Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

Orgullo y Prejuicio: Una Nueva Perspectiva de Darcy, Tesis de Literatura

Este fragmento de la novela "fitzwilliam darcy, un caballero" ofrece una nueva perspectiva sobre el personaje de darcy, explorando sus pensamientos y sentimientos hacia elizabeth bennet. Se centra en la interacción entre ambos personajes durante un baile, revelando la complejidad de su relación y la tensión que existe entre ellos.

Tipo: Tesis

2024/2025

Subido el 04/12/2024

melissa-manosalva
melissa-manosalva 🇨🇴

1 documento

1 / 190

Toggle sidebar

Esta página no es visible en la vista previa

¡No te pierdas las partes importantes!

bg1
Pamela Aidan
Pamela Aidan
F
FITZWILLIAM
ITZWILLIAM D
DARCY
ARCY,
, UN
UN
CABALLERO
CABALLERO, N
, Nº
º 1
1
UNA FIESTA COMO
UNA FIESTA COMO
ESTA
ESTA
pf3
pf4
pf5
pf8
pf9
pfa
pfd
pfe
pff
pf12
pf13
pf14
pf15
pf16
pf17
pf18
pf19
pf1a
pf1b
pf1c
pf1d
pf1e
pf1f
pf20
pf21
pf22
pf23
pf24
pf25
pf26
pf27
pf28
pf29
pf2a
pf2b
pf2c
pf2d
pf2e
pf2f
pf30
pf31
pf32
pf33
pf34
pf35
pf36
pf37
pf38
pf39
pf3a
pf3b
pf3c
pf3d
pf3e
pf3f
pf40
pf41
pf42
pf43
pf44
pf45
pf46
pf47
pf48
pf49
pf4a
pf4b
pf4c
pf4d
pf4e
pf4f
pf50
pf51
pf52
pf53
pf54
pf55
pf56
pf57
pf58
pf59
pf5a
pf5b
pf5c
pf5d
pf5e
pf5f
pf60
pf61
pf62
pf63
pf64

Vista previa parcial del texto

¡Descarga Orgullo y Prejuicio: Una Nueva Perspectiva de Darcy y más Tesis en PDF de Literatura solo en Docsity!

Pamela AidanPamela Aidan

F FITZWILLIAMITZWILLIAM DDARCYARCY,, UNUN CABALLEROCABALLERO, N, Nºº 11

UNA FIESTA COMO UNA FIESTA COMO

ESTA ESTA

A mi padre y mi madre, Eugene y Elaine

Stanley, Que me brindaron la libertad de

experimentar.

Capítulo 1 Una fiesta como esta Fitzwilliam George Alexander Darcy se levantó de su sitio en el carruaje de los Bingley y descendió con lentitud ante el salón de fiestas que había en el segundo piso de la única posada que poseía la pequeña localidad comercial de Meryton. Por la ventana abierta del salón se podía oír la alegre melodía de una cancioncilla popular, aunque ejecutada con escasa maestría, que invadía la serenidad de la noche. Con una mueca de disgusto, Darcy bajó la vista hacia el sombrero que tenía en las manos y, con un suspiro, se lo puso, ajustándolo en el ángulo preciso. ¿Cómo has podido permitir que Bingley te convenciera para hacer esta absurda incursión en la vida social pueblerina? , se reprochó. Pero antes de que pudiera pasar revista a los acontecimientos que le habían llevado hasta allí, un perro que se había encamado sobre un carruaje próximo soltó un melancólico aullido. —Precisamente —se lamentó Darcy en voz alta, al tiempo que se volvía hacia el resto de sus acompañantes. Enseguida vio que las hermanas de su amigo tenían las mismas expectativas que él sobre la posibilidad de disfrutar de una noche agradable. La mirada que se cruzaron mientras se arreglaban la falda dejaba entrever una dosis de elegante desdén y resignación al mismo tiempo. Darcy miró entonces a su joven amigo, cuyo rostro, en cambio, estaba lleno de entusiasmo y curiosidad. Una vez más se preguntó cómo era posible que Charles Bingley y sus hermanas fueran de la misma familia. Las mujeres Bingley eran debidamente reservadas, mientras que Charles era, sin lugar a dudas, una persona muy sociable. La señora Hurst y la señorita Bingley eran elegantes en su forma de vestir y su manera de comportarse. Charles era… Bueno, ahora se vestía de manera moderna pero discreta —Darcy había logrado influenciarlo al menos en ese aspecto—, pero seguía teniendo una desafortunada propensión a tratar a cualquier persona que acabaran de presentarle como si fuera un amigo íntimo. Las hermanas Bingley no se impresionaban con facilidad e irradiaban un estudiado aburrimiento ante todo lo que no se incluyera entre las diversiones más exclusivas; su hermano, en cambio, disfrutaba con todo. Precisamente este carácter eufórico había convertido a Charles en objeto de varias bromas crueles por parte de los caballeros más sofisticados de la ciudad y, por esa razón, Darcy se había fijado en él. Al ser testigo involuntario de la planificación de una de tales humillaciones durante una partida de cartas en su club, Darcy oyó lo suficiente como para enfadarse y tomar la decisión de buscar al infortunado joven para advertirle que tuviera cuidado con aquellos que él consideraba sus amigos. Para sorpresa de Darcy, lo que comenzó como un deber cristiano se fue transformando en una gratificante amistad. Desde entonces,

