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Es una investigación sobre los antecedentes y desarrollo humanista económico
Tipo: Monografías, Ensayos
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Los orígenes históricos del humanismo económico Evidentemente el tema de los orígenes históricos del humanismo es extremadamente complejo, pero por espíritu de síntesis y por amabilidad al lector, lo trataré de describir en pocas palabras. El humanismo, como dice la misma expresión, fue un intento de recuperar la dimensión humana de la cultura (Lorda, 2009). Nació en los comienzos del Renacimiento, inspirado en el modelo clásico de la Antigüedad, en buena medida como rechazo a una concepción excesivamente espiritualista del mundo medieval en la que el hombre de carne y hueso parecía desaparecer absorbido por un trascendentalismo exaltado. Sin embargo, los humanistas también rescataron y recrearon otros aspectos genuinamente religiosos de la Edad Media en tiempos en que surgía otro extremismo: el dominio de un nuevo tipo de ciencia que concebía al hombre desde un punto de vista puramente físico sin ningún tipo de conexión con su dimensión espiritual y libre. Así, podría describirse al humanismo como la búsqueda de la recuperación de la imagen completa del hombre, tanto en relación a los excesos espiritualistas como al racionalismo y al naturalismo científico extremos, buscando un punto medio y superador. Para ser más precisos, los humanistas de los siglos XIV, XV y XVI se opusieron a tres ideas que cobraron mucha fuerza en el mundo medieval: 1) el misticismo exagerado, que exaltaba el espíritu olvidándose del cuerpo o de lo empírico, 2) el naturalismo aristotélico de origen árabe que, por el contrario, negaba la dimensión espiritual y libre del hombre y lo reducía a un determinismo científico-empírico, 3) la teoría de las dos verdades que consideraba que la dimensión religiosa/espiritual del hombre y la racional/científico/empírica deben ser estudiadas por vías completamente separadas y pueden incluso contradecirse. En reemplazo de esta últimas, los humanistas rescataron, sin embargo, otras tres ideas medievales: 1) el platonismo cristiano de los padres de la Iglesia y San Agustín, que destacaba la dimensión al mismo tiempo espiritual, racional y libre del hombre, 2) lo mejor de la escolástica, sobre todo Santo Tomás y San Buenaventura, que buscaba unir las dimensiones espiritual –racional y libre– y empírica del hombre mediante una interpretación no naturalista de Aristóteles, 3) las llamadas studia humanitatis, que retomaban el estudio del hombre desde la dimensión histórica, lingüística y práctica (García Gibet, 2010a; Garin, 2008; Grassi, 1993; Kristeller, 1962; Toffanin, 1953). La convicción central de los mejores humanistas era que, por medio de la idea filosófico-religiosa –contenida en las studia humanitatis y en el platonismo cristiano– de que el hombre es un ser encarnado pero, al mismo tiempo, dotado de palabra, de una luz intelectual de origen divino y, por tanto, libre e histórico, se podría superar, al mismo tiempo, el determinismo de la naturaleza y la teoría de las dos verdades enseñados por los naturalistas árabes y el fideísmo de los nominalistas y misticistas, uniendo así en armonía lo mejor del nuevo saber científico, de la historia, de la filosofía y de la fe. Es verdad que no todos los llamados en la historia genéricamente “humanistas” responden a este núcleo de pensamiento y muchos intérpretes rechazan la identificación del verdadero humanismo con el humanismo cristiano. De hecho, hubo también “humanistas” anti- platónicos, averroístas, descreídos e incluso ateos. Asimismo, existieron también humanistas que exaltaron la fe sin tomar en cuenta la dimensión filosófica e histórica o quienes exaltaron las letras y la historia hasta el punto de rechazar toda ciencia (Toffanin, 1953). Sin embargo, lo mejor del humanismo trató de armonizar lanueva ciencia física y astronómica, que venía de la mano de la matemática y la experimentación, con la dimensión religiosa y ética del hombre, estudiada por la filosofía y la teología, así como la dimensión lingüística e histórica basada en los hallazgos de los documentos del pasado. Por lo demás, aún con todas las contradicciones y vaivenes de muchos de sus representantes, el humanismo entendido en el sentido señalado se prolonga a lo largo de la historia moderna como algo completamente reconocible. De hecho, la polémica anti-averroísta y anti-nominalista del humanismo en su etapa medieval y renacentista continuó bajo distintas formas en los sucesivos períodos históricos de la modernidad.
