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Literatura cuentos Cuentos de jl Borges. Contiene varios cuentos más conocidos, Resúmenes de Literatura

Cuentos de jl Borges. Contiene varios cuentos de los más conocidos del citado autor literario

Tipo: Resúmenes

2022/2023

Subido el 11/09/2023

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Jorge Luis Borges
Ficciones
Hijo de una familia acomodada, Jorge Luis Borges nació en Buenos
Aires el 24 de agosto de 1899 y murió en Ginebra, una de sus
ciudades amadas, en 1986. Vivió, desde pequeño, rodeado de libros;
y, entre 1914 y 1921, y más tarde en 1923, viajó a Europa, lo que le
puso en contacto con las vanguardias del momento, a cuya estética
se adhirió, especialmente al ultraísmo. En la primera mitad de esa
década dirigió las revistas Prisma y Proa. Poeta, narrador y autor de
ensayos personalísimos, ganó el premio Cervantes en 1980 y fue un
eterno candidato al Nobel, ingresando en la ilustre nómina de quienes, como
Proust, Kafka o Joyce, no lo consiguieron. Pero, como ellos, Borges pertenece por
derecho propio al patrimonio cultural de la humanidad, y así está reconocido
internacionalmente.
Ficciones, libro aparecido en 1944, con el que ganó el Gran Premio de Honor de
la Sociedad Argentina de Escritores, es uno de los más representativos de su
estilo. En él están algunos de sus relatos más famosos, como «Tlön, Uqbar, Orbis
Tertius»; «Pierre Menard, autor del Quijote»; «La biblioteca de Babel» o «El jardín
de senderos que se bifurcan». En su caso, hablar de relatos es sólo un modo de
entendernos, y a falta de un término más adecuado para designar esta magistral
y sugestiva mezcla de erudición, imaginación, ingenio, profundidad intelectual e
inquietud metafísica. Metáforas como la del laberinto, la biblioteca que coincide
con el universo o la de la minuciosa reescritura del Quijote, pertenecen al centro
del universo borgiano y, a través de sus millones de lectores en todas las lenguas, a la cultura universal.
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¡Descarga Literatura cuentos Cuentos de jl Borges. Contiene varios cuentos más conocidos y más Resúmenes en PDF de Literatura solo en Docsity!

Jorge Luis Borges

Ficciones

Hijo de una familia acomodada, Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899 y murió en Ginebra, una de sus ciudades amadas, en 1986. Vivió, desde pequeño, rodeado de libros; y, entre 1914 y 1921, y más tarde en 1923, viajó a Europa, lo que le puso en contacto con las vanguardias del momento, a cuya estética se adhirió, especialmente al ultraísmo. En la primera mitad de esa década dirigió las revistas Prisma y Proa. Poeta, narrador y autor de ensayos personalísimos, ganó el premio Cervantes en 1980 y fue un eterno candidato al Nobel, ingresando en la ilustre nómina de quienes, como Proust, Kafka o Joyce, no lo consiguieron. Pero, como ellos, Borges pertenece por derecho propio al patrimonio cultural de la humanidad, y así está reconocido internacionalmente.

Ficciones , libro aparecido en 1944, con el que ganó el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores, es uno de los más representativos de su estilo. En él están algunos de sus relatos más famosos, como «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius»; «Pierre Menard, autor del Quijote»; «La biblioteca de Babel» o «El jardín de senderos que se bifurcan». En su caso, hablar de relatos es sólo un modo de entendernos, y a falta de un término más adecuado para designar esta magistral y sugestiva mezcla de erudición, imaginación, ingenio, profundidad intelectual e inquietud metafísica. Metáforas como la del laberinto, la biblioteca que coincide con el universo o la de la minuciosa reescritura del Quijote, pertenecen al centro del universo borgiano y, a través de sus millones de lectores en todas las lenguas, a la cultura universal.

Prólogo

José Luis Rodríguez Zapatero

El lector que tiene en sus manos Ficciones es una persona en la frontera, un ser

humano que está a punto de abandonar el mundo seguro y confortable del que está

hecha la vida cotidiana para adentrarse en un territorio absolutamente nuevo. Borges

descubre en su obra, o quizás inventa, otra dimensión de lo real. Con seguridad el

título, que nos sugiere la idea de mundos imaginados y puramente ilusorios, es sólo

una sutil ironía del autor, una más, que nos señala lo terrible y maravillosamente real

de sus argumentos. Después de leer a Borges el mundo real multiplica sus

dimensiones y el lector, como un viajero romántico, vuelve más sabio, más pleno, o lo

que es lo mismo, ya nunca vuelve del todo.

Ficciones es una de las más esenciales e inolvidables obras de Borges. En ella se

resumen los principales temas, los intereses intelectuales más queridos del autor. En

todas las historias de este libro el tiempo es, de un modo u otro, un personaje central.

También lo es la literatura, los libros. Libros en los que está escrito el destino de los

hombres y que por eso son a la par tan necesarios como inútiles. También el destino es

una preocupación borgiana, un destino que no es más que el reconocimiento de que

nuestros afanes e inquietudes, que aquello que nos parece incierto, que sólo es un

deseo o un temor, tiene otra cara, una cara cierta, cerrada. Lo que en el anverso es

azar, en el reverso es necesidad.