Charles se había convertido en la primera persona a la que visitaba en la ciudad, pero todavía había momentos, como éste, en los que perdía la esperanza de llegar a inculcar en él una apropiada discreción. —Entonces, ¿entramos? —preguntó Charles, tan pronto se puso a su lado—. La música parece espléndida y yo espero que las damas también lo sean. —Se dio la vuelta y le ofreció el brazo a su hermana soltera—. Vamos, Caroline, conoceremos a nuestros nuevos vecinos. Darcy se colocó en segundo plano, dejando paso a los Bingley, que entraban ya en el pequeño vestíbulo y subían las escaleras hasta el piso del salón de baile. Tras despojarse ellos de sus sombreros y las damas de sus capas, Bingley, su cuñado, el señor Hurst, y Darcy escoltaron a las damas hasta la entrada, donde se detuvieron para examinar los detalles del salón y de sus rústicos ocupantes. Desafortunadamente, en ese momento la melodía también llegó a su fin y los que estaban bailando ejecutaron el último paso de la danza, lo que provocó que todas las miradas se dirigieran hacia la puerta. Durante unos pocos y tensos instantes, la ciudad y el campo se evaluaron mutuamente y llegaron a una vertiginosa serie de conclusiones. Darcy empujó suavemente a Bingley hacia el interior de la estancia, mientras los bailarines comenzaban a abandonar la pista en busca de refrescos y comentarios. Podía sentir sobre él los ojos de todo el mundo y se preguntaba cómo había podido dudar alguna vez de la vulgaridad de los modales provincianos. Era tan terrible como había temido. El salón se había convertido en un hervidero de especulaciones, y él y los Bingley parecían ser examinados con detalle hasta la última guinea. Casi podía oír el tintineo de las monedas, a medida que los ocupantes del salón calculaban su fortuna. En el transcurso de pocos minutos, el hombre al que Darcy suponía que debía culpar por la invitación al baile de esa noche se dirigió apresuradamente hacia ellos. Haciendo una inclinación unos grados más pronunciada de lo necesario, estrechó la mano de Bingley de manera vigorosa. —Bienvenido, bienvenido, señor Bingley. Sean bienvenidos usted y todos sus distinguidos acompañantes —exclamó sir William Lucas, mientras los miraba a todos con una gran sonrisa—. Nos sentimos muy honrados con su presencia en nuestra pequeña fiesta. Desde luego, estamos todos ansiosos por conocer a sus respetables invitados… —Sir William dejó la frase en suspenso, mientras miraba expectante a Darcy y a las hermanas Bingley. Con gran entusiasmo, Bingley hizo las presentaciones reglamentarias. Darcy respondió al saludo del adulador hombrecillo con una simple inclinación de cabeza. Sin embargo, en lugar de disminuir la deferencia de sir William hacia él, ese gesto tuvo, para desgracia de Darcy, el desafortunado efecto de aumentar su interés y reafirmar sus continuos esfuerzos por entablar una conversación con él. Finalmente, después de que las damas y el señor Hurst fueron presentados, sir William los acompañó a todos hacia la mesa donde estaban los refrescos y la señorita Lucas, su hija mayor, en compañía de su madre y su familia. Allí todo el grupo conoció al resto de la familia Lucas y Bingley, que sabía perfectamente cuáles eran sus obligaciones sociales, se ofreció a bailar

