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nose que ponerle a este aa, Monografías, Ensayos de Historia

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Tipo: Monografías, Ensayos

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Fiebre amarilla en Buenos Aires
Juan Manuel Blanes, Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires (1871). Óleo sobre tela, 230 x 18
0 cm. Museo Nacional de Artes Visuales1
Las epidemias de fiebre amarilla en Buenos Aires (enfermedad transmitida por el mosquito Aedes aegypt
i) tuvieron lugar en los años 1852, 1858, 1870 y 1871.2 La suscitada en este último año fue un desastre
que mató aproximadamente al 8 % de los porteños: en una urbe donde normalmente el número de falleci
mientos diarios no llegaba a 20, hubo días en los que murieron más de 500 personas,3 y se pudo contab
ilizar un total aproximado de 14,000 muertos por esa causa, la mayoría inmigrantes italianos, españoles,
franceses y de otras partes de Europa.4 5
En numerosas ocasiones la enfermedad había llegado a Buenos Aires en los barcos que arribaban desd
e la costa del Brasil, donde era endémica.2 No obstante, la epidemia de 1871 se cree que habría proven
ido de Asunción del Paraguay, portada por los soldados argentinos que regresaban de la Guerra de la Tri
ple Alianza;6 ya que previamente se había propagado en la ciudad de Corrientes.7 En su peor moment
o, la población porteña se redujo a menos de la tercera parte, debido al éxodo de quienes abandonaron l
a ciudad para intentar escapar del flagelo.2
Algunas de las principales causas de la propagación de esta enfermedad, transmitida por el mosquito Ae
des aegypti, fueron:8
la provisión insuficiente de agua potable;
la contaminación de las napas de agua por los desechos humanos;
el clima cálido y húmedo en el verano;
el hacinamiento en que vivían, sin que se tomaran medidas sanitarias para ellos, especialmente en la epi
demia de 1871, los inmigrantes europeos de bajo nivel higiénico que ingresaban en forma incesante a la
zona más sureña de la ciudad;
los saladeros que contaminaban el Riachuelo —límite sur de la ciudad—, el relleno de terrenos bajos con
residuos y los riachos —denominados «zanjones»— que recorrían la urbe infectados por lo que la pobla
ción arrojaba en ellos.
La plaga de 1871 hizo tomar conciencia a las autoridades de la urgente necesidad de mejorar las condici
ones de higiene de la ciudad, de establecer una red de distribución de agua potable y de construir cloaca
s y desagües.9
Un testigo de esta catástrofe, de nombre Mardoqueo (Mordejai) Navarro, escribió el 9 de abril, la siguient
e descripción en su diario personal:10
«[...] Los negocios cerrados, calles desiertas. Faltan médicos, muertos sin asistencia. Huye el que puede.
Heroísmo de la Comisión Popular[...]».
Índice
1 Brotes de fiebre amarilla anteriores a 1871
2 Epidemia de 1871
2.1 Contexto
2.2 Antecedentes inmediatos
2.3 Los sucesos
2.3.1 Inicio de la epidemia
2.3.2 La Comisión Popular
2.3.3 Síntomas y tratamiento
2.3.4 La actuación de la Iglesia Católica y de los médicos
2.3.5 Entierro de las víctimas
2.3.6 El pico de la epidemia
2.3.7 Últimos casos
2.4 Cifras finales
2.5 Consecuencias
2.5.1 Mejoras sanitarias en Buenos Aires
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Fiebre amarilla en Buenos Aires

Juan Manuel Blanes, Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires (1871). Óleo sobre tela, 230 x 18 0 cm. Museo Nacional de Artes Visuales Las epidemias de fiebre amarilla en Buenos Aires (enfermedad transmitida por el mosquito Aedes aegypt i) tuvieron lugar en los años 1852, 1858, 1870 y 1871.2 La suscitada en este último año fue un desastre que mató aproximadamente al 8 % de los porteños: en una urbe donde normalmente el número de falleci mientos diarios no llegaba a 20, hubo días en los que murieron más de 500 personas,3 y se pudo contab ilizar un total aproximado de 14,000 muertos por esa causa, la mayoría inmigrantes italianos, españoles, franceses y de otras partes de Europa.4 5

En numerosas ocasiones la enfermedad había llegado a Buenos Aires en los barcos que arribaban desd e la costa del Brasil, donde era endémica.2 No obstante, la epidemia de 1871 se cree que habría proven ido de Asunción del Paraguay, portada por los soldados argentinos que regresaban de la Guerra de la Tri ple Alianza;6 ya que previamente se había propagado en la ciudad de Corrientes.7 En su peor moment o, la población porteña se redujo a menos de la tercera parte, debido al éxodo de quienes abandonaron l a ciudad para intentar escapar del flagelo.

