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Resumen de la materia el cual lleva a la introducción de la misma
Tipo: Resúmenes
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Guía de preguntas 2da etapa
Clase 7: Política, Estado y Representación
Clase 10: Cultura e Identidad Nacional
Clase 11: La educación en el cambio de época
Formas de pensar lo educativo, que no quede reducido a lo escolar. Concepto de lucidez.
Clase 12: Conocimiento y Poder
Clase 13: Universidad, Carreras y Profesiones
¿Deserción escolar?
hallan obligados a poner en ejecución la voluntad del pueblo, pero no pueden ignorarla: la libertad de opinión garantiza que, si tal voluntad existe, sea conocida. Además, como los gobernantes saben que deben su status a la elección, se inclinan a tomar en consideración esta voluntad como uno de los datos de la situación en la cual ellos tienen que decidir. La única voluntad jurídicamente obligatoria es el voto, pero los gobernados tienen constantemente la posibilidad de hacer escuchar una opinión colectiva que pesa sobre la toma de decisiones. En general se denomina opinión pública esta voz colectiva del pueblo que, sin tener valor vinculante, puede siempre manifestarse a salvo del control de los gobiernos. La opinión pública es la forma no institucional y no jurídicamente sancionada de la unidad política del pueblo. La libertad de opinión publica mantiene constantemente abierta la posibilidad de que el pueblo hable por si mismo y que así se manifieste yendo mas allá de la representación. El gobierno representativo es, un régimen en el cual los representantes no pueden decir jamás con confianza y certidumbre absolutas: “nosotros, el pueblo”. La libertad de opinión publica distingue al gobierno representativo de “la representación absoluta” al abolir distancia entre gobernantes y gobernados. Sustituye los representados por los representantes.
La decisión colectiva deriva de la deliberación
Todos los teóricos y los políticos prácticos del gobierno representativo han subrayado que la discusión juega un papel central. Esto tiene que ver con el hecho de que la idea de representación ha sido vinculada desde el comienzo con aquella de una instancia de decisión compuesta por una pluralidad de individuos libres en sus opiniones. Si es en una instancia colectiva donde las opiniones son libres, resulta probable que las opiniones y las voluntades políticas sean al comienzo divergente. La decisión política deberá otorgar un lugar primordial al único procedimiento por el cual muchos actores inicialmente en desacuerdo llegan a elaborar una posición común sin recurrir a la coerción: la discusión persuasiva. El ideal gobierno representativo ha aparecido desde el comienzo como solidaria de cierta aceptación de la diversidad social.
Estos principios son aplicados, si bien con diferentes modalidades, en los tres tipos ideales de gobierno representativo.
¿Cuáles son las características de cada uno de los 3 tipos de democracia que refiere el autor? ¿Con cual de estos 3 modelos identificas a la realidad y por qué?
-Elección de los gobernantes por los gobernados: Candidatos que por su red de relaciones locales, su notoriedad, la diferencia de la que gozan, suscitan la confianza de aquellos que viven próximos o que comparten sus intereses. La relación de confianza tiene un carácter esencialmente individual. La confianza daba como resultado que el representante fuese percibido como perteneciente a la misma comunidad social de los electores.
-El margen de independencia de los gobernantes: Su función no es la de transmitir una voluntad política. No es portavoz de sus electores, sino su hombre de confianza. Diputado vota únicamente de acuerdo con sus convicciones personales y no en función de compromisos adquiridos fuera del parlamento.
-La libertad de opinión pública: La primera mitad del siglo XIX está caracterizada, en Inglaterra por la proliferación de movimiento de opinión. El carácter específico de la situación tiene que ver con el hecho de que entre las elecciones y lo que se ha denominado expresión de la opinión publica, no existe superposición o coincidencia. La designación de gobernantes y la expresión de la opinión pública no difiere solamente por su forma, difieren también por su contenido o por su
objeto. Los problemas políticos precisos que plantean la libertad de religión, la reforma del parlamento, el libre intercambio, no son relevados por las campañas electorales ni regulados por los resultados de las elecciones; son llevados a escena por organizaciones ad hoc y negociados a partir de presiones ejercidas sobre el parlamento desde el exterior. La distancia sustancial que separa la elección de los representantes y la expresión de la opinión pública se vincula ciertamente al carácter restringido del derecho al sufragio, pero también a los principios mismos del parlamentarismo. La libertad de opinión publica frente a los gobernantes significa, en este tipo de gobierno representativo, que puede manifestarse una distancia entre la opinión pública, por un lado, y el parlamento en su conjunto, por otro.
-El gobierno a través del debate: Al no estar comprometidos los representantes por las voluntades precisas de sus electores, el parlamento es una instancia de deliberación en el sentido pleno, un lugar donde los individuos conformar sus voluntades mediante la discusión y el intercambio de argumentos. Precisamente, con miras a permitir una verdadera discusión deliberativa en el seno del parlamento, en el parlamentarismo clásico los diputados no están obligados por las voluntades previas de sus electores.
-Elección de los gobernantes por los gobernados: La ampliación del cuerpo electoral que sigue a la ampliación del derecho al sufragio impide una relación personal entre el elegido y sus electores. Los electores votan por alguien que lleva los colores de un partido. Los partidos políticos de masa se han gestado en la extensión del sufragio, para encuadrar y orientar los votos de un número muy grande de electores, gracias a su organización y a su red de militantes. Los electores votan durante largos periodos por el mismo partido, aun cuando a lo largo del tiempo presente diferentes candidatos. La orientación del voto está orientada por la posición social y económica de los individuos y sus pares, y su orientación se trasmite por generaciones a través de la socialización familiar o local. La representación llegaba a ser sobre todo el reflejo de la estructura social. El sentimiento de pertenencia a una comunidad es lo que explica el voto a favor de un partido, mucho más que la adhesión a su programa político. Es el objeto de la confianza el que cambia, no se dirige mas a una personalidad si no a una organización, al partido.
