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Historia de las teorías del valor y del precio, Apuntes de Historia Económica

Tipo: Apuntes

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Revista Libertas 20 (Mayo 1994)
Instituto Universitario ESEADE
www.eseade.edu.ar
HISTORIA DE LAS TEORÍAS DEL VALOR Y DEL PRECIO
Parte I
Juan C. Cachanosky
I. Introducción
Durante mucho tiempo la historia del pensamiento económico enseñó que Adam
Smith fue el padre de la economía política. Posteriormente, esta idea se fue
abandonando a medida que iban apareciendo escritos de pensadores anteriores.
En realidad es muy difícil, tal vez imposible, ponerle fecha de nacimiento a una
ciencia. De todas maneras, para hacer algo de justicia al pensador escocés, fue
con Adam Smith con quien la economía política empezó a cobrar importancia
científica.
La economía nació como un desprendimiento de la moral y la ética; la
profesión de economista es muy reciente. Adam Smith mismo era un "filósofo
moral". Las primeras reflexiones sobre temas económicos trataban de contestar a
las siguientes preguntas: ¿Cuál es el precio justo? ¿Es justo cobrar interés por un
crédito en pesos? ¿Es lícito el comercio? Las primeras reflexiones sobre
economía no respondían a las preguntas: ¿Qué es un precio? o ¿Cómo se
determina un precio? Lo que preocupaba a los primeros pensadores era la
justicia. Los temas económicos eran una parte de largos tratados de justicia y
ética; más concretamente, el tema económico era: la justicia en los cambios.
Los temas de valor y precio fueron los primeros en llamar la atención de
los filósofos morales. El precio justo y la usura (o cobro de interés) eran los más
importantes en la vida cotidiana, por lo tanto no es sorprendente que hayan sido
los primeros en ser abordados por estos pensadores. A medida que se trataba de
dar una respuesta más refinada a qué es el "precio justo", los pensadores se
vieron forzados a contestar las preguntas: ¿Qué es y cómo se determina un
precio? y ¿por qué el precio de un bien sube o baja? Así, paulatinamente la teoría
se fue introduciendo en el campo de la moral y la justicia. De a poco la teoría
económica fue creciendo hasta transformarse en una ciencia propia que sólo daba
respuesta a las relaciones de causa y efecto con independencia de los juicios
morales. Se puede decir que con The Wealth of Nations, de Adam Smith, esta
separación fue muy importante y en este sentido podemos decir que este filósofo
fue el verdadero padre de la economía política.
Por su parte, los temas del valor y del precio fueron los primeros en ser
tratados por la teoría económica. Estos temas nacieron con muchas confusiones,
lo cual es lógico por tratarse de las primeras incursiones. Pero una de las cosas
que intentará mostrar este trabajo es que aún hoy continúan rodeados de muchas
confusiones semánticas y conceptuales.
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Instituto Universitario ESEADE www.eseade.edu.ar

HISTORIA DE LAS TEORÍAS DEL VALOR Y DEL PRECIO

Parte I

Juan C. Cachanosky

I. Introducción

Durante mucho tiempo la historia del pensamiento económico enseñó que Adam Smith fue el padre de la economía política. Posteriormente, esta idea se fue abandonando a medida que iban apareciendo escritos de pensadores anteriores. En realidad es muy difícil, tal vez imposible, ponerle fecha de nacimiento a una ciencia. De todas maneras, para hacer algo de justicia al pensador escocés, fue con Adam Smith con quien la economía política empezó a cobrar importancia científica. La economía nació como un desprendimiento de la moral y la ética; la profesión de economista es muy reciente. Adam Smith mismo era un "filósofo moral". Las primeras reflexiones sobre temas económicos trataban de contestar a las siguientes preguntas: ¿Cuál es el precio justo? ¿Es justo cobrar interés por un crédito en pesos? ¿Es lícito el comercio? Las primeras reflexiones sobre economía no respondían a las preguntas: ¿Qué es un precio? o ¿Cómo se determina un precio? Lo que preocupaba a los primeros pensadores era la justicia. Los temas económicos eran una parte de largos tratados de justicia y ética; más concretamente, el tema económico era: la justicia en los cambios. Los temas de valor y precio fueron los primeros en llamar la atención de los filósofos morales. El precio justo y la usura (o cobro de interés) eran los más importantes en la vida cotidiana, por lo tanto no es sorprendente que hayan sido los primeros en ser abordados por estos pensadores. A medida que se trataba de dar una respuesta más refinada a qué es el "precio justo", los pensadores se vieron forzados a contestar las preguntas: ¿Qué es y cómo se determina un precio? y ¿por qué el precio de un bien sube o baja? Así, paulatinamente la teoría se fue introduciendo en el campo de la moral y la justicia. De a poco la teoría económica fue creciendo hasta transformarse en una ciencia propia que sólo daba respuesta a las relaciones de causa y efecto con independencia de los juicios morales. Se puede decir que con The Wealth of Nations , de Adam Smith, esta separación fue muy importante y en este sentido podemos decir que este filósofo fue el verdadero padre de la economía política. Por su parte, los temas del valor y del precio fueron los primeros en ser tratados por la teoría económica. Estos temas nacieron con muchas confusiones, lo cual es lógico por tratarse de las primeras incursiones. Pero una de las cosas que intentará mostrar este trabajo es que aún hoy continúan rodeados de muchas confusiones semánticas y conceptuales.