Algunas de las principales causas de la propagación de esta enfermedad, transmitida por el mosquito Ae des aegypti, fueron:

la provisión insuficiente de agua potable; la contaminación de las napas de agua por los desechos humanos; el clima cálido y húmedo en el verano; el hacinamiento en que vivían, sin que se tomaran medidas sanitarias para ellos, especialmente en la epi demia de 1871, los inmigrantes europeos de bajo nivel higiénico que ingresaban en forma incesante a la zona más sureña de la ciudad; los saladeros que contaminaban el Riachuelo —límite sur de la ciudad—, el relleno de terrenos bajos con residuos y los riachos —denominados «zanjones»— que recorrían la urbe infectados por lo que la pobla ción arrojaba en ellos. La plaga de 1871 hizo tomar conciencia a las autoridades de la urgente necesidad de mejorar las condici ones de higiene de la ciudad, de establecer una red de distribución de agua potable y de construir cloaca s y desagües.

Un testigo de esta catástrofe, de nombre Mardoqueo (Mordejai) Navarro, escribió el 9 de abril, la siguient e descripción en su diario personal: «[...] Los negocios cerrados, calles desiertas. Faltan médicos, muertos sin asistencia. Huye el que puede. Heroísmo de la Comisión Popular[...]».

Índice 1 Brotes de fiebre amarilla anteriores a 1871 2 Epidemia de 1871 2.1 Contexto 2.2 Antecedentes inmediatos 2.3 Los sucesos 2.3.1 Inicio de la epidemia 2.3.2 La Comisión Popular 2.3.3 Síntomas y tratamiento 2.3.4 La actuación de la Iglesia Católica y de los médicos 2.3.5 Entierro de las víctimas 2.3.6 El pico de la epidemia 2.3.7 Últimos casos 2.4 Cifras finales 2.5 Consecuencias 2.5.1 Mejoras sanitarias en Buenos Aires

2.6 Expresiones artísticas sobre la gran epidemia 3 Referencias 4 Notas 5 Bibliografía consultada Brotes de fiebre amarilla anteriores a 1871

Mosquito Aedes aegypti. Desde 1881, gracias a las investigaciones del cubano Carlos Juan Finlay, se describe en detalle a la enfe rmedad como una zoonosis. Antes de esa fecha, los médicos atribuían la causa de muchas epidemias a l o que llamaban miasmas, emanaciones fétidas de aguas impuras que se suponía flotaban en el ambiente .

Los primeros casos de esta enfermedad —a la que se le solía llamar «vómito negro» debido a las hemorr agias que produce a nivel gastrointestinal— aparecieron en la región del Río de la Plata a mediados de la década de 1850: en 1852 provocó una epidemia en Buenos Aires. Sin embargo, por una nota dirigida al practicante Soler, se sabe que hubo brotes antes de ese año;2 de hecho, la primera mención de una pos ible infección de esta enfermedad data del año 1798.

Según algunas fuentes, en el año 1857 una tercera parte de la población de Montevideo sufrió el contagi o del virus, transportado por barcos provenientes de Brasil.13 14 En 1858, esa epidemia se trasladó con menor intensidad a Buenos Aires, sin dejar víctimas fatales.

La prensa porteña solía manifestar su preocupación por el arribo de los buques brasileños16 debido a lo s antecedentes citados y a que la fiebre era una enfermedad costera con carácter endémico en los puert os cariocas, entre ellos Río de Janeiro, por aquella época capital del Imperio del Brasil. La Historia de la Universidad de Buenos Aires y su influencia en la Cultura Argentina (La Facultad de Medicina y sus Escu elas), de Eliseo Cantón, exponía que la epidemia era llevada por los navíos mercantes del Imperio al sur. Agregaba que en el mes de febrero de 1870 —verano en el hemisferio sur— se había localizado un caso en el Hotel Roma —ubicado en la calle Cangallo, en pleno centro de la ciudad— traída por un pasajero e nfermo del vapor Piutou; y habían llegado a morir por la enfermedad unas 100 personas.