-El margen de independencia de los gobernantes: El diputado no es un hombre libre en sus decisiones en el parlamento: está ligado al partido que lo hizo elegir. El parlamento se vuelve el lugar donde se refleja o se registra una relación de fuerzas entre diferentes intereses sociales. La democracia de partidos maximiza, en un sentido, el riesgo de enfrentamiento abierto y de cataclismo, pero la apuesta mínima del juego, por lo elevada, acrecienta también, en los actores, la predisposición a evitar este tema. Los actores se inclinan a lanzarse a acciones riesgosas cuando ignoran la resistencia a las cuales tendrán que hacer frente y, en general, tienen tendencia a subestimar esa resistencia. La democracia de partidos pone las fuerzas frente a frente y a cada una de ella ante un riesgo mayor. Para evitar el riesgo, el campo mayoritario no tiene sino un recurso: hacer un compromiso con la minoría, es decir, renunciar a imponerle sin reservas su voluntad. Para poder concretar compromisos o formar coaliciones, los partidos deben conservar un margen de maniobra una vez pasadas las elecciones. Esta libertad de acción se posibilita por el hecho de que al votar por un partido, los electores se remiten a el y le otorgan toda su confianza. El partido está obligado a actuar, después de las elecciones, sobre la base de su programa será realizado: deben estar en libertad para no poner en práctica todas las medidas previstas por el programa. Esta libertad del representante en tanto individuo se ha suprimido por cierto, pero el margen de independencia de los gobernantes se desplaza, al interior del sistema representativo, resultando privativo del grupo formado por los diputados y los dirigentes del partido.
comprometiéndose con programas detallados. La naturaleza y el entorno de la actividad gubernamental moderna exigen, poderes discrecionales, cuya estructura formal puede ser comparada a la antigua noción del poder de prerrogativa (poder de tomar decisiones en ausencia de leyes preexistentes). Se puede afirmar que los gobiernos contemporáneos precisan poderes discrecionales respecto de los programas políticos, ya que aumenta la dificultad de prever todos los acontecimientos a lo que el gobierno ha de dar respuesta. Los votantes saben igualmente que el gobierno ha de tratar acontecimiento impredecible. La confianza personal que inspiran los candidatos es un criterio más adecuado para la selección que la evaluación de planes de acción futuros. La confianza, vuelve asumir un papel central.
-El papel de la oferta electoral en general: La personalidad de los candidatos, comportamiento electoral varía según la configuración de las candidaturas. La elección del voto cambia según se trate de una lección local o nacional, presidencial o legislativa. La actitud de los candidatos en el debate público anterior a las elecciones ejerce un efecto importante sobre los determinantes del voto. Esto sugiere que la decisión del voto depende de las percepciones que se tengan sobre lo que está en juego en cada elección, más que de características socioeconómicas y culturales. Las decisiones de los votantes parecen ser sensible a las cuestiones formuladas en las campañas electorales. Los votantes parecen responder más que expresar, ahora predomina la dimensión reactiva del voto. Una elección siempre comporta un elemento de división y diferenciación entre votantes. Por un lado, una elección necesariamente separa a los que apoyan a un candidato de los que no lo hacen. Un candidato, por lo tanto, no tiene solo que definirse a si mismo, ha de definir también al adversario. Las divisiones sociales, que fuera de las elecciones dividen a la masa de la ciudadanía, son un recurso esencial. En las sociedades en las que una división es duradera y especialmente sobresaliente, los políticos saben antes de la elección que fracturas explotar. En esas situaciones, los términos de la opción ofrecida por los políticos parecen una transposición de la división preexistente. Esta es la dinámica esencia de la democracia de partidos. La situación actual es diferente, los ciudadanos no constituyen una masa homogénea que pueda ser dividida de cualquier manera por las opciones que se ofrecen, pero las líneas divisorias sociales y culturales son numerosas, se entrecruzan y cambiar con rapidez. Un electorado así es susceptible de ser escindido en una serie de divisiones. Los políticos han de decidir cual de esas divisiones será más eficaz y ventajosa para ellos. Pueden activar una u otra. La iniciativa de los términos de la opción electoral compete al político no al electorado, lo que explica pro que la decisión del voto tiene hoy ante todo un carácter reactivo. Cuando los propios términos son reflejo de una realidad social independiente de las acciones de los políticos, el electorado aparece como el origen de los términos con lo que responde en las elecciones. El carácter reactivo del voto queda eclipsado por su dimensión expresiva. Cuando, por el contrario, los términos resultan en gran parte de las acciones relativamente independientes de los políticos, el voto es todavía una expresión del electorado, pero su dimensión reactiva adquiere mayor importancia es más visible. Por tanto, el electorado aparece como una audiencia que responde a los términos que se le presentan en el escenario político. Los políticos tiene solo una cierta autonomía en su selección de las cuestiones divisorias: no pueden inventar con libertad absoluta las líneas de fractura. Los políticos pueden tomar la iniciativa y proponer un principio de división otro, pero las elecciones arrastraran su propia sanción a su iniciativa autónoma. Los candidatos no saben por adelantado, que principio divisorio será el mas eficaz, pero como las divisiones mas eficaces políticamente son las que se corresponden con las preocupaciones del electorado, el proceso tiende a producir una convergencia entre los términos de la opción electoral y las divisiones entre el público. En la democracia de audiencia, la convergencia se establece pro si misma y con el tiempo a través de un proceso de prueba y error: el candidato toma la iniciativa de proponer una línea de división o bien durante la campaña. Cada candidato propone la cuestión o termino que cree dividirá al electorado del modo mas eficaz y beneficioso.