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Por esta razón, antes de entrar en la evolución histórica de estas teorías conviene definir los términos para evitar mayores confusiones. Valor y precio no son lo mismo, pero se tiende a confundirlos bastante, y así ocurrió también en la historia del pensamiento. En el uso cotidiano solemos preguntar, por ejemplo: ¿cuánto vale un kilo de pan?, ¿cuánto vale una casa?, ¿cuánto vale un automóvil?, etc., y se nos responde, por ejemplo: $3. Ahora bien $3 ¿es el valor o el precio de los artículos? ¿Son el valor y el precio la misma cosa? Como veremos, desde muy antiguo los pensadores distinguían entre valor de uso y valor de cambio. Podemos definir valor de uso de una mercancía como la satisfacción o placer que su posesión da a una persona; y valor de cambio de una mercancía como la cantidad de otras mercancías que se pueden obtener a cambio de ella. Por ejemplo, la fotografía de un hijo puede tener un altísimo valor de uso para su madre y, sin embargo, ningún valor de cambio. Valor de uso y valor de cambio son dos conceptos muy distintos aunque, como veremos, estén íntimamente relacionados. En este trabajo identificaremos valor con valor de uso y precio con valor de cambio. Sus determinantes son distintos, y por ese motivo conviene tenerlos claramente separados en el aspecto analítico. La teoría del valor tiene que dar respuesta a la pregunta: ¿qué es lo que determina el grado de satisfacción o placer que la posesión de un bien da a una persona? La teoría del precio tiene que dar respuesta a la pregunta: ¿qué es lo que determina la cantidad de un bien que tenemos que entregar para obtener una unidad de otro bien? A continuación trataremos de ver muy brevemente cómo evolucionaron a lo largo de la historia del pensamiento económico las respuestas a estas preguntas. En esta primera parte analizaremos la evolución de las teorías del valor y del precio desde Aristóteles hasta los economistas clásicos inclusive. En la Parte II^1 analizaremos la evolución de las escuelas marginalistas desde sus orígenes hasta nuestros días. Me resulta más interesante citar directamente a los pensadores que contar lo que ellos decían. De manera que el artículo es básicamente una selección de citas de los párrafos más relevantes en que los pensadores se refirieron al valor. Por razones de espacio es imposible citar a todos los que contribuyeron en este importante tema de la teoría económica, de manera que confío en que la "muestra" sea lo suficientemente representativa.

II. Aristóteles (384-322 a.C.)

Aristóteles, como casi todos los filósofos griegos, se preocupaba por la manera de lograr una sociedad justa; por lo tanto, trató tangencialmente los temas económicos cuando se relacionaban con la justicia. Fundamentalmente los problemas económicos estaban relacionados con la justicia en los cambios y los trata en varias obras, de modo que no hay una exposición muy sistemática. De todas maneras, hizo las primeras reflexiones sobre el valor y el precio que dieron

(^1) Se publicará en Libertas de octubre de 1994.

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diversas interpretaciones acerca de si este filósofo tenía una teoría subjetiva y objetiva del valor. Dice Aristóteles en este párrafo:

Puede representarse esta reciprocidad proporcional de servicios por una figura cuadrada, en la que se combinen los términos opuestos en el sentido de la diagonal. Sea, por ejemplo, el arquitecto A, el zapatero B, la casa C, el calzado D. El arquitecto recibirá del zapatero la obra que es propia del zapatero; y en cambio, le dará la obra que él mismo hace. Si hay desde luego entre los servicios cambiados una igualdad proporcional, y en seguida hay reciprocidad de buenos servicios, las cosas pasarán como ya lo he dicho. De otra manera, no hay ni igualdad ni estabilidad en las relaciones, porque puede suceder que la obra del uno valga más que la del otro, y es necesario igualarlas. Esta regla tiene aplicaciones en todas las demás artes [...].^4