Pero, ¿qué implica esta esencial aclaración histórica sobre la naturaleza del humanismo –sin tener que entrar en más disquisiciones que no podemos abordar aquí– para nuestro tema más específico como es el del humanismo en economía? Si bien los humanistas se destacaron ante todo por el rescate filosófico, histórico y literario de la dimensión libre y trascendente del hombre frente a la interpretación naturalista o nominalista de la nueva ciencia física, sobresalieron asimismo por su intento de realizar una operación análoga con la nueva actividad y el nuevo saber de la economía. De hecho, el humanismo creció también en medio de las disputas suscitadas a raíz del resurgimiento de las ciudades medievales, caracterizado por una impresionante transformación de las actividades económicas. La expansión de las comunas libres y mercantiles, especialmente desde el siglo X en adelante, llevó a la reflexión sobre la realidad, hasta entonces desconocida, de la nueva economía y sociedad burguesas. Si bien la humanidad siempre conoció el trabajo, la moneda y el comercio, la configuración que, a partir de los monasterios medievales y luego de las comunas libres, tomaría la economía, llevaría al surgimiento de un sistema económico absolutamente inédito que exigía volver a pensar, en buena medida, todo de nuevo. En efecto, en la Antigüedad clásica griega y romana y en el medioevo feudal, el mundo de la política –y también el de la filosofía, las artes, la milicia y la religión– se encontraba de alguna manera separado del mundo de la economía. Este último estaba limitado a laesfera más bien restringida del oikos o del domus, en el cual el trabajo era ejercido por esclavos o siervos sin educación ni libertad. Por el contrario, en las nuevas ciudades medievales el trabajo sería realizado por primera vez por ciudadanos libres e ilustrados. Así, a lo largo y a lo ancho de Europa, surgiría un nuevo tipo de persona, desconocida hasta entonces, dedicada al mismo tiempo al gobierno, las artes, el trabajo productivo y el comercio (Sombart, 1976; McCloskey, 2010). Esta original y novedosa amalgama produjo una enorme revolución en la producción. Era la primera vez en la historia que hombres libres y cultos veían al trabajo con ojos positivos y ponían todas sus capacidades intelectuales, morales y físicas para desarrollarlo en todo su potencial productivo. El enorme despliegue creativo e innovador que este proceso generó, terminaría por sentar las bases de la economía de mercado medieval y, más tarde, del capitalismo renacentista del cual derivaría luego el capitalismo moderno (De Munck y Davids, 2014).Frente a esta nueva realidad, la cuestión económica se convertiría así en objeto de minuciosos análisis y de intenso debate intelectual. Del mismo modo que muchos humanistas intentaban armonizar la dimensión ético-espiritual del hombre con la nueva ciencia natural, los humanistas económicos medievales como Pedro de Olivi, San Bernardino de Siena o San Antonino de Florencia desarrollaron un pensamiento que buscaba el modo de hacerlo con la economía, superando los extremos tanto de un rígido rechazo moralista o espiritualista, como de una adaptación puramente naturalista y pragmática (De Roover, 1967; Perpere Viñuales, 2016). Sin embargo, el despliegue de ideas y argumentos sobre la economía que estos humanistas medievales y tardo-medievales, desarrollaron en torno a la economía, no se compara con el que tendría lugar poco tiempo después en el humanismo económico ibérico, surgido a raíz de una serie de acontecimientos que cambiarían la faz del mundo. Surgimiento del humanismo económico español En el principio fue Grecia. Y Roma. Y también el Cristianismo. Estas son las tres grandes referencias culturales sobre las que, como hemos visto, se desarrolló el humanismo de los siglos XIV y XV. Desde 1492 se agregará una nueva referencia clave que se incorporará en la historia universal del humanismo: España. Seguramente el solo nombre de España despierte en muchos lectores las consabidas señales de alarma. Ya las habrán activado probablemente quienes ven también en Roma –e incluso en el Cristianismo y sobre todo en la Iglesia– únicamente la encarnación del nudo poder que nada puede tener que ver con lo humano. No obstante, lo cierto es que tanto Roma como España forman parte, al mismo tiempo, de la historia de la brutalidad del poder llevada al extremo de la inhumanidad, pero también de la