El representante ya no es más un portavoz, es alguien de confianza pero también un actor relativamente autónomo que busca y pone de manifiesto las divisiones en el seno electoral.
-El margen de independencia de los gobernantes: Generalmente se reconoce que los representantes actuales son elegidos por su imagen, tanto la imagen persona del candidato como la de la organización o partido a la que pertenecen. Una campaña electoral, es un proceso de carea, varias imágenes. A los votantes se les presentan una variedad de imágenes en competencia, no son completamente indeterminadas o sin límites, ya que una campaña electoral crea un sistema de diferencias: hay una cosa la menos que la imagen de un candidato no puede determinar, la imagen de su competidor. Estas imágenes son representaciones mentales muy simplificadas y esquematizadas. La importancia de las representaciones esquemáticas se debe al hecho de que gran número de votantes no son lo suficientemente competentes para captar los detalles técnicos de las medidas propuestas y de las razones que las justifican. Pero el uso de representaciones simplificadas es también un método para resolver le problema de los costes de información. Al ser elegidos los representantes a partir de estas imágenes esquemáticas, tienen cierta libertad de acción una vez en el cargo. En lo que denominamos democracia de audiencia, la independencia parcial de los representantes, que siempre caracterizo a la representación, esta forzada por el hecho de que las promesas electorales adoptan la forma de imágenes relativamente nebulosas.
-La libertad de la opinión pública: El hecho crucial es que en la democracia de audiencia, los canales de la comunicación publica son en su mayor parte políticamente neutrales, es decir, no partidistas. Introducen sus propias distorsiones y prejuicios no están vinculados estructuralmente con los partidos que compiten por los votos. Ahora los partidos políticos no suelen tener sus propias publicaciones de amplia circulación. El auge de los medios populares no partidistas tiene una importante consecuencia: sean cuales sean sus preferencias políticas, todo individuo recibe la misma información sobre un determinado asunto que cualquier otro. En contraposición, cuando la prensa se encuentra en gran parte en manos de los partidos políticos, la fuente de información de cualquiera es seleccionada según sus inclinaciones partidistas, los hechos y los temas son considerados tal y como los presenta el partido al que se vota. Así, parece que la percepción de los objetos públicos (en tanto distinta de las apreciaciones o de los juicios sobre ellos) tiende hoy a homogeneizarse y a volverse independiente de las preferencias partidarias. Las personas pueden adoptar posiciones divergentes sobre un determinado tema. La opinión pública se divide entonces sobre el asunto en cuestión. Esta neutralización provoca un desacople entre el voto y la opinión publica sobre los diferentes problemas del ahora. Las encuestas de opinión son una característica de esta nueva forma de gobierno representativo. Los que elaboran los cuestionarios no saben por adelantado cual pregunta producirá los resultados más significativos, toman de manera autónoma la iniciativa de plantear tal cuestión en lugar de tal otra y proceden ellos también, por ensayo y error.
-El gobierno a través del debate: Los parlamentos no son foros de discusión pública. Cada partido agrupa alrededor de una figura dirigente y cada grupo parlamentario vota de modo disciplinado en apoyo de su líder. Individualmente, los representantes se reúnen y consultan con grupos de interés y asociaciones de ciudadanos. Aumenta el número de votantes flotantes que no depositan su voto sobre la base de una estable identificación partidista. Un creciente segmento del electorado tiende a votar según los problemas planteados en cada elección. Lo nuevo del votante flotante de hoy en día es que está bien informado, interesado en política y bastante bien instruido. El nuevo fenómeno se debe en gran parte a la neutralización de los medios de información y de opinión: los votantes interesados en política y que buscan información están expuestos a opiniones encontradas. La discusión de temas concretos ya no se limita al parlamento o a comités consultivos entre los partidos tienen lugar dentro del mismo público.
¿Cómo define el autor las particularidades del neoliberalismo? Enumerar algunas de las consecuencias que produjo en la Argentina en los ámbitos económico, político y social/ subjetivo. Concepto de descolectivización.
