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La educación prehispánica en Mesoamérica, Esquemas y mapas conceptuales de Psicología Educacional

Es indudable que en el desarrollo de la evangelización del indígena la educación de niños, jóvenes y adultos fue una de las tareas más importantes. Sin embargo, los frailes pronto se dieron cuenta de que sus esfuerzos solamente fructificaban en los niños y algunos jóvenes, y no con ciertos adultos, ya que éstos aparentaban aceptar lo que se les decía, más en cuanto se veían solos volvían a sus prácticas idólatras.

Tipo: Esquemas y mapas conceptuales

2019/2020

Subido el 10/07/2022

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LA EDUCACIÓN PREHISPÁNICA
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LA EDUCACIÓN PREHISPÁNICA

LA EDUCACIÓN PREHISPÁNICA

LAS ESCUELAS. LOS REQUISITOS DE INGRESO AL CALMÉCAC. LOS PADRES ADOPTIVOS.

LA EDAD DE INGRESO. LA EXISTENCIA DE DIFERENTES ESCUELAS Y GRADOS EN LA

EDUCACIÓN PREHISPÁNICA. LOS CALMÉCAC EN EL TEMPLO MAYOR DE MÉXICO. LAS

PROHIBICIONES. LOS PADRES ADOPTIVOS Y LA TRANSMISIÓN DEL ARTE. EL

APRENDIZAJE DEL ARTE EN EL CALMÉCAC. EL CULTIVO DE LA MEMORIA POR MEDIO DE

LAS PICTOGRAFÍAS O MNEMOTECNIA

Evidentemente, esta cuestión aparentemente simple encubre toda una serie de

nuevas preguntas: ¿A qué se debe que los puntos de vista de los historiadores

difieran entre sí a tal punto, incluso en los problemas concretos? ¿Significa

quizás que los historiadores, al perseguir objetivos extra-científicos, falsean la

verdad intencionadamente? Si esto es así, ¿qué significan entonces el

conocimiento objetivo y la verdad objetiva en la ciencia de la historia? ¿Cómo

se consiguen? ¿Por qué distintos historiadores, que parten de fuentes

idénticas, trazan descripciones tan diferentes e incluso contradictorias, del

proceso histórico? Estas descripciones distintas constituyen otras tantas

verdades objetivas diferentes.

Adam Schaff, Historia y verdad.

Es indudable que en el desarrollo de la evangelización del indígena la educación de niños, jóvenes y adultos fue una de las tareas más importantes. Sin embargo, los frailes pronto se dieron cuenta de que sus esfuerzos solamente fructificaban en los niños y algunos jóvenes, y no con ciertos adultos, ya que éstos aparentaban aceptar lo que se les decía, más en cuanto se veían solos volvían a sus prácticas idólatras. Ignoraban los frailes que tras de ese empecinamiento estaba un hecho de extraordinaria importancia: la educación que habían recibido en sus escuelas, y que muchos de esos hombres habían sido maestros-sacerdotes de las diversas deidades. Largos años de estudios “teológicos” realizados en el calmécac no podían olvidarse fácilmente. Por otra parte, estos mismos individuos trataron de contrarrestar la actividad de los evangelizadores exhortando a su pueblo a rebelarse en contra de los intrusos:

Las Escuelas

De acuerdo con los cronistas, hubo dos escuelas básicas: el telpochcalli y el calmécac, con sus ramas masculina y femenina. En líneas generales, la primera fue más numerosa y se encargaba del entrenamiento militar y de algunas actividades de tipo civil. La segunda, de miras más selectas, educaba a sus alumnos principalmente en el aspecto religioso, que lo abarcaba todo, pero también instruía sobre la ciencia de ese tiempo, la historia, la economía, la política, el comportamiento social, las leyes, la astrología (muy relacionada con la astronomía) y el arte, puesto que, como se verá adelante, los artistas eran sacerdotes y maestros en la rama que tenía asignado el calmécac: pintura, escultura, arquitectura, orfebrería, cerámica o plumaria, ya que es posible que haya habido cierta especialización.

Respecto al calmécac, asienta Sahagún que allí los alumnos eran “labrados y agujerados como piedras preciosas, y brotan y florecen como rosas; de allí salen como piedras preciosas y plumas ricas, sirviendo a nuestro Señor; en aquel lugar se crían los que rigen, señores y senadores y gente noble, que tienen cargo de los pueblos; de allí salen los que ahora poseen los estrados y sillas de la república, donde los pone y ordena nuestro señor que está en todo lugar...” 2

El calmécac, o quizás sea mejor decir de ahora en adelante los calmécac, puesto que hubo varios, por lo menos en Tenochtitlan, según lo veremos posteriormente, fueron también “casas de lloro y de tristeza”, como lo relata fray Bernardino, dada la rigidez de la disciplina, ya que se imponían castigos terribles a los infractores, sin importar que fuesen nobles, sanciones que podían llegar hasta la pena de muerte.

