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La pérdida de un ser querido, Diapositivas de Psicología Clínica

Libro sobre tema de duelo, técnicas etc.

Tipo: Diapositivas

2019/2020

Subido el 29/10/2020

abi-rivas-campos
abi-rivas-campos 🇲🇽

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¡Descarga La pérdida de un ser querido y más Diapositivas en PDF de Psicología Clínica solo en Docsity!

Índice

Dedicatoria Agradecimientos Introducción

  1. VIVIMOS COMO SI LA MUERTE NO EXISTIERA ¿Por qué no estamos preparados para la muerte? Temor a la muerte Dolor y/o sufrimiento
  2. EL DUELO Duelo Fases del duelo Tipos de duelo
  3. PROCESO DE DUELO ANTE EL FALLECIMIENTO ESPERADO El impacto de la enfermedad en la fase terminal para el enfermo y los familiares La conspiración del silencio Acompañamiento emocional al enfermo y la familia durante la enfermedad terminal El final de su vida e inicio del duelo. comunicación a la familia El papeleo tras la muerte Velar y atender a la familia y amigos La última despedida Entierro o incineración Ritual del pésame Al día siguiente, vacío y duelo La primera vez después del fallecimiento: aniversario, navidades, cumpleaños, vacaciones
  4. FALLECIMIENTO INESPERADO En un instante te cambia la vida Sentimiento de injusticia. ¿Por qué a nosotros? Muerte por accidente de tráfico Muerte por suicidio Muerte por ataque terrorista Muerte por asesinato Muerte súbita Muerte por accidente doméstico o laboral Muerte sin cuerpo Reconocimiento del cadáver Gestionar las emociones

A mi mujer y mi hija. Me facilitáis tantas cosas que siempre estaré en deuda.

Agradecimientos

Gracias a Luis Santos, estés donde estés, recibe un fuerte abrazo desde aquí, por todo

lo que me enseñaste en los últimos días de tu vida; y a Anita, por el trato exquisito recibido, por todos los momentos entrañables que hemos vivido junto a Luis y por haberme autorizado a escribir sobre vosotros. Gracias a Mónica Liberman, directora literaria de La Esfera de los Libros, por confiar en mí para realizar este libro, por su paciencia y ayuda inestimable. Gracias a María Jesús Álava por permitirme formar parte de su equipo, por su enorme valía profesional y, sobre todo, personal. Toda mi admiración hacia ella. Gracias a todos los compañeros que trabajan en el Centro de Psicología Álava Reyes y en la Fundación María Jesús Álava y, en especial, a la Unidad de Duelo por lo que aprendo de ellos todos los días. Gracias a las personas que siempre han estado cerca de mí en los mejores y en los peores momentos, y que forman parte de la peña El Tinao, Paloma, Luismi, Santi, Beni, Emiliano, Pili, José, Alicia, Mari Paz, Luis, Macu y Mila. Y a Raquel y Sergio por su interés en este libro. Gracias a María, mi madre. Aunque en este momento ella no encuentre mi mirada yo sí encuentro la suya.

