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La industrialización en Alemania (1780-1914), Guías, Proyectos, Investigaciones de Historia

Materia: Historia Profesor: Casullo Año2015 Texto: La fábula de la tortuga y el conejo La industrialización en Alemania (1780-1914)

Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones

2024/2025

A la venta desde 21/04/2025

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La fábula de la tortuga y el conejo
La industrialización en Alemania (1780-1914)
de Fernando Casullo
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La fábula de la tortuga y el conejo

La industrialización en Alemania (1780-1914)

de Fernando Casullo

Es conocida la fábula que involucra a dos animales, un conejo y una tortuga, y, entre ellos, una carrera. También es público su final, en el que el constante quelonio^1 vence al conejo - mucho más veloz, pero volátil- porque éste se había quedado dormido dando por ganada la lid. Encomiable resulta esa victoria – y he ahí su moraleja- si se toma en cuenta la situación desventajosa con la que la tortuga comenzó su tarea. Pues bien, si vislumbramos - desde el principio organizador de aquel relato- la historia económica de Alemania, nos encontraríamos con interesantes similitudes: este país, en una imaginaria carrera industrializadora de los países centrales, probablemente hubiera sido la tortuga, ya que, hacia 1840 - fecha más que tardía-, podía considerar iniciada su ’revolución industrial’. Los germanos fueron los más lentos entre los adelantados en rodearse con el humo de las máquinas. Sin embargo, a fines del siglo XIX, Alemania era ya la primera potencia industrial europea, habiendo desplazado a la ‘avanzada’ Gran Bretaña, y discutía palmo a palmo con los Estados Unidos una hegemonía mundial que muchas veces deseó e intentó conseguir de distintas y no siempre pacíficas formas. Como la tortuga de la fábula, aquel Estado logró superar a unos cuantos contrincantes que asomaban como mejores perfilados al inicio de la carrera, al menos en Europa. No se estudiará, aquí, qué potencia se quedó dormida como aquel conejo vertiginoso del relato, porque tal vez ninguna lo hizo y la superioridad germana dependió, en gran medida, de sí misma. El caso alemán tuvo, entonces, ricas especificidades y no fue una imitación de ejemplos, como el británico o el norteamericano. Parte de esas diferencias y ventajas surgieron, justamente, por su carácter secundario y la capacidad de emular algunas experiencias previas, más la posibilidad de incorporar parte de los capitales que otros países habían generado, lo que configuró un proceso de ‘industrialización por derivación’. Este capítulo revisará, entonces, el tránsito entre aquel espacio proto- industrializado^2 , en sus primeros pasos decimonónicos^3 , y la potencia de fines de aquel siglo que, encumbrada en Europa, se atrevía a terciar en la discusión mundial sobre el dominio económico-militar. Asimismo, serán analizadas las influencias externas y las (^1) quelonio : orden de los reptiles, caracterizado por tener caparazón. (^2) protoindustrializado : en los inicios de la industrialización. (^3) decimonónicos : pertenecientes o correspondientes al siglo XIX.