mandato evangélico de “bautizar a todas las gentes” era el motivo discursivo central de la conquista española en América, la realidad fue también que ésta abrió un inmenso campo de explotación económica de los pueblos originalmente americanos. Todos estos recursos materiales y humanos se movilizaban ahora generando una enorme expansión del comercio, de la minería, de la agricultura, de las finanzas y de la industria (Miskimin, 1977). Consideremos asimismo la enorme cantidad de nuevos productos y de dinero –en forma monetaria y también en forma de títulos bancarios y financieros– que por primera vez en la historia comenzaron a circular no sólo entre las ciudades europeas, sino también por todos los mares y desde todos los continentes. Imaginemos por un momento los puertos, las ferias y los mercados comerciales y financieros de Cádiz, Sevilla, Medina del Campo, Lisboa, Oporto, Amberes, Londres. ¡La ebullición, la euforia y la ambición que debe haber provocado entre los miles y miles de cambistas, despachantes, banqueros, artesanos y comerciantes y también en funcionarios estatales, cortesanos, nobles privilegiados y aspirantes a nuevos ricos, la entrada masiva del oro y la plata americanas, la proliferación de títulos, activos e instrumentos financieros de todo tipo y la aparición de una inmensa demanda de productos que exigía una satisfacción urgente! ¡Qué desconcierto también, a raíz de esta revolución comercial desatada principalmente en las ciudades, para la vida tranquila y pacífica de tantas pequeñas comunidades, de tantos modestos propietarios españoles que seguían hasta entonces el ritmo medieval, artesanal y tradicional en sus gremios, talleres y campos! ¡En qué locura se habrán visto envueltos de pronto con la necesidad de tomar decisiones precipitadas y veloces que dejaban de lado tradiciones centenarias sobre el valor, la calidad y el modo de fabricar o vender sus productos y que los dejaba en muchos casos, de un día para el otro, endeudados o desposeídos en un mundo en el que nadie sabía ya más a qué reglas atenerse! (del Vigo Gutiérrez, 1997). Y no olvidemos tampoco el papel decisivo, en medio de este nuevo escenario, de la intervención política, militar y económica de las Coronas, no sólo española y portuguesa, sino también de tantas otras Coronas europeas –como la francesa, la británica, la holandesa, etc.– que destruyeron muchos de los límites moderadores y también muchas de las libertades que durante siglos se habían desarrollado lentamente en las comunas burguesas medievales. Dicha intervención modificó completamente el mapa medieval de Europa –formado hasta entonces por cientos de ciudades y feudos relativamente independientes– ahora unificado por las Coronas en vastos territorios dentro de los cuales surgirían inmensas burocracias, sistemas tributarios y ejércitos que constituirían las futuras naciones modernas. Pero en tanto en Francia e Inglaterra la fuerte intervención de las Coronas tendría un resultado beneficioso, en España tuvo consecuencias nefastas. En lugar de orientar los beneficios rápidos obtenidos con la prosperidad del comercio a mejorar la productividad y la competitividad de la economía, la Corona española los absorbió y dilapidó con impuestos excesivos destinados a financiar las guerras imperiales y religiosas. Asimismo, en tanto crecía día a día la deuda estatal, las medidas proteccionistas, alternadas con otras excesivamente aperturistas –ambas producto de un desconocimiento de las más elementales leyes económicas– provocaron enormes vaivenes artificiales y, finalmente, un proceso de decadencia irreversible. Como si esto fuera poco, a la par que se destruía de esta forma la base productiva de la economía española, se mantuvo de modo obstinado e incomprensible un sistema de prebendas y privilegios que favorecía a una minoría estamental de nobles y nuevos ricos a costa de la burguesía y el pueblo verdaderamente productivos (Tracy, 1997). En medio de esta nueva y desconcertante situación, surgieron los humanistas económicos españoles. Oponiéndose tanto a un mero rechazo moralista o utópico de la nueva realidad, como a una actitud pragmática o cínica de adaptación a esta, intentaron interpretar lo que estaba sucediendo en la sociedad y la economía desde una mirada ética, jurídica y religiosa pero también realista, científica y técnica, continuando la tradición del humanismo económico medieval y renacentista, aunque adecuándose a los tiempos modernos. Frente a la modalidad de una conquista y una explotación económica muchas veces predatoria y obtenida sobre la base de injusticias y privilegios –típicas no sólo de España, sino de todas las otras naciones