Aunque no es posible profundizar en el tema por lo extenso que es y dados los lineamientos propios de este trabajo, será necesario examinar algunos aspectos para fundamentar nuestra idea acerca del influjo que tuvo la educación indígena en varios de los planes y propósitos de los frailes, así como en algunas de las tareas específicas escenificadas en los conventos.

Los requisitos de ingreso al Calmécac. Los padres adoptivos.

Antes de que un niño entrara en alguna de las escuelas citadas, los padres deberían satisfacer determinados requisitos. Aunque varios autores refieren que no había limitaciones discriminantes de ningún tipo para pobres o ricos, nobles o principales, es posible que el ingreso estuviese limitado a los niños y a los jóvenes que en el curso de sus estudios manifestaban mayores aptitudes religiosas e intelectuales, así como también ciertas destrezas manuales. A reserva de estudiar este

punto más adelante, recordemos que según fray Diego Durán los sacerdotes vigilaban cuidadosamente a los alumnos para observar si en ellos había verdaderamente inclinación a “religión y recogimiento”, 3

y, aunque se refiere al telpochcalli, las exigencias en los calmécac eran mayores todavía. Por otra parte, Sahagún señala ciertas diferencias importantes relacionadas con la condición social de los padres, y así habla, por ejemplo, “de cómo la gente baja ofrecía sus hijos a la casa que se llama telpochcalli y de las costumbres que allí le mostraban”, 4 para referirse, en los dos siguientes párrafos, también al calmécac; en el capítulo sexto de este mismo libro explica “cómo los señores y principales y gente de tono ofrecían sus hijos a la casa que se llamaba calmécac y de las costumbres que allí les mostraban”, 5 estableciendo así ciertas diferencias que se iniciaban con las ceremonias realizadas en cuanto nacía la criatura y el voto que los padres hacían al ofrecer al hijo a cualquiera de las dos instituciones. Los de la “gente baja”, por ejemplo, antes de llevar al hijo a la escuela “guisaban muy buena comida y convidaban a los maestros de los mancebos”. Venidos éstos, los padres les hacían saber su deseo de que el niño fuese educado donde se mostraba a los muchachos y mancebos “para que sean hombres valientes y para que sirvan a los dioses Tlatecutli y Tonatiuh. Y al poderoso Yaotl, o por otro nombre Titlacahuan o Tezcatlipoca”. 6

Los maestros oían la plática pero recalcaban que no eran ellos sino el dios quien recibía al niño y al que escuchaban; además, solamente Yaotl sabría qué sería del niño en el futuro; en su nombre, también, lo aceptaban como hijo, según el deseo de los padres.

Cuando esa “gente de tono”, como dice el historiador, ofrecía el hijo al calmécac, también hacía muy buena comida pero, en este caso, Sahagún recalca que se llamaba a los sacerdotes de los ídolos llamados tlamacazque y quaquacuiltin, así como a unos ancianos “pláticos que tenían cargo del barrio”, quienes eran los que hablaban en nombre de los padres para ofrecer a la criatura al dios Quetzalcóatl, “o por otro nombre Tlilpotonqui, para entrar a la casa de penitencia y lágrimas, donde se crían los señores nobles”.

Esos “pláticos” hacían hincapié en el hecho de que ofrecían a ese niño para que los sacerdotes lo tomasen como hijo; destacamos esta palabra porque será de gran trascendencia en lo que comentaremos después. Los sacerdotes contestaban que no eran ellos quienes lo tomaban como hijo, sino Quetzalcóatl, pues “sólo é1 sabe lo que tiene por bien hacer de vuestra piedra preciosa y pluma rica, [y] nosotros indignos siervos, con dudosa esperanza esperamos lo que será”. 8

leche; y ahora que eres aun pequeñuelo, ya vas entendiendo y creciendo. Ahora ve a aquel lugar que se llama calmécac, casa de lloro y tristeza”. 15 Sin embargo, lo anterior está en contradicción con otra noticia que escribe posteriormente: “Y cuando el niño llegaba a diez o doce años metíanle en la casa del regimiento que se llamaba calmécac. Allí lo entregaban a los sacerdotes y sátrapas del templo, para que allí fuese criado y enseñado, como arriba en el sexto libro se dijo; y si no lo metían en la casa del regimiento, metíanle en la casa de los cantores.” 16

Esta edad parece excesiva y es posible que las palabras anteriores encierren algo que no fue expresado por fray Bernardino. En vista de estas discrepancias, resulta conveniente analizar algunos de los términos con los cuales se califica la edad de los aspirantes a las instituciones educativas, puesto que podrían aclarar parte de este asunto. Sin embargo, es poco lo que se puede sacar en claro dado lo breve de los datos. En las páginas escritas por los cronistas se verán desfilar los nombres de niños, mozuelos, mozos, mancebillos, mancebos, muchachos, muchachos grandecillos y jóvenes, pero no los años que tenían de vida. Este hecho, que podría parecer secundario, puede servir para dilucidar otros asuntos cuando se analice la educación impartida por los frailes en sus conventos.