Quizás, entre las cosas admirables de Borges, la que más me impresiona es su

extraña mezcla de pasión y escepticismo, esa mezcla de la que en distinta proporción y

cantidad estarnos hechos los seres humanos, pero que en el caso de nuestro autor se

dan en un equilibrio y abundancia cuya mejor prueba es su obra.

Durante un tiempo, cuando era más joven, estuve enfermo de Borges, todavía no

estoy seguro de haberme curado. Cuando uno enferma de Borges se pregunta por qué

la gente sigue, seguimos, escribiendo. Todo está en Borges y él lo sabe. Cuando leernos

La biblioteca de Babel no podemos evitar la sensación de que en esas pocas páginas

están contenidos todos los libros que los hombres han escrito y escribirán, además de

todos los restantes, que son la infinita mayoría. Las ruinas circulares son otro ejercicio

de la más espléndida metafísica, y uno no sabe cómo salir del sueño que nos propone,

realmente el lector ya nunca sale de ese sueño, salvo a través del olvido, pero el olvido

no está en las manos del lector, no forma parte de su poder.

Es posible que Borges me fulminara con una de esas bellísimas y mortales críticas

que podemos leer en sus libros, pero diré que en algún momento llegué a pensar que

cada página suya contiene toda su obra, como uno de esos objetos fractales que

repiten su estructura creando geometrías tan hermosas como extrañas. Pero este

parecido concluye en la forma, Borges nos da más, los textos de Borges no son

amorales, sus héroes son héroes morales, que se someten, a veces hasta la locura,

A Esther Zemborain de Torres

ElEl jjaarrddíínn ddee sseennddeerrooss qquuee ssee bbiiffuurrccaann

((1^199441 1))

Jorge Luis Borges

Tlön, Uqbar, Orbis Tertius

I

Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos

Mejía; la enciclopedia falazmente se llama The Anglo American Cyclopaedia (Nueva York,

1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa, de la Encyclopaedia Britannica

de 1902. El hecho se produjo hará unos cinco años. Bioy Casares había cenado conmigo esa noche y nos demoró una vasta polémica sobre la ejecución de una novela en primera persona, cuyo narrador omitiera o desfigurara los hechos e incurriera en diversas contradicciones, que permitieran a unos pocos lectores -a muy pocos lectores- la adivinación de una realidad atroz o banal. Desde el fondo remoto del corredor, el espejo nos acechaba. Descubrimos (en la alta noche ese descubrimiento es inevitable) que los espejos tienen algo monstruoso. Entonces Bioy Casares recordó que uno de los heresiarcas de Uqbar había declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. Le pregunté el origen de esa memorable

sentencia y me contestó que The Anglo American Cyclopaedia la registraba, en su

artículo sobre Uqbar. La quinta (que habíamos alquilado amueblada) poseía un ejemplar de esa obra. En las últimas páginas del volumen XLVI dimos con un artículo sobre Upsala;

en las primeras del XLVII, con uno sobre Ural - Altaic Languages, pero ni una palabra

sobre Uqbar. Bioy, un poco azorado, interrogó los tomos del índice. Agotó en vano todas las lecciones imaginables: Ukbar, Ucbar, Ooqbar, Ookbar, Oukbahr... Antes de irse, me dijo que era una región del Irak o del Asia Menor. Confieso que asentí con alguna incomodidad. Conjeturé que ese país indocumentado y ese heresiarca anónimo eran una ficción improvisada por la modestia de Bioy para justificar una frase. El examen estéril de uno de los atlas de Justus Perthes fortaleció mi duda. Al día siguiente, Bioy me llamó desde Buenos Aires. Me dijo que tenía a la vista el artículo sobre Uqbar, en el volumen XLVI de la Enciclopedia. No constaba el nombre del heresiarca, pero sí la noticia de su doctrina, formulada en palabras casi idénticas a las repetidas por él, aunque -tal vez- literariamente inferiores. Él había recordado:

Copulation and mirrors are abominable. El texto de la Enciclopedia decía: «Para uno de

esos gnósticos, el visible universo era una ilusión o (más precisamente) un sofisma. Los

espejos y la paternidad son abominables (mirrors and fatherhood are abominable)

porque lo multiplican y lo divulgan». Le dije, sin faltar a la verdad, que me gustaría ver ese artículo. A los pocos días lo trajo. Lo cual me sorprendió, porque los escrupulosos

índices cartográficos de la Erdkunde de Ritter ignoraban con plenitud el nombre de

Uqbar.

El volumen que trajo Bioy era efectivamente el XLVI de la Anglo-American

Cyclopaedia. En la falsa carátula y en el lomo, la indicación alfabética (Tor-Ups) era la de

nuestro ejemplar, pero en vez de 917 páginas constaba de 921. Esas cuatro páginas adicionales comprendían el artículo sobre Uqbar; no previsto (como habrá advertido el

Jorge Luis Borges

lector) por la indicación alfabética. Comprobamos después que no hay otra diferencia entre los volúmenes. Los dos (según creo haber indicado) son reimpresiones de la décima

Encyclopaedia Britannica. Bioy había adquirido su ejemplar en uno de tantos remates.

