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Libro de Psicología para alumnos universitarios
Tipo: Tesis
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Este es un producto sin fines lucrativos, con reproducciones parciales de la obra de Peter Blos y orientado a la enseñanza y divulgación de la obra original. Se refieren las fuentes de todos los textos e imágenes.
relevante a señalar es que en el texto de Blos, o al menos en su traducción al castellano, se utiliza el concepto de instinto como sinónimo de pulsión. Freud hizo una clara diferencia entre los dos términos, lo que es importante tener en cuenta al leer el texto. Se agrega como anexo, el artículo La escuela norteamericana de la Psicología del yo, de Jaime Nos, catedrático de la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona y miembro de la American Psychoanalytic Association (Nueva York) y la Sociedad Española de Psicoanálisis ( Barcelona). El artículo lo pone a disposición del público la base RACO (Revistes Catalanes amb Accés Obert). La fuente electrónica la pueden consultar en el artículo. El objetivo de integrar el artículo es facilitar a los lectores contextualizar el momento de la historia del psicoanálisis al que pertenece Peter Blos padre, así como su principal referencia teórica después de Freud. El artículo no hace mención de Peter Blos pero si del que fue su gran amigo desde la infancia, Erik Erikson (Erik Homburger). El documento cierra con un glosario que contiene los conceptos del Diccionario de Psicoanálisis de Laplanche y Pontalis que pueden ayudar a la comprensión del texto de Peter Blos. Probablemente los lectores tengan la opinión de que el glosario es amplio o, al contrario. que le faltan conceptos. Para el segundo caso, remito al Diccionario donde encontrarán numerosas entradas con las que pueden ampliar su comprensión del léxico psicoanalítico. Quiero agradecer especialmente a Antonio Penella Jean, por quien conocí la obra de Peter Blos y que amablemente me facilitó su libro Psicoanálisis de la adolescencia para revisar todas sus anotaciones, así como sus fichas escritas a mano, las cuales son ya un emblema de la enseñanza y divulgación de la obra de Peter Blos en la Ciudad de México. Libro y documentos fueron un referente invaluable para identificar los fragmentos más representativos del texto. La pretensión es que este sea un texto vivo, por tanto abierto a la revisión. Agradecería a las lectoras y a los lectores que no se detengan para enviarme comentarios, correcciones o críticas, para lo cual dejo los datos de mi domicilio electrónico: jpablobrand@gmail.com. De antemano muchas gracias. Este es un producto sin fines lucrativos, con reproducciones parciales de la obra de Peter Blos y orientado a la divulgación de la obra original (que por cierto no se ha reeditado en castellano desde la década de los noventa del pasado siglo). Se refieren las fuentes de todos los textos e imágenes.
Nació el 2 de febrero de 1904 en Karlsruhe, Alemania y murió el 12 de junio de 1997 en Holderness, Nueva Hampshire (Estados Unidos). Su infancia y adolescencia se vio marcada por la influencia de las ideas de su padre, quien fue un médico afín a las ideas de Gandhi. Siendo niño, conoció a Erik Homburger, quien años más tarde se autodenominará Erik Erikson y con quien establecería una larga amistad. Blos estudió en la Universidad de Heidelberg para ser maestro, posteriormente obtuvo el doctorado en biología en Viena. En la década de los años veinte del siglo XX, fue presentado a Anna Freud, quien requería su ayuda para crear y dirigir una escuela experimental a la que asistirían niños que estuvieran en tratamiento psicoanalítico. El proyecto fue apoyado por Eva Rosenfeld y Dorothy Burlingham, amiga de Anna y cuyos hijos eran atendidos en la pequeña escuela. Iniciadas las actividades de la escuela, Blos invito a participar a Erik Homburger, quien era pintor y había andado errabundo por Europa. Dentro del círculo psicoanalítico vienés, Blos fue influenciado particularmente por August Aichhorn, quien fue pionero en la aplicación del psicoanálisis a la educación y al tema de la delincuencia infantil y adolescente. Aichhorm formó parte de la Asociación Psicoanalítica de Viena desde 1922, donde fundó un grupo de estudio con Sigried Bernfeld, Wilie Hoffer y Anna Freud. En 1925 publicó su libro Juventud desamparada, el cual prologó Sigmund Freud. Escapando del nazismo, Blos salió de Viena en 1934 con dirección a Estados Unidos. Se estableció en Nueva Orleans, donde trabajó como maestro en una escuela privada para dirigirse tiempo después a Nueva York a continuar su entrenamiento psicoanalítico. Se hizo miembro de la Asociación Psicoanalítica de Nueva York, de la cual llegó a ser supervisor y analista didáctico. Henry Fountain (1997), lo recuerda como un maestro dedicado y generoso. En la Asociación Psicoanalítica de Nueva York, participó en la formación de psicoanalistas en el programa de Análisis de Niños. En 1967, nombrado catedrático universitario, tuvo a su cargo el curso de desarrollo del adolescente. En 1972, inició un curso sobre análisis de adolescentes, el cual continuó hasta 1977, año en que se retiró de la docencia. También colaboró con el Centro Psicoanalítico de Columbia, donde fue cofundador de la Asociación de Psicoanálisis de Niños. Publicó cuatro libros:
El pasaje a través del periodo adolescente es un tanto desordenado y nunca en una línea recta. La obtención de las metas en la vida mental que caracterizan las diferentes fases del periodo de la adolescencia son a menudo contradictorias en su dirección y además cualitativamente heterogéneas; es decir, esta progresión, digresión y regresión se alternan en evidencia, ya que en forma transitoria comprenden metas antagónicas. Se encuentran mecanismos adaptativos y defensivos entretejidos, y la duración de cada una de las fases no puede fijarse por un tiempo determinado o por una referencia a la edad cronológica. Esta extraordinaria elasticidad del movimiento psicológico, que subraya la diversidad tan espectacular del periodo adolescente no puede dejar de enfatizarse; sin embargo, permanece el hecho de que existe una secuencia ordenada en el desarrollo psicológico y que puede describirse en términos de fases más o menos distintas. El adolescente puede atravesar con gran rapidez las diferentes fases o puede elaborar una de ellas en variaciones interminables; pero de ninguna manera puede desviarse de las transformaciones psíquicas esenciales de las diferentes fases. Su elaboración por el proceso de diferenciación del desarrollo a lo largo de un determinado periodo de tiempo, resulta en una estructura compleja de la personalidad; un pasaje un tanto tormentoso a través de la adolescencia habitualmente produce una huella en el adulto que se describe como primitivización. Ninguno de estos dos desarrollo debe de confundirse con niveles de maduración; más bien son evidencias de grados de complejidad y diferenciación. tanto el empuje innato hacia adelante como el potencial de crecimiento de la personalidad adolescente, buscan integrarse al nivel de maduración de la pubertad y a las antiguas modalidades para mantener el equilibrio. por medio de este proceso de integración se preserva la continuidad en la experiencia del yo que facilita la emergencia de una sensación de estabilidad en el ser - o sentido de identidad. LATENCIA El periodo de latencia proporciona al niño los instrumentos, en términos de desarrollo del yo, que le preparan para enfrentarse al incremento de los impulsos en la pubertad. El niño, en otras palabras, está listo para la prueba de distribuir el influjo de energía en todos los niveles de funcionamiento de la personalidad, los cuales se elaboraron durante el periodo de latencia. De allí que sea capaz de desviar la energía instintiva a las estructuras físicas diferenciadas y a diferentes actividades psicológicas, en lugar de experimentar esto solamente como un aumento de la tensión sexual y agresiva. Freud (1905b) se refiere a la latencia abortiva como "precocidad sexual espontánea" que se debe al hecho de que el periodo de
latencia no se pudo establecer con éxito; por lo tanto pensó que "las inhibiciones sexuales" que constituyen el componente esencial del periodo de latencia, no fueron adquiridas adecuadamente, "ocasionando manifestaciones sexuales, que, debido a que las inhibiciones sexuales fueron incompletas y que por otro lado el sistema genital no está desarrollado, pueden orientarse hacia las perversiones". La interpretación literal del término periodo de latencia que significa que estos años están desprovistos de impulsos sexuales - es decir, que la sexualidad es latente- ha sido corregido por la evidencia clínica de los sentimientos sexuales expresados en la masturbación, en actividades voyeuristas, en el exhibicionismo y en actividades sadomasoquistas que no dejan de existir durante el periodo de latencia (Alpert, 1941; Bornstein, 1951). Sin embargo, en esta etapa no aparecen nuevas metas instintivas. Lo que en verdad cambia durante el periodo de latencia es el incremento del control del yo y del superyó sobre la vida instintiva. La actividad sexual durante el periodo de latencia está relegada al papel de un regulador transitorio de tensión; esta función está superada por la emergencia de una variedad de actividades del yo, sublimatorias, adaptativas y defensivas por naturaleza. Este