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Una conversación entre varios personajes que discuten sobre la vida y el trabajo de un escritor. Se aborda la dificultad de ser un escritor de segunda fila, la presión por escribir constantemente nuevas obras, la falta de reconocimiento y la sensación de no ser comprendido. También se menciona la relación del escritor con la naturaleza y su patria, así como la envidia y la crítica que recibe de otros. El texto refleja la complejidad emocional y creativa que vive un escritor, mostrando sus inseguridades, frustraciones y anhelos. Es un retrato íntimo y profundo de la vida de un artista que lucha por encontrar su voz y su lugar en el mundo.
Tipo: Transcripciones
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2003 - Reservados todos los derechos
Permitido el uso sin fines comerciales
Comedia en cuatro actos
(1895)
Traducción de E. Podgursky
IRINA NIKOLAEVNA ARKADINA (por su matrimonio, TREPLEVA), actriz. KONSTANTIN GAVRILOVICH TREPLEV, su hijo. Un joven. PIOTR NIKOLAEVICH SORIN, hermano de Irina. NINA MIJAILOVNA SARECHNAIA, joven hija de un rico terrateniente. ILIA AFANASIEVICH SCHAMRAEV, teniente retirado y administrador de Sorin. POLINA ANDREEVNA, su mujer. MASCHA, su hija. SEMION SEMIONOVICH MEDVEDENKO, maestro. BORIS ALEKSEEVICH TRIGORIN, escritor. EVGUENII SERGUEVICH DORN, médico. IAKOV, mozo. Un COCINERO. Una DONCELLA.
La acción tiene lugar en la hacienda de Sorin.
Entre el tercero y el cuarto acto transcurren dos años.
Acto primero La escena representa un trozo de parque en la hacienda de SORIN. Al fondo, la ancha alameda que conduce al lago aparece cortada por un estrado provisional dispuesto para una función de aficionados que oculta totalmente la vista de aquel. A la derecha y a la izquierda del estrado se ven arbustos, varias sillas y una mesita.
Escena II
Por la derecha entran SORIN y TREPLEV.
SORIN.- (Viene apoyándose en un bastón.) ¡Yo, hermano, no me encuentro a gusto aquí en el campo..., y es natural! ¡Nunca me acostumbraré a él!... ¡Ayer, por ejemplo, me acosté a las diez, y esta mañana me he despertado a las nueve con la sensación de que, de tanto dormir, los sesos se me habían quedado pegados al cráneo! (Ríe.) ¡Pues luego, después de comer, sin querer, volví a quedarme dormido..., por lo que ahora estoy deshecho!
TREPLEV.- Es cierto. Tú necesitas vivir en la ciudad. (Reparando en la presencia de MASCHA y MEDVEDENKO.) ¡Señores!... ¡Ya se les llamará cuando vaya a empezar; pero, entre tanto, no se puede andar por aquí! ¡Tengan la bondad de retirarse!
SORIN.- (A MASCHA.) ¡María Ilinichna! ¡Si fuera tan amable de decir a su padre que soltaran a ese perro que está aullando! ¡Mi hermana no ha podido dormir en toda la noche!
MASCHA.- Dígaselo usted mismo a mi padre. Yo no quiero. (A MEDVEDENKO.) ¡Vámonos!
MEDVEDENKO.- (A TREPLEV.) ¡Mándenos un aviso con alguien cuando vaya a empezar! (Salen.)
SORIN.- ¡Eso significa que otra vez se va a pasar el perro aullando toda la noche!... ¡Nunca me he sentido a gusto en el campo! ¡Cuando alguna vez se me ocurría venir aquí a descansar..., en unas vacaciones de veintiocho días..., era tanto lo que me molestaban todos con una serie de tonterías, que desde el primer día tenía gana de marcharme! (Ríe.) ¡Siempre me marché de aquí con gusto! ¡Claro que ahora estoy retirado, y no tengo otro sitio donde meterme!... ¡Lo quieras o no lo quieras..., hay que vivir!
IAKOV.- (A TREPLEV.) ¡Konstantin Gavrilich! ¡Nosotros nos vamos a bañar!