Leímos con algún cuidado el artículo. El pasaje recordado por Bioy era tal vez el único sorprendente. El resto parecía muy verosímil, muy ajustado al tono general de la obra y (como es natural) un poco aburrido. Releyéndolo, descubrimos bajo su rigurosa escritura una fundamental vaguedad. De los catorce nombres que figuraban en la parte geográfica, sólo reconocimos tres -Jorasán, Armenia, Erzerum-, interpolados en el texto de un modo ambiguo. De los nombres históricos, uno solo: el impostor Esmerdis el mago, invocado más bien como una metáfora. La nota parecía precisar las fronteras de Uqbar, pero sus nebulosos puntos de referencia eran ríos y cráteres y cadenas de esa misma región. Leímos, verbigracia, que las tierras bajas de Tsai Jaldún y el delta del Axa definen la frontera del sur y que en las islas de ese delta procrean los caballos salvajes. Eso, al principio de la página 918. En la sección histórica (página 920) supimos que a raíz de las persecuciones religiosas del siglo XIII, los ortodoxos buscaron amparo en las islas, donde perduran todavía sus obeliscos y donde no es raro exhumar sus espejos de piedra. La sección «Idioma y literatura» era breve. Un solo rasgo memorable: anotaba que la literatura de Uqbar era de carácter fantástico y que sus epopeyas y sus leyendas no se referían jamás a la realidad, sino a las dos regiones imaginarias de Mlejnas y de Tlön... La bibliografía enumeraba cuatro volúmenes que no hemos encontrado hasta ahora, aunque

el tercero -Silas Haslam: Hystory of the Land Called Uqbar, 1874- figura en los catálogos

de librería de Bernard Quaritch^1. El primero, Lesbare und lesenswerthe Bemerkungen

über das Land Ukkbar in Klein-Asien, data de 1641 y es obra de Johannes Valentinus

Andreä. El hecho es significativo; un par de años después, di con ese nombre en las

inesperadas páginas de De Quincey (Writings, decimotercer volumen) y supe que era el

de un teólogo alemán que a principios del siglo XVII describió la imaginaria comunidad de la Rosa-Cruz -que otros luego fundaron, a imitación de lo prefigurado por él.

Esta noche visitamos la Biblioteca Nacional. En vano fatigamos atlas, catálogos, anuarios de sociedades geográficas, memorias de viajeros e historiadores: nadie había estado nunca en Uqbar. El índice general de la enciclopedia de Bioy tampoco registraba ese nombre. Al día siguiente, Carlos Mastronardi (a quien yo había referido el asunto) advirtió

en una librería de Corrientes y Talcahuano los negros y dorados lomos de la Anglo

American Cyclopaedia... Entró e interrogó el volumen XLVI. Naturalmente, no dio con el

menor indicio de Uqbar.

II

Algún recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles del Sur, persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos. En vida padeció de irrealidad, como tantos ingleses; muerto, no es siquiera el fantasma que ya era entonces. Era alto y desganado y su cansada barba rectangular había sido roja. Entiendo que era viudo, sin hijos. Cada tantos años iba a Inglaterra: a visitar (juzgo por unas fotografías que nos mostró) un reloj de sol y unos robles. Mi padre había estrechado con él (el verbo es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo. Solían ejercer un intercambio de libros y de periódicos; solían batirse al ajedrez,

(^1) Haslam ha publicado también A General History of Labyrinths.

Jorge Luis Borges

en él. Las revistas populares han divulgado, con perdonable exceso la zoología y la topografía de Tlön; yo pienso que sus tigres transparentes y sus torres de sangre no merecen, tal vez, la continua atención de todos los hombres. Yo me atrevo a pedir unos minutos para su concepto del universo.

Hume notó para siempre que los argumentos de Berkeley no admitían la menor réplica y no causaban la menor convicción. Ese dictamen es del todo verídico en su aplicación a la tierra; del todo falso en Tlön. Las naciones de ese planeta son –congénitamente- idealistas. Su lenguaje y las derivaciones de su lenguaje -la religión, las letras, la metafísica- presuponen el idealismo. El mundo para ellos no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal, no

espacial. No hay sustantivos en la conjetural Ursprache de Tlön, de la que proceden los

idiomas «actuales» y los dialectos: hay verbos impersonales, calificados por sufijos (o prefijos) monosilábicos de valor adverbial. Por ejemplo: no hay palabra que corresponda a

la palabra luna, pero hay un verbo que sería en español lunecer o lunar. «Surgió la luna

sobre el río» se dice « hlör u fang axaxaxas mlö » o sea en su orden: «hacia arriba

(upward) detrás duradero-fluir luneció». (Xul Solar traduce con brevedad: «upa tras

perfluyue lunó». « Upward, behind the onstreaming, it mooned.»)

Lo anterior se refiere a los idiomas del hemisferio austral. En los del hemisferio boreal

(de cuya Ursprache hay muy pocos datos en el onceno tomo) la célula primordial no es el

verbo, sino el adjetivo monosilábico. El sustantivo se forma por acumulación de adjetivos.

