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HISTORIA DE LA ENFERMERIA EN LA EPOCA MEDIA
Tipo: Monografías, Ensayos
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Autora: Margarita del Valle García. Supervisora de Neurología. Hospital de Cabueñes. Gijón.
En la Alta Edad Media, por influencia del cristianismo primitivo, la enfermedad se con- sideraba como una prueba que Dios envia- ba al individuo (como las que sufrió Job) y sus padecimientos acercaban al enfermo a los de Jesucristo. Pero esta actitud se fue mo- dificando con el transcurso de los siglos, hasta ver la enfermedad como un castigo divino, una penitencia por los pecados co- metidos, llegando a identificarse al enfer- mo con el pecador.
La marginación de ciertos colectivos e in- dividuos dentro de una comunidad es tan antigua como la propia agrupación de se- res humanos. A lo largo del milenio que enmarca la Edad Media la mentalidad co- lectiva experimentó una serie de evolucio- nes que se plasmaron en la marginación hacia determinados sectores de la sociedad. Por supuesto esta segregación no fue idén- tica en todas las zonas de Europa ni alcan- zó siempre la misma intensidad.
La cultura altomedieval es autóctona de la Europa occidental, con reminiscencias del mundo latino (sobre todo en Italia, Hispania y la Galia), más el aporte germano, pero en la primitiva Edad Media los conocimien-
tos que de Galeno conservaba Roma, se perdieron para los laicos, quedando rele- gados a los monasterios.
Las leyes bárbaras eran muy duras con el ejercicio médico. La visigoda, por ejemplo, establecía la firma de un contrato entre éste y el paciente o sus familiares, pactando los honorarios, la fianza económica que debía depositar el galeno e incluso la multa en caso de fracasar, que podía llegar a consis- tir en la pérdida de la libertad del médico si el enfermo era noble y moría, ya que aquél pasaba a ser esclavo de los herederos, que podían disponer libremente de su vida.
La prohibición de la Iglesia altomedieval del desmembramiento de los cadáveres paralizó el avance de los escasos conoci- mientos sobre anatomía. A finales del siglo XIII la disección comenzó a practicarse, pero hacia 1300 un edicto papal prohibió « des- pedazar cadáveres y hervirlos », fórmula utilizada por los cruzados para repatriar a los camaradas muertos en tierra de infieles y darles sepultura en lugar cristiano. Para- dójicamente, el ámbito católico, incluso en la actualidad, está plagado de reliquias de santos que nos ha legado aquella época (la mano de S. Juan Bautista, el brazo de Sta. Teresa, la sangre de S. Pantaleón, el cráneo de S. Valentín, astillas de huesos, etc.). El culto a las reliquiasEl culto a las reliquiasEl culto a las reliquiasEl culto a las reliquiasEl culto a las reliquias creció junto a las peregrinaciones y las cruzadas y generó un considerable comercio de la picaresca a
lo largo de toda esta época. En este tipo de culto confluyen la afición a lo mágico y lo simbólico, típico de la época, unido a la práctica religiosa. A comienzos del siglo XIV comienza a sistematizarse la disección de cadáveres, pese a la oposición de la Iglesia y a las supersticiones de la época.
Tanto la enfermedad como el ejercicio de la medicina estuvieron muy ligados a su- persticiones, y siguieron practicándose ce- remonias precristianas y utilizándose amuletosamuletosamuletosamuletosamuletos lo mismo para prevenir que para combatir determinadas enfermedades. En muchas ocasiones, impotente para erradi- car estos ritos paganos, la Iglesia optó por cristianizarlos.
Otra forma de superstición fueron los «tototototo----- ques realesques realesques realesques realesques reales». El hombre medieval creía que algunas enfermedades podían ser curadas por la imposición de manos del rey (creen- cia muy arraigada en Francia), que motivó la costumbre de acudir al soberano para recobrar la salud a través de su contacto, uso que se prolongaría hasta el siglo XVII. Igualmente los ingleses creyeron que algu- nos de sus monarcas eran capaces de obrar el prodigio, como Eduardo el Confesor.