TREPLEV.- Bien, pero ya saben que dentro de diez minutos tienen que estar listos. (Consultando el reloj.) Pronto va a empezar.
IAKOV.- Como usted mande. (Sale.)
TREPLEV.- (Con una ojeada al estrado.) Ahí tienes ya el teatro... El telón, el primer bastidor, el segundo y, detrás, un espacio vacío... Ninguna decoración... La vista se abre sobre el lago y el horizonte. Levantaremos el telón a las ocho y media en punto; hora en que la luna estará ya alta en el cielo.
SORIN.- ¡Magnífico!
TREPLEV.- ¡Claro que si Sarechnaia llega con retraso, todo el efecto se malogrará!... Ya debía estar aquí... Su padre y su madrastra la guardan tanto, que para ella salir de casa es tan difícil como salir de la cárcel. (Arreglando la corbata a su tío.) Tienes despeinada la barba y el pelo. Deberías cortártelo.
SORIN.- (Atusándose la barba.) Esta ha sido siempre la tragedia de mi vida. Cuando era joven, mi exterior era el del borracho empedernido, por lo que las mujeres nunca me quisieron. (Sentándose.) ¿Por qué está mi hermana de tan mal humor?
TREPLEV.- ¿Por qué?... Porque se aburre. (Sentándose a su lado.) Tiene celos. Se siente predispuesta contra mí, contra la función, y como además es Sarechnaia y no ella la que va a representarla, contra la obra misma... No la conoce todavía, pero ya la aborrece...
SORIN.- (Riendo.) ¡Qué cosas dices!
TREPLEV.- La enoja la idea de que en este pequeño escenario vaya a ser Sarechnaia, y no ella, la que obtenga un éxito. (Consultando el reloj.) Mi madre es una curiosidad psicológica. Tiene indiscutible talento, es inteligente, capaz de verter abundantes lágrimas con la lectura de un libro, se sabe de memoria a Nekrasov, y cuida a los enfermos como un ángel, pero..., ¡atrévete a elogiar delante de ella a la Duse!... ¡Ay, ay, ay!... Solo se la puede ponderar a ella..., escribir sobre ella..., entusiasmarse con su extraordinaria manera de representar La dame aux camélias o La niebla de la vida..., y como aquí, en el campo, carece de esa droga, se aburre, se enfada, todos somos sus enemigos y todos tenemos la culpa de todo... También es supersticiosa; la dan miedo las tres velas y el número trece y, además, es avara. En el Banco de Odessa guarda setenta mil rubios. Lo sé con seguridad; pero, eso sí..., si la pides que te preste algún dinero..., se te echará a llorar.
SORIN.- ¡Lo que pasa es que se te ha metido en la cabeza que a tu madre no le va a gustar tu obra, y te has puesto nervioso!... ¡Cálmate!... ¡Tu madre te adora!
TREPLEV.- (Deshojando una flor.) ¿Me quiere?... No... ¿Me quiere?... No... Me quiere... No... (Riendo.) ¿Ves?... ¡Mi madre no me quiere!... ¡Ya lo creo!... ¡Como que desea vivir, amar, usar blusitas claras; y yo, con mis veinticinco años, la estoy siempre recordando que no es tanta su juventud!... ¡Cuando no estoy delante..., no pasa de los treinta y dos años, y en mi presencia tiene que tener cuarenta y tres!... Por eso me aborrece... Sabe también que no admito el teatro. Ella, en cambio, lo adora y cree hacer un servicio a la humanidad sirviendo al sagrado arte, mientras que, en mi opinión, en el teatro contemporáneo todo es rutina y prejuicio... Se alza el telón, y en un cuarto de tres paredes, iluminado por luz artificial, ves a esos grandes talentos, a esos sacerdotes de arte sagrado, representando a la gente comiendo, bebiendo, andando, vistiendo trajes de chaqueta... Yo, cuando los veo (a través de cuadros y frases vulgares), esforzándose por exponer una moral floja, cómoda de comprender y útil solamente para usos domésticos..., cuando me presentan en mil variaciones siempre lo mismo, siempre lo mismo, y siempre lo mismo..., me escapo como se escapaba Maupassant de la torre Eiffel, que decía aplastarle la sesera con su vulgaridad.
