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Tipo: Ejercicios
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Katerine Medina Perez Paula Beltrán
María González, una mujer de 40 años, vive en la vereda La Esperanza, a las afueras del municipio de San Antonio de Apolo, en el departamento de Boyacá. María es madre de tres hijos y trabaja en la agricultura, cultivando papa y maíz en las empinadas laderas andinas que rodean su hogar. Su esposo, un jornalero, también depende de las labores del campo para mantener a la familia. Desde hace varias semanas, María ha estado sufriendo de fuertes dolores abdominales. Al principio, atribuyó el malestar al estrés y al arduo trabajo en el campo, pero los síntomas han empeorado con el tiempo. El dolor se ha vuelto constante y, en ocasiones, tan intenso que le impide realizar sus tareas diarias. María también ha notado que ha perdido peso y que su piel se ha vuelto pálida, lo que la ha preocupado aún más. En San Antonio de Apolo, el acceso a los servicios de salud es limitado. El único Centro de Salud Familiar (CESFAM) del municipio está ubicado en el casco urbano, a más de 20 kilómetros de la casa de María. El trayecto hasta el centro de salud es complicado, ya que la carretera que conecta La Esperanza con el centro del municipio está en mal estado, especialmente durante la temporada de lluvias, cuando el barro y los deslizamientos de tierra hacen que el camino sea casi intransitable. Además, la familia de María no posee un vehículo propio, lo que significa que la única forma de llegar al CESFAM es a pie o esperando a que algún vecino con un camión tenga espacio y tiempo para llevarla. Finalmente, tras semanas de soportar el dolor, María decide buscar atención médica. Una mañana, después de arreglarse como pudo, emprendió el largo viaje hacia el CESFAM. Al llegar, agotada y con el dolor aún más agudo, se encuentra con una sala de espera abarrotada. El CESFAM, que atiende a toda la población de San Antonio de Apolo y sus veredas, cuenta con un solo médico general y dos enfermeras, quienes están abrumados por la cantidad de pacientes que necesitan atención. María espera durante horas antes de ser llamada. Cuando finalmente es atendida, el médico la examina rápidamente debido a la larga fila de pacientes que aún esperan. El médico sospecha que María podría tener una úlcera gástrica, pero no puede confirmarlo ya que el CESFAM no dispone del equipo necesario para realizar una endoscopia. Le receta medicamentos para aliviar el dolor y le sugiere que viaje a Tunja para realizarse los exámenes pertinentes, pero María sabe que un viaje a la capital departamental es prácticamente imposible para ella. La distancia, los costos y el tiempo que requeriría dejar su hogar y su familia son barreras insuperables. Con los medicamentos en mano, María regresa a su vereda, sin un diagnóstico claro y con la incertidumbre sobre su salud. Las semanas pasan, y aunque los medicamentos alivian temporalmente el dolor, los síntomas persisten y su estado general no mejora. La preocupación por su salud se mezcla con la angustia de no poder recibir la atención que necesita. El CESFAM, con sus
Katerine Tatiana Medina Perez recursos limitados y su personal insuficiente, no puede ofrecerle más que cuidados paliativos temporales. La situación de María no es única en San Antonio de Apolo. Muchas otras personas en su comunidad enfrentan barreras similares para acceder a la atención primaria en salud, lo que resulta en diagnósticos tardíos, tratamiento inadecuado y, en algunos casos, la exacerbación de enfermedades prevenibles o tratables. La falta de accesibilidad a servicios de salud, combinada con las dificultades económicas y geográficas, crea un ciclo de desigualdad que afecta gravemente la calidad de vida de los habitantes de esta región. María se siente atrapada en su situación, sabiendo que su salud se deteriora mientras las soluciones parecen estar fuera de su alcance. La esperanza de un futuro mejor parece lejana, y su historia se convierte en un reflejo de las profundas desigualdades que persisten en las zonas rurales andinas de Colombia.
