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La muerte de un amanecer, Esquemas y mapas conceptuales de Psicología Dinámica

Como la muerte afecta el entorno social

Tipo: Esquemas y mapas conceptuales

2024/2025

Subido el 29/06/2025

anthony-reysol-garcia-chira
anthony-reysol-garcia-chira 🇵🇪

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Elísabeth Kübler-Ross
LA MUERTE:
UN AMANECER
EDICIONES LUCIÉRNAGA
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¡Descarga La muerte de un amanecer y más Esquemas y mapas conceptuales en PDF de Psicología Dinámica solo en Docsity!

Elísabeth Kübler-Ross

LA MUERTE: UN AMANECER

EDICIONES LUCIÉRNAGA

Nota a la edición castellana

Durante la visita que realizó Elisabeth Kübler-Ross a nuestro país el pasado mes de abril de 1989, contrajimos con ella el compromiso de emprender esta edición. Existe ya editada en castellano la primera de las obras, escrita hace dieciocho años: La muerte y los moribundos. Nuestro trabajo consistirá en acercar al público las obras posteriores de modo que, poco a poco, todas ellas puedan leerse en castellano. Prepararse para aceptar un hecho irreversible como es la muerte es un trabajo arduo y difícil, sin embargo, las personas que han entrado en contacto con las enseñanzas de E. Kübler-Ross, se dan cuenta de que esto es posible. Día a día, los esfuerzos que la medicina hace por salvar a la hu- manidad son boicoteados por los cada vez más abundantes y graves accidentes de tráfico. En ellos pierden la vida gentes que no estaban prepa- radas para ello, jóvenes cuya misión en esta vida queda así truncada; y quedan padres que deberán vivir con este dolor durante el resto de su vida. En este libro podemos conocer la experiencia personal que indujo a la autora a permanecer junto a los enfermos terminales para que pudie- ran preparar el momento de la muerte de manera digna. No debemos olvidar que trabajaba en Esta- dos Unidos y en una época en la que la rigidez de los horarios y la inmensidad de las ciudades ha- cían que estos enfermos permanecieran solos du- rante muchas horas. Con su compañía, Elisabeth Kübler-Ross, pudo comprender los momentos de soledad y agobio que preceden a toda muerte. Las circunstancias de nuestro país no son exacta- mente las mismas pero, el ser humano sí es el mismo y dichas experiencias pueden ayudarnos a preparar tanto a los nuestros como a nosotros mismos.

Con todo, una breve advertencia. Las tres con- ferencias que componen este libro constituyen un material único dentro de la obra de Kübler- Ross; se leen y entienden muy fácilmente pero probablemente, para muchos, resultarán enorme- mente difíciles de digerir. Cuanto más aferrado esté nuestro pequeño ego a sus propios miedos y razonamientos, más difícil nos será abrirnos a lo que Elizabeth expone y aceptarlo, al menos, como posible. La doctora Ross no ignora esa difi- cultad; conoce bien la violencia de la que son ca- paces los que seguros de todo, no soportan, sin embargo, otra opinión. «[Tuve] que pasar literal- mente por miles de muertes —dice— puesto que la sociedad en la que vivo intentaría aniquilarme.» Antes de negar o rechazar lo que aquí se nos dice, recordemos que todos, en algún momento, ten- dremos ocasión de verificarlo. Sea cual fuere nuestra reacción intelectual, lo cierto es que este libro, como toda la obra de Eli- zabeth Kübler-Ross, es un testimonio del amor incondicional que ella pregona. Un amor que se atreve más allá de lo razonable y conveniente, un amor que trasciende los límites de la propia muerte y, en aras de la Verdadera Vida, se des- borda... Ojalá que entre aquellos a los que al- cance, esté el lector. MAGDA CÁTALA Cuernavaca, 1989.

INTRODUCCION

su investigación traspasando la línea nítida de demar- cación de lo que se consideraba explorable, y que, a pe- sar de todas las manifestaciones de hostilidad recibi- das, continuase relatando con coraje los resultados obtenidos en sus observaciones, a muchos les pareció una traición a su integridad científica. En una entrevista de las tantas de que fue objeto, ella expresó lo siguiente: «En toda investigación cien- tífica es honesto, en mi opinión, aquel que lleva un registro de sus hallazgos y es capaz de explicar el proce- dimiento por medio del cual ha llegado a las con- clusiones que defiende. Se debería desconfiar de mi conducta científica e inclusive degradarme, si yo pu- blicase sólo con el ánimo de complacer a la opinión ge- neral. Puedo decir con toda claridad que mis propósi- tos no son los de convencer o convertir a la gente. Considero que mi trabajo consiste por excelencia en salvaguardar los resultados logrados en la investiga- ción, entregándolos al conocimiento de los demás. Aquellos que estén preparados captarán lo que digo y me creerán. Y los que no lo estén, argumentarán con sutilezas del raciocinio y con pedantería». Aun cuando la doctora Kübler-Ross, desde hace más de una década, se ha convertido en una celebridad en los Estados Unidos, sólo en los últimos años co- mienza a ser conocida en Europa. En Francia intervino con eficiencia en el programa de televisión del señor B. Martirio, titulado «Voyage au bout de la vie» [Viaje al fin de la vida], y, ala vez, los telespectadores suizos pudieron verla con ocasión de un programa donde tuvo la oportunidad de presentar sus ideas junto al teólogo católico, profesor HansKüng.

