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Aprender a utilizar palabras Si se hablar bien voy a saber escribir bien
Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones
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© Jesús Mesanza © Wolters Kluwer España, S.A., 2009 C/ Collado Mediano, 9 28230 Las Rozas (Madrid) Primera edición: enero 2008 Los autores y editores no asumen responsabilidad alguna por los daños o perjuicios que pudieran sufrir los usuarios derivados de su actuación o falta de actuación como consecuencia de cualquier información contenida en esta publicación. El objeto de esta publicación es proporcionar información al usuario, por tanto no existe obligación por parte de la editorial de resolver consultas o de facilitar asesoramiento jurídico o profesional de cualquier tipo relacionado con las informaciones en ella contenidas. La editorial advierte al usuario que la información contenida en esta publicación puede estar elaborada con base en criterios opinables, o bien elaborada a partir de datos suministrados por fuentes sobre las que ésta no tiene control y cuya verificación no siempre es posible a pesar de que la editorial pone todos los medios
después de ser utilizada. Si verdaderamente pertenecemos a la postmodernidad y no queremos que ésta nos desborde y despersonalice, debemos conservar lo valioso del pasado y adaptarlo con criterio racional y estético a las necesidades futuras. Podemos estar orgullosos de la riqueza y del valor literario de nuestra lengua. Superados los errores de una deficiente didáctica de la Ortografía (donde predominaba el estudio memorístico de las reglas ortográficas y de sus abundantes excepciones, acompañado de tediosos dictados sancionadores), podemos aplicar con ilusión unos nuevos métodos de enseñanza que hagan atrayente y eficaz el aprendizaje a nuestros jóvenes. El método preventivo de la enseñanza de la Ortografía centra sus esfuerzos en el dominio del vocabulario usual (el más utilizado por la mayoría), estudiando aspectos visuales, auditivos, motóricos y cognitivos. Tenemos que asimilar estas palabras, contextualizándolas y elaborando campos semánticos y familias léxicas. El estudio inductivo de palabras
concretas desemboca necesariamente en la posterior elaboración y asimilación de las normas ortográficas. La unidad gráfica de la imagen visual de nuestras palabras es patrimonio de toda la comunidad hispana. El conocimiento y respeto de las reglas ortográficas no debe convertirse en un obstáculo, sino en un excelente medio para clarificar y enriquecer la comunicación. El respeto a la norma garantiza la universalidad de la comunicación en nuestro mundo globalizado. Tenemos obligación de conservar y, en su caso, mejorar y embellecer este preciado tesoro. La escritura correcta facilita la comunicación y evita malentendidos. El dominio ortográfico es un requisito imprescindible para una enseñanza de calidad a la que todos nuestros alumnos tienen derecho. Conseguiremos mejorar la competencia ortográfica de nuestros alumnos cuando todos los miembros de la comunidad educativa se impliquen y aúnen sus esfuerzos. Este libro es una excelente herramienta para conseguir este objetivo tan necesario como
Para el lector, el profesor o el estudiante El contenido de este manual es el resultado de una notable paciencia: escuchar, leer, anotar, clasificar, guardar, día a día, los malos usos lingüísticos, orales o escritos. El abultado conjunto resultante supone la colección de malos usos-abusos lingúísticos que a diario «se cuelan» en los medios de comunicación, sobre todo, fruto de la prisa, la improvisación, la negligencia, la pereza, la estulticia o la pedantería. En didáctica, a este conjunto lo podríamos titular como contenidos del vocabulario activo (defectuoso). Y he aquí la utilidad que esta fuente supone para el lector preocupado por el bien hablar o escribir, para el estudiante o el profesor: una selección de contenidos lingüísticos, de vocabulario activo incorrecto, que, convenientemente seleccionados, cualitativa y cuantitativamente, pueden suponer un menú diario en la mesa del lector y en el pupitre del estudiante para que el abultamiento de dislates
nos dirá, por ejemplo que «las miles de personas que asistieron...» (anacoluto, porque miles es masculino y debe decir «los miles de personas que asistieron... »); el columnista nos escribe en el periódico que «la catedral dispone de cripta subterránea» (pleonasmo, porque toda cripta es subterránea y, si no, no es cripta); en la radio oímos a la entrevistadora, segura de sí misma o de su propia incultura: «¿cuándo tuvistes ese sueño?» (vulgarismo que creíamos superado, como el sarampión o las paperas, en vez de «tuviste»). Y así, el lector y yo podríamos seguir este guión y rellenar páginas y páginas... El otro día me remitía una amiga traductora e intérprete, alemana, muy preocupada por la pureza del castellano, una foto de una tienda ibicenca: «SE NECESITA DE-PENDIENTA», dice el texto (o mal-dice, más bien). Como advertencia o consuelo del lector, según proceda, hemos de hacer constar que «los gramáticos no hacen las lenguas, ni las reforman, ni son capaces de detener su evolución» (M. Seco), y que debido a la naturaleza «relativa y cambiante de la norma»
(Asociación de Academias de la Lengua Española), es arriesgado usar calificativos como correcto o incorrecto y resulta más acertado el suasorio preferible , porque «un idioma inmóvil certificaría la parálisis mental y hasta física de quienes lo emplean» (L. Carreter). «La mayoría de las dudas e inseguridades lingüísticas que tienen los hablantes nacen, precisamente, de la perplejidad que les produce encontrarse con modos de expresión distintos de los suyos...» (Asociación de Academias de la Lengua Española): salir de la duda es propio de seres disciplinados e inteligentes. En tus manos están las herramientas, necesariamente cambiantes con el tiempo, para salir de la duda con la que vive el que quiere hablar y escribir bien.
