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Este documento analiza la evolución del mundo desarrollado y el imperialismo durante el período comprendido entre 1875 y 1914, conocido como la 'era del imperio'. Aborda temas como la concentración del capital, el crecimiento de las grandes empresas, el retroceso del mercado de libre competencia y la aplicación de métodos científicos a la organización y los cálculos económicos. También se examina cómo el dominio de los países 'avanzados' sobre los 'atrasados' dio lugar a un mundo imperialista, con la 'occidentalización' de las élites potenciales del mundo dependiente. Además, se analiza el papel de los movimientos nacionalistas, el crecimiento de la clase media y los cambios en el papel de la mujer durante este período. Una visión general de las transformaciones económicas, sociales y políticas que tuvieron lugar en el mundo desarrollado y su impacto en el resto del mundo durante la era del imperio.
Tipo: Resúmenes
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Eric John Ernest Hobsbawm. La era del imperio: 1875-1914. La revolución centenaria 1 - Los centenarios son una invención de finales del siglo XIX. En primer lugar, se conocían todas las regiones del mundo. Gracias al ferrocarril y a los barcos de vapor, los viajes intercontinentales y transcontinentales se habían reducido a cuestión de semanas en lugar de meses excepto en África, Asia continental y algunas zonas del interior de Sudamérica. El telégrafo eléctrico permitía el intercambio de información por todo el planeta en sólo unas pocas horas. En consecuencia un numero mucho mayor de hombres se vieron en situación de poder viajar y comunicarse en largas distancias con mucho mayor facilidad. Al mismo tiempo, era un mundo mucho más densamente poblado. El núcleo más importante de la población mundial estaba formado por asiáticos, el siguiente núcleo formado por los europeos. Ahora bien, mientras que el mundo se ampliaba demográficamente, se reducía desde el punto de vista geográfico y al mismo tiempo sufría una división. En el decenio de 1780, existían regiones ricas y pobres, un abismo importante separaba a la gran zona donde se habían asentado tradicionalmente las sociedades de clase, de las regiones situadas al norte y al sur de aquélla, en el seno de esa zona que se extendía desde Japón hasta América las disparidades no parecían insuperables. En el siglo XIX se amplió la distancia entre los países occidentales, base de la revolución económica y el resto, primero lentamente y luego con creciente rapidez. La tecnología era una de las causas fundamentales de ese abismo. Era cada vez más evidente que los países más pobres y atrasados podían ser fácilmente derrotados y conquistados, debido a la inferioridad técnica de su armamento. La revolución industrial, que afectó al arte de la guerra inclinó todavía más la balanza a favor del mundo “avanzado” con la aparición de los explosivos, las ametralladoras y el transporte en barcos de vapor. Así pues, en 1880 no nos encontramos ante un mundo único sino frente a dos sectores distintos: los desarrollados y los atrasados, los dominantes y los dependientes, los ricos y los pobres. El primero de esos mundos se hallaba unido por la historia y por ser el centro de desarrollo capitalista, el segundo sector del mundo no estaba unido ni por la historia ni por la cultura. Si era innegable la existencia de dos sectores diferentes en el mundo, las fronteras entre ambos no eran definidas. “Europa” incluía las regiones meridionales, pero que desde el siglo XVI estaban estancadas, en especial las penínsulas italiana e ibérica. Incluía también una amplia zona fronteriza oriental. En consecuencia, amplias zonas de “Europa” se hallaban en los límites del núcleo de desarrollo capitalista y de la sociedad burguesa. En Rusia la cuestión era mucho más profunda, pues prácticamente toda la zona situada entre Bielorrusia y Ucrania y la costa de Pacífico estaban plenamente alejada de la sociedad burguesa. Rusia era un país atrasado, aunque sus gobernantes miraban sistemáticamente hacia Occidente desde hacia dos siglos y habían adquirido el control sobre Finlandia, los Países del Báltico y algunas zonas de Polonia. Pero desde el punto de vista económico, Rusia Formaba parte de “Occidente”. En el otro extremo de Europa, Portugal era un país reducido, débil y atrasado, una semicolonia inglesa con muy escaso desarrollo económico. Era meramente un gran imperio colonial en virtud de su historia. Conservaba su imperio africano. En el decenio de 1880, Europa no solo era el núcleo original del desarrollo capitalista que estaba dominando y transformando el mundo, sino con mucho el componente más importante de la economía mundial y de la sociedad burguesa. El Viejo Continente, a pesar de los millones de personas que de él salieron hacia otros nuevos mundos, creció más rápidamente y atrasó, prácticamente a todo el “segundo mundo” inmerso en su zona de independencia a excepción de Japón. Esa dependencia, la imposibilidad de mantenerse al margen del comercio y la tecnología de Occidente, situó a unas sociedades víctimas de la historia del siglo XIX. Básicamente, todos esos países estaban a merced de los barcos procedentes del extranjero frente a los cuales se hallaban indefensos y que transformaba su universo. El mundo “desarrollado” seguía siendo agrícola. Sólo en seis países europeos la agricultura no empleaba a la mayoría: Bélgica, el Reino Unido, Francia, Alemania, los Países Bajos y Suiza.