los hombres mayores de dieciocho años). Esto resultó consecuencia directa de las revoluciones que poblaron Europa a partir de 1848 y que fueron llamadas, en clave esperanzadora, la “primavera de los pueblos . Más allá de que aquéllas fracasaron y se perdieron las ilusiones sobre el fin de la burguesía y la unión mundial de los proletarios, como deseaba en aquellos años el Manifiesto Comunista^6 , los gobernantes comprendieron que, tarde o temprano, deberían darle espacio político a sectores sociales históricamente negados. Era una forma de evitar nuevas revoluciones, otorgando pequeñas concesiones para evitar cambios profundos. A esta política se la conoció como “bonapartismo”, ya que fue llevada adelante por los Bonaparte (Napoleón y Napoleón III), y fue aplicada como definición de movimientos políticos posteriores. En el ámbito de la economía, las décadas posteriores a 1848 encuentran el despliegue de un complejo entramado de modificaciones materiales y simbólicas en distintos ámbitos de relevancia – de organización de la producción, de las materias primas, de la tecnología- que se dio en llamar ‘Segunda Revolución Industrial’ y que ha sido caracterizado como el conjunto de innovaciones técnico-industriales basadas en el acero barato, la química, la electricidad, el petróleo, la empresa moderna y los nuevos tipos de gestión del trabajo y organización industrial (Barbero, 2001: 92). A esto, en un ámbito más propio de la economía internacional y de las políticas económicas, debería agregarse el profundo cambio que significó para Europa la crisis de la década de 1870 y el posterior ‘cambio de ritmo’, que siguió luego con la consolidación de la concentración económica, el proteccionismo, el colonialismo y el despliegue del imperialismo, concepto central para entender el período. Hobsbawm resume los grandes rasgos de la economía del mundo desarrollado, durante la ‘era del imperio’, a partir de ciertas grandes características que cambiaron, desde ese momento, el orden económico (Hobsbawm, 2003: 42). En primer lugar, una economía cuya base geográfica se amplió profundamente. En el ámbito de la industrialización, se sumaron países de nuevas olas, como Rusia, Suecia y los Países Bajos. Pero también aparecieron, con asombrosa velocidad y pujanza - distribuida irregularmente-, centros productores de materias primas de otros espacios internacionales. Desde esos años, hablar de una ‘división internacional del trabajo’ resultó mucho más una radiografía de la realidad que una expresión de deseo de ciertos liberales. (^6) Manifiesto Comunista: texto escrito por Carlos Marx y Federico Engels en 1948.

Como segundo punto, manifiesta que las últimas décadas del siglo XIX fueron de una economía mucho más plural, ya sin el Reino Unido como país exclusivamente industrializado. Muchos de los nombres que sonaron como competidores de la isla del Mar del Norte - Alemania o Estados Unidos, por ejemplo- compartirían con ella las marquesinas en la guerra. En tercer lugar, trae a colación un fenómeno ya mencionado: la revolución tecnológica. Para él, ésta fue percibida, por los contemporáneos, como una formidable actualización de la Revolución Industrial mediante el perfeccionamiento tecnológico en el vapor y el hierro por el acero y las turbinas, más que como nacimiento de algo nuevo. En cuarto término, Hobsbawm menciona las transformaciones que se dieron en la empresa moderna y el despliegue cada vez más intenso de la concentración y la necesidad de una ‘gestión científica’ para llevar adelante tareas tan colosales. En cierto modo, lo anterior ensambló con las quinta y sexta características: la modificación del mercado de los bienes de consumo y el crecimiento absoluto y relativo del sector terciario de la economía. El mercado de masas, hermano de la producción en serie, ganó la escena en un escenario de incremento de una población cada vez más urbana y con deseos de consumir más productos que lo básico. Cierra Hobsbawm su apretada síntesis señalando, como séptima característica, una de las más relevantes: la convergencia creciente entre la política y la economía. La importancia progresiva del gobierno y del sector público en la gestión de la economía y cierta desconfianza - cada vez mayor- en dejar a la providencia del mercado ciertos asuntos fundamentales. Este último aspecto y gran parte de los otros tuvieron particular despliegue en Alemania, país que iba a asociar, como pocos, la maduración de su industria con la fortaleza del Estado y el desconfiar permanente - al menos en lo retórico- de muchas de las otras potencias. Pero ésa es historia del próximo apartado, que nos invita a bucear en el proceso alemán en su especificidad.