También a la AstrologíaAstrologíaAstrologíaAstrologíaAstrología se la consideró causante de enfermedades y curaciones en una sociedad que todavía arrastraba restos de paganismo. Se recomendaba recoger las hierbas y raíces curativas en una noche de- terminada o cuando la luna presentaba una fase considerada favorable, creencias sos- tenidas también por los médicos árabes (por influencia oriental), quienes fabricaban amuletos con los signos del Zodíaco graba-
dos, que colocaban sobre la zona afectada para curar algunas dolencias tales como lumbagos, reumatismos, cólicos nefríticos... La Astrología estuvo tan extendida que lle- gó a enseñarse en las Universidades bajomedievales y los reyes tenían astrólo- gos a los que consultaban antes de tomar decisiones importantes.
Los hechiceros y brujoshechiceros y brujoshechiceros y brujoshechiceros y brujoshechiceros y brujos también jugaron un papel dentro de la «medicina» medieval, eran más bien curanderos entendidos en hierbas medicinales. Solían ser personas humildes, generalmente ancianas y solita- rias que vendían sus recetas y servicios para poder subsistir. La comunidad recurría a ellos cuando los consideraban necesarios, pero también servían como chivos expiatorios si una calamidad incomprensible para el cam- pesino se cernía sobre la aldea. El pueblo les temía y respetaba, considerándoles do- tados de poderes extraordinarios, como matar a distancia, volar (creencia que apa- rece en los siglos X-XI), fabricar ungüentos sanadores y filtros amorosos... así mismo se les culpaba de las malas cosechas, de las enfermedades del ganado, etc. El vulgo les buscaba tanto para alcanzar la fertili- dad como para conseguir un remedio que les impidiera concebir más. Estas creencias son reminiscencias de religiones antropológicas que, con escasas variacio- nes, se han encontrado en la base de todas las sociedades tribales
Durante la Edad Media el saber greco- romano quedó recluido en los monasterios, saber que luego pasaría a las escuelas
el sur de Italia comenzó mucho antes. Fue un fenómeno gradual, debido a la descon- fianza con que la Iglesia vio siempre el ejer- cicio médico por parte de sus miembros. Por otra parte, las incipientes ciudades reque- rían atención sanitaria, mientras que la medicina monástica era eminentemente ru- ral.
El primer hospital se data en Bizancio, en el siglo IV, posiblemente por influencia de Santa Elena, madre del emperador Constantino. Rápidamente se extendieron por Occidente, siempre en manos monásticas, pese a la reticencia eclesiásti- ca. Se levantaban junto a los monasterios y eran llamados Casas de Dios por cumplir con el mandato cristiano de hospitalidad, que se extendía a viajeros y peregrinos de cualquier extracción social, para lo que se edificaron los anejos xenodoquios. Durante el siglo XI las ciudades más prósperas y al- gunos señores feudales fundaron hospita- les en sus dominios, siempre situándolos junto a la iglesia, incluso algunos gremios construyeron hospitales para atender a sus miembros, como en las ciudades de la Hansa o los gremios de tejedores y herre- ros en Flandes.
