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Me gustarfa plantear, aquf, en la pequefia pantalla,
una serie de preguntas acerca de la televisi6n. Un pro-
posito algo parad6jico, puesto que creo que, en gene-
ral, no se puede decir gran cosa en ella, y menos aün
sobre la propia televisi6n. Pero entonces, si es cierto
que no se puede decir nada en la televisi6n, ino debe-
ria concluir, junto con buen nümero de intelectuales,
de artistas, de escritores, y de los rnäs destacados, que
seria mejor abstenerse de utilizarla como medio de ex- presi6n?
Me parece que no se puede aceptar esta alternativa
tajante, en términos de todo o nada. Creo que es im-
portante hablar por televisiön, pero en detertninadas condiciones. Hoy, gracias al servicio audiovisual del
de France, me beneficio de unas condiciones
que son absolutamente excepcionales: en primer lugar,
mi tiempo no estå limitado; en segundo lugar, el tema
de mi disertaciön no me ha Sido impuesto —10 he esco-
gido libremente y todavfa puedo cambiarlo—; en tercer
lugar, no hay nadie, como en los programas normales
y corrientes, para llamarme al orden, sea en nombre
15
Me gustarfa plantear, aquf, en la pequefia pantalla,
una serie de preguntas acerca de la televisi6n. Un pro-
posito algo parad6jico, puesto que creo que, en gene-
ral, no se puede decir gran cosa en ella, y menos aün
sobre la propia televisi6n. Pero entonces, si es cierto
que no se puede decir nada en la televisi6n, ino debe-
ria concluir, junto con buen nümero de intelectuales,
de artistas, de escritores, y de los rnäs destacados, que
seria mejor abstenerse de utilizarla como medio de ex- presi6n?
Me parece que no se puede aceptar esta alternativa
tajante, en términos de todo o nada. Creo que es im-
portante hablar por televisiön, pero en detertninadas condiciones. Hoy, gracias al servicio audiovisual del
de France, me beneficio de unas condiciones
que son absolutamente excepcionales: en primer lugar,
mi tiempo no estå limitado; en segundo lugar, el tema
de mi disertaciön no me ha Sido impuesto —10 he esco-
gido libremente y todavfa puedo cambiarlo—; en tercer
lugar, no hay nadie, como en los programas normales
y corrientes, para llamarme al orden, sea en nombre
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de la técnica, del «püblico, que no comprenderå 10 que
usted dice», de la moral, de las convenciones sociales,
etcétera. Se trata de una situaci6n absolutamente ins6-
lita puesto que, empleando un lenguaje pasado de
moda, tengo un dominio de los medios de producciön
que no es habitual. A1 insistir en que las condiciones
que se me ofrecen son absolutamente excepcionales,
ya digo algo acerca de las condiciones normales a las
que hay que someterse cuando se habla por televisi6n.
Pero, me objetarån, epor qué, a pesar de los pesa-
res, la gente hace todo 10 posible por aparecer en la te-
levisi6n en condiciones normales? Se trata de una
cuesti6n muy importante que, sin embargo, Ia mayor
parte de los investigadoreS, de los cientfficos» de los
escritores, por no mencionar a los periodistas, que
aceptan participar no se plantean. Me parece necesa-
rio interrogarse sobre esta falta de preocupaciön al respecto. Creo, en efecto, que, al aceptar participar sin
preocuparse por saber si se podrå decir alguna cosa, se
pone claramente de manifiesto que no se estå ahi para
decir algo, sino por razones completamente distintas,
Particularmente para dejarse ver y ser visto. «Ser», de- cfa Berkeley, «es ser visto.» Para algunos de nuestros
filösofos (y de nuestros escritores), ser es ser visto en
la televisi6n, es decir, en definitiva, ser visto por los pe- riodistas, estar, como se suele decir, bien visto por los periodistas (10 que implica muchos compromisos y
componendas). Bien es verdad que, al no contar con
una obra que les permita estar continuamente en el
candelero, no tienen mås remedio que aparecer con la
mayor frecuencia posible en la pequefia pantalla, y por
de la técnica, del «püblico, que no comprenderå 10 que
usted dice», de la moral, de las convenciones sociales,
etcétera. Se trata de una situaci6n absolutamente ins6-
lita puesto que, empleando un lenguaje pasado de
moda, tengo un dominio de los medios de producciön
que no es habitual. A1 insistir en que las condiciones
que se me ofrecen son absolutamente excepcionales,
ya digo algo acerca de las condiciones normales a las
que hay que someterse cuando se habla por televisi6n.
Pero, me objetarån, epor qué, a pesar de los pesa-
res, la gente hace todo 10 posible por aparecer en la te-
levisi6n en condiciones normales? Se trata de una
cuesti6n muy importante que, sin embargo, Ia mayor
parte de los investigadoreS, de los cientfficos» de los
escritores, por no mencionar a los periodistas, que
aceptan participar no se plantean. Me parece necesa-
rio interrogarse sobre esta falta de preocupaciön al respecto. Creo, en efecto, que, al aceptar participar sin
preocuparse por saber si se podrå decir alguna cosa, se
pone claramente de manifiesto que no se estå ahi para
decir algo, sino por razones completamente distintas,
Particularmente para dejarse ver y ser visto. «Ser», de- cfa Berkeley, «es ser visto.» Para algunos de nuestros
filösofos (y de nuestros escritores), ser es ser visto en
la televisi6n, es decir, en definitiva, ser visto por los pe- riodistas, estar, como se suele decir, bien visto por los periodistas (10 que implica muchos compromisos y
componendas). Bien es verdad que, al no contar con
una obra que les permita estar continuamente en el
candelero, no tienen mås remedio que aparecer con la
mayor frecuencia posible en la pequefia pantalla, y por
considerar la especificidad del instrumento televisual.