En la cita hay dos conceptos claros: 1) para que haya justicia en los intercambios, lo que se entrega tiene que ser "igual" a lo que se recibe. Como Aristóteles no aclaró nunca qué es lo que hay que igualar, este párrafo y otros dieron lugar a muy variadas interpretaciones por parte de pensadores posteriores e historiadores del pensamiento económico. 2) Hay implícita una noción "objetiva" del valor cuando afirma: "[...] puede suceder que la obra del uno valga más que la del otro [...]". Estos dos conceptos están relacionados. Las teorías del valor se han dividido globalmente en dos grandes grupos: objetivas y subjetivas. Las teorías objetivas sostienen que el valor está en las cosas, mientras que las subjetivas sostienen que el valor lo da el individuo. Nadie que sea partidario de una teoría subjetiva puede coherentemente decir que una cosa vale más que otra, salvo a título personal. Una mercancía no tiene "un" valor sino tantos valores como individuos. Siempre que se dice que una cosa vale más o menos que otra se está emitiendo un juicio subjetivo, es la apreciación de una persona en un momento y circunstancia particular. No solamente los individuos valoran de distintas maneras una misma cosa, sino que, además, pueden valorar diferente una misma cosa en distintos momentos y circunstancias. Es muy probable que un físico o un ingeniero valoren en forma muy distinta una calculadora científica que un abogado. Una misma persona seguramente valorará de manera diferente a un médico cuando está enferma que cuando está sana. Mil kilos de oro no tienen ningún valor para una persona si se encuentra encerrada con ellos e incomunicada en la caja fuerte. Y todavía podemos ir más lejos, si preguntamos, por ejemplo, para qué sirve un destornillador. La respuesta inmediata parece ser: Para colocar y sacar tornillos. Pero también puede servir para romper un vidrio, hacer agujeros en la pared, trabar una puerta, abrir una lata, provocar un cortocircuito, etcétera. Hay una tendencia a objetivar la utilidad de una cosa con el uso más frecuente que se le da o con el propósito que tuvo en mente su

(^4) 4Aristóteles, Ética, pp. 144-45.

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inventor. Pero en realidad es la mente de las personas la que asocia y descubre distintas formas de uso. En el último párrafo citado de Aristóteles parece ser muy claro que este pensador tenía una idea objetiva del valor, y, como veremos, esta idea de valor objetivo fue tomada y seguida por los doctores escolásticos. Algunos historiadores del pensamiento económico han intentado sostener la tesis de que Aristóteles tenía una teoría subjetiva del valor. Uno de los más conocidos dentro de esta corriente de pensamiento es Emil Kauder, que dice:

Generalmente se acepta que Aristóteles fue el primero en crear el concepto de valor de uso, pero generalmente se ignora que tenía un conocimiento muy amplio de este terreno. Sólo Oscar Kraus, de Praga, que fue un estudioso de Aristóteles y de la escuela austríaca de economía, presentó un cuadro completo de los pensadores aristotélicos que muestra similitudes con las teorías austríacas, que son muy posteriores.^5

El mismo Kauder agrega:

"[...] el padre de nuestra ciencia económica escribió que el agua tiene una gran utilidad y un pequeño valor [de cambio]. Con estas pocas palabras Adam Smith ha convertido en basura y desperdicio el pensamiento de 2000 años. La oportunidad de comenzar en 1776, en lugar de 1870, con un conocimiento más correcto de los principios del valor, se ha perdido".^6

En contraposición con la opinión de Kauder, podemos citar la opinión de Ludwig von Mises, uno de los representantes más importantes de la escuela austríaca; según este economista:

Una arraigada falacia afirma que las cosas y servicios intercambiados son de igual valor [...]. Esta falacia frustró el tratamiento de Aristóteles de los problemas económicos y, durante casi dos mil años, el razonamiento de todos aquellos para quienes las opiniones de Aristóteles eran terminantes.^7

Como se puede ver, la diferencia entre Kauder y Mises no era de matiz.

Uno de los más grandes problemas es que Aristóteles nunca aclaró qué es lo que hay que igualar para que el intercambio sea justo. En la cita 4 queda claro que para él hay que igualar los valores de las cosas para que el intercambio sea justo. Uno se puede preguntar: ¿estaba hablando del valor de uso o del valor de cambio? Si se estaba refiriendo al valor de uso, o utilidad de los bienes, estaba

(^5) Emil Kauder, "Genesis of the Marginal Utility Theory", The Economic Journal (septiembre de 1953). (^6) Ibíd. , p. 650. (^7) L. von Mises, Human Action , Henry Regnery, 1966, pp. 203-04.

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la utilidad marginal citan los siguientes párrafos en defensa de su punto de vista, pero éstos no pertenecen a la Ética sino a Tópicos :

También pueden sacarse argumentos de las destrucciones y las pérdidas, de las generaciones y de las adquisiciones, lo mismo que de las contrarias y de todas las cosas. En efecto, las cosas cuya destrucción debe temerse más son preferibles. Lo mismo sucede con la pérdida y con las contrarias; porque aquello cuya pérdida o la contraria debe evitarse es preferible. Mas a la inversa sucede en las generaciones y adquisiciones de las cosas, porque aquello cuya generación y cuya adquisición tienen preferencia es igualmente preferible.^10

y en otro párrafo dice Aristóteles:

Además, es preciso preferir la cosa que, añadida a la más pequeña, hace al todo más grande. La misma observación tiene lugar cuando se quita en lugar de añadir, porque aquello que, quitado de una cosa, hace al resto más pequeño, ello mismo es más grande, puesto que basta que se le quite para que el resto sea más pequeño.^11

Parece que hay que poner mucha buena voluntad para encontrar en estos párrafos una insinuación de la teoría de la utilidad marginal, y más aun si uno se detiene a examinar el contexto de donde fueron tomados. Pero si tomamos un párrafo de Retórica , podemos ver que Aristóteles estaba encerrado en la famosa paradoja del valor que se le atribuye a los economistas clásicos, según la cual cosas muy útiles pueden tener poco valor de cambio y cosas poco útiles, un alto valor de cambio:

Y también lo más raro es mayor bien que lo abundante, como el oro y el hierro, aunque es más útil; pero su posesión es mayor bien porque es más difícil. De otra manera, es lo abundante mejor que lo raro, porque su utilidad excede, pues muchas veces excede a pocas, de donde se dice: "lo mejor es el agua" 12

Este párrafo parece mostrar que los clásicos no retrocedieron respecto de lo que Aristóteles dijo acerca del valor sino, todo lo contrario, plantearon más clara y explícitamente los mismos problemas que tenía el filósofo griego. Como dijimos anteriormente, Aristóteles no estaba preocupado por problemas económicos; a él le interesaba la manera de alcanzar una sociedad justa. Lamentablemente, eligió un mal ejemplo (el intercambio) para ilustrar el criterio de la ley del talión.

(^10) Aristóteles , Tópicos , Biblioteca Omeba, 1967, vol. 4, pp. 355- (^11) .Ibíd., p. 362. (^12) Aristóteles, Retórica , Centro de Estudios Constitucionales, 1971, p. 37.

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Para realizar una interpretación más justa no es conveniente agarrarse de párrafos aislados; lo importante es el contexto. Muy posiblemente lo que Aristóteles quiso decir sea mucho más simple, y podría ser lo siguiente: todos los bienes tienen un precio (independientemente de que lo fije el mercado o el gobierno) y si alguien intenta vender más caro o comprar más barato de ese precio el intercambio es injusto. Es como el turista desinformado que paga un precio superior al que habitualmente se paga en el mercado o al que ha fijado el gobierno. Esta interpretación parece mucho más factible que tratar de atribuirle razonamientos sofisticados sobre la determinación del valor y el precio de las cosas. Como veremos más adelante, los escolásticos también hablaban del precio justo, que podía ser tanto el que fijaba el mercado como el que fijaba el gobernante. Y visto en el contexto de la obra, parece difícil pensar que Aristóteles considerara que el "precio justo" era el precio de mercado. Este pensador era, muy proclive a la reglamentación de la vida de los ciudadanos. El no creía que la sociedad o el mercado estuviesen regulados por leyes espontáneas o naturales. La siguiente cita muestra claramente su pensamiento:

Una ciudad de la que saliesen una multitud de artesanos y pocos guerreros no sería nunca un gran Estado, porque es preciso distinguir un gran Estado de un Estado populoso. Ahí están los hechos para probar que es muy difícil, y quizás imposible, organizar una ciudad demasiado populosa; y ninguna de aquellas cuyas leyes han merecido tantas alabanzas ha tenido, como puede verse, una excesiva población. La ley es la determinación de cierto orden; las buenas leyes producen necesariamente el buen orden; pero el orden no es posible tratándose de una gran multitud.^13

Aristóteles, a diferencia de Platón, defendía la propiedad privada, pero esto no implica que los individuos pudiesen hacer libre uso y disposición de su propiedad. El Estado tenía que regular mediante "buenas leyes" las relaciones sociales. Las obras de Aristóteles permanecieron perdidas durante muchos años. Su pensamiento se enseñaba de boca en boca. Cuando los romanos invadieron Grecia encontraron las obras en manos de un acaudalado comerciante y las llevaron a Roma. A partir de ahí comenzó una lenta reconstrucción de los papiros que habían sido deteriorados en varias partes por la humedad y los gusanos.

III. San Agustín (345-430)

San Agustín parece haber dicho lo mismo que Aristóteles pero en forma mucho más clara. La siguiente es una de las citas clásicas:

(^13) Aristóteles, Política , p. 639. Para una exposición detallada de la oposición de Aristóteles a un mercado libre, ver T. J. Lewis, "Acquisition and anxiety: Aristotle's case against the market", Canadian Journal of Economics (febrero de 1978): 69-90.

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IV. San Alberto Magno (1193-1280)

San Alberto Magno fue un gran defensor de la doctrina del justo precio esbozada por Aristóteles.

Hay siempre un justo término medio entre el beneficio y la pérdida. Este término medio se conserva cuando en un contrato voluntario la situación antecedente es equivalente a la consecuente, es decir, antes y después del contrato. Una capa, por ejemplo, tenía antes del contrato un valor de cinco; si se recibieron cinco por ella, la situación consecuente al contrato es la misma que la antecedente. Nadie puede quejarse, por lo tanto, de haber sido perjudicado [...]. Tal cambio, sin embargo, no tiene lugar a través de una igualdad de las cosas intercambiadas, sino más bien de acuerdo con el valor de una cosa en proporción relativa al valor de la otra con la debida consideración de la necesidad que es la causa de la transacción.^16

Pero San Alberto Magno da un paso más respecto de Aristóteles, ya que introduce un criterio para saber cómo se determina el "justo término medio". En el siguiente párrafo podemos ver que esa igualdad entre lo que se da y lo que se recibe está determinada por el costo de producción:

De acuerdo con este análisis, el carpintero debe recibir el producto del curtidor y, a su vez, dar a éste lo que conforme a un intercambio justo le pertenece [...], y cuando no se conserva esta igualdad no se mantiene la Comunidad, ya que no se restituye trabajo y costo. Verdaderamente, todo podría venirse abajo si el que hace un contrato por tantas mercancías de tal tipo no recibe una cantidad y calidad similar, ya que no se puede construir un Estado con un solo tipo de trabajadores. Por lo tanto, el cambio no se hace propiamente de modo absoluto, sino comparando su valor de acuerdo con su uso y necesidad: de otra forma no sería un intercambio.^17 [Las cursivas están agregadas.]