Aunque se conoce muy poco sobre estas edificaciones altomedievales, se sabe que constaban de un edificio principal, donde se instalaba la enfermería, con un claustro central, la sala de camas (generalmente doce, por ser éste el número de los após- toles, aunque en Bizancio existió uno con capacidad para cincuenta camas), la sala
de sangrías y purgas, cuarto para enfer- mos graves, refectorio, habitaciones para el personal médico, cocina, baño, farma- cia y huerto para el cultivo de plantas me- dicinales. Con el tiempo la arquitectura de este tipo de construcciones se fue transfor- mando, así surgen diferentes tipos de plan- tas: basilicalbasilicalbasilicalbasilicalbasilical, que reproduce la estructura de la basílica romana, pertenecen a este estilo el Hospital del Rey (Burgos) o el de Tonnerre (Francia); de cruz griegacruz griegacruz griegacruz griegacruz griega, en el centro de la cual se situaba el altar y en uno de los brazos la sala de los enfermos más graves, para que éstos pudieran se- guir los oficios desde la cama; palacianopalacianopalacianopalacianopalaciano, gran estructura con varios pisos y corredo- res, capilla y vivienda para los religiosos que lo regentaban. Con el tiempo el ejer- cicio de la medicina pasó a manos laicas, pero los hospitales siguieron llevándolos órdenes religiosas. En España, el primer hospital del que nos hablan las fuentes fue fundado por Masona, obispo de Mérida, en el siglo VI. La invasión de los árabes provocó que no se daten hospitales en tierras cristianas hasta los tiempos de Alfonso el Casto, que fundó uno en Oviedo, aunque al-Andalus abundó en estas edificaciones. Posterior- mente, con el auge de las peregrinacio- nes, se construyeron hospitales a lo largo de la ruta jacobea como los de Peregrinos (Santo Domingo de la Calzada), de San Marcos (León) o de los Reyes Católicos (Santiago de Compostela), hoy converti- dos en paradores nacionales. La Orden de los Hospitalarios de San Juan, surgida a la sombra de las Cruzadas, fundó hos-
pitales en Tierra Santa tras la toma de Je- rusalén en 1099, adonde acudía gran número de fieles en peregrinación. Con la pérdida de la Ciudad Santa, recupera- da por Saladino en 1187, la Orden de los Hospitalarios de San Juan se traslada a Acre, donde siguieron realizando su la- bor humanitaria hasta que también cayó en poder musulmán en 1291. La pérdida de los Santos Lugares hizo que las Órde- nes regresaran a Occidente, fundando hospitales por toda Europa. En 1170 Guy de Montpellier estableció la Hermandad del Santo Espíritu que participó activamen- te en la difusión de estos edificios para las clases más necesitadas, que ponían bajo la advocación del santo patrón de la Orden.
También se fundaron hospicios ya que el infanticidio fue una práctica muy corriente en la Alta Edad Media (sobre todo el de ni- ñas), dentro de familias humildes. Era una forma de regulación demográfica y econó- mica muy importante. Normalmente se les abandonaba en los bosques, en la puerta de un monasterio o al borde de los cami- nos. También fueron frecuentes los aban- donos de hijos ilegítimos
Con la fundación de la Escuela de Salerno (Nápoles), en el siglo X, la medicina se seculariza, aunque no será hasta el siglo XI cuando este centro alcance prestigio. Según la leyenda fue fundada por cuatro sabios que simbolizaban el legado del conocimien- to antiguo: griego, latino, árabe y judío, le- vantándose sobre un antiguo balneario ro-
mano de aguas termales. Su prestigio le hizo gozar del amparo del emperador Enrique IV Hohenstaufen, quien obligó a los médicos del Imperio a pasar un examen en Salerno antes de ejercer y que el médico prestase juramento sobre sus obligaciones. También impuso la obligación del galeno de visitar al enfermo dos veces diarias y una por la noche si era preciso. El médico no podía acordar de antemano sus honorarios ni poseer botica propia. La de- cadencia de esta Escuela comienza con la implantación de las Universidades, en la centuria del XIII.
Otras escuelas que adquirieron renom- bre en la enseñanza de la Medicina fueron Montecassino, también en Italia, y Montpellier en el Rosellón francés, ésta re- cibía influencia de los conocimientos árabe y judío a través de la cercana Cataluña. Montpellier conserva su prestigio como es- cuela de Medicina en la Francia actual.
A partir del siglo XIII cesa la influencia ára- be sobre la medicina occidental y ésta co- mienza su propia andadura.
La primera Universidad fue fundada en París en 1215. Comenzó enseñando Medi- cina, pero pronto se decantó por los estu- dios escolásticos, oponiéndose a la cirugía y a los conocimientos empíricos.
En la España cristiana se fundó la Univer- sidad de Salamanca en 1218, durante el reinado de Alfonso IX , pero es Alfonso X el
La «farmacia» medieval heredó los reme- dios de la Antigüedad a través de escritos como los de Galeno o los de Plinio Segun- do, ampliados por la influencia árabe. To- maba los ingredientes de los tres reinos de la naturaleza:
textura parecida a la de la piedra pómez.