Por el contrario la industria no existía únicamente en el primer mundo. Una parte de la industria del siglo XIX de tipo occidental tendió a desarrollarse modestamente en países dependientes como la India. Se trataba fundamentalmente de una industria textil y de procesado de alimentos. Mientras tanto, la pequeña producción a cargo de familias de artesanos siguió siendo característica tanto del mundo “desarrollado” como de una gran parte del mundo dependiente. Esa industria no tardaría en entrar en un período de crisis, al enfrentarse con la competencia de las fábricas y de la distribución moderna. Podemos afirmar también que el mundo “avanzado” era un mundo en rápido proceso de urbanización y en algunos casos era un mundo de ciudadanos a una escala sin precedentes. En 1890, el conjunto de la población se había multiplicado por seis. Tres nuevas ciudades se habían añadido a Londres en la lista de las urbes que sobrepasaban el millón de habitantes (París, Berlín y Viena). 2 Si es difícil resumir las diferencias económicas entre los dos sectores del mundo no lo es menos resumir las diferencias políticas que existían entre ambos. Un país “avanzado” tenía que ser un Estado territorial más o menos homogéneo, soberano y lo bastante extenso como para proveer la base de un desarrollo económico nacional. Tenía que poseer un conjunto de instituciones políticas y legales de carácter liberal y representativo, tenía que poseer un grado suficiente de autonomía e iniciativa local. Debía estar formado por “ciudadanos” que disfrutaban de una serie de derechos legales y políticos básicos. Sus relaciones con el Gobierno nacional tenían que ser directas. En una gran parte del mundo no desarrollado no existían. Estados de este tipo ni de ningún otro. Se extendían las posesiones de las potencias europeas. Otros sectores de ese mundo no desarrollado estaban formados por imperios muy antiguos como el chino, el persa y el turco. Hacia 1875 sólo había 17 Estados soberanos en Europa (incluyendo las seis “potencias”), el Reino Unido, Francia, Alemania, Rusia, Austria-Hungría e Italia, 19 en el continente americano (incluyendo una “gran potencia”, los Estados Unidos), cuatro o cinco en Asia (Japón, China y Persia) y tal vez otros tres marginales en África (Marruecos, Etiopía y Liberia). Prácticamente todos esos Estados eran monarquías, la mayor parte de ellas eran monarquías constitucionales. No obstante, aparte de Suiza, Francia, los Estados Unidos y tal vez Dinamarca, ninguno de los Estados representativos tenía como base el sufragio democrático. En cuanto a la población del mundo “desarrollado”: el principio de que las personas eran libres e iguales ante la ley. La servidumbre legal no existía ya en ningún país europeo. Sin embargo, en el mundo “desarrollado” era el dinero o la falta de él lo que determinaba la distribución de todos los privilegios, salvo el de la exclusividad social. Los ricos y poderosos eran únicamente más influyentes desde el punto de vista político y podían ejercer una notable presión más allá de lo legal. La distinción más notable entre los dos sectores del mundo era cultural en el sentido más amplio de la palabra. En 1880, el mundo “desarrollado” estaba formado por países o regiones en los que la mayoría de la población masculina y la femenina era culta. Las ciudades con una población predominantemente inculta, como sucedía en gran parte del “tercer mundo”, eran un índice aún más claro de atraso. Por otra parte, ese hecho reflejaba también el desarrollo económico y las divisiones sociales del trabajo. El analfabetismo en las personas dedicadas al comercio era la mitad del que existía entres los obreros, siendo los funcionarios, y los miembros de las profesiones liberales los sectores más cultos de la población. La educación a escala masiva, asegurada en esta época en los países desarrollados gracias a la extensión de la educación primaria por impulso del Estado. Es también cierto que la mayor parte de los países más “avanzados” entre los “desarrollados” cambiaron en parte, adaptando la herencia de un pasado antiguo y “atrasado”, pese a que en su seno había estratos y sectores de la sociedad que se resistían al cambio. Lo que más habría impresionado a un observador habría sido la linealidad de ese cambio. El progreso era especialmente evidente en la tecnología y el incremento de la producción material y de la comunicación. La maquinaria moderna utilizaba como fuente de energía casi exclusivamente el vapor. El carbón había pasado a ser la fuente más importante de energía industrial. Las nuevas fuentes energéticas, la electricidad y el petróleo, no tenían todavía gran importancia.
tarifas proteccionistas, a finales del decenio de 1870, pasaron a ser un elemento permanente en el escenario económico internacional. De todos los grandes países industriales, sólo el Reino Unido defendía la libertad de comercio sin restricciones. Las razones eran que el Reino Unido era el exportador más importante de productos industriales, además era el mayor exportador de capital, de servicios financieros y comerciales y de servicios de transporte. El Reino Unido continuó mostrándose partidario del liberalismo económico y al actuar así otorgó a los países proteccionistas la libertad de controlar sus mercados internos y de impulsar sus exportaciones. En el siglo XIX, el núcleo fundamental del capitalismo lo constituían las “economías nacionales”: el Reino Unido, Alemania, Estados Unidos, etc. Sean cuales fueren los orígenes de la “economías nacionales” que constituían esos bloques las economías nacionales existían por que existían las naciones-Estado. Estas observaciones se refieren fundamentalmente al sector “desarrollado” del mundo, es decir, a los Estados capaces de defender de la competencia a sus economías en proceso de industrialización y no al resto del planeta, cuyas economías eran dependientes. Pero el mundo desarrollado no era tan sólo un agregado de “economía nacionales”. La industrialización y la depresión hicieron de ellas un grupo de economías rivales, donde los beneficios de una parecían amenazar la posición de las otras. Pero ¿Cuáles fueron las consecuencias de este proteccionismo? Podemos aceptar como cierto que un exceso de proteccionismo es perjudicial para el crecimiento económico mundial. Pero en 1880-1914, el proteccionismo no era general ni tampoco excesivamente riguroso, quedó limitado a los bienes de consumo y no afectó al movimiento de mano de obra y a las transacciones financieras internacionales. El proteccionismo agrícola funcionó en Francia, fracasó en Italia. El proteccionismo industrial impulsó a las industrias nacionales a abastecer los mercados domésticos. Ante la depresión, la respuesta económica más significativa del capitalismo radicó en la combinación de la concentración económica norteamericana, los “trusts” y “la gestión científica”. Mediante la aplicación de estos dos tipos de medidas, se intentaba ampliar el beneficio. Entre las diferentes soluciones para solventar los problemas del capitalismo, caben destacar las siguientes: 1.- El control del mercado y la eliminación de la competencia sólo eran un aspecto de un proceso más general de concentración capitalista y no fueron ni universales ni irreversibles. La concentración avanzó a expensas de la competencia de mercado, las corporaciones a expensas de las empresas privadas, los grandes negocios y grandes empresas a expensas de las más pequeñas y que esa concentración implicó una tendencia hacia el oligopolio. 2.- La “gestión científica” fue fruto del período de la gran depresión. La presión sobre los beneficios en el período de la depresión sugirió que los métodos tradicionales de organizar las empresas y en especial la producción, no eran ya adecuados. Surgió la necesidad de una forma “científica” de controlar y programar las empresas grandes, sacando mayor rendimiento a los trabajadores. Ese objetivo se alcanzó mediante tres métodos fundamentales: a) aislando a cada trabajador del resto del grupo y transfiriendo el control del proceso productivo a los representantes de la dirección, b) descomponiendo cada proceso en elementos componentes cronometrados y c) sistemas distintos de pago de salario que supusieran para el trabajador un incentivo para producir más. 3.- Una tercera posibilidad para solucionar los problemas del capitalismo: el imperialismo. La búsqueda de nuevos mercados, contribuyó a impulsar la política de expansión, que incluía la conquista colonial. Un resultado final, o efecto secundario, de la gran depresión fue la gran agitación social, no sólo entre los agricultores, sino también entre las clases obreras. Desde finales del decenio de 1880, la aparición de movimientos obreros y socialistas de masas en algunos de ellos. Los modernos movimientos obreros son también hijos del período de la depresión. 2