vamos a morir, por lo que tenemos la oportunidad de vivir y degustar el momento presente y no engullir el tiempo mientras estamos vivos. Todo el mundo se muere en el último segundo y es altamente probable que este no sea nuestro último segundo. Disfrutémoslo entonces. Escribir un libro sobre cómo abordar el duelo ante la pérdida de una persona con la que te unían lazos afectivos intensos, es un reto interesante, teniendo en cuenta que vivimos de espaldas a la muerte. Sabemos que el duelo es un proceso personal e intransferible y que depende de las características y habilidades de cada uno, del apoyo familiar y social que tengamos en ese momento, de las competencias para enfrentarnos a las situaciones, cómo es nuestro estilo para resolver problemas, cómo tomamos decisiones y cómo gestionamos nuestras emociones. Por esta razón, intentaré no dar consejos generales de lo que tenemos que hacer o no, ya que cada persona tiene una experiencia y vivencia distinta ante la muerte de un ser querido y ante su propia muerte. Sí correré el riesgo de concretar mucho la explicación de las estrategias que entiendo que pueden ayudar a una persona en estas circunstancias, con el objetivo de que las aplique a su estilo y situación personal, que las haga suyas para adaptarse lo antes posible a su realidad más próxima. El objetivo que persigo escribiendo este libro es poner al lector ante la situación que seguramente va a tener que afrontar en algún momento a lo largo de su vida, la pérdida de una persona importante para él. Y será en ese momento cuando tendrá que poner en marcha muchas de las habilidades que poco a poco le facilitarán el proceso de duelo. No obstante, las estrategias que a lo largo de estos capítulos se irán describiendo tienen como principal objetivo que la persona doliente aprenda a convivir con sus emociones, asuma la pérdida y se conecte de nuevo con la rutina diaria para volver a tener una vida normalizada. Anticipo que, a veces, lo mejor es no hacer nada, solo sentir, rodearte de personas entrañables y volver a realizar poco a poco las tareas cotidianas. Cuando trabajas con personas enfermas y con sus cuidadores, familiares o profesionales, cuando atiendes a dolientes que han perdido a un familiar o a un amigo, vas fortaleciendo la idea de que no deberíamos añadir sufrimiento a estos momentos que obviamente por sí mismos generan mucho dolor. Comprender, escuchar, facilitar el confort, acercarnos sin agobiar, son habilidades imprescindibles para abordar el acompañamiento emocional que estas personas en estas circunstancias van a necesitar. La pena o la tristeza no resuelven nada, pero las acciones concretas hacia estas personas, basadas en la empatía y en la cercanía, facilitan que poco a poco vayan asumiendo la pérdida y aceptando la nueva situación.

El proceso de duelo no es una enfermedad sino una oportunidad para aceptar la pérdida y adaptarnos a vivir sin la persona fallecida.

El dolor durante el proceso de duelo y más allá de su finalización no se cura, no es una enfermedad, durará tiempo y no sabemos cuánto, pero antes o después tendremos que asimilar la pérdida y aprender a convivir con nuestras emociones, a veces con la tristeza, pero también con la alegría de haber tenido la posibilidad de conocer a esa persona que ya no está, pero que en su momento nos aportó muchas cosas útiles. Tendremos que autorizarnos a nosotros mismos a disfrutar de nuevo, a darnos muchas oportunidades para estar de la mejor manera posible, volver a conectar con la vida y tener objetivos ilusionantes en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana, familia, trabajo, amistades, ocio, salud, etc. La intensidad del dolor será progresivamente menor hasta que se reduzca a echarle de menos en algún momento, en alguna situación, a un recuerdo, a un instante. La palabra duelo viene del latín dolus , dolor, y según las tres primeras acepciones que señala la Real Academia Española, hace referencia a:

  • Dolor, lástima, aflicción o sentimiento.
  • Demostraciones que se hacen para manifestar el sentimiento que se tiene por la muerte de alguien.
  • Reunión de parientes, amigos o invitados que asisten a la casa mortuoria, a la conducción del cadáver al cementerio o a los funerales.

Desde la psicología entendemos el duelo como un conjunto de reacciones emocionales ante la pérdida de una persona querida, siendo la tristeza y la aflicción las más frecuentes y las que se viven con más intensidad. Este proceso también afecta a los pensamientos, comportamientos y decisiones del doliente. El duelo, salvo en algunos casos, no es patológico, pero en ciertas personas puede provocar dificultades psicológicas como ansiedad, depresión o inadaptación. Abordaremos en profundidad el proceso de duelo, sus momentos más característicos y frecuentes, así como las estrategias para recorrer este camino de manera natural. ¿Es distinto el dolor cuando sabes que la persona va a morir, por estar en una fase terminal de la enfermedad, que cuando el fallecimiento es inesperado? Si te has enfrentado a alguna de estas situaciones, o a las dos, como doliente o como persona cercana que ha tenido que acompañar, consolar o ayudar, seguro que tendrás una respuesta. He dedicado dos capítulos a describir estas circunstancias, reflexionar sobre el impacto que produce un diagnóstico o la noticia del fallecimiento por accidente de tráfico, por ejemplo, y lo que podemos hacer. Son respuestas abiertas, no son ni buenas ni malas, pero deben ser el resultado de la interacción entre la lectura serena y la experiencia del lector. Es ahí donde se irá construyendo una forma de estar, de responder a lo que en cada momento nos demandan la situación y el ambiente. Será una respuesta estrictamente individual, seguramente la más válida en esos momentos difíciles, tu respuesta.