No se dice luna: se dice aéreo-claro sobre oscuro-redondo o anaranjado-tenue-del cielo o

cualquier otra agregación. En el caso elegido la masa de adjetivos corresponde a un objeto real; el hecho es puramente fortuito. En la literatura de este hemisferio (como en el mundo subsistente de Meinong) abundan los objetos ideales, convocados y disueltos en un momento, según las necesidades poéticas. Los determina, a veces, la mera simultaneidad. Hay objetos compuestos de dos términos, uno de carácter visual y otro auditivo: el color del naciente y el remoto grito de un pájaro. Los hay de muchos: el sol y el agua contra el pecho del nadador, el vago rosa trémulo que se ve con los ojos cerrados, la sensación de quien se deja llevar por un río y también por el sueño. Esos objetos de segundo grado pueden combinarse con otros; el proceso, mediante ciertas abreviaturas, es prácticamente infinito. Hay poemas famosos compuestos de una sola enorme palabra.

Esta palabra integra un objeto poético creado por el autor. El hecho de que nadie crea en

la realidad de los sustantivos hace, paradójicamente, que sea interminable su número. Los idiomas del hemisferio boreal de Tlön poseen todos los nombres de las lenguas indoeuropeas y otros muchos más.

No es exagerado afirmar que la cultura clásica de Tlön comprende una sola disciplina: la psicología. Las otras están subordinadas a ella. He dicho que los hombres de ese planeta conciben el universo como una serie de procesos mentales, que no se desenvuelven en el espacio sino de modo sucesivo en el tiempo. Spinoza atribuye a su inagotable divinidad los atributos de la extensión y del pensamiento; nadie comprendería en Tlön la yuxtaposición del primero (que sólo es típico de ciertos estados) y del segundo -que es un sinónimo perfecto del cosmos-, Dicho sea con otras palabras: no conciben que lo espacial perdure en el tiempo. La percepción de una humareda en el horizonte y después del campo incendiado y después del cigarro a medio apagar que produjo la quemazón es considerada un ejemplo de asociación de ideas.

Este monismo o idealismo total invalida la ciencia. Explicar (o juzgar) un hecho es unirlo a otro; esa vinculación, en Tlön, es un estado posterior del sujeto, que no puede afectar o iluminar el estado anterior. Todo estado mental es irreductible: el mero hecho

Jorge Luis Borges

de nombrarlo - id est, de clasificarlo- importa un falseo. De ello cabría deducir que no hay

ciencias en Tlön -ni siquiera razonamientos. La paradójica verdad es que existen, en casi innumerable número. Con las filosofías acontece lo que acontece con los sustantivos en el hemisferio boreal. El hecho de que toda filosofía sea de antemano un juego dialéctico, una

Philosophie des Als Ob, ha contribuido a multiplicarlas. Abundan los sistemas increíbles,

pero de arquitectura agradable o de tipo sensacional. Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro. Juzgan que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Saben que un sistema no es otra cosa que la subordinación de todos los aspectos del universo a uno cualquiera de ellos. Hasta la frase «todos los aspectos» es rechazable, porque supone la imposible -adición del instante presente y de los pretéritos. Tampoco es lícito el plural «los pretéritos», porque supone otra operación imposible... Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente.^1 Otra escuela

declara que ha transcurrido ya todo el tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o

reflejo crepuscular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable. Otra, que la historia del universo -y en ellas nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas- es la escritura que produce un dios subalterno para entenderse con un demonio. Otra, que el universo es comparable a esas criptografías en las que no valen todos los símbolos y que sólo es verdad lo que sucede cada trescientas noches. Otra, que mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que así cada hombre es dos hombres.

Entre las doctrinas de Tlön, ninguna ha merecido tanto escándalo como el materialismo. Algunos pensadores lo han formulado, con menos claridad que fervor, como quien adelanta una paradoja. Para facilitar el entendimiento de esa tesis inconcebible, un heresiarca del undécimo siglo^2 ideó el sofisma de las nueve monedas de cobre, cuyo renombre escandaloso equivale en Tlön. al de las aporías eleáticas. De ese «razonamiento especioso» hay muchas versiones, que varían el número de monedas y el número de hallazgos; he aquí la más común:

El martes, X atraviesa un camino desierto y pierde nueve monedas de cobre.

El jueves, Y encuentra en el camino cuatro monedas, algo herrumbradas por la

lluvia del miércoles. El viernes, Z descubre tres monedas en el camino. El viernes

de mañana, X encuentra dos monedas en el corredor de su casa. El heresiarca

quería deducir de esa historia la realidad -id est la continuidad- de las nueve

monedas recuperadas. Es absurdo (afirmaba) imaginar que cuatro de las

monedas no han existido entre el martes y el jueves, tres entre el martes y la

tarde del viernes, dos entre el martes y la madrugada del viernes. Es lógico

pensar que han existido -siquiera de algún modo secreto, de comprensión vedada

a los hombres- en todos los momentos de esos tres plazos.

El lenguaje de Tlön se resistía a formular esa paradoja; los más no la entendieron. Los defensores del sentido común se limitaron, al principio, a negar la veracidad de la anécdota. Repitieron que era una falacia verbal, basada en el empleo temerario de dos voces neológicas, no autorizadas por el uso y ajenas a todo pensamiento severo: los

(^1) Russell ( The Analysfs of Mind , 1921, página 159) supone que el planeta ha sido creado hace pocos minutos, provisto de

una humanidad que «recuerda» un pasado ilusorio. (^2) Siglo, de acuerdo con el sistema duodecimal, significa un período de ciento cuarenta y cuatro años.