Epidemia de 1871 Contexto

Plano de Buenos Aires en 1870. En 1871 convivían en la ciudad de Buenos Aires el Gobierno Nacional, presidido por Domingo Faustino S armiento, el de la Provincia de Buenos Aires, con el gobernador Emilio Castro, y el municipal, presidido p or Narciso Martínez de Hoz: no existía aún el cargo de Intendente, creado 9 años después al federalizars e la ciudad; estos tres gobiernos tenían enfrentamientos políticos y jurisdiccionales.

Situada sobre una llanura, la ciudad no tenía sistema de drenaje, salvo el caso particular de unos pocos miles de habitantes que obtenían agua sin impurezas gracias a que en 1856, ante una propuesta de Edu ardo Madero, el Ferrocarril Oeste decidió aumentar el calibre del caño que transportaba agua desde la R ecoleta, donde estaban los filtros que servían para quitar las impurezas del agua que se utilizaba para el buen funcionamiento de las locomotoras a vapor, hasta la Estación del Parque, para poder así satisfacer también la demanda de agua de los vecinos.8 Para el resto de la población, la situación era muy precari a en lo sanitario y existían muchos focos infecciosos, como por ejemplo los conventillos, generalmente ha bitados por inmigrantes pobres venidos de Europa o afroargentinos, que se hacinaban en su interior y car ecían de las normas de higiene más elementales. Otro foco infeccioso era el Riachuelo —límite sur de la ciudad— convertido en sumidero de aguas servidas y de desperdicios arrojados por los saladeros y mata deros situados en sus costas. Dado que se carecía de un sistema de cloacas, los desechos humanos ac ababan en los pozos negros, que contaminaban las napas más superficiales de agua y en consecuencia los pozos de extracción de agua, a pesar de que en 1861 se había prohibido la proximidad entre estos tip os de pozos, que constituían una de las dos principales fuentes del vital elemento para la mayoría de la p oblación.8 La otra fuente era el Río de La Plata, de donde el agua se extraía cerca de la ribera contamin

Durante la guerra, la ciudad de Corrientes había sido el centro de comunicación y abastecimiento de las t ropas aliadas, incluidas las brasileñas, de modo que no es seguro que la enfermedad haya llegado desde el Paraguay. En esta ciudad de 11 000 habitantes, murieron de fiebre amarilla alrededor de 2000 person as entre diciembre de 1870 y junio del año siguiente.7 nota 1 La mayor parte de la población huyó, inclu yendo el gobierno completo; hasta tal punto estaba abandonada la ciudad que un ciudadano llamado Gre gorio Zeballos entró por su cuenta al despacho abandonado de la Casa de Gobierno y se hizo cargo en f orma provisoria de la gobernación sin que nadie se le opusiera. Otras poblaciones de la provincia de Corr ientes sufrieron el castigo de la enfermedad, como San Luis del Palmar, Bella Vista y San Roque, que su maron unas quinientas víctimas más.

A lo largo de la Guerra de la Triple Alianza, sucesivos grupos de combatientes arribaron a Buenos Aires. Estaban formados principalmente por oficiales, y correctamente controlados desde el punto de vista sanit ario. En cambio, durante el año 1870 y a principios de 1871 llegaron directamente desde Asunción y Villa Occidental grandes contingentes que no habían sido sometidos a ningún recaudo sanitario ni cuarentena .

Los sucesos Gran parte de los sucesos son conocidos gracias a Mardoqueo Navarro, un comerciante catamarqueño q ue vivía en Buenos Aires, dedicado a publicar en la prensa algunas notas históricas. Este contacto con la prensa le permitió interiorizarse de las discusiones acerca de si se trataba o no de una epidemia de fiebr e amarilla, de modo que reunió notas sobre el asunto para una posible publicación en un periódico.26 La gravedad de la epidemia y la enorme cantidad de información que reunió le impidieron su publicación en los diarios, pero se convirtió en un retrato en vivo sobre el desarrollo del drama. Con frases breves y cort antes dejó registro de los puntos sobresalientes de cada jornada, constituyéndose con el tiempo en un do cumento único, que sería publicado por el autor en el mismo año de la epidemia.

