Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

Alucinaciones y Drogas Psicoactivas: Un Análisis de sus Efectos y Consecuencias, Apuntes de Filosofía

Este documento explora el fenómeno de las alucinaciones, especialmente en relación con el consumo de drogas psicoactivas. Se analizan los efectos de diferentes sustancias, como el éxtasis (mdma), el lsd y la marihuana, y se discuten sus implicaciones en la percepción, la conciencia y la experiencia humana. El texto también aborda la historia del uso de estas sustancias, su impacto en la cultura y las controversias que las rodean.

Tipo: Apuntes

2022/2023

Subido el 12/02/2025

juan-david-m
juan-david-m 🇨🇴

3 documentos

1 / 29

Toggle sidebar

Esta página no es visible en la vista previa

¡No te pierdas las partes importantes!

bg1
1
INTRODUCCIÓN
Si las drogas de paz y las de energía se caracterizan por una toxicidad respectivamente alta, que -salvo casos
excepcionales- se corresponde con factores de tolerancia relativamente altos también, las drogas visionarias presentan
rasgos por lo general muy dispares.
En su mayoría, tienen márgenes de seguridad tan actos que la literatura científica no conoce siquiera dosis letal
para humanos, y en su mayoría carecen de tolerancia -o la tienen tan rápida que dos o ¡res administraciones sucesivas
bastan para producir insensibilización total; en otras palabras, algunas pueden consumirse la vida entera sin aumentar
cantidades, y otras no producirán el más mínimo efecto psíquico sin interponer pausas de varios días en el consumo,
incluso con dosis descomunales. Tampoco pueden producir cosa parecida a una dependencia física, acompañada por
síndromes abstinenciales. Partiendo de las drogas examinadas hasta ahora, todo esto parece el mundo cabeza abajo.
Sin embargo, que la toxicidad y el factor de tolerancia sean cosas despreciables, o casi despreciables, no
significa inocuidad en el caso de las drogas visionarias. Lo esencial en el concepto de fármaco -que se trata de
sustancias venenosas y terapéuticas, no lo uno o lo otro sigue cumpliéndose aquí con rigurosa puntualidad, sólo que en
un orden distinto de cosas. El peligro no es que el cuerpo deje de funcionar, por catalepsia o por sobreexcitación, sino
que se hunda el entramado de suposiciones y juicios acerca de uno mismo, y que al cesar la rutina anímica irrumpa de
modo irresistible el temor a la demencia.
El caso se parece al de Aladino y su lámpara, que bastaba frotar para bator presento un genio todopoderoso.
Ese djinn podía conceder deseos, remediar carencias y defender de enemigos; pero no toleraba ser invocado
vanamente, por móviles emparentados con el aburrimiento, la hipocresía o la trivialidad. En sus formas vegetales, los
fármacos visionaríos más activos han sido venerados como canales de comunicación con lo eterno y sacro por
aquellos pueblos que los emplearon o emplean , evitando así que móviles banales o irreflexivos produjeran la ira del
djinn y el consiguiente horror de Aladino. Una de sus lecciones es que alterar la rutina psíquica implica profundizar
en la cordura, no en la demencia, pero que tanto el demente crónico como el frívolo podrían verso enfrentados a
experiencias dantescas, el uno por insuficiencia de su espíritu y ti otro por una orientación errónea. Empleando los
términos de C. Castaneda, sólo defiende con efícacia esa pureza en el intento representada por caminos con corazón.
La explicación neuronal para el símil de Aladino ha sido intentada desde varias perspectivas, por ejemplo
afirmando que estas drogas reducen el tiempo empleado para transmitir señales nerviosas, con consiguiente
incremento geométrico de información. En contraste con lo pacifícadores sintéticos, se sabe que bastantes drogas
visionarias aumentan la oxigenación cerebral, y quien haya experimentado su efecto sospecha que activan tanto lo
primitivo así como las funciones más desarrolladas evolutivamente. Sin duda, interrumpen la rutina psíquica en
grados impensables para drogas de paz y de energía abstracta, abriendo dimensiones anímicas que oscilan de lo
beatífico a lo pavoroso, con una tendencia -perfectamente ajena también a drogas de paz y de energía -que se orienta a
borrar ¡a importancia o relevancia de un yo en todo el asunto.
Por eso mismo, se vinculan a la experiencia de éxtasis en sentido planetario -tal como aparece en culturas de
los cinco continentes-, que incluye dos momentos básicos: una etapa de viaje por regiones inexploradas, aligerado el
sujeto de gravedad pero incapaz de detenerse en nada, y una etapa esencial que cuando toca fondo implica ,Morir en
vida para resucitar libre del temor a la vida y, en esa medida, de aprensión ante la finitud propia. El se<gundo
momento puede explicarse también como súbito miedo a volverse loco o estallar de significado, que se de ¡iza al
pánico de no poder hacer el camino de retorno hacia uno mismo, y concluye (en casos favorables) con una
reconciliación de lo finito y ¡o infinito, donde el instante y la eternidad se funden, emancipados de deudas para con el
ayer y el mañana. Es el éxtasis propiamente dicho o «pequeña muerte», que el ánimo experimenta como momento de
vigorosa resurrección; no sólo ha sobrevivido como cuerpo y como conciencia, sino que esa inversión en dimensiones
superiores e inferiores le ha templado en medida bastante como para volver a elegir existencia.
Las drogas visionarias más potentes exhiben grandes semejanzas estructurales con todos los neurotransmisores
monoamínicos (dopamina, norepinefrina, serotonina, acetiicolina, histamina), y dentro de una analogía básica se
distribuyen en dos grandes grupos. Uno posee un anillo bencénico y corresponde en general a ¡as fenetilaminas
(mescalina es el prototipo), mientras otro posee un anillo indólico (LSD, psilocibina, etc.), si bien ambos grupos
muestran grandes afinidades en sus efectos subjetivos. Los compuestos indólicos se encuentran en plantas de cuatro
continentes -ergot o cornezuelo, iboga, amanita muscaria, varios tipos de hongos-, y dan origen a compuestos
semisintéticos y sintéticos. Los de anillo bencénico se encuentran también en plantas como el peyote o el sampedro, y
sus derivados sintéticos pueden acercarse al millar.
pf3
pf4
pf5
pf8
pf9
pfa
pfd
pfe
pff
pf12
pf13
pf14
pf15
pf16
pf17
pf18
pf19
pf1a
pf1b
pf1c
pf1d

Vista previa parcial del texto

¡Descarga Alucinaciones y Drogas Psicoactivas: Un Análisis de sus Efectos y Consecuencias y más Apuntes en PDF de Filosofía solo en Docsity!

INTRODUCCIÓN

Si las drogas de paz y las de energía se caracterizan por una toxicidad respectivamente alta, que - salvo casos excepcionales- se corresponde con factores de tolerancia relativamente altos también, las drogas visionarias presentan rasgos por lo general muy dispares. En su mayoría, tienen márgenes de seguridad tan actos que la literatura científica no conoce siquiera dosis letal para humanos, y en su mayoría carecen de tolerancia - o la tienen tan rápida que dos o ¡res administraciones sucesivas bastan para producir insensibilización total; en otras palabras, algunas pueden consumirse la vida entera sin aumentar cantidades, y otras no producirán el más mínimo efecto psíquico sin interponer pausas de varios días en el consumo, incluso con dosis descomunales. Tampoco pueden producir cosa parecida a una dependencia física, acompañada por síndromes abstinenciales. Partiendo de las drogas examinadas hasta ahora, todo esto parece el mundo cabeza abajo. Sin embargo, que la toxicidad y el factor de tolerancia sean cosas despreciables, o casi despreciables, no significa inocuidad en el caso de las drogas visionarias. Lo esencial en el concepto de fármaco - que se trata de sustancias venenosas y terapéuticas, no lo uno o lo otro sigue cumpliéndose aquí con rigurosa puntualidad, sólo que en un orden distinto de cosas. El peligro no es que el cuerpo deje de funcionar, por catalepsia o por sobreexcitación, sino que se hunda el entramado de suposiciones y juicios acerca de uno mismo, y que al cesar la rutina anímica irrumpa de modo irresistible el temor a la demencia. El caso se parece al de Aladino y su lámpara, que bastaba frotar para bator presento un genio todopoderoso. Ese djinn podía conceder deseos, remediar carencias y defender de enemigos; pero no toleraba ser invocado vanamente, por móviles emparentados con el aburrimiento, la hipocresía o la trivialidad. En sus formas vegetales, los fármacos visionaríos más activos han sido venerados como canales de comunicación con lo eterno y sacro por aquellos pueblos que los emplearon o emplean , evitando así que móviles banales o irreflexivos produjeran la ira del djinn y el consiguiente horror de Aladino. Una de sus lecciones es que alterar la rutina psíquica implica profundizar en la cordura, no en la demencia, pero que tanto el demente crónico como el frívolo podrían verso enfrentados a experiencias dantescas, el uno por insuficiencia de su espíritu y ti otro por una orientación errónea. Empleando los términos de C. Castaneda, sólo defiende con efícacia esa pureza en el intento representada por caminos con corazón. La explicación neuronal para el símil de Aladino ha sido intentada desde varias perspectivas, por ejemplo afirmando que estas drogas reducen el tiempo empleado para transmitir señales nerviosas, con oí consiguiente incremento geométrico de información. En contraste con lo pacifícadores sintéticos, se sabe que bastantes drogas visionarias aumentan la oxigenación cerebral, y quien haya experimentado su efecto sospecha que activan tanto lo primitivo así como las funciones más desarrolladas evolutivamente. Sin duda, interrumpen la rutina psíquica en grados impensables para drogas de paz y de energía abstracta, abriendo dimensiones anímicas que oscilan de lo beatífico a lo pavoroso, con una tendencia - perfectamente ajena también a drogas de paz y de energía - que se orienta a borrar ¡a importancia o relevancia de un yo en todo el asunto. Por eso mismo, se vinculan a la experiencia de éxtasis en sentido planetario - tal como aparece en culturas de los cinco continentes-, que incluye dos momentos básicos: una etapa de viaje por regiones inexploradas, aligerado el sujeto de gravedad pero incapaz de detenerse en nada, y una etapa esencial que cuando toca fondo implica ,Morir en vida para resucitar libre del temor a la vida y, en esa medida, de aprensión ante la finitud propia. El se<gundo momento puede explicarse también como súbito miedo a volverse loco o estallar de significado, que se de ¡iza al pánico de no poder hacer el camino de retorno hacia uno mismo, y concluye (en casos favorables) con una reconciliación de lo finito y ¡o infinito, donde el instante y la eternidad se funden, emancipados de deudas para con el ayer y el mañana. Es el éxtasis propiamente dicho o «pequeña muerte», que el ánimo experimenta como momento de vigorosa resurrección; no sólo ha sobrevivido como cuerpo y como conciencia, sino que esa inversión en dimensiones superiores e inferiores le ha templado en medida bastante como para volver a elegir existencia. Las drogas visionarias más potentes exhiben grandes semejanzas estructurales con todos los neurotransmisores monoamínicos (dopamina, norepinefrina, serotonina, acetiicolina, histamina), y dentro de una analogía básica se distribuyen en dos grandes grupos. Uno posee un anillo bencénico y corresponde en general a ¡as fenetilaminas (mescalina es el prototipo), mientras otro posee un anillo indólico (LSD, psilocibina, etc.), si bien ambos grupos muestran grandes afinidades en sus efectos subjetivos. Los compuestos indólicos se encuentran en plantas de cuatro continentes - ergot o cornezuelo, iboga, amanita muscaria, varios tipos de hongos-, y dan origen a compuestos semisintéticos y sintéticos. Los de anillo bencénico se encuentran también en plantas como el peyote o el sampedro, y sus derivados sintéticos pueden acercarse al millar.