Fray Diego Durán, en su deseo de ser explícito en el problema de las edades, emplea los términos aplicados por los indígenas, y así dice que tenían “cuatro vocablos para diferenciar sus edades: el primero era piltzintli, que es como nosotros decimos ‘puericia’; el segundo era tlamacazqui, que quiere decir tanto como ‘juventud’. El tercero era tlapaliuhqui, que quiere decir ya la ‘edad madura y perfecta’, y huehuetqui, que quiere decir ya la vejez”. 17

Para fray Diego, el asunto debió estar muy claro, mas no para nosotros, puesto que no indica las edades. Los diccionarios en náhuatl nada aclaran, y tanto para Molinía como para Remi Simeon el primer vocablo equivale simplemente a hijito, niño o niña, pero no explican los siguientes. Los diccionarios en español sólo indican para el primer término una edad que fluctúa entre la infancia y la adolescencia, pero sin mencionar los años de vida.

Pero ¿qué importancia puede tener este aspecto de las edades en relación con nuestro tema? En primer lugar, resultaría interesante conciliar las discrepancias de Sahagún y Durán con las opiniones de Motolinía, Mendieta, Zorita, Torquemada y Clavijero. En segundo lugar, también se conciliarían las opiniones aparentemente discordantes que hemos encontrado, de esta manera: la educación se iniciaría después del destete, a los cinco o seis años cuando más tarde, lo cual concordaría lo asentado por Sahagún al hablar de ese niño que era “aún pequeñuelo” de unos cinco años con su otra noticia de que el niño ingresaba al calmécac cuando llegaba “a diez o doce

años” y con lo que refiere Durán, correspondiendo así a otra etapa educativa dentro de una de esas denominaciones que menciona acerca de las escuelas. En tercer lugar, el esclarecimiento permitiría conocer mejor el sistema educativo prehispánico y, por lo tanto, el influjo que tuvo la educación ancestral en los trabajos realizados por los evangelizadores. Es posible incluso que sin esta influencia el panorama hubiera podido cambiar bastante. Conforme se estudia el encuentro de la sociedad indígena con la española, especialmente las relaciones que se establecen con los frailes mendicantes, se advierte la necesidad de saber cómo ocurrió el proceso de aculturación del hombre mesoamericano y cuáles fueron los medios utilizados en él. El examen muestra, a primera vista, que los informes iniciales en torno al pensamiento prehispánico no provinieron de los sacerdotes sino de los jóvenes que los frailes educaron en sus conventos para lograr su conversión al cristianismo.

¿Cómo esperar que los hombres que habían conducido y conformado la conciencia del pueblo olvidaran los principios que los regían? ¿Cómo pensar que ellos, tan lastimados en lo más profundo de su ser al observar la devastación de sus edificios e imágenes, dirían fácilmente cuanto deseaban saber los destructores extranjeros? Agréguese a ello el maltrato de que los españoles hacían víctima al indígena mesoamericano y la visión que se ha tenido en torno a este asunto cambiará de manera sustancial. Se ha dado como un hecho, casi incontrovertible, que los ministros de los dioses respondieron de inmediato a cuanto se les preguntaba. Sobre esta base se ha escrito mucho, olvidando los profundos problemas causados en la mente de los sacerdotes mesoamericanos.

No sabemos cuánto tiempo duró la rebeldía de los ministros indígenas, pero debieron transcurrir algunos años antes de que lograsen perdonar todo el daño que se les había infligido. Por ello, es ilógico admitir que de buenas a primeras informarían de sus creencias a los frailes. Que pudo haber excepciones, siempre es posible. Pero es aquí precisamente donde intervinieron los jóvenes para satisfacer la necesidad de los misioneros. Gracias al conocimiento que habían adquirido en los calmécac acerca de sus dioses, ceremonias, ritos y bases “teológicas”, serían más útiles que los niños de seis o siete años. Con el transcurso del tiempo, la tarea que comenzaron los jóvenes pudieron completarla los sacerdotes, convencidos quizás por los evangelizadores, una vez que se dieron cuenta de que ya no podían guardar sus secretos religiosos. Es posible también que haya influido la bondad que mostraron los frailes hacia el indígena desvalido. Aun así, no debió ser fácil ganarse la confianza de los ministros de las deidades.