También se emplearon algunos alimen-alimen-alimen-alimen-alimen- tostostostostos: el tocino contra las lombrices intestina- les, la carne de perdiz contra la diarrea, la harina de cebada disuelta en agua tibia para bajar la fiebre, la leche fresca para la tu- berculosis en su primera fase, las bayas del laurel con vino caliente para los males de estómago... Cebollas, ajos, naranjas, miel y vino fueron utilizados sistemáticamente
Personajes tan prestigiosos como Ramón Llull o Arnaldo de Vilanova elevaron la Al- quimia a importante auxiliar de la farmacia bajomedieval. Su principal esfuerzo estaba dirigido a la búsqueda de una panacea que curara todos los males: el elixir de la juven- tud, con el que se pretendía alargar la vida y eliminar la enfermedad. Obviamente no se logró pero los esfuerzos sirvieron de base a la Química moderna. El propósito final de la Alquimia era la transmutación de metales innobles en oro a través de la pie- dra filosofal.
Los conocimientos alquímicos eran un compendio del antiguo saber egipcio y per- sa custodiado por la Escuela de Alejandría, que llegó a occidente de la mano de cientí- ficos musulmanes. Fue una práctica secre- ta, tanto por la desconfianza de la Iglesia, que la relacionaba con la magia y la bruje- ría, como porque los «iniciados» se consi- deraban los «elegidos» para alcanzar co- nocimientos vedados a la gran mayoría de los mortales, por lo que sus obras fueron escritas en un lenguaje deliberadamente hermético, a base de símbolos y alegorías. Sin embargo, practicaron la alquimia hom- bres del prestigio de Geber, Avicena o Averroes dentro del mundo musulmán, en donde se aprendió a preparar la sal de amoniaco (usada más entre orfebres que entre médicos), el aceite de vitriolo (ácido sulfúrico), el agua fuerte (ácido nítrico), el agua regia, ciertos sulfuros metálicos, al- gunos compuestos de mercurio y arsénico y la obtención del espíritu del vino (alcohol). En la Europa cristiana cabe citar a Alberto
de Colonia, obispo de Ratisbona (conocido como San Alberto Magno); Roger Bacon (im- pulsor de la futura Óptica); Basilio Valentín y los antes citados Llull y Vilanova, entre otros. Dentro de las Órdenes Militares, fue practicada por los Caballeros Templarios, siendo ésta una de las acusaciones vertidas en el proceso incoado en 1307 a instancias de Felipe IV el Hermoso con el beneplácito del papa Clemente V.
El hombre medieval vivió la religión de un modo rayano en lo supersticioso. En los siglos altomedievales el objetivo de la Igle- sia era encauzar las prácticas paganas, de origen neolítico y latino, hacia planteamien- tos cristianos. La transformación de las es- tructuras políticas y económicas que acarreó la desaparición del Imperio romano no al- teró la mentalidad ni las costumbres del pueblo, que eran eminentemente atávicas, y el paganismo siguió existiendo, profun- damente asentado entre la población hasta muy entrada la Edad Media.
La Iglesia trató de cristianizar viejas creen- cias dotándolas de un carácter sagrado, como la fiesta pagana del solsticio de in- vierno, que se convierte en la Navidad, el de verano se sacraliza con la festividad de San Juan (el origen de las hogueras, que aún hoy se encienden esta noche en algu- nas zonas de España, hay que buscarlo en ritos ancestrales), San José y San Miguel se hacen coincidir con los equinoccios, etc. Paralelamente se orienta al pueblo hacia las fórmulas litúrgicas emanadas de la patrística. Sermones recomendando la misa
prosos y extrañados de la sociedad.
La paleosteología ha constatado la exis- tencia de lepra en Europa desde el siglo III dC, pero las primeras descripciones de los médicos griegos y egipcios datan del 250 aC. Se cree que tuvo su origen en África y los esclavos la extendieron a Egipto, Siria, Asia Menor, India, China y Europa. Las in- vasiones y las cruzadas contribuyeron enor- memente a su propagación.