VISIONARIOS Y ALUCINÓGENOS

Suelen conocerse como «alucinógenos» los fármacos de excursión psíquica, borrando así diferencias decisivas en el efecto. Visión arranca de conceptos como el griego theoreia , que significa contemplación y mirada a distancia. Alucinación, que se define en los manuales como «percepción sin objeto», tiene su raíz en experiencias de perturbados sin drogas (vulgarmente conocidos como locos, permanentes o transitorios), y perturbados con drogas de paz o energía (altas dosis de alcohol, barbitúricos o estimulantes). Visión y alucinación se distinguen por el <grado de credulidad inducido en cada caso. Usando ayahuasca o yagé, por ejemplo, alguien puede contemplar con los ojos cerrados criaturas primordiales - digamos una especie de lagartos descomunales o dragones-, dentro de una trama narrativa donde esos seres telúricos le cuentan que crearon la vegetación terrestre para ocultarse de ciertos perseguidores, y acto seguido ver cataratas parecidas a las del Niágara brotando de las fauces de un cocodrilo inauditamente vasto. Sin embargo, las formas dependen de yacer tumbado en la oscuridad, libre de ruidos o voces inmediatas, y el sujeto se sabe inmerso en una visión determinada, por mucha angustia o asombro que el cuadro le produzca. El que padece un delirium tremens alcohólico o de tranquilizantes, en cambio, no sólo verá cocodrilos en su chimenea o arañas corriendo bajo su piel, sino que tratará de tomar las medidas acordes a una realidad inmediata de tales percepciones, lanzando objetos contundentes contra el adversario de la chimenea o rascándose hasta lacerar ía piel. En un caso la conciencia crece, admitiendo lo inaudito, y en el otro se ve reducida, hasta el extremo de actuar sobre la base de una credulidad ciega. Un imbécil, un trastornado o un frívolo puede comportarse con yagé como un cocainómano, un barbiturómano o un alcohólico con sus respectivas drogas - dando crédito al estado de conciencia alterada como si se tratara de un estado de conciencia habitual-, pero incluso entonces habrá en su mente un doble nivel, que por una parte recibe las visiones y por otra crea respuestas adaptadas a su particular disposición anímica. Está negándose a la «Pequeña muerte», aunque la experimenta, y el resultado de esa colisión puede ser agresividad dirigida sobre otro o sobre sí mismo. Simplementete, no dispone de recursos para hacer frente a la experiencia donde resulta encontrarse, y reacciona con disociaciones. Todo esto viene a cuento porque hay drogas alucinógenas o disosiativas, que Introducen a la credulidad ciega como estado racional o cotidiano de conciencia, y que por eso mismo merecen el nombre de «alucinógenos». Lo que distingue nuclearmente fármacos visionarios de fármacos alucinógenos es la memoria. Tan pronto como alguien olvida hallarse bajo la influencia de una droga, estando sometido a ella, se siguen consecuencias catastróficas o benéficas, pero en todo caso imprevisibles y probablemente adversas, pues la vida Personal es un equilibrio inestable, que admite pocos errores impunes. Salvo en dosis masivas, donde también funcionan como disociativos o alucinógenos drogas de paz y drogas de energía en abstracto, los alucinógenos clásicos son tropanos contenidos en solanáceas psicoactivas. La lechuga silvestre, la belladona, la mandrágora, el beleño, las daturas y las brugmansias pertenecen a este grupo, cuyos principios activos básicos son atropina y escopolamina. Crecen silvestres en todo el planeta, y mientras Europa estuvo sometida al imperio inquisitorial fueron elementos básicos de untos y potajes brujeriles. Sabemos que estas drogas son usadas en otros continentes, y testimonios como el de Teofrasto - principal discípulo de Aristóteles indican que extractos suyos fueron habituales antiguamente, mezclados o no con vino. Pero en Asia, África, Australia y América son drogas usadas por el chamán o brujo para adquirir poderes, y no compartidas con la generalidad de la tribu como las drogas de tipo visionario. Dominarlas es un desafío que él y sus sucesores asumen a título personal, por ejemplo para poder desplazarse mágicamente de un lugar a otro. Es posible que - en los umbrales de la Edad Moderna- una de las desgracias europeas haya sido verse llevada a un uso popular de fármacos tan ásperos, tras el hundimiento de tradiciones farmacológicas paganas y antiguas vías de suministro. Sea comofuere, las solanáceas psicoactivas son fármacos alucinógenos. Un té de datura metel sumió a tres personas en un estado calamitoso. Desdoblada, la primera estableció una larga comunicación telefónica con Japón (inalámbrica y sin apoyo de ondas herzianas desde luego), produciendo el discurso de ambos lados mientras recorría las orillas de una playa. Abrumada por la sensación de haberse convertido en plomo macizo, la segunda persona (concretamente yo) se desplomó en un estado de sopor amnésico, según parece acompañado por ocasionales convulsiones. La tercera enveredó campo a través, descalza, hasta que varios kilómetros más tarde un alma caritativa le otorgó acomodo, cuando la maleza ya había causado múltiples heridas. Ninguno de los tres recordamos cosa

(metilenedioxifenilisopropilamina) la MBDB (metilbenzobutanamina). La inflación de sustitutos para psiquedélicos naturales y semisintéticos parece deberse a los mismos resortes que en el mercado blanco y el negro han multiplicado sucedáneos tanto para opiáceos como para estimulantes naturales y semisintéticos, desde la buprenorfina al crack. Una montaña de datos farmacológicos no agotaría los rasgos diferenciales de estos compuestos, y me limito por ello a examinar uno concretamente.

MDMA o éxtasis

Cuando varios psiquiatras y psicólogos norteamericanos llevaban casi una década usando esta sustancia, en 1985, la policía anti-narcóticos americana (DEA) decretó que carecía de «uso médico». Siguió una polémica en la prensa - tanto especializada como no especializada-, pues por Entonces no se conocía un solo usuario que hubiese requerido atención por sobredosis, ni otras señales de abuso o delincuencia. Había, eso sí, un grupo de estirpe psiquedélica - llamado New Age- apoyaba la difusión de la sustancia, y en los campus universitarios empezaban a Proliferar camisetas con el slogan dont get married for six weeks after XTC («no te cases antes de se semanas después de tomar éxtasis»). Incapaces de modificar la decisión de la DEA, esos psiquiatras y psicólogos - apoyados por un grupo más amplio de profesionales-, trataron de lograr que la OMS no ratificara a nivel internacional la prohibición; lejos de pedir que fuese una droga vendida libremente en farmacias, solicitaban que fuese, incluida en el mismo régimen que otros psicofármacos (receta médica, control de la fabricación, etc.). Pero la OMS resolvió incluir la MDMA en la lista I (fármacos sin virtudes terapéuticas, sólo admisibles en experimentos con animales), al mismo tiempo que instaba «a las naciones a facilitar la investigación esta interesante sustancia». Naturalmente, cualquier instigación sobre la «interesante» sustancia quedaba abortada e raíz incluyéndola en la lista I. Meses más tarde aparecían en el mundo entero grandes partidas de MDMA, generalmente muy adulteradas e incluso in rastro alguno de la droga misma, que se ofrecían en discotecas como afrodisíaco genital, con precios comparables a os de heroína o cocaína. En 1987 cinco personas mueren por sobredosis atribuida a éxtasis en la ciudad de Dallas, mientras fármaco sigue siendo muy bien acogido en Estados Unidos v a. Encuestas hechas al azar y respetando el anonimato n la Universidad de Stanford (California), indican que el 40% los estudiantes ha experimentado con MDMA, en márgenes van de dosis pequeñas a dosis altas. I. Al caer bajo la Prohibición, quedaron en suspenso varias investigaciones sistemáticas sobre esta droga y el el sistema nervioso humano. A la autoridad en funciones no le interesa dilucidar esos aspectos, y sin su apoyo - por no decir que en condiciones de persecución - resulta muy difícil llegar a resultados indiscutibles. Sin embargo, se saben ya algunas cosas. El ancestro vegetal de la MDMA son aceites volátiles contenidos en la nuez moscada y en las simientes de cálamo, azafrán, perejil, eneldo y vainilla. El procedimiento más sencillo para obtener MDA es tratar safrol (ingrediente del aceite de sasafrás) con amoniaco en forma gaseosa. La MMDA, que es en realidad un derivado de la MDA, se obtiene aminando miristicina, un alcaloide presente en la nuez moscada. Aunque esa nuez se considera droga afrodisíaco en India, dudo de que su efecto se parezca remotamente al de MDA, MMDA o NIDMA, y no es aconsejable ingerir las cantidades necesarias para tener una experiencia psíquica; cierto conocido molió tres nueces grandes y logró tragarlas con ayuda de miel y agua, pero tuvo un paro renal que de poco acaba con su vida. Por supuesto, los actuales laboratorios clandestinos siguen caminos sintéticos para obtener estas drogas, y con frecuencia producen homólogos inexplorados todavía. Las dosis de MDMA abarcan de 1 a 2,5 miligramos por kilo de peso. Menos de 50-75 miligramos pueden no ser psicoactivos, y más de 250 pueden provocar una intoxicación aguda, aunque no sea frecuente; he llegado a tomar unos 400 miligramos - con varios amigos que tomaron otro tanto- sin efectos secundarios distintos de leves irregularidades en la visión. No obstante, es obvio que el fármaco posee un margen de. seguridad excepcionalmente pequeño para drogas de tipo psiquedélico. Admitiendo que puede haber alérgicos específicos (asmáticos, aquejados de insuficiencia renal o cardíaca, epilépticos, hipertensos, embarazadas y quizá otros, todavía por determinar), pienso que la dosis letal media no comienza hasta los 600 o 700 miligramos en una sola toma, y que un organismo sano admite posiblemente varios gramos. Han sobrevivido ratones, ratas y conejos de indias con dosis equivalentes a 6 gramos para una persona de peso medio, Y nada indica que sean más resistentes a este tipo de compuestos los humanos.

