie del cerro. Durmió un medio sueñito y antes de la medianoche comenzó a trepar por sus faldas. Repechó todo el segundo día y parte de la noche, pero recién a la tercera jornada mereció, por fin, poner su planta en la temida altura. Las nieves eternas y el viento sur castigaban la cima con un frío cortador de carnes. Buscó un medio reparo el negro entre unos peñascos. Allí se achicó cuanto pudo. No bien se oscureció, el negro, fiel a su trato, se quitó el ponchito roto, la camisita molida, los calzones remendados y las ojotas. En cuentos quedó, como cuando vino al mundo. Así se dispuso a enfrentar la terrible noche del Ande. Metió las manos bajo los sobacos y se hizo un ovillo en una caleta de piedra. Aguantó un rato, hasta que, a punto de agarrotarse, salió de su escondite y se defendió a los saltos hasta cansarse. Así aguantó un tiempo, pero el viento helado lo empujó a la caleta reparadora. Rodaba la inmensa noche entre los silencios desavenidos de las alturas. El frío de la nieve y el viento castigaron con toda la furia esas cumbres. El negro se achicó hasta hacerse una bola... "Si tuviera un fueguito..." lagrimeaba el esclavo, a punto de helarse. Ya atontado por el frío enemigo, saltó afuera, pero lo azotó sin misericordia el huracán bramador de las cumbres; el negro miró a los llanos como pidiendo misericordia y alcanzó a ver, muy a lo lejos, ¡a leguas y leguas!, un fueguito que habían encendido los gauchos. El esclavo se prendió con sus llorosos ojos a la lumbre lejana. Estiró sus brazos hacia esa lucecita perdida en el confín de las pampas y dijo, desvariando: "Dame tu calor, fueguito... Ah, chih, chih, chih ... Dame tu calor, fueguito... Ah, chih, chih, chih ...", repitió, dando diente con diente. Más estiraba sus brazos y más miraba el fuego de los llanos, y porfiaba: "Dame tu calor, fueguito... Ah, chih, chih, chih ...", en un incesante chocar de dientes. Con este engaño fueron pasando las tardas horas de la desganada noche.
-¡ Uh, uh! -saltó el amo-. Si no hubiera sido por ese engaño, ¡no habrías podido resistir al terrible frío!... No te doy la libertad, negro. No te la has ganado. -¡Ay, mi amito!... A los sesenta días se repuso el negro y se decidió a encarar la prueba por última vez. Ahora no había luna... Viéndolo partir, su amo le dijo: -No te calentarás ni en un fueguito gaucho, a leguas de distancia, ni en el horno de la luna. -¿Y en las estrellas? -preguntó el esclavo. -Solamente si se alinean una detrás de otra y forman una víbora en el cielo. -¡Ay, mi amito!... Tres días tardó el encadenado en trepar por ese cerro altísimo. Cayendo y levantando llegó a la punta del mogote; como ya oscureciera, se desnudó. Comenzaban los deshielos del Ande... Durante los momentos de sol, el viento norte derretía pocas nieves; pero a la noche retornaba el encrespado viento sur, en toda la malignidad del frío tardío, azotando sin misericordia con lo helado de su aliento. Antes de la medianoche, cayó el aire encajonado del Tupungato. Ululando venía a concentrar sus odios en las costillas del negro desnudo. Se acurrucó el esclavo entre los peñascos filosos. Se achicó, fundiéndose en la idea confusa. Pasaron unos ratos, pero la piedra lo mordió con sus húmedos filos helados. Saltó el negro, se refregó el cuerpo con piedritas para darse calor y porfía en su lucha empecinada. Se sacó sangre de tanto refregarse. Descontó unos momentos. Una calma inmensa, la calma de las alturas, le dio más treguas para su fiera pelea. Del cruce de medianoche llegaron los remolinos de los cañadones del Mercedario. Silbaron caletas y mogotes la delgada canción del frío solitario. Clamó el negro por un reparo y se adelgazó de nuevo en el hueco de la piedra cortante. Piedra y viento lo enfrentaron a rebencazos. Salió el negro a insultar a la noche enemiga. Gruesas palabras vomitó su boca desgobernada en su tercera y última noche de prueba. Ya sintió acobardadas para