Inicio de la epidemia

Casa donde se habría registrado uno de los primeros casos según la Revista Caras y Caretas, 1899. Aunque las estadísticas no lo recuerdan, se da como fecha de iniciación de la epidemia el 27 de enero de 1871 con tres casos identificados por el Consejo de Higiene Pública de San Telmo. Las mismas tuvieron lugar en dos manzanas del barrio de San Telmo, lugar que agrupaba a numerosos conventillos: los inquil inatos de Bolívar 392 (entre Cochabamba y San Juan) y en Cochabamba 113 (entre Bolívar y Perú),27 f ueron los primeros focos de iniciación y propagación. En el primero citado, un pequeño inquilinato de och o cuartos, el italiano Ángel Bignollo de 68 de años de edad y su nuera Colomba de 18, contrajeron la enf ermedad siendo asistidos por los doctores Juan Antonio Argerich y Juan Gallarini, quienes no pudieron e vitar sus muertes. En el certificado de defunción, Argerich expresó que el deceso del primero se debió a una gastroenteritis, y el de la segunda a una inflamación de los pulmones: el diagnóstico fue erróneo a sa biendas, para no alarmar a los vecinos del barrio, pero en la notificación que el comisario de la Sección 1 4 elevó al jefe de la policía, Enrique Gorman, se consignó que ambos eran casos de fiebre amarilla.28 14

La Comisión Municipal, que presidía don Narciso Martínez de Hoz, desoyó las advertencias de los doctor es Luis Tamini, Santiago Larrosa y Leopoldo Montes de Oca sobre la presencia de un brote epidémico, y no dio a publicidad los casos.6 En esta fecha, Mardoqueo Navarro ya parecía desconfiar de los datos de la autoridad, pues en su diario anotó, con cierta ironía: «27 de enero: Según las listas oficiales de la Municipalidad, 4 de otras fiebres, ninguna de la amarilla». (el texto subrayado figuraba así en el diario de Navarro) Aunque a partir de esa fecha se registraron cada vez más casos —principalmente en el mencionado barri o de San Telmo— la Municipalidad continuó con los preparativos relacionados con los festejos oficiales d el carnaval, que en aquella época era un acontecimiento multitudinario y de importancia para la ciudad. A fines de febrero el médico Eduardo Wilde, que venía atendiendo casos de enfermos, aseguró que se estaba en presencia de un brote febril —el 22 de febrero se habían registrado 10 casos— e hizo desaloja r algunas manzanas.30 Pero los festejos de carnaval entretenían demasiado a la población como para e

scuchar su advertencia, los porteños se divertían en bailes y desfiles de comparsas y algunos, como Man uel Bilbao, director de La República, afirmaban rotundamente que no se trataba de casos de fiebre amaril la.

La epidemia prosperó en los conventillos humildes de los barrios del sur, muy poblados y poco higiénicos . El mes de febrero terminó con un registro de 300 casos en total, y el mes de marzo comenzó con más de 40 muertes diarias, llegando a 100 el día 6, todas a consecuencia de la fiebre.

Recién el 2 de marzo, cuando el carnaval llegaba a su fin, las autoridades prohibieron su festejo: la peste ahora azotaba también a los barrios aristocráticos. Se prohibieron los bailes y más de la tercera parte de los ciudadanos decidió abandonar la ciudad.

El 4 de marzo, el diario La Tribuna comentaba que en horas de la noche, las calles eran tan sombrías qu e «verdaderamente parece que el terrible flagelo hubiese arrasado con todos sus habitantes».32 Sin em bargo, aún se estaba lejos de lo peor.

El Hospital General de Hombres, el Hospital General de Mujeres, el Hospital Italiano y la Casa de Niños Expósitos no dieron abasto con la cantidad de pacientes. Se crearon entonces otros centros de emergen cia, como el Lazareto de San Roque —actual Hospital Ramos Mejía— y se alquilaron otros privados.

El puerto fue puesto en cuarentena y las provincias limítrofes impidieron el ingreso de personas y mercad erías procedentes de Buenos Aires. Los alquileres aumentaron fuertemente en los alrededores de la ciud ad.