Cuando contienen efectivamente MDMA, las cápsulas 4 grageas circulantes en el mercado negro suelen ser de 100 1 150 miligramos. Estas cantidades - que pueden considerarse óptimas para personas entre 50 y 80 kilos de peso- producirás por vía oral una experiencia intensa de 2 a 3 horas, que luego declina con relativa rapidez. No es raro que en la «bajada» se produzca una suave somnolencia espontánea, seguida por sueño tranquilo. El día siguiente está caracterizado por una especie de reminiscencia del efecto, mucho más leve pero mucho más prolongada también, que puede experimentarse corno fatiga sí hay que trabajar o hacer esfuerzos análogos, aunque en otro caso tiende a sentirse como la adecuada terminación d( aquello que comenzó el día previo. No he notado fenómenos de tolerancia con la MDMA. quizá porque no llegué a consumirlo en altas dosis y bastante seguido. Probé las primeras cápsulas hace unos quince años, desde entonces me habré administrado más de medio centenar - unas pocas ocasiones hasta tres o cuatro por semana, y en la mayoría de los casos mucho más espaciadas. Pero sigo notando la misma potencia con el mismo producto. Naturalmente, esto no vale cuando se van encadenando dosis sucesivas, ya que a partir de la segunda el incremento en efecto psíquico es mínimo, a la vez que aumentan sensaciones colaterales (apretar las mandíbulas, conatos de visión doble, coordinación corporal algo menor). En cualquier caso, si se desarrolla una tolerancia es mucho menos marcada que con anfetamina, tranquilizantes o somníferos. Se ha dicho que la MDMA es neurotóxica, pues puede provocar una degeneración permanente en los terminales serotonínicos de ratas. Fueron estos datos los que sirvieron de apoyo principal a la DEA americana para situar el fármaco en la lista I. Sin embargo, lo cierto es que dichos experimentos, y su interpretación, carecen de buena fe. Administrando diariamente a roedores cantidades que equivalen a 3.000 y 4.000 miligramos por parte de humanos, pontifican sobre el efecto en sujetos que, por término medio, no usan más de doce veces al año 150 o 200 miligramos. Con la misma lógica científica, juzgaríamos los efectos de distintos licores por aquello que acontece cuando obligamos a las ratas a beber agua con proporciones muy altas de alcohol, exponiéndolas en otro caso a morir de sed; este cruel experimento se ha hecho, y no sólo produjo muy graves degeneraciones en el tejido cerebral de los roedores, sino conductas como devorar sistemáticamente a las propias crías. Salvo error, nadie dedujo de ello que beber ocasionalmente cantidades moderadas de bebidas alcohólicas induzca degeneración cerebral e infanticidio en madres y padres humanos. El caso resulta todavía más llamativo cuando son decisiones de la propia autoridad legal quienes impiden investigar hasta qué punto puede ser realmente neurotóxica la MDMA para humanos. Todo cuanto sabemos con certeza por ahora - gracias a punciones lumbares hechas en 1987 a cinco usuarios generosos de esta droga, pertenecientes a la especie humana desde luego- es que el nivel de serotonina y otros neurotransmisores se mantenía dentro de los márgenes considerados «normales». También sabemos que de las cinco muertes producidas en Dallas y atribuidas a la MDMA sólo un cadáver mostraba rastros de esa sustancia en sangre, pero insuficientes para provocar siquiera una sobredosis leve. De hecho, en diez años de uso clínico y recreativo no se conoce todavía un solo caso de persona fallecida por ingerir grandes cantidades, y los episodios de intoxicación Parecen deberse más bien a alérgicos, como aquella joven que murió de perforación por tomar dos aspirinas. No obstante, insisto en que nadie, por ningún concepto, debe administrarse en una sola toma más de 250 miligramos de MDMA. Orgánicamente hay un aumento en la presión y el pulso, que alcanza su punto máximo como una hora después. A las seis horas son iguales - o algo inferiores- a los habituales. II. Si los demás fármacos visionarios pueden considerarse potenciadores inespecífícos de experiencia espiritual, la MDMA tiene como rasgo potenciar la empatía, entendiendo ese término en sentido etimológico: capacidad para establecer contacto con el pathos o sentimiento. No produce visiones propiamente dichas, y deja el mundo como está; pero a cambio de no cruzar las puertas de la percepción permite trasponer o desempolvar la puerta del corazón. El motivo de que acontezca semejante cosa es misterioso, como todo lo que se relaciona con la actividad del cerebro. Si el agua es hidrógeno y oxígeno amalgamados, y no sólo puestos uno al lado del otro, el efecto de la MDMA puede entenderse como una amalgama - no una simple mezcla- de moléculas mescalínicas y metanfetamínicas. Al producirse esa síntesis cada lado pierde una parte de sí mismo, y contribuye con otra a la aparición de un tercer término. Por algún motivo, ese tercer término tiende a evocar disposiciones de amor y benevolencia. Incluso cuando lo que se experimenta es melancolía, añoranza o cualquier ánimo emparentado con tristeza, esos sentimientos afloran en formas tan cálidas y abiertas a inspección que producen el alivio de una

representa un potenciador del contacto tan intenso como la MDMA. Dosis razonables en estos casos parecen ser medias - entre 125 y 160 miligramos-, aunque la mitad quizá sea más razonable aún, sobre todo si la reunión quiere prolongarse con una toma ulterior, cuando están desvaneciéndose los efectos de la primera. Conviene tener presente que desde los 200 miligramos l. MDMA tiende a producir cada vez menos su efecto característico, y cada vez más el de un estimulante anfetamínico, con rigidez muscular y nervios de un tipo u otro. Las administraciones en solitario pueden tener otros horizontes. Uno es realizar bajo su influjo el trabajo habitual - si tiene perfiles creativos de algún tipo~, para obtener intuiciones sobre uno mismo al hacerlo, o variantes posibles de actitud, y a esos fines resultan idóneas dosis activas mínimas (50-75 miligramos). Otro es la exploración de espacios internos, que puede hacerse en algún paraje - elegido de antemano- o mejor aún en una habitación a oscuras y sin ruidos, solo; en este caso la dosis preferible es alta (180-220 miligramos). Queda hablar sobre la sinergia o acción combinada de MDMA y otros fármacos. La droga produce sequedad de boca, y como sus efectos no resultan claramente afectados por el alcohol los usuarios suelen beber incluso más de lo habitual; esto es desaconsejable, porque el alcohol sí enturbia la experiencia (aunque no lo parezca entonces), y porque la suave fatiga del día siguiente se transforma en una seria resaca. Mucho más sentido tiene algo de alcohol cuando se han desvanecido los efectos, como modo de contribuir a un tranquilo reposo. Parece una insensatez - y no sé de nadie a quien se le haya ocurrido- mezclar MDMA con opiáceos, somníferos o estimulantes, incluyendo el café. Dosis considerables de anfetaminas o cocaína pueden convertir una posible experiencia emocional profunda en algunas horas de confusos nervios. Por lo que respecta a marihuana o hachís, apenas se percibe su efecto mientras dura el de MDMA.