La televisiön es un instrumento que, te6ricamente,
ofrece la posibilidad de Ilegar a todo el mundo. Lo que
plantea una serie de cuestiones previas: éEstå 10 que
tengo que decir al alcance de todo el mundo? dEstoy dispuesto a hacer 10 necesario para que mi discurso, por su forma, pueda ser escuchado por todo el mun- do? éMerece ser escuchado por todo el mundo? Se puede ir incluso mås lejos: cDeberfa ser escuchado por todo el mundo? Una de las misiones de los investiga-
dores, y en particular de los cientfficos —y puede que
sea especialmente acuciante en el campo de las Cien- cias sociales— es hacer Ilegar a todos los logros de la ciéncia. Somos, como decfa Husserl, «funcionarios de Ia humanidad», que cobran del Estado para descubrir
cosas, sea acerca del mundo natural, sea acerca del
mundo social, y forma parte, me parece, de nuestras
obligaciones difundir los logros conseguidos. Siempre
me he preocupado de pasar mis aceptaciones o mis
negativas a participar en programas de televisiön por
el cedazo de estas interrogaciones previas. Y desearfa
que todos los que se encuentran en este caso se las plantearan o se sintieran mås o menos obligados a planteårselas, porque los telespectadores, los crfticos de televisi6n, se las plantean y las plantean a propösito
de sus apariciones en la pequefia pantalla: iTiene algo
que decir? éEstå en condiciones de decirlo? d Vale la
pena decir aquf 10 que estå diciendo? En resumen:
éQué estå haciendo aquf?
considerar la especificidad del instrumento televisual.
La televisiön es un instrumento que, te6ricamente,
ofrece la posibilidad de Ilegar a todo el mundo. Lo que
plantea una serie de cuestiones previas: éEstå 10 que
tengo que decir al alcance de todo el mundo? dEstoy dispuesto a hacer 10 necesario para que mi discurso, por su forma, pueda ser escuchado por todo el mun- do? éMerece ser escuchado por todo el mundo? Se puede ir incluso mås lejos: cDeberfa ser escuchado por todo el mundo? Una de las misiones de los investiga-
dores, y en particular de los cientfficos —y puede que
sea especialmente acuciante en el campo de las Cien- cias sociales— es hacer Ilegar a todos los logros de la ciéncia. Somos, como decfa Husserl, «funcionarios de Ia humanidad», que cobran del Estado para descubrir
cosas, sea acerca del mundo natural, sea acerca del
mundo social, y forma parte, me parece, de nuestras
obligaciones difundir los logros conseguidos. Siempre
me he preocupado de pasar mis aceptaciones o mis
negativas a participar en programas de televisiön por
el cedazo de estas interrogaciones previas. Y desearfa
que todos los que se encuentran en este caso se las plantearan o se sintieran mås o menos obligados a planteårselas, porque los telespectadores, los crfticos de televisi6n, se las plantean y las plantean a propösito
de sus apariciones en la pequefia pantalla: iTiene algo
que decir? éEstå en condiciones de decirlo? d Vale la
pena decir aquf 10 que estå diciendo? En resumen:
éQué estå haciendo aquf?
UNA CENSURA IWISIBLE Pero welvo a 10 esencial: he afirmado al empezar que el acceso a la televisi6n tiene como contrapartida
una formidable censura, una pérdida de autonomfa
que estå ligada, entre otras cosas, a que el tema es im-
puesto, a que las condiciones de la comunicaci6n son
impuestas y, sobre todo, a que la limitaci6n del tiempo
impone al discurso tantas cortapisas que resulta poco
probable que pueda decirse algo. Ahora se espera de
mf que diga que esta censura, que se ejerce sobre los invitados, pero también sobre los periodistas que con-
tribuyen a imponerla, es polftica. Es verdad que hay
intervenciones polfticas, y un control politico (que se
ejerce, en particular, mediante los nombramientos de
los cargos dirigentes), pero también 10 es que en una
época como la actual, de gran precariedad en el em- pleo y con un ejército de reserva de aspirantes a ingre-
sar en las profesiones relacionadas con la radio y la
televisi6n, la propensi6n al conformismo politico es
mayor. La gente se deja Ilevar por una forma conscien- te o inconsciente de autocensura, sin que haga falta efectuar llamadas al orden. Tampoco hay que olvidar las censuras economicas. Bien mirado, podrfa decirse que, en ültima instancia,
10 que pesa sobre la televisi6n es la coerci6n econ6mi-
ca. Pero, aun reconociéndolo, no cabe limitarse a decir
que 10 que sucede en la televisi6n estå determinado
por las personas a las que pertenece, por los anuncian-
tes que pagan la publicidad o por el Estado que otorga
las subvenciones, y si de una cadena de televisi6n s
19 UNA CENSURA IWISIBLE Pero welvo a 10 esencial: he afirmado al empezar que el acceso a la televisi6n tiene como contrapartida
una formidable censura, una pérdida de autonomfa
que estå ligada, entre otras cosas, a que el tema es im-
puesto, a que las condiciones de la comunicaci6n son
impuestas y, sobre todo, a que la limitaci6n del tiempo
impone al discurso tantas cortapisas que resulta poco
probable que pueda decirse algo. Ahora se espera de
mf que diga que esta censura, que se ejerce sobre los invitados, pero también sobre los periodistas que con-
tribuyen a imponerla, es polftica. Es verdad que hay
intervenciones polfticas, y un control politico (que se
ejerce, en particular, mediante los nombramientos de
los cargos dirigentes), pero también 10 es que en una