cambio está promovido sustancialmente por el hecho de que "las relaciones de objeto se abandonan y son sustituidas por identificaciones" (Freud, 1924b). El cambio en la catexis de un objeto externo a uno interno puede muy bien ser considerado como un criterio esencial del periodo de latencia. Freud (1905b) hizo referencia especial a este hecho, el cual sin embargo ha sido opacado por el concepto más general de "inhibición sexual" que es un marco claro e indicativo del periodo de latencia. La dependencia en el apoyo paterno para los sentimientos de valía y significación son reemplazados progresivamente durante el periodo de latencia por un sentido de autovaloración derivado de los logros y del control que ganan la aprobación social y objetiva. Los recursos internos del niño se unen a los padres como reguladores de la estimación propia. Teniendo al superyó sobre él, el niño es más capaz de mantener el balance narcisista en forma más o menos independiente. La ampliación del horizonte de su efectividad social, intelectual y motora, lo capacitan para el empleo de sus recursos, permitiéndole mantener el equilibrio narcisista dentro de ciertos límites que le fueron posibles en la niñez temprana, y es evidente una mayor estabilidad en el afecto y en el estado de ánimo. Concomitante a estos desarrollos, las funciones del yo adquieren una mayor resistencia a la regresión, actividades significativas del yo, como son la percepción, el aprendizaje, la memoria y el pensamiento, se consolidan más firmemente en la esfera libre de conflicto del yo. De allí pues que las variaciones en la tensión instintiva no amenacen la integridad de las funciones del yo como ocurría en los años anteriores a la latencia. el establecimiento de identificaciones estables, hace que el niño sea más independiente de las relaciones de objeto y de su ondulante intensidad y cualidad; la ambivalencia declina en forma clara, especialmente durante la última parte del periodo de
Los logros del periodo de latencia representan en verdad una precondición esencial para avanzar hacia la adolescencia y pueden resumirse como sigue: la inteligencia debe desarrollarse a través de una franca diferenciación entre el proceso primario y secundario del pensamiento y a través de una franca diferenciación entre el proceso primario y secundario del pensamiento y a través del empleo del juicio, la generalización y la lógica; la comprensión social, la empatía y los sentimientos de altruismo deben de haber adquirido una estabilidad considerable; la estatura física debe permitir independencia y control del ambiente; las funciones del yo deben haber adquirido una mayor resistencia a la regresión y a la desintegración bajo el impacto de situaciones de la vida cotidiana; la capacidad sintética del yo debe ser capaz de defender su integridad con menos ayuda del mundo externo. Estos logros en la latencia deben dar paso al aumento puberal en la energía instintiva. Si la nueva condición de la pubertad solamente refuerza los logros de la latencia, los cuales se llevaron a cabo bajo la influencia de la represión sexual, entonces, tal como lo ha dicho Anna Freud (1936), "el carácter del individuo durante el periodo de latencia se declara sí mismo para siempre". La inmadurez emocional será el resultado, tal como lo es siempre cuando una meta específica para una fase se pasa de lado tratando de aferrarse a los logros de la fase anterior del desarrollo. PREADOLESCENCIA Durante la fase preadolescente un aumento cuantitativo de la presión instintiva conduce a una catexis indiscriminada de todas aquellas metas libidinales y agresivas de gratificación que han servido al niño durante los años tempranos de su vida. No se puede distinguir un objeto amoroso nuevo y una meta instintiva nueva. Cualquier experiencia puede transformarse en estímulo sexual - incluso aquellos pensamientos, fantasías y actividades que están desprovistos de connotaciones eróticas obvias-. Por ejemplo, el estímulo al cual el muchacho preadolescente reacciona con una erección; no es específica ni necesariamente un estímulo erótico lo que causa la excitación genital, sino que ésta puede ser provocada por miedo, coraje, o por una excitación general. Las primeras emisiones durante la vigilia a menudo se deben a estados afectivos como éste, más bien que a estímulos eróticos específicos. Este estado de cosas en el muchacho que entra a la pubertad es una muestra de que la función genital actúa como descarga no específica de tensión. El resurgimiento de los impulsos genitales no se manifiesta uniformemente entre los muchachos y las muchachas debido a que cada sexo se enfrenta a los impulsos puberales en aumento en una forma distinta.