A mediados del siglo XX se produjo una expansión de las políticas de bienestar y del gasto social que generó un sentimiento de colectivización en la ciudadanía. Estos modos de integración habían promovido un imaginario de país en el que todos los ciudadanos tenían los mismos derechos, siendo el Estado el garante de la cohesión de la nación, de la protección de los derechos y de la expansión del bienestar. Con el Golpe Militar de 1976 se inició un proceso para reestructurar la economía y la sociedad pero éste no fue capaz de llevarlo a cabo en su totalidad. Tampoco lo fue Alfonsín, que representaba a la clase media “moderada, racional, pacífica y respetuosa de las instituciones” diferenciada de la clase popular. Ya en este tiempo se percibía el debilitamiento de la identidad trabajadora y del orgullo plebeyo. A partir de 1987 la clase dominante buscó liberalizar completamente la economía. Las empresas formadoras de precios se valieron de una estrategia que posteriormente se denominó “doctrina del shock”: Entre 1988 y 1989 la inflación se disparó a más de 3500% lo que derivó en el traspaso anticipado de la presidencia Raúl Alfonsín a Carlos Menem. Durante el gobierno de éste, se aplicaron drásticas recetas neoliberales:
Concepto de Descolectivización Probablemente el cambio que resume todos los cambios sea el del enorme crecimiento de la desigualdad. Gracias a la represión militar y a las políticas neoliberales, las clases altas habían conseguido apropiarse de una gran porción de la riqueza producida socialmente. Esta transferencia de ingresos se produjo, en tiempos del Proceso y de Alfonsín principalmente a través de la inflación y de la caída del nivel de los salarios. En el período de Menem / De La Rúa la causó sobre todo el desempleo. A medida que fue creciendo la desigualdad y la riqueza se fue concentrando en los más ricos, la gran mayoría de la población empeoró su condición social. Desde el punto de vista social las políticas neoliberales produjeron una enorme transformación. Cada individuo debía proveerse el acceso al bienestar por sus propios medios. Todo lo público debía reducirse, quienes pudieran pagarlo deberían adquirir en el mercado aquello que necesitaran, incluyendo servicios de salud, educación y seguridad. Para mantener bajo control el creciente fenómeno de la pobreza y la indigencia, el Estado, en todos sus niveles, ampliaron de manera sostenida las políticas de asistencia focalizada; de esta manera las vías por las cuales el Estado se ocupó de las necesidades de las clases populares ya no fueron la ampliación de derechos que colectivamente podían reclamar los ciudadanos, sino que se buscaba identificar los focos posibles de conflicto para otorgar alguna ayuda puntual que los mantuviera encapsulados y bajo control. Desde el punto de vista político, en aquellos distritos bajo el control peronista, las Unidades Básicas y los referentes locales del movimiento gestionaban en cada barrio los recursos que provenían del Estado. La militancia social se transformó en la gestión de las necesidades puntuales del barrio; esta dependencia respecto del Estado contribuyó a despolitizarla al privarla de la posibilidad de disentir
con la clase dirigente a quien estaba subordinada. Este proceso derivó en la expansión del clientelismo, es decir el intercambio de favores personales (financiados con recursos del Estado) por apoyo electoral. La vida social sufrió entonces un notorio proceso de descolectivización a medida que todas las instancias de socialización disponibles para las personas se iban debilitando o desaparecían. Para quienes no podían ya asistir a la escuela, ni conseguir un trabajo, ni participar políticamente ni sentirse ciudadanos de una nación la vida se transformó cada vez más en una cuestión de supervivencia básica en la que había que arreglárselas por sí solos.
Concepto de desocialización. ¿Cómo la aparición de la figura de economía modifica la dinámica de la representación democrática?
Según estudiosos de la política argentina, existe un desajuste entre el sistema formal y el sistema real de representación; es decir que el régimen político argentino ha sido históricamente permeable a la intervención de una multiplicidad de actores provenientes de organizaciones ajenas a los partidos (corporaciones patronales y sindicales, FFAA, ideólogos carentes de estructura partidaria, etc.). Así, en un contexto inflacionario creciente, la autoridad delegada a los expertos en economía se fue inscribiendo en una cultura política proclive a atribuir a ciertos hombres, ajenos a la contienda electoral, la capacidad de superar las diferencias entre los argentinos y de refundar desde arriba el orden. A mediados del siglo XX el liberalismo, el populismo-peronismo y el desarrollismo se afirmaron como los principales marcos ideológicos. Los tres buscaron visibilizar un conjunto de experiencias comunes, estructurando colectivos y tejiendo lazos de solidaridad y de oposición entre ellos. Estos marcos ideológicos no se expresaban puntualmente en el sistema de representación político, sino que era posible encontrar por ejemplo, dirigentes radicales con orientación liberal, desarrollista o populista. Las expresiones más depuradas se ubican más bien en los grandes periódicos nacionales; mientras La Prensa y La Nación expresaron al pensamiento liberal-conservador, el diario Clarín fue dirigido durante décadas por los principales referentes del desarrollismo. Excluido de los grandes matutinos, el peronismo encontraba en los comunicados del líder y en las declaraciones sindicales un modo de participar de las polémicas públicas. En la prensa de los años cincuenta y setenta, las temáticas económicas no concentraban el foco de la atención mediática. A comienzo de los sesenta, en Europa, EEUU, Asia y América Latina diversos movimientos artísticos y políticos denunciaron la “opresión” del modelo de posguerra. Los “nuevos movimientos de izquierda” llamaban a la liberalización de las costumbres, la tolerancia hacia las minorías, la humanización de los procesos productivos y la exaltación de las libertades individuales. Gran parte de la reorganización capitalista de las últimas décadas se explica por el modo en que las agrupaciones políticas y económicas respondieron a estos reclamos, a fin de neutralizarlos. En la Argentina así como en otros países latinoamericanos, esta movilización derivó en regímenes autoritarios de singular violencia, que propiciaron la degradación de la equidad social y el retroceso de muchos derechos alcanzados por las mayorías. En este proceso, la inflación operó como un mediador determinante, introduciendo prácticas y discursos en tensión con los anteriores (se refiere a los discursos desarrollados en la época peronista) Los expertos que empezaron a tomar la palabra en público, contribuyeron a definir la economía como un dominio autónomo, independiente de toda ideología y moral, que se encontraba en el país particularmente trastocado. Al tiempo que se subrayaba el modo en que la inflación socavaba los principales contratos, se reafirmaba que ciertas pulsiones “elementales” incitaba a “los” argentinos a buscar el propio lucro aunque sus actos individuales, agregados, provocaran grandes perjuicios a la comunidad. Para estos nuevos portavoces del liberalismo, el desafío de las autoridades no era reprimir estas conductas, sino ajustar el sistema de incentivos para guiarlas de forma adecuada; es decir que estos discursos apelaban a una acción individualizada.