DERIVADOS DEL CÁÑAMO

La experiencia humana con marihuana y hachís se remonta tiempos inmemoriales. Los más antiguos restos de fibra de cáñamo, que provienen del cuarto milenio a.C., se han encontrado en China. La religión védica arcaica veneró la planta, denominándola «fuente de felicidad y de vida»; las tradiciones brahmánicas posteriores consideran que su uso agiliza la mente,, otorga salud y concede valor, así como potencia sexual. El budismo vio en ella un auxiliar para la meditación trascendental. Herodoto menciona que era usada por escitas y persas, y el kiphy forma ya parte de las drogas del primer imperio egipcio. La Europa céltica, antes de la conquista romana, tenía grandes extensiones dedicadas al cultivo del cáñamo. En la antigüedad abundó una administración mediante sahumerios o fumigaciones, arrojando trozos de hachís sobre brasas o piedras calientes y respirando los humos. También hay diversas menciones a un vino resinato , compuesto probablemente con resina de cáñamo, cuya receta se ha perdido. Dependiendo de las culturas, se observa un uso profano o religioso. En la civilización grecorromana parece haberse usado como instrumento recreativo en fiestas de ricos, ya que era un producto importado de Egipto y muy caro. No recibió alabanzas de hipocráticos y galénicos como remedio, y con el triunfo del cristianismo sufrió el mismo eclipse que las otras drogas paganas. Siguió empleándose ocasionalmente en untos y cocimientos brujeriles, y por los árabes, pero con el renacimiento de la medicina científica occidental - a partir del siglo XV- queda desplazado de las farmacopeas. Desde entonces sólo mantiene fuerte arraigo en África, Asia Menor y Asia, donde continuó siendo una de las medicinas más versátiles, un vehículo de meditación para chamanes, fakires, yoguis y derviches, y una droga recreativa para distintos estratos sociales. A pesar de grupos como el famoso Club des Haschischien , parisino, y otros conventículos parecidos, en Occidente el consumo fue muy poco habitual hasta estallar la contestación psiquedélica, a mediados de los años sesenta. A partir de entonces se extiende rápida y masivamente entre la juventud americana y europea. Hasta una década más tarde los principales productores de marihuana son México, Colombia y algunas zonas del Caribe, especialmente Panamá y Jamaica, con pequeñas aportaciones de Tailandia y Laos. Desde entonces el primer productor mundial es Norteamérica, que mediante técnicas avanzadas de cultivo (en campo abierto y en interiores) ha llegado a desarrollar las mejores variedades del mundo; fuentes oficiales calculan que en 1988 la cosecha norteamericana de marihuana valió unos 33.000.000.000 de dólares, con beneficios muy superiores a los de toda la cosecha cerealera junta, entre otros motivos porque el fisco sólo pudo capturar un 16% de la misma. Y aunque en algunos estados la legislación resulta dura aún, en otros muchos la posesión - y hasta el cultivo en extensiones moderadas- ha dejado de perseguirse, por lo menos a nivel práctico. Los sondeos sugieren que puede haber allí unos quince millones de usuarios asiduos, y bastantes más de usuarios ocasionales o muy ocasionales.

Por lo que respecta al hachís, los grandes productores clásicos son países asiáticos (Afganistán, Pakistán, Nepal, el antiguo Tíbet) y países pertenecientes al Mediterráneo musulmán (Turquía, Egipto, Líbano y Marruecos). De ellos sólo Afganistán, Pakistán y Marruecos siguen produciendo cientos o miles de toneladas anuales. Como las excelentes variedades asiáticas rara vez llegan a Europa - se desvían a Australia o Estados Unidos casi siempre-, Marruecos es hoy el gigante mundial que abastece a toda Europa. Resulta aventurado calcular cuántos europeos consumen regularmente hachís, aunque no deben bajar de los diez Milllones, con al menos otros tantos usuarios ocasionales; esa formidable demanda supera la capacidad productora marroquí, y - unida a su posición de monopolio práctico- explica una creciente degradación en la caridad del producto exportado.

MARIHUANA

El cáñamo es un arbusto anual, que alcanza hasta los tres metros de altura. Puede crecer silvestre, aunque necesita agua abundante durante la estación seca y sólo rinde bien con tierras abonadas o de gran riqueza natural. En el hemisferio norte se planta hacia finales del invierno, y no alcanza su madurez hasta principios del otoño. Los machos, difíciles de distinguir de las hembras antes de producirse la floración, tienen cantidades mínimas de principio psicoactivo - el tetrahidrocannabinol o THC-, y suelen arrancarse antes de expulsar el polen para que las hembras produzcan la variedad más potente y de uso más cómodo, conocida como «sin semilla». En efecto, los cañamones no son psicoactivos salvo para pájaros (que los devoran con gran placer, y sin duda alguna se «colocan», como han probado diversos experimentos muy concienzudos). Las hojas de las hembras, que tienen bajas proporciones de THC, son lo que en Marruecos se denomina <grifa, y una mezcla picada de hojas y flores, con algo de tabaco local, es el llamado kif. Sin embargo, la máxima concentración de THC se produce en las flores maduras sin germinar, cuando las cortas ramificaciones de las ramas han perdido todas las hojas y aparecen enfundadas totalmente por esas inflorescencias pilosas, cosa que rara vez acontece hasta octubre en nuestras latitudes, pues hacen falta algunas noches de fresco para consumar el ciclo. Las plantas suelen arrancarse y secarse colgadas cabeza abajo, en lugares oscuros y ventilados, durante cuatro o cinco días. A partir de entonces están listas para ser fumadas; la absorción por esa vía oscila del 50 al 70% del principio activo. La absorción oral es irregular y muy inferior; para potenciaría se hornea una mezcla de la planta con otros ingredientes, haciendo tortas, pasteles o cosa análoga. Las tortas o pasteles tardan mucho más en hacer efecto, aunque éste sea mucho más prolongado - y algo distinto- también. I. La psicoactividad de unas marihuanas y otras exhibe diferencias espectaculares. Cuando llevaba ya dos décadas fumando prácticamente a diario algo de cáñamo, en 1986 me regalaron una marihuana de Sinaloa (México) de tal potencia que al cabo de pocos días (en un acto de clara cobardía) acabé tirando el resto. Habría debido prepararme para unas pocas chupadas de cigarrillo como para una experiencia de peyote o LSD. Una y otra vez eso me parecía absurdo, pero una y otra vez me cogían desprevenido grandes excursiones psíquicas. La cosa resultaba todavía más extraña teniendo en cuenta que durante- ese mismo viaje a México probé marihuanas consideradas - con toda justicia- excelentes, sin rozar siquiera los umbrales que aquella otra trasponía usando cantidades mínimas. Con todo, no se trata sólo de potencia sino de tonalidad, pues entre el producto tailandés y el guineano, por ejemplo, hay vacíos que no se igualan bebiendo blancos del Rin y olorosos de jerez, sake del japón y pisco del Perú. Esto resulta incómodo de explicar considerando que el THC es una molécula invariable, y las plantas se limitan a ofrecer distintas concentraciones de lo mismo. La toxicidad de la marihuana fumada es despreciable. No se conoce ningún caso de persona que haya padecido intoxicación letal o siquiera aguda por vía inhalatoria, dato que cobra especial valor considerando el enorme número de usuarios cotidianos. Lo mismo puede decirse de la vía digestiva, donde hacer, falta cantidades descomunales (varias onzas) para inducir estados de sopor profundo, que desaparecen durmiendo simplemente. A mediados del siglo XIX se llegaron a inyectar hasta 57 gramos de extracto líquido de cáñamo en la yugular de un perro que pesaba 12 kilos, buscando la dosis mortífera del fármaco; para sorpresa de los investigadores, el animal se recuperó tras estar inconsciente día y medio. No obstante, conozco al menos tres casos de personas que reaccionaron a la combinación de marihuana y alcohol con lipotimia; al tener la cabeza a la altura del cuerpo se recobraron de inmediato, pero una de ellas podría haberse hecho daño al caer. No infrecuente en borracheras, la lipotimia es una brusca bajada de tensión, más explicable aún cuando la bebida se mezcla con cáñamo, porque esta droga aumenta el consumo de oxígeno en el cerebro, y el alcohol es un vasodilatador. Falto de la presión mínima para mantener sus constantes de vigilia, el desmayo lipotímico constituye una reacción automática, orientada a cambiar la posición erecta por otra sedante, donde acuda más sangre a la cabeza.