época como la actual, de gran precariedad en el em- pleo y con un ejército de reserva de aspirantes a ingre-
sar en las profesiones relacionadas con la radio y la
televisi6n, la propensi6n al conformismo politico es
mayor. La gente se deja Ilevar por una forma conscien- te o inconsciente de autocensura, sin que haga falta efectuar llamadas al orden. Tampoco hay que olvidar las censuras economicas. Bien mirado, podrfa decirse que, en ültima instancia,
10 que pesa sobre la televisi6n es la coerci6n econ6mi-
ca. Pero, aun reconociéndolo, no cabe limitarse a decir
que 10 que sucede en la televisi6n estå determinado
por las personas a las que pertenece, por los anuncian-
tes que pagan la publicidad o por el Estado que otorga
las subvenciones, y si de una cadena de televisi6n s
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plo, o sobre la elaboraci6n, nunca mejor dicho, de los
programas, seria denunciado por esos mismos perio-
distas por sus prejuicios y su falta de objetividad). En
general, a la gente no le gusta que la conviertan en ob-
jeto, y a los periodistas menos que a nadie, Se sienten
enfocados por el punto de mira, cuando 10 que ocurre
en realidad es que cuanto mås se avanza en el anålisis de un medio mås compelido se ve uno a liberar a los
individuos de su responsabilidad —10 que no significa
que se justifique todo 10 que pasa en él—, y cuanto me-
jor se entiende c6mo funciona mås se comprende tam- bién que las personas que intervienen en él son tan manipuladoras como manipuladas. Incluso, a menu- do, manipulan mås cuando mås manipuladas estån y mås conscientes son de estarlo. Insisto sobre este par- ticular a sabiendas, pese a todo, de que 10 que digo serå tomado como una critica; una reacci6n que tam-
bién es una forma de defensa contra el anålisis. Creo
incluso que la denuncia de los escåndalos, de las haza-
fias y fechorfas de tal o cual presentador, o de los suel-
dos desorbitados de ciertos productores, puede contri-
buir a desviar la atenci6n de 10 esencial, en la medida
en que la corrupci6n de las personas disimula esa es- pecie de corrupciön estructural (pero des que siempre
hay que hablar de corrupci6n?) que se ejerce sobre el
conjunto del medio a través de mecanismos tales
como la competencia por las cuotas de mercado, que
me propongo analizar.
Quisiera, pues, exponer una serie de mecanismos
que hacen que la televisi6n ejerza una forma particu-
larmente perniciosa de violencia simb61ica. La violen-
plo, o sobre la elaboraci6n, nunca mejor dicho, de los
programas, seria denunciado por esos mismos perio-
distas por sus prejuicios y su falta de objetividad). En
general, a la gente no le gusta que la conviertan en ob-
jeto, y a los periodistas menos que a nadie, Se sienten
enfocados por el punto de mira, cuando 10 que ocurre
en realidad es que cuanto mås se avanza en el anålisis de un medio mås compelido se ve uno a liberar a los
individuos de su responsabilidad —10 que no significa
que se justifique todo 10 que pasa en él—, y cuanto me-
jor se entiende c6mo funciona mås se comprende tam- bién que las personas que intervienen en él son tan manipuladoras como manipuladas. Incluso, a menu- do, manipulan mås cuando mås manipuladas estån y mås conscientes son de estarlo. Insisto sobre este par- ticular a sabiendas, pese a todo, de que 10 que digo serå tomado como una critica; una reacci6n que tam-
bién es una forma de defensa contra el anålisis. Creo
incluso que la denuncia de los escåndalos, de las haza-
fias y fechorfas de tal o cual presentador, o de los suel-
dos desorbitados de ciertos productores, puede contri-
buir a desviar la atenci6n de 10 esencial, en la medida
en que la corrupci6n de las personas disimula esa es- pecie de corrupciön estructural (pero des que siempre
hay que hablar de corrupci6n?) que se ejerce sobre el
conjunto del medio a través de mecanismos tales
como la competencia por las cuotas de mercado, que
me propongo analizar.
Quisiera, pues, exponer una serie de mecanismos
que hacen que la televisi6n ejerza una forma particu-
larmente perniciosa de violencia simb61ica. La violen-
cia simbölica es una violencia que se ejerce con la
complicidad tåcita de quienes la padecen y también, a
menudo, de quienes la practican en la medida en que
unos y otros no son conscientes de padecerla o de
practicarla. La sociologfa, al igual que todas las cien-
cias, tiene como misi6n descubrir cosas ocultas; al ha-
cerlo, puede contribuir a minimizar la violencia sim-
b61ica que se ejerce en las relaciones sociales en
general y en las de comunicaci6n mediåtica en parti-
cular. Empecemos por 10 mås fåcil: la cr6nica de sucesos,
que siempre ha constituido el pasto predilecto de la
prensa sensacionalista; la sangre y el sexo, el drama y
el crimen siempre se han vendido bien, y el reinado de
los indices de audiencia tenfa que hacer que ocuparan las portadas de los telediarios estos ingredientes que
las ansias de respetabilidad impuestas por el modelo
de prensa escrita seria habfan hecho descartar o rele-
gar a segundo término hasta ahora. Pero los sucesos son también elementos de distracci6n. Los prestidigi- tadores tienen un principio elemental, que consiste en
llamar la atenci6n sobre una cosa distinta de la que es-•
tån haciendo. Una parte de la acci6n simb61ica de la televisi6n, a nivel de los noticiarios, por ejemplo, con-