Desde mediados del decenio de 1890 hasta la primera guerra mundial se conoce todavía en el continente europeo como la belle époque. El paso de la preocupación a la euforia fue tan súbito y dramático que buscaban alguna fuerza externa para explicarlo y que encontraron en el descubrimiento de enormes depósitos de oro en Sudáfrica. El contraste entre la gran depresión y el boom secular posterior constituyó la base de las primeras especulaciones sobre las “ondas largas” en el desarrollo del capitalismo mundial. Dos aspectos del período: la redistribución del poder y la iniciativa económica, estos problemas, son secundarios desde el punto de vista de la economía mundial. Como cuestión de principio, no es sorprendente que Alemania y los Estados Unidos, superaran al Reino Unido. Las exportaciones alemanas de productos manufacturados superaron a las del Reino Unido en toda la línea. El rápido incremento de los salarios reales, característico del período de la gran depresión, disminuyó notablemente. En Francia y el Reino Unido hubo incluso un descenso de los salarios reales entre 1899 y
El núcleo de países industriales constituía ahora una masa productiva ingente y en rápido crecimiento y ampliación en el centro de la economía mundial. Incluían no sólo los núcleos grandes sino también un nuevo conjunto de regiones en proceso de industrialización: Escandinavia, los Países Bajos, el norte de Italia, Hungría, Rusia e incluso Japón. Constituían también una masa cada vez más impresionante de compradores de los productos y servicios del mundo: un conjunto que vivía cada vez más de las compras. Además, gracias al descenso de los precios que se había producido durante el período de la depresión, esos consumidores disponían de mucho más dinero que antes para gastar, incluso entre los pobres. La industria de la publicidad, que se desarrolló en este período, los tomó como punto de mira. La venta a plazos permitió que los sectores con escasos recursos pudieran comprar productos de alto precio. Así pues, estos países constituían el núcleo central de la economía mundial. En conjunto formaban el 80% del mercado internacional. Más aún, determinaban el desarrollo del resto del mundo. 3 ¿Cómo resumir lo que fue la economía mundial durante la era del imperio? 1.- En primer lugar, su base geográfica era mucho más amplia que antes. El sector industrial, en proceso de industralización, se amplió, en Europa mediante la revolución industrial que conocieron Rusia y otros países como Suecia y los Países Bajos, fuera de Europa, por los acontecimientos que tenían lugar en Norteamérica y, en cierta medida, en Japón. El mercado internacional de materias primas se amplió, lo cual implicó también el desarrollo de las zonas dedicadas a su producción. Como ya se ha señalado, la economía mundial era, pues, mucho más plural que antes. El Reino Unido dejó de ser el único país totalmente industrializado y la única economía industrial. Ese pluralismo creciente de la economía mundial quedo enmascarado hasta cierto punto por la dependencia de los servicios financieros, comerciales y navieros con respecto al Reino Unido. Por otra parte, la enorme importancia de las inversiones británicas en el extranjero y su marina mercante, reforzaban aún más la posición central del país en una economía mundial. 2.- Ese pluralismo reforzó por el momento la posición central del Reino Unido. Era el Reino Unido el país que restablecía el equilibrio global importando mayor cantidad de productos manufacturados de sus rivales. El relativo declive industrial del Reino Unido reforzó, pues, su posición financiera y su riqueza. 3.- La tercera característica de la economía mundial es la revolución tecnológica. Fue en este período cuando se incorporaron a la vida moderna el teléfono y la telegrafía sin hilos, el fonógrafo y el cine, el automóvil y el aeroplano, y cuando se aplicaron a la vida doméstica la ciencia y la alta tecnología. Para los contemporáneos, la gran innovación consistió en actualizar la primera revolución industrial mediante una serie de perfeccionamientos en la tecnología del vapor y del hierro por medio del acero y las turbinas.
Taiwán. Estados Unidos, sus únicas anexiones directas fueron Puerto Rico y una estrecha franja del canal de Panamá. En Latinoamérica, la dominación económica y las presiones políticas necesarias se realizaban sin una conquista formal. Ciertamente, el continente americano fue la única gran región del planeta en la que no hubo una seria rivalidad entre las grandes potencias. Ese reparto del mundo entre un número reducido de Estados era la expresión de la progresiva división del globo en fuertes y débiles. Para los observadores se abría una nueva era de expansión nacional en la que era imposible separar elementos políticos y económicos y en la que el Estado desempeñaba un papel cada vez más activo, tanto en los asuntos domésticos como en el exterior. En efecto los emperadores y los imperios eran instituciones antiguas, pero el imperialismo era un fenómeno totalmente nuevo. Describir un fenómeno nuevo el “imperialismo”: es una actividad que habitualmente desaprueba y que por tanto, ha sido siempre practicada por otros. Definición algo peyorativa en el transcurrir del siglo. Las causas del imperialismo, según el análisis leninista, era que el nuevo imperialismo tenía sus raíces económicas en una nueva fase específica del capitalismo, que, entre otras cosas, conducía a “la división territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas” en una serie de colonias formales e informales y de esferas de influencia. Las rivalidades existentes entre los capitalistas, que fueron causa de esa división, engendraron también la primera guerra mundial. Los análisis no marxistas del imperialismo establecían conclusiones opuestas a las de los marxistas. Negaban la conexión específica entre el imperialismo de finales del siglo XIX y del siglo XX con el capitalismo en general y con la fase concreta del capitalismo. Negaban que el imperialismo tuviera raíces económicas importantes, que beneficiara económicamente a los países imperialistas y, asimismo, que la explotación de las zonas atrasadas fuera fundamental para el capitalismo y que hubiera tenido efectos negativos sobre las economías coloniales. Afirmaban que el imperialismo no desembocó en rivalidades insuperables entre las potencias imperialistas y que no había tenido consecuencias decisivas sobre el origen de la primera guerra mundial. Rechazando las explicaciones económicas, se concentraban en los aspectos psicológicos, ideológicos, culturales y políticos, aunque por lo general evitando cuidadosamente el terreno resbaladizo de la política interna. Con todo, si se puede establecer una conexión económica entre las tendencias del desarrollo económico en el núcleo capitalista del planeta en ese período y su expansión a la periferia. El acontecimiento más importante en el siglo XIX es la creación de una economía global con un tejido cada vez más denso de transacciones económicas, comunicaciones y movimiento de productos, dinero y seres humanos que vinculaba a los países desarrollados entre sí y con el mundo subdesarrollado. 1.- Esta red de transportes mucho más tupida posibilitó que incluso las zonas más atrasadas se incorporaran a la economía mundial. 2.- El desarrollo tecnológico dependía de materias primas que por razones climáticas o por los azares de la geología se encontraban exclusiva o muy abundantemente en lugares remotos: el petróleo, el caucho, el estaño y la demanda de metales preciosos y diamantes. 3.- Completamente aparte de las demandas de la nueva tecnología el crecimiento del consumo de masas en los países metropolitanos significó la rápida expansión del mercado de productos alimenticios, el mercado estaba dominado por los productos básicos de la zona templada, cereales y carne que se producían a muy bajo coste y en grandes cantidades. Pero también transformó el mercado de productos conocidos desde hacía mucho tiempo como productos coloniales: azúcar, té, café, cacao y sus derivados, frutas tropicales y subtropicales. Las plantaciones, explotaciones y granjas eran el segundo pilar de las economías imperiales. Los comerciantes y financieros metropolitanos eran el tercero. Estos acontecimientos no cambiaron la forma y las características de los países industrializados aunque crearon nuevas ramas de grandes negocios. Pero transformaron el resto del mundo en la medida en que lo convirtieron en un complejo de territorios coloniales y semicoloniales que progresivamente se convirtieron