Los inicios: fragmentación y protoindustrialización

Como se ha señalado, Alemania fue el último de los países industrializados de la primera ola. Está claro que fue superado por el líder de la carrera - Gran Bretaña-, pero

modificaciones de peso en el ámbito económico. Federico II, no fortuitamente conocido como ‘el Grande’, lideró, en el siglo XVIII, estas transformaciones en lo económico: alentó aquellas ramas productivas que consideraba que podían ser de utilidad al Estado, tanto con inversión directa como con políticas arancelarias y de restricción de importaciones. Según Sol Peláez, el papel que cumplieron estas reformas resultó ser de largo aliento: produjo una situación - en la que la iniciativa económica se subordinó a las necesidades políticas- que perduraría todo el proceso. Al considerarse al territorio una propiedad real donde se ejercía un control burocrático del comercio y la industria, la burocracia muchas veces ocupó el papel de una burguesía ausente. “ El objetivo del gobierno prusiano no era industrializar sino servir a las necesidades del ejército y de la expansión territorial. Federico II afianzó una tradición de intervencionismo económico de cuño conservador ”(Peláez, 2002). Estas políticas no modificaron el orden social del Este, sino que lo reforzaron. La casta terrateniente y militar de los junkers apoyó la estrategia modernizante de Federico II, en la medida en que le convenía respecto de la consolidación de su poder sobre los campesinos. Por eso, tampoco debe confundirse este proceso con una fuerza de modernización genuina: la intervención mercantilista del Estado era una característica feudal que consolidó una estructura social y económica feudal agraria. Tal vez convendría, si de rastrear el inicio de la industrialización se trata, tomar nota de que existía, en Alemania, una larga tradición protoindustrial. En efecto, desde el siglo XVI, en varias áreas rurales, se había acrecentando la producción vinculada con la exportación, desde el sistema domiciliario. Esta actividad se incrementó a lo largo del siglo XVIII, consolidando las industrias metalúrgica y textil, cuyo aprovechamiento iba desde el consumo interno hasta la circulación en el extranjero. Para Barbero, la protoindustria contribuyó a crear condiciones favorables de diversas formas: previo al siglo XIX, existían regiones en Alemania – como Renania, Sajonia y Silesia- que producían bienes textiles y metalúrgicos. En cada una de ellas, se aumentó la acumulación de capital y el desarrollo de los circuitos comerciales al interior y exterior del territorio alemán (Barbero y otros, 2001: 158). Sin embargo, la transición hacia el sistema de fábrica, desde aquellos comienzos, tampoco fue automática. Por ejemplo, en Renania y Sajonia, la base protoindustrial permitió el salto y, en Silesia, el sector secundario tradicional no consiguió llevar a cabo la transición y acabó desapareciendo. Sucede que su industria textil, especializada en el lino y con niveles de producción internacionales, no pudo adaptarse a la competencia que

significó la reanudación del comercio - tras las guerras napoleónicas- y la llegada de hilados y tejidos desde Gran Bretaña. En esta falta de ajuste, confluyen factores ligados a una estructura social feudal que entorpecía el proceso y otros asociados al impacto negativo que, para el lino, significó la competencia con el algodón. En cambio, Renania recorrió un camino opuesto, en el que destacó su capacidad de competencia con la producción británica. Para desenvolverse de esa manera, tenía ventajas: estaba integrada al mercado mundial y con un sistema feudal debilitado tempranamente, en parte por la introducción de reformas institucionales de peso a partir de la invasión de Napoleón. Éstas permitieron una mayor apertura a la innovación y el desarrollo de un tipo de producción - la fabricación de bienes textiles de alto valor agregado- a partir de una forma de organización de la producción: mecanizando la industria de tejidos de algodón y utilizando hilados importados de Inglaterra. En definitiva, las diferencias en la trama regional que caracterizaron la producción secundaria alemana, previo al siglo XIX, también impactó en la centuria^7 de la industrialización, como se pone de manifiesto cuando recorremos el proceso hacia una periodización^8 del mismo. En ese sentido, las etapas de la industrialización alemana coinciden, a grandes rasgos, con las periodizaciones que la mayoría de los historiadores hacen del proceso político alemán en el siglo XIX.