siste en llamar la atenci6n sobre unos hechos que por
su naturaleza pueden interesar a todo el mundo, de los
que cabe decir que son para todos los gustos. Se trata
de hechos que, evidentemente, no deben escandalizar
a nadie, en los que no se ventila nada, que no dividen,
que crean consenso, que interesan a todo el mundo,
pero que por su propia naturaleza no tocan nada im-
cia simbölica es una violencia que se ejerce con la
complicidad tåcita de quienes la padecen y también, a
menudo, de quienes la practican en la medida en que
unos y otros no son conscientes de padecerla o de
practicarla. La sociologfa, al igual que todas las cien-
cias, tiene como misi6n descubrir cosas ocultas; al ha-
cerlo, puede contribuir a minimizar la violencia sim-
b61ica que se ejerce en las relaciones sociales en
general y en las de comunicaci6n mediåtica en parti-
cular. Empecemos por 10 mås fåcil: la cr6nica de sucesos,
que siempre ha constituido el pasto predilecto de la
prensa sensacionalista; la sangre y el sexo, el drama y
el crimen siempre se han vendido bien, y el reinado de
los indices de audiencia tenfa que hacer que ocuparan las portadas de los telediarios estos ingredientes que
las ansias de respetabilidad impuestas por el modelo
de prensa escrita seria habfan hecho descartar o rele-
gar a segundo término hasta ahora. Pero los sucesos son también elementos de distracci6n. Los prestidigi- tadores tienen un principio elemental, que consiste en
llamar la atenci6n sobre una cosa distinta de la que es-•
tån haciendo. Una parte de la acci6n simb61ica de la televisi6n, a nivel de los noticiarios, por ejemplo, con-
siste en llamar la atenci6n sobre unos hechos que por
su naturaleza pueden interesar a todo el mundo, de los
que cabe decir que son para todos los gustos. Se trata
de hechos que, evidentemente, no deben escandalizar
a nadie, en los que no se ventila nada, que no dividen,
que crean consenso, que interesan a todo el mundo,
pero que por su propia naturaleza no tocan nada im-
que aparecen en la pequefia pantalla, de su cara, de
sus expresiones, cosas todas ellas que hasta los mås
desvalidos culturalmente saben descifrar y que contri-
buyen en no poca medida a alejarlos de muchos diri- gentes politicos).
OCULTAR MOSTRANDO
He hecho hincapié en 10 mås visible. Quisiera ocu-
parme ahora de cosas que no 10 son tanto exponiendo
c6mo la televisiön puede, parad6jicamente, ocultar
mostrando. Lo hace cuando muestra algo distinto de
10 que tendrfa que mostrar si hiciera 10 que se supone
que se ha de hacer, es decir, inforrnar, y también cuan-
do muestra 10 que debe, pero de tal forma que hace
que pase inadvertido o que parezca insignificante, 0 10
elabora de tal modo que toma un sentido que no co-
rresponde en absoluto a la realidad.
Sobre este particular, pondré dos ejemplos toma-
dos de las obras de Patrick Champagne. En La misere
du monde, dedica un capftulo al tratamiento que dan•
los medios de comunicaci6n a Ios fen6menos llamados
de «extrarradio» y muestra de qué modo los periodis-
tas, influidos tanto por las predisposiciones inherentes
a su profesiön, a su visi6n del mundo, a su formaciön
y a sus aptitudes como por la logica de su profesi6n,
seleccionan dentro de esa realidad particular que cons-
tituye la Vida de los barrios periféricos un aspecto ab- solutamente particular, en funci6n de las categorfas de
percepci6n que les son propias. La metåfora a la que
que aparecen en la pequefia pantalla, de su cara, de
sus expresiones, cosas todas ellas que hasta los mås
desvalidos culturalmente saben descifrar y que contri-
buyen en no poca medida a alejarlos de muchos diri- gentes politicos).
OCULTAR MOSTRANDO
He hecho hincapié en 10 mås visible. Quisiera ocu-
parme ahora de cosas que no 10 son tanto exponiendo
c6mo la televisiön puede, parad6jicamente, ocultar
mostrando. Lo hace cuando muestra algo distinto de
10 que tendrfa que mostrar si hiciera 10 que se supone
que se ha de hacer, es decir, inforrnar, y también cuan-
do muestra 10 que debe, pero de tal forma que hace
que pase inadvertido o que parezca insignificante, 0 10
elabora de tal modo que toma un sentido que no co-
rresponde en absoluto a la realidad.
Sobre este particular, pondré dos ejemplos toma-
dos de las obras de Patrick Champagne. En La misere
du monde, dedica un capftulo al tratamiento que dan•
los medios de comunicaci6n a Ios fen6menos llamados
de «extrarradio» y muestra de qué modo los periodis-
tas, influidos tanto por las predisposiciones inherentes
a su profesiön, a su visi6n del mundo, a su formaciön
y a sus aptitudes como por la logica de su profesi6n,
seleccionan dentro de esa realidad particular que cons-
tituye la Vida de los barrios periféricos un aspecto ab- solutamente particular, en funci6n de las categorfas de
percepci6n que les son propias. La metåfora a la que
recurren los profesores con mayor frecuencia para ex- plicar la nociön de categorfa, es decir, de estas estruc-
turas invisibles que organizan 10 percibido y determi-
nan 10 que se ve y 10 que no se ve, es la de los lentes.
Las categorfas son fruto de nuestra educaci6n, de la
historia, etcétera. Los periodistas tienen unos «lentes»
particulares mediante los cuales ven unas cosas, y no
otras, y ven de una forma determinada 10 que ven. Lle-
van a cabo una selecci6n y luego elaboran 10 que han
seleccionado.