en productores especializados de uno o dos productos básicos para exportarlos al mercado mundial, de cuya fortuna dependían por completo. La función de las colonias y de las dependencias no formales era la de complementar las economías de las metrópolis y no la de competir con ellas. Los territorios dependientes no tuvieron tanto éxito. Su interés económico residía en la combinación de recursos con una mano de obra barata y de coste muy bajo. Sin embargo, las oligarquías de terratenientes y comerciantes se beneficiaron durante el período de expansión secular de los productos de exportación de su región. No obstante, en tanto que la primera guerra mundial perturbó algunos de sus mercados, los productores dependientes quedaron al margen de ella. La importancia económica creciente de esas zonas, no explica por que los principales Estados industriales iniciaron una rápida carrera para dividir el mundo en colonias y esferas de influencia. El análisis antiimperialista difiere argumentalmente: 1.- La presión del capital para encontrar inversiones más favorables que las que se podían realizar en el interior del país, inversiones seguras que no sufrieran la competencia del capital extranjero, es el menos convincente. Se suponía que eran inversiones seguras, aunque no produjeran un elevado rendimiento. 2.- Un argumento general de más peso, la búsqueda de mercados. La convicción de que el problema de la “superproducción” del período de la gran depresión podía solucionarse a través de un gran impulso exportador era compartida por muchos. Los hombres de negocios dirigían su mirada, naturalmente, a las zonas sin explotar: China era una, mientras que África, el continente desconocido, era otra. Pero el factor fundamental de la situación económica general era el hecho de que una serie de economías desarrolladas experimentaban de forma simultánea la misma necesidad de encontrar nuevo: mercados. Intentaban conseguir territorios cuya propiedad situara a las empresas nacionales en una posición de monopolio. La consecuencia lógica fue el reparto de las zonas no ocupadas del tercer mundo. La motivación estratégica para la colonización era especialmente fuerte en el Reino Unido, con colonias muy antiguas perfectamente situadas para controlar el acceso a diferentes regiones terrestres y marítimas que se consideraban vitales para los intereses comerciales, o que, con el desarrollo del barco de vapor, podían convertirse en puertos de aprovisionamiento de carbón. Una vez que las potencias rivales comenzaron a dividirse el mapa de África u Oceanía, cada una de ellas intentó evitar que una porción excesiva pudiera ir a parar a manos de los demás, la adquisición de colonias se convirtió en un símbolo de status, con independencia de su valor real. En efecto, si las grandes potencias eran Estados que tenían colonias, los pequeños países, por así decirlo, “no tenían derecho a ellas”. 3.- Algunos historiadores han intentado explicar el imperialismo teniendo en cuenta factores fundamentalmente estratégicos. Han pretendido explicar la expansión británica en África como consecuencia de la necesidad de defender de posibles amenazas las rutas hacia la India y sus glacis marítimos y terrestres. Pero estos argumentos no eximen de un análisis económico presente en la ocupación de algunos territorios africanos, siendo en este sentido el caso más claro el de Sudáfrica. En segundo lugar, ignoran el hecho de que la India era la pieza esencial de la estrategia británica global. En definitiva, es imposible separar la política y la economía en una sociedad capitalista. La pretensión de explicar “el nuevo imperialismo” desde una óptica no económica es poco realista. En algunos casos, ante todo en Alemania, se ha apuntado como razón fundamental para el desarrollo del imperialismo “la primacía de la política interior”. Una política imperialista podía suponer beneficios, de forma directa o indirecta, para las masas descontentas, quizás sea la menos relevante. 4.- Mucho más relevante nos parece la práctica habitual de ofrecer a los votantes gloria en lugar de reformas costosas. De forma más general, el imperialismo estimuló a las masas y en especial a los elementos potencialmente descontentos, a identificarse con el Estado.
¿Qué influencia ejerció el mundo dependiente sobre los dominadores? La novedad del siglo XIX consistió en el hecho de que cada vez más y de forma más general se consideró a los pueblos no europeos y a sus sociedades como inferiores, indeseables, débiles y atrasados, incluso infantiles. Sin embargo, la densidad de la red de comunicaciones globales, la accesibilidad de los otros países, ya fuera directa o indirectamente, intensificó la confrontación y la mezcla de los mundos occidental y exótico. En la era imperialista su número se vio incrementado por aquellos escritores que deliberadamente decidieron convertirse en intermediarios entre ambos mundos. Esas muestras de mundos extraños eran ideológicas, por lo general reforzando el sentido de superioridad de los “civilizado” sobre lo “primitivo”. Pero había un aspecto más positivo de ese exotismo. Administradores y soldados con aficiones intelectuales meditaban profundamente sobre las diferencias entre sus sociedades y las que gobernaban. Realizaron importantísimos estudios. Ese trabajo era fruto y se basaba en buena medida en un firme sentimiento de superioridad. El imperialismo hizo que aumentara notablemente el interés occidental hacia diferentes formas de espiritualidad derivadas de Oriente. Hay que mencionar brevemente un aspecto final del imperialismo: su impacto sobre las clases dirigentes y medias de los países metropolitanos. Un puñado de hombres de las clases media y alta de esos países ejercían ese dominio de forma efectiva. El imperialismo también suscitó incertidumbres. En primer lugar enfrentó a una pequeña minoría de blancos con las masas de los negros, los oscuros. Estas eran las pesadillas que perturbaban el sueño de la belle époque. En ellas los ensueños imperialistas se mezclaban con los temores de la democracia. La política de la democracia 1 El período histórico que estudiamos comenzó la crisis de histeria internacional provocada por el efímero episodio de la Comuna de París en 1871 cuya supresión fue seguida de masacres de parisinos. Este episodio reflejaba un problema fundamental de la política de la sociedad burguesa: el de su democratización. La democracia es el gobierno de la masa del pueblo que, en conjunto, era pobre. El orden social se vio amenazado desde el momento en que le país real comenzó a penetrar en el reducto político del país, el país legal. Lo cierto es que a partir de 1870 se hizo evidente la democratización de la vida política de los Estados y era inevitable. Las masas acabarían apareciendo en el escenario político. Estos procesos eran contemplados sin entusiasmo por los gobiernos. Incluso Bismarck prefirió no corre riesgos en Prusia donde mantuvo un sistema de voto en tres clases. En los demás países, los políticos cedieron a la agitación y a la presión. Lo cierto es que entre 1880 y 1914 la mayor parte de los Estados occidentales tuvieron a la política democrática. La manipulación más descarada era todavía posible. Se conservaron elementos del sufragio censatario reforzados por la exigencia de una cualificación educativa. Las votaciones públicas podían suponer una presión para los votantes tímidos o simplemente prudentes, especialmente, cuando había señores poderosos y otros jefes que vigilaban el proceso. Por último, siempre existía la posibilidad del sabotaje puro y simple, dificultando el acceso a los censos electorales. Esos subterfugios podían retardar la democracia, pero no detener su avance. La consecuencia era la movilización política de las masas con el objetivo de presionar a los gobiernos nacionales. Ello implicaba la organización de movimientos y partidos de masas, la política de propaganda de masas y el desarrollo de los medios de comunicación de masas. Cada vez más, los políticos se veían obligados a apelar a un electorado masivo: incluso a hablar directamente a las masas. Pero como los gobernantes se envolvían en un manto de retórica, el análisis serio de la política quedó en el mundo de los intelectuales y de la minoría educada.