Jorge Luis Borges

Siglos y siglos de idealismo no han dejado de influir en la realidad. No es infrecuente, en las regiones más antiguas de Tlön, la duplicación de objetos perdidos. Dos personas buscan un lápiz; la primera lo encuentra y no dice nada; la segunda encuentra un segundo lápiz no menos real, pero más-ajustado a su expectativa. Esos objetos

secundarios se llaman hrönir y son, aunque de forma desairada, un poco más largos.

Hasta hace poco los hrönir fueron hijos casuales de la distracción y el olvido. Parece

mentira que su metódica producción cuente apenas cien años, pero así lo declara el

onceno tomo. Los primeros intentos fueron estériles. El modus ope randi, sin embargo,

merece recordación. El director de una de las cárceles del estado comunicó a los presos que en el antiguo lecho de un río había ciertos sepulcros y prometió la libertad a quienes trajeran un hallazgo importante. Durante los meses que precedieron a la excavación les mostraron láminas fotográficas de lo que iban a hallar. Ese primer intento probó que la esperanza y la avidez pueden inhibir; una semana de trabajo con la pala y el pico no logró

exhumar otro hrön que una rueda herrumbrada, de fecha posterior al experimento. Éste

se mantuvo secreto y se repitió después en cuatro colegios. En tres fue casi total el fracaso; en el cuarto (cuyo director murió casualmente durante las primeras excavaciones) los discípulos exhumaron -o produjeron- una máscara de oro, una espada arcaica, dos o tres ánforas de barro y el verdinoso y mutilado torso de un rey con una inscripción en el pecho que no se ha logrado aún descifrar. Así se descubrió la improcedencia de testigos que conocieran la naturaleza experimental de la busca... Las investigaciones en masa producen objetos contradictorios; ahora se prefiere los trabajos

individuales y casi improvisados. La metódica elaboración de hrönir (dice el onceno tomo)

ha prestado servicios prodigiosos a los arqueólogos. Ha permitido interrogar y hasta modificar el pasado, que ahora no es menos plástico y menos dócil que el porvenir. Hecho

curioso: los hrönir de segundo y tercer grado -los hrönir derivados de otro hrön, los

hrönir derivados del hrön de un hrön- exageran las aberraciones del inicial; los de quinto

son casi uniformes; los de noveno se confunden con los de segundo; en los de undécimo

hay una pureza de líneas que los originales no tienen. El proceso es periódico; el hrön de

duodécimo grado ya empieza a decaer. Más extraño y más puro que todo hrön es a veces

el ur. la cosa producida por sugestión, el objeto educido por la esperanza. La gran

máscara de oro que he mencionado es un ilustre ejemplo.

Las cosas se duplican en Tlön; propenden asimismo a borrarse y a perder los detalles cuando los olvida la gente. Es clásico el ejemplo de un umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro.

1940, Salto Oriental

Posdata de 1947. Reproduzco el artículo anterior tal como apareció en la Antología de

la literatura fantástica, 1940, sin otra escisión que algunas metáforas y que una especie

de resumen burlón que ahora resulta frívolo. Han ocurrido tantas cosas desde esa fecha... Me limitaré a recordarlas.

En marzo de 1941 se descubrió una carta manuscrita de Gunnar Erfjord en un libro de

Hinton que había sido de Herbert Ashe. El sobre tenía el sello postal de Ouro Preto; la carta elucidaba enteramente el misterio de Tlön. Su texto corrobora las hipótesis de Martínez Estrada. A principios del siglo XVII, en una noche de Lucerna o de Londres, empezó la espléndida historia. Una sociedad secreta y benévola (que entre sus afiliados

Jorge Luis Borges

tuvo a Dalgarno y después a George Berkeley) surgió para inventar un país. En el vago programa inicial figuraban los «estudios herméticos», la filantropía y la cábala. De esa primera época data el curioso libro de Andreä. Al cabo de unos años de conciliábulos y de síntesis prematuras comprendieron que una generación no bastaba para articular un país. Resolvieron que cada uno de los maestros que la integraban eligiera un discípulo para la continuación de la obra. Esa disposición hereditaria prevaleció; después de un hiato de dos siglos la perseguida fraternidad resurge en América. Hacia 1824, en Memphis (Tennessee) uno de los afiliados conversa con el ascético millonario Ezra Buckley. Éste lo deja hablar con algún desdén -y se ríe de la modestia del proyecto-. Le dice que en América es absurdo inventar un país y le propone la invención de un planeta. A esa gigantesca idea añade otra, hija de su nihilismo:^1 la de guardar en el silencio la empresa enorme.

