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globalización cultura e identidad., Apuntes de Geografía

globalización y cultura e identidad (samour).

Tipo: Apuntes

2019/2020

Subido el 18/09/2020

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Globalización, cultura e identidad. Por Héctor Samour
El problema que abordaremos en esta ponencia estará centrado en desentrañar
las implicaciones que tiene la globalización en el ámbito de la cultura y en el de la
constitución de identidades. Este problema puede formularse del siguiente modo: ¿qué
implicaciones tiene la globalización en el plano de la cultura y de la construcción de
identidades? ¿Cómo altera la globalización el contexto de producción de significados?;
¿cómo influye en el sentido de identidad de las personas, de los grupos y de las
colectividades? Estas interrogantes nos llevarán a desentrañar otras cuestiones, ya de
sobra conocidas, vinculadas a la multiplicación de los contactos y de las interacciones
culturales a escala mundial: “¿Se está produciendo un proceso de homogeneización
cultural vía la globalización? ¿Conlleva la globalización necesariamente una eliminación
progresiva de diferencias locales y temporales significativas en el ámbito cultural? ¿Se
puede considerar la industria transnacional de la cultura como el vehículo privilegiado de
las multinacionales para la conquista empresarial del mundo, es decir, para imponer
determinados modos de vida que facilitan su expansión? ¿Se está gestando algo así
como una cultura global o se están imponiendo globalmente determinados elementos
locales de la cultura occidental o, más concretamente, de la cultura “popular”
norteamericana? ¿Conlleva la globalización cultural a largo plazo una destrucción sin
paliativo de las tradiciones y su diversidad o más bien permite a los que viven bajo su
dominio un grado de distancia y reflexión?”.
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El problema así planteado exige clarificar previamente los conceptos de
globalización y de cultura. Necesitamos cuestionar cuidadosamente la idea de
globalización, ya que ésta suele presentarse de entrada como una doxa, es decir, como
un discurso que pretende imponerse como naturalmente evidente y no sujeto a discusión.
Es así como la globalización aparece en el discurso triunfalista de los tecnócratas
neoliberales como un nuevo orden mundial de naturaleza preponderantemente económica
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J.A. Zamora, “Globalización y cooperación al desarrollo: desafíos éticos”, en Foro Ignacio
Ellacuría. Solidaridad y Cristianismo, La globalización y sus excluidos, Editorial Verbo Divino,
Navarra, 2002, p. 166.
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Globalización, cultura e identidad. Por Héctor Samour

El problema que abordaremos en esta ponencia estará centrado en desentrañar las implicaciones que tiene la globalización en el ámbito de la cultura y en el de la constitución de identidades. Este problema puede formularse del siguiente modo: ¿qué implicaciones tiene la globalización en el plano de la cultura y de la construcción de identidades? ¿Cómo altera la globalización el contexto de producción de significados?; ¿cómo influye en el sentido de identidad de las personas, de los grupos y de las colectividades? Estas interrogantes nos llevarán a desentrañar otras cuestiones, ya de sobra conocidas, vinculadas a la multiplicación de los contactos y de las interacciones culturales a escala mundial: “¿Se está produciendo un proceso de homogeneización cultural vía la globalización? ¿Conlleva la globalización necesariamente una eliminación progresiva de diferencias locales y temporales significativas en el ámbito cultural? ¿Se puede considerar la industria transnacional de la cultura como el vehículo privilegiado de las multinacionales para la conquista empresarial del mundo, es decir, para imponer determinados modos de vida que facilitan su expansión? ¿Se está gestando algo así como una cultura global o se están imponiendo globalmente determinados elementos locales de la cultura occidental o, más concretamente, de la cultura “popular” norteamericana? ¿Conlleva la globalización cultural a largo plazo una destrucción sin paliativo de las tradiciones y su diversidad o más bien permite a los que viven bajo su dominio un grado de distancia y reflexión?”.^1

El problema así planteado exige clarificar previamente los conceptos de globalización y de cultura. Necesitamos cuestionar cuidadosamente la idea de globalización, ya que ésta suele presentarse de entrada como una doxa , es decir, como un discurso que pretende imponerse como naturalmente evidente y no sujeto a discusión. Es así como la globalización aparece en el discurso triunfalista de los tecnócratas neoliberales como un nuevo orden mundial de naturaleza preponderantemente económica