EI principio de selecci6n consiste en la büsqueda
de 10 sensacional, de 10 espectacular» La televisiön inci-
ta a la dramatizaciön, en un doble sentido: escenifica, en imågenes, un acontecimiento y exagera su impor- tancia, su gravedad, asf como su caråcter dramåtico,
trågico. En el caso de los ban-ios periféricos, 10 que in-
teresarä serån los tumultos. Y tumultos ya son pala-
bras mayores... (Se Ileva a cabo la misma labor con las palabras. Con palabras conientes, no se «deja pasma-
do» al burgués ni al pueblo. Hacen falta palabras ex-
traordinarias. De hecho, paradöjicamente, el mundo
de la imagen estå dominado por las palabras. La foto
no es nada sin el pie, sin la leyenda que dice 10 que hay
que leer —legendum—, es decir, a menudo, meras leyen-
das, que hacen ver 10 que sea. Dar nombre, como es bien sabido, significa hacer ver, significa crear, signifi-
ca alumbrar. Y Ias palabras pueden causar estragos;
por ejemplo, islam, islåmico, islamista: éEl chador es
islåmico o•islamista? d Y si se tratara, sencillamente, de
un panuelo, sin mds? A veces me entran ganas de co-
I-regir cada palabra que dicen los presentadores, por-
recurren los profesores con mayor frecuencia para ex- plicar la nociön de categorfa, es decir, de estas estruc-
turas invisibles que organizan 10 percibido y determi-
nan 10 que se ve y 10 que no se ve, es la de los lentes.
Las categorfas son fruto de nuestra educaci6n, de la
historia, etcétera. Los periodistas tienen unos «lentes»
particulares mediante los cuales ven unas cosas, y no
otras, y ven de una forma determinada 10 que ven. Lle-
van a cabo una selecci6n y luego elaboran 10 que han
seleccionado.
EI principio de selecci6n consiste en la büsqueda
de 10 sensacional, de 10 espectacular» La televisiön inci-
ta a la dramatizaciön, en un doble sentido: escenifica, en imågenes, un acontecimiento y exagera su impor- tancia, su gravedad, asf como su caråcter dramåtico,
trågico. En el caso de los ban-ios periféricos, 10 que in-
teresarä serån los tumultos. Y tumultos ya son pala-
bras mayores... (Se Ileva a cabo la misma labor con las palabras. Con palabras conientes, no se «deja pasma-
do» al burgués ni al pueblo. Hacen falta palabras ex-
traordinarias. De hecho, paradöjicamente, el mundo
de la imagen estå dominado por las palabras. La foto
no es nada sin el pie, sin la leyenda que dice 10 que hay
que leer —legendum—, es decir, a menudo, meras leyen-
das, que hacen ver 10 que sea. Dar nombre, como es bien sabido, significa hacer ver, significa crear, signifi-
ca alumbrar. Y Ias palabras pueden causar estragos;
por ejemplo, islam, islåmico, islamista: éEl chador es
islåmico o•islamista? d Y si se tratara, sencillamente, de
un panuelo, sin mds? A veces me entran ganas de co-
I-regir cada palabra que dicen los presentadores, por-
que, en otros campos, produce originalidad y singula-
ridad, desemboca en éste en la uniformizaci6n y la ba-
nalizaci6na
Esta büsqueda interesada, encarnizada, de 10 extra-
ordinario puede tener, en la misma medida que las consignas directamente polfticas o las autocensuras
inspiradas por el temor a la exclusiön, efectos politi-
cos. A1 disponer de esa fuerza excepcional que es la
imagen televisada, los periodistas pueden producir
unos efectos que no tienen parangön. La visi6n coti-
diana de un barrio periférico, en su 16brega monoto-
n.fa, no le dice nada a nadie, no interesa a nadie, y a los
periodistas menos que a nadie. Pero en el caso de que
les interesara 10 que sucede realmente en los barrios
periféricos, en el supuesto de que 10 quisieran mostrar
de verdad, les resultarfa extremadamente diffcil. Nada
hay mås arduo que reflejar la banalidad de la realidad.
Flaubert solfa decir: «Hay que describir bien 10 medio-
cre.» Ése es el problema con el que topan los soci610-
gos: hacer extraordinario 10 cotidiano, evocarlo de for-
ma que. la gente vea hasta qué punto se sale de 10
corriente. Los peligros politicos inherentes a la utilizaci6n co-
tidiana de la televisi6n resultan de que la imagen po-
see la particularidad de producir 10 que los criticos li-
terarios llaman el efecto de realidad, puede mostrar y
hacer creer en 10 que muestra. Este poder de evoca-
ci6n es capaz de provocar fen6menos de movilizaci6n
social. Puede dar Vida a ideas o representaciones, asf
como a grupos. Los sucesos, los incidentes o los acci-
dentes cotidianos pueden estar prenados de implica-
que, en otros campos, produce originalidad y singula-
ridad, desemboca en éste en la uniformizaci6n y la ba-
nalizaci6na
Esta büsqueda interesada, encarnizada, de 10 extra-
ordinario puede tener, en la misma medida que las consignas directamente polfticas o las autocensuras
inspiradas por el temor a la exclusiön, efectos politi-
cos. A1 disponer de esa fuerza excepcional que es la
imagen televisada, los periodistas pueden producir
unos efectos que no tienen parangön. La visi6n coti-
diana de un barrio periférico, en su 16brega monoto-
n.fa, no le dice nada a nadie, no interesa a nadie, y a los
periodistas menos que a nadie. Pero en el caso de que
les interesara 10 que sucede realmente en los barrios
periféricos, en el supuesto de que 10 quisieran mostrar
de verdad, les resultarfa extremadamente diffcil. Nada
hay mås arduo que reflejar la banalidad de la realidad.