En los albores del siglo XXI, varios ministros de economía se lanzaron abiertamente a la competencia electoral sin embargo estos partidos liderados por economistas no han podido seducir al electorado de manera relevante. Por lo que puede concluirse que se requiere otras funciones bien definidas por parte de las estructuras partidarias: la acumulación de votos y la capacidad de neutralización del conflicto social.
¿Cómo entiende la autora al neoliberalismo? Caracterizar algunos de los dispositivos de regulación social que la autora adjudica al neoliberalismo.
La mayor parte de los regímenes políticos modernos expresan equilibrios cambiantes entre la intervención reguladora del Estado y las prácticas libradas al arbitrio de los individuos. En cada etapa histórica se observa la sedimentación de un conjunto de dispositivos que permiten automatizar ciertas conductas, reducir la incertidumbre, perpetuar en el tiempo principios concretos de regulación. Los sistemas impositivos, los contratos de trabajo, las infraestructuras públicas, la distribución geográfica de los establecimientos educativos, entre otros, traducen las prioridades de la acción pública y buscan orientar la acción de los particulares. Estos dispositivos son tanto más eficaces cuanto más invisibles y automáticos son, actúan con más fuerzas cuando los actores los toman como datos evidentes, naturales y necesarios de la realidad. A nivel mundial, en el período de posguerra los Estados dispositivos de integración y regulación a los fines de redistribuir la riqueza de manera más progresiva. En consonancia, en los años cincuenta y sesenta las medidas de intervención estatal apuntaron a instituir un nuevo vínculo entre los sectores socioeconómicos: la industria local fue beneficiaria de la mayor parte de las políticas de planificación, cuyo objetivo era sustituir progresivamente las importaciones y alentar la expansión del empleo, política redistributiva en desmedro del sector rural. Según el paso del tiempo, la administración pública se revelaba con frecuencia incapaz de controlar la prestación exigida a los actores privados y de evitar eventuales abusos; como resultado, las empresas más grandes de capital nacional consolidaron su posición gracias a las relaciones privilegiadas establecidas con el Estado. Esto se explica en gran medida por la colusión entre empresarios y funcionarios públicos que permitió a los primeros sacar ventaja de las debilidades administrativas y financieras estatales. Con respecto a los sindicatos, durante la segunda posguerra los representantes de los trabajadores fueron rara vez llamados a una negociación abierta con las autoridades y las entidades patronales, por lo que los dirigentes gremiales desarrollaron una estrategia de presión sobre el Estado y los empresarios a través de las huelgas nacionales. La ausencia de acuerdos explícitos alentaba a los sindicatos a perseverar en una actitud confrontativa a fin de hacerse oír en un contexto de proscripción del partido mayoritario. Como consecuencia, a partir de los años sesenta, la voluntad política se vio comprometida en una espiral creciente de violencia. Al tiempo que el juicio a la intervención estatal seguía siendo materia de polémica y conflicto entre las elites civiles y militares, la problemática de la inflación permitió establecer una distinción durable entre economía y política, propiciando la consolidación de una nueva forma de regulación. Retomando a Gilles Deleuze, “el neoliberalismo implica una transformación sociopolítica esencial: el pasaje de las “sociedades disciplinarias” a las “sociedades de control”. Este control se ejerce en espacios sin fronteras claras, motivando y orientando los deseos individuales. A diferencia de los regímenes centralizados de organización y vigilancia, para el neoliberalismo la autonomía individual se considera como el fundamento del equilibrio y del progreso. Las técnicas de gobierno neoliberales suponen formas de gestión más incitativas, por ejemplo en lugar de prohibir consumos dispendiosos se aumenta la carga impositiva que pesa sobre ellos. En la medida en que muchos bienes y servicio s antes definidos y provistos por el mercado se vuelven mercancía, los individuos / consumidores tienen la posibilidad y la obligación de elegir, cuando antes simplemente recibían lo que les era otorgado. En aquellos lugares donde las reformas neoliberales fueron graduales y moderadas, la expansión de las nuevas técnicas de gobierno presentó cierta continuidad con el período precedente. La regulación estatal no desapareció, sino que el derecho y las ciencias económicas se articularon en un
conjunto de nuevos instrumentos destinados a gobernar los mercados. Contrariamente, en donde las transformaciones fueron radicales, las “leyes de mercado” se definieron como un “estado de naturaleza” a restaurar por todos los medios. En estos escenarios de urgencia, los marcos legales fueron considerados obstáculos a la libertad de elección y de empresa. En Argentina el pasaje de un modo de regulación a otro se realizó con el fin de recobrar el orden monetario. El problema de la inflación venía desde los años cuarenta, derivado de la depreciación monetaria. Durante la dictadura militar en los setenta, en lugar de penalizar o controlar el acceso a la divisa como refugio, las autoridades económicas alentaron a los argentinos a tomar la tasa de cambio entre la moneda local y el dólar como referencia para calcular el resto de los precios. De esta manera el Banco Central perdió su capacidad para operar como “prestamista de última instancia”: en el caso de una corrida bancaria, las autoridades nacionales no tendrían la capacidad de responder con la creación de dólares. Hacia mediados de 1980 las transacciones importantes ya se encontraban dolarizadas, por lo que la convertibilidad instaurada entre el dólar y el peso no se justificó como una solución posible sino como la única disponible, dado que era una práctica adoptada en la vida cotidiana. El control de precios y las restricciones al mercado cambiario fueron medidas consideradas inviables para restaurar la confianza perdida. A fin de sostener la moneda, los gobernantes argentinos alentaron la llegada de capitales externos, renegociaron la deuda pública, promovieron las exportaciones e intentaron conquistar y retener el