La primera industrialización, 1780 - 1840

En las primeras décadas del siglo XIX, se dio una serie de cambios en Alemania, que se constituyeron en la referencia fundamental para el proceso industrializador que se aceleró a partir de los años ’40. En principio, vale destacar la remoción de los obstáculos de orden institucional y legal: con el alboroto causado, en parte, por la situación bélica vivida en los años napoleónicos, se alteraron las estructuras tradicionales - en especial, en el occidente- dando nacimiento a nuevas legislaciones con espíritu lejano al feudalismo. Por otro lado, la servidumbre rural fue perdiendo vigor como forma social característica y se liberalizó la actividad industrial, eliminándose los privilegios gremiales. Estas medidas, sin un efecto mensurable en el corto plazo, en el (^7) centuria : siglo. (^8) periodización : división de un proceso histórico en etapas diferenciables por algún aspecto significativo.

importancia. Entre 1834 y 1860, la tasa de crecimiento media anual fue del 6,3 %. Junto con la producción ferroviaria, la construcción naval se desarrolló de manera importante durante el período. De esta manera, la construcción de los medios de transporte arrastró a los otros sectores en el curso de la industrialización. Por todo ello, podemos concluir que se comenzó a asistir, a lo largo de la década del ’40, a un proceso que permite hablar, de manera más específica, de una revolución industrial en curso.

La Revolución Industrial, 1840 - 1870

A partir de la década de 1840, la modernización de la industria se aceleró, sobre todo gracias a la construcción de ferrocarriles, intensificada desde la década del ´30, y los eslabonamientos que esto generó. Aquéllos permitieron la baja en el costo del transporte, la integración del mercado interno – complementada con otras vías de comunicación- y el transporte masivo de larga distancia del carbón. Así, se sumaron a la masificación de la máquina de vapor y al desarrollo industrial y, en términos generales, lograron la expansión y modernización de la industria siderúrgica y mecánica que a partir de allí lideró el proceso. Esto se vio favorecido por la disponibilidad de yacimientos de hierro y carbón que poseía el territorio alemán. Desde los años ’40, la principal zona productora de hierro y carbón fue la cuenca del Ruhr, en la región de Renania-Westfalia, que no casualmente se transformó en la principal región industrial del continente. Allí se expandió la industria siderúrgica con el desarrollo de las primeras empresas que produjeron procesos de concentración. Las industrias pesadas impulsaron el desarrollo económico alemán. La industria química se vio como un sector con peso desde 1860 y se basó en los yacimientos de sal y potasa de la Sajonia prusiana. A ello se sumó la existencia de una importante red de institutos técnicos, que formó muy buenos químicos capaces de desarrollar nuevos métodos de producción que se impusieron en la fabricación de tintes y fertilizantes agrícolas. La educación tuvo un protagonismo esencial. También desde la década del ‘60 se empezaron a adoptar nuevos métodos para la producción de acero: el proceso ‘Bessemer’ (que produjo una reducción de costos), los altos hornos Siemens-Martin (que posibilitaron elevar la calidad) y, posteriormente, el proceso ‘Gilchrist Thomas’, que permitió incorporar hierro con alto contenido de fósforo, lo que amplió las reservas de materia prima. A partir de entonces, el crecimiento espectacular de la producción de acero y la reducción de su precio

posibilitaron que se utilizara para la construcción de barcos y ferrocarriles. Gran parte de estos procesos se dieron a partir de 1870, en el marco de lo que se ha llamado la “industrialización madura”.

La industrialización madura (1870-1914)