La Comisión Popular

José Roque Pérez. El municipio fue incapaz de sobrellevar la situación, por lo que en respuesta a una campaña periodística i niciada por el periodista Evaristo Federico Carriego de la Torre, miles de vecinos se congregaron, el 13 d e marzo, en la Plaza de la Victoria —actual Plaza de Mayo— para designar una «Comisión Popular de S alud Pública». Al día siguiente, tal agrupación nombró como presidente al abogado José Roque Pérez y c omo vicepresidente al periodista Héctor Varela; además, la conformaron, entre otros, el vicepresidente de la Nación Adolfo Alsina, Adolfo Argerich, el poeta Carlos Guido y Spano, el expresidente de la Nación Ba rtolomé Mitre, el canónigo Domingo César, el sacerdote irlandés Patricio Dillon y el nombrado Carriego.n ota 2 Este último exhortaba: «Cuando tantos huyen, que haya siquiera algunos que permanezcan en el lugar del peligro socorriendo a aquellos que no pueden proporcionarse una regular asistencia». Entre otras funciones, la comisión tuvo como tarea la expulsión de aquellas personas que vivían en lugar es afectados por la plaga, y en algunos casos, se quemaban sus pertenencias. La situación era aún más trágica cuando los desalojados eran inmigrantes humildes o que aún no hablaban bien el español, por lo que no entendían la razón de tales medidas. Los italianos, que eran mayoría entre los extranjeros, fueron en parte injustamente acusados por el resto de la población de haber traído la plaga desde Europa. Uno s 5000 de ellos realizaron pedidos al consulado de Italia para retornar a su país, pero había muy pocos c upos; además, muchos de los que lograron embarcar, murieron en altamar.

En cuanto a la población negra, el vivir en condiciones miserables los transformó en uno de los grupos p oblacionales con mayor tasa de contagio. Según crónicas de la época, el ejército cercó las zonas donde r esidían y no les permitió emigrar hacia el Barrio Norte, donde la población blanca se estableció y escapó de la calamidad. Murieron masivamente y fueron sepultados en fosas comunes.

A mediados de mes los muertos eran más de 150 por día y llegaron a 200 el 20 de marzo. Entre las vícti mas, estuvieron Luis José de la Peña, educador y exministro de Justo José de Urquiza, el exdiputado Ju an Agustín García, el doctor Ventura Bosch y el pintor Franklin Rawson; también murieron los doctores Fr

Si la enfermedad ya había llegado al segundo período, el especialista le administraba sulfato de quinina c ada dos horas. Luego agua destilada de menta, algunas gotas de éter sulfúrico y jarabe de quina. Dos ve ces por día se hacía un enema con corteza de quina roja disuelta en agua y se aplicaban sinapismos (me dicamentos externos con polvo de mostaza). En riñones, muslos y piernas se friccionaba el cuerpo con vi nagre aromático. El enfermo era alimentado con caldos de puchero, algo de vino y chupaba gajos de nar anja. También se usaba alcanfor, valeriana, calomelano y almizcle. Se le daba importancia a la desinfecci ón con el gas cloro, al que se consideraba un preventivo; a las personas que habitaban los lugares en los que atacaba el flagelo se les aconsejaba lavarse las manos con una solución de cloruro de cal en agua, o agua de Labarraque (cloruro de sodio), y limpiar los cuartos con este líquido. Otras medidas preventiva s eran mantener aseadas las calles y la casa, ventilar las habitaciones, preparar los recipientes para reci bir las deyecciones de los enfermos con líquido desinfectante, alejarse de los lugares húmedos y bajos, t omar alimentos en cantidad conveniente y conservar «las buenas costumbres»; hacer ejercicio corporal, no dejarse dominar por los pesares y tristezas, sustraerse a las «emociones morales vehementes» y ven cer el miedo que inspiraba la enfermedad.