NINA.- ¡No es nada!... ¿Ves lo fatigosamente que respiro todavía?..., pues dentro de media hora tengo que volverme. Necesitaré darme prisa. ¡No puedo estar mucho tiempo, así que, por el amor de Dios, no me retengan!... Mi padre no sabe que estoy aquí.
TREPLEV.- En efecto, ya es hora de empezar. Hay que llamar a todos.
SORIN.- Ya voy yo... Ahora mismo voy. (Se dirige hacia la derecha y canta.) «¡En Francia, dos granaderos!»... (Volviendo la cabera.) Esto me recuerda que, en cierta ocasión en que me había puesto a cantar como ahora, me dijo un fiscal: «¡Excelencia..., su voz es potente, pero...» (Aquí se calló y, después de pensarlo un poco, terminó así...) «desagradable!»... (Sale riendo.)
NINA.- Mi padre y su mujer no me dejan venir. Encuentran que la vida aquí es muy bohemia y tienen miedo de que quiera hacerme actriz... ¡En cambio, a mí el lago me atrae como a una gaviota!... ¡Mi corazón está lleno de usted! (Mira a su alrededor.)
TREPLEV.- Estamos solos.
NINA.- Me parece que por ahí anda alguien.
TREPLEV.- Nadie. (Le da un beso.)
NINA.- ¿Qué árbol es este?
TREPLEV.- Un olmo.
NINA.- ¿Y por qué tiene ese color oscuro?
TREPLEV.- Porque ya anochece y, al anochecer, todas las cosas se vuelven oscuras... ¡Quédese más tiempo'. ¡Se lo suplico!
NINA.- ¡Imposible!
TREPLEV.- ¿Y si me fuera yo con usted, Nina?... Me pasaría toda la noche en su jardín, mirando a sus ventanas.
NINA.- Imposible. Le vería el guarda. Además, Tresor todavía no le conoce, y empezaría a ladrar.
TREPLEV.- ¡La quiero!...
NINA.- ¡Tsss!...
TREPLEV.- (Al oír pasos.) ¿Quién está ahí?... ¿Es usted, Iakov?
IAKOV.- (Detrás del estrado.) Sí, señor.
TREPLEV.- ¡Que ocupe cada uno su puesto! ¡Ya es la hora! ¡Está saliendo la luna!
NINA.- A sus ordenes, señor.
TREPLEV.- ¿Hay alcohol?... ¿Y azufre?... ¡Cuando aparezcan los ojos rojos, tiene que oler a cera! (A NINA.) ¡Vaya usted ya! Todo está preparado. ¿Se siente nerviosa?
NINA.- Sí, mucho... A su madre no la temo, pero estará ahí Trigorin, y me da miedo y vergüenza trabajar delante de él... ¡Delante de un famoso escritor!... ¿Es joven?
TREPLEV.- Sí.
NINA.- ¡Qué cuentos tan maravillosos los suyos!
TREPLEV.- Como no los he leído, no los conozco.
NINA.- ¡Es difícil trabajar en su obra!... ¡Sin personajes vivos!
TREPLEV.- ¡Personajes vivos!... ¡No hay que representar a la vida como es..., ni como va a ser..., sino como nosotros la vemos en nuestros sueños!
NINA.- ¡Además, su obra carece de acción!... ¡Puede decirse que es solo un recitado!... ¡Tampoco, a mi parecer, en una obra debe faltar el amor!... (Salen ambos, y van a situarse detrás del estrado.)
Escena III
Entran POLINA ANDREEVNA y DORN.
POLINA ANDREEVNA.- Se está levantando humedad. Vuelva, y póngase los chanclos.
DORN.- Pues yo tengo calor.
POLINA ANDREEVNA.- ¡No se cuida usted nada!... ¡Qué terquedad!... ¡Es usted médico, sabe perfectamente que el aire húmedo le es perjudicial y, sin embargo, le gusta mortificarme!... ¡Ayer hizo usted a propósito el quedarse todo el anochecer en la terraza!