Gessel (1956) dice que las muchachas a los 10 años se dedican a hacer chistes que están relacionados con las nalgas más bien que con el sexo, mientras que los muchachos prefieren cuentos colorados especialmente relacionados con la eliminación; también afirma que las muchachas se dan cuenta con mayor claridad de la separación entre el sistema de reproducción y la eliminación, aunque todavía muestran una tendencia a confundirlos. La curiosidad sexual en los muchachos y las muchachas cambia de la anatomía y contenido a la función y al proceso. Saben de dónde vienen los niños pero la relación con su propio cuerpo está un tanto mistificada. Entre las muchachas la curiosidad manifiesta es reemplazada por el cuchicheo y el secreto: compartir un secreto cuyo contenido, habitualmente de naturaleza sexual, permanece como una forma de intimidad y conspiración. Esta situación difiere del periodo de latencia en donde el hecho de poseer un secreto como éste - sobre cualquier tópico- es fuente de gusto y excitación. El hombre preadolescente El aumento cuantitativo de los impulsos lleva al periodo de latencia a su terminación, el niño es más inaccesible, más difícil de enseñar y controlar. Todo lo que se ha obtenido a través de la educación en los años anteriores en términos de control instintivo y conformidad social parece que está camino de la destrucción. La gratificación instintiva directa habitualmente se enfrenta a un superyó reprobatorio. En este conflicto el yo recurre a soluciones bien conocidas: defensas como la represión, la formación reactiva y el desplazamiento. Esto le permite al niño desarrollar habilidades e intereses que son aprobados por sus compañeros de juego y además el dedicarse a muchas actitudes sobrecompensatorias en conductas compulsivas y en pensamientos obsesivos para aliviar su angustia. Aspectos típicos de esta edad son el interés del coleccionista en timbres postales, en monedas, en cajetillas de cerillos, en distintivos y en otros objetos que se prestan para tal actividad. Una situación nueva para el servicio de la gratificación instintiva que aparece durante la preadolescencia es la socialización de la culpa. Este nuevo instrumento para evitar el conflicto con el superyó proviene de la madurez social lograda durante el desarrollo de la latencia; el niño utiliza esto para descargar su culpa en el grupo o más específicamente en el líder como instigador de actos no permitidos. La socialización de la culpa crea temporalmente defensas autoplásticas que son en cierto grado formas de disculpa. El fenómeno de compartir o proyectar los sentimientos de culpa es una razón para el aumento de la significación de la creación de grupos en este estadio del desarrollo. Naturalmente no todas estas defensas son suficientes para enfrentarse a las demandas instintivas, ya que los miedos, las fobias, tics nerviosos, pueden aparecer como síntomas transitorios. La psicología del desarrollo descriptivo
¿Cómo considera el muchacho preadolescente a la muchacha de esta edad? Ciertamente la joven preadolescente no muestra los mismos aspectos que el muchacho, ella es o una marimacha o una muchacha agresiva. Al muchacho preadolescente se le figura como Diana, la joven diosa de la caza, que muestra sus atributos mientras corre a través del bosque con un montón de perros. Las fantasías, de las actividades lúdicas, de los sueños, y de la conducta sintomática de preadolescencia en los muchachos, llevan a concluir que la angustia de castración en relación con la madre fálica no es solamente una ocurrencia universal de la preadolescencia masculina sino que puede observársela como el tema central. La angustia de castración puberal del hombre está relacionada en su fase inicial a la madre activa, poderosa y procreadora. Una segunda fase es típica de la adolescencia propiamente. En la preadolescencia observamos que los deseos pasivos están sobrecompensados y que la defensa en contra de ellos se ve poderosamente reforzada por la maduración sexual (A. Freud, 1936). La fase típica de la preadolescencia en el hombre, antes de que efectúe con éxito un cambio hacia la masculinidad, recibe su cualidad característica del empleo de una angustia homosexual en contra de la angustia de castración. Es precisamente esta solución defensiva en el muchacho, subyacente en la conducta de grupo, la que la psicología descriptiva llama la "pandilla" (No debe confundirse con la pandilla de los