cultivado la autonomía para que ellos resuelvan sus problemas, si han aprendido a confiar en sus recursos y habilidades personales y a tomar decisiones.

  • La relación afectiva con la persona fallecida.
  • El lugar de residencia, que puede facilitar el apoyo y acompañamiento emocional del niño. Por ejemplo, si vive en un pueblo pequeño en el que todos se conocen, participan de manera más cercana en este proceso de duelo.

Teniendo todo esto en cuenta, debemos adaptarnos a las cuestiones que los niños vayan planteando en cada uno de los momentos. Hay que explicarles lo que está ocurriendo y saber cómo se están sintiendo para hacerles un acompañamiento emocional basado en la empatía y en la escucha. Lo desarrollaremos en el capítulo dedicado a los niños y el duelo.

La pérdida de un hijo provoca en los padres la ruptura con su proyecto vital y un dolor indescriptible.

Uno de los acontecimientos más demoledores a los que se enfrenta el ser humano es la pérdida de un hijo, ya que provoca en los padres un proceso de ruptura en su proyecto vital y en su rol de cuidadores. No olvidemos que criar, educar y sacar adelante a un hijo es su plan más ilusionante. Los padres experimentan un dolor difícil de describir, de expresar con palabras. El impacto emocional lo viven con ansiedad, angustia, abatimiento, tristeza y sobre todo con una aflicción extrema. ¿Cómo continuar el día a día sin nuestro hijo? Lo abordaremos en uno de los capítulos en el que el lector aprenderá a comprender esta situación, a cómo acompañar a unos padres cercanos que están viviendo este duelo. Haremos algunas recomendaciones para el lector que se encuentre en esta situación. Incluyo en este capítulo la muerte perinatal y la necesidad de que los profesionales que atienden a los padres que han perdido a su bebé mantengan una atención desde la comprensión, la intimidad y la escucha de sus emociones y necesidades. La vida te cambia radicalmente cuando fallece tu pareja. Al igual que comentábamos con los padres a los que se les ha muerto un hijo, se rompen los proyectos que teníais pendientes, las ilusiones. A veces aparece un sentimiento de culpabilidad por las discusiones mantenidas y por haber aplazado actividades gratificantes. Se siente mucho vacío, preocupación por cómo va a ser tu vida a corto, medio y largo plazo sin la pareja. Convivir con la tristeza y retomar el pulso a la rutina será lo que trabajemos en el capítulo dedicado al duelo por la pareja.