En resumen, se puede decir que después de haber recibido una fase primaria o educación doméstica en sus propios hogares, la enseñanza de los niños se iniciaba en una fase temprana de

refiriendo al telpochcalli, regido por Tezcatlipoca, es posible que se haya equivocado, pues es más razonable que esta selección se hiciera en un calmécac, escuela de estudios religiosos más avanzados. En la página siguiente relata que a esos muchachos los pasaban al tlamacazcalli, “escuela de mayor autoridad” donde proseguían sus estudios. Leamos sus palabras:

Otros [que] se aplicaban e inclinaban a religión y recogimiento a los cuales en conociéndoles la inclinación de esto, luego los apartaban y traían a los aposentos del mesmo templo y dormitorios, poniéndoles las insignias de eclesiásticos. Así a estos naturales los sacaban de estos colegios y escuelas donde aprendían las cerimonias y el culto de los ídolos y los pasaban a otras casas y aposentos de más autoridad, a la cual llamaban tlamacazcalli [...donde] hallaban otros maestros y prelados que los guardaban y enseñaban en lo que les faltaba de deprender. 20

Lo anterior indica que, en efecto, hubo cierta diferencia entre las diversas escuelas prehispánicas. Y aunque las primeras pertenecían al telpochcalli quizá las segundas no, pues, como veremos al estudiar los edificios del Templo Mayor consignados por fray Bernardino de Sahagún, también hallaremos un calmécac regido por Tezcatlipoca, aunque asignado al dios Tlamatzinco, que es otro de sus nombres.

En el capítulo octavo de su obra, Durán habla del dios Tláloc, que estaba “en el mesmo templo” de Huitzilopochtli no “menos honrado y reverenciado... cuya historia dará mucho gusto a los oyentes”. En esta parte, nos dice el cronista que cuando celebraban su fiesta, a la cual llaman Huey tozoztli, los sacerdotes, con todos “los mancebos de los recogimientos, escuelas, colegios y pupilajes... sin quedar chico ni grande, mozo ni viejo, iban al monte de Colhuacán y en todo é1 buscaban el árbol más alto, hermoso y coposo que podían hallar”, 21 y como dato importante agrega que lo traían al Templo Mayor cuidando de que no tocase el suelo.

¿Con qué objeto emplea el cronista estos cuatro términos: recogimientos, escuelas, colegios y pupilajes, cuando podía haber utilizado uno solamente? ¿Correspondían a esas “casas diferentes” que vimos citadas anteriormente? Tuvo que haber sido así, pues de otra manera resultaría inexplicable el empleo de tantos nombres para una sola escuela y, por lo tanto, creemos que hubo no sólo una especie de escalonamiento o gradación en la educación de los niños prehispánicos y que iría del pupilaje al recogimiento o monasterio, que todos los historiadores consideran como la institución más avanzada, sino que esos cuatro términos pudieron designar, cada uno, una “escuela” dentro del mismo calmécac.

Fray Juan de Torquemada dedica largos capítulos de su Libro Nono a estudiar la educación prehispánica. En el capítulo XIII, menciona un aspecto al cual no hacen referencia sus antecesores, y es que todos los niños indígenas pasaban por un periodo educativo de tres años. Esta aserción viene después de decir que había unos estudiantes que “eran del servicio interior del templo” y otros alumnos “que eran de los colegios”, a los cuales se les proporcionaba otro tipo de educación, como era el “industriarlos... en especial cómo habían de traer leña... a cortar espinas y puntas de maguey, y traer ramos de Acxóyatl”, 22 además del aprendizaje religioso y otros menesteres. En esta parte relata también que “estos referidos entraban en esta tierna edad dicha para el servicio del templo, y permanecían en é1 hasta casarse”. Inmediatamente después externa otros datos interesantes por su relación con el tema que estudiamos: “pero demás de éstos (que eran muchos) todos los padres en general, tenían cuidado (según se dice) de enviar a sus hijos a estas escuelas o generales, desde la edad de seis años hasta la de nueve, y eran obligados a ello, en los cuales oían su doctrina y eran enseñados en buena crianza y costumbres y en las cosas de su religión, según a su edad y años convenía”. 23

Cada vez parece más clara la existencia de diversas escuelas: el monasterio, para los que eran del “servicio interior”; los “colegios”, para los que no vivían en congregación, y las “escuelas o generales”, obligatorias para todos los hijos. Aunque no se dice claramente, se podría conjeturar que a estas instituciones regidas por una deidad determinada concurrían por fuerza todos los niños que por alguna razón no ingresaban a los calmécac. También aparecen mencionadas las edades de seis a nueve años, pero en este caso solamente se habla de hijos, sin clasificarlos como se hizo antes.