apoyo de las organizaciones financieras internacionales. Los actores extranjeros que podían proveer de dólares se transformaron en instituciones jerárquicas de sustitución (del gobierno, tomador de decisiones); a cambio de apoyo las autoridades asumieron la obligación de cumplir un programa de reformas económicas formuladas por las autoridades del FMI. El desorden se profundizó cuando las divisas provinieron, durante las últimas dos décadas de siglo, más del mercado financiero que de las exportaciones. Los mercados se identifican casi con exclusividad con los movimientos financieros que superan las fronteras del país para fundirse en una dinámica impersonal de escala planetaria; cada participante del mercado se diferencia de los otros en función de su capital y su liquidez, y su “opinión” se expresa día a día a través de las múltiples opciones disponibles. Las transformaciones de estas opciones o del contexto ponen la confianza de los inversores a prueba y sus reacciones pueden desatar crisis de singular magnitud.
¿Qué es violencia epistémica?
El anunciado “fin” de la modernidad implica la crisis de un dispositivo de poder que construía al “otro” mediante una lógica binaria que reprimía las diferencias. Esta crisis no conlleva el debilitamiento de la estructura mundial al interior de la cual operaba tal dispositivo. El “fin de la modernidad” es tan solo la crisis de una configuración histórica del poder en el marco del sistema- mundo capitalista, que sin embargo ha tomado otras formas en tiempos de globalización, sin que ello implique la desaparición de ese mismo sistema-mundo. La actual reorganización global de la economía capitalista se sustenta sobre la producción de las diferencias y por lo tanto, la afirmación celebratoria de estas, lejos de subvertir al sistema, podría estar contribuyendo a consolidarlo. El desafío actual para una teoría crítica de la sociedad es, precisamente, mostrar en qué consiste la crisis del proyecto moderno y cuales son las nuevas configuraciones del poder global. Formación de los estados nacionales El proyecto de la modernidad es el intento fáustico de someter la vida entera al control absoluto del hombre bajo la guía segura del conocimiento. Este proyecto de mandaba, a nivel conceptual, elevar
implementación de las leyes y para facilitar, además, las transacciones comerciales. Desde la normatividad de la letra, las gramáticas buscan generar una cultura del “buen decir” con el fin de evitar las “prácticas viciosas del hablar popular” y los barbarismos groseros de la plebe. Resulta claro entonces que la invención de la ciudadanía y la invención del otro se hallan genéticamente relacionados. La construcción del imaginario de la “civilización” exigía necesariamente la producción de su contraparte: el imaginario de la “barbarie”. En ambos casos son más que representaciones mentales, son imaginarios que poseen una materialización concreta, en el sentido de que se hallan anclados en sistemas abstractos de carácter disciplinario como la escuela, la ley, el Estado, las cárceles, los hospitales y las ciencias sociales. Es precisamente este vínculo entre conocimiento y disciplina el que nos permite hablar de una “violencia epistémica” como proyecto de modernidad.
Epistemología: Parte de la filosofía que estudia los principios, fundamentos, extensión y métodos del conocimiento humano.
¿Qué es el colonialismo y cuales son sus formas?
El surgimiento de los Estados nacionales en Europa y América durante los siglos XVII a XIX no es un proceso autónomo, sino que posee una contraparte estructural: la consolidación del colonialismo europeo en ultramar. La persistente negación de este vínculo entre modernidad y colonialismo por parte de las ciencias sociales ha sido, en realidad, uno de los signos más claros de su limitación conceptual. Las ciencias sociales proyectaron la idea de una Europa aséptica y autogenerada, formada históricamente sin contacto alguno con otras culturas. Para los africanos, asiáticos y latinoamericanos el colonialismo no significó primariamente destrucción y expoliación sino, ante todo, el comienzo del tortuoso pero inevitable camino hacia el desarrollo y la modernización. Las teorías poscoloniales mostraron que cualquier recuento de la modernidad que no tenga en cuenta el impacto de la experiencia colonial en la formación de las relaciones propiamente modernas de poder resulta no solo incompleto sino también ideológico ya que fue a partir del colonialismo que se generó este tipo de poder disciplinario que caracteriza a las sociedades y a las instituciones modernas. El Estado moderno no debe ser mirado como una unidad abstracta, separada del sistema de relaciones mundiales que configuran a partir de 1942, sino como una función al interior de ese sistema internacional de poder. ¿Cuál es el dispositivo de poder que genera el sistema-mundo moderno/colonial y que es reproducido estructuralmente hacia adentro por cada uno de los estados nacionales? Concepto de colonialidad de poder: la expoliación colonial es legitimada por un imaginario que establece diferencias inconmensurables entre colonizador y colonizado. Las nociones de “raza” y “cultura” operan aquí como un dispositivo taxonómico que generan identidades opuestas. La maldad, la barbarie y la incontinencia son marcas “identitarias” del colonizado, mientras que la bondad, la civilización y la racionalidad son propias del colonizador. El concepto de la “colonialidad del poder” amplía y corrige el concepto foucaultiano de “poder disciplinario”, al mostrar que los dispositivos panópticos erigidos por el Estado moderno se inscriben en una estructura más amplia, de carácter mundial, configurada por la relación colonial entre centros y periferias a raíz de la expansión europea. La modernidad es un “proyecto” en la medida en que sus dispositivos disciplinarios quedan anclados en una doble gubernamentalidad jurídica. De un lado, la ejercida hacia adentro por los estados nacionales, en su intento por crear identidades homogéneas mediante políticas de subjetivación; de otro lado, la gubernamentabilidad ejercida hacia fuera por las potencias hegemónicas del sistema-mundo moderno/colonial, en su intento de asegurar el flujo de materias primas desde la periferia hacia el centro. Ambos procesos forman parte de una sola dinámica estructural.