muchachos adolescentes). La psicología psicoanalítica llama a esto "el estadio homosexual" de la preadolescencia. En la fase preadolescente homosexual del muchacho, un cambio hacia el mismo sexo es una maniobra evasiva; en la segunda fase homosexual (en la adolescencia temprana), un objeto narcisista se elige a sí mismo*. Las amistades con tintes eróticos son manifestaciones bien conocidas de este periodo. La mujer preadolescente En la niña esta fase está caracterizada por una actividad intensa donde la actuación y el portarse como marimacha alcanza su clímax (Deutsch, 1944). En esta negación muy clara e la feminidad puede descubrirse el conflicto no resuelto en la niñez sobre la envidia del pene, que es el conflicto central de la joven preadolescente, un conflicto que encuentra una dramática suspensión temporal, mientras las fantasías fálicas tienen sus últimas apariciones antes que se establezca la feminidad. La diferencia en la conducta preadolescente entre hombres y mujeres está dada por la represión masiva de la pregenitalidad, que la muchacha hubo de establecer antes de poder pasar a la fase edípica; de hecho, esta represión es un prerrequisito para el desarrollo normal de la feminidad. Cuando la muchacha se separa de su madre debido a una decepción narcisista de sí misma como mujer castrada, reprime también sus impulsos instintivos que
estaban íntimamente relaciones con el cuidado materno y los cuidados corporales, fundamentalmente la amplitud de la pregenitalidad. La muchacha que no puede mantener la represión de pregenitalidad encuentra dificultades en su desarrollo. como consecuencia de esto, la joven adolescente exagera normalmente sus deseos heterosexuales y se junta con los muchachos a menudo en una forma un tanto frenética. "Paradójicamente, comenta Helene Deutsch (1944), la relación de la muchacha con su madre es más persistente y a menudo más intensa y peligrosa y a menudo más intensa y peligrosa que la del muchacho. La inhibición que encuentra cuando se enfrenta a la realidad (en la prepubertad) la regresa con su madre por un periodo matizado por demandas infantiles de amor". Al considerar la diferencia entre la preadolescencia en el hombre y en la mujer, es necesario recordar que el conflicto edípico en la mujer nunca se llevó a una terminación abrupta como ocurre en el hombre. Freud (1931) afirma: "La muchacha permanece en la situación edípica por un periodo indefinido; solamente lo abandona muy tarde en su vida y en forma incompleta". De ahí pues que la mujer luche con relaciones de objeto en forma más intensa durante su adolescencia; de hecho, la separación prolongada y dolorosa de la madre constituye la tarea principal de este periodo. "Un intento prepuberal de liberarse de la madre que fracasó o fue muy débil, puede inhibir el futuro crecimiento psicológico y dejar una huella infantil definitiva en la personalidad total de la mujer" (Deutsch, 1944). El muchacho preadolescente lucha con la angustia de castración (temor y deseo) en relación con la madre arcaica, y de acuerdo con esto se separa del sexo opuesto; por el otro lado, la muchacha se defiende en contra de la fuerza represiva hacia la madre preedípica por una orientación franca y decisiva hacia la heterosexualidad. En este rol no se puede llamar a la niña preadolescente "femenina", ya que obviamente ella es la agresora y seductora en el juego de pseudo-amor; en verdad, la cualidad fálica de su sexualidad es prominente en esta etapa y le da, por periodos breves, la sensación poco habitual de sentirse completa y adecuada. El hecho de que la muchacha promedio entre los 11 y los 13 años sea más alta que el promedio de los muchachos de esta edad solamente acentúa esta situación. El conflicto de esta fase preadolescente de la mujer revela su naturaleza defensiva, especialmente en los casos en los cuales el desarrollo progresivo no se ha podido mantener bien. por ejemplo, la delincuencia femenina nos permite estudiar en una forma muy clara la organización de los impulsos preadolescentes en la muchacha. Estamos muy familiarizados con el hecho de que "en las muchachas prepuberales, el apego hacia la madre representa un mayor peligro que el apego hacia el padre" (Deutsch, 1944). En la delincuencia femenina, la cual, hablando en términos muy amplios representa una conducta sexual de actuación, la actuación, la fijación a la madre preedípica y el pánico que esta rendición implica.
