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La formación del canon del Nuevo Testamento, Apuntes de Religión

Este documento analiza los criterios que utilizó la iglesia para establecer el canon del nuevo testamento en los primeros siglos del cristianismo. Se exploran tres criterios principales: la conformidad del contenido con la regla de la fe, la apostolicidad de los escritos y la aceptación y uso común de los mismos en las iglesias. También se discute la cuestión de la inspiración divina de los textos, que no se consideraba el criterio fundamental para la canonización. El documento proporciona una visión detallada del proceso histórico y teológico que llevó a la definición del canon bíblico cristiano, lo cual es fundamental para comprender la evolución del cristianismo primitivo y sus debates doctrinales.

Tipo: Apuntes

2018/2019

Subido el 02/12/2022

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Ecuménicos
Segundo Tiberio Castillo Aguirre
Inmaculada concesión
Seminario bíblico
Tumaco
2022
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Ecuménicos Segundo Tiberio Castillo Aguirre Inmaculada concesión Seminario bíblico Tumaco 2022

Ecuménicos Segundo Tiberio Castillo Aguirre Para: Gustavo Ceballos Quiñones Inmaculada concesión Seminario bíblico Tumaco 2022

¿Cuáles fueron los criterios que impulsaron a la Iglesia a establecer el canon del Nuevo Testamento, ya fuera como reacción explícita contra Marción, ya como proceso espontáneo que al menos se consolidó, impulsó y aceleró por el ejemplo de este heresiarca? Debemos tener en cuenta, una vez más, que los posibles criterios que sirvieron a la Iglesia para constituir su canon tampoco aparecen explícitamente en ningún escrito del siglo II. Autores eclesiásticos posteriores nos indican de vez en cuando cuáles pudieron ser esos criterios. De nuevo, la Gran Iglesia guardó silencio sobre tema tan fundamental. Los criterios más citados, en diferentes tiempos y lugares, son tres:

Primer Criterio:

El primero era la conformidad del contenido de un pretendido escrito sagrado con lo que se llamaba la regla de la fe, o canon de la fe (antes mencionado), es decir, la congruencia teológica del contenido de un escrito con pretensiones de «santo» con lo que la tradición del común de los grupos cristianos consideraba como «normativo» o comúnmente aceptado por la inmensa mayoría de las iglesias. La regla de la fe era la suma de las ideas teológicas que eran patrimonio común de las iglesias: el más rígido monoteísmo; aceptación de la creación del mundo por parte de ese Dios único; fe en Jesús como divino de algún modo, por ejemplo, como manifestación de la Sabiduría divina, redentor único de la humanidad por su encarnación; fe en sus milagros; creencia en la existencia del pecado y su inductor, Satanás, que fomenta la transgresión para alienar al ser humano respecto a Dios; fe en la renovación del mundo por parte de la divinidad como sentido final de la historia; inhabitación del Espíritu en el hombre; el amor como mandamiento supremo; creencia en el juicio final divino con sus premios y castigos

Segundo Criterio:

El segundo criterio fue el de la apostolicidad, es decir, si el escrito provenía directa o indirectamente de los apóstoles. La Gran Iglesia no fue aquí nada crítica y admitió la tradición sobre los autores de evangelios y cartas que se iba difundiendo.

.Tercer Criterio:

El tercero consistía en la aceptación común y el uso continuo de tal o cual escrito en las iglesias, sobre todo su uso como lectura sagrada en las asambleas litúrgicas..Estos tres criterios se fueron afianzando durante el siglo II y han continuado como tales hasta hoy, sin ser contestados. La aplicación concreta de ellos dependió de eventos puramente históricos, por ejemplo, la influencia de los escritos de algún obispo determinado que recomendaba tales o cuales libros, o la práctica de una Iglesia boyante que influía en las demás.A más de un lector se le habrá ocurrido preguntarse por qué no se ha mencionado el criterio de la inspiración como norma para declarar sagrado a alguno de los escritos cristianos primitivos. Hoy día, hablar de escritos canónicos es casi lo mismo que decir «textos inspirados». En la Antigüedad que nos afecta, sin embargo, no era así. Aunque es verdad que los escritores eclesiásticos estaban de acuerdo en considerar que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento estaban inspirados por el Espíritu Santo, no consideraron precisamente la inspiración como el motivo y fundamento de ese rango único y especialísimo en el que situaban tales escritos. Y por una razón: la inspiración que adscribían a las Escrituras era sólo una faceta de la actividad que ejercía el Espíritu Santo en tantos y tantos aspectos de la vida de la Iglesia. Muchos escritores eclesiásticos se consideraban a sí mismos como inspirados, o pensaban que otros lo estaban, por ejemplo, san Agustín respecto a san Jerónimo (Epístola 82,2). De este modo, el vocablo que el Nuevo Testamento utiliza en 2 Timoteo 3,16 para afirmar que el Antiguo Testamento está divinamente inspirado (theópneustos en griego) es el mismo que emplea Gregorio de Nisa para sostener que el comentario de su hermano Basilio sobre los seis días de la creación está también inspirado. Igualmente Atanasio de Alejandría, que ejerció gran influencia en la constitución del canon del Nuevo Testamento con la publicación de su lista en su Carta Festal 39, distingue entre escritos igualmente inspirados, por ejemplo, el apócrifo 3 Esdras, y el canónico Esdras. Por tanto, si todos los escritos que los antiguos cristianos consideraban «inspirados» hubieran entrado en el canon del Nuevo Testamento, éste habría sido inmenso e inabarcable. Al contrario, la utilización de la etiqueta «no inspirado» sí nos indicaría que un escrito en cuestión no está en el canon. Mientras que los Padres de la Iglesia utilizan una y otra vez, ciertamente a partir del siglo IV, el concepto de «inspirado» para referirse a los escritos canónicos, es muy raro que los textos que no pertenecen a ese canon sean designados expresamente como «no inspirados». Esta expresión se reserva solamente para los falsos o apócrifos, mientras que rara vez designan a un escrito ortodoxo —aunque no canónico—.