Obsérvese que, tanto en esta cita como en la anterior, la necesidad se incluye para explicar la causa o motivo del intercambio, pero no el valor de uso o de cambio. El agregado de San Alberto Magno a Aristóteles es el criterio para determinar cómo se establece la famosa "igualdad" entre lo que se entrega y lo que se recibe, y este criterio es el costo de producción. De todas maneras, tampoco este pensador explica cómo se determinan el valor y el precio de las cosas.

V. Santo Tomás de Aquino (1225-1274)

(^16) Ibíd., p. 476 (^17) Ibíd., p. 476

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Santo Tomás sigue a Aristóteles y a Alberto Magno casi palabra por palabra. Los temas de valor y precio están tratados en forma relevante en dos de sus obras; una de ellas es Comentarios a la Ética a Nicómaco y la otra es la Suma Teológica. Igual que Aristóteles, Santo Tomás incluye estos temas dentro de un punto más amplio que es el "Tratado de justicia". Para ubicamos en la época, el lucro y el interés estaban condenados por la Iglesia Católica^18 y lo que intenta hacer Santo Tomás es explicar por qué la búsqueda del lucro y el cobro de interés no siempre es pecado. Para esto decide abordar el problema a través del "precio justo". Veamos primero algunos párrafos extraídos de Comentarios a la Ética a Nicómaco. En el siguiente párrafo sigue estrictamente a Alberto Magno, sosteniendo que el precio justo es el que compensa el costo de producción:

Pues es preciso, para que haya una justa conmutación, que sean dados tantos pares de zapatos por una casa o por el alimento de un hombre, cuanto el constructor o el agricultor excede al zapatero en trabajo y gastos. Si esto no se observa no habrá conmutación de las cosas ni los hombres intercambiarán sus bienes entre sí.^19

Por otra parte, afirma:

Por tanto si primero se encontrará una igualdad según proporción, de modo tal que se pongan por un lado tantos zapatos contra una casa (ya que muchos más gastos realiza el constructor al hacer una casa que el zapatero al hacer un par de zapatos) [...].^20

y luego de decir que hacen falta muchos pares de zapatos para comprar una casa, sostiene:

[...] si el agricultor diera un modio de trigo por un par de zapatos habría en la obra trabajo excesivo y habría también exceso de daño, porque querría dar más de lo que recibe.^21 [Las cursivas están agregadas.]

Siendo Santo Tomás uno de los intérpretes más reconocidos de Aristóteles, estas citas parecen descalificar a aquellos que han querido ver en el filósofo griego a un precursor de la teoría subjetiva del valor. Claramente, Santo Tomás está identificando el precio justo con el costo y trabajo invertidos en la producción del bien. Esto no quita que haya escrito otros párrafos donde la subjetividad aparece en escena, por ejemplo:

(^18) Para mayor detalle véase R. H. Tawney, Religion and the Rise of Capitalism -A Historical Study , Harcourt, Brace and Company, 1926. También M. Grice-Hutchinson, El pensamiento económico en España (1177-1740) 19 , Editorial Crítica, 1982, pp. 36-46.

20 Santo Tomás de Aquino,^ Comentarios a la Ética a Nicómaco , CIAFIC Ediciones, 1983, p.285. 21 Ibíd., p. 284. Ibíd., p. 286.

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[...] el valor de una cosa destinada al uso del hombre se mide por el precio a ella asignado, a cuyo fin se ha inventado la moneda, como Aristóteles señala. Por consiguiente, si el precio excede el valor de la cosa, o, por el contrario, la cosa excede el valor del precio, no existiría ya igualdad de justicia. Por tanto, vender una cosa más cara o comprarla más barata de lo que realmente vale es en sí mismo injusto e ilícito. 23