enfermedades venéreas, jaquecas, tosferina, oftalmia y hasta tuberculosis). También se considera un tónico cerebral, antihistérico, antidepresivo, potenciador de deseos sexuales sinceros, fuente de coraje y longevidad. Más interés que en estas finalidades tiene, a mi entender, como fármaco recreativo y promotor de introspección. Desde mediados de los altos sesenta, hasta finales de los setenta, tuvo un predicamento excepcional entre sectores juveniles y radicales de todo el mundo occidental, que en buena parte ha cesado. Drogas como la cocaína, combinada o no con altos consumos de alcohol, tranquilizantes y café, han logrado el favor de aquellos que hace dos décadas simbolizaban aspiraciones y preferencias consumiendo ritualmente yerba. Pero con menos misticismo epidérmico, menos ceremonial y menos moda, consumir cáñamo sigue siendo uno de los ritos de pasaje para la juventud - como el alcohol y el tabaco-, y va arraigando también el cultivador que se autoabastece, amparado en variedades botánicas muy potentes y de pequeño tamaño, difíciles de detectar cuando están sobre el campo y de gran rendimiento cuando crecen bajo techo. El consumo ya no depende de querer asumir roles determinados (beatnik, provo, hippie), y por eso mismo parece maduro para la persistencia. Como fármaco recreativo, la marihuana tiene pocos iguales. Su mínima toxicidad, el hecho de que basta interrumpir uno o dos días el consumo para borrar tolerancias, la baratura del producto en comparación con otras drogas y, fundamentalmente, el cuadro de efectos subjetivos probables en reuniones de pocas o muchas personas, son factores de peso a la hora de decidirse por ella. Promociona actitudes lúdicas, a la vez que formas de ahondar la comunicación, y todo ello dentro de disposiciones desinhibidoras especiales, donde no se produce ni el derrumbamiento de la autocrítica (al estilo de la borrachera etílica) ni la sobreexcitación derivada de estimulantes muy activos, con su inevitable tendencia a la rigidez. El inconveniente principal son los «malos rollos» - casi siempre de tipo paranoide- que pueden hacer presa en algún contertulio. Sin embargo, esos episodios quedan reducidos al mínimo entre usuarios avezados, y se desvanecen fácilmente cuando los demás prestan a esa persona el apoyo debido. Comparada con fármacos de duración inicial pareja, como la MDMA, una buena marihuana es menos densa emocionalmente, y menos abierta a torrentes de franqueza, aunque más dúctil a nivel de reacciones y pensamientos, así como incomparablemente menos tóxica. Desde el punto de vista introspectivo - unido sobre todo a las administraciones en soledad-, el lado a mi juicio más interesante es lo que W. Benjamin llamó «un sentimiento sordo de sospecha y congoja», gracias al cual penetramos de lleno en zonas colmadas por lucidez depresiva. El entusiasmo inmediato, tan sano en sí, suele contener enormes dosis de insensatez y vanidad, que se dejan escudriñar bastante a fondo con ayuda de una buena marihuana. Por supuesto, muchas personas huyen de la depresividad como del mismo demonio y considerarán disparatado buscar introspección en sustancias psicoactivas. Pero otros creen que convocar ocasionalmente la lucidez depresiva es mejor que acabar cayendo de improviso en una depresión propiamente dicha, cuando empieza a hacer aguas la frágil nave de nuestra capacidad y propia estima. En otras palabras, un «mal rollo» ocasional con cáñamo podría ser tan útil, o más, que las habituales experiencias de amena jovialidad, mientras se disfrutan las leves alteraciones sensoriales con el ánimo de quien acude al cine o contempla el televisor. Aunque la marihuana puede aliviar el aburrimiento de la vida social, y hasta el aburrimiento de la personal, cabe también usarla como primera introducción o antecámara al trance de la «pequeña muerte» y sus resurrecciones. Marihuana de interiores Esfuerzos coordinados de agrónomos, químicos y biólogos desembocaron en un sistema para rentabilizar al máximo la producción de cáñamo, suprimiendo al mismo tiempo los riesgos - tanto climáticos como policiales- del cultivador a cielo abierto. Apoyándose en riego gota a gota, dosificación medida de nutrientes, ingeniería genética y empleo de luz artificial, estos investigadores crearon plantas asombrosas, que maduran en la mitad de tiempo (o menos), y rinden en flores el doble o triple de peso. El equipo idóneo para criarlas cuesta en Estados Unidos y Holanda unos dos mil dólares para cada metro cuadrado de cultivo, y permite cosechar unas seis hembras cada dos o tres meses, dependiendo del régimen de luz elegido. Dicha marihuana se llama hidropónica, pues en vez de crecer sobre tierra o en macetas brota de un pequeño pie (hecho de basalto en polvo o «lana de piedra»), periódicamente humedecido por una mezcla de minerales que es distinta para cada fase (germinación, crecimiento, maduración) de, la planta. Tanto el tanque de nutrientes como el interruptor lumínico son programables, de manera que el cultivador puede ausentarse durante semanas, aunque es más probable que- visite todos los días esos prodigios de verdor y rápido desarrollo, asegurándose de que la mezcla tiene el PH adecuado y la lámpara está a la altura justa - e incluso instale una butaca en ese cuarto para leer o pensar.

Con equipos más o menos sofisticados, la cosecha de marihuana hidropónica ha llegado a ser descomunal en Estados Unidos, y muy considerable en Holanda. Abastece a millones de consumidores, y no sólo proporciona rentas a quienes cultivan sino a las grandes compañías - General Electric, Philips, Bayer, etc.- que fabrican el instrumental y los fertilizantes más adecuados. En dos décadas, Estados Unidos ha pasado de ser el mayor importador a ser el mayor productor del planeta; ese autoabastecimiento evita fugas de efectivo, alimentando una gran economía sumergida. Poco tiene de extraño, pues los norteamericanos consumen hoy un producto incomparablemente más activo y sano que el hachís europeo, y a precios comparables. La técnica hidropónica vale para el cultivador pequeño, el mediano y el grande (que se instala un generador para no mostrar niveles sospechosos de consumo eléctrico en su casa, y con tres habitaciones pequeñas produce cientos de kilos al año, vendidos a diez dólares el gramo). Cosa parecida sucede en Holanda, donde la venta libre de marihuana y hachís en cafeterías no sólo genera pingües ganancias fiscales sino una industria colateral muy ramificada, que cultiva, vende pipas y semillas a los consumidores, equipo a los productores e información a los interesados. Lo mismo sucede - con más tapujos- en Estados Unidos. Sólo sus dueños saben qué beneficios rinden los seed-banks o bancos de semillas americanos y holandeses, pero en ambos países una sola semilla

  • de las mejores variedades, desde luego- se vende en las tiendas de parafernalia a cinco dólares - y cada planta inseminada produce miles. Por lo que respecta a sus virtudes, la mejor marihuana cultivada en interiores puede alcanzar el 14% de THC, mientras la mejor marihuana tailandesa, africana o caribeña rara vez supera el 4%. Eso significa que el efecto de tres casadas a un cigarrillo adquiere perfiles de suave viaje psiquedélico, y dura unas tres horas. Es indiscernible en muchos aspectos del efecto de cualquier planta crecida a la intemperie, pero el habitual aguzamiento de los sentidos se ve acompañado por más capacidad de relación con otros, cosa quizá explicable atendiendo a su superior potencia. Genera también un hambre canina, especialmente volcada hacia el dulce; el motivo de esto último es que el THC consume glucosa.

HACHÍS

Cuando es lo que fue durante milenios, el hachís constituye una pasta formada por las secreciones resinosas de THC que se almacenan en las flores de la marihuana hembra. Hay básicamente dos sistemas para obtenerlo, de los cuales el primero (usado hoy en Nepal, el antiguo Tíbet y Afganistán) desperdicia una gran cantidad de sustancia psicoactiva, a cambio de no introducir nada distinto de la resina misma, y el segundo (usado hoy en Líbano y Marruecos) aprovecha hasta partes poco o nada psicoactivas. El procedimiento oriental implica que el recolectar se cubra parte del cuerpo con cuero y pase por entre las plantas maduras, frotándose con ellas. Lo que queda adherido al cuero se raspa con espátulas; es tan gomoso que basta darle forma en el hueco de la mano durante unos momentos para que adquiera un color muy oscuro; cabe agotar algo más la pura resina apretando las ramas una por una, y rasparse cada cierto tiempo las yemas y la palma de la mano. El hachís obtenido por este procedimiento es muy aromático, suave para la garganta y de una potencia inigualable. El procedimiento mediterráneo se basa en sacudir plantas ya secas, recogiendo la resina y el polvo mediante varios filtros. El primero, que puede estar formado por alguna rejilla metálica fina, deja pasar fragmentos vegetales considerables y tiene debajo otro, normalmente de alguna tela no muy densa, que criba nuevamente la mezcla; si el procedimiento es impecable, bajo ese filtro habrá otro, de seda, por el que sólo logran pasar las partículas de resina pura. Este último producto, que se ennegrece de inmediato en las partes expuestas al contacto con el aire, es una pasta gomosa llamada «00» y constituye un hachís de extraordinaria calidad. Lo que ha quedado retenido en el segundo filtro se conoce como «primera», y lo que no atraviesa el primero se conoce como «segunda». Aquello que no se ha desprendido de las plantas en las sacudidas iniciales puede ser golpeado de nuevo, y lo que entonces se recoge en el segundo filtro - evidentemente, nada atraviesa el último- se conoce como «tercera». En Líbano se practica una técnica algo distinta, y el sistema marroquí ha dejado hace tiempo de ser el que era; a menudo los cedazos han quedado reducidos a uno sólo, y el polvo se aplasta para que los cruce, en vez de dejar que opere la simple fuerza del peso. Como consecuencia, la proporción de pura resina (rica en THC) es tan pequeña que no basta para aglutinar la masa, y deben hacerse uno o varios prensados. Hoy es habitual aumentar el peso añadiendo otra planta pulverizada (llamada allí henna), y para hacer imperceptible la cantidad de elementos ajenos a la resina el material se trata con otros ingredientes - como goma arábiga, clara de huevo, leche condensada, etc… que le confieren color oscuro y cierta pegajosidad. De hecho, el mejor hachís marroquí disponible actualmente suele ser la llamada «tercera», conocida también como «polen», que posee color marrón claro (inalterable al entrar en contacto Con el aire, signo de proporciones mínimas de THC) y se desmigaja al calentarse.