Esta última fase fue la de mayor expansión económica y el período en el que Alemania superó definitivamente sus condiciones de atraso relativo. Gracias a la actividad industrial, entre 1873 y 1914, el producto bruto interno de Alemania se multiplicó por tres, con las mayores tasas de crecimiento desde 1890. Ello fue consecuencia del impacto de la depresión económica, mencionada en el contexto general, que se extendió entre 1873 y 1895. Se vivió, en estos años, un acentuado crecimiento demográfico: la población aumentó más de 20 millones en treinta años, más una marcada urbanización de la población, que pasó de vivir en un 60% en áreas rurales, para la década del ’70, a dar vuelta esa ecuación y ser en un 60,1% urbana en los primeros pasos del siglo XX. Esto hizo, a su vez, que entre 1873 y 1814 la participación de la industria en el producto total pasara de un tercio a la mitad y la tasa de crecimiento anual de la producción industrial fuera del 3,7%. Todos éstos son datos que muestran una actividad ya consolidada. Sin embargo, hasta la década previa a la Primera Guerra Mundial, las industrias productoras de bienes de capital resultaron más efectivas que las de bienes de consumo, más allá del crecimiento demográfico y el proceso de industrialización. Por otro lado, 1871 fue el año de la unificación política, con la conformación del II Reich , que vino a sumarse al Zollverein. Este proceso, de amplio impacto para la economía alemana, tanto como para el continente europeo, fue liderado por un militar, Otto von Bismarck. Desde un territorio en particular, Prusia, aquél logró articular el archipiélago de territorios germanos en torno de un proyecto nacional que modificó el mapa de Europa de manera perdurable. A partir de esta transformación, el Estado se colocó como centro propulsor de la industrialización de una manera inédita. Posiblemente sea esto, el importante papel del Estado en Alemania, la mayor especificidad que este proceso trajo consigo. Volvemos, una vez más, sobre la tortuga que ganó la ‘carrera’: casi todo el debate académico sobre Alemania ha sido en torno a la excepcionalidad de su caso y a cuánto de ésta - si es que la hay- se debió al Estado y su vigorosa acción. Se ha llegado, incluso, a poner en

penetración en los mercados externos, el Estado alemán encontró una manera directa de contribuir a la promoción de las exportaciones industriales. De todos modos, vale caracterizar esta secuencia como una industrialización ‘desde arriba’, en un escenario de relaciones sociales que no se modernizarían a la par y permitirían la permanencia de una antigua aristocracia agraria, los mentados junkers , en directa relación con un Estado autócrata^12 , reaccionario^13 y militarista. De hecho, el expansionismo militar proporcionaba un aliciente y una base para la alianza gobierno- junkers - industria. Capitalismo avanzado y liberalismo político no fueron aquí de la mano. El aliciente estatal concentrado en la industria pesada resultó de especial conveniencia. Ésta necesitaba mercados sólidos y el Estado era el que debía garantizárselos. Si la Carta Arancelaria - normativa doméstica- les aseguró la plaza interna, la conquista de mercados externos y la posibilidad de una salida para el excedente productivo de la industria pesada también era responsabilidad del Estado. Por otro lado, dicha convergencia entre política y economía llevó a Bismarck a aplicar políticas de reforma y bienestar social de las que no podía ser menos que renuente en cualquier otro contexto. Fundamentos imperialistas se observan en este proceso. La estrategia estatal de ingresar en el concierto mundial y competir a nivel internacional, tanto en el aspecto militar como económico, promovió a la industria alemana. El colonialismo fue así el corolario de la política expansiva económica, tanto de la burguesía como del Estado.

La vía alemana y una respuesta al pensamiento británico

Resulta de interés detenernos brevemente en el pensamiento económico alemán y cómo se desplegó dentro de las especificidades del país. Ante todo, hay que notar que las relaciones no fueron de tipo mecánico y el Estado bismarckiano no determinó en sí un pensamiento económico distinto al de los autores liberales británicos como Smith o Ricardo, así como tampoco la academia alemana fue la que instauró al Estado en la (^12) autócrata : gobernado por una sola persona, que concentra en sus manos todos los poderes, sin limitación legal, y funda su autoridad en su fuerza y su voluntad. (^13) reaccionario : que tiende al retroceso, la represión y el autoritarismo. Que resiste transformaciones o cambios en la estructura sociopolítica de una nación.