1936). La debilidad en el superyó es una función de su origen constitutivo; principalmente la internalización de los padres al resolverse el conflicto edípico. Por un tiempo, cuando el adolescente joven se separa de los padres, la falta de catexis también comprende las representaciones de objeto y los valores morales internalizados que residen en el superyó. En esta edad, los valores, las reglas, y las leyes morales han adquirido una independencia apreciable de la autoridad parental, se han hecho sintónicas con el yo y durante la adolescencia temprana el autocontrol amenaza con romperse y en algunos extremos surge la delincuencia. Actuaciones de esta clase, las cuales varían en grado e intensidad, habitualmente están relacionadas con la búsqueda de objetos de amor; también ofrecen un escape de la soledad, del aislamiento y la depresión que acompaña a estos cambios catécticos. Normalmente este tipo de actuación puede detenerse recurriendo a la fantasía, al autoerotismo, a las alteraciones en el yo como, por ejemplo, una deflexión de la líbido de objeto hacia el ser; es decir, una vuelta al narcisismo. El retiro de la catexis de objeto y la ampliación de la distancia entre el yo y el superyó dan como resultado un empobrecimiento del yo. Esto es experimentado por el adolescente como un sentimiento de vacío, de tormento interno, el cual puede dirigirse a buscar ayuda, hacia cualquier oportunidad de alivio que el ambiente pueda ofrecerle. La intensidad de la separación de objetos tempranos está determinada no solamente por el aumento y la variación del ritmo de la tensión instintiva, sino también por la capacidad del yo para defenderse de esta angustia conflictiva. Tanto los cambios puberales como las condiciones ambientales pueden anunciar o intensificar las reacciones adolescentes, pero no pueden crearlas en forma exclusiva. En la adolescencia temprana hay una falta de catexis de los objetos de amor familiares y como consecuencia una búsqueda de objetos nuevos. El adolescente joven se dirige hacia "el amigo"; de hecho, el amigo adquiere una importancia y significación de la que antes carecía, tanto para el muchacho como para la muchacha. La elección de objeto en la adolescencia temprana sigue el modelo narcisista. En esta edad la amistad entre los muchachos es diferente de las compañías preadolescentes, así como entre las muchachas el compartir un secreto al compañero; desde luego que estas cosas no dejan de existir repentinamente. El hombre en la Adolescencia Temprana El muchacho hace amistades que exigen una idealización del amigo; algunas características en el otro admiradas y amadas por que constituyen algo que el sujeto mismo quisiera tener y en la amistad él se apodera de ellos. Esta elección sigue el modelo de Freud (1914): "Cualquiera que posea la
cualidades sin las cuales el yo no puede alcanzar el ideal, será el que es amado". Freud explica que esta etapa de expansión en la vida amorosa del individuo conduce a la formación del yo ideal, y, por lo tanto, internaliza una relación de objeto que en otra forma podría conducir a la homosexualidad latente o manifiesta. La fijación en la fase de adolescencia temprana sigue este curso. El yo ideal como formación psíquica dentro del yo no solamente remueve al superyó de la posición tan segura que había tenido hasta ahora, sino que también absorbe la libido narcisista y homosexual. Los comentarios de Freud (1914) que son importantes para esta discusión son los siguientes: "En esta forma, grandes cantidades de libido, esencialmente homosexual son utilizadas en la formación del yo ideal narcisista y encuentran salida y satisfacción en mantenerla"... Continúa: "El yo ideal ha impuesto condiciones severas para la satisfacción de la libido a través de los objetos; ya que algunos de ellos son rechazados por medio e su censor, como incompatibles. Cuando este ideal no se ha formado, la tendencia sexual aparece sin cambiar en la personalidad en la forma de una perversión. Ser una vez más el