La actitud hacia los enfermos de lepra va- rió notablemente a lo largo de la Edad Me- dia. Hubo momentos en que se les autorizó a mendigar, pero tenían que anunciar su presencia haciendo sonar una carraca o una campanilla y se les obligaba a vestir de co- lor gris y llevar bien visible un distintivo que señalase su condición de leproso. Las limos- nas se dejaban en el suelo, para que el en- fermo las recogiera una vez que el donante se hubiera alejado o se depositaban en un cesto atado al extremo de una larga vara, para evitar el más leve roce.
Como síntomas físicos para diagnosticar la enfermedad se consideraban « pérdida de las cejas, ojos saltones y de mirada fija, hin- chazón de la nariz, color amoratado en la cara, aparición de nódulos junto a las ore- jas, la piel de la frente tensa y brillante, in- sensibilidad de la parte inferior de la tibia y de los dedos pequeños de los pies y la voz ronca ». Otro síntoma era que , «expuestos al frío, a los leprosos no se les ponía la car- ne de gallina. Una vez que se confirmaba que el enfermo padecía lepra, se le decía una misa de difuntos, tras la cual un cortejo de vecinos le acompañaba a la leprosería,
ya que se le consideraba como un muerto en vida, y perdía todos sus derechos civiles y sus bienes pasaban al hospital de acogi- da. La severidad con que la Iglesia y la so- ciedad trató a los enfermos de lepra no se basaba tanto en el temor al contagio como en la creencia de que el mal era un castigo divino y al convencimiento de que el lepro- so sentía un rencor hacia los sanos que les inclinaba a las peores perversidades.
Las primeras leproserías surgieron en Bizancio, en el siglo IV, extendiéndose pron- to por Europa dirigidas por los Hermanos de San Lázaro (patrón de este mal), de don- de proviene el nombre de lazaretos por el que fueron conocidos estos establecimien- tos. Donde no había ninguna institución re- ligiosa, era el municipio quien cuidaba de atender a los leprosos, pero sin permitirles el contacto con los ciudadanos sanos. Si uno de los cónyuges de un matrimonio contraía la enfermedad, el otro podía seguirle a la leprosería, aunque no estuviera afectado (lo que no fue habitual). Según datos de Schippergs a mediados del siglo XIII había cerca de 20.000 leproserías en Europa, tan extendida estaba la enfermedad. Existía la teoría de que los niños que enfermaban de lepra habían sido concebidos en el instinto pecador de la lujuria, no durante el cumpli- miento del mandato divino de la procrea- ción. La reticencia hacia este grupo alcanzó incluso a los hijos de los leprosos, que eran obligados a vivir aparte y a desempeñar los oficios más bajos. Los textos franceses men- cionan, durante la hambruna de 1321, una confabulación entre leprosos y judíos para envenenar las fuentes y pozos. Los lepro-
sos, reconocieron la acusación, por lo que el rey Felipe V el Largo les condenó a la hoguera y los judíos fueron expulsados del reino, aunque algunos lograron comprar su permanencia.
En 1873, el noruego Armaner Hansen descubrió la Mycrobacterium leprae , cau- sante de la enfermedad en sus dos mani- festaciones, la lepra tuberculoide y la lepra nerviosa. El período de incubación es muy amplio, varía de unas pocas semanas has- ta más de 30 años. Adopta un curso cróni- co con brotes y remisiones más o menos largas. Se localiza, principalmente, en la piel, mucosas y nervios periféricos, puede presentar atrofia muscular, a veces con re- blandecimiento óseo o pérdida de los de- dos. Otra complicación es la ulceración perforante de los pies. La necropsia ha des- cubierto lesiones en hígado, bazo, ganglios linfáticos, testículos, médula ósea, etc., en los casos avanzados Las principales vías de contagio son las mucosas y el aparato res- piratorio.
La lepra no está erradicada en la actuali- dad. Estadísticamente hay unos quince mi- llones de leprosos en el mundo, de los que sólo un pequeño porcentaje recibe asisten- cia sanitaria. El temor al contagio y la le- yenda negra que acompaña a la enferme- dad, hace que las leproserías sigan siendo ubicadas lejos de cascos urbanos e inde- pendientes de cualquier otro centro para infecto-contagiosos.