Circulaban entonces los veinte tomos de la Encyclopaedía Britannica; Buckley sugiere

una enciclopedia metódica del planeta ilusorio. Les dejará sus cordilleras auríferas, sus ríos navegables, sus praderas holladas por el toro y por el bisonte, sus negros, sus prostíbulos y sus dólares, bajo una condición: «La obra no pactará con el impostor Jesucristo». Buckley descree de Dios, pero quiere demostrar al Dios no existente que los hombres mortales son capaces de concebir un mundo. Buckley es envenenado en Baton Rouge en 1828; en 1914 la sociedad remite a sus colaboradores, que son trescientos, el

volumen final de la Primera Enciclopedia de Tlön. La edición es secreta: los cuarenta

volúmenes que comprende (la obra más vasta que han acometido los hombres) serían la base de otra más minuciosa, redactada no ya en inglés, sino en alguna de las lenguas de

Tlön. Esa revisión de un mundo ilusorio se llama provisoriamente Orbis Tertius y uno de

sus modestos demiurgos fue Herbert Ashe, no sé si como agente de Gunnar Erfjord o como afiliado. Su recepción de un ejemplar del onceno tomo parece favorecer lo segundo. Pero ¿y los otros? Hacia 1942 arreciaron los hechos. Recuerdo con singular nitidez uno de los primeros y me parece que algo sentí de su carácter premonitorio. Ocurrió en un departamento de la calle Laprida, frente a un claro y alto balcón que miraba el ocaso. La princesa de Faucigny Lucinge había recibido de Poitiers su vajilla de plata. Del vasto fondo de un cajón rubricado de sellos internacionales iban saliendo finas cosas inmóviles: platería de Utrecht y de París con dura fauna heráldica, un samovar. Entre ellas -con un perceptible y tenue temblor de pájaro dormido- latía misteriosamente una brújula. La princesa no la reconoció. La aguja azul anhelaba el norte magnético; la caja de metal era cóncava; las letras de la esfera correspondían a uno de los alfabetos de Tlön. Tal fue la primera intrusión del mundo fantástico en el mundo real. Un azar que me inquieta hizo que yo también fuera testigo de la segunda. Ocurrió unos meses después, en la pulpería de un brasilero, en la Cuchilla Negra. Amorim y yo regresábamos de Sant'Anna. Una creciente del río Tacuarembó nos obligó a probar (y a sobrellevar) esa rudimentaria hospitalidad. El pulpero nos acomodó unos catres crujientes en una pieza grande, entorpecida de barriles y cueros. Nos acostamos, pero no nos dejó dormir hasta el alba la borrachera de un vecino invisible, que alternaba denuestos inextricables con rachas de milongas -más bien con rachas de una sola milonga-. Como es de suponer, atribuimos a la fogosa caña del patrón ese griterío insistente... A la madrugada, el hombre estaba muerto en el corredor. La aspereza de la voz nos había engañado: era un muchacho joven. En el delirio se le habían caído del tirador unas cuantas monedas y un cono de metal reluciente, del diámetro de un dado. En vano un chico trató de recoger ese cono. Un hombre apenas acertó a levantarlo. Yo lo tuve en la palma de la mano algunos minutos: recuerdo que su peso era intolerable y que después de retirado el cono, la

(^1) Buckley era librepensador, fatalista y defensor de la esclavitud.

Jorge Luis Borges

El acercamiento a Almotásim

Philip Guedalla escribe que la novela The approach to Al-Mu'tasim del abogado Mir

Bahadur Alí, de Bombay, «es una combinación algo incómoda (a rather uncomfortable

combination) de esos poemas alegóricos del Islam que raras veces dejan de interesar a su

traductor y de aquellas novelas policiales que inevitablemente superan a John H. Watson y perfeccionan el horror de la vida humana en las pensiones más irreprochables de Brighton». Antes, Mr. Cecil Roberts había denunciado en el libro de Bahadur «la doble, inverosímil tutela de Wilkie Collins y del ilustre persa del siglo XII, Ferid Eddin Attar» -tranquila observación que Guedalla repite sin novedad, pero en un dialecto colérico-. Esencialmente, ambos escritores concuerdan: los dos indican el mecanismo policial de la

obra, y su undercurrent místico. Esa hibridación puede movernos a imaginar algún

parecido con Chesterton; ya comprobaremos que no hay tal cosa.

La editio princeps del Acercamiento a Almotásim apareció en Bombay, a fines de 1932.

El papel era casi papel de diario; la cubierta anunciaba al comprador que se trataba de la primera novela policial escrita por un nativo de Bombay City: En pocos meses, el público

agotó cuatro impresiones de mil ejemplares cada una. La Bombay Quarterly Review, la

Bombay Gazette , la Cdlcutta Review, la Hindustan Review (de Alahabad) y el Calcutta

Englishman, dispensaron su ditirambo. Entonces Bahadur publicó una edición ilustrada

que tituló The conversation with the man called Al-Mu'tasim y que subtituló

hermosamente: A game with shifting mimo» (Un juego con espejos que se desplazan).

Esa edición es la que acaba de reproducir en Londres Victor Gollancz, con prólogo de Dorothy L. Sayers y con omisión -quizá misericordiosa- de las ilustraciones. La tengo a la vista; no he logrado juntarme con la primera, que presiento muy superior. A ello me autoriza un apéndice, que resume la diferencia fundamental entre la versión primitiva de 1932 y la de 1934. Antes de examinarla -y de discutirla- conviene que yo indique rápidamente el curso general de la obra.