Por otra parte, en cada una de estas escuelas, los calmécac se encargaban de una etapa educativa determinada, según la edad del estudiante. Así lo da a entender el padre Durán cuando habla del calmécac que estaba anexo al templo de Huitzilopochtli, donde, como vimos anteriormente, había dos monasterios para mancebos o jóvenes que eran ya considerados religiosos. Pero también estaban allí “otros muchachos como monacillos, que servían en este templo”. El segundo monasterio era para niñas de doce y trece años, a las cuales llama “cadañeras”, porque servían solamente un año, como los varones. 24

En otra cita, todavía más confusa por cierto, el mismo autor vuelve a insistir en la existencia de esas escuelas. Al hablar del dios de “los bailes y de las escuelas de danza que había en México en los templos para el servicio de los dioses”, 25 cuyo nombre no menciona, incurre en una contradicción, pues tranquilamente dice: “no hallé noticia que le hubiese en la ciudad de México, ni Tezcuco, sino sólo en la provincia de Tlálhuic”, 26 siendo que se está refiriendo a México

Dos siglos más tarde, Francisco Javier Clavijero, entre otros hechos, vuelve a citar los tres años de educación obligatoria para todos los niños indígenas: no satisfechos los mexicanos con estas instrucciones y con la educación doméstica, todos enviaban a sus hijos a las escuelas públicas que había cerca de los templos para que por espacio de tres años, fuesen instruidos en la religión y buenas costumbres. Además de eso todos procuraban que sus hijos se educasen en los seminarios anexos a los templos, de los cuales había muchos en las ciudades del imperio mexicano. Unos y otros tenían sus superiores y maestros que los instruían en las cosas de la religión, en la historia, en la pintura, en la música y en otras artes convenientes a su condición. 33

Entre los varios documentos utilizados por el padre Clavijero para realizar su historia, aparte de seguir de cerca el texto de Torquemada, habla de la Colección Mendoza, valiéndose de la edición de Thévenot de finales del siglo xvii y de la cual dice que contiene solamente sesenta y tres láminas, en lugar de las setenta y tres que contiene la edición de Lord Kingsborough editada por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público de México. Respecto a este documento, Clavijero toma en consideración siete láminas, las que van de la “49 hasta la 56 inclusive” (en realidad, serían ocho), por medio de las cuales: “se puede rastrear el sistema de educación que daban a sus hijos los mexicanos, y el sumo cuidado con que velaban sobre sus acciones”. 34 Curiosamente para nada menciona la LVIII, de suma importancia porque en ella, después del bautizo, el niño es ofrecido al calmécac o al telpochcalli. Concede gran atención al contenido de las pinturas que van de la cincuenta a la cincuenta y seis y las describe en forma breve. Posteriormente se referirá a otras láminas relacionadas con diversos aspectos de la vida indígena; acepta sin reservas todo lo que el comentarista escribió acerca de la educación prehispánica. A dicho documento habremos de referirnos más adelante, porque pueden ponerse en duda algunos de los informes que proporciona.

Los Calmécac en el templo mayor de México

En íntima relación con el tema de la educación están los edificios de las escuelas que existieron en el recinto del Templo Mayor de Tenochtitlan, según la lista que proporciona fray Bernardino de Sahagún, y en la que aparecen setenta y ocho, 35 cifra bastante elevada en comparación con el pequeño número que menciona fray Diego Durán, apenas “diez o doce templos principales que había en México, hermosísimos y grandes, [y] todos estaban dentro de un gran cerco almenado, que no parecía sino cerca de ciudad”. 36 Esta discrepancia es explicable pues Sahagún recogió noticias hasta de los pequeños altares de “una vara y medio de alto”, de las fuentes donde se bañaban los sacerdotes, y otras construcciones menores, en tanto que Durán sólo tomó en cuenta los templos más importantes.

Como lo señala Ángel María Garibay, Sahagún incurre en ciertos “errores y repeticiones”, y también en importantes omisiones. En la siguiente lista de calmécac incluimos también los omitidos por fray Bernardino y los señalaremos con un signo de interrogación entre paréntesis, pues solamente enumera siete instituciones educativas regidas por sus deidades respectivas, en tanto que no aparecen otros cuatro a pesar de que en diversos párrafos habla de ellos. En el paréntesis que sigue al nombre de la deidad se ha indicado el número que le corresponde en el listado de Sahagún, y al final incluimos los dos que agrega Alfredo López Austin 37 (números 12 y 13) y el número que les coresponde en el listado de Sahagún.