terminaría acampando en la puerta de Netherfield, la casa de su amigo. Darcy se acercó a la mesa en la que habían dispuesto los refrescos, con la espalda tiesa ante la desagradable perspectiva de tener que prevenir a su amigo. Después de aceptar una copa de ponche que le ofreció la muchacha que estaba detrás de la mesa, soportó sus sonrisas y risitas con una compostura que estaba lejos de sentir. En ese momento, Bingley apareció junto a él, tomó una copa de manos de la muchacha con una sonrisa y un guiño y, dirigiéndose a él, dijo: —Bueno, Darcy, ¿alguna vez en tu vida habías visto tantas jovencitas adorables reunidas en un solo lugar? ¿Qué piensas ahora de los modales campesinos? —Pienso lo mismo que siempre he pensado, pues esta noche ciertamente no he tenido ninguna razón para cambiar de parecer. —Pero, Darcy, no es posible que te hayas ofendido por las atenciones de sir William. —Bingley sonrió con compasión—. Es un buen tipo, un poco insistente, pero… —Al responder a tu pregunta, no estaba pensando precisamente en las atenciones de sir William. No es posible que no te hayas percatado del vulgar chismorreo del que somos objeto incluso en este momento. —Darcy apretó la mandíbula, molesto, tras echar un rápido vistazo al salón para confirmar la veracidad de su afirmación. —Probablemente se están preguntando, al igual que yo, por qué aún no has bailado esta noche. Vamos, Darcy, tienes que bailar. No soporto verte ahí de pie, solo y con esa estúpida actitud. Es mejor que bailes. Hay muchas muchachas bonitas que, sin duda, estarían… —¡No pienso hacerlo! Sabes cómo detesto bailar, a no ser que conozca personalmente a mi pareja. En una fiesta como ésta me resultaría insoportable —dijo, recorriendo el salón con una mirada de desprecio—. Tus hermanas están comprometidas, y bailar con cualquier otra mujer de las que hay aquí sería como un castigo para mí. —¡No deberías ser tan exigente y quisquilloso! —se quejó Bingley—. ¡Por lo que más quieras! Te juro por mi honor que nunca había visto a tantas muchachas tan encantadoras como esta noche; y hay algunas que son particularmente bonitas. —Tú estás bailando con la única muchacha guapa del salón —replicó Darcy, mirando a la última pareja de baile de Bingley. —¡Ah! ¡Es la criatura más hermosa que he visto en mi vida! Pero, ven, ella tiene una hermana encantadora que creo que podría ser de tu agrado, al menos por esta noche. Déjame presentártela. Está sentada al lado de la pista, por allí. —¿A cuál te refieres? —preguntó Darcy, girándose y siguiendo la mirada de Bingley. Sentada a escasa distancia de donde ellos estaban, había una jovencita de alrededor de veinte años que, a diferencia de él, obviamente estaba disfrutando de la velada. A pesar de estar sentada debido a la escasez de caballeros, sus pequeños pies se negaban a ser desplazados del baile y se movían discretamente bajo el vestido, llevando el ritmo. De ojos brillantes y entretenida en la contemplación de la escena que tenía frente a ella, parecía ser bastante popular entre la gente, pues

la saludaban tanto las damas como los caballeros que pasaban a su lado. Estaba lo suficientemente cerca de ellos como para que un ligero cambio en la dirección de su mirada hiciera que Darcy se preguntara si habría escuchado la conversación. Sus sospechas se confirmaron cuando la sonrisa de la muchacha pareció adoptar una apariencia más sugerente. ¿Qué estará pensando? Intrigado, Darcy se permitió examinarla. En ese momento, el objeto de su estudio se volvió hacia él, todavía con una sonrisa, aunque enarcando delicadamente una ceja, en señal de desaprobación por su descarado escrutinio. Darcy se apresuró a darse la vuelta y su incomodidad por el hecho de que ella lo hubiese descubierto lo hizo sentirse más molesto con su amigo. ¡Si Bingley pensaba que Darcy se contentaría con lo que otros hombres habían despreciado, mientras que él disfrutaba de la compañía de la única joven pasable de la reunión, estaba muy equivocado! —No está mal, aunque no es lo bastante guapa como para tentarme; y ahora no estoy de humor para dedicarle mi atención a las jóvenes que han dejado de lado otros hombres —objetó Darcy de manera tajante—. Será mejor que vuelvas con tu pareja y disfrutes de sus sonrisas, porque estás perdiendo el tiempo conmigo. —Dejando que Bingley tomara su consejo como mejor le pareciera, se dio media vuelta y se alejó todo lo que pudo de la presencia de la perturbadora mujer. Durante el resto de la velada se entretuvo bailando con las dos hermanas de su amigo y, cuando no estaba con ellas, desanimando a cualquiera que tratara de darle conversación. Su indignación por el absoluto desperdicio de una velada entera en compañía de burdos desconocidos se manifestaba a través de una actitud tan odiosa que rápidamente se quedó solo. Cuando la fiesta por fin terminó y el carruaje de los Bingley se estacionó frente a la entrada para recogerlos, sólo pudo suspirar de alivio. Mientras Bingley elogiaba con satisfacción la velada, Darcy se recostó en su asiento y se dedicó a observar a sus acompañantes. Tal como había sospechado, la señorita Bingley y la señora Hurst discrepaban del entusiasmo de su hermano y no tuvieron la menor duda en expresar su total desacuerdo. Darcy dejó a los Bingley debatiendo sus diferencias y dirigió su mirada hacia la noche, a través de la ventanilla del carruaje. Un pequeño revuelo a la entrada de la posada atrajo su atención e, inclinándose hacia delante, vio cómo varios miembros de la milicia local presentaban sus respetos a un grupo de jovencitas que salían por la puerta. Con grandes aspavientos y exageradas reverencias, competían entre ellos para escoltar a las damas hasta su carruaje. Una de ellas dejó escapar una risa suave y deliciosa que hizo que Darcy se inclinara más para buscar la fuente de tal sonido. La encontró allí, bajo una antorcha que chisporroteaba, y con un pequeño sobresalto vio que se trataba de la joven de la sonrisa enigmática que tanto lo había perturbado hacía un rato. Observó cómo la joven rechazaba con delicadeza el brazo de un joven oficial y lo dirigía hacia una de sus hermanas. Luego, con un suspiro de placer, se arregló con gracia la capa y levantó el rostro hacia el hermoso cielo nocturno. La simplicidad de su dicha conmocionó a Darcy y, a medida que el carruaje avanzaba, descubrió que no podía apartar los ojos de la muchacha. Con una inexplicable fascinación, se quedó