Su protagonista visible -no se nos dice nunca su nombre- es estudiante de derecho en Bombay. Blasfematoriamente, descree de la fe islámica de sus padres, pero al declinar la

décima noche de la luna de muharram, se halla en el centro de un tumulto civil entre

musulmanes e hindúes. Es noche de tambores e invocaciones: entre la muchedumbre adversa, los grandes palios de papel de la procesión musulmana se abren camino. Un ladrillo hindú vuela de una azotea; alguien hunde un puñal en un vientre; alguien ¿musulmán, hindú? muere y es pisoteado. Tres mil hombres pelean: bastón contra revólver, obscenidad contra imprecación, Dios el Indivisible contra los Dioses. Atónito, el estudiante librepensador entra en el motín. Con las desesperadas manos, mata (o piensa haber matado) a un hindú. Atronadora, ecuestre, semidormida, la policía del Sirkar interviene con rebencazos imparciales. Huye el estudiante, casi bajo las patas de los caballos. Busca los arrabales últimos. Atraviesa dos vías ferroviarias, o dos veces la misma vía. Escala el muro de un desordenado jardín, con una torre circular en el fondo.

Una chusma de perros color de luna ( a lean arad evil mob of mooncoloured hounds)

emerge de los rosales negros. Acosado, busca amparo en la torre. Sube por una escalera

Jorge Luis Borges

de fierro -faltan algunos tramos- y en la azotea, que tiene un pozo renegrido en el centro, da con un hombre escuálido, que está orinando vigorosamente en cuclillas, a la luz de la luna. Ese hombre le confía que su profesión es robar los dientes de oro de los cadáveres trajeados de blanco que los parsis dejan en esa torre. Dice otras cosas viles y menciona que hace catorce noches que no se purifica con bosta de búfalo. Habla con evidente rencor de ciertos ladrones de caballos de Guzerat, «comedores de perros y de lagartos, hombres al cabo tan infames como nosotros dos». Está clareando: en el aire hay un vuelo bajo de buitres gordos. El estudiante, aniquilado, se duerme; cuando despierta, ya con el sol bien alto, ha desaparecido el ladrón. Han desaparecido también un par de cigarros de Trichinópoli y unas rupias de plata. Ante las amenazas proyectadas por la noche anterior, el estudiante resuelve perderse en la India. Piensa que se ha mostrado capaz de matar un idólatra, pero no de saber con certidumbre si el musulmán tiene más razón que el

idólatra. El nombre de Guzerat no lo deja, y el de una malka-sansi (mujer de casta de

ladrones) de Palanpur, muy preferida por las imprecaciones y el odio del despojador de cadáveres. Arguye que el rencor de un hombre tan minuciosamente vil importa un elogio. Resuelve -sin mayor esperanza- buscarla. Reza, y emprende con segura lentitud el largo camino. Así acaba el segundo capítulo de la obra.

Imposible trazar las peripecias de los diecinueve restantes. Hay una vertiginosa

pululación de dramatis personae -para no hablar de una biografía que parece agotar los

movimientos del espíritu humano (desde la infamia hasta la especulación matemática) y de la peregrinación que comprende la vasta geografía del Indostán-. La historia comenzada en Bombay sigue en las tierras bajas de Palanpur, se demora una tarde y una noche en la puerta de piedra de Bikanir, narra la muerte de un astrólogo ciego en un albañal de Benarés, conspira en el palacio multiforme de Katmandú, reza y fornica en el hedor pestilencial de Calcuta, en el Machua Bazar, mira nacer los días en el mar desde una escribanía de Madrás, mira morir las tardes en el mar desde un balcón en el estado de Travancor, vacila v mata en Indaptir y cierra su órbita de leguas y de años en el mismo Bombay, a pocos pasos del jardín de los perros color de luna. El argumento es éste: Un hombre, el estudiante incrédulo y fugitivo que conocemos, cae entre gente de la clase más vil y se acomoda a ellos, en una especie de certamen de infamias. De golpe -con el milagroso espanto de Robinsón ante la huella de un pie humano en la arena-- percibe alguna mitigación de esa infamia: tina ternura, una exaltación, un silencio, en uno de los hombres aborrecibles. «Fue como si hubiera terciado en el diálogo un interlocutor más complejo.» Sabe que el hombre vil que está conversando con él es incapaz de ese momentáneo decoro; de ahí postula que éste tia reflejado a un amigo, o arraigo de un

amigo. Repensando el problema, llega a una convicción misteriosa: En algún punto de la

tierra hay un hombre de quien procede esa claridad; en algún punto de la tierra está el

hombre que es igual a esa claridad. El estudiante resuelve dedicar su vida a encontrarlo.

Ya el argumento general se entrevé: la insaciable busca de un alma a través de los delicados reflejos que ésta ha dejado en otras: en el principio, el tenue rastro de una sonrisa o de una palabra; en el fin, esplendores diversos y crecientes de la razón, de la imaginación y del bien. A medida que los hombres interrogados han conocido más de cerca a Almotásim, su porción divina es mayor, pero se entiende que son meros espejos. El tecnicismo matemático es aplicable: la cargada novela de Bahadur es una progresión ascendente, cuyo término final es el presentido «hombre que se llama Almotásim». El inmediato antecesor de Almotásim es un librero persa de suma cortesía y felicidad; el que precede a ese librero es un santo... Al cabo de los años, el estudiante llega a una galería «en cuyo fondo hay una puerta y una estera barata con muchas cuentas y atrás un resplandor». El estudiante golpea las manos una y dos veces y pregunta por Almotásim.