DORN.- (Canturreando.) «¡No te culpo, juventud..., de destruirme la vida!»...
POLINA ANDREEVNA.- ¡Y es que estaba usted metido en una conversación tan animada con Irina Nikolaevna, que no notaba el frío!... ¡Confiese que le gusta!
DORN.- ¡Es verdad!... ¡Sin embargo, hoy en día hay menos talentos brillantes, pero el actor medio es mucho mejor!
SCHAMRAEV.- ¡No estoy de acuerdo!... ¡Claro que es cuestión de gusto! «De gustibus aut bene aut nihil»... (TREPLEV sale de detrás del estrado.)
ARKADINA.- (A su hijo.) ¡Hijo querido!... ¿Cuándo vais a empezar?
TREPLEV.- Dentro de un minuto. Les ruego un poco de paciencia.
ARKADINA.- (Recitando.) «¡Oh Hamlet..., tus razones me hacen dirigir la vista a mi conciencia, y advierto allí las más negras y groseras manchas que acaso nunca podrán borrarse!»
TREPLEV.- (Citando, a su vez, Hamlet.) «¿Y por qué cediste al vicio y buscaste el amor en el abismo del crimen?» (Detrás del estrado suena el toque dado con un cuerno de caza.) ¡Señores! ¡Va a comenzar! ¡Les ruego presten atención! (Pausa.) ¡Empieza! (Da unos golpes con un palito y dice, alzando la voz:) «¡Oh vosotras, honorables y viejas sombras que pasáis raudas en la noche sobre este lago!... ¡Adormecednos para que podamos contemplar en sueños lo que habrá de suceder dentro de doscientos mil años!»
SORIN.- Dentro de doscientos mil años no habrá nada.
TREPLEV.- ¡Representadnos ese nada!
ARKADINA.- Que así sea... Nos estamos durmiendo. (Se alza el telón, descubriendo la vista del lago. La luna, alta en el cielo, se refleja en el agua. Sobre una gran piedra, y, toda vestida de blanco, está sentada NINA SARECHNAIA.)
NINA.- «¡Gentes! ¡Leones! ¡Aguilas y codornices!... ¡Ciervos astados! ¡Gansos! ¡Arañas! ¡Peces silenciosos que poblabais el agua! ¡Estrellas del mar y demás seres que el ojo humano no alcanza a ver!... ¡Vidas todas, vidas todas, en suma..., que girasteis sobre vuestro triste círculo y os apagasteis!... ¡Hace ya mil siglos que la tierra no contiene ni un solo ser vivo, y que esta pobre luna enciende en vano su farol!... ¡En el prado, ya no despiertan con un grito las grullas, ni se oye el chasquido del escarabajo en la arboleda de los tilos!... ¡Frío, frío!... ¡Vacío, vacío, vacío!... ¡Miedo, miedo, miedo!... (Pausa.) ¡Los cuerpos de los seres vivientes desaparecieron en lo vano, y la materia los transformó en piedra, en agua, en nubes..., mientras sus almas se unían hasta formar una sola!... ¡Esta alma total del universo..., soy yo!... ¡Yo!... ¡En mí vive el alma de Alejandro el Grande, de César, de Shakespeare, de Napoleón y de la última sanguijuela!... ¡En mí, la conciencia humana se unió al instinto de los animales y lo recuerda todo, todo, todo..., volviendo a revivir estas vidas!»... (Aparecen unos fuegos fatuos, semejantes a los que se ven en los pantanos.)
ARKADINA.- (En voz baja.) ¡Es algo decadente!
TREPLEV.- (Con acento suplicante y en tono de reproche.) ¡Mamá!