Tanto en Francia, como en Suiza y Alemania, sus publicaciones son cada vez más destacadas. Bajo el auspicio de dos programas del Südwestfunk, reveló sus convicciones basadas en sus propias investi- gaciones científicas con dos temas específicos sobre el proceso por ella estudiado: «La muerte es sólo un paso más hacia la forma de vida en otra frecuencia» y «El instante de la muerte es una experiencia única, bella, liberadora, que se vive sin temor y sin angustia». Seguramente los telespectadores nunca habían oído, proviniendo de un médico, afirmaciones tan po-

sitivas sobre la muerte. Y cuando a la doctora se le ha preguntado cuál es suposición sobre ella misma en re- lación a la muerte, qué le sugiere, y si le teme, ha confe- sado con total espontaneidad: «No, de ningún modo me atemoriza; diría que me produce alegría de ante- mano». Para ella el hecho de preocuparse de la muerte no significa una evasión ante la vida, sino todo lo con- trario. La integración de la idea de la muerte en el pensamiento de los hombres les permite erigir sus vi- das de acuerdo con propuestas más conscientes, más meditadas, alertándolos sobre el uso que hacen de ellas, no derrochando «demasiado tiempo en cosas sin importancia». La muerte, que hasta el presente sólo infundía en el hombre moderno un pavoroso temor, de tal modo que se prefería ignorarla, rechazarla con pleno conoci- miento, como la enemiga de la vida, va dejando de provocar espanto. Una mujer dedicada a la medicina, esta positiva criatura viviente, ha descubierto en el transcurso de sus investigaciones que no tenemos nada que temer de la muerte, pues la muerte no es el fin sino mas bien un «radiante comienzo». En una entrevista retransmitida por la televisión suiza, el profesor Anís CCNG destacó la importancia de esta valiente mujer, expresando que «una incalculable cantidad de personas», y no solamente los teólogos, le están «infinitamente agradecidos», puesto que al plantearse estos problemas acerca de la muerte «rompe el tabú», y agrega a la medicina otro marco de referencia, «abriéndola de nuevo a estas cuestiones». En la misma entrevista, Elisabeth Kübler-Ross declara que nuestra vida en el cuerpo terrenal sólo representa «una parte muy pequeña de nuestra existencia». La vida no esta pues, como las ciencias adeptas al materialismo lo dicen, limitada a una existencia única. Esta vida terrenal es más bien una minúscula parte de una existencia individual global que se proyecta bastante mas-allá de nuestra vida de aquí-abajo. ¿No nos transmite una sensación de tranquilidad saber que nuestra muerte no es el «fin», simplemente, la total aniquilación, sino que nos esperan alegrías maravillosas? Esas conferencias y entrevistas nos han dado la información sobre los puntos de vista de Elisabeth Kü-

Vivir y morir

ay mucha gente que dice: «La doctora Ross ha visto demasiados moribundos. Ahora empieza a volverse rara». La opi- nión que las personas tienen de ti es un problema suyo no tuyo. Saber esto es muy importante. Si te- néis buena conciencia y hacéis vuestro trabajo con amor, se os denigrará, se os hará la vida imposible y diez años más tarde os darán dieciocho títulos de doctor honoris causa por ese mismo trabajo. Así transcurre ahora mi vida. Cuando ocurre que se ha pasado largo tiempo, durante muchos años, sentada junto a la cama de niños y ancianos que mueren, cuando se les escu- cha de verdad, uno percibe que ellos saben que la muerte está próxima. Súbitamente alguno se des- pide, dice adiós, mientras que en ese momento uno está lejos de pensar que la muerte podría intervenir tan pronto. Si se aceptan esas declaraciones, si se permanece junto al moribundo, se comprobará que la comunicación continúa y el enfermo ex- presa lo que desea hacer saber. Después de su muerte, se experimenta el emocionado senti- miento de ser quizá la única persona que ha aten- dido con la debida seriedad sus palabras. Hemos estudiado veinte mil casos, a través del mundo entero, de personas que habían sido decla- radas clínicamente muertas y que fueron llamadas de nuevo a la vida. Algunas se despertaron natural- mente, otras sólo después de una reanimación. Quisiera explicaros muy someramente lo que cada ser humano va a vivir en el momento de su muerte. Esta experiencia es general, independien- te del hecho de que se sea aborigen de Australia, hindú, musulmán, creyente o ateo. Es indepen- diente también de la edad o del nivel socioeconó- mico, puesto que se trata de un acontecimiento puramente humano, de la misma manera que lo es el proceso natural de un nacimiento. La experiencia de la muerte es casi idéntica a la del nacimiento. Es un nacimiento a otra existencia que puede ser probada de manera muy sencilla. Durante dos mil años se ha invitado a la gente a