propio ideal, en relación a tendencias sexuales y no sexuales como en la niñez - es lo que a la gente le gustaría para su felicidad". La nueva distribución de la libido favorece la búsqueda del objeto heterosexual y sirve para mantener relaciones estables. El yo ideal que representa el amigo puede ceder bajo el deseo sexual y llevar a un estado de homosexualidad con voyeurismo, exhibicionismo y masturbación mutua (latente o manifiesta). Esencialmente, las fantasías masturbatorias neutralizan la angustia de castración. Los temas sadomasoquistas heterosexuales de tales fantasías se convierten fácilmente en algo molesto y el alivio se encuentra en el cambio hacia la elección de objeto homosexual. En estas fantasías, el amigo, como compañero de armas a menudo participa en batallas y orgías heterosexuales. Los sentimientos eróticos que frecuentemente acompañan las amistades de la adolescencia temprana constituyen una explicación parcial de la ruptura repentina de estas relaciones. Otros factores que contribuyen a la terminación de estas amistades radican en la inevitable frustración que implica una amistad exclusiva: el amigo idealizado se reduce a proporciones ordinarias cuando el yo ideal está establecido en forma independiente del objeto en el mundo externo. Parece ser que en la formación del yo ideal en el muchacho, se repite un proceso que anteriormente, en la declinación del periodo edípico consolidó el superyó a través de la identificación con el padre. En ambos casos se establece una agencia controladora, la cual da vida a una nueva dirección y significado; simultáneamente esta agencia es también capaz de regular y mantener la autoestimación (equilibrio narcisista). La megalomanía del niño pequeño se ve amenazada por la indiscutible posición de privilegio y poder del padre; sus remanentes son absorbidos por el superyó, el cual participa de las "magnificencia del padre". En la adolescencia temprana la megalomanía que da al niño una sensación de perfección siempre y cuando sea parte del padre, es ahora tomada por el yo ideal. "Como siempre, cuando se refiere a la libido, el
adolescencia temprana la elección de objeto narcisista es prevalente, mientras que en la adolescencia propiamente las defensas narcisistas ganan en amplitud. El pene ilusorio se mantiene como una realidad psíquica para proteger a la muchacha en contra de la vaciedad narcisista; ser igual a los muchachos es todavía una cuestión de vida o muerte. La representación bisexual con percepciones más o menos vagas del cuerpo encuentra expresión en toda clase de intereses, preocupaciones y ensueños. Esta condición continúa existiendo hasta que la muchacha vacía en todo su cuerpo aquella parte de libido narcisista que ha estado ligada con la imagen corporal bisexual, y busca completarse no en sí misma sino en el amor heterosexual. Más tarde veremos cómo ocurre este cambio que la lleva de la posición bisexual en la temprana adolescencia a la siguiente fase de orientación bisexual. La declinación de la tendencia bisexual marca la entrada en la adolescencia. En la adolescencia temprana la muchacha muestra una gran facilidad para vivir a un sustituto, por ejemplo en identificaciones temporales. Existe el peligro de que esta actitud la lleve a una actuación, a una relación sexual prematura para la cual la muchacha no está preparada. Estas experiencias tienen especialmente un efecto muy traumático, favorecen un desarrollo regresivo y pueden llevar a desviaciones en el desarrollo de la adolescencia. las amistades, los enamoramientos, las actividades atléticas y la preocupación con el arreglo personal protegen a la muchacha en contra de esta actitud precoz, es decir, de una actividad heterosexual defensiva. Sin embargo, la última medida de seguridad de la muchacha en este pasaje normal a través de esta fase, es la accesibilidad emocional de los padres. ADOLESCENCIA PROPIAMENTE TAL El curso de la adolescencia propiamente tal, a menudo conocida como adolescencia media, es de finalidad