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Cinco formas de maltrato infantil y los principales modelos teóricos que han tratado de proporcionar explicaciones sobre los fenómenos de abuso sexual, maltrato físico, abandono físico, maltrato emocional y abandono emocional. Se abordan diferentes teorías que apoyan el modelo psiquiátrico psicológico, explican el maltrato físico a partir de la psicopatología parental, y se analizan los modelos explicativos centrados en criterios individuales y familiares. Además, se discuten los modelos de tercera generación que intentan pasar de un plano meramente descriptivo a uno explicativo, centrado en los procesos psicológicos que subyacen al maltrato.
Tipo: Esquemas y mapas conceptuales
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Presentado por: Mg. Narda Milagros Hernández Cárdenas Sesión N° 15
REVISIÓN DE LOS PRINCIPALES MODELOS TEÓRICOS EXPLICATIVOS DEL MALTRATO INFANTIL
La segunda es la perspectiva centrada en el abusador. El estudio de abusadores sexuales internados en instituciones ha permitido establecer que la raíz del abuso sexual se encuentra en las características psicológicas y fisiológicas del perpetrador. En los modelos explicativos centrados en criterios individuales hay hipótesis que intentan superar la originaria suposición de que los abusadores sexuales muestran una cierta patología psíquica, señalando la presencia de características personales tales como inmadurez, baja autoestima, sentimientos de inutilidad y otras (Finkelhor, 1984 ). En los que se basan en criterios familiares se enfatiza la presencia de conflictividad marital (violenta o no) y el alejamiento sexual de la pareja; de hecho, autores como Crivillé ( 1987 ) trabajaron sobre la hipótesis de una confusión e inversión de roles entre los diferentes miembros de la familia.
Este modelo intenta responder a dos cuestiones: la de por qué algunas personas se interesan sexualmente en los niños, y la razón por la cual el interés sexual conduce al abuso. Según este autor, para que ocurra el abuso sexual es necesaria la presencia de varios factores simultánea o sucesivamente: congruencia emocional (una importante inmadurez en el abusador que se experimenta a sí mismo como un niño, manifiesta necesidades emocionales infantiles y, por tanto, desea relacionarse con niños), activación sexual ante los niños, bloqueo de las relaciones sexuales normales (sentimientos de inutilidad personal, inadecuación interpersonal y distanciamiento sexual en sus relaciones de pareja) y desinhibición comportamental (de ello depende que el abuso sea estable o esporádico).
Patricia Mesa-Gresa, Luis Moya-Albiol 2011 Por tanto, el maltrato, los abusos y el abandono durante la infancia pueden considerarse como agentes que interrumpen el desarrollo cerebral normal y que, dependiendo además de la edad de inicio y de la duración de los malos tratos, pueden incluso llegar a producir modificaciones considerables en algunas estructuras cerebrales. Muy probablemente estos cambios estén relacionados con la mayor vulnerabilidad de estos niños a sufrir ciertas psicopatologías especialmente (trastorno de estrés postraumático) TEPT, depresión y consumo de drogas, así como a tener problemas de aprendizaje, atención y memoria.
El maltrato infantil provoca graves secuelas neurobiológicas, psicológicas y conductuales en los menores que lo padecen, pero es importante resaltar el papel de las diferencias individuales y de la resiliencia, ya que algunas variables, como el sexo de la víctima y el tipo de maltrato recibido van a marcar el desarrollo posterior a la experiencia del maltrato. Por ello, no todos los sujetos que han sufrido abusos o abandono en la niñez van a presentar psicopatologías o déficits funcionales. El hecho de que el cerebro humano siga desarrollándose durante la infancia y la adolescencia, e incluso durante el periodo adulto, hace que sea especialmente vulnerable ante situaciones traumáticas o de estrés crónico, y se pueden producir daños, en ocasiones irreversibles, de tipo físico, emocional y cognitivo. En un alto porcentaje estos daños llevarán al desarrollo de diversas patologías en la edad adulta, tales como el TEPT o la depresión, el abuso de sustancias e incluso los trastornos de personalidad, además de todos los déficits cognitivos asociados. Es evidente, pues, que un desarrollo adecuado sin altos niveles de estrés y sin la vivencia de situaciones traumáticas durante los primeros años de vida permiten que el cerebro evolucione de un modo mucho más adaptativo, de forma que la persona pueda llegar a ser más social, estable y empática, y, por tanto, menos agresiva.