Jorge Luis Borges

alma de un antepasado o maestro puede entrar en el alma de un desdichado, para

confortarlo o instruir lo. Ibbür se llama esa variedad de la metempsicosis. 1

(^1) En el decurso de esta noticia, me he referido al (^) Mantiq al-Tayr (Coloquio de los pájaros) del místico persa Farid al-Din Abú

Talib Muhámmad ben lbrahim Attar a quien mataron los soldados de Tule, hijo de Zingis Jan, cuando Nishapur fue expoliada. Quizá no huelgue resumir el poema. El remoto rey de los pájaros, el Simurg, deja caer en el centro de la China una pluma espléndida; los pájaros resuelven buscarlo, hartos de su antigua anarquía. Saben que el nombre de su rey quiere decir treinta pájaros; saben que su alcázar está en el Kaf, la montaña circular que rodea la tierra. Acometen la casi infinita aventura; superan siete valles, o mares; el nombre del penúltimo es «Vértigo»; el último se llama «Aniquilación». Muchos peregrinos desertan; otros perecen. Treinta, purificados por los trabajos, pisan la montaña del Simurg. Lo contemplan al fin: perciben que ellos son el Simurg y que el Simurg es cada uno de ellos y todos. (También Plotino-Enéodas,V 8, 4 -declara una extensión paradisíaca del principio de identidad: (^) Todo, en el cielo inteligible, está en todas partes. Cualquier cosa es todas las cosas. El sol es todas las estrellas, y cada estrella es todas las estrellas y el sol .) El Mantiq al-Tayr ha sido vertido al francés por Garcín de Tassy; al inglés por Edward FitzGerald; para esta nota, he consultado el décimo tomo de Las mil y uno noches de Burton y la monografa The Persion mystics: Attar (1932) de Margaret Smith. Los contactos de ese poema con la novela de Mir Bahadur Alí no son excesivos. En el vigésimo capítulo, unas palabras atribuidas por un librero persa a Almotásim son, quizá, la magnificación de otras que ha dicho el héroe; ésa y otras ambiguas analogías pueden significar la identidad del buscado y del buscador; pueden también significar que éste influye en aquél. Otro capítulo insinúa que Almotásim es el «hindú» que el estudiante cree haber matado.

Jorge Luis Borges

Pierre Menard, autor del Quijote

A Silvina Ocampo

La obra visible que ha dejado este novelista es de fácil y breve enumeración. Son, por lo tanto, imperdonables las omisiones y adiciones perpetradas por madame Henri Bachelier en un catálogo falaz que cierto diario cuya tendencia «protestante» no es un secreto ha tenido la desconsideración de inferir a sus deplorables lectores -si bien estos son pocos y calvinistas, cuando no masones y circuncisos-. Los amigos auténticos de Menard han visto con alarma ese catálogo y aun con cierta tristeza. Diríase que ayer nos reunimos ante el mármol final y entre los cipreses infaustos y ya el Error trata de empañar su Memoria... Decididamente, una breve rectificación es inevitable.

Me consta que es muy fácil recusar mi pobre autoridad. Espero, sin embargo, que no me prohibirán mencionar dos altos testimonios. La baronesa de Bacourt (en cuyos

vendredis inolvidables tuve el honor de conocer al llorado poeta) ha tenido a bien aprobar

las líneas que siguen. La condesa de Bagnoregio, uno de los espíritus más finos del principado de Mónaco (y ahora de Pittsburgh, Pennsylvania, después de su reciente boda con el filántropo internacional Simón Kautzsch, tan calumniado, ¡ay!, por las víctimas de sus desinteresadas maniobras) ha sacrificado «a la veracidad y a la muerte» (tales son sus palabras) la señoril reserva que la distingue y en una carta abierta publicada en la

revista Luxe me concede asimismo su beneplácito. Esas ejecutorias, creo, no son

insuficientes.

He dicho que la obra visible de Menard es fácilmente enumerable. Examinado con

esmero su archivo particular, he verificado que consta de las piezas que siguen:

a) Un soneto simbolista que apareció dos veces (con variaciones) en la revista La

conque (números de marzo y octubre de 1899).

b) Una monografía sobre la posibilidad de construir un vocabulario poético de conceptos que no fueran sinónimos o perífrasis de los que informan el lenguaje común, «sino objetos ideales creados por una convención y esencialmente destinados a las necesidades poéticas» (Nîmes, 1901). c) Una monografía sobre «ciertas conexiones o afinidades» del pensamiento de Descartes, de Leibniz y de John Wilkins (Nîmes, 1903).

d) Una monografía sobre la Characteristica universalis de Leibniz (Nîmes, 1904).

e) Un artículo técnico sobre la posibilidad de enriquecer el ajedrez eliminando uno de los peones de torre. Menard propone, recomienda, discute y acaba por rechazar esa innovación.

f) Una monografía sobre el Ars magna generalis de Ramón Llull (Nîmes, 1906).

g) Una traducción con prólogo y notas del Libro de la invención liberal y arte del

juego del axedrez de Ruy López de Segura (París, 1907).