Sin embargo, está fuera de duda que los derivados del cáñamo aumentan - en vez de reducir- la actividad cerebral, y está fuera de duda que reducen la agresividad. El gato no ataca al ratón si está sometido al influjo de hachís, y cuando un ser humano - como ha acontecido- pretende que se le aplique una eximente penal por asesinar a otro bajo la influencia de esta droga está proponiendo a sus jueces una incongruencia. Como aclaró Baudelaire, «hay temperamentos cuya ruin personalidad estalla», pero no porque haya actuado sobre ellos algo que asfixia su discernimiento, sino porque al ser potenciado «emerge el monstruo interior y auténtico». Naturalmente, los efectos del hachís excelente y el hachís degradado a aspecto de tal son muy distintos. Las variantes adulteradas no harán que jueces puritanos se lancen al strip tease, aunque puedan propiciar bronquitis mucho antes. Aparte de la concentración en THC y sus isómeros activos, quizá la distinción básica deba establecerse entre uso ocasional y uso crónico. El ocasional asegura sorpresas en la experiencia, pues la falta de familiaridad levanta diques de contención montados por el hábito. El uso crónico no asegura tampoco experiencias controladas, ya que eso depende de topar o no con variables potentes; pero a cambio de la familiaridad tiende a quedarse con la parte sombría o depresivamente lúcida del efecto. Un tratado médico chino del siglo I, que pretende remontarse al legendario Shen Nung (3.000 a.C.) asevera: «Tomado en exceso tiende a mostrar monstruos, y si se usa durante mucho tiempo puede comunicar con los espíritus y aligerar el cuerpo.» Desde luego, la diferencia entre ver monstruos Y comunicarse con los espíritus depende ante todo del usuario. Quien se busque a sí mismo allí tiene más oportunidades de topar con realidades que quien intente olvidarse de sí. III. Aparte de sus empleos estrictamente terapéuticos - donde muchas veces no se requieren dosis psicoactivas- , el cáñamo en general y el hachís en particular tienen usos recreativos y de autoconocimiento similares a los de la marihuana, La analogía, sin embargo, no debe pasar por alto que el hachís es menos alegre. Si se fuma todos los días, empezando ya por la mañana, al modo en que algunos toman café y otras drogas, ni siquiera grandes cantidades producirán cosa distinta de un zumbido lejano, no necesariamente embrutecedor pero desprovisto de eficacia visionaria. Sumado al tabaco, contribuirá a la bronquitis. Entre los que empezamos a fumar regularmente hace tres décadas, bastantes han reducido mucho las tomas, e incluso dejado de consumir por completo, alegando efectos depresivos. Esto es más usual todavía - si la experiencia no me engaña entre personas del sexo femenino, aparentemente más interesadas por estimulantes abstractos o drogas de paz. Influye también muy notablemente la progresiva degradación del producto. Es un hecho que el empleo crónico, sobre todo antes de dormir, reduce o suprime sueños, y que saltar de la cama a la mañana siguiente cuesta más. Por lo que a mí respecta, tiendo a seguir fumando todos los días, aunque casi siempre después de cenar. Combinado con algunos vasos de cerveza, uno o dos cigarrillos hacen el efecto de un hipnótico suave, y suelo emplear el tiempo que media antes de sentir somnolencia en el repaso de trabajos, o en la lectura. La capacidad de esta droga para presentar aspectos inusuales de las cosas me sigue pareciendo útil a efectos de matiz expresivo y comprensión. Por supuesto, cuando el producto carece de calidad sencillamente no consumo. Aunque en ciertas épocas he fumado durante años enteros, empezando cada día con una pipa al despertar, siempre me ha sorprendido la falta de cualquier reacción parecida a la abstinencias. No puedo incluir entre los efectos de la abstinencia que falte la suave inducción al sueño, pues esa inducción deriva del propio hachís, y lógicamente falta cuando falta su causa. Para terminar, podrían decirse unas palabras sobre el llamado aceite, que se obtiene tratando hachís en retortas con alcohol. La pureza de este producto depende de las veces en que es vuelto a refinar, y cuando alcanza su punto máximo el resultado es un líquido ambarino que contiene una concentración muy alta de THC; basta entonces una pequeña gota para inducir experiencias de notable intensidad. Sin embargo, lo normal es que el aceite sea una especie de alquitrán muy viscoso, que se mezcla con tabaco e induce efectos parecidos a pastes o tortas hechos con hachís de baja calidad, esto es, una ebriedad densa y prolongada aunque poco sutil, con el cuerpo pesado y la cabeza también. Sospecho que los pocos casos de envenenamiento agudo atribuidos a hachís se debieron a distintos aceites, cuya toxicidad no es nada despreciable. Tuve ocasión de comprobar su potencia hace más de década y media, cuando tres amigos ingerimos una cantidad excesiva (pensando que no lo era), y fuimos a visitar la pinacoteca vieja de Munich. Pasaron casi dos horas sin efecto, y de repente aquello empezó a impregnarnos. El aire se pobló de pequeños seres en suspensión, como si estuviéramos dentro de grandes peceras hasta entonces invisibles, surcadas por fogonazos de luz intermitente, mientras los retratos y paisajes no sólo emitían el calor humano de personas vivas sino música adecuada a sus tonos de

color. Recordé inmediatamente los comentarios de Baudelaire y Gautier sobre transformación de formas en sonidos, mientras una progresiva inmovilidad iba haciendo presa de nuestros cuerpos; a mí, por ejemplo, me resultaba imposible sacar la mano de un bolsillo de la chaqueta, y comprobé que mis amigos se habían sentado en las distintas salas, perfectamente quieto cada uno frente a un cuadro. Conseguí llegar a una sala con varios Rubens (entre ellos Cristo y María Magdalena) y algún Durero, atónito ante los cambios perceptivos, cuando el tiempo sencillamente se detuvo y hube de tomar asiento también. Las pinturas dejaron de ser lienzos y se transformaron en ventanas a distintos paisajes, suavemente animados de movimiento, que comunicaban una enormidad de sentido. Pasar de uno a otro era recorrer universos completos en sí mismos, una inefable inmersión en épocas y climas espirituales pasados que de repente estaban allí, vivos en sus más mínimos detalles, ofrecidos como se ofrece el día a quien abre el balcón de su cuarto, con los sonidos, aromas y brisas del momento. Inmóviles estábamos - con lágrimas de alegría ante tanta belleza-, cuando llegó la hora del cierre. Supongo que ver personas conmovidas estéticamente explicó la solicitud de los celadores, pues si no me equivoco tuvieron que ayudarnos a hacer buena parte del camino hacia la salida. Mientras bajábamos a cámara muy lenta la larga escalinata del museo, asidos como podíamos al pasamanos, me pareció ver un destello de ironía/comprensión en los porteros. Entramos con dificultad en el coche - conscientes de que ninguno sería capaz de conducir-, y allí pasamos todo el resto de la tarde y la noche, aguantando en silencio sucesivas visiones, hasta que amaneció. Aunque la experiencia fue en rasgos generales muy enriquecedora, creo que estuvimos al borde de un serio envenenamiento. Sin embargo, dormir diez horas nos repuso satisfactoriamente. Por lo que respecta al THC en sí, fue un misterio hasta mediados de este siglo, pues los químicos buscaban como principio activo del cáñamo un alcaloide, y el tetrahidrocannabinol - falto de nitrógeno en su molécula- no lo es. Su síntesis es barata, pero faltan todavía estudios fiables sobre toxicología y efectos subjetivos. Los únicos realizados legalmente hasta ahora, patrocinados por el NIDA (Instituto Nacional para el Abuso de Drogas) norteamericano, carecen de objetividad; intentando probar que la marihuana resulta adictiva y productora de demencia, los investigadores usaron THC en dosis muy altas - equivalentes en algunos casos a cincuenta o cien cigarrillos de una sola vez-, con sujetos no preparados para la magnitud del efecto. Las consecuencias incluyeron episodios de pánico, e intoxicaciones de diversa consideración. Sin embargo, juzgar los efectos de la marihuana fumada por los efectos de THC administrado oralmente equivale a juzgar los efectos de un tinto riojano por los efectos del éter etílico. Como solamente esta investigación ha sido autorizada por ahora, seguimos sin progresar en la psicofarmacología del tetrahidrocannabinol. No he tenido ocasión de experimentar con la sustancia, y si alguna vez lo hiciera sería - desde luego- con el mismo respeto que empleo para la LSD y sus afines. Por otra parte, todos los indicios sugieren que posee una toxicidad bastante superior a la de sus análogos.

2. SUSTANCIAS DE ALTA POTENCIA

Como cumpliendo la leyenda de Aladino y su lámpara, hay ciertas plantas que invocan un dijnn o genio capaz de transformar en grados asombrosos la realidad interna y externa, pero que no se dejan invocar vanamente, sin una clara resolución en quien frota la lámpara. Los pueblos que las han empleado y emplean se comportan ante ellas con el temor reverenciar típico de los Misterios helenísticos y otros sacrificios de comunión en religiones paganas, suponiendo que están entrando en contacto con fuentes primigenias del sentido, y que si el individuo no se ha purificado antes (con ayunos y correctas guías) los dioses le harán sufrir espantosos castigos. Desde el punto de vista químico, son sustancias tan parecidas a varios neurotransmisores que podrían producirse espontáneamente en el cerebro, como las encefalinas y endorfinas, y de modo muy especial en ciertos tipos de sistema nervioso. Parecen concentrar su acción en el hipotálamo, y suelen metabolizarse de modo rápido o muy rápido en comparación con otros psicofármacos. Estudios hechos con LSD radiactivo, para seguir su ruta por el organismo con un contador de centelleo, muestran que ha abandonado el cerebro mucho antes de iniciarse la modificación psíquica. Desde el punto de vista de la estructura molecular, los grandes fármacos visionarios se han dividido en dos familias principales; una posee un anillo bencénico y tiene por prototipo la mescalina; otra posee un anillo indólico y se subdivide en tres grupos básicos: a) las triptaminas (de las cuales el prototipo es la psilocibina); b) los derivados del ácido lisérgico; y c) las beta-carbolinas (de las que son prototipos la harmina o harmalina, presentes en plantas como el yagé americano y la ruda europea).