inminente y cambios decisivos; en comparación con las fases anteriores, la vida emocional es más intensa, más profunda, y con mayores horizontes. El adolescente por fin se desprende de los objetos infantiles de amor, lo que con anterioridad ha tratado de hacer muchas veces, los deseos edípicos y sus conflictos surgen nuevamente. La finalidad de esta ruptura interna con el pasado agita y centra la vida emocional del adolescente; al mismo tiempo esta separación o rompimiento abre nuevos horizontes, nuevas esperanzas y también nuevos miedos. Durante la adolescencia propiamente tal, el adolescente gradualmente cambia hacia el amor heterosexual. Este desarrollo comprende muchos procesos diferentes, y es su integración la que produce la maduración emocional esencialmente. Desde el punto de vista psicoanalítico el problema principal reside en la naturaleza de los cambios catécticos relacionados a los objetos
internos y al ser, más bien que en expresiones en la conducta (por ejemplo: tener un empleo, o relaciones sexuales), como índices importantes del cambio o de la progresión psicológica. El retiro de la catexis hacia los padres, o más bien de la representación de los objetos en el yo, produce una disminución de la energía catéctica en el ser. En el muchacho, este cambio lleva a una elección narcisista de objeto basada en el yo ideal; podemos discernir en esta constelación libidinal los nuevos intentos de resolución de los aspectos remanentes reactivados del complejo de Edipo, positivo o negativo. En la muchacha, observamos una perseverancia del componente fálico. Una detención seria en el desarrollo de los impulsos aparece si este componente no es concedido al amor heterosexual en el tiempo adecuado. Es decir, que la formación de la identidad sexual es el logro final de la diferenciación del impulso adolescente durante esta fase. En ambos sexos puede observarse un aumento en el narcisismo. Este hecho debe enfatizarse porque produce una gran variedad de estadios en el yo que son característicos de la adolescencia propiamente tal. Este aumento precede a la consolidación del amor heterosexual; para ser más exacto, está íntimamente ligado con los procesos de la búsqueda de objetos no incestuosos. Fácilmente puede observarse cómo los adolescentes abandonan su gran autosuficiencia y actividades autoeróticas, tan pronto como, por ejemplo, tienen sentimientos de ternura por una muchacha. El cambio de catexis del ser a un nuevo objeto altera la economía libidinal pues la gratificación se busca ahora en un objeto en lugar de en uno mismo. Tal como lo expresó un muchacho de 15 años: "Tan pronto como tengo una muchacha en la mente no tengo que comer como marrano o masturbarme todo el tiempo", la protección en contra de las desilusiones, los rechazos y los fracasos en el juego del amor, está asegurada por todas las formas de engrandecimiento narcisista. Además, este estadio permite la preocupación mental con ideas que llevan a selecciones inventivas o a construcciones mentales útiles, que a su vez derivan su fascinación del desplazamiento de los impulsos inhibidos, como la intelectualización. La cualidad narcisista de la personalidad adolescente es bien conocida. El retiro de la catexis de objeto lleva a una sobrevaloración del ser, a un aumento de la autopercepción a expensas de la percepción de la realidad, a una sensibilidad extraordinaria, a una autoabsorción general, a un engrandecimiento. En el adolescente el retiro de la catexis de los objetos del mundo externo puede llevar a un retiro narcisista y a una pérdida de contacto con la realidad. Las defensas narcisistas, tan características de la adolescencia, son ocasionadas por la inhabilidad de dejar al padre gratificante, en cuya omnipotencia el niño llega a depender, más que en el desarrollo de sus propias facultades; tal niño, al entrar en la adolescencia temprana se encuentra totalmente incapacitado para enfrentarse a la desilusión de sí mismo, por su logro real y limitado en la realidad.