¿Sabemos acompañar? A veces decimos y hacemos cosas con las personas dolientes que, aun teniendo la mejor intención, no solo no ayudan, sino que pueden empeorar las condiciones emocionales de esas personas. Comentarios como «tienes que ser fuerte, la vida continúa», «el tiempo lo cura todo», no hacen más que provocar más sufrimiento al propio dolor que sienten las personas afectadas. Vamos a revisar habilidades de interacción muy sencillas, pero altamente eficaces si las utilizamos en los momentos difíciles y con un objetivo muy claro, el de ser facilitadores. Comunicarnos desde la cercanía, escuchar de manera activa, hablar lo justo, mantener un contacto físico adaptado a la situación concreta, utilizar la mirada, tener paciencia ante los momentos de reacción emocional más intensos, son estrategias útiles para confortar a la persona doliente y afligida. En España contamos con muchos recursos para ayudar a las personas en los procesos de duelo. Las asociaciones y grupos de apoyo facilitan espacios de escucha y desahogo emocional, tan necesarios en los momentos de mucho dolor. Están repartidos por todas las comunidades autónomas y las gestionan entidades religiosas o laicas. Lo importante es que en todas ellas el doliente entra en contacto con personas que están pasando o han pasado ya por la misma circunstancia. También organizan grupos para hablar de lo que sienten y cómo encauzar esas emociones. En algunas de estas entidades hay profesionales de la psicología supervisando los encuentros. Otro recurso son los centros de psicología, que atienden a las personas en proceso de duelo para ayudarles a asumir la pérdida y a adaptarse a las nuevas condiciones vitales tras el fallecimiento de su ser querido. Algunos necesitarán una intervención psicológica porque han desarrollado un duelo complicado o alguna patología, y deben trabajarlo para volver a tener una vida cotidiana normal. Por otra parte, los amigos y por supuesto la familia son el recurso fundamental para que las personas más afectadas encuentren un entorno de intimidad para sentirse reconfortadas. Facilitar la gestión del cambio a un nuevo estilo de vida, una vez que hemos elaborado la despedida del familiar mediante homenajes a la existencia, es uno de los objetivos más importantes que trabajamos en la Unidad de Duelo del Centro de Psicología Álava Reyes (CPAR), uno de los más grandes e importantes de España. Hacemos el acompañamiento emocional de las personas dolientes y sus familias a nivel individual, o gestionando grupos que están pasando por un proceso de duelo. ¿Has pensado en hacer tu testamento vital? ¿Tienes información? Es un documento en el que expresas por escrito y por anticipado las atenciones médicas que deseas o no deseas recibir si padeces una enfermedad incurable e irreversible, por si en ese momento no puedes expresarte por ti mismo. Por eso, es importante que al menos te informes y reflexiones sobre la conveniencia o no de hacerlo. Lo explicaremos en uno de los capítulos con un poco más de detalle. El duelo lo considero un proceso de adaptación al cambio. El fallecimiento de un ser querido y cercano provoca cambios en muchos aspectos de la vida de la persona

VIVIMOS COMO SI LA MUERTE NO EXISTIERA

¿POR QUÉ NO ESTAMOS PREPARADOS PARA LA MUERTE?

«Una pregunta al Dalai Lama: ¿qué le sorprende más de la humanidad? Y él respondió: los hombres, porque pierden la salud para ganar dinero, después pierden el dinero para recuperar la salud. Y por pensar ansiosamente en el futuro no disfrutan el presente, por lo que no viven ni el presente ni el futuro. Y viven como si no tuviesen que morir nunca y mueren como si nunca hubieran vivido».

En la sociedad occidental procuramos que las condiciones económicas sean favorables, seguras y estables; obtener un trabajo de calidad y bien remunerado; tener una casa acogedora; acceder a una buena atención sanitaria, a una formación que nos dote de competencias humanas y técnicas para desarrollarnos personal, profesional y socialmente; tener ocio y tiempo para relacionarnos socialmente; ser solidarios; crear una familia; vivir en una sociedad segura en la que funcionen las instituciones públicas y privadas; que las ciudades sean saludables, sin contaminación y con zonas verdes y de recreo; en definitiva, que estemos satisfechos con nuestra vida y con nuestro entorno familiar y social. Otra cosa es si lo conseguimos, cómo y a qué precio. La realidad es muy distinta: un porcentaje muy significativo de personas pasa largas temporadas en el paro; otros tienen horarios insufribles en las empresas, con salarios bajos y poco competitivos, y dedican poco tiempo a ellos mismos, a sus familias o al ocio; otros tienen un trabajo inestable; la mayoría vive en ciudades altamente contaminadas, cada vez más inseguras y que luchan diariamente para procurarse más calidad de vida. Pero, a pesar de ello, nos encontramos en una sociedad que mira al consumo y al éxito con ojos saltones, creándose cada vez más necesidades materiales; hay muchos apasionados por las nuevas tecnologías, las apps, las redes sociales, que a veces nos causan comportamientos adictivos, que aparentemente nos acercan tanto y con tanta frecuencia. Sabemos tanto del otro y estamos tan al día, que pocas cosas nos sorprenden y eso termina por alejarnos, olvidándonos de las distancias cortas para estar con los demás, con un café o una cerveza de por medio, conversando y riendo con nuestra gente. Estamos más cerca de un amigo que vive lejos que de la propia familia. Estando en la habitación de al lado, apenas nos vemos y hablamos. Todo esto no hace que nos sintamos mejor. Se nos envuelve en un optimismo exagerado, prácticamente se nos obliga a ser felices y a no sufrir. En este ambiente de euforia no hay sitio para la muerte, para hablar de ella, para reflexionar con serenidad sobre lo que seguramente les va a ocurrir en algún momento a las personas que queremos e incluso a nosotros mismos; la dejamos aparte, evitamos hablar sobre ella, nos produce «mal rollo» y nos afecta en el estado de ánimo. No estamos preparados para asumir la muerte como algo natural y siempre nos sorprende. Pensamos que se mueren los demás, los otros, sin darnos cuenta de que nosotros somos los demás de los otros. En mi opinión, sería interesante formar a las personas, desde pequeñas, para hablar de la muerte, saber cómo abordar y expresar las emociones, cómo gestionar la frustración y la empatía, fomentar la autonomía personal