En lo sucesivo, cuando los hombres que gobernaban querían decir lo que realmente pensaban tenían que hacerlo en la oscuridad. Así, la era de la democratización se convirtió en la era de la hipocresía política pública. ¿Quiénes formaban las masas que se movilizaban? Existían clases formadas por estratos sociales situados hasta entonces por debajo del sistema político. La más destacada era la clase obrera. También, unos estratos intermedios de descontentos, era esta la pequeña burguesía tradicional, de maestros artesanos y pequeños tenderos, cuya posición se había visto socavada, por el avance de la economía capitalista, por la clase media baja. En la Europa central, los judíos podían ser identificados con el capitalismo además también con socialistas ateos. A partir del decenio de 1880, el antisemitismo se convirtió en un componente básico de los movimientos políticos. El campesinado, que en muchos países constituía todavía la gran mayoría de la población, a partir de 1880 los campesinos y granjeros se movilizaron como grupos económicos de presión. De cualquier forma, cuando el campesinado se movilizo bajo estandartes no agrarios se movilizaban también los cuerpos de ciudadanos unidos por lealtades como la religión o la nacionalidad. No obstante, la Iglesia apoyó generalmente a partidos conservadores o reaccionarios de diverso tipo y en las naciones católicas a los movimientos nacionalistas. Desde luego apoyaba a cualquiera frente, al socialismo y la revolución. Si la religión tenía un enorme potencial político, la identificación nacional era un agente movilizador igualmente extraordinario, la movilización política de masas no fue muy habitual. El partido de masas ideal consistía en un conjunto de organizaciones o ramas locales junto con un complejo de organizaciones para objetivos especiales pero integrados en un partido con objetivos políticos más amplios. En segundo lugar, los nuevos movimientos de masas eran ideológicos. La religión, el nacionalismo, la democracia, el socialismo y las ideologías precursoras del fascismo de entreguerras constituían el nexo de unión de las nuevas masas movilizadas. En tercer lugar, las movilizaciones de masas eran, a su manera globales. La política nacional en los países democratizados redujo el espacio de los partidos puramente regionales, La nueva política de masas se hizo cada vez más incompatible con el viejo sistema político, basado en una serie de individuos, poderosos e influyentes en la vida local conocidos como notables. Ahora era el partido el que hacía al notable. En definitiva, para quienes lo apoyaban, el partido o el movimiento les representaba y actuaba en su nombre. Las grandes revoluciones de nuestro siglo sustituirían a los viejos regímenes. Estados y clases gobernantes por partidos y movimientos institucionalizados y clases gobernantes por partidos y movimientos institucionalizados como sistemas de poder estatal. 2 La democratización progresaba sin apenas haber transformado la política. Pero se plantearon graves problemas a los gobernantes de los Estados. Se planteaba el problema de la existencia de los Estados. Se planteaba la supervivencia de la sociedad tal como estaba constituida frente a los movimientos de masas, deseosos de la revolución social. Esas amenazas parecían más peligrosas por la ineficacia de los parlamentos elegidos así como por la indudable corrupción de los sistemas políticos. La continuidad efectiva del gobierno y de la política estaba en manos de los funcionarios de la burocracia, permanentes. En cuanto a la corrupción, no era mayor que en el siglo XIX. La corrupción era más visible, pues los políticos aprovechaban su apoyo a los hombres de negocios o a otros intereses. Las clases más altas eran conscientes de los peligros de la democratización política y de la importancia de las masas. En la mayor parte de los Estados europeos con constituciones limitadas o derecho de voto restringido, la preeminencia política se eclipsó, en el curso de la década de 1870. Como consecuencia de la gran depresión. En los demás países la situación era más fácil de controlar. En realidad, el único desafío al sistema de los medios extraparlamentarios, y la insurrección desde abajo no sería tomado en consideración.
¿Consiguieron las sociedades políticas y las clases dirigentes de la Europa occidental controlar las movilizaciones de masas? Así ocurrió en general en el período anterior a 1914, con la excepción de Austria. El período transcurrido entre 1875 y 1914 y el que se extiende entre 1900 y 1914, fue de estabilidad política, a pesar de las alarmas y los problemas. Los movimientos que rechazaban el sistema eran engullidos por estos grandes movimientos socialistas. Cuando estalló la guerra en 1914, la mayor parte de ellos se vincularon con sus gobiernos y sus clases dirigentes. Los partidos socialistas que aceptaron la guerra lo hicieron sin entusiasmo y, fundamentalmente, porque temían ser abandonados por sus seguidores. Solo en los países donde no se identificaba el ciudadano pobre con la nación y el Estado, como en Italia, o donde ese esfuerzo no podía conocer el éxito, la gran masa de la población se mostró indiferente y hostil a la guerra en 1914. Dado el éxito de la interacción política, los regímenes sólo tenían que hacer frente al desafio inmediato de la acción directa. Por lo que respecta a los países más importantes de la sociedad burguesa, lo que destruyó la estabilidad de la belle époque fue la situación en Rusia, el Imperio de los Habsburgos y los Balcanes. Lo que hizo peligrosa la situación política del Reino Unido en los años anteriores a la guerra fue la división que surgió en las filas de la clase dirigente, esas crisis provocaron, en parte, la movilización de los trabajadores. En el período que transcurre entre 1880 y 1914, las clases dirigentes descubrieron que la democracia parlamentaria fue perfectamente compatible con la estabilidad política y económica de los regímenes capitalistas. ¿Cuántas democracias pervivían en la Europa de 1939? La democracia burguesa renació de sus cenizas en 1945 y desde entonces ha sido el sistema preferido de las sociedades capitalistas que pudieran permitirse un sistema tan ventajoso desde el punto de vista político. Pero este sistema sólo está vigente en algunos de los más de 150 Estados que constituyen las Naciones Unidas en estos años postreros del siglo XX, antes de la caída del muro de Berlín. Trabajadores del mundo 1 Con la ampliación del electorado, era inevitable que