Concepto de identidades postmodernas. Las identidades pueden transformarse o autotransformarse.
Pensar la identidad desde la filosofía requiere un doble ejercicio: la búsqueda de los supuestos subyacentes que operan por detrás de las formas concretas en que se plasma la identidad en nuestros tiempo y su deconstrucción, esto es la posibilidad de vislumbrar cómo y porqué esos modos se han establecido a lo largo de la historia y cómo han logrado naturalizarse como si fueran formas que reflejan estructuras esenciales. El problema se produce cuando ciertos acontecimientos destraban movimientos conceptuales que hacen tambalear las seguridades epistemológicas de un campo, cuando es posible generar una contraexplicación que pone de manifiesto el carácter no solo contradictorio, sino sobre todo excluyente de la lógica en cuestión. En este sentido, el problema de la identidad oscila entre sus crisis empíricas y sus paradojas conceptuales. Hay una forma de pensar la identidad que parece haber entrado en crisis: aquello que Heidegger llama “metafísica de la presencia”. Nuestra tesis de trabajo es que la noción de identidad es una noción de la que nos vamos despidiendo, pero como no sabemos hacia donde vamos utilizamos categorías de las cuales ya nos hemos despedido. De hecho, seguimos hablando de identidad auque muchas de las manifestaciones que abordaremos en este trabajo constituyan la posibilidad de implotar la identidad como cómplice de la destrucción de aquello que buscaba encontrar. Metafísica de la presencia: desde sus orígenes griegos, nuestra cultura no ha sido más que el intento de dar con aquellos principios fundamentales que estructuran y ordenan el sentido de lo real. Se supone que podemos reducir todo a ellos, que podemos explicar cualquier fenómeno porque es posible llevarlo a esos principios fundamentales. Heidegger nos ayuda a pensar de qué manera ha obrado esta concepción del mundo y cómo siempre ha quedado algo o alguien afuera. Es así como el principal problema de la identidad lo constituye la diferencia. Si para la identidad hay lo propio y lo ajeno, el problema comienza con el otro. El otro es aquel que no puede subsumirse, el de procedencia mixta, el híbrido, el que no encaja en los formatos de identidad tradicionales. La identidad es, antes que nada, una categoría lógica, e incluso podríamos agregar: ontológica. Define una forma de orden que se encuentra insinuada en su etimología; es que la palabra “identidad” proviene del latín tardío identitas, que a su vez deriva de ídem, que significa “lo mismo”, aquello que se repite y que expresa una relación de toda entidad consigo mismo. En su presentación formal, decimos que todo A es idéntico a sí mismo; esto sería una suerte de principio básico que estructura cualquier orden posible. Si A no fuera siempre A el mundo sería imposible ya que cada cosa estaría siendo siempre, y al mismo tiempo, otra cosa. La identidad instala a toda entidad en lo que es, y por ello podemos vincular la identidad con un determinado tipo de pensar el ser: como presencia. Concepción sustancialista: según Aristóteles, la sustancia es aquello que subyace a cualquier ente como su fundamento. Supone la existencia de algo propio definitorio del ente en cuestión y en
despidiéndose de la idea de identidad, intentan pensarse a sí mismas por fuera del paradigma de la identidad y, sobre todo, del sí mismo. La contingencia En términos filosóficos, contingencia se opone a necesidad, lo necesario refiere siempre a aspectos supuestamente esenciales. Un rasgo necesario define una esencia y por ello no hay lugar a la contingencia o, si la hay, es porque remite a características secundarias, accidentales. Desde este enfoque, se produce una nítida separación entre los aspectos necesarios y los contingentes de cualquier entidad. “Contingente” vendría a ser todo aquello que puede ser de otra manera, que puede cambiar. En tanto comprendamos que todo sentido es siempre una construcción, la propia idea de necesidad se vuelve una proyección de significado que busca afirmarse. La contingencia vuelve así la forma en que toda entidad se presenta, ya que todo puede ser de otra manera. O sea, nada nunca se nos presenta en una totalidad que nos permita visualizar una supuesta esencia, sino que todo se presenta a partir de algún tipo de vinculación. Si nuestra identidad es contingente, entonces está siempre abierta al cambio, a su propio proceso de redescripción, de recreación, de reinvención. ¿Pero cómo reinventarse uno mismo si somos, antes que nada, esclavos de nuestra propia mismidad? La clave e la diferencia. Y cuanto más diferencia, más discontinuidad. La clave es el otro. Pero nunca el otro tolerable, ya que él no hace más que reafirmarnos en lo que somos. La clave es el hostil, el extraño, el extranjero. Las identidades contingentes se encuentran en permanente movimiento. Se establecen en algunos principios, pero son concientes de la posibilidad de verse irrumpidas en cualquier momento por un otro que las saque de sí mismas y las abra a un nuevo pliegue. El devenir vertiginoso de lo real genera estas dos posibilidades: o bien un esencialismo de autodefensa, o bien la apertura a la transformación permanente.