industrialización alemana. Sin embargo, existió una urdimbre entre el desarrollo del caso alemán y un pensamiento económico alternativo al liberalismo clásico. La filosofía germana del siglo XIX tuvo al Estado en un lugar de peso (en especial con las formulaciones hegelianas^14 sobre el curso de la historia y el fin superior del Estado burgués). En este marco amplio de pensamiento, los economistas comenzaron a sostener que el individuo existía para el Estado y no éste para el individuo, como creían los economistas británicos (Gailbrath, 1991: 107-108). Autores emblemáticos^15 como Adam Müller y Georg Friedrich List consideraban que, a lo largo del lapso breve de la vida humana, el Estado resultaba un puente sólido entre el presente y el futuro. Una estructura donde los individuos debían descansar, incluso cediendo parte de sus voluntades. Fue el segundo de ellos quien más impacto produjo en sus formulaciones, no exento de polémicas y persecuciones. En los términos centrales de su propuesta, List describía la vida económica no como una situación estática sino como un proceso continuo dividido en etapas. El Estado era fundamental en el tránsito desde las etapas primitivas hasta las más recientes, al combinar adecuadamente las actividades agrícolas, las manufactureras y las comerciales. Dicha labor, según List, no se desprendía del análisis de Adam Smith y resultaba en una crítica fundamental a éste. List proponía el proteccionismo como herramienta fundamental en algunas de las etapas del desarrollo económico. El arancel proteccionista era un instrumento primario en la adaptación al cambio, en algunas partes del tránsito hacia la maduración: sin ser útil para los países que atravesaban etapas primitivas o finales, sí lo era para aquellas naciones que, contando con los recursos naturales y humanos necesarios, intentaban pegar el salto. El librecambio podía servir para Gran Bretaña, pero no para Alemania, necesitada de un Estado fuerte y proteccionista. Dichos argumentos resonaron en la época y sus ecos llegaron hasta Norteamérica y Francia, que miraron con desconfianza la fe británica en el librecambio. El éxito de este pensador, en su época, contrastó con el silencio que, sobre sus postulados, existe hoy en ámbitos académicos o de divulgación. Es fácil imaginar por qué, en las últimas décadas de la oscuridad neoliberal, estas voces que - desde muy temprano- clamaron por el protagonismo del Estado en la economía, fueron ocultadas. (^14) hegelianas : de Hegel (1770-1831), filósofo alemán que influyó en el pensamiento de Marx (especialmente la noción de dialéctica). (^15) emblemáticos : figuras u objetos que se toman convencionalmente como representativos de algo.

Conclusiones

El caso alemán debe ser leído como un ejemplo de industrialización tardía de los países de la primera oleada, pero con un éxito importante y especificidades que hacen difícil hablar de un modelo de imitación de casos como el británico o el norteamericano. No obstante, la influencia de factores exógenos resultó de una relevancia innegable. Los cambios en el occidente alemán se aceleraron por la presencia del ejército napoleónico en franca expansión, y el oriente también reaccionó a la presencia del invasor teñido de ideas liberales. Por otro lado, la influencia de la industrialización británica tampoco es de descartar en el ámbito de la introducción de máquinas, matrices, o técnicos con un capital intelectual valioso. Junto con esto, también hay datos del propio desarrollo nacional que fueron importantes y que, de pensarse una narración base, no pueden descartarse: la unificación aduanera y su posterior unificación política resaltan como los cambios fundamentales. Pero también debe seguirse el Estado como clave para entender gran parte del éxito del proceso. No sólo nos referimos, en el capítulo, a las políticas arancelarias y proteccionistas en general que aumentaron a partir de la década de 1870, sino a la famosa reforma educativa alemana y la promoción de la educación científica. No se debe olvidar, como ha sido señalado, el carácter especial del Estado bismarckiano: autócrata, autoritario, reñido con ideales clásicos del liberalismo; pero, por otro lado, articulador de políticas sociales de avanzada, que han permitido encontrar - a muchos historiadores- pistas para desentrañar lo que, décadas después, sería el Estado Benefactor^16. Pero esa es otra historia. (^16) Estado Benefactor : Estado considerado responsable del progreso social de la población. Su etapa de expansión es después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se pone en marcha - en los países occidentales- un sistema de solidaridad social que apunta a compensar las injusticias del capitalismo.