  1. Tlillan calmécac, regido por la diosa Cihuacóatl (12)
  2. México calmécac, dedicado al dios Tláloc (13)
  3. Huitznáhuac calmécac, consagrado al dios Huitznáhuac (24)
  4. Tetlanman calmécac, de la diosa Chantico (27)
  5. Tlamatzinco calmécac, de Tlamatzinco o Tezcatlipoca (35)
  6. Yopico calmécac, consagrado al dios Totec o Xipe (44)
  7. Tzonmolco calmécac, del dios Xiuhtectutli (61)
  8. Pochtlan calmécac (?), monasterio de Yacatecuhtli (49)
  9. Atlauhco calmécac, (?) de la diosa Huitzilincuátec (50)
  10. Quetzalcóatl calmécac (?), del dios Quetzalcóatl (?)
  11. Amantlan calmécac, (?), del dios Cóyotl Ináhual (?)
  12. Tlilapan calmécac (¿del dios Mixcóatl?) (11)
  13. Mecatlan (calmécac del dios… ?). (42)

En cuanto al monasterio Atlauhco hay un pequeño problema, pues Sahagún indica que allí era venerada la diosa Huitzilincuatec, de la cual Garibay asienta que es de “etimología dudosa, tal vez comunidad de Huitzilopochtli”, y que, además, no es “conocida por otra fuente”, 38 pero éste es uno de los edificios repetidos, pues vuelve a aparecer como el sexagésimo, sólo que esta vez ¡el autor lo asigna a la diosa Cihuatéotl, a quien le sacrificaban una mujer en el cu que se llamaba Coatlan! 39 Como Sahagún no aclara nada al respecto, tal vez el nombre haya sido realmente el de Coatlan; según el vocabulario incluido en la obra, refiere que la deidad, es “Diosa por antonomasia, la Madre de los dioses.” 40 Dejaremos así este asunto, ya que no está del todo claro. En el listado anterior ocurren algunos hechos extraños, pues no aparecen dos calmécac importantes. En primer lugar el que correspondería a Huitzilopochtli, del cual Sahagún no dice una palabra; menciona en cambio una deidad aparentemente desconocida: Huitznáhuac, de la que en el vocabulario incluido se dice: “Huiznáhuac. Topónimo: ‘Cerca de las espinas’. Nombre de un templo al sur de la ciudad. Nombre del sur en general.” 41 En otro capítulo menciona, nuevamente,

que no hubiese estudiado largos años ni estado al servicio de los templos y sus dioses se encontraba autorizada para confeccionar una obra o un objeto cualquiera que formara parte obligada del ceremonial. De tales prohibiciones, que se extienden a otros campos, veremos sólo algunas indicaciones proporcionadas por Sahagún y por Durán, principalmente.

Durante las fiestas del decimosexto mes, Atemoztli, refiere Sahagún: “hacían la fiesta de los dioses de la pluvia... y los populares hacían voto de hacer las imágenes de los montes”, pero quien así lo había ofrecido “no lo hacía él por sus manos, porque no le era lícito, sino rogaba a los sátrapas y para esto señalados, que le hiciesen esas imágenes, a quienes había hecho voto”. 47 Otro ejemplo son los tonalpouhque, los únicos autorizados y preparados para realizar ciertas ceremonias cuando eran consultados por algún hombre aquejado por algún problema. El agorero le ordenaba hacer penitencia y “comprar papel e incienso blanco y ulli y las otras cosas que sabes... después vendrás a mí, porque yo mismo dispondré y ordenaré los papeles... yo mismo lo tengo de ir a encender y quemar en tu casa”. 48

Otras prohibiciones para la gente del pueblo, que abarcaban incluso a los jóvenes y doncellas al servicio de los templos, son descritas por Durán y por Sahagún, aunque hay cierta contradicción entre ambos. Así, por ejemplo, durante las fiestas con que se honraba a Huitzilopochtli, el primer autor asienta que las muchachas del recogimiento hacían la estatua del dios con la semilla de bledos, o huautli (conocido en México como el dulce de “alegría”) revuelto con maíz tostado. 49 Sin embargo, Sahagún, al enumerar los edificios del Templo Mayor, afirma que había dos casas para tales menesteres; una era el Xilocan, donde se cocía la masa para hacer la imagen de Huitzilopochtli, y la otra era el septuagésimo edificio, llamado Itepeyoc, y del cual dice que era “una casa donde hacían de masa la imagen de Huitzilopochtli los sátrapas”. 50 Como la referencia a los sacerdotes es muy clara, no es fácil determinar cuál de los dos historiadores tuvo razón. Tal vez las doncellas hayan hecho la masa, pero la factura de la imagen era responsabilidad de aquéllos, si se toma en cuenta la rigidez religiosa que imperaba en esta y en otras ocasiones.