Flaubert solfa decir: «Hay que describir bien 10 medio-
cre.» Ése es el problema con el que topan los soci610-
gos: hacer extraordinario 10 cotidiano, evocarlo de for-
ma que. la gente vea hasta qué punto se sale de 10
corriente. Los peligros politicos inherentes a la utilizaci6n co-
tidiana de la televisi6n resultan de que la imagen po-
see la particularidad de producir 10 que los criticos li-
terarios llaman el efecto de realidad, puede mostrar y
hacer creer en 10 que muestra. Este poder de evoca-
ci6n es capaz de provocar fen6menos de movilizaci6n
social. Puede dar Vida a ideas o representaciones, asf
como a grupos. Los sucesos, los incidentes o los acci-
dentes cotidianos pueden estar prenados de implica-
ciones politicas, éticas, etcétera, susceptibles de des- pertar sentimientos intensos, a menudo negativos, como el racismo, la xenofobia, el temor-odio al extran-
jero, y la simple informaci6n, el hecho de informar, to
record, de manera periodistica, implica siempre una
elaboraci6n social de la realidad capaz de provocar la movilizaciön (o la desmovilizaci6n) social.
Otro ejemplo tomado de Patrick Champagne: el de
la huelga de estudiantes de ensefianza media de 1986,
en el que se ve hasta qué punto los periodistas pueden,
de buena fe, ingenuamente, dejåndose Ilevar por sus
intereses —10 que les interesa—, por sus prejuicios, por
sus categorfas de percepci6n y de valoraci6n, por sus
expectativas inconscientes, producir efectos de reali-
dad y efectos en la realidad, unos efectos no deseados
por nadie que, en algunos casos, pueden resultar ca-
tastr6ficos. Los periodistas tenfan en mente mayo de
1968 y temfan «un nuevo 68». En este caso se las te-
nfan que ver con I-mos adolescentes, no demasiado po-
litizados, que no sabfan muy bien qué decir, asi que
buscaron portavoces (sin duda los hallaban entre los
mås politizados), los tomaron en serio, y ellos se toma- ron en serio a sf mismos. De este modo, la televisi6n, que pretende ser un instrumento que refleja la reali-
dad, acaba convirtiéndose en instrumento que crea
una realidad. Vamos cada vez mås hacia universos en
que el mundo social estå descrito-prescrito por la tele-
visi6n. La televisi6n se convierte en el årbitro del acce-
so a Ia existencia social y polftica. Supongamos que trato de conseguir el derecho de jubilaci6n a los cin-
cuenta anos para el personal docente. Hace unos afios,
ciones politicas, éticas, etcétera, susceptibles de des- pertar sentimientos intensos, a menudo negativos, como el racismo, la xenofobia, el temor-odio al extran-
jero, y la simple informaci6n, el hecho de informar, to
record, de manera periodistica, implica siempre una
elaboraci6n social de la realidad capaz de provocar la movilizaciön (o la desmovilizaci6n) social.
Otro ejemplo tomado de Patrick Champagne: el de
la huelga de estudiantes de ensefianza media de 1986,
en el que se ve hasta qué punto los periodistas pueden,
de buena fe, ingenuamente, dejåndose Ilevar por sus
intereses —10 que les interesa—, por sus prejuicios, por
sus categorfas de percepci6n y de valoraci6n, por sus
expectativas inconscientes, producir efectos de reali-
dad y efectos en la realidad, unos efectos no deseados
por nadie que, en algunos casos, pueden resultar ca-
tastr6ficos. Los periodistas tenfan en mente mayo de
1968 y temfan «un nuevo 68». En este caso se las te-
nfan que ver con I-mos adolescentes, no demasiado po-
litizados, que no sabfan muy bien qué decir, asi que
buscaron portavoces (sin duda los hallaban entre los
mås politizados), los tomaron en serio, y ellos se toma- ron en serio a sf mismos. De este modo, la televisi6n, que pretende ser un instrumento que refleja la reali-
dad, acaba convirtiéndose en instrumento que crea
una realidad. Vamos cada vez mås hacia universos en
que el mundo social estå descrito-prescrito por la tele-
visi6n. La televisi6n se convierte en el årbitro del acce-
so a Ia existencia social y polftica. Supongamos que trato de conseguir el derecho de jubilaci6n a los cin-
cuenta anos para el personal docente. Hace unos afios,
LA CIRCULACIÖN CIRCULAR DE LA INFORMACIÖN
Hasta ahora, he hablado como si el sujeto de todos estos procesos fuera el periodista. Pero el periodista es
un ente abstracto que carece de existencia real; 10 que
existe son periodistas diferentes segün el sexo, la edad, el nivel de instrucci6n, el periödico, el «medio». El
mundo de Ios periodistas es un mundo fragmentado
donde hay conflictos, competencias, hostilidades. A
pesar de todo ello, mi anålisis sigue siendo vålido, pues estoy convencido de que los productos periodfsti- cos son mucho mås homogéneos de 10 que la gente cree. Las diferencias mås evidentes, relacionadas fun-
damentalmente con el color polftico de los peri6dicos
(los cuales, dicho sea de paso, estån cada vez mås descoloridos...), ocultan profundas similitudes, conse- cuencia, sobre todo, de los constrefiimientos impues-
tos por las fuentes y por toda una serie de mecanis-
mos, entre los cuales el de mayor importancia es la 16gica de la competencia. Se dice siempre, en nombre
del credo liberal, que el monopolio uniformiza y la
competencia diversifica. Evidentemente, nada tengo-
en contra de la competencia; me limito a observar que,
cuando ésta se da entre periodistas o peri6dicos some-
tidos a unas mismas imposiciones, a unos mismos
sondeos, a unos mismos anunciantes (basta con ver con qué facilidad pasan los periodistas de un periödico
a Otro), homogeneiza. No hay mås que comparar las
portadas de los semanarios franceses con quince dias
de intervalo: los titulares de unas publicaciones se re- piten mås o menos modificados en las otras. Lo mis-
LA CIRCULACIÖN CIRCULAR DE LA INFORMACIÖN
Hasta ahora, he hablado como si el sujeto de todos estos procesos fuera el periodista. Pero el periodista es
un ente abstracto que carece de existencia real; 10 que
existe son periodistas diferentes segün el sexo, la edad, el nivel de instrucci6n, el periödico, el «medio». El
mundo de Ios periodistas es un mundo fragmentado