Bingley podía administrar en ese momento de su vida. Sí, funcionaría… si los vecinos… Darcy volvió a concentrarse en la carta. Recibí tu carta del… el pasado miércoles y tuve la intención de responder a tu amable solicitud enseguida, pero encontré que, en ese momento, no tenía mucho que contar que justificara el esfuerzo de enviar una carta hasta Hertfordshire. Eso ha cambiado radicalmente y dudo que pueda expresarme de una manera que transmita adecuadamente mis sentimientos actuales. Darcy se enderezó un poco en la silla, mientras un cosquilleo de preocupación se deslizaba por su espalda. Estiró la mano para tomar la taza de café y le dio un largo sorbo. Sé que has estado muy preocupado por mí desde los sucesos del verano pasado y, sinceramente, querido hermano, me he sentido muy mal. No creía que fuera posible confiar en nadie, excepto en ti, o aceptar la más mínima deferencia sin sospechar. No deseaba tener ningún contacto social y nada me hacía feliz excepto mi música que, debo confesártelo, también se había cubierto con un velo de melancolía. Esto no pasó inadvertido para la nueva dama de compañía que me enviaste. La señora Annesley, que es una mujer sabia, decidió no presionarme ni reprenderme por eso. Sin embargo, insistió en dar largos paseos por Pemberley, afirmando que sólo yo podía mostrarle realmente su hermosura y, desde luego, mis lugares favoritos. También me animó a retomar la tarea que nuestra madre abandonó hace tantos años: visitar a las familias de nuestros arrendatarios. Después de considerar su propuesta, encontré que deseaba hacer esas visitas; de hecho, que debía haberlas hecho hace mucho tiempo. No sé exactamente cómo sucedió, hermano, pero ya no me encuentro agobiada por el pasado. Siempre me afectará, pero ahora sé que no gobernará mi vida. El gentil consejo y sereno aplomo de la señora Annesley han sido un bálsamo curativo y un valioso ejemplo. Elegiste bien, querido hermano, y bajo su cuidado me estoy recuperando y he ido adquiriendo más fortaleza de ánimo. La carta cayó suavemente sobre la mesa al tiempo que la tensión de Darcy se evaporaba con un suspiro que no pudo reprimir. El resto contenía los acostumbrados informes sobre sus progresos académicos y musicales, aunque redactados con un tono más alegre que los que había recibido de Georgiana durante algunos meses. Cerró los ojos un momento. Ella estará bien, se aseguró mentalmente. Al oír pasos, Darcy dobló rápidamente la carta, la deslizó en el bolsillo de la chaqueta y se levantó del asiento. La señorita Bingley entró en el comedor y enseguida vio que Darcy estaba solo en la mesa. Le hizo señas a un criado para que abandonara su puesto junto a la puerta y actuara de camarero, inclinó la cabeza ligeramente como respuesta a la reverencia de Darcy y permitió que él eligiera una silla para que ella se sentara. —Señor Darcy, es usted un modelo para todos nosotros. —La señorita Bingley levantó la vista hacia él, mientras Darcy la ayudaba a sentarse—. Levantarse tan temprano, me atrevería a decir que antes del amanecer, después de una noche tan extenuante, en una compañía tan agotadora.

¡Me admira su fortaleza, señor! Darcy recuperó su café y volvió a tomar asiento en el otro extremo de la mesa. —No puedo reclamar ningún mérito por eso, señorita Bingley. Es únicamente una cuestión de costumbre, se lo aseguro. —Una costumbre muy buena, señor Darcy, estoy convencida. ¡Pero su café ya debe de estar frío! Deje que Stevenson le sirva otro. ¡Pocas cosas pueden ser tan desagradables como el café frío! No puedo permitirlo. —La señorita Bingley se estremeció suavemente. Darcy ocultó tras la taza una incipiente mueca de disgusto, mientras daba otro sorbo a su café. Estaba tibio, pero él no iba a darle a Caroline Bingley la oportunidad de representar esa escena de intimidad doméstica que estaba intentando comenzar, en otro desafortunado intento por llamar su atención. Darcy colocó la taza sobre el platillo con determinación y comenzó a levantarse, cuando la señorita Bingley lo sorprendió con una pregunta sobre la carta. —Por favor, cuénteme qué dice su querida hermana. Deseo saber qué tal le va con su nueva dama de compañía. ¿Se queja de ella, o es demasiado pronto para eso? ¡Cómo desearía que hubiese venido con nosotros a Netherfield! —Suspiró con irritación—. Su compañía sería un gran alivio para soportar a los galanes locales y sus «respetables» damas. —La señorita Bingley reorganizó la comida en el plato, mientras pensaba en sus nuevos vecinos—. Charles insiste en que hagamos visitas. Estoy segura, señor Darcy, de que usted coincidirá conmigo en que eso difícilmente sería un placer. Al igual que la fiesta de anoche. Dígame una cosa, señor, ¿acaso la velada de anoche no fue toda una prueba para su sensibilidad? Darcy rememoró algunos momentos del baile del día anterior. ¿Una prueba para su sensibilidad? Un eco del disgusto que había sentido reverberó a través de su cuerpo. Sí, una verdadera prueba. Aduladores fastidiosos, tímidas jovencitas e impertinentes mujeres mayores. Todos ellos calculando, evaluando, siguiendo con los ojos cada movimiento… De repente, recordó unos ojos con unas expresivas cejas enarcadas que lo desafiaban, intrigantes ojos llenos de interesantes secretos. Darcy se quedó absorto en ese recuerdo durante unos instantes, hasta que el tintineo de una cuchara golpeada con fuerza contra una taza le hizo recuperar la noción de la realidad, devolviéndolo a la presencia de su interrogadora. La sonrisa de la señorita Bingley apenas ocultaba la indignación que claramente estaba sintiendo por la falta de atención, pues tenía los ojos entrecerrados mientras esperaba una respuesta a su pregunta. —¿Una prueba, señorita Bingley? Tal vez para aquellos caballeros que, como yo, no disfrutaron con el baile. Pero con seguridad usted fue objeto de muchas amables atenciones y gran admiración. —Darcy esbozó una sonrisa de satisfacción. Ella no podía negar la evidente cortesía con que la habían tratado durante todo el baile. Despreciar esa gentileza sería inapropiado, aunque reconocer que había tenido éxito en medio de una sociedad tan limitada no era algo que pudiera exhibir como un trofeo, en especial en su compañía—. Tendrá que disculparme, señorita Bingley —