Del rigor de las normas, aun para hechos que ahora nos parecerían nimios pero que para los indígenas eran fundamentales, tenemos otro ejemplo que nos ofrece Durán. Afirma el dominico que la leña que se quemaba en los braseros de Tezcatlipoca tenía que ser traída por los mancebos servidores de este dios, “porque era ceremonia que ninguna leña se quemase sino sólo aquella que ellos traían y no la podían traer otros, por ser brasero divino”. 51 En la ilustración que se incluye del Códice florentino de Sahagún, aparecen unos jóvenes con la leña en la espalda y una “hilera de casas”, representando el calmécac, en referencia a una de estas ceremonias. Para celebrarla, la leña sagrada es transportada por los jóvenes estudiantes de la institución.

Para observar el rigor de las costumbres aplicadas por los sacerdotes y gobernantes, al hablar Sahagún de “la manera de los areitos” refiere que: “Y andando el baile, si alguno de los cantores hacía falta en el canto, o si los que tañían el teponaztli o atambor faltaban en el tañer, o si los que guían erraban en los meneos y contenencias del baile, luego el señor los mandaba a prender y otro día los mandaba matar”. 52 Y así como éstas hay un gran número de prohibiciones de carácter religioso y civil, de donde se deduce el estricto control que había tanto para nobles como, con mayor razón, para la gente del pueblo.

Los padres adoptivos y la transmisión del arte

Para diversos autores ha sido muy sencillo escribir que el arte pasó de padres a hijos, sin percatarse de que en las historias hay datos que prueban lo contrario y sin aportar los documentos históricos en que se basan, o tal vez lo hacen influidos por una mala lectura de alguno de los historiadores mendicantes, sin percatarse de que el problema no fue así de sencillo. Dados los propósitos principales de esta investigación, es importante señalar que una de las fases trascendentales del ofrecimiento de los hijos consiste en el hecho de que, a partir de la admisión del niño en la institución educativa, éste adquiría nuevos padres. De allí en adelante, sus tutores espirituales e intelectuales serían los sacerdotes y ministros de la deidad regidora de la escuela, como lo confirman otras palabras de Sahagún, que será necesario extractar en lo esencial por la importancia que tienen, aunque nadie haya hecho especial hincapié en ellas. El padre del mozuelo decía a su hijo lo siguiente:

Hijo mío, hija mía, aquí estás presente donde te ha traído nuestro señor. y aquí están tu padre y tu madre que te engendraron, y aunque es así que son tu padre y tu madre que te engendraron, más verdaderamente son tu padre y madre los que te han de criar y enseñarte las buenas costumbres, y te han de abrir los ojos, y los oídos para que veas y oigas. Hate criado tu madre y por ti padeció muchos trabajos; guardábate cuando dormías, y limpiábate las suciedades que echabas de tu cuerpo y manteníate con su leche; y ahora que eres aún pequeñuelo ya vas entendiendo y creciendo. Ahora ve a aquel lugar donde te ofrecieron tu padre y tu madre, que se llama calmécac, donde los que allí se crían son labrados como piedras preciosas y brotan y florecen como rosas... sirviendo a nuestro señor... y no tengas afección a ninguna cosa de tu casa; y no pienses. vive mi padre y madre... florece y abunda mi casa, donde nací. No te acuerdes de [nada]... lo que te fuere mandado harás, y el oficio que te dieren tomarás... 53

Entre la bella y larga arenga de los padres, hay ciertas palabras que encierran un contenido al que no se le ha concedido atención alguna. Si se toman al pie de la letra, se entendería que las

Por otra parte, es igualmente cierto que la equivocación en que se ha incurrido deriva de los escritos de algunos de los historiadores que, como Durán, Motolinía, Mendieta y otros, afirman escuetamente que los padres transmitían el oficio a sus hijos. Estas palabras deben tomarse con cuidado, ya que encierran contenidos que no consignaron con su verdadero significado, aunque desconozcamos la razón; no es raro que los historiadores den por sabidos datos cuya veracidad no han investigado. Con esto no estamos negando la existencia de artesanos encargados de la manufactura de los utensilios cotidianos, que no tuvieran nada que ver con los objetos religiosos o dedicados al servicio de los dioses y de los sacerdotes.

El trabajo artesanal se aprendía, por ejemplo, durante el servicio temporal que hacían los y las jóvenes, sin que fuera necesario permanecer recluidos toda la vida, a diferencia de los que se dedicaban de manera exclusiva al servicio de los dioses. Al salir de la escuela para casarse, los jóvenes trabajaban al lado de otros “padres espirituales” o sus mismos padres biológicos, que también habían aprendido ciertos oficios durante sus periodos de servicio temporal, y por ello mismo se habían capacitado “profesionalmente”, por así decirlo.