siempre sus carnes. Los remolinos lo cercaron, devolviéndole insulto por insulto, punteándole las carnes con puñales de nieve. Se arrepintió el esclavo; arrodillado, pidió perdón al implacable azotador. De nada valieron vanas palabras. Las deshoras descargaron la furia del poniente, guardián de las cumbres nevadas. Se halló vencido el negro, miró a sus ropas y se le fueron las manos a ellas... Alto alzó los ojos y no halló la luna; miró hacia el llano y no vio la lumbre de los gauchos... En su espiar a las negruras se le hicieron presentes ¡tantas estrellas! ¡El cielo estaba sembrado de luminarias!... Parecían brasas encendidas. El cielo estaba lleno de brasas... ¡El negro las juntó con su vista, sin armar palabra, y apretando los dientes, se solazó mirándolas, a despecho del viento helado que le escupía cristales de nieve! Aumentó el azote enemigo; se le destrabó la boca al negro, y, machacando sus dientes, pudo decir: "Denme un calorcito, brasas del cielo... Ah, chih, chih, chih...", y extendía sus brazos agarrotados. Se rehizo del fondo de la fría nada y murmuró: "¡Ya no me quedan más fuerzas para resistir! ¡Ya tengo frío en el alma, amito! ¡Adiós a mi libertad! ¡Pobrecitas mis cadenas y mis yugos, amito! ¡Pobrecitos...!" Sus lágrimas se volvieron velitas de hielo al salir de sus ojos. Esa noche sin luna, salió el amo del negro al patio de su casa y tendió su mirar a las alturas. Se solazó viendo brillar al encendido lucero, como rey de la negra noche... Vio tantas otras estrellas y también le gustaron... De repente se espantó al ver que se corría la más reluciente estrella y que las demás se alineaban detrás. Vio formarse una víbora de luminarias en el alto firmamento... Esa víbora se descolgó en dereceras de la baja tierra. Al llegar a este suelo, tomó rumbo a la estancia de un rico tirano. Se alumbró la noche con luz azul y enojada, y los servidores del amo vieron cómo una víbora de estrellas corría al tirano por el patio de su casa, lo alcanzaba, se le subía por el cuerpo y se le entraba por la boca, ¡tan abierta por el grito de espanto! El amo tirano quedó hecho una brasa colorada. Tres días tardó en apagarse y reducirse a ceniza...
Los gauchos justicieros, que encendían su fuego en las pampas, vieron llegar una noche a un negro libre, y lo oyeron hablar con esas llamas: "¡Dame tu calor, fueguito!... Ah, chih, chih, chih ..."
Obtuvo otras distinciones: “Réplica de Sable Corvo” otorgado por el Dr. Buteler; Premio de Honor y Medalla de Oro de SADE (Sociedad Argentina de Escritores) en 1978; medalla y diploma otorgado por la Municipalidad de Buenos Aires. Obras publicadas: 1929: Tres libros de poemas. Notas sobre acontecimientos históricos. 1938: Cancionero Popular Cuyano (Tonadas, décimas, romances, canciones y coplas que fue aprendiendo mientras transcurría su infancia en los valles soleados... Aproximadamente trescientas páginas.) Por esa obra, la Comisión Nacional de Cultura le otorgó el “Premio de Folklore”. 1942: Las mil y una noches argentinas. 1963: El loro divino (Segunda parte de Las Mil y una noches argentinas.) 1964: Cuentos mendocinos. (Diecisiete relatos). 1962: “Gran Premio Bienal de Novela 1962-1963” de Mendoza. 1966: “El Hachador de Altos Limpios” (Prólogo: Bruno C. Jacobella) “El Tres Patas”. 1968: “El bailarín de la noche”. 1972: “El pájaro brujo”. “La cabra de plata” - “La cautiva de los Pampas” (y más...) Obtuvo el segundo premio por su libro “Sueños”. Le impusieron su nombre a varias bibliotecas y escuelas. Recorrió varias provincias invitado para pronunciar conferencias. En 1988 la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires lo declaró “Ciudadano Ilustre”. Falleció en 1994, a los noventa y siete años. a) ¿Quién es Draghi Lucero? b) ¿Cuándo y dónde se publicó esta obra? c) ¿Qué otros cuentos se encuentran en este libro? (Buscar) Guía y resolución de actividades sobre el cuento “La libertad del negro”.