europeas– la acción reflexiva y crítica del humanismo ibérico tuvo sin duda, no sólo en el campo del debate intelectual sino también en el ámbito práctico de muchas decisiones e intentos reformistas, un rol histórico que no es posible obviar. Triple pregunta y triple dimensión del análisis humanista de la economía Las características y actividades de los humanistas económicos españoles –habitualmente llamados “escolásticos españoles”– han sido muy estudiadas y son bien conocidas (Chacón, 1999; Chafuén, 2003; D'Emic, 2014; Grice-Hutchinson, 1952; Gómez Camacho y Robledo, 1998; Grabill, 2007; Langholm, 2006; Poncela González, 2015; Popescu, 1995; Schumpeter, 1971). Todos ellos –entre quienes podemos nombrar a Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Martín de Azpilcueta, Diego de Covarrubias, Pedro de Aragón, Luis de Alcalá, Juan de Lugo, Luis de Molina, entre sus figuras más relevantes– fueron hombres dedicados no sólo a la vida académica, sino también y, sobre todo, a la vida religiosa. Dentro de esta vocación, desarrollada especialmente en las órdenes de los dominicos y los jesuitas, su misión principal era la de cuidar las almas de los cientos de funcionarios, comerciantes y financistas que se acercaban hasta ellos, ya sea a través del sacramento de la penitencia o del consejo personal. Pero no era sólo cuestión de moralizar: había que encontrar respuestas prácticas que permitieran a estas personas seguir viviendo y actuando en el contexto real en que se encontraban. Apremiados por esta tarea a la vez académica y espiritual, estos sacerdotes y frailes tuvieron que adentrarse en la realidad, estudiando atenta y pormenorizadamente las actividades comerciales y financieras de sus estudiantes, confesados y aconsejados. Si bien los principios sobre los que razonaban y enseñaban eran substancialmente los mismos de la tradición humanista cristiana elaborada durante cientos de años, sus modos de aplicación concretos no eran fáciles de establecer: se trataba de situaciones en gran medida inéditas. Se encontraron, de hecho, con un nuevo modo de vida económico en que la producción, el consumo y los intercambios habían adquirido un ritmo acelerado, amplio e incierto, afectando profundamente, con beneficios y perjuicios, las vidas de millones de personas. Ya no había que considerar sólo el ámbito relativamente acotado de los gremios y hansas en pequeñas ciudades amuralladas, sino comprender el funcionamiento del comercio mundial, el papel de los mercados financieros de toda Europa, las complejas consecuencias de la intervención política de las Coronas y el conjunto de reglas explícitas e implícitas, especialmente de derechos y privilegios que regían –casi siempre de modo injusto– las relaciones entre los distintos estamentos sociales. Así, para no errar por exceso en los dos extremos del escrúpulo exagerado o de la inmoralidad, era necesario conocer a fondo y del modo más objetivo posible el nuevo contexto en que se desarrollaban las acciones económicas. Por lo demás, el análisis de la realidad que realizaron los humanistas económicos españoles fue siempre a la vez moral, jurídico y económico. Las tres preguntas principales que se hacían –y que los diferenciaba claramente de los cultores del punto de vista puramente pragmático, moralista o legalista– eran siempre: ¿qué es a la vez lo más ético, justo y útil que puede hacerse? Nunca adoptaron en este sentido una mirada puramente unilateral que desarrollara alguna de las tres dimensiones sin las demás. De acuerdo a este triple punto de vista buscaron los criterios más éticos, justos y útiles para analizar los más variados temas: para establecer el valor y precio de los productos y servicios, el modo en que debería funcionar el mercado, el modo de establecer el cobro de los préstamos a interés, los impuestos o el lucro empresarial y financiero, la manera de armar los contratos, el modo de determinar los derechos y los límites de la propiedad, las posibilidades y límites a la libertad de comerciar, entre muchos otros. Pero esta triple pregunta incluía también tres niveles de análisis a la vez diferentes y mutuamente complementarios. En primer lugar, una dimensión filosófica por la que los fenómenos y problemas económicos eran abordados tomando en cuenta la estructura esencial de la naturaleza humana. A partir de esta, buscaban comprender los principios permanentes
Bibliografías.