El estudio de los huesos exhumados de los cementerios de leproserías medievales, ha permitido constatar que a menudo la sí-sí-sí-sí-sí-
filisfilisfilisfilisfilis se confundía con lepra. Se creyó que la sífilis fue «importada» a Europa por los ma- rineros que regresaban del Nuevo Mundo (posiblemente debido a una epidemia de esta enfermedad sufrida a caballo entre los siglos XV y XVI), pero la paleosteología ha demostrado su existencia en momias pro- cedentes del Antiguo Egipto (el estudio, en París, de la momia de Ramsés II por una comisión de científicos occidentales, demos- tró que este faraón de la Dinastía XVIII pa- deció la enfermedad). Los italianos la lla- maron « mal del francés », los franceses «mal de los alemanes» , los flamencos «mal espa- ñol », los rusos « mal de los polacos» y los turcos « mal de los cristianos ». Geronimo de Huerta, en el siglo XVII, la describe como « un mal que trajeron de Nápoles los solda- dos de los Reyes Católicos ». Es posible que el súbito descenso de la lepra a finales del siglo XIV se deba a que es entonces cuando se aprende a diferenciar ambas enferme- dades. La sífilis se manifestaba por la apa- rición de bubones, llagas hediondas en la nariz, boca y otras partes del cuerpo, con dolores articulares y de cabeza y pérdida capilar. De Huerta cree que es el mismo mal que Plinio describe como mentagra FFFFFuegouegouegouegouego de San Antónde San Antónde San Antónde San Antónde San Antón , mal de los ardientesmal de los ardientesmal de los ardientesmal de los ardientesmal de los ardientes , o enferenferenferenferenfer----- medad del cornezuelomedad del cornezuelomedad del cornezuelomedad del cornezuelomedad del cornezuelo, producida por un exceso de ergotina, sustancia segregada por el hongo Claviceps purpurea que se cría en el centeno en mal estado, por lo que incide, principalmente, en las clases más bajas. Suele aparecer en otoño, después de vera- nos húmedos y calurosos, que favorecen la aparición del hongo. El afectado sentía como si un fuego le abrasara interiormente hasta hacerle enloquecer de dolor.
sante de esta enfermedad parasitaria. Los síntomas son fiebres intermitentes, anemia y manifestaciones nerviosas. En su fase más avanzada se produce un aumento del volu- men del bazo y el hígado.
En la actualidad es endémica de países cálidos y húmedos, situados en el mal lla- mado Tercer mundo. La produce la picadu- ra de la hembra del mosquito Anopheles. Los síntomas en su manifestación más ma- ligna se manifiestan por episodios febriles intermitentes, fuerte anemia y pérdida de leucocitos y aumento del tamaño del híga- do y del bazo.
inglés Russell, la pandemia se llevó a un tercio de la población europea, un cuarto en Inglaterra. Afectó a todas las capas so- ciales (con mayor incidencia en las más ba- jas) y causó la muerte del rey Alfonso XI durante el sitio de Algeciras. Se presenta principalmente: a) bubónica , al afectado le salían unos bubones en las ingles, axilas o cuello. Morían entre el 40 al 90% en, aproxi- madamente, una semana. b ) neumónica , caracterizada por las placas de color negro-azulado que salían en el cuerpo del enfermo, sintomatizada por fiebre, ahogos, tos y esputos sangrientos. Se llevaba en- tre el 90 al 100% de los contagiados, que morían en el término de tres días. Fue erradicada de Europa por la llegada de la actual rata gris, que exterminó a la rata negra, portadora de la pulga.