Algunos historiadores del pensamiento económico sostienen que para Santo Tomás el precio justo es el precio de mercado. Ahora bien, "precio de mercado" es todo precio pactado en una transacción voluntaria, sin compulsión. Si esta conclusión fuese cierta, Santo Tomás no podría haber escrito que vender o comprar una cosa más cara o más barata de lo que "realmente" vale es injusto e ilícito. En una economía libre el único precio injusto o ilícito es el que surge de la compulsión o el fraude. Por otra parte ¿quién determina lo que realmente vale una mercancía? La cita muestra claramente que Santo Tomás tenía en mente una teoría objetiva; tiene que haber un agente externo al mercado que determine el valor real de las cosas, de lo contrario, es cada individuo en cada transacción el que está valorando subjetivamente la mercancía, y el precio le parecerá alto o bajo en función de su valoración particular. De todos modos, también está claro que no se está refiriendo al valor de uso sino al valor de cambio. La interpretación más probable, igual que en el caso de Aristóteles, parece ser el caso en que por estar mal informado alguien compre o venda a un precio más alto o más bajo que el que se vino pagando históricamente. Dentro de la Suma Teológica Santo Tomás no explica qué es o cómo se determina el valor real de las cosas y lo más explícito que dijo está, como vimos, en los Comentarios a la Etica a Nicómaco , o sea, en los costos y el trabajo que requirió la producción de la mercancía. En la Suma Teológica hay una insinuación más leve a favor de los costos y el trabajo como determinantes del precio justo o verdadero valor. Siguiendo nuevamente a Aristóteles, analiza si es lícito en el comercio vender una cosa a mayor precio que el que se compró, distinguiendo dos tipos de comercio: 1) natural o necesario y 2) para obtener lucro. El primero se realiza cuando una persona entrega algo que posee y no necesita a cambio de otra cosa que necesita, y el segundo consiste en comprar y vender mercancías para obtener un lucro.

[...] la segunda especie de cambio es la de dinero por dinero u objetos cualesquiera por dinero, no para subvenir a las necesidades de la vida, sino para obtener algún lucro, y este género de negociación es, propiamente hablando, el que corresponde a los comerciantes. Según Aristóteles, la primera especie de cambio es laudable, porque responde a una necesidad natural; mas la segunda es con justicia vituperada, ya que

(^23) Santo Tomás de Aquino, Suma Teo1ógica , Biblioteca de Autores Católicos, 1956, tomo 8, p. 666.

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por su propia causa fomenta el afán de lucro que no conoce limites, sino que tiende al infinito.^24

Este párrafo también descalifica la interpretación de que Santo Tomás pensaba que el precio justo es el precio de mercado. Si Santo Tomás identificara al precio justo con el precio de mercado, tendría que haber llegado a la conclusión opuesta porque las ganancias, es más, las grandes ganancias, si el mercado es libre , son reflejo de que se ha contribuido a aumentar el bienestar del resto de las personas. Sin embargo, Santo Tomás parece tener una visión más mercantilista del mercado según la cual las ganancias de unos son las pérdidas de otros. En la siguiente cita trata de rescatar un aspecto de la actividad comercial pura (para obtener ganancias) que Aristóteles había condenado definitivamente:

[...] el lucro, que es el fin del tráfico mercantil, aunque en su esencia no entrañe algún elemento honesto o necesario, tampoco implica nada vicioso o contrario a la virtud. Por consiguiente, no hay obstáculo alguno a que este lucro sea ordenado a un fin necesario o aun honesto, y entonces la negociación resultará lícita. Así ocurre cuando un hombre destina el moderado lucro que adquiere comerciando al sustento de su familia o también a socorrer a los necesitados, o cuando alguien se dedica al comercio para servir al interés público; esto es para que no falte a la vida de la patria las cosas necesarias, pues entonces no busca el lucro como un fin, sino como una remuneración de su trabajo.^25 [Las cursivas están agregadas.]

El lucro es justo o no según el fin para que se lo emplee, de manera que un comerciante que obtuvo una ganancia de $ 100 y la destina a alimentar a su familia estaría dentro de lo honesto y lo justo, pero otro que también obtuvo $ 100 y los destina a un gasto que alguien determina como suntuario está obteniendo una ganancia injusta. Sin embargo, si el mercado es libre , los dos habrán prestado el mismo servicio a la comunidad. La conclusión de Santo Tomás suena muy incoherente. Un partidario del mercado libre condena solamente las ganancias que se obtienen por privilegios legales otorgados por el gobierno. No hay nadie que pueda determinar qué es y qué no es lujo. En realidad, si descontamos el consumo imprescindible para vivir, como alimentarse o abrigarse, todo lo demás es lujo. Lo que diferencia al hombre de los animales es que puede elevarse por encima de estas necesidades vitales, puede aumentar su calidad de vida dándose lujos. Comer con cubiertos no es necesario para la vida, tampoco lo es un espejo, los cosméticos, la música, las sillas o el portero eléctrico. Generalmente se identifica con "lujo" aquello que consumen unos pocos, pero el lujo de hoy por lo general se transforma en la "necesidad básica"

(^24) Ibíd., p. 677. (^25) Ibíd., p. 677.