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extremo de que vosotros ya no podáis respirar y que vuestras pulsaciones cardíacas y ondas cere- brales no admitan más mediciones, la mariposa se encontrará fuera del capullo que la contenía. Esto no significa que ya se esté muerto, sino que el capu- llo de seda ha dejado de cumplir sus funciones. Al liberarse de ese capullo de seda, se llega a la se- gunda etapa, la de la energía psíquica. La energía fí- sica y la energía psíquica son las dos únicas ener- gías que al hombre le es posible manipular. El mayor regalo que Dios haya hecho a los hom- bres es el del libre albedrío. Y de todos los seres vi- vientes el único que goza de este libre albedrío es el hombre. Vosotros tenéis, por tanto, la posibilidad de elegir la forma de utilizar esas energías, sea de modo positivo o negativo. Desde el momento en que sois una mariposa li- berada, es decir, desde que vuestra alma abandona el cuerpo, advertiréis enseguida que estáis dotados de capacidad para ver todo lo que ocurre en el lu- gar de la muerte, en la habitación del enfermo, en el lugar del accidente o allí donde hayáis dejado vues- tro cuerpo. Estos acontecimientos no se perciben ya con la conciencia mortal, sino con una nueva percepción. Todo se graba en el momento en que no se registra ya tensión arterial, ni pulso, ni respiración; algunas veces incluso en ausencia de ondas cerebrales. En- tonces sabréis exactamente lo que cada uno diga y piense y la forma en que se comporte. Después podréis explicar con precisión cómo sacaron el cuerpo del coche accidentado con tres sopletes. También ha habido personas que incluso nos han precisado el número de la matrícula del coche que los atropello y continuó su ruta sin detenerse. No se puede explicar científicamente que alguien que ya no presenta ondas cerebrales pueda leer una matrícula. Los sabios deben ser humildes. Debe- mos aceptar con humildad que haya millones de cosas que no. entendemos todavía, pero esto no quiere decir que sólo por el hecho de no compren- derlas no existan o no sean realidades. Si yo utilizara en este momento un silbato de pe- rros, vosotros no podríais oírlo, y sin embargo to-

dos los perros lo oirían. La razón es que el oído hu- mano no está concebido para la percepción de estas altas frecuencias. De la misma manera, no podemos percibir el alma que ha abandonado el cuerpo, aunque ésta pueda todavía grabar las lon- gitudes de ondas terrestres para comprender lo que ocurre en el lugar del accidente o en otro lugar. Mucha gente abandona su cuerpo en el trans- curso de una intervención quirúrgica y observa, efectivamente, dicha intervención. Todos los mé- dicos y enfermeras deben tener conciencia de este hecho. Eso quiere decir que en la proximidad de una persona inconsciente no se debe hablar más que de cosas que esta persona pueda escuchar, sea cual fuere su estado. Es triste lo que a veces se dice en presencia de enfermos inconscientes, cuando éstos pueden oírlo todo. También es necesario que sepáis que si os acer- cáis al lecho de vuestro padre o madre moribun- dos, aunque estén ya en coma profundo, os oyen todo lo que les decís, y en ningún caso es tarde para expresar «lo siento», «te amo», u alguna otra cosa que queráis decirles. Nunca es demasiado tarde para pronunciar estas palabras, aunque sea des- pués de la muerte, ya que las personas fallecidas si- guen oyendo. Incluso en ese mismo momento po- déis arreglar «asuntos pendientes», aunque éstos se remonten a diez o veinte anos atrás. Podréis libera- ros de vuestra culpabilidad para poder volver a vi- vir vosotros mismos. En esta segunda etapa, «el muerto» —si puedo expresarme así— se dará cuenta también de que él se encuentra intacto nuevamente. Los ciegos pue- den ver, los sordos o los mudos oyen y hablan otra vez. Una de mis enfermas que tenía esclerosis en placas, dificultades para hablar, y que sólo podía desplazarse utilizando una silla de ruedas, lo pri- mero que me dijo al volver de una experiencia en el umbral de la muerte fue: «Doctora Ross, ¡yo podía bailar de nuevo!», y son miles los que estando hoy en sillas de ruedas, podrían al fin bailar otra vez, aunque cuando vuelvan a su cuerpo físico se en- contrarán, evidentemente, otra vez en su viejo cuerpo enfermo.