Capítulo 2 Un propietario Darcy regresó a Netherfield tras su cabalgada matutina, sintiendo todavía más admiración por el paisaje en el que estaba enclavada la mansión. Las granjas eran limpias y, a juzgar por la reciente cosecha, parecían prósperas. Los campos estaban rodeados de tapias, cercas o filas de árboles, en una disposición que era agradable a la vista y satisfacía incluso el gusto de un ávido cazador o jinete. Las tierras que correspondían a Netherfield necesitaban atención, pero Darcy no encontró nada especialmente incorrecto, o que no se pudiera corregir en poco tiempo con una cuidadosa administración y una inversión de capital. En resumen, era una buena propiedad, con problemas mínimos, excepto aquellos que mostrarían a Bingley lo que significaba ser un propietario. Tras desmontar, Darcy le dio a Nelson una fuerte y cariñosa palmada en el cuello, que terminó con una caricia sobre la amplia frente y un terrón de azúcar contra el hocico. Después de comer con cuidado el dulce manjar de la mano de Darcy, Nelson soltó un relincho para demostrar su satisfacción. Con una carcajada, el caballero se lo entregó al muchacho que salió del establo. Un propietario. Una delicada sonrisa, apenas perceptible, cruzó el rostro de Darcy mientras oía en su cabeza el eco de esas palabras, pero pronunciadas por su padre. Bajo la cuidadosa tutela de su progenitor, comenzó a aprender a una tierna edad el significado exacto de esas palabras. En el primer recuerdo que acudía a su mente estaba sentado a horcajadas sobre una montura, instalado con seguridad en el regazo de su padre, aferrando con los dedos la crin del caballo, mientras el antiguo señor Darcy realizaba la inspección de primavera de las granjas y dependencias de Pemberley. Quizás estaba en aquel entonces empezando a caminar o, como mucho, tendría tres años, pero el recuerdo era lo suficientemente vivo como para convencer incluso a sus padres de que era cierto. Aquel paseo a caballo sirvió para introducirlo en su posición en la vida y las responsabilidades que venían aparejadas a ella, las cuales ahora sobrellevaba solo, con una justificada satisfacción que reflejaba, sin duda, la excelente preparación que le había dado su padre. Con mucha frecuencia, Darcy tenía ocasión de dar gracias al cielo por el ejemplo diario de atención al deber que había recibido de su padre y la experiencia práctica que había ganado bajo su orientación. Eso había hecho de Pemberley la joya que era. Darcy esperaba poder servir a su amigo Bingley de igual manera. —¡Aja, así que estás aquí! —resonó la voz de Bingley cuando Darcy entró en el vestíbulo de Netherfield—. Supongo que no puedo esperar que hayas aguardado un poco para permitirme el placer de llevarte a hacer un recorrido por las tierras de Netherfield, ¿no es cierto? —Bingley estaba