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igualarse con los costos. Pero aunque sea cierto que Santo Tomás tenía esto en mente, no se desprende que el precio justo sea el que determina el costo, como él lo sostenía. El mismo de Roover tiene que admitir que "Tomás de Aquino no explica el problema en forma clara en ninguna parte [...]";^31 en otras palabras, la conjetura que hace de Roover no es verificable. Parece más acertada la conclusión a la que llega H. R. Sewall cuando dice que para Santo Tomás la utilidad no desempeña el papel más importante, sino que lo hacen los costos:

Si bien Santo Tomás no dejó de reconocer que las cualidades de utilidad de un bien muchas veces influyen en la estimación de su importancia y, por lo tanto, ayudan a construir el valor, le asigna a la utilidad un lugar entre los factores que deben ser considerados en el cómputo de precio, pero el énfasis en su discusión está en los factores de costo.^32

Debemos recordar que Santo Tomás estaba, igual que Aristóteles, preocupado por muchos otros temas; los temas económicos no despertaban en absoluto su interés. Tal vez sea responsabilidad de algunos historiadores del pensamiento económico haberle hecho decir más cosas que las que realmente dijo. El pensamiento de Santo Tomás es mucho más simple y sencillo; a él le parecía injusto e ilegal que los comerciantes se aprovecharan de la ignorancia de algunos para vender más caro o comprar más barato que el precio que habitualmente se pagaba en el mercado. Pero no le interesó preguntarse cómo se determina el precio o valor de las cosas. Santo Tomás no dice que el precio justo sea el de mercado o que no lo sea. Simplemente, no analizó el problema porque no le interesaba.

VI. Los escolásticos

John Duns Scoto (1265-1308). Este pensador cree agregar dos puntos "sustanciales" a lo que San Agustín y Santo Tomás habían dicho sobre el "precio justo", que quedan expresados así:

Además de las normas dadas anteriormente [las de San Agustín y Santo Tomás] sobre lo que es justo y lo que no lo es, yo añado otras dos. La primera es que el intercambio debe ser útil para la comunidad, y la segunda es que tal persona debe recibir en el intercambio una recompensa por su diligencia, prudencia, interés y riesgo. Esta segunda regla se deduce de que todo aquel que sirve a la comunidad honestamente debe vivir de su

(^31) Ibíd., p. 26 (^32) H. R. Sewall, The Theory of Value Before Adam Smith , Augustus M. Kelley, Publishers, 1971, p. 20. Igualmente acertada es la conclusión de Richard H. Tawney: "El verdadero descendiente de las doctrinas de Santo Tomás es la teoría del valor trabajo. El último de los escolásticos fue Karl Marx", Religion and the Rise of Capitalism , Penguin Books,1987,p. 48.

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trabajo. Pero el que almacena mercancías es también útil y necesario a la comunidad y debe, por lo tanto, vivir del producto de su trabajo. Y, por otro lado, un hombre puede vender su esfuerzo y su atención por un justo precio. Pero el hombre que transporta mercancías de un país a otro tiene que desplegar una gran actividad, ya que debe investigar los recursos y las necesidades del país. Por lo tanto, puede fijar un precio correspondiente a su trabajo que supere lo estrictamente necesario para su mantenimiento y el de aquellos que trabajan bajo sus órdenes, y también una cantidad que lo compense por el riesgo que corre; puesto que si transporta o custodia mercancías (en un almacén, por ejemplo), lo hace a su propio riesgo, y es justo que en virtud de ese riesgo esté titulado para recibir una recompensa. Y esto resulta especialmente cierto si de vez en cuando surge alguna pérdida, de la que no es en absoluto culpable, en este servicio a la comunidad; ya que un mercader dedicado al transporte pierde de tiempo en tiempo un barco cargado de porcelana fina, y el encargado de su custodia pierde ocasionalmente en un fuego accidental las valiosas mercancías que almacena para el uso de la comunidad. De estas dos condiciones, que son requisito de la justa transacción, se deduce, de modo evidente, que algunos reciben la denominación de negociantes en sentido vituperado: son aquellos que ni transportan ni almacenan, ni mejoran con su trabajo un artículo vendible, ni garantizan el valor de algún objeto de venta, o los que carecen del necesario conocimiento para poderlo valorar por sí mismos. Estas gentes, que tan sólo compran para vender inmediatamente bajo ninguna de las dos condiciones previamente expuestas, deberán ser eliminadas por la comunidad y exiliadas. Tales personas son denominadas regratiers por los franceses porque evitan el intercambio sin trabas de aquellos que desean comprar o realizar una transacción económica, y como resultado encarecen el precio de un artículo vendible y usable, tanto para el comprador como para el vendedor. De este modo, el contrato es defectuoso para ambas partes.^33

Los puntos que Duns Scoto dice "agregar" ya estaban expuestos claramente por Santo Tomás, quien, como vimos, sostenía que la ganancia del comercio no es ni buena ni mala, sino que todo depende del fin a que esté destinada. Y el segundo "agregado", que el comerciante debe recibir una recompensa por su trabajo, costos y riesgo, también fue claramente expuesto por Santo Tomás. Raymond de Roover sostiene que el pensamiento de Duns Scoto es opuesto al de Santo Tomás, ya que considera que el primero tenía una teoría del valor basada en los costos y el segundo en la utilidad, pero, como vimos, esto en realidad no es cierto. De Roover pone a Duns Scoto como fundador de una escuela propia que funda el precio justo en el costo de producción y menciona

(^33) Citado por Bernard W. Dempsey, op. cit., pp. 482-83.