la mayor parte de los electores fueran pobres, inseguros, descontentos o todas esas cosas a un tiempo. Era inevitable que estuvieran dominados por su situación económica y social. Era el proletariado la clase que se estaba incrementando y cuya presencia se hacía cada vez más evidente. El número de los que recibían un salario, estaba aumentando. Existían trabajadores asalariados ya que las ciudades modernas necesitaban trabajos de construcción o servicios municipales, incluso en países fundamentalmente agrícolas los mercados urbanos se aprovisionaban de comida, gracias al trabajo de una mano de obra barata que trabajaba en establecimientos industriales. Pero donde el número de trabajadores se multiplicó es en los países donde la industrialización había comenzado en época temprana, en Europa, Norteamérica, Japón y algunas zonas de ultramar de colonización. Por otra parte, la agricultura tradicional de las regiones atrasadas no podía seguir proporcionando tierra para los posibles campesinos cuyo número se multiplicaba. Lo que deseaban la mayor parte de ellos cuando emigraban, “conquistar América”, en la esperanza de ganar lo suficiente, comprar alguna propiedad, una casa, y conseguir el respeto de sus vecinos. La mayor parte de ellos permanecían alimentando las cuadrillas de trabajadores de la construcción, de las minas y sus hijas y sus esposas trabajaban en el servicio doméstico. La producción mediante máquinas y en las fábricas afectó negativamente a los trabajadores que fabricaban la mayor parte de los bienes de consumó familiar en las ciudades por métodos artesanales, su número disminuyó también en la fuerza de trabajo. El número de proletarios se incrementó como consecuencia de la demanda de mano de obra. En todos los sitios donde lo permitía la política democrática comenzaron a aparecer partidos de masas basados en la clase trabajadora inspirados en su mayor parte del socialismo revolucionario y dirigidos por
hombres que creían en esa ideología. El proletariado estaba destinado a convertirse en la gran mayoría de la población. El proletariado estaba afiliándose a sus partidos. 2 El poder de los partidos obreros radicaba en la sencillez de sus planteamientos políticos. Representaban a esa clase en sus luchas contra los capitalistas y sus Estados y su objetivo era crear una nueva sociedad que comenzaría con la liberación de los trabajadores. Bastaba saber que todos los trabajadores tenían que integrarse en esos partidos o apoyarlos, pues la historia garantizaba su futura victoria. Pero prácticamente todos los observadores del panorama se mostraban de acuerdo en que “el proletariado” no era ni mucho menos una masa homogénea. Lo cierto es que las divisiones existentes en las masas, del “proletariado” impedían cualquier afirmación práctica de una conciencia de clase unificada. El proletariado clásico de la fábrica industrial moderna era muy diferente del grueso de los trabajadores manuales que trabajaban en pequeños talleres, así como también de la jungla laberíntica de los trabajadores asalariados que llenaban las ciudades y el campo. Además, no había sólo divisiones, sino también rivalidades entre grupos, cada uno de los cuales intentaba monopolizar un tipo de trabajo. Aparte de todas esas diferencias existían otras, de origen social, geográfico, de nacionalidad, lengua, cultura y religión, distanciados los trabajadores entre sí, eran útiles para los empresarios. Las diferencias de lengua, nacionalidad y religión no hicieron imposible la formación de una conciencia de clase unificada, especialmente cuando los grupos nacionales de trabajadores no competían entre sí. Solo plantearon grandes dificultades cuando esas diferencias expresaban profundos conflictos. La iglesia católica se vio obligada a formar, o cuando menos a tolerar, sindicatos obreros, incluso sindicatos católicos. El Reino Unido constituía la excepción (siempre que Irlanda constituyera un problema aparte), pues existía ya un fuerte sentimiento de clase y una organización de la clase obrera. La industrialización pionera de este país había permitido que un sindicalismo fundamentalmente descentralizado y formado en esencia por sindicatos de oficios, echara raíces en las industrias básicas del país. Entre 1867 y 1875, los sindicatos consiguieron un status legal y unos privilegios tan importantes que los empresarios y los gobiernos conservadores no consiguieron reducirlos o abolirlos hasta el decenio de 1890. Ese poder excepcional de la clase obrera crearía cada vez mayores problemas para la economía industrial británica. En los demás países, en general, solo existían sindicatos eficaces en los márgenes de la industria moderna, a gran escala, unido a las ideas nacionalistas. Otros dos sectores coincidentes con el sindicalismo: el transporte y los funcionarios públicos. Los empleados al servicio del Estado estaban excluidos de la organización obrera, lo cual retrasó notablemente la sindicalización de los ferrocarriles, que en muchos casos eran propiedad del Estado. Por contraste, el otro sector clave del transporte, el sector marítimo, sobre los que pivotaba toda la economía suponía que una huelga en los muelles tendía a convertirse en una huelga general del transporte con posibilidades de desembocar en una huelga general. En las grandes y cada vez más numerosas empresas del metal, la organización obrera se enfrentó con la gran factoría moderna, decidida a reducirlos a operarios semicualificados. En definitiva las clases obreras no eran homogéneas ni fáciles de unir en un solo grupo social coherente, incluso si dejamos al margen al proletariado agrícola al que los movimientos obreros también intentaron organizar y movilizar, en general con escaso éxito. Ahora bien, lo cierto es que las clases obreras fueron unificadas. Pero, ¿Cómo?. 3 Un poderoso método de unificación era a través de la ideología transmitida por la organización. Los socialistas y los anarquistas llevaron su nuevo evangelio a unas masas olvidadas. Los socialistas fueron los primeros en acercarse a ellos. Los agitadores y propagandistas llevaron ese mensaje de unidad de todos los que trabajaban y eran pobres a los extremos más remotos de sus países. Pero también llevaron consigo una organización. A través de la organización consiguieron un cuadro de portavoces que pudiera articular los sentimientos de unos hombres y mujeres que no podían hacerlo por sí solos. Pero incluso en la gran ciudad, la especialización funcional, separaba a las diferentes clases.