parado en la puerta del salón, con los brazos cruzados y el ceño fruncido en una fingida actitud de seriedad, mientras miraba con indignación a su amigo. —No tienes ninguna esperanza, Bingley —respondió Darcy sin remordimiento alguno—. ¡Es este maldito tiempo otoñal, que lo empuja a uno a salir! —¿De verdad? —inquirió Bingley con tono imperativo, obviamente disfrutando de la inusual experiencia de tener una ventaja sobre su amigo —. Yo más bien pienso que lo que te empujó a salir fue la perspectiva de tener que entretener a Caroline toda la mañana. ¡Dios sabe que yo también saldría disparado! —La actitud de superioridad que Bingley había asumido fue reemplazada por una queja genuina cuando continuó—: Pero, de verdad, Darcy, yo tenía la ilusión de recorrer la propiedad contigo. —Y lo harás —se apresuró a decir Darcy—. Me disculpo por adelantarme, pero necesitaba ver Netherfield tal como es, sin hacerlo a través de tus ojos, como ocurriría si fuéramos juntos. Sabes perfectamente que me estarías llenando la cabeza de poesías sobre cada riachuelo o cada bosque. —Darcy hizo una breve pausa al ver la expresión de contenida objeción de Bingley ante aquella descripción—. ¡Sabes que tengo razón! Tales distracciones no me darían la oportunidad de serte de verdadera utilidad. Con una sonrisa de amargura, Bingley reconoció que la excusa de su amigo era razonable. —Sé que no es, y nunca será, como Pemberley. Pero hasta yo mismo puedo apreciar que puede convertirse en más de lo que es —respondió—. La cuestión es que no tengo ni la menor idea de por dónde empezar. —Puedes comenzar por permitirme quitarme esta ropa de montar y reunirte conmigo para tomar algo fresco en… —Darcy miró alrededor, buscando una habitación en la cual fuera poco probable que entraran las damas o el señor Hurst— en la biblioteca. —Y aprovechando la oportunidad, agregó—: ¿Sería posible, Charles, trasladar allí un par de cómodas sillas? Es un lugar bastante espartano. —Desde luego, Darcy, enseguida. No sabes cuánto… —Entonces no digas nada, amigo. Contén tu gratitud hasta que me hayas oído. —Darcy no pudo evitar sonreír al ver el entusiasmo que se reflejó en el rostro de Bingley—. Si después de estar enterrado hasta la cintura en papeles, plumas rotas, informes de cosechas y cuentas, todavía sientes el impulso de mostrarme agradecimiento, estaré encantado de recibir tu gratitud. —Comenzó a avanzar hacia las escaleras y luego se detuvo y se volvió hacia su amigo con expresión severa—. Te advierto, Bingley, que obtener un diploma en Cambridge no es nada comparado con convertirse en un propietario cabal. Lo aprendí de la mayor autoridad. —¿Y quién ha sido, si haces el favor de revelarme su nombre, esa persona, oh magnífico maestro? —bromeó Bingley. —Mi padre —respondió Darcy en voz baja, dando media vuelta y subiendo las escaleras—. Él hizo las dos cosas. Después de llegar a su habitación, Darcy sacó con cuidado del bolsillo de la chaqueta la carta de su hermana y leyó nuevamente la primera parte; sus ojos se detuvieron un momento en la última línea de la primera

conversación, o menos distinguida y más engreída. En cuanto a las jóvenes, sin duda eran jóvenes, pero… —Vamos, Caroline, no puedo permitir que hables así al menos de una joven —interrumpió Bingley. Se volvió hacia Darcy, que acababa de levantarse de la mesa, con la taza y el plato en la mano—. Darcy, ¡apóyame en esto! ¿No es Jane Bennet una muchacha absolutamente adorable? Darcy se dirigió hacia una ventana, mientras le daba sorbos a su té, y miró hacia el césped rodeado de madera de boj y un sendero de piedras. El desacuerdo entre Bingley y sus hermanas era ya antiguo y se había manifestado de innumerables maneras desde que los conocía. En general, Darcy siempre tendía a simpatizar con Bingley en aquellos desagradables intercambios, pero hoy el giro de la conversación le recordó la decisión que había tomado la noche anterior de prevenir a su amigo. Sin darse la vuelta, respondió: —¿Adorable? Creo que dije que era guapa. Si es adorable, me inclino ante tu criterio superior, teniendo en cuenta que tú bailaste con ella. Yo no. —¡Pero tú tienes ojos, hombre! —replicó Bingley de manera enérgica. —Y ante tu insistencia, los empleé, por si no lo recuerdas. —Darcy cambió de posición, pero mantuvo la mirada fija en el paisaje que se veía por la ventana. Le dio otro sorbo a su té—. Sonríe demasiado. —Sonríe demasiado —repitió Bingley con incredulidad. —Un hombre debe hacerse muchas preguntas ante tanta profusión de sonrisas. ¿Cuál puede ser la causa? —En ese momento Darcy dio media vuelta y clavó en Bingley una mirada penetrante, como si quisiera infundirle la magnitud de su desaprobación—. «Engañosa es la gracia y vana la hermosura», si se me permite la audacia de citar. ¡Piensa, hombre! ¿Acaso esas sonrisas indican una disposición feliz y tranquila, o son una pose ensayada, una manera de fingir buen carácter diseñada para atrapar o esconder la ausencia de verdadera inteligencia? —Darcy hizo una pausa, mientras sus palabras despertaban en él violentos recuerdos de George Wickham, cuyas sonrisas y halagos, tanto del hombre como del niño, habían encubierto una naturaleza vil y corrupta. Sin poder confiar en que sus emociones no lo traicionaran, Darcy se volvió bruscamente de nuevo hacia la ventana. Bingley miró a su amigo con un poco de asombro, mientras sus hermanas asentían juiciosamente con la cabeza para mostrar su acuerdo con la opinión de Darcy. —El señor Darcy es muy perceptivo, como siempre, Charles — comentó la señorita Bingley—. La señorita Bennet parece muy dulce, pero ¿qué puede pretender con esa permanente sonrisa en su rostro? Debo decir que yo nunca he encontrado tantas cosas que me diviertan o me agraden tanto como para sonreír todo el tiempo. Es indigno y muestra la carencia de una buena educación. ¿Qué piensas tú, Louisa? —Estoy totalmente de acuerdo, Caroline. La señorita Bennet parece una chiquilla dulce y encantadora, y le deseo toda la suerte que se merece. Aunque no puedo decir lo mismo del resto de la familia. Es una sorpresa que sean bien recibidos, a excepción de las sonrisas de la