NINA.- ¡Soy una solitaria! ¡Solo una vez, cada cien años, abro la boca para hablar! ¡Mi voz resuena tristemente en el vacío y nadie me oye!... ¡Tampoco vosotras, pobres lucecitas, me oís!... ¡El putrefacto pantano os hace nacer en la madrugada, y vagáis hasta el amanecer sin pensamiento, sin voluntad y sin percibir el pulso de la vida!... ¡El padre de la escoria eterna..., el diablo, temiendo que renazca en vosotras la vida..., os troca a cada instante (como a las piedras y al agua) en átomos, y os mudáis sin cesar!... ¡Solo en toda la eternidad permanece inmutable..., inalterable un espíritu! (Pausa.) ¡Como un prisionero arrojado a un profundo y vacío pozo!... ¡Y yo no sé dónde estoy, ni lo que me espera!... ¡Lo único que no me ha sido revelado es que, en la lucha cruel y encarnizada con el diablo..., he de vencer y que, tras esto, materia y espíritu se fundirán en maravillosa armonía, comenzando el reinado de la libertad para el universo!... ¡Esto, sin embargo, no acaecerá hasta que, poco a poco, al cabo de una hilera de millares de años, la Luna, el claro Sirius y la Tierra se tornen en polvo!... ¡Entre tanto, todo será horror, horror!... (Pausa. Sobre el lago surgen dos puntos rojos.) ¡He aquí que ya se acerca mi poderoso adversario!... ¡Veo sus terribles ojos, color carmesí!»...
ARKADINA.- Huele a azufre. Tiene que oler así?
TREPLEV.- Sí.
ARKADINA.- (Riendo.) ¡Qué efecto más notable!
TREPLEV.- ¡Mamá!
NINA.- ¡Se aburre sin el hombre!...
POLINA ANDREEVNA.- (A DORN.) ¡Ya se ha quitado usted el sombrero! ¡Póngaselo, si no quiere coger frío!
ARKADINA.- El doctor se ha descubierto ante el diablo!... ¡El padre de la escoria eterna!
TREPLEV.- (Con súbito acaloramiento y fuerte voz.) ¡Se acabó el espectáculo! ¡Basta!... ¡Telón!
ARKADINA.- ¿Pero por qué te enfadas?
TREPLEV.- ¡Basta! ¡Telón! (Este desciende.) ¡Perdonen!... ¡No había tenido en cuenta que escribir obras y representarlas es privilegio de unos cuantos!... ¡He interrumpido el uso de ese monopolio!... ¡A mí!... ¡Yo!... (Intenta decir algo, pero no puede, y con un ademán de enojo desaparece por la izquierda.)
ARKADINA.- ¿Qué le pasa?
SORIN.- ¡Irina!... ¡No se puede, querida, tratar así al amor propio juvenil!...
ARKADINA.(A TRIGORIN.) ¡Siéntese a mi lado!... Hará cosa de diez o quince años..., aquí, en el lago, todas las noches, ininterrumpidamente, había música y canto... Esparcidas por la ribera hay seis haciendas, y todavía recuerdo las risas, el alboroto, los estampidos que se oían... Pues ¡y las historias amorosas!... El «jeune premier», el ídolo de todas estas haciendas, era entonces el aquí presente (Señalando a DORN.), doctor Evguenii Sergueich... ¡Ahora es un hombre encantador, pero en aquel tiempo era irresistible!... ¡A todo esto, la conciencia empieza a remorderme por haber ofendido a mi pequeño!... ¡Me siento intranquila!... (Alzando la voz.) ¡Kostia!... ¡Hijo!... ¡Kostia!
MASCHA.- Yo iré a buscarlo.
ARKADINA.- ¡Hazme ese favor, querida!
MASCHA.- (Avanzando hacia la izquierda.) ¡Uúuuuu!... ¡Konstantin Gavrilovich! (Sale.)
NINA.- (Surgiendo de detrás del estrado.) Como seguramente no continuará, me figuro que puedo salir... Buenas noches... (Cambia un beso con ARKADINA y POLINA ANDREEVNA.)
SORIN.- ¡Bravo!
ARKADINA.- ¡Bravo, bravo!... ¡La hemos admirado!... ¡Con un exterior y una voz tan maravillosos como los suyos, es imposible..., un verdadero pecado..., vivir escondida en el campo!... ¡En usted hay talento!... ¡Escuche!... ¡Tiene que trabajar en escena!