MESCALINA

II. L. Lewin, que investigó el peyote en 1898, hizo autoensayos con el fármaco y extrajo en conclusión: No hay en el mundo una planta que provoque en el cerebro modificaciones funcionales tan prodigiosos. Aunque las procure solamente bajo la forma de fantasmas sensoriales, o por la concentración de la más pura vida interior, esto acontece bajo formas tan particulares, tan superiores a la realidad, tan insospechadas, que quien es su objeto se siente transportado a un mundo nuevo de sensibilidad e inteligencia. Comprendemos que el viejo indio de México haya visto en esta planta la encarnación vegetal de una divinidad. Poco después, el médico y psiquiatra W. Mitchell escribía un ensayo sobre sus propias experiencias con el botón de mescal, «en un vano esfuerzo por describir con un lenguaje transmisible a otros la belleza y el esplendor de lo que vi», Havelock Ellis confirmaba su criterio, manteniendo que era «la droga de atractivo más puramente intelectual [... ] no sólo una delicia inolvidable sino una influencia educativa del más alto valor». Otro médico comentaba que «la razón resta intacta, y agradece a Dios el otorgamiento de visiones tan sublimes». Desde entonces, hasta las obras de A. Huxley y H. Michaux, queda claro que esta droga no representa nada semejante a un lenitivo para el sufrimiento o la apatía. Al contrario, es un estímulo para el espíritu humano, que - como aclaró W. James- fuerza a «no cerrar nuestras cuentas con la realidad». Comparativamente hablando, quizá ningún fármaco de este grupo posee una capacidad tan deslumbrante para suscitar visiones, y en especial para producir las más fantásticas mezclas de forma y color. Por otra parte, el ánimo experimenta una profundización paralela a la puramente sensorial, y tras una primera fase - que suele ser de euforia ante las maravillas percibidas- sobreviene un período de serenidad mental y lasitud muscular, donde la atención se desvía de estímulos perceptivos para orientarse hacia la introspección y la meditación. Desde luego, el «mal viaje,» no está descartado. Aquello que un individuo puede experimentar como goce puede experimentarlo otro como espanto. El ambiente y la preparación son aspectos de gran importancia, aunque no decisivos; la personalidad autoritaria, la paranoica, la marcadamente depresiva u obsesiva, la pusilánime y la muy ambivalente tienden a asimilar mal todos o algunos momentos de la excursión. Dicho de otro modo, la capacidad básica de la mescalina - catalizar procesos sepultados, pero no ausentes del cerebro normal- será experimentada por unas personas como acercamiento a la verdad, y por otras como alejamiento o definitivo extravío. Por lo mismo, saber de antemano si una experiencia podría resultar espiritualmente valiosa, o inútilmente arriesgada, no es en modo alguno sencillo. A mi juicio, ningún indicio mejor que el interés espontáneo del sujeto, cuando posee datos fiables sobre farmacología y reacciones. Con el ambiente y la preparación adecuada, me atrevería a decir que quien siente un interés espontáneo por la experiencia visionaria no saldrá decepcionado, aunque ya a las primeras de cambio atraviese un trance de pequeña muerte, con los inevitables terrores y desconciertos implicados en la secuencia extática. El «mal viaje» será tan sólo un viaje difícil, posiblemente más enriquecedor aún para quien persigue la excursión psíquica que una experiencia sin sobresaltos. En todo caso, esos trances requieren casi invariablemente dosis altas o muy altas de mescalina. Al igual que acontece con LSD o psilocibina, los efectos pueden ser cortados en seco, o bien suavizados tan sólo, usando tranquilizantes mayores o menores respectivamente. 50 miligramos de clorpromacina (en específicos como Largactil, Meleril, Eskazine, etc.) interrumpirán la ebriedad; 20 miligramos de diazepam (Valium, etc.) recortarán sus aristas. Pero mucho más rápido y provechoso aún suele ser escuchar entonces a alguien experirnentado. En bastantes ocasiones he visto accesos de pánico suprimidos de modo fulminante con dos palabras, un leve desplazamiento en el espacio o el mero consejo de mirar con atención cierto objeto, o escuchar cierto sonido. III. Los usos sensatos pasan, pues, por no ser usos solitarios en las primeras administraciones. Llámense «guías», buenas compañías, o sencillamente amigos adecuados, una parte nuclear del ambiente y la preparación de una experiencia con visionarios muy activos reside en estar con gente querida y ya acostumbrada al viaje, sin perjuicio de que estén presentes otras personas faltas de costumbre en trances parejos. El número no alterará lo básico, pero sí puede ser decisivo que tengamos a mano alguien digno de confianza, tanto por sus cualidades personales como por conocimientos específicos en este terreno. También será conveniente tomar otras medidas internas y externas. Entre las externas incluiría el ayuno, así como una cuidadosa elección de lugar y hora. La inmensa mayoría de las iniciaciones - desde los Misterios clásicos a las ceremonias actuales de distintos pueblos americanos, asiáticos, africanos y polinesios- acontecen de noche, para potenciar las visiones con oscuridad y silencio, y también para evitar que un exceso de luz y ruido distraiga o moleste al sujeto; la pupila se hace tan sensible a estímulos que la simple claridad de un mediodía puede equivaler a la cegadora visión del globo solar. Dada la duración del trance, dependerá de gustos iniciarlo al final de la tarde (para

contemplar inicialmente el crepúsculo) o bien con la noche avanzada (para contemplar finalmente el amanecer). Ambos momentos son grandiosos, si bien la disposición subjetiva tiende a ser bastante distinta al comienzo de la excursión psíquica (cuando son más intensas las modificaciones perceptivas) y al final (cuando predomina una disposición más introspectiva o teórica). Para la elección de lugar, recomendaría no decidir a la ligera, y tomar en cuenta varios factores; el grado de familiaridad y apego hacia ciertos parajes, la versatilidad del sitio (en el sentido de permitir espacios cerrados y abiertos, solitarios y concurridos, dependiendo de lo que vaya apeteciendo), y en cualquier caso la certeza de poder estar tranquilos, sin intromisiones de extraños. En cuanto al ayuno - que potencia los efectos y reduce al mínimo episodios de náuseas y vómitos-, acostumbro hacer la última comida la noche previa; durante el día de la administración evito café, té o equivalentes, y si siento algo de apetito recurro a un zumo de fruta o de verduras. Cuando está ya declinando el viaje, hacia las siete u ocho horas de su comienzo, ningún sistema de aterrizar supera a una mesa llena de manjares, generosamente regada por vinos y licores. Es el pórtico natural para un sueño prolongado que restaure las fuerzas. En cuanto a medidas internas, entiendo que ayuda a profundizar la experiencia ir anticipándola días antes; ese «darle vueltas» no sólo defiende de imprevistos evitables, sino que fortalece y matiza la intención. Con todo, he visto a sujetos demasiado preocupados por este aspecto, lo cual delata un propósito de trazar fronteras y lindes que acaba siendo grotesco cuando se trata de recorrer inmensidades en potencia. Ante este tipo de obsesivo - finalmente atemorizado por la pérdida de límites- lo mejor es improvisar el' viaje, allí donde no resulte temerario, o bien sugerirle (por su propio bien) que evite entrar en cosa parecida. Quien realmente no desee saltar al vacío debería abstenerse de usar psiquedélicos poderosos. Aunque la mescalina sea quizá el fármaco más espectacular en cuanto a visiones, no sé de nadie que haya querido matarse o atacar a otros bajo su influjo, o siquiera que haya sufrido trastornos psicológicos prolongados más de unas horas. Esta circunstancia puede deberse a que nunca ha tenido una difusión tan masiva e indiscriminado como la LSD, y quizá también a una peculiar dulzura de su acción en dosis leves y medias de (100 a 500 miligramos). Sin embargo, puede producir episodios psicóticos tan intensos como cualquier otro fármaco análogo, en caso de ser administrada a personas no idóneas por una u otra razón. La preparación y el ambiente son aspectos a tomar en serio, pero aquello que finalmente decidirá es la constitución anímica del sujeto; si falta un espíritu de aventura y autodescubrimiento hay altas probabilidades de que la experiencia resulte trivial, o inútilmente agotadora.

LSD

El descubrimiento de esta sustancia - la dietilamida del ácido lisérgico- se produjo de modo no enteramente casual pero sí imprevisto, en 1943, dentro de las investigaciones que A. Hofmann proseguía sobre los alcaloides del hongo llamado cornezuelo o ergot, tras haber hecho notables descubrimientos para la prevención de hemorragias posparto. Hofmann buscaba un estimulante circulatorio y respiratorio cuando absorbió sin querer (probablemente por vía cutánea) un compuesto que tenía clasificado con el número 25 desde años atrás. Las extrañas reacciones subjetivas le decidieron a hacer un autoensayo, usando cantidades ridículamente pequeñas, con la pretensión de quedar a cubierto de cualquier eventualidad. Para ser exactos, empleó 0,25 miligramos (250 millonésimas de gramo o gammas) diluidas en agua, y una hora más tarde estaba inmerso en una enorme excursión psíquica, donde la hilaridad irreprimible se combinaba con agudas aprensiones. Había tornado dos veces y media la dosis estándar. La historia posterior de la LSD se ha contado a menudo. Tras seducir a neurólogos y psiquiatras del mundo entero desde 1950 - hasta el extremo de que en 1960 había más de mil comunicaciones científicas y monografías publicadas sobre la sustancia-, un conglomerado de factores precipitó su irrupción masiva en la calle. En semanas pasó de ser el más prometedor hallazgo a «amenaza número uno de América», y de dúctil medicamento a droga sin ninguna utilidad terapéutica. Hasta hace unos veinte años fabricar LSD resultaba relativamente caro y expuesto a estorbos, pues el principal precursor químico - la ergotamina- dependía necesariamente del ergot. Pero se ha descubierto un modo de multiplicar el hongo en tanques de fermentación, a muy bajo precio, y hoy es sencillo producir toneladas de ergotamina sin necesidad de recurrir a cereal parasitizado. De ahí que un kilo de LSD (10.000.000 de dosis estándar) venga a costar aproximadamente seis millones de pesetas. Si no hay ahora en el mercado negro grandes partidas de producto barato y muy puro es por razones extrafinancieras, ligadas finalmente al cambio de valores y actitudes que se produce desde mediados de los años