el cuerpo se encuentra en una existencia en la cual el tiempo ya no cuenta, o simplemente ya no hay más tiempo, del mismo modo en que tampoco podría hablarse de espacio y de distancia tal como los entendemos, puesto que en ese caso se trata de nociones terrenales. Por ejemplo, si un joven nor- teamericano muere en Vietnam y piensa en su ma- dre que reside en Washington, la fuerza de su pen- samiento atraviesa esos miles de kilómetros y se encuentra instantáneamente junto a su madre. En esta segunda etapa ha dejado de existir, pues, la dis- tancia. Son muchos los seres vivientes que han ex- perimentado tal fenómeno, que se manifestaba de improviso cuando ellos tomaban conciencia de que alguien que vivía lejísimos, se encontraba, sin embargo, muy cerca, junto a ellos. Y al día si- guiente de ese hecho recibían una llamada telefó- nica o un telegrama informándoles que la persona en cuestión había fallecido en un lugar a cientos o miles de kilómetros de donde ellos se encontra- ban. Es obvio que estas personas poseen una gran intuición, pues normalmente no se tiene concien- cia de tales visitas. En esta segunda etapa también os dais cuenta de que ningún ser humano puede morir solo, y no únicamente porque el muerto pueda visitar a cualquiera, sino también porque la gente que ha muerto antes que vosotros y a la que amasteis os espera siempre. Y puesto que el tiempo no exis- te, puede ocurrir que alguien que a los veinte años perdió a su hijo, al morir a los noventa y nueve puede volver a encontrarlo, aún como un niño, puesto que para los del otro lado un minuto pue- de tener una duración equiparable a cien años de nuestro tiempo. Lo que la Iglesia enseña a los niños pequeños so- bre su ángel guardián está basado en estos hechos, ya que está probado que cada ser viene acompa- ñado por seres espirituales desde su nacimiento hasta su muerte. Cada hombre tiene tales guías, lo creáis o no, y el que seáis judío, católico o no ten- gáis religión no tiene ninguna importancia. Pues este amor es incondicional y es por eso que cada hombre recibe el regalo de un guía. Mis niños pe-

queños los llaman «compañeros de juego» y desde muy temprano hablan con ellos y son perfecta- mente conscientes de su presencia. Luego van al colegio y sus padres les dicen: «Ahora ya eres ma- yor, ya vas al colegio. No hay que jugar más a esas chiquilladas». Así se olvida uno que se tiene «com- pañeros de juego» hasta que se llega al lecho de muerte. De este modo ocurrió con una anciana que al morir me dijo: «Ahí está de nuevo». Y sabiendo yo de lo que ella hablaba, le pedí que me partici- para lo que acababa de vivir: «¿Sabe usted?, cuando yo era pequeña, él siempre estaba conmigo, pero lo había olvidado completamente». Al día siguiente moría contenta de saber que alguien que la había querido mucho la esperaba de nuevo. En general sois esperados por la persona a la que más amáis. Siempre la encontraréis en primer lu- gar. En el caso de los niños pequeños, de dos o tres años por ejemplo, cuyos abuelos, padres y otros miembros de la familia aún están con vida, es su án- gel de la guarda personal quien generalmente los acoge; o bien son recibidos por Jesús u otro perso- naje religioso. Yo nunca he tenido la experiencia de que un niño protestante, en el momento de su muerte, haya visto a María, mientras que ella es percibida por numerosos niños católicos. Aquí no se trata de una discriminación, sino de que son es- perados en el otro lado por aquellos que tuvieron para ellos la mayor importancia. Después de realizar en esta segunda etapa la in- tegridad del cuerpo y después de haber reencon- trado a aquellos a los que más se ama, se toma con- ciencia de que la muerte no es más que un pasaje hacia otra forma de vida. Se han abandonado las formas físicas terrenales porque ya no se las nece- sita, y antes de dejar nuestro cuerpo para tomar la forma que se tendrá en la eternidad, se pasa por una fase de transición totalmente marcada por fac- tores culturales terrestres. Puede tratarse de un pa- saje de un túnel o de un pórtico o de la travesía de un puente. Como yo soy de origen suizo pude atravesar una cima alpina llena de flores silvestres. Cada uno tiene el espacio celestial que se imagina, y para mí evidentemente el cielo es Suiza, con sus