señorita Bennet. Darcy apenas escuchaba mientras las hermanas procedían a despellejar a sus nuevos vecinos. El repentino ataque de rabia que sintió cuando estaba disuadiendo a su amigo lo sorprendió y no sabía muy bien cómo serenar sus emociones en medio del salón y en compañía de otras personas. Atravesó la estancia hasta la ventana del fondo, como si quisiera tener una perspectiva diferente del jardín. Lo que necesitaba era ejercicio, ejercicio físico violento, para alejar sus demonios personales. ¡Wickham! ¿Acaso no había jurado dejar atrás a Wickham y la historia de su infamia? ¿No se había prometido a sí mismo no permitir que las acciones de ese hombre, su traición, alteraran su compostura? No obstante, las sonrisas inocentes de una completa desconocida habían atizado de nuevo la rabia y la sensación de impotencia que sentía… todavía. Darcy apoyó un brazo contra el marco de la ventana y su rostro se reflejó en el vidrio con la apariencia de una máscara severa y blanca. ¡Suficiente! La influencia venenosa de Wickham tenía que llegar a su fin. Debía terminar o Georgiana la vería reflejada en sus ojos cada vez que lo mirara y él no quería volver a hacerle daño, en especial ahora que había recuperado la fuerza para enfrentarse al mundo. Darcy dejó escapar un suspiro discreto y calculado, mientras trataba de calmarse. Pero su cuerpo no parecía tan dispuesto a ello. ¡Qué no daría por tener en este momento una buena espada y un oponente de altura! Poco le faltó para soltar una carcajada. Pero, en lugar de eso, recordó su propósito, que era contener la galopante admiración de Bingley por la señorita Bennet, y no animarlo a entrar en conflicto con sus vecinos. Reconoció que tal vez había sido demasiado duro, pero era lo mejor. No sería bueno para Bingley atarse desde tan joven y mucho menos a una jovencita provinciana. No obstante, había que rescatar a los vecinos de las tiernas atenciones de las hermanas Bingley. —¡… sus hermanas, las cuatro! —La risa desdeñosa de la señorita Bingley lo devolvió a la conversación bruscamente—. Señor Darcy, usted no puede aprobar la conducta tan poco modesta de las hermanas de la señorita Bennet, ¿verdad? Usted no desearía que su hermana se comportara de esa manera. —Darcy confirmó el comentario de la señorita Bingley con una silenciosa inclinación de cabeza—. Pero a la milicia local no parecen incomodarle esas extravagancias —continuó diciendo—. Están de acuerdo contigo en ese aspecto, Charles. Las Bennet son las preferidas. ¡No sólo la señorita Bennet sino la que la sigue en edad, la señorita Elizabeth Bennet, también es considerada una belleza! Señor Darcy, ¿qué piensa usted de eso? ¿Es la señorita Elizabeth Bennet una belleza? De manera involuntaria, la mano de Darcy apretó la delicada taza de porcelana. ¡Elizabeth! Sí, ese debía de ser su nombre, el nombre de una reina… ¡Por eso lo había mirado con una actitud tan franca! ¿Una belleza? Una mujer misteriosa, una mujer irritante, más bien, con esa actitud tan desafiante. Pero ¿una belleza? Con sus emociones dirigidas ahora hacia un objeto totalmente distinto, Darcy siguió mirando por la ventana, de espaldas al salón, a pesar de que Bingley se dirigió a él con una clara nota de exasperación en la voz. —¿Y bien, Darcy?