Esto no quiere decir que las experiencias carezcan de un tono general más glorioso o más tenebroso, sino tan sólo que esas dimensiones nunca resultan disociables por completo. A mi juicio, las experiencias más fructíferas son aquellas donde se recorre la secuencia extática entera, tal como aparece en descripciones antiguas y modernas. Por este trance entiendo una primera fase de «vuelo» (subida es el termino secularizado), que recorre paisajes asombrosos sin parar largamente en ninguno - viéndose el sujeto desde fuera y desde dentro a la vez-, seguida de una segunda fase que es en esencia lo descrito como pequeña muerte, donde el sujeto empieza temiendo volverse loco para acabar reconociendo después el temor a la propia finitud, que una vez asumido se convierte en sentimiento de profunda liberación. Es algo parecido a cambiar la piel entera, que algunos llaman hoy acceso a esferas transpersonales del ánimo. Bajo diversas formas, he atravesado esa secuencia en cuatro o cinco ocasiones. La primera vez, hace más de dos décadas, sobrevino tras la necedad de tomar LSD para soportar mejor una velada con gente aburrida, y la última - hace pocos años se produjo con una dosis alta del fármaco, quizá algo superior a las 1.000 gammas. La inicial selló el tránsito de juventud a primera madurez, y la última marcó una aceptación del otoño vital. En realidad, fueron trances tan duros que no percibí entonces su aspecto positivo o liberador; sólo en experiencias ulteriores, de maravillosa plenitud, comprendí que con el recorrido por lo temible había pagado de alguna manera mis deudas, al menos en medida bastante como para acceder sin hipoteca a estados de altura. Si tuviera que matizar la diferencia entre LSD y otros visionarios de gran potencia, diría que ninguno es más radiante, más nítido y directo en el acceso a profundidades del sentido. Eso mismo le presta una cualidad implacable o despiadada, que no se aviene al fraude y ni tan siquiera a formas suaves de hipocresía, apto sólo para quienes buscan lo verdadero a cualquier precio. Y diría también que para ellos guarda satisfacciones inefables. La amistad, el amor carnal, la reflexión, el contacto con la naturaleza, la creatividad del espíritu, pueden abrirse en universos apenas presentidos, infinitos por sí mismos. Como dijo Plutarco, tras iniciarse en los Misterios de Eleusis: «Uno es recibido en regiones y praderas puras, con las voces, las danzas, la majestad de las formas y los sonidos sagrados.» III. A fin de decidir sobre usos sensatos e insensatos, lo primero es tener presente que «las formas y los sonidos sagrados» - según el mismo Plutarco- vienen luego (o antes) del «estremecimiento y el espanto». Si la LSD consistiera solamente en tener delante de los ojos bonitos juegos calidoscópicos, viendo cómo los colores se convierten en sonidos y viceversa, gozaría sin duda de gran aceptación como pasatiempo físicamente inocuo; pero los cambios sensoriales se ven acompañados de una profundización descomunal en el ánimo, que empieza borrando del mapa cualquier servidumbre con respecto a pasatiempos. Se trata, pues, de televisores que no requieren aparato, y de grandiosos cuadros que no requieren luz para ser contemplados; pero no de visiones que se muevan oprimiendo el botón de canales, o que no nos comprometan radicalmente en un viaje de autodescubrimiento. Llamativo resulta que ese viaje de autodescubrimiento lleve pronto o tarde a la crisis del yo inmediato, haciendo que el sí mismo se amplíe a regiones antes desocupadas, y abandone otras consideradas como patria original. Precisamente esta capacidad de reorganización interna determinó los principales usos médicos de la LSD mientras fue legal. Herramienta privilegiada para acceder a material reprimido u olvidado, la sustancia se usó con «éxito» - según psiquiatras y psicólogos- en unos 35.000 historiales de personas con distintos trastornos de personalidad, sin que los casos de empeoramiento o tentativa de suicidio superasen los márgenes medios observados con cualquier otra psicoterapia. También se observaron sorprendentes efectos en el tratamiento de agonizantes, pues el 75% de los enfermos terminales a quienes se administró pidió repetir, y el personal hospitalario pudo detectar grandes mejoras en cuanto a llanto, gritos y horas de sueño se refiere; de hecho, resultó mucho más eficaz para aliviar sus últimos días que varios narcóticos sintéticos usados como término de comparación. La experiencia médica, y la psicoterapéutica en particular, pusieron en claro lo previsible: que el tratamiento con LSD no rendía buenos resultados para el conjunto de personas llamadas «psicóticas», y que sólo parte de los «neuróticos» respondía adecuadamente. También se observó que- una proporción abrumadoramente alta de los «sanos» (casi el 90%) respondía de modo positivo y hasta entusiasta a sesiones bien preparadas. A mi juicio, no hay duda alguna de que la LSD tiene un potencial introspectivo quizá inigualable, y que posee usos estrictamente médicos de gran interés. Como penúltima cuestión resta saber hasta qué punto es también una droga para festejar, en reuniones que excedan el marco de grupos muy restringidos. Actos de este tipo tuvieron su culminación en Woodstock, cuando medio millón de personas convivieron en un mínimo espacio durante tres días, sin provocar ningún acto de violencia. Aquello tuvo bastante de milagro, como los masivos festivales psiquedélicos previos, y durante esos años asistí a varias celebraciones - mucho más modestas pero multitudinarias también donde el fármaco no produjo el menor brote de agresividad suicida o dirigida hacia otros, sino más bien todo lo contrario, con

torrentes de afecto y comprensión. A pesar de ello, hoy sería más cauteloso, y (cuando menos en mi territorio) no «viajaría» nunca con personas desconocidas. Para ser exactos, no aceptaría tampoco una dosis de LSD venida de alguien que no fuese de mi entera confianza - y que no la hubiese probado antes. La última cuestión es determinar si este fármaco puede enloquecer al que no era previamente «loco». No he conocido ningún caso semejante, y creo haber tenido experiencias con un número próximo al millar de personas. He visto mucho sufrir, y mucho andar perdido, empezando por mí mismo, pero no a alguien que perdiese el juicio duraderamente; más bien he visto a personas bendiciendo el momento en que les hizo decidirse a entrar en la experiencia visionaria, entregadas con toda su alma al amor y la belleza de lo real. Para ser exactos, la experiencia más aterradora de cuantas recuerdo tuvo por sujeto a un joven psiquiatra, que llegó a la casa de campo donde celebrábamos una tranquila sesión, y al enterarse de ello se lanzó a un largo discurso sobre psicosis permanentes y lesiones genéticas. Alguien tuvo la ocurrencia de preparar té y - una vez bebido- sugerir a aquel hombre que contenía LSD. Eso bastó para lanzarle a un violento ataque hipocondriaco, donde pasó de la amenaza de infarto a la parálisis muscular, y de ésta a una crisis de hígado, con agudos dolores que iban cambiando de localización. Conscientes de que no había LSD en el té, - y literalmente paralizados por las carcajadas-, no nos dimos cuenta de la gravedad del caso hasta que vimos al sujeto precipitarse en mangas de camisa por un denso campo de chumberas, mientras gritaba que pediría ayuda a la Guardia Civil. Cuando ya estaba hecho un acerico, logramos que nos permitiera llevarle en coche a su hotel, y le juramos por nuestras vidas que su cuerpo estaba libre de toda intoxicación. Sin embargo, visitó efectivamente el cuartelillo de la Benemérita algo después (para desdicha nuestra), y durmió esa noche en la unidad de urgencias de un hospital, curándose el supuesto envenenamiento con buenas dosis de neurolépticos. Esto sucedió en 1971, y tengo entendido que actualmente es considerado una eminencia en toxicología. Al revés de lo que sucede con casi cualquier droga, la dosis leve de LSD no es más segura o recomendable que la media, e incluso que la alta. Dosis leves seguirán prolongando su efecto durante seis o siete horas, y sugiriendo una excursión psíquica profunda, pero ponen al viajero en la tesitura de quien debe auparse para mirar al otro lado de un muro, en vez de sentarle sobre el muro mismo, con todo el horizonte a su disposición. Tener que auparse suscita a veces desasosiego, así como una vacilación entre lo rutinario y lo extraordinario, pensando que el viaje ha concluido antes de tiempo, o no va a acontecer. Estos inconvenientes no los padece quien va sobrado de dosis, porque el caudal de sensaciones y emociones le sugiere digerir por dentro sus descubrimientos. Si dosis leves producen una estimulación psiquedélica, dosis medias y altas convierten ese estoy-no estoy en una realidad psiquedélica, que tiene sus propios antídotos para las dudas. Me parece un buen ejemplo de infradosis con LSD el de una mujer joven y grande, que tomó 100 gammas en una playa, para pasar allí la noche con un grupo de amigos. Inquieta, en parte por la persistencia de lo habitual, horas después decidió volver a su casa, sola, y puso en marcha una cadena de peligrosos disparates. Condujo 20 retorcidos kilómetros, asaltada de cuando en cuando por distorsiones perceptivas, comprendió que seguía viajando, fue a una discoteca - donde se sintió aún más sola- y tras varias peripecias (entre ellas una violación frustrada) acabó saludando la salida del sol con lágrimas de arrepentimiento. Empleando una dosis de 200 gammas no habría pensado siquiera en coger el coche.

ERGINA

A diferencia de su dietilamida, la amida del ácido lisérgico o ergina es el principio activo de muchas trepadoras, que entre nosotros se conocen como campanillas, campánulas y otros nombres, pertenecientes a las especies Ipomoea violacea y Turbina corymbosa. Hoy este tipo de plantas crece salvaje en zonas templadas de todo el planeta, animando el paisaje con su bello colorido, aunque sólo las semillas de algunas poseen una concentración alta del alcaloide. Más curioso aún es saber que la amida del ácido lisérgico se encuentra también en el hongo llamado cornezuelo o ergot, y puede obtenerse con un procedimiento extremadamente sencillo, que es pasar las gavillas de cereal parasitizado por agua; los alcaloides venenosos del cornezuelo no son hidrosolubles y quedan adheridos a él, mientras otros (entre ellos la ergina) son hidrosolubles y se disuelven en el agua. Este dato, sumado al hecho de que el cornezuelo de ciertas zonas mediterráneas (especialmente las griegas) tiene una proporción inusitadamente alta de los principios visionarios - y casi nula de los más tóxicos-, sugiere que podrían haber intervenido en las iniciaciones de distintos Misterios paganos, y especialmente de los celebrados en Eleusis. Alrededor de esa zona, todavía hoy, el ergot no sólo parasitiza cereales cultivados sino trigo salvaje, cizaña y otras variedades de pasto.