Optimismo pedagógico
Con la modernidad, movimiento social y cultural que podría fecharse a partir de los siglos XV y XVI, el orden de la sociedad comienza a concebirse sin Dios, es decir que la actividad del hombre empieza a pensarse y justificarse con criterios independientes a los divinos. El cambio hacia la modernidad se dio en diversos ámbitos: con Galileo desde la ciencia, Maquiavelo en política… a partir de muchos aportes en economía, cultura y política fue cimentándose el cuestionamiento y el desgaste del viejo orden social. Una de las características centrales de la modernidad es el énfasis en la difusión de la razón para la construcción del orden social. Es a partir del las revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII cuando la modernidad se instaló definitivamente en las sociedades occidentales. A partir de los siglos XVIII y XIX surgieron las visiones sobre la importancia de la educación para la transformación de la sociedad. Durante la Revolución Francesa emergieron las primeras propuestas estructuradas para organizar un sistema educativo nacional que “formara al ciudadano”. Fue entonces que aparecieron las ideas de obligatoriedad y gratuidad educativas. En Argentina, Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) buscó comprender los conflictos que agitaron a las Provincias Unidas desde la independencia y para ello acudió a explicaciones culturales: la “barbarie” era el escollo para construir una nación. Manejaba un amplio abanico de opciones para resolver el “problema”, desde eliminar físicamente a los gauchos e indios hasta educarlos para poder incluirlos en la “civilización”. Se fundó así el optimismo pedagógico
argentino: la creación y expansión de los sistemas escolares se dio por la creencia de que personas educadas construirían sociedades modernas.
La escuela como institución homogeneizante. Teoría reproductivista
Este consenso optimista comenzó a agrietarse en la década del 60 y 70, cuando se percibe que el desarrollo de la educación no ha terminado con el hambre, la pobreza, la guerra o las injusticias. Hechos como Auschwitz e Hiroshima obligaron a analizar la cultura que los hizo posibles. Los sistemas educativos se expandían en sociedades de variados regímenes políticos y la sola acción de la escuela no alcanzaba para generar sujetos más democráticos. Estudios teóricos y empíricos demostraban que la escuela era una poderosa agencia destinada a preservar el orden social de manera desigual e injusta. Entre los teóricos críticos creció el consenso sobre el servicio que la escuela prestaba a la reproducción de las relaciones de dominación en las sociedades capitalistas y en los socialismos reales. Las teorías de la reproducción son un conjunto de teorías educativas desarrolladas en el marco de la sociología de la educación que entienden que la educación es un medio por el cual se reproducen o perpetúan las relaciones sociales desiguales vigentes. A diferencia de las teorías pedagógicas que proyectan intervenciones sobre la educación, las teorías educativas de la reproducción solo intentan describir y explicar el funcionamiento de la escuela, destacando fundamentalmente su papel reproductor. Las teorías reproductivistas postulan que la escuela no es palanca de transformación sino un mecanismo para reproducir el orden de la injusticia actual. La relación directa entre escuela y sociedad no se rompe pero posiciona estos dos núcleos en sentido opuesto al que proclamaban Sarmiento y otros: la educación era solo lo que los grupos dominantes de la sociedad querían que fuera y servía para que se aceptara generalizadamente el orden de cosas existentes. En relación con el trabajo, hasta hace poco se creía que la mayor contribución de la escuela era formar obreros o técnicos capacitados en una especialidad, generalmente asociada a una rama de la industria. Así, por ejemplo, se plantearon comparaciones entre la escuela y el orden de la fábrica, o la preparación que los alumnos recibían para obedecer la jerarquía laboral. Lo que sucede en la actualidad es que tales trabajadores cobran cada vez menos importancia numérica y estratégica ante la aparición de máquinas que reemplazan el trabajo humano, automatizándolo.
Formas de pensar lo educativo, que no quede reducido a lo escolar.
Aprender a vivir necesita no solo de los conocimientos sino de la transformación, en el propio estado mental, del conocimiento adquirido en la sapiencia (sabiduría y ciencia) y la incorporación de esta sapiencia a la vida. En la educación se trata de transformar la información en conocimiento, de transformar el conocimiento en sapiencia y orientarlo.
La escuela de vida y la comprensión humana Morin expone la necesidad de incorporar en la currícula escolar diferentes temáticas vinculadas con la comprensión humana. Como actividad, propone exponer al alumno a las diferentes manifestaciones culturales como ser lectura de textos literarios, poesía y cine. Según el autor, el contacto con las diferentes obras puede ayudar al reconocimiento subjetivo del alumno y al reconocimiento y la comprensión del otro, como ser humano, diferente pero igual en cuanto a la condición. Noosfera Morin explica que con nuestra creencia y nuestra fe alimentamos los mitos o ideas que surgen en nuestras mentes y esos mitos o ideas toman consistencia y poder. Poseemos ideas, pero también las