Ahora bien, la revolución social estaba en rápido retroceso en su zona original de aparición. Ese retroceso se vio acelerado por el surgimiento de partidos de clase masivos organizados y disciplinados. Lo que hacía que los nuevos partidos siguieran siendo fieles a la idea de la revolución total de la sociedad era el hecho de que cualquier mejora se debía fundamentalmente a su actuación y organización como clase. Cuanto más fuerte era el sentimiento de comunidad y solidaridad obreras, más fuertes eran las presiones sociales para mantenerse en ella. Por el momento, diremos tan sólo que en el Este el marxismo conservó sus connotaciones explosivas originales. Después de la Revolución rusa retornó hacia Occidente y se expandió también hacia Oriente. 5 A pesar de las divisiones los partidos socialistas parecían en camino de movilizar a la gran mayoría de la clase trabajadora, con la excepción del Reino Unido, el proletariado, constituían la mayoría de la población. Los partidos socialistas consiguieron una base de masas. Se hizo evidente que no podían limitar su atención a la clase obrera. Pero la identificación entre partido y proletariado dificultó la posibilidad de atraerse a otros estratos sociales. Lo cierto es que los partidos socialistas obreros pocas veces consiguieron desbordar el universo de la clase obrera. Sin embargo, la influencia de esos partidos se extendía sobre sectores muy alejados de la clase obrera. Los partidos socialistas representaban a una clase que era pobre sin excepciones. Denunciaban con pasión encendida la explotación, la riqueza y su progresiva concentración. Aquellos que eran pobres y se sentían explotados aunque no pertenecieran al proletariado, podía encontrar atractivo ese partido. Los partidos socialistas eran partidos dedicados a ese concepto clave del siglo XIX, el “progreso”. Apoyaban la inevitable marcha hacia delante de la historia, hacia un futuro mejor. Preveía el triunfo continuado y acelerado de la razón y la educación, de la ciencia y de la tecnología. Los socialistas se beneficiaron del prestigio del progreso entre todos aquellos que creían en él. Finalmente, el hecho de estar al margen de los círculos del poder y de hallarse en permanente oposición les reportaba una ventaja, obtener un apoyo mucho mayor en aquellas minorías cuya posición en la sociedad era en cierta forma anómala, como ocurría con los judíos y en Francia con la minoría protestante. Otra ventaja es que libres de la contaminación de la clase gobernante, les permitía conseguir el apoyo de las nacionalidades oprimidas. En consecuencia, los partidos normalmente proletarios encontraban seguidores en ámbitos muy alejados del proletariado. Cuando tal cosa ocurría, no era raro que esos partidos formaran Gobierno, si las circunstancias eran favorables. Eso ocurriría a partir de 1918. Sin embargo, eran muchos los pobres, especialmente los muy pobres, que no se consideraban ni se comportaban como “proletarios” y que no creían adecuadas para ellos las organizaciones y formas de acción del movimiento. Lo que realmente importaba para ellos, los vecinos, la familia, los protectores o patrones que podían hacerles favores y conseguirles trabajo. cualquiera y cualquier cosa que hiciera posible la vida en un mundo nuevo y desconocido. Banderas al viento: Las naciones y el nacionalismo. 1 Una consecuencia de la política de democratización fue la aparición del nacionalismo en la política. No era un fenómeno nuevo. Sin embargo, el período 1870-1914, el nacionalismo salto hacia adelante. El término nacionalismo se utilizó por primera vez en el siglo XIX para definir grupos de ideólogos de derecha, en Francia e Italia, que se mostraban partidarios de la expansión agresiva de su propio Estado. Desde 1830 se aplicó a todos los movimientos para los cuales la “causa nacional” era primordial en la política: es decir, para todos aquellos que exigían el derecho de autodeterminación. La base del “nacionalismo” era la voluntad de la gente de identificarse emocionalmente con “su” nación y de movilizarse políticamente como checos, alemanes… La democratización de la política ofreció amplias oportunidades para movilizarlos. Pero, por lo demás, el nacionalismo no se identificaba necesariamente con ninguna formación del espectro político
En el período que estudiamos, la identificación nacional alcanzó una difusión mucho mayor y se intensificó la importancia de la cuestión nacional en la política. Sin embargo, más trascendencia tuvieron los importantes cambios del nacionalismo político, preñados de profundas consecuencias para la marcha del siglo XX. Hay que mencionar cuatro aspectos de ese cambio: 1.- El primero fue la aparición del nacionalismo y el patriotismo como una ideología de la que se adueño la derecha política y que alcanzaría su máxima expresión en el período de entreguerras. 2.- El segundo de esos aspectos es el principio de que la autodeterminación nacional podía ser una aspiración no sólo de algunas naciones de demostrar una viabilidad económica, política y cultural, sino de todos los grupos que afirmaran ser una “nación”. 3.- El tercer aspecto era la tendencia a considerar que “la autodeterminación nacional” podía ser satisfecha por formas de autonomía que no fuera la independencia total. 4.- Finalmente mencionar la tendencia a definir la nación en términos étnicos y, especialmente lingüísticos. Con la excepción del Imperio de los Habsburgos y, tal vez, del Imperio otomano, las numerosas nacionalidades existentes en los Estados constituidos no planteaban un grave problema político. El número de movimientos nacionalistas se incrementó considerablemente en Europa a partir de 1870, aunque lo cierto es que en Europa se crearon muchos menos Estados nacionales nuevos durante los cuarenta años anteriores al estallido de la primera guerra mundial que en los cuarenta años que precedieron a la formación del Imperio alemán, y aquellos que se crearon no tenían gran importancia: Bulgaria, Noruega, Albania. De todas maneras, adquirió mayor fuerza la identificación de las masas con la “nación” y el problema político del nacionalismo comenzó a ser más difícil de afrontar. Ahora bien, lo que resultó importante a largo plazo no fue el grado de apoyo que concitó la causa nacional como la transformación de la definición y el programa del nacionalismo. No significa esto que entonces la lengua no hubiera sido importante en la cuestión nacional. Era un criterio de nacionalidad entre muchos otros; y, en general, cuanto menos destacado ese criterio, más fuerte la identificación de las masas. La lengua no era un campo de batalla ideológico. El nacionalismo lingüístico fue una creación de aquellos que escribían y leían la lengua y no de quienes la hablaban. Las “lenguas nacionales”, en las que descubrían el carácter fundamental de sus naciones, eran, muy frecuentemente, una creación artificial. Las lenguas escritas están estrechamente vinculadas con los territorios e instituciones. El nacionalismo era fundamentalmente territorial, pues su modelo básico era el Estado territorial de la Revolución francesa. La identificación de las naciones con un territorio exclusivo provocó tales problemas en amplias zonas del mundo afectadas por la emigración masiva que se elaboró una definición alternativa de nacionalidad, muy en especial en el Imperio de los Habsburgos. El nacionalismo era considerado aquí como un fenómeno inherente al conjunto de los miembros de aquel colectivo de hombres y mujeres que se consideraban como pertenecientes a una nacionalidad, con independencia del lugar donde vivían. Desde el punto de vista sociológico, no es que los hombres y mujeres no estuvieran profundamente enraizados en un lugar al que llamaban “patria”. Pero ese “territorio” en nada se parecía al territorio de la nación moderna. La “patria” era el centro de una comunidad real de seres humanos con relaciones sociales reales entre sí, no la comunidad imaginaria que crea cierto tipo de vínculo entre miembros de una población. Pero, naturalmente, con el declive de las comunidades reales a las que estaba acostumbrada la gente, sus miembros sintieron la necesidad de algo que ocupara su lugar. La comunidad imaginaria de “la nación”