(^1) J.A. Zamora, “Globalización y cooperación al desarrollo: desafíos éticos”, en Foro Ignacio Ellacuría. Solidaridad y Cristianismo, La globalización y sus excluidos , Editorial Verbo Divino, Navarra, 2002, p. 166.

y tecnológica, que se va imponiendo en el mundo entero con la lógica de un sistema autorregulado frente al cual simplemente no existen alternativas.^2

En los últimos años se ha producido una multiplicación exponencial en el campo académico de innumerables estudios críticos que han contribuido a disipar la doxa evidenciando el alcance real y las verdaderas proporciones del fenómeno en cuestión.

1. El concepto de globalización La mayor parte de los estudios acerca de la globalización se inician reconociendo el carácter impreciso e indefinido del término. Una especie de comodín que se emplea sin demasiado rigor científico. En palabras de Beck es "la palabra (...) peor empleada, menos definida, probablemente la menos comprendida, la más nebulosa y políticamente la más eficaz de los últimos –y sin duda también de los próximos– años".^3

Una buena aproximación al universo conceptual que el término designa puede ser distinguir entre globalismo , por una parte, y globalización y globalidad , por la otra.

Beck define globalismo como "(...) la concepción según la cual el mercado mundial desaloja o sustituye al quehacer político; es decir, la ideología del dominio del mercado mundial o la ideología del liberalismo"^4. El globalismo es unidimensional (no considera otras dimensiones de la globalización) y niega la distinción entre economía y política al afirmar el imperio de lo económico.

Por su parte, el término globalización alude a "los procesos en virtud de los cuales los Estados nacionales soberanos se entremezclan e imbrican mediante actores transnacionales y sus respectivas probabilidades de poder, orientaciones, identidades y entramados varios".^5

(^2) Gilberto Giménez, “Cultura, identidad y metropolitanismo global”, en M. E. Sánchez Díaz de Rivera (coordinadora), Las universidades de América Latina en la construcción de una globalización alternativa , Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, México, 2004, pp. 123-124.

(^3) Ulrich, Beck, ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Paidós, Barcelona, 1998, p. 40.

(^4) Ibídem, p. 27.

(^5) Ibídem, p. 29.

ecológicamente afectadas. Y esta afectación del otro, es un hecho independientemente de la conciencia o del universo simbólico del afectado, o de los individuos y grupos humanos involucrados en dicha afectación.

En la década de los setenta, Ignacio Ellacuría destacaba el hecho de que en el momento presente se ha llegado a la constitución de una historia mundial única en la que no sólo hay simultaneidad de distintas historias parciales, sino una sola historia mundial que dinamiza unitariamente cualquier proceso realmente histórico. 8 En la visión ellacuriana, el proceso histórico ha ido unificando fácticamente a la humanidad hasta desembocar en la universalidad histórica del presente, en la que ya no hay prácticamente ámbitos completamente estancos y en la que se da realmente una presencialidad física de los otros en las acciones de los diversos individuos y grupos humanos, por más segregados o aislados que éstos se consideren.^9

Hay que recalcar que la globalización como globalismo es una construcción ideológica (en el sentido marxista de falsa conciencia) del neoliberalismo.^10 Implica una visión unidimensional y lineal de la globalización, pues la considera sólo desde el punto de vista económico y, además, basa su desarrollo en la continua expansión del mercado mundial libre. Considera que el mercado es el mejor instrumento para aumentar la riqueza mundial y disminuir las desigualdades, al extender la competencia y, por tanto, reducir costes, con lo que todos pueden beneficiarse. Consecuentemente, esta ideología “enaltece el fundamentalismo del mercado, exalta la libertad de comercio, impulsa el flujo libre de los factores de la producción (excepción hecha de la mano de obra, que continua sometida a numerosas restricciones de diverso tipo), propugna el desmantelamiento del Estado, asume la monarquía del capital, promueve el uso de las nuevas tecnologías,

(^8) Cfr. I. Ellacuría, “Socialismo latinoamericano”, lección XII del curso “Filosofía política” (1973). Archivo Ignacio Ellacuría, UCA, San Salvador.