El lenguaje es un medio de comunicación, reflejo de la cultura y de la sociedad de un tiempo concreto, y el lenguaje escrito, en especial, pierde su función comunicativa y expresiva si, primariamente, no es bien cifrado por el emisor y, después, descifrado de forma correcta por el receptor. Conocer y dominar el lenguaje es, en cierto modo, equivalente a aprender.
El lenguaje hace que la gente pueda salir de su ambiente. Enseñad a un hombre de clase baja a expresarse como un aristócrata y lo cambiaréis (G. B. Shaw).
La función suprema del idioma es la correcta comunicación. He aquí el objetivo de este manual: que quien habla o escribe -emisor-, cualquiera que sea, lo haga bien, emita un mensaje unívoco, claro, sin ambigüedades ni «ruidos» (errores, confusiones, imprecisiones), para que el receptor lo reciba con nitidez. Así contribuiremos a la obra bien hecha, el artículo
bien escrito, la clase bien dada, el examen bien presentado. La mayoría de las dudas e inseguridades lingüísticas que tienen los hablantes nacen, precisamente, de la perplejidad que les produce encontrarse con modos de expresión distintos de los suyos. Desean saber, entonces, cuál es el uso «correcto», suponiendo, en consecuencia, que los demás no lo son.
Pero debe tenerse siempre en cuenta que el empleo de una determinada forma de expresión resultará más o menos aceptable dependiendo de distintos factores. Así, las variedades regionales tienen su ámbito propio de uso, pero resultan anómalas fuera de sus límites. Muchos modos de expresión que no son aceptables en la comunicación formal, sea escrita u oral, se juzgan perfectamente normales en la conversación coloquial, más espontánea, y, por ello, más propensa al descuido y a la laxitud en la aplicación de ciertas normas de obligado cumplimiento en otros contextos comunicativos. Muchos usos ajenos al
enmascarar la necedad ingénita, va a potenciarla. Muy pronto tendremos tontos inalterados, puros, como de manantial. Y los habrá también reciclados, restituidos a su condición en cuanto se adapten a la posmodernidad cuyo ariete es Internet. ... parece que, en muchos dedicados a hablar o escribir para el público, se ha quebrado la relación entre los vocablos y su significado, de tal modo que ambos tiran por su lado: no tienen el gusto de conocerse. Así debió de ser Babel (Lázaro Carreter, E., 1999).
Con este manual pretendemos facilitar la tarea del profesional de la lengua escrita -locutor, periodista-, del profesor y del alumno, que ha de dominar la lengua si quiere superar las demás áreas o asignaturas, además de ayudar a quienes, ajenos a esos oficios, desean perfeccionar cada día el uso de su idioma, arma de trabajo, en fin de todas las profesiones. Al repasar las páginas de este libro de estilo, el lector encontrará en los distintos capítulos o apartados palabras y expresiones repetidas. No
debe extrañarse, ya que la estructura adoptada así lo propicia: hay vicios o defectos lingüísticos de ámbito muy amplio, por ejemplo anacoluto («inconsecuencia en el régimen o en la construcción de una cláusula») y otros de campo muy reducido, por ejemplo loísmo («uso impropio de lo(s)»). Por esta razón podrá haber términos o expresiones que aparezcan, a la vez, en dos o más entradas. El afán por hablar bien, escribir bien, en casa, en clase, en la calle, en la oficina, no debe hacernos marisabidillas ni tiquismiquis, cortantes ni sabiondos: la corrección lingüística, la ortografía, la legigrafía (mejor que la caligrafía), la oratoria... no deben ser óbice a la creatividad. Pero sí deben contribuir a que nuestro hablar y escribir sean claros, precisos y correctos, además de creativos. Se puede y debe intentar que los usuarios del español logren un dominio lingüístico aceptable, pero esa consecución no será posible ni duradera sin el logro previo de un objetivo actitudinal: el deseo de expresarse correctamente, el amor por lo bien hablado o escrito, en definitiva, por lo