donde hay conflictos, competencias, hostilidades. A
pesar de todo ello, mi anålisis sigue siendo vålido, pues estoy convencido de que los productos periodfsti- cos son mucho mås homogéneos de 10 que la gente cree. Las diferencias mås evidentes, relacionadas fun-
damentalmente con el color polftico de los peri6dicos
(los cuales, dicho sea de paso, estån cada vez mås descoloridos...), ocultan profundas similitudes, conse- cuencia, sobre todo, de los constrefiimientos impues-
tos por las fuentes y por toda una serie de mecanis-
mos, entre los cuales el de mayor importancia es la 16gica de la competencia. Se dice siempre, en nombre
del credo liberal, que el monopolio uniformiza y la
competencia diversifica. Evidentemente, nada tengo-
en contra de la competencia; me limito a observar que,
cuando ésta se da entre periodistas o peri6dicos some-
tidos a unas mismas imposiciones, a unos mismos
sondeos, a unos mismos anunciantes (basta con ver con qué facilidad pasan los periodistas de un periödico
a Otro), homogeneiza. No hay mås que comparar las
portadas de los semanarios franceses con quince dias
de intervalo: los titulares de unas publicaciones se re- piten mås o menos modificados en las otras. Lo mis-
mo sucede con los informativos televisivos o radiofö-
nicos de las cadenas de gran difusiön: en el mejor de los casos, o en el peor, solo el orden de las noticias cambia. Esto se debe en parte a que la producciön es colec-
tiva. En el cine, por ejemplo, las obras son producto de
colectivos cuyos nombres quedan reflejados en los tf-
tulos de crédito. Pero el colectivo cuyo producto son
los mensajes televisados no se reduce al grupo consti-
tuido por el conjunto de una redacci6n; engloba al
conjunto de los periodistas. Siempre se plantea la mis-
ma pregunta: «Pero da quién se refieren al decir esto?»
Nadie cree nunca que se refieran a él... Somos mucho
menos originales de 10 que creemos. Y esto resulta
particularmente cierto en unos universos donde los
constrefiimientos colectivos son muy fuertes, en parti-
cular los que impone la competencia, en la medida en
que cada uno de los productores se ve obligado a hacer
cosas que no harfa si los demås no existieran: las que
hace, por ejemplo, para Ilegar antes que los demås. Nadie lee tanto los peri6dicos como los periodistas, que, por Otra parte, son propensos a pensar que todo el mundo lee todos los periödicos (olvidan, para empe- zar, que mucha gente no lee ninguno, y, en segundo lu-
gar, que los que leen alguno s610 leen uno. No es fre-
cuente que alguien lea un mismo dfa Le Monde, Le Figaro y Libération, salvo que se trate de un profesio- nal). Para los periodistas, la lectura de los peri6dicos
es una actividad imprescindible y la revista de prensa
un instrumento de trabajo: para saber 10 que uno va a
decir hay que saber 10 que han dicho los demås. Éste
31
mo sucede con los informativos televisivos o radiofö-
nicos de las cadenas de gran difusiön: en el mejor de los casos, o en el peor, solo el orden de las noticias cambia. Esto se debe en parte a que la producciön es colec-
tiva. En el cine, por ejemplo, las obras son producto de
colectivos cuyos nombres quedan reflejados en los tf-
tulos de crédito. Pero el colectivo cuyo producto son
los mensajes televisados no se reduce al grupo consti-
tuido por el conjunto de una redacci6n; engloba al
conjunto de los periodistas. Siempre se plantea la mis-
ma pregunta: «Pero da quién se refieren al decir esto?»
Nadie cree nunca que se refieran a él... Somos mucho
menos originales de 10 que creemos. Y esto resulta
particularmente cierto en unos universos donde los
constrefiimientos colectivos son muy fuertes, en parti-
cular los que impone la competencia, en la medida en
que cada uno de los productores se ve obligado a hacer
cosas que no harfa si los demås no existieran: las que
hace, por ejemplo, para Ilegar antes que los demås. Nadie lee tanto los peri6dicos como los periodistas, que, por Otra parte, son propensos a pensar que todo el mundo lee todos los periödicos (olvidan, para empe- zar, que mucha gente no lee ninguno, y, en segundo lu-
gar, que los que leen alguno s610 leen uno. No es fre-
cuente que alguien lea un mismo dfa Le Monde, Le Figaro y Libération, salvo que se trate de un profesio- nal). Para los periodistas, la lectura de los peri6dicos
es una actividad imprescindible y la revista de prensa
un instrumento de trabajo: para saber 10 que uno va a
decir hay que saber 10 que han dicho los demås. Éste
31
cias tåcitas de la profesiön. Para demostrar que se estå
en el ajo y a la vez para desmarcarse, con frecuencia
mediante diferencias nimias, a las que los periodistas
conceden una importancia extraordinaria, pero que
pasan completamente inadvertidas para el telespecta-
dor. (Tenemos aqui un efecto de campo especialmente
tfpico: se hacen, con el convencimiento de ajustarse
mejor a los deseos de los clientes, cosas que en reali- dad tienen como referencia a los competidores.) Por ejemplo, determinados periodistas dirån —cito—: «He- mos jodido a TFI», 10 que es una forma de confesar
que existe una competencia y buena parte de sus es-
fuerzos va dirigida a producir pequefias diferencias. «Hemos jodido a TFI: ellos no han conseguido el soni-
do y nosotros sf» significa: hay entre nosotros pequefif-
simas diferencias de sentido. Diferencias del todo im- perceptibles para el espectador medio, que s610 podrfa percibirlas si viera simultäneamente varias cadenas; asf, unas diferencias que pasan totalmente inadverti-
das son muy importantes desde el punto de vista de los
productores, que parten de la idea de que son adverti-
das y contribuyen al éxito de los indices de audiencia,
el dios oculto de este universo, el cual reina sobre las conciencias hasta el extremo de que bajar un punto en el indice de audiencia, en determinados casos, signifi-
ca la muerte, sin paliativos. Se trata s610 de una de las
ecuaciones, falsas, a mi entender, a prop6sito de la re-
laci6n entre el contenido de los programas y su su- puesto efecto.