Entre la medicina ancestral y el sistema de salud occidental En la profunda selva del Amazonas colombiano, vive Rosa, una mujer indígena de 35 años, perteneciente a la comunidad Yukuna. Rosa reside en un pequeño asentamiento a orillas del río Mirití-Paraná, en el municipio de La Pedrera , un territorio extenso y de difícil acceso, donde la naturaleza domina el paisaje y la vida se rige por las tradiciones ancestrales de su pueblo. Rosa es madre de cuatro hijos y se dedica, junto con su esposo, a la recolección de frutos y a la pesca, actividades que sustentan a su familia y que son parte integral de la vida Yukuna. Desde hace varios meses, Rosa ha estado experimentando dolores de cabeza intensos y mareos recurrentes. En su comunidad, las enfermedades son tradicionalmente tratadas por el payé , el curandero local, quien utiliza plantas medicinales y rituales espirituales para sanar a los enfermos. Rosa ha visitado al payé en varias ocasiones, pero los síntomas persisten, lo que la ha comenzado a preocupar seriamente. En La Pedrera, el acceso a los servicios de salud es sumamente limitado. Existe un pequeño puesto de salud en el casco urbano, atendido por un solo médico general y una enfermera, quienes se encargan de la atención de toda la población dispersa en la vasta selva. Sin embargo, el viaje desde la comunidad Yukuna hasta el puesto de salud es complicado y largo, implicando horas de navegación por el río, y la mayoría de los habitantes prefieren confiar en sus métodos tradicionales de sanación. Rosa, después de varias consultas con el payé y de ver que su salud no mejora, decide hacer el viaje al puesto de salud, impulsada por el consejo de algunos miembros más jóvenes de la comunidad que han tenido contacto con el mundo exterior. Al llegar al puesto de salud,
Katerine Tatiana Medina Perez entiende algo de español, no se siente cómoda expresando sus dolencias en una lengua que no es la suya. El médico que la atiende no está familiarizado con la cultura Yukuna y no tiene intérpretes disponibles, lo que dificulta la comunicación. Durante la consulta, el médico nota que Rosa parece estar anémica y con presión arterial alta, y sospecha que podría estar sufriendo de hipertensión , una condición que no es comúnmente diagnosticada en la comunidad indígena debido a la falta de chequeos regulares y la ausencia de educación sobre esta enfermedad. El médico prescribe medicamentos y le da indicaciones a Rosa sobre cómo tomarlos, pero ella, al no comprender completamente las instrucciones y sintiéndose desconectada del proceso, decide regresar a su comunidad sin los medicamentos. De vuelta en su hogar, Rosa opta por continuar con las plantas medicinales que le ofrece el payé, aunque los síntomas persisten y la preocupación por su salud aumenta. La situación de Rosa refleja un problema común en las comunidades indígenas del Amazonas: la barrera cultural y lingüística que existe entre los sistemas de salud occidental y las prácticas tradicionales de las comunidades indígenas. La falta de personal médico capacitado para comprender y respetar las creencias y prácticas locales, junto con la ausencia de recursos para la traducción y la integración de la medicina tradicional con la occidental, crea un vacío en la atención primaria en salud. Con el tiempo, la condición de Rosa se agrava, afectando su capacidad para realizar sus tareas diarias y participar en la vida comunitaria. La falta de un diagnóstico adecuado y el no seguimiento del tratamiento prescrito, debido a la desconfianza y a la incomprensión, resultan en un deterioro significativo de su salud. Su historia es un testimonio de cómo las barreras culturales pueden llevar a la exclusión de comunidades enteras del sistema de salud, perpetuando desigualdades y dejando a los más vulnerables sin la atención que necesitan.
José Manuel, de 52 años, vive en el barrio Altos de Santa Fe , un asentamiento marginal ubicado en las afueras de Cali, Valle del Cauca. Este barrio es un laberinto de viviendas improvisadas construidas con materiales de desecho, situadas en terrenos inestables propensos a deslizamientos. José Manuel, junto con su esposa y dos hijos, ha llamado hogar a una pequeña casa en esta comunidad durante los últimos diez
Katerine Tatiana Medina Perez años. La vida en Altos de Santa Fe es difícil; la familia subsiste con el escaso ingreso que José Manuel gana como trabajador informal en la construcción, mientras que su esposa complementa los ingresos vendiendo productos en las calles del centro de Cali. Desde hace varios meses, José Manuel ha notado un dolor constante en el pecho, acompañado de fatiga extrema y dificultad para respirar. Al principio, lo atribuyó al cansancio del trabajo físico, pero con el tiempo, los síntomas han empeorado, afectando su capacidad para realizar sus tareas diarias. A pesar de la insistencia de su esposa, José Manuel ha evitado ir al médico. Con ingresos tan limitados, la familia prioriza la compra de alimentos y el pago del alquiler, dejando la atención médica como una preocupación secundaria. Además, José Manuel desconfía del sistema de salud público, debido a experiencias pasadas de atención deficiente y largas esperas. El acceso a servicios de salud en Altos de Santa Fe es extremadamente limitado. El único centro de salud cercano está abarrotado y con recursos insuficientes, lo que resulta en largas filas y citas difíciles de conseguir. Para José Manuel, que tendría que tomar varios buses para llegar al centro de salud, el costo y el tiempo de desplazamiento son barreras significativas. A pesar de su creciente preocupación por el dolor en el pecho, sigue posponiendo la visita al médico. Una mañana, mientras trabaja en una obra de construcción, José Manuel siente un dolor agudo en el pecho que lo deja inmóvil. Sus compañeros de trabajo lo ayudan a sentarse y le sugieren que busque atención médica inmediatamente, pero él insiste en que solo necesita descansar. Sin embargo, el dolor no cede, y después de varias horas de sufrimiento, su esposa lo convence de ir al centro de salud local. Al llegar al centro de salud, se encuentran con una sala de espera llena de personas que han estado allí desde temprano en la mañana. Después de varias horas, José Manuel finalmente es atendido por un médico joven, quien, al escuchar sus síntomas, sospecha de una posible enfermedad cardiovascular. Sin embargo, el centro de salud carece de los recursos necesarios para realizar pruebas diagnósticas avanzadas, como un electrocardiograma. El médico le prescribe medicamentos para el dolor y lo deriva al Hospital Universitario del Valle en Cali para exámenes