NINA.- ¡Oh!... ¡Ese es, precisamente, mi sueño! (Suspira.) ¡Pero nunca se realizará!
ARKADINA.- ¡Quién sabe!... Permítame que la presente: Trigorin, Boris Alekseevich.
NINA.- Qué alegría para mí!... (Turbándose.) ¡Le leo siempre!
ARKADINA.- (Haciéndola sentar a su lado.) ¡No se azare, querida!... ¡A pesar de su celebridad, es un alma sencilla!... ¿Lo ve?... ¡El también se azara!
DORN.- Creo que ya se podía levantar el telón. Impone verle bajo.
SCHAMRAEV.- ¡Iakov!... ¡Levanta el telón! (Este se alza.)
NINA.- (A TRIGORIN.) ¿No es verdad que la obra es extraña?
TRIGORIN.- No he comprendido en absoluto nada. ¡Sin embargo, la estaba viendo con gusto! ¡Actuaba usted con tanta sinceridad!... ¡La decoración, además, era maravillosa! (Pausa.) ¡Con seguridad que en este lago hay muchos peces!
NINA.- Sí.
TRIGORIN.- Me gusta pescar. Para mí no hay mayor placer que sentarse a una orilla al atardecer, y seguir con la vista el movimiento del flotador.
NINA.- ¡Pues a mí se me figura que para el que ha experimentado el placer de crear. ya no puede existir ningún otro placer!
ARKADINA.- (Riendo.) ¡No le hable así!... ¡Cuando le dicen cosas bonitas se queda pegado!
SCHAMRAEV.- Recuerdo que una vez, en la ópera de Moscú, cuando el célebre Silva atacaba el «do» más bajo de la escala..., se encontraba como a propósito en la galería uno de nuestros cantores sinodales. Pues bien..., figúrense cuál sería nuestro asombro al oír un «¡Bravo, Silva!», dicho desde arriba y en una octava todavía más baja... Así... (En un hilo de voz bajísimo.)
«¡Bravo, Silva!»... ¡El teatro entero se quedó petrificado! (Pausa.)
DORN.- Ha pasado un ángel.
NINA.- Tengo que marcharme. Adiós.
ARKADINA.- Pero ¿por qué?... Por qué tan temprano? ¡No se lo permitimos!
NINA.- Es que me espera mi padre.
ARKADINA.- ¡Qué le vamos a hacer, entonces! (Cambian un beso.) ¡Nos da pena dejarla marchar!
NINA.- Pues ¡si supiera la pena que me da a mí irme!
ARKADINA.- ¡Alguien tendrá que acompañarla, pequeña!
NINA.- (Asustada.) ¡Oh, no, no!
SORIN.- (A ella en tono de súplica.) ¡Quédese!
NINA.- ¡No puedo, Piotr Nikolaevich!
SORIN.- ¡Quédese una hora más siquiera!... ¿No?...
NINA.- (Después de pensarlo un momento, y entre lágrimas.) ¡Imposible! (Le estrecha la mano y sale apresuradamente.)
ARKADINA.- ¡En realidad. esta muchacha es una desgraciada!... Dicen que su difunta madre dejó toda su enorme fortuna a su marido. ¡Toda, hasta la última «kopeika»!... Por eso, ahora esta niña se ha quedado sin nada, pues parece ser que su padre ha hecho testamento a favor de su segunda mujer!... ¡Es indignante!
espiritual que sienten los artistas en el momento de la creación, me parece que hubiera despreciado mi envoltura física, y todo cuanto esta supone, y hubiera volado a la altura..., lejos de la tierra!
TREPLEV.- Perdone... ¿Dónde está Sarechnaia?
DORN.- Y esto, además... ¡En la obra tiene que haber un pensamiento claro y resuelto!... ¡Tiene usted que saber para qué escribe!... De otro modo..., si sigue usted un camino pintoresco, pero que no conduce a ningún fin determinado, corre el peligro de extraviarse, y de que su propio talento sea su destrucción.
TREPLEV.- (Con impaciencia.) ¿Dónde estás, Sarechnaia?