La actuación de la Iglesia Católica y de los médicos Aunque las autoridades nacionales y provinciales huían de la ciudad y aconsejaban oficialmente hacer lo mismo (fue la única ocasión en la historia de Buenos Aires en que las autoridades aconsejaron el éxodo), 10 el clero secular y regular permaneció en sus puestos, asistiendo en sus domicilios a enfermos y morib undos. Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, también conocidas como Hermanitas de la Carid ad, cerraron sus establecimientos de enseñanza para poder dedicarse a trabajar en los hospitales. Mientr as Navarro, judío sefardí, destacó estos hechos en su diario, estas nobles acciones de la curia fueron alg o silenciadas por los cronistas de la época adscriptos al anticlericalismo.43 Una placa del Monumento de l actual Parque Florentino Ameghino que recuerda a las víctimas enterradas allí, agrupa a 21 de ellas baj o el título de sacerdotes y religiosas del bajo clero regular y a 2 bajo el de Hermanas de caridad. Debe ag regarse que la Orden de Hermanas de la Caridad, como refuerzo ante la emergencia, envió desde Franci a a otras religiosas de su congregación. De esta orden fallecieron por la fiebre 7 religiosas.

Las parroquias recibían a los médicos y a los enfermos, y en ellas funcionaban las Comisiones Populares Parroquiales. Por disposición municipal, el sacerdote estaba obligado a expedir las licencias para sepult uras previa presentación del certificado médico, todo ello sumado al cumplimiento de sus deberes evang élicos. Señalaba Ruiz Moreno en La peste histórica de 1871 que «el sacerdote no tenía descanso».

El cura Eduardo O'Gorman,nota 3 párroco de San Nicolás de Bari, se preocupó por hallar solución a las necesidades de numerosos niños desamparados y huérfanos y en abril fundó el Asilo de Huérfanos, del que se hizo cargo personalmente hasta que —pasada la epidemia— la Sociedad de Beneficencia lo susti tuyó.

Los testimonios de algunos anticlericales notables como Eduardo Wilde afirman que la mayor parte del cl ero huyó de la ciudad,30 pero las cifras parecen desmentir esa afirmación, ya que fallecieron durante la epidemia más de 50 sacerdotes y el propio arzobispo Federico Aneiros estuvo muy grave, y además perd ió a su madre y una hermana que se habían quedado en la ciudad con él.45 Las cifras de mortalidad por profesiones revelarían que el clero fue el grupo que mayor cantidad de vidas humanas perdió en la trage dia y dio un testimonio de la dedicación que tuvo durante los aciagos días: «Pero he visto también, señores, en altas horas de la noche, en medio de aquella pavorosa soledad, a u n hombre vestido de negro, caminando por aquellas desiertas calles. Era el sacerdote, que iba a llevar la última palabra de consuelo al moribundo». Navarro da cuenta el día 27 de abril que ya habían muerto 49 sacerdotes. En definitiva, de los 292 sacer dotes que había en la ciudad, el médico higienista Guillermo Rawson calculó en 60 los muertos por la epi demia, frente a los 12 médicos, 2 practicantes, 4 miembros de la comisión popular y 22 integrantes del C onsejo de Higiene pública.

Entre los médicos que fallecieron en labores para contrarrestar la enfermedad estuvieron los doctores Ma nuel Gregorio Argerich, su hermano Adolfo Argerich, Francisco Javier Muñiz, Zenón del Arca —decano d e la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires—, Caupolicán Molina,nota 4 Ventura Bosc

h, Sinforoso Amoedo, Guillermo Zapiola y Vicente Ruiz Moreno. Otros médicos que permanecieron en su puesto o incluso acudieron a la ciudad, y sobrevivieron, fueron Pedro Mallo, José Juan Almeyra,nota 5 J uan Antonio Argerich, Eleodoro Damianovich,nota 6 Leopoldo Montes de Oca, Juan Ángel Golfarini, Man uel María Biedma y Pedro A. Pardo.

Tomás Liberato Perón, primer docente de la cátedra de Medicina Legal de la UBA formó parte de los equi pos médicos que combatieron la enfermedad. Tomás Liberato Perón, abuelo del que fue tres veces presidente constitucional de la Argentina, Juan Do mingo Perón, y que fue el primer docente que tuvo a su cargo la cátedra de Medicina Legal en la Faculta d de Derecho47 y miembro titular de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, formó parte de los equipos médicos que combatieron la enfermedad. Dado que en ese momento parte de l agua para el consumo de la población se extraía del Riachuelo, integró un equipo dedicado a prohibir qu e los saladeros ubicados sobre sus riberas arrojaran sus efluentes en el curso de agua.