TEMOR A LA MUERTE

¿Miedo a la muerte?, mientras existimos ella todavía no existe, y cuando ella existe nosotros ya no, por lo que carece de sentido angustiarse. EPICURO DE SAMOS

A lo largo de los siglos ha ido cambiando la percepción sobre la muerte. En la Edad Media, en los siglos XIII y XIV, la gente conocía la alta probabilidad de fallecer que tenía, por las malas condiciones de vida, enfermedades y epidemias, guerras y violencia que estaban entre las causas de muerte más frecuentes. Estaban muy familiarizados con el fallecimiento de las personas cercanas. Prácticamente no había rituales en torno a la muerte, el cadáver se enterraba en cualquier sitio, aunque la costumbre era depositarlo en los terrenos cercanos a la iglesia y en una fosa común, sobre todo si el fallecido era pobre. Los ricos se enterraban dentro de la iglesia, cerca del altar, en el centro o en los laterales, y luego se depositaban los huesos en el osario. Como señala Philippe Ariès, historiador francés (2000):

A la muerte se la esperaba en la cama, yaciendo el enfermo en el lecho. La muerte constituía una ceremonia pública y organizada por el moribundo, la habitación del moribundo se convertía en lugar público. Debido a la familiaridad con ella, los ritos de la muerte eran aceptados, pero sin carácter dramático, sin excesivo impacto emocional. El espectáculo de los muertos, cuyos huesos afloraban a la superficie de los cementerios, no impresionaba a los vivos más que la idea de su propia muerte. Los muertos les resultaban tan familiares como familiarizados estaban ellos con su propio deceso. Tenían miedo a no ir al «cielo», y al «juicio final». En el siglo XVIII sí hay un mayor dramatismo y exaltación ante el fallecimiento del ser querido, la muerte impresiona, la emoción agita, las gentes lloran ante la separación, se inicia el luto. La muerte temida no es la de uno mismo, sino la del otro. Construyen sepulturas individualizadas, las personas visitan los cementerios para recordar al difunto y depositar flores. La muerte se considera tabú a partir del siglo XIX y eso se prolonga en el XX. Al moribundo no se le dice lo que le pasa con el ánimo de protegerlo. Ya no se muere tanto en casa y cada vez con más frecuencia se fallece en los hospitales. Se sufre en privado, una pena demasiado visible no inspira piedad sino repugnancia, señal de desequilibrio mental. Antes los niños asistían a los rituales mortuorios, estaban representados en todas las iconografías, ahora se limita su presencia en todo el proceso de muerte. Huimos de la muerte, hay una supresión casi radical en todo lo que recuerda a la muerte. Entramos en un proceso en el que se hace necesaria la felicidad, se impone el deber moral y la obligación social de contribuir a la felicidad colectiva evitando toda causa de tristeza o de hastío, simulando estar siempre bien. En el siglo XIX la muerte es objeto de negocio y de ganancia. Culto a la tumba ligada a la memoria de los difuntos.