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sólo cuando el hombre se da cuenta de que alguna de esas cualidades puede serie útil, el bien adquiere valor. Mientras no se percate de la existencia de dicha utilidad el bien no tiene valor, por más que la cualidad del bien esté allí presente. Además, para reforzar la importancia que tiene la mente humana en la formación del valor, podemos agregar que los bienes no tienen una cualidad sino tantas como se le pueda ocurrir al hombre. Como vimos anteriormente, un destornillador, por ejemplo, sirve para poner o sacar tornillos, pero también puede servir para abrir una lata, como pisapapel, de adorno, para trabar una puerta, para provocar un cortocircuito, para romper un vidrio, y podemos seguir pensando infinidad de aplicaciones posibles para un destornillador, como para cualquier objeto. En realidad hay tantas virtuositas como ideas de utilidad en la mente del usuario. Para qué puede servir un bien es una creación puramente intelectual, y por lo tanto subjetiva. Obviamente uno no puede pretender volar con un destornillador, pero no se puede hablar de "la" cualidad intrínseca, sino de "las" cualidades intrínsecas de los bienes, y de éstas existen tantas como a la mente humana se le pueda ocurrir. La confusión que ha surgido en torno a este tema se puede deber a que cualidad y utilidad no pueden ser separadas. Para que un bien sea útil tiene que tener ciertas cualidades que sirvan para satisfacer las necesidades de un hombre; sin ellas el bien puede perder valor, pero pierde valor porque ha dejado de ser útil. Utilidad y cualidad son como dos caras de una misma moneda. Pero, para poner el caballo delante del carro, es la necesidad humana la que convierte en útil una cualidad y por esta razón el valor es subjetivo. Los que sostienen que un bien tiene valor porque posee alguna cualidad están suponiendo, sin darse cuenta, que esa cualidad ya es útil, o sea que el bien ya tiene valor. La complacibilitas sí es un factor subjetivo. Sin embargo, de la manera como está definida puede servir para explicar cómo se forma el "precio" del bien, pero no su "valor de uso". El valor de uso es totalmente subjetivo, hay tantos como personas. La complacibilitas se definió como la estimación común, pero, por un principio básico de individualismo metodológico, sólo los individuos valoran; hablar de la sociedad, comunidad o país que valora no tiene sentido.^38 En la determinación del "precio" San Bernardino es más exacto. Recordemos que, como todos sus antecesores, estaba preocupado por el precio justo.

El precio justo es el que se adecua a la valuación del lugar, o sea, a lo que el objeto de una venta es comúnmente valorado en tal momento y lugar.^39

(^38) Como dice L. von Mises; "El peor enemigo de un pensamiento claro es la tendencia a hipostatizar, i.e. a atribuirle sustancia o existencia real a construcciones o conceptos mentales", The Ultimate Foundation of Economic Science 39 , Sheed Andrews and McMeel, Inc., 1978, p.78. Citado por H. R. Sewall, op. cit., p. 25.

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Según de Roover, para San Bernardino el precio justo estaba determinado por:

[...] la estimación hecha en común por todos los ciudadanos de una comunidad ( æstimatio a communitatibus civilibus facta communitis ).^40

Por último, San Bernardino incluía la raritas (la escasez) en su análisis:

El agua es generalmente barata donde es abundante. Pero puede ocurrir que en la montaña, o en otro lugar, el agua sea escasa, y no abundante. Puede muy bien ocurrir que el agua sea mucho más estimada que el oro, si el oro es más abundante en este lugar que el agua.^41

Igual que en el caso de Buridanus, San Bernardino se acercó mucho a una teoría de la utilidad marginal, pero también sugería el control de los precios por parte de los reyes y les aconsejaba tener en cuenta, entre otros factores, el costo de producción. Según H. R. Sewall:

San Bernardino también enumeraba los ítem que debían ser considerados por las autoridades públicas para la fijación de precios legales. Estos eran la utilidad natural del bien, su abundancia o escasez, el peligro, la fatiga y el trabajo [ industry ] de aquellos que lo produjeron y lo preservaron, o bien los inconvenientes que sufrieron por el bien de otros. Consideraba que la retribución por servicios personales debía depender del carácter del servicio, si es especializado o no, y su dignidad.^42

Se podría concluir que San Bernardino, como la mayoría de los escolásticos, estudiaba la formación de los precios para que los príncipes pudiesen fijar precios con más exactitud, pero estaba bastante lejos de defender la libertad de los mercados.

San Antonino de Florencia (1389-1459). San Antonino tenía la misma teoría que San Bernardino. En la siguiente cita se puede apreciar claramente esta influencia y también la de Aristóteles y Santo Tomás.

El valor de un artículo descansa en una consideración triple: 1) sus cualidades intrínsecas; 2) su escasez, y 3) el deseo que despierte en nosotros.

(^40) R. de Roover, "Scholastic Economics: Survival and Lasting lnfluence from the Sixteenth Century to Adam Smith", en 41 The Quarterly Journal of Economics (mayo de 1955). Citado por A. A. Chafuen, Christians for Freedom , p. 96.

(^42) H. R. Sewall, op. cit., p. 26.