Durante las labores cotidianas, mientras vivían en aquellos recogimientos del calmécac las doncellas, por ejemplo, eran enseñadas no sólo en lo que se refiere a las normas religiosas sino también en algunas labores necesarias, como la realización de objetos íntimamente relacionados con el culto a las deidades. Estas doncellas eran dirigidas y enseñadas por mujeres adultas o ancianas muy respetadas porque algunas de ellas habían hecho voto de servir toda su vida 54.

Ahora bien, como la producción de los objetos necesarios para el culto estaba controlada por los sacerdotes, considero que no hay dificultad alguna para admitir que ellos transmitían parte del conocimiento práctico acerca de las representaciones gráficas que deberían imprimirse a las creaciones de los jóvenes de ambos sexos que vivían temporalmente en los recogimientos, a los cuales Durán llama “cabañeros”. De esta manera podía educárseles para adquirir un oficio que les serviría más tarde.Incluso los hijos de los nobles eran aconsejados por sus padres “de saber algún oficio honroso, como es el de hacer obras de pluma y otros oficios mecánicos para ganar de comer en tiempo de necesidad”, como ha dicho Sahagún. 55 Y si, también, como asienta Torquemada, todos los padres tenían la obligación de enviar a sus hijos a las “escuelas” para que fuesen educados, en esta enseñanza podría quedar comprendido el aprendizaje de las técnicas necesarias para realizar ya no los objetos del templo sino otros que podrían vender en los mercados, siempre y cuando no tuvieran relación alguna con los empleados en los servicios religiosos, como ya dijimos.

Por otra parte, en lo que se refiere a los objetos suntuarios, éstos sólo podían ser llevados por gente escogida; el gobernante mismo los otorgaba por méritos o concedía el permiso para usarlos. 56 Había celebraciones en las que el tlatoani distribuía entre sus invitados una enorme cantidad de joyas, vestiduras y mantas ‘galanamente adornadas’, rodelas, divisas y otras cosas más; en los banquetes se utilizaba cerámica ‘enteramente nueva’ (que no provenía de los mercados sino de lo que podríamos llamar, a falta de otro nombre, ‘talleres del estado’), 57 manufacturados por gente especializada para cumplir los deseos del gobernante. Es lógico pensar que en esos talleres no podía trabajar nadie que no tuviera un dominio perfecto de las técnicas que, además, debían haberse aprendido y dominado previamente. Estos conocimientos rara vez podían adquirirse por el solo hecho de trabajar al lado de los padres biológicos que no habían estudiado su oficio de manera organizada en un calmécac, o en ese servicio temporal de que se ha hablado.

Por estas y otras razones, no es posible aceptar las opiniones contemporáneas acerca de que los tlacuilos y otros artistas se encargaban de realizar los trabajos ordenados por los sacerdotes, y mucho menos de andar de aquí para allá en busca de trabajo, como se acostumbra hoy; además, hay pruebas de que los tlacuilos eran sacerdotes. Aquel criterio está preñado de “occidentalismo”, si se nos permite el término, y obedece a lo que hoy se considera “lógico”. Mas hay que pensar, por ejemplo, en obras como el Códice Borgia o el Códice Borbónico, o en esculturas como la Piedra del Sol (foto 19), para citar sólo unos casos, en los cuales el simbolismo y el mensaje sagrado son tan profundos y tan complejos que resulta infantil atribuirlos a individuos que sólo poseían su pura habilidad manual, pero que carecían del conocimiento religioso expresado en las obras. La Piedra del Sol posee un trazo geométrico perfecto, como lo ha demostrado, a sugerencia nuestra, el arquitecto Carlos Chanfón Olmos, excelente conocedor de la geometría, en un estudio señero para quien se interese por conocer la perfección a que llegaron en algunos casos los artistas mesoamericanos. 58 Estos ejemplos muestran la necesidad de estudiar el arte prehispánico tomando en cuenta los numerosos factores que afectaron su producción y no concretarse al puro aspecto estético, tan limitado.

Veamos ahora algunas de las escasas pruebas acerca de que los “oficios” se aprendían en las salas de los recogimientos anexos a los templos, que es otro de los nombres que dan los cronistas a los calmécac o monasterios. En primer lugar, Motolinía asienta con toda claridad este asunto:

A las espaldas de los principales templos había una sala a su parte [sic, por apartada] de mujeres, y no cerradas, porque no acostumbraban puertas... éstas por votos que habían hecho de servir en aquel lugar un año, o dos o tres... y éstas todas eran doncellas vírgenes por la mayor parte,