En el caso de la peste negra la marginación se invierte, es decir, no se ex- pulsa al enfermo, sino que es el sano el que se auto-exilia ante el terror al contagio y huye de la ciudad buscando el aire limpio, como relata Boccaccio en El Decameron: «...imi- temos a los que han partido y parten de la ciudad y huyendo de la muerte... en el cam- po el aire es mucho más puro, más fresco; allí hallaremos con abundancia cuanto a la vida es necesario. Siquiera nuestra vista no se fatigará con el continuo espectáculo de muertos y enfermos; pues si bien los habi- tantes del campo no están al abrigo de la peste, el número de apestados es mucho menor en proporción... ». Efectivamente, pa- rece que la única solución que encuentra el
habitante de la ciudad es la huida al cam- po, y la histeria colectiva produjo un éxodo masivo que propagó la epidemia al medio rural. Villages desertes en Francia, lost villages en Inglaterra, wüstungen en Alema- nia, despoblados en Castilla dejaron cons- tancia de la envergadura de la pandemia. Geronimo de Huerta, en el siglo XVII, la des- cribe de esta manera: «... deftruyò de tal fuer- te la géte de todas eftas regiones, que mu- chas ciudades grádes quedaró fin morado- res: y la razó de ir hàzia el Occidente, es feguir el mouimiento del fol, pórq fus rayos, y los delos otros planetas, y eftrellas, van difponiendo el aire por donde van paffando, y tambien alguna parte del mifmo aire fe mueue arrebatadamente con ellos, y cami- nando hàzia el Poniente, va efte mal cruel figuiendole por el mifmo camino...
En un intento de combatirla se realizaron rogativas, misas, procesiones... Otra medi- da para luchar contra la epidemia fue el alejamiento de los cadáveres, así en Aviñón los cuerpos fueron arrojados al Ródano para que las aguas los llevaran hasta el mar, pero las corrientes los devolvían a la playa, lo que produjo un rebrote más virulento. Otros «remedios» consistían en quemar incienso y manzanilla en las casas para que sus vapo- res las purificaran, frugalidad con la comi- da y la bebida, no frecuentar las aglomera- ciones, no bañarse, evitar las excitaciones y frotarse la piel con vinagre o agua de ro- sas. Los muebles y enseres de los fallecidos eran quemados y sus casas desinfectadas con azufre y luego se encalaban.
Las causas de la pandemia, según los con- temporáneos, fueron las siguientes:
Conjunción adversa de los astros. Castigo divino por los pecados de los hombres. El propio Boccaccio llegó a escribir: « ... sin duda en castigo de nuestras iniquidades cayó [la peste] sobre nuestra querida ciudad [Florencia]...» Movimientos sísmicos que agitaron la tierra y por las grietas surgieron va- pores inmundos que apestaron el aire. Los judíos, que envenenaron fuentes y manantiales. Como consecuencia del miedo al conta- gio surgió, casi al mismo tiempo en toda Europa, el movimiento de las Hermanda- des de Flagelantes, con el propósito de erra- dicar la enfermedad a través de la peniten- cia, ya que era considerada una plaga de origen divino. Bandas de cientos, incluso miles de personas recorrían el continente cargados con cruces, orando y autoflagelándose con látigos de puntas metálicas. En su recorrido, propagaban la infección. Los Flagelantes fueron rápida- mente condenados por la Iglesia, debido a las duras críticas que dirigían a la forma de vida de la cúpula eclesiástica y combatidos incluso con la hoguera.
La teoría que culpaba a los judíos del en- venenamiento del agua potable desenca- denó una persecución que acabó en una masacre: en la ciudad suiza de Chillon en septiembre de 1348, y tras haber sido so- metidos a tortura, los judíos «confesaron», lo que desencadenó la furia de las masas. Narra la Dra. Sutcliffe que en Basilea todos los judíos de la ciudad fueron encerrados en un edificio de madera y quemados vi-
En la Alta Edad Media la epilepsiaepilepsiaepilepsiaepilepsiaepilepsia fue considerada como el mal de los grandes hombres y no estaba mal vista. Parece que la propia Sta. Hidelgarda de Bingen lo pa- deció. Con el transcurrir del tiempo se con- sideró que las personas afectadas por este mal eran víctimas de una posesión demoníaca lo que llevó a la marginación del afectado. Su curación era intentada a base de exorcismos para expulsar al demo- nio del cuerpo poseído.