Las elecciones que se Ilevan a cabo en la televisi6n
son, en cierto modo, elecciones sin sujeto. Para expli-
cias tåcitas de la profesiön. Para demostrar que se estå
en el ajo y a la vez para desmarcarse, con frecuencia
mediante diferencias nimias, a las que los periodistas
conceden una importancia extraordinaria, pero que
pasan completamente inadvertidas para el telespecta-
dor. (Tenemos aqui un efecto de campo especialmente
tfpico: se hacen, con el convencimiento de ajustarse
mejor a los deseos de los clientes, cosas que en reali- dad tienen como referencia a los competidores.) Por ejemplo, determinados periodistas dirån —cito—: «He- mos jodido a TFI», 10 que es una forma de confesar
que existe una competencia y buena parte de sus es-
fuerzos va dirigida a producir pequefias diferencias. «Hemos jodido a TFI: ellos no han conseguido el soni-
do y nosotros sf» significa: hay entre nosotros pequefif-
simas diferencias de sentido. Diferencias del todo im- perceptibles para el espectador medio, que s610 podrfa percibirlas si viera simultäneamente varias cadenas; asf, unas diferencias que pasan totalmente inadverti-
das son muy importantes desde el punto de vista de los
productores, que parten de la idea de que son adverti-
das y contribuyen al éxito de los indices de audiencia,
el dios oculto de este universo, el cual reina sobre las conciencias hasta el extremo de que bajar un punto en el indice de audiencia, en determinados casos, signifi-
ca la muerte, sin paliativos. Se trata s610 de una de las
ecuaciones, falsas, a mi entender, a prop6sito de la re-
laci6n entre el contenido de los programas y su su- puesto efecto.
Las elecciones que se Ilevan a cabo en la televisi6n
son, en cierto modo, elecciones sin sujeto. Para expli-
car esta afirmaciön, tal vez algo exagerada, me limita-
ré a mencionar las consecuencias del mecanismo de
circulaci6n circular al que he aludido antes brevemen-
te: el que los periodistas que, por 10 demås, compar-
ten muchas caracterfsticas comunes por su condici6n, asi como por su procedencia y su formaci6n, se lean
mutuamente, se vean mutuamente, se encuentren cons-
tantemente en unos debates en los que siempre apare-
cen las mismas caras, tiene unos efectos de enclaustra-
miento y, no hay que vacilar en decirlo, de censura tan
eficaces —mås eficaces, incluso, porque el principio no
es tan aparente— como los de una burocracia central,
de una intervenci6n politica deliberada. (Para medir la
fuerza de enclaustramiento de este cfrculo vicioso de
Ia informaciön basta con hacer que penetre en él —para
que salga hacia el gran püblico— una informaci6n no
programada: sobre la situaci6n en Argelia, sobre el es-
tatuto de los extranjeros en Francia, etcétera. La con-
ferencia de prensa, el comunicado de prensa, no sirven
de nada; se supone que los anålisis resultan aburri- dos, y es imposible meterlos en un periödico, salvo si Ilevan la firma de un nombre famoso, que vende. Para
romper el cfrculo, hay que abrir una brecha en él, una
brecha que solo puede ser mediåtica; hay que con-
seguir dar el golpe de manera que se interesen los
medios, o, por 10 menos, un medio; solo asi se podrå
asegurar su difusi6n, gracias al efecto de la compe-
tencia.) Si uno se pregunta, pregunta que puede parecer algo ingenua, como se informa la gente que se encarga
de informamos, resulta que, en Ifneas generales, es in-
car esta afirmaciön, tal vez algo exagerada, me limita-
ré a mencionar las consecuencias del mecanismo de
circulaci6n circular al que he aludido antes brevemen-
te: el que los periodistas que, por 10 demås, compar-
ten muchas caracterfsticas comunes por su condici6n, asi como por su procedencia y su formaci6n, se lean
mutuamente, se vean mutuamente, se encuentren cons-
tantemente en unos debates en los que siempre apare-
cen las mismas caras, tiene unos efectos de enclaustra-
miento y, no hay que vacilar en decirlo, de censura tan
eficaces —mås eficaces, incluso, porque el principio no
es tan aparente— como los de una burocracia central,
de una intervenci6n politica deliberada. (Para medir la
fuerza de enclaustramiento de este cfrculo vicioso de
Ia informaciön basta con hacer que penetre en él —para
que salga hacia el gran püblico— una informaci6n no
programada: sobre la situaci6n en Argelia, sobre el es-
tatuto de los extranjeros en Francia, etcétera. La con-
ferencia de prensa, el comunicado de prensa, no sirven
de nada; se supone que los anålisis resultan aburri- dos, y es imposible meterlos en un periödico, salvo si Ilevan la firma de un nombre famoso, que vende. Para
romper el cfrculo, hay que abrir una brecha en él, una
brecha que solo puede ser mediåtica; hay que con-
seguir dar el golpe de manera que se interesen los
medios, o, por 10 menos, un medio; solo asi se podrå
asegurar su difusi6n, gracias al efecto de la compe-
tencia.) Si uno se pregunta, pregunta que puede parecer algo ingenua, como se informa la gente que se encarga
de informamos, resulta que, en Ifneas generales, es in-