desde el primero al último día de la muerte. Volviendo a ver como en una revisión vuestra propia vida, ya estáis en la tercera etapa. En ella no disponéis ya de la conciencia presente en la pri- mera etapa o de esa posibilidad de percepción de la segunda. Ahora poseéis el conocimiento. Cono- céis exactamente cada pensamiento que tuvisteis en cada momento de vuestra vida, conocéis cada acto que hicisteis y cada palabra que pronuncias- teis. Esta posibilidad de recordar no es más que una ínfima parte de vuestro saber total. Pues en el mo- mento en que contempléis una vez más toda vues- tra vida, interpretaréis todas las consecuencias que han resultado de cada uno de vuestros pensamien- tos, de cada una de vuestras palabras y de cada uno de vuestros actos. Dios es el amor incondicional. Después de esta «revisión» de vuestra vida, no será a Él a quien vo- sotros haréis responsable de vuestro destino. Os daréis cuenta de que erais vosotros mismos vues- tros peores enemigos, puesto que ahora debéis de reprocharos el haber dejado pasar tantas ocasiones para crecer. Ahora sabéis que cuando vuestra casa ardió, que cuando vuestro hijo murió, que cuando vuestro marido fue herido, o cuando tuvisteis un ataque de apoplejía, todos estos golpes de la suerte representaron posibilidades para enriquecerse, para crecer. Crecer en comprensión, en amor, en todo aquello que aún debemos aprender. Ahora lo lamentáis: «En lugar de haber utilizado la oportu- nidad que se me ofrecía, me volví cada vez más amargo. Mi cólera y también mi negatividad han aumentado...». Hemos sido creados para una vida sencilla, bella, maravillosa. Y quiero destacar que no sólo en América hay niños apaleados, maltratados y aban- donados, sino también en la bella Suiza. Mi mayor deseo es que veáis la vida de una forma diferente. Si considerarais la vida desde el punto de vista de la manera en que hemos sido creados, vosotros no plantearíais más la cuestión de saber qué vidas se tendría el derecho de prolongar. Nadie pregunta- ría más si es necesario administrar o no un cocktail

de litio para abreviar el sufrimiento. Morir no debe significar nunca padecer el dolor. En la actualidad la medicina cuenta con medios adecuados para im- pedir el sufrimiento de los enfermos moribundos. Si ellos no sufren, si están instalados cómoda- mente, si son cuidados con cariño y si se tiene el coraje de llevarlos a sus casas —a todos, en la me- dida de lo posible—, entonces nadie protestará frente a la muerte. En el transcurso de los últimos veinte años sola- mente una persona me ha pedido terminar. Es lo que nunca he comprendido. Me senté a su lado y le pregunté: «¿Por qué quiere hacerlo?». Y me ex- plicó: «Yo no lo quiero, pero mi madre no puede soportar todo esto; por eso le he prometido pedir una inyección». Claro está que hablamos con la madre y la ayudamos. Se ve cómo no era la ira la que le hacía expresar esta petición desesperada, sino que todo se había vuelto demasiado duro para ella. Ningún moribundo os pedirá una inyección si lo cuidáis con amor y si le ayudáis a arreglar sus problemas pendientes. Querría subrayar que a menudo el hecho de te- ner un cáncer es una bendición. No voy a minimi- zar los males del cáncer, pero quisiera señalar que hay cosas mil veces peores. Tengo enfermos que sufren esclerosis lateral amiotrófica, es decir, una enfermedad neurológica en la que la parálisis se instala progresivamente hasta la nuca. Estos enfer- mos no pueden ni respirar ni hablar. No sé si os po- déis imaginar lo que significa el estar totalmente paralizado hasta la cabeza. No se puede ni escribir, ni hablar, ni nada. Si alguien entre vosotros conoce a personas afectadas de ese mal, hágamelo saber, pues tenemos un tablero de palabras que permite al enfermo comunicarse con vosotros. Mi deseo es que demostréis a los seres un poco más de amor. Meditad sobre el hecho de que a las personas a las que cada año ofrecéis el mejor regalo de Navidad son a menudo aquellas a las que más te- méis o por las que tenéis sentimientos negativos. ¿Os dais cuenta? Yo dudo de que sea útil hacer un gran regalo a alguien si se le ama incondicional- mente. Hay veinte millones de niños que mueren