En la Alta Edad Media la locuralocuralocuralocuralocura no im- plicaba marginación: los locos eran tenidos por intermediarios entre el mundo sobre- natural y los hombres, dotados del poder de predecir; ingenuos y sinceros por lo que estaban más cerca de Dios, tanto es así, que hasta bien entrado el siglo XVI no aparecen datados los primeros manicomios, lo que indica que con anterioridad a esta fecha no se recluía a los locos. Solo en sus formas más violentas fue considerada como mal del demonio e intentada curar con exorcismos. La frenesis magna , llamada así porque el que padece la enfermedad rechina los dien- tes (en latín frendere ), hoy conocida como esquizofrenia, se trataba de curar con mú- sica.
Numerosos textos han dejado constancia de las enfermedades que aquejaron a la po- blación medieval con mayor frecuencia:
su nombre al tono negro brillante que adquieren las pústulas, parecido a la antracita. Se manifiesta de tres mane- ras: a) Pústula y edema malignos, locali- zados en la zona de la piel por la que penetró el bacilo. A las 48 horas surge una pequeña marca roja parecida a la picadura de un insecto, que en poco tiempo se convierte en una úlcera indolora que endurece y adquiere el tono negro brillante característico. Tam- bién aparecen síntomas de infec- ción general (fiebre elevada, esca- lofríos, dolor muscular y de las ar- ticulaciones, hipotensión, pulso acelerado, diarreas, vómitos...); la muerte sobreviene en una sema- na aproximadamente. En el ede- ma maligno predomina la tume- facción, el malestar general apa- rece con mayor rapidez y evolucio- na más deprisa. b) Neumonía carbuncosar. Es menos endémica porque su mecanismo de contagio (inhalación) es menos frecuente. c) Enteritis carbuncosar , caracteriza- da por un cuadro enterítico agu- do, mortal en uno a tres días. Pue- de ir acompañado de pústulas o edemas, con fiebre elevada, vómi- tos y hemorragias. El contagio se produce por la ingestión de aguas contaminadas. Estuvo muy extendido entre los anima- les domésticos (ovejas, cabras, vacas,
cerdos, caballos). El hombre se conta- giaba por el contacto con las esporas alojadas en la lana o la piel de los ejem- plares enfermos. La puerta de entrada son las pequeñas erosiones de la piel. Los animales se infectan en los establos o en prados donde abundan las espo- ras procedentes de bacilos eliminados por la orina y heces de animales conta- minados. Produjo grandes epidemias.
catabolismo de los ácidos nucleicos, como en la fase resolutiva de la neumo- nía. El ataque gotoso se caracteriza por dolor articular, con hinchazón y enroje- cimiento local de la piel, y las articula- ciones más frecuentemente afectadas son las de la mano (quiragra) y las del pie (podagra). Una receta que describe Schippersges y que extrae de la Physica de Hildegard recomienda aplicarse una pomada fabricada con cuatro partes de ajenjo machacado, dos de sebo de cier- vo y una de tuétano del mismo animal ; otra aconsejaba bañarse con el agua en la que haya hervido todo un hormigue- ro. Los remedios recetados por Hildegard son siempre así de curiosos. Las herniasherniasherniasherniashernias aparecen a menudo descri- tas en las fuentes, sobre todo las abdo- minales. Al enfermo se le purgaba y po- nía a dieta para, finalmente, aplicarle cataplasmas y vendajes. Al final del pe- ríodo medieval se empleará la cirugía.
gación de todo tipo de enfermedades.
Pero la sociedad medieval marginó a mu- chos más colectivos: a la mujer, al anciano y al niño por considerarlos inferiores en su debilidad, al peregrino, al vagabundo, al buhonero y al juglar, por carecer de un ho- gar reconocido y de unos vecinos que pu- dieran salir valedores de su solvencia mo- ral, dentro de esa forma obsesiva de enten- der la religión, típica de la época. Algunos oficios, por ser considerados sucios o impu- ros y marginó también a todo lo que consi- deró distinto. El miedo a lo diferente, a aque- llo que puede romper la rutina de unas gen- tes ancladas en sus costumbres; la descon- fianza ante lo desconocido y la ignorancia en la que se hallaba sumida la sociedad, son los pilares en los que se sustentan los prejuicios que sirven de justificación a la marginalidad social durante la Edad Me- dia.
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