(^9) Cfr. I. Ellacuría, Filosofía de la realidad histórica , UCA Editores, San Salvador, 1990, p. 448.

(^10) Cfr. José María Tortosa, “Viejas y nuevas fronteras: Los mecanismos de la exclusión”, en Foro Ignacio Ellacuría. Solidaridad y Cristianismo, La globalización y sus excluidos , Editorial Verbo Divino, Navarra, 2002, pp. 61 ss.

favorece la homologación de las costumbres y la imitación de las pautas de consumo y fortalece la sociedad consumista”.^11

Hay que diferenciar, por tanto, la globalización como un fenómeno que afecta todas las dimensiones de la vida social, y el globalismo como una ideología que busca legitimar el proyecto de dominación hegemónica a escala planetaria de determinados países y grupos particulares. O como dice Alain Touraine, “constatar el aumento de los intercambios mundiales, el papel de las nuevas tecnologías y la multipolarización del sistema de producción es una cosa; (pero) decir que la economía escapa y debe escapar a los controles políticos es otra muy distinta. Se sustituye (en este caso) una descripción exacta por una interpretación errónea"^12 e ideológicamente interesada, cuando se afirma y se propaga normativamente, que nada ni nadie debe controlar el proceso global del capital y que se deben despolitizar las redes económicas y financieras.

Hechas estas distinciones conceptuales, se puede definir más rigurosamente la globalización como “el proceso de desterritorialización de sectores muy importantes de las relaciones sociales a escala mundial o, lo que es lo mismo, la multiplicación e intensificación de relaciones supraterritoriales, es decir, de flujos, redes y transacciones disociados de toda lógica territorial y de la localización en espacios delimitados por fronteras. Así entendida, la globalización implica la reorganización (al menos parcial) de la geografía macro-social, en el sentido de que el espacio de las relaciones sociales en esta escala ya no puede ser cartografiado solamente en términos de lugares, distancias y fronteras territoriales”.^13

Aquí es conveniente resaltar tres dimensiones del fenómeno de la globalización.^14 Primero está la dimensión de ampliación de los efectos de las actividades económicas,

(^11) SELA, “Globalización, inserción e integración: tres grandes desafíos para la región “ (SP / Di Nº 8-2000). Secretaría Permanente. Junio. http:// lanic.utexas.edu/~sela/ docs/spdi8-2000.htm

(^12) Citado por María José Fariñas Dulce, “Las asimetrías de la globalización y los movimientos de resistencia global”, en www.convocados.net

(^13) Gilberto Giménez, “Cultura, identidad y metropolitanismo global”, op.cit., p, 124.

(^14) Cf. J. Larraín, “Identidad latinoamericana y globalización”, www.franciscanos.net/teologos/sut/larrain.htm

comprimiendo el tiempo y el espacio como resultado de la supresión de las distancias; b) la alteración que todo esto ha provocado en nuestra percepción del tiempo y del espacio.

“El resultado de este fenómeno ha sido la polarización entre un mundo acelerado, el mundo de los sistemas flexibles de producción y de sofisticadas pautas de consumo, y el mundo lento de las comarcas rurales aisladas, de las regiones manufactureras en declinación y de los barrios suburbanos social y económicamente desfavorecidos, todos ellos muy alejados de la cultura y de los estilos de vida de las ciudades mundiales”.^16

Así comprendida, la globalización tiene múltiples dimensiones, aunque la mayoría de los autores admite que la dimensión económico-financiera es el motor real del proceso en su conjunto.^17 Se pueden así distinguir, por lo menos, tres dimensiones básicas:

  • La globalización económica, que se asocia con la expansión de los mercados financieros mundiales y de las zonas de libre comercio, con el intercambio global de bienes y servicios y con el rápido crecimiento y predominio de las corporaciones transnacionales. En este contexto, el capital transnacional productivo y, en concreto, el financiero especulativo son los nuevos señores que operan, íntimamente relacionados y casi sin restricciones, en todo el planeta.
  • La globalización política, que se relaciona con la cesión de soberanía de los estados nacionales a organizaciones supraestatales, regionales o globales, que son las que toman en la actualidad muchas de las grandes decisiones antes reservadas a dichos estados. Dentro de la dinámica de la globalización, el papel del Estado se reestructura y se supedita a las nuevas lógicas del capital, perdiendo soberanía para definir autónomamente su actividad. Esto es especialmente cierto en los países de la Periferia, y lo es cada vez más en los países del Centro, aunque algunos poderes estatales (EE.UU., y en mucha menor medida Japón) o supranacionales (como la Unión Europea) conserven todavía un considerable margen de maniobra, que no obstante se ponen cada vez

(^16) Ibídem.

(^17) Cf. I. Wallerstein, “A cultura como campo ideológico do sistema mundial moderno”, en M. Featherstone, Cultura global , Petrópolis, 1994, pp. 59-67.

más al servicio del capital transnacional, pues es en estos espacios donde se concentra el poder económico y financiero y desde donde se proyecta su capacidad de dominio sobre el mundo entero.

  • La globalización cultural, que se relaciona, por una parte, con la interconexión creciente entre todas las culturas (particulares o mediáticas) y, por otra, con el flujo de informaciones, de signos y símbolos a escala global. La televisión por cable y por satélite son la avanzada de esta dimensión de la globalización. Su idioma universal es el inglés, que sin desplazar a las otras lenguas las hegemoniza y las usa. Las formas de entretención y ocio en todo el mundo están crecientemente dominadas por imágenes electrónicas que son capaces de cruzar con facilidad fronteras lingüísticas y culturales y que son absorbidas en forma más rápida que otras formas culturales escritas. Las artes gráficas y visuales, especialmente a través de los computadores, televisores y juegos electrónicos, reconstituyen la vida cotidiana y sus entretenimientos en todas partes.

Finalmente, una característica central de la globalización, como proceso vinculado al desarrollo de una nueva fase del capitalismo mundial, es su carácter polarizado y desigual^18 ; y la consideración de esta característica es fundamental para cualquier acercamiento crítico a este fenómeno. Una de las asimetrías más denunciada en los últimos años, por su aplastante evidencia y dramatismo, es la asimetría de la "desigualdad". La globalización genera cada vez mas, y cada vez más intensamente, desigualdad económica, empobrecimiento e injusticia social entre los seres humanos y entres los diferentes países. Las "desigualdades globales" o los déficit igualitarios son cada vez más evidentes y alarmantes, tanto en los ámbitos domésticos de cada país como en las escalas internacionales.

Según el PNUD, una quinta parte de la población del mundo, viviendo en los países ricos, dispone del 86 por ciento del Producto Nacional Bruto, del 82 por ciento de los mercados de exportación, del 68 por ciento de la inversión extranjera directa, y del 74 por ciento de las líneas telefónicas. Otra quinta parte sólo dispone de alrededor de un 1 por ciento en cada sector. En 1999, las 200 personas más ricas del mundo acumulaban

(^18) Cf. Gilberto Giménez, “Cultura, identidad y metropolitanismo global”, op.cit., p.126.

sólo el 3% están abonados a los servicios online. Antes que una super- autopista, el Internet parece más bien una calle privada y de uso restringido [...] “Aproximadamente el 80% de la población mundial carece todavía de acceso a la telecomunicación básica […]. Hay más líneas telefónicas en Manhattan que en todo el África sub-sahariana. […] Pero hay más: sólo alrededor del 40% de la población mundial tiene acceso diario a la electricidad.^23 Según estudios más recientes^24 , sólo el 10 por ciento de la población mundial tiene acceso a Internet. En 2002, Europa tenía por primera vez el mayor número de usuarios de Internet en el mundo. Hay 185.83 millones de europeos online , comparados con 182.83 en Estados Unidos y Canadá y 167.86 millones en la región Asia / Pacífico. El estudio también indica que la brecha digital entre países desarrollados y en desarrollo es mayor que nunca. Mientras los europeos cuentan con el 32 por ciento del total de usuarios en el mundo, América Latina sólo cuenta con el 6 por ciento, y el Medio Oriente juntamente con África sólo con el 2 por ciento. Según