Con la Ilustración y, sobre todo, con el rey Carlos III, llegan las leyes relacionadas con la higiene en las ciudades y pueblos. La tendencia es no enterrar dentro de las iglesias, sino en su entorno, y se empiezan a construir cementerios un poco más alejados del centro urbano, para evitar infecciones y malos olores. La inercia que traían los siglos XIX y XX sobre la muerte llega a nuestros días con algunos cambios. Se inicia una industria funeraria especializada, con igualas de seguros de decesos y cada vez con más servicios para facilitar a los clientes la adecuación del

cadáver, el velatorio y el entierro. Seguimos con el culto a las tumbas, incluso en España tenemos la festividad de Todos los Santos y de los Difuntos el 1 y 2 de noviembre. Independientemente de las creencias religiosas, es costumbre que la familia y los amigos se reúnan para asistir a los cementerios a depositar flores sobre la tumba del ser querido y homenajearle. En el ámbito de la salud, ante las enfermedades terminales, en muchas familias sigue existiendo la conspiración del silencio, un pacto entre la familia y los profesionales sanitarios que atienden al familiar enfermo, sobre el tipo de información que se le da sobre su proceso terminal. Con el paso del tiempo, cada vez es más frecuente que los pacientes quieran saber qué les pasa, el pronóstico y alternativas de tratamientos hasta el final de su vida. Están en su derecho: deciden cómo quieren morir. Desean elegir cómo despedirse de sus familiares y amigos, y algunos no quieren prolongar la vida cuando ya no hay solución médica. Otras personas ya están haciendo su testamento vital, del que hablaremos en otro capítulo, para dejar por escrito y de manera anticipada cómo quieren morir, lo cual era impensable hace unas pocas décadas. Con los cuidados paliativos ya no se desplaza tanto la muerte, y las personas pueden morir en su propia casa, pero también en entornos especializados en atención de pacientes terminales. Les facilitan morir con el menor sufrimiento posible, y también atienden a la familia. Antes había que mostrar públicamente la pena y ahora se sufre más en privado, en silencio. Cada vez más personas ocultan sus ojos con gafas negras durante los rituales funerarios, para que no se les vea el llanto o la expresión. Los niños siguen sin estar presentes en los rituales funerarios. Con el ánimo de protegerlos, se les aparta de la realidad, se les explica de manera incorrecta que su familiar ha muerto con frases como «el abuelo es una de las estrellas que puedes ver en el cielo». Con todos los respetos, el niño puede pensar que su abuelo es astronauta. La incineración no estaba permitida hasta mediados o finales del siglo pasado, pero ahora es muy habitual optar por esta forma de terminar el proceso de despedida. En general, podemos concluir que existe un rechazo a todo lo que rodea a la defunción, como señala Philippe Ariès, «porque la sociedad busca el bienestar y la felicidad y encaja mal con el sufrimiento, la tristeza o la muerte» (Ariès, 2000). Quizás también por el miedo a lo desconocido que ancestralmente tiene la persona. Aunque se evidencia que la muerte es el final, no es fácil comprender desde la experiencia vital del día a día el concepto de la desaparición total, y esto nos genera incertidumbre. Las personas que tienen una creencia espiritual realizan la despedida con la esperanza de que su familiar «haya pasado a mejor vida», lo que no deja de ser un facilitador para abordar el proceso de duelo. Esto es común en la mayor parte de las religiones, aunque las diferencias están en los distintos rituales que procesan cada una de ellas.

La aceptación del dolor y la pérdida es la clave para desarrollar un duelo normalizado.