DORN.- Se fue a su casa.
TREPLEV.- (Con acento desesperado.) ¿Qué hacer?... ¡Quiero verla!... ¡Es indispensable que la vea!... ¡Me voy!
Escena V
Entra MASCHA.
DORN.- (A TREPLEV.) ¡Cálmese, amigo mío!
TREPLEV.- ¡No!... ¡Me voy! ¡Tengo que irme!
MASCHA.- Donde tiene que ir es a su casa. Konstantin Gavrilovich... Su madre le espera. Está intranquila.
TREPLEV.- ¡Dígala que me he marchado!... ¡Les ruego a todos que me dejen en paz!... ¡Déjenme! ¡No me sigan!
DORN.- ¡Pero, querido!... ¡No se puede!... ¡Eso no está bien!...
TREPLEV.- (Entre lágrimas.) ¡Adiós, doctor!... ¡Gracias! (Sale.)
DORN.- (Suspirando.) ¡Juventud, juventud!...
MASCHA.- Cuando no se tiene otra cosa que decir, se dice: «¡Juventud, juventud!» (Toma rapé.)
DORN.- (Quitándole la tabaquera y tirándola entre los arbustos.) Me parece que en casa deben de estar jugando... Tengo que irme.
MASCHA.- ¡Espere!
DORN.- ¿A qué?
MASCHA.- ¡Vuelvo a decírselo una vez más!... ¡Me gustaría hablar con usted!... (Nerviosa.) ¡No quiero a mi padre y, sin embargo, el corazón me guía hacia usted sin que yo mismo sepa la razón! ¡Mi alma entera ve en usted un ser que le es próximo!... ¡Ayúdeme!... ¡Si no lo hace, haré yo de mi vida un escarnio y la destrozaré!... ¡No puedo más!
DORN.- Pues ¿qué le pasa?... ¿En qué puedo ayudarla?...
MASCHA.- ¡Sufro!... ¡Nadie puede imaginar mis sufrimientos!... (Reclina la cabeza sobre el pecho de él, y añade quedamente.) ¡Quiero a Konstantin! DORN.- Pero ¡qué nerviosos están todos!. ¡Qué nerviosos!... Y ¡cuánto amor!... ¡Oh, lago embrujado'... (Cariñosamente.) ¿Y qué puedo hacer yo, criatura?... ¿Qué puedo hacer?... ¿Que?...
Acto segundo La escena representa un campo de «croquet». En el fondo, a la derecha, casa con gran terraza; a la izquierda, el lago sobre el que se refleja la luz brillante del sol. Platabandas de flores. Es mediodía. Hace calor.
Escena primera
En un banco, junto al campo de «croquet», bajo la sombra de un viejo tilo, están sentados ARKADINA, DORN Y MASCHA. Sobre las rodillas de DORN descansa un libro abierto.
ARKADINA.- (A MASCHA.) ¡Pongámonos en pie una al lado de otra! (Se levantan.) ¡Usted tiene veintidós años, y yo, casi el doble!... ¡Y, sin embargo..., Evguenii Serguevich!... ¿Cuál es la más joven de las dos?
DORN.- ¡Usted, naturalmente!
ARKADINA.- ¿Y por qué?... ¡Porque yo trabajo..., porque yo respiro..., porque estoy siempre metida en el bullicio..., mientras que usted..., constantemente en el mismo sitio..., no vive!... ¡Tengo por regla no mirar el futuro! ¡Nunca pienso en la vejez, ni en la muerte! ¡Lo que tenga que ser, será!
ARKADINA.- ¿Cómo no se aburrirá? (Se dispone a reanudar la lectura.)
NINA.- ¿Qué?
ARKADINA.- «Sobre el agua», de Maupassant. (Lee para sí algunos renglones.) Lo que sigue es poco interesante y, además, injusto. (Cierra el libro.) ¡Hoy no tengo el ánimo tranquilo!... ¡Dígame!... ¿Qué le ocurre a mi hijo?... ¿Por qué está tan triste y con ese aire tan severo? ¡Se pasa los días enteros en el lago y rara es la vez que le veo!