posible realizarla en una lengua que pudiera entender el grueso de la población. La educación en una lengua totalmente extranjera, viva o muerta, sólo es posible para una minoría selecta. Aquellos cuya primera lengua era una lengua vernácula no oficial habían de verse apartados, casi con toda seguridad, de las parcelas más elevadas de la cultura y de los asuntos privados y públicos. Se hacía necesaria una mayor presión política para supera esa dificultad. Pero el nacionalismo estaba unido de otra forma a las capas medias de la población, lo que impulsó a ambos hacia la derecha política. La xenofobia se daba fácilmente entre los comerciantes, los artesanos independientes y algunos campesinos. El extranjero simbolizaba la perturbación de los viejos hábitos y el sistema capitalista que los perturbaba. Así, el virulento antisemitismo político que hemos visto cómo se difundió por el mundo occidental a partir de 1880 fue porque los sectores económicos en los que destacaban los judíos competían con los pequeños tenderos y porque otorgaban o negaban créditos a los granjeros y a los pequeños artesanos. El patriotismo se decantó hacia la derecha política, porque la situación internacional que aparentemente había permitido que el liberalismo y el nacionalismo fueran compatibles ya no era la misma. Pero la situación varió a partir de 1870, y cuando el estallido de un conflicto global comenzó a ser considerado de nuevo, comenzó a ganar terreno el nacionalismo que veía a las otras naciones como una amenaza. Eran exponentes característicos de un nuevo tipo de movimientos políticos basados en el chovinismo, la xenofobia y, cada vez más, en la idealización de la expansión nacional, la conquista y la guerra. Un nacionalismo de esas características era el vehículo perfecto para expresar los resentimientos colectivos de aquella gente. Los culpables de ese descontento eran los extranjeros. El imperialismo no podía sino reforzar esas tentaciones entre los miembros de los Estados imperialistas. Los que respondieron con mayor fuerza nacionalista pertenecían desde las clases altas de la sociedad a los campesinos y proletarios en el escalón más bajo. Para ese conjunto de capas medias, el nacionalismo tenía también un atractivo. Les proporcionaba una identidad colectiva o como aspirantes a alcanzar el status burgués que tanto codiciaban. 3 Pero para la mayor parte de la gente, el nacionalismo por sí sólo no bastaba. En el período que estudiamos, los movimientos nacionales que consiguieron un auténtico apoyo de masas fueron movilizados por la religión. El catolicismo dio consistencia e implantación entre las masas al nacionalismo de irlandeses y polacos, gobernados por unas autoridades cuya confesión religiosa era distinta, durante el curso de la guerra. En cuanto a los beligerantes occidentales, en el curso de la guerra el sentimiento antibelicista y el descontento social se impusieron cada vez más sobre el patriotismo de los ejércitos, aunque sin llegar a destruirlo. Ese mismo hecho demuestra la necesidad de patriotismo para los gobiernos que actúan en las sociedades democráticas, y también su fuerza. En efecto, sólo el sentimiento de que la causa del Estado era también la suya propia pudo movilizar a las masas; y en 1914, los británicos franceses y alemanes tenían ese sentimiento. De esta forma se movilizaron. Quién es quién o las incertidumbres de la burguesía 1 Centraremos ahora nuestra atención en aquellos para quienes la democratización parecía ser una amenaza. En el siglo de la burguesía triunfante, las clases medias se sentían seguras de su civilización, confiados y sin dificultades económicas. La paradoja de la más burguesa de las centurias fue que su forma de vida sólo llegó muy tarde a ser “burguesa”. Ese nuevo estilo de vida se centraba en la casa y el jardín en un barrio residencial. Como muchas otras cosas de la sociedad burguesa, esto procedía del país clásico del capitalismo, Gran Bretaña.
La “villa” difería de su modelo original, la casa de campo de la nobleza, en un aspecto importante, aparte de su escala más modesta estaba diseñada para la vida privada y no para el brillo social y la lucha por el status. Esta era la función opuesta de la casa de campo o el castillo tradicionales, o incluso de su rival o imitador burgués, la gran mansión capitalista. Pero en ese momento de triunfo cuatro factores impulsaron la aparición de un estilo de vida menos formal y más privado. 1.- El primero de esos factores fue la democratización de la política, que socavó la influencia pública y política de todos los burgueses, excepto los más importantes. 2.- El segundo factor fue cierto debilitamiento de los lazos entre la burguesía triunfante y los valores puritanos que tan útiles habían sido para al acumulación de capital en el pasado. En la burguesía instalada el dinero ya había sido conseguido. Con frecuencia ese dinero era heredado o distribuido entre hijos y parientes femeninos que no trabajaban. Pero incluso algunos, que sí ganaban dinero, no tenían que dedicar mucho tiempo para conseguirlo. En definitiva, gastar dinero paso a ser una actividad cuando menos tan importante como ganarlo. 3.- El tercer factor fue cierto relajamiento de las estructuras de la familia burguesa, reflejo en cierta emancipación de la mujer dentro de ella y en la aparición de grupos de edad entre la adolescencia y el matrimonio que ejercieron un poderoso influjo en el arte y la literatura. Ambos fenómenos comenzaron a apreciarse entre las clases medias acomodadas en la segunda mitad del siglo y se hicieron evidentes. Adoptaron esa forma de ocio propia del turismo y las vacaciones. 4.- El cuarto factor fue el incremento del número de aquellos que pertenecían, afirmaban pertenecer o aspiraban a pertenecer a la burguesía: en definitiva, de la “clase media” como un todo. 2 Resulta muy difícil realizar la definición de la “burguesía” y esa tarea se vio dificultada cuando la democracia y la aparición del movimiento obrero condujeron a los que pertenecían a la burguesía a negar su existencia como clase en público. Además, con la movilidad social y el declive de las jerarquías tradicionales, los límites de esa zona social intermedia se hicieron borrosos. Pero ¿Cómo determinar quién podía pretender pertenecer a cualquiera de ellas? La dificultad fundamental residía en el número creciente de quienes reclamaban el status burgués. Pero si la línea que separaba a la burguesía de la aristocracia era borrosa, no estaban más claras las fronteras entre la burguesía y las clases que quedaban por debajo de ésta. Sin embargo, la dificultad real apareció con la extraordinaria expansión del sector terciario, es decir, de un trabajo remunerado mediante un salario, pero que al mismo tiempo no era manual. Aun dejando al margen a estas nuevas clases medias bajas, estaba en rápido progreso el número de los que aspiraban alcanzar el status de la clase media, con la excepción de los funcionarios públicos de categoría superior, se esperaba de los miembros de la burguesía que poseyeran capital o un ingreso procedente de inversiones y que actuaran como empresarios independientes con mano de obra a su servicio. Pero ante los cambios, esos criterios perdieron gran parte de su utilidad para distinguir a miembros de la burguesía “real” en medio de “las clases medias”. No todos ellos poseían capital, pero, tampoco lo tenían muchos individuos de indudable posición burguesa. La gran mayoría de los miembros de esas clases medias tenían una cosa en común: la movilidad social en el pasado o en el presente. Las “clases medias” estaban “constituidas fundamentalmente por familias que se hallaban en proceso de elevar su nivel social”. 3 Era urgente establecer criterios reconocibles para los miembros reales o potenciales de la burguesía o de la clase media. Tres criterios fundamentales para determinar la pertenencia a la burguesía. Todos tenían que cumplir dos condiciones: tenían que distinguir claramente los miembros de la clase media de los de las