le había prevenido sobre la señorita Bennet y le molestaba profundamente que Bingley no se sintiera cómodo para hablar con él sobre ella. Sabía que sería mejor arreglar eso antes de que el tiempo lo convirtiera en un abismo. —Me imagino que algunos miembros de ciertas familias se presentarán esta mañana, Charles. —Fue recompensado con una sonrisa cautelosa, así que continuó—: Espero, por tu bien, que la señora Bennet no traiga a todas sus hijas, o tendrás que repartir tus atenciones con tanta generosidad como hiciste ayer. Bingley soltó una carcajada. —Acepto tus buenos deseos, a pesar de que sé que fue difícil ofrecérmelos, y coincido de todo corazón. No tenía idea de la sensación que causaríamos sólo por el hecho de asistir a la iglesia. —Sacudió la cabeza con incredulidad—. ¡Ya has visto el resultado! No alcanzaba a terminar una frase cuando ya me estaban inundando con cinco nuevas preguntas o invitaciones. —La señorita Bennet, según recuerdo, no formaba parte del corrillo — señaló Darcy. —No, ni ella ni su hermana, la señorita Elizabeth Bennet. —Fue la melancólica respuesta. Darcy decidió ignorar la última observación—. Ambas estuvieron todo el tiempo absortas en una prolongada conversación con el vicario y su esposa. —¿Sin sonrisas? —preguntó Darcy, pero de inmediato deseó haberse abstenido del comentario sarcástico. —En realidad, sí —contestó Bingley en tono neutro, sin estar totalmente seguro de la intención de la pregunta, pero evidentemente decidido a no dejarse intimidar—. Alcancé a ver su mirada antes de que Caroline nos apresurara para que nos subiéramos al coche. —Hizo una pausa y adoptó una actitud dramática, poniéndose la mano sobre el corazón—. Fui recompensado con una sonrisa que ha mantenido mis esperanzas durante casi… veinticuatro horas. —En ese momento, él y Darcy soltaron una carcajada, tanto por la actuación de Bingley como en señal de alivio por haberse reconciliado. Cuando recuperaron la compostura, Bingley se levantó. —Ya casi es hora, ya sabes. Venía a decirte que un mozo del establo trajo la noticia de que había visto un carruaje a poco más de un kilómetro de la puerta. —Hizo una pausa, respiró profundamente y, mirando directamente a Darcy, prosiguió—: Sé cuánto te molestan estas cosas y me considero afortunado por el hecho de que hayas aceptado acompañarme. No sé cómo… —No hay necesidad, Bingley —interrumpió Darcy, girando un poco la cabeza—. Tu amistad es suficiente razón y recompensa para cualquier servicio que pueda prestarte. —Se dirigió rápidamente hacia una mesita sobre la que había una licorera—. Ahora, completemos nuestra preparación para la mañana que nos aguarda. ¿Qué te parece un vasito de licor antes de enfrentarnos a los dragones de Meryton? —Anticipándose a una respuesta positiva, Darcy retiró la tapa de cristal y sirvió el líquido amarillo en los vasos. Bingley se apropió de uno y, levantándolo, brindó con Darcy. Su amigo le devolvió el gesto con solemnidad.

Instantes después de haber dejado los vasos sobre la bandeja, oyeron un golpe en la puerta de la biblioteca, que se abrió para dejar entrar a la señorita Bingley. Casi antes de que la dama se incorporara después de hacer su reverencia, le tendió la mano a su hermano y miró a los dos caballeros con una sonrisa espléndida. —Charles, señor Darcy, nuestros primeros invitados están bajándose del coche y acaban de decirme que han visto otro carruaje no muy lejos. Tendremos una numerosa asistencia, no me cabe duda. —Y tú la dirigirás maravillosamente, Caroline —dijo Bingley, mirando a su hermana—. En muy poco tiempo estarás dominando la sociedad de Meryton. La señorita Bingley agradeció el cumplido de su hermano con una sonrisa forzada. —Ya veremos, hermano —dijo y luego se giró hacia Darcy, con una expresión totalmente distinta—. Señor Darcy, debo agradecerle nuevamente que haya compartido su libro de plegarias conmigo ayer. No entiendo cómo he podido perder el mío. ¡Es tan irritante! Estoy segura de que lo encontraré pronto. Nunca puedo tenerlo muy lejos, ya sabe. — Durante ese extraordinario discurso, Bingley miró con gesto inquisitivo a su hermana, pero al oír su última afirmación se sobresaltó visiblemente y dirigió la vista a Darcy para ver su reacción ante esta última solicitud de aprobación por parte de Caroline. Darcy necesitó de todo su autodominio para reprimir un gesto delator en sus labios, mientras que, con una solemnidad digna de un obispo, le aseguraba a la señorita Bingley que estaba seguro de que su búsqueda pronto tendría éxito. —No obstante —concluyó—, tanta constancia en el estudio de sus versículos debe restarle importancia al hecho de haberlo perdido, pues usted seguramente conoce de memoria la mayoría de las plegarias. —El anuncio de la llegada de invitados salvó a la señorita Bingley de la necesidad de responder. Después de hacer una pronunciada reverencia y en medio del susurro que producía el roce de su falda, abandonó rápidamente la biblioteca. Bingley se contuvo únicamente hasta que se aseguró de que su hermana se había alejado suficientemente. —¿Qué es toda esa historia acerca de su libro de plegarias? —logró decir entre jadeos. La mirada inocente de Darcy no lo engañó ni por un instante—. ¡Vamos, tienes que contármelo! Caroline no había vuelto a mirar su libro de plegarias desde que salió de la escuela para señoritas, ni a prestar atención a un sermón. Cuando tú bajaste ayer a desayunar, preparado para asistir a los servicios religiosos, creí que a mis hermanas se les salían los ojos de las órbitas. Me parece que voy a tener que recompensar a sus doncellas con una guinea extra por la conmoción que tuvieron que soportar al ayudarlas a arreglarse por segunda vez en una mañana. —¿Por qué habrían de asombrarse por el hecho de que yo asistiera a la iglesia? —preguntó Darcy—. Me han visto hacerlo regularmente en Derbyshire y con seguridad saben que tengo un banco en St…, en Londres, que Georgiana y yo rara vez dejamos de ocupar.