MASCHA.- ¡No tiene paz de espíritu! (A NINA, con timidez.) ¡Léanos algo de su obra! ¡Se lo ruego!
NINA.- (Encogiéndose de hombros.) ¿Realmente lo desea?... ¡Es tan interesante!
MASCHA.- (Con entusiasmo reprimido.) ¡Cuando él lee algo, los ojos le brillan y se pone pálido! ¡Tiene una voz maravillosa y triste, y sus ademanes son los de un poeta! (Se oye roncar a SORIN.)
DORN.- ¡Buenas noches!
ARKADINA.- ¡Petruscha!
SORIN.- ¿Eh?...
ARKADINA.- ¿Te has dormido?
SORIN.- ¡Qué me voy a dormir!
ARKADINA.- ¡No te cuidas nada, y haces mal!
SORIN.- ¡Yo me cuidaría encantado; pero el doctor no quiere cuidarme!
DORN.- ¡Cuidarse a los sesenta años!
SORIN.- ¡También a los sesenta años se quiere vivir!
DORN.- (Con enojo.) ¡Bueno, pues..., tómese unas gotas de valeriana!
ARKADINA.- A mí me parece que no le sentaría mal ir a algunas aguas.
DORN.- ¿Por qué no?... ¡Puede ir y puede no ir!
ARKADINA.- ¡Hágase cargo!
DORN.- ¡No hay nada de que hacerse cargo! ¡Está todo muy claro! (Pausa.)
MEDVEDENKO.- Piotr Nikolaevich, debería dejar de fumar.
SORIN.- ¡Tonterías!
DORN.- ¡No; no son tonterías! ¡El vino y el tabaco anulan la personalidad!... ¡Después de un puro o de una copa de «vodka»... ya no es usted solamente Piotr Nikolaevich!... ¡Es usted Piotr Nikolaevich y alguien más!... ¡Su «yo» se ha derretido, y, dentro de sí mismo, empieza usted a tener que considerar a una tercera persona: a él!
SORIN.- (Riendo.) ¡Usted habla muy fácilmente! ¡Como ha vivido su vida!... pero ¿y yo?... ¡He pertenecido al Organismo Judicial durante veintiocho años, y esta es la hora en que ni he vivido ni he pasado por ninguna emoción!... ¡Se comprende que tenga gana de vivir!... ¡Usted es ya un hombre satisfecho e indiferente, y por eso se inclina hacia la filosofía, pero como yo lo que quiero es vivir..., bebo jerez durante la comida y fumo puros!... ¡Y punto concluido!
DORN.- ¡Lo que hay que hacer es tomar la vida en serio!... ¡Cuidarse a los sesenta años y lamentar no haber gozado mucho en la juventud es, y perdóneme, inconsciencia!
MASCHA.- (Levantándose.) Ya debe de ser hora de almorzar. (Echa a andar con paso perezoso y lento.) ¡Se me ha quedado dormida una pierna! (Sale.)
DORN.- ¡Cuando llegue, seguramente se beberá dos copitas antes de comer!
SORIN.- ¡Pobrecilla! ¡Felicidad personal no tiene ninguna!
DORN.- ¡Qué tontería, excelencia!
SORIN.- ¡Usted habla así porque es hombre satisfecho!
ARKADINA.- ¿Podrá haber algo más aburrido que este grato «aburrimiento» campestre?... ¡Todo es quietud, ociosidad y filosofía!... ¡Amigos míos!... ¡En su compañía se está muy bien!... ¡Es muy agradable escuchar su charla..., pero encontrarse en la habitación de la fonda estudiándose el papel..., es mucho mejor!
NINA.- (Con entusiasmo.) ¡Sí, sí!... ¡La comprendo!
SORIN.- ¡La ciudad es mejor..., naturalmente! ¡Allí, cuando estás en tu despacho, el criado no deja pasar a nadie que no se anuncie!... ¡Y luego tienes el teléfono..., y en la calle, «ischvoschik»!...
DORN.- (Canturreando.) «¡Flores mías, habladme de mi amor!»...
Escena II