Lo que más nos afecta a nuestro estado de ánimo, lo que nos provoca sufrimiento y lo prolonga de manera exagerada y limitante hasta llegar incluso a la depresión, es sin duda lo que pensamos ante lo que está ocurriendo, lo que sucedió o lo que está por venir, lo que nos decimos a nosotros mismos. Podemos sentir una aflicción y una tristeza intensa y pensar «que es normal», «que ya no voy a ver más a la persona que quiero, que ya la echo de menos» y, aunque no es sencillo, asumir el dolor poco a poco; o podemos pensar que «mi vida ya no tiene sentido sin él o sin ella», que «no es justo cómo me ha tratado la vida y estoy desencantado de todo», que «ella tomaba las decisiones importantes y ahora qué va a ser de mí»… Esta es la mejor manera no solamente sentir una tristeza intensa, sino de añadir un sufrimiento tal que prolongue la situación de desorganización, descontrol y desbordamiento, que te impida elaborar un proceso normal de duelo. La aceptación del dolor es la clave para restablecer tu vida y volver a tener un equilibrio en la parte física, psicológica y social. Es importante para abordar el momento presente y darte una oportunidad de recorrer un camino ilusionante en el futuro. La tristeza intensa y la incertidumbre son normales e inevitables desde el instante del fallecimiento. Te has convertido bruscamente en una persona doliente, siente tus emociones, reconcíliate con ellas, no las juzgues, simplemente siéntelas, por muy duro que nos parezca. La intensidad irá disminuyendo, no hay que hacer nada. Esa actitud facilitará poco a poco vivir el día a día sin la persona querida que has perdido. Expresa lo que sientes ante las personas cercanas, solamente necesitas que te escuchen y te comprendan; no busques nada más, esto será suficiente para asumir la pérdida, con mucho dolor, pero con poco sufrimiento.

EL DUELO

Es muy difícil aprender a volver a tomar parte activa en la vida cuando perdemos a alguien a quien amamos. Pero únicamente eso dará un sentido a la muerte del ser querido. ELISABETH KÜBLER-ROSS

Las personas tenemos habilidades suficientes para afrontar las cosas que nos van

ocurriendo en el día a día. Situaciones rutinarias como organizar a los niños para que lleguen puntuales al colegio, hacer nuestro trabajo, relacionarnos con los compañeros, jefes, familiares, afrontar el tráfico intenso, el ajetreo de trasladarse de un lugar a otro, organizar la casa, tener nuestro ratito de ocio. Podemos sentirnos cansados, pero un poco activados, tensos por librar la batalla diaria, pero ahí seguimos. Hay un estrés positivo, que llamamos «eustrés», que nos permite tener una activación del organismo normal, suficiente y adaptada a cada situación. Esta activación afecta de manera útil a nuestros pensamientos, emociones y comportamientos. Mantenemos buenos niveles de atención, concentración y memoria para realizar con eficacia las actividades que desarrollamos, manteniendo en general un estado de ánimo estable, a pesar de que es normal tener algún pequeño contratiempo en el trabajo o en nuestra vida personal y familiar. A veces la situación que estamos viviendo se hace más exigente, por inesperada (un diagnóstico de enfermedad), por necesidades en el trabajo (sobrecarga de tareas sin tiempo para desarrollarlas, condiciones laborales difíciles, relaciones complicadas con compañeros y jefes), por cambios vitales (separación o divorcio, dificultades económicas), por cuidar a un familiar enfermo o dependiente, entre otras razones, y percibimos que nos sobrepasa, que no tenemos recursos o habilidades suficientes para enfrentarnos, que no sabemos qué hacer, que nos desborda la situación y no tenemos una respuesta eficaz para resolverla. Sentimos el estrés negativo, lo llamamos distrés. La reacción emocional nos va a generar diversos problemas: la ansiedad, la ira, la irritabilidad, las ganas de llorar, y la depresión si esta situación estresante se prolonga en el tiempo. A partir de ese momento, es muy probable que nos sintamos cansados: disminuyen la atención, la concentración y la memoria, podemos sentir taquicardias y dolores de cabeza, sudoración, mareo, inestabilidad, preocupación y aprensión, angustia, micción más frecuente, entre otros muchos síntomas. Intentamos adaptarnos a la situación, pero no es fácil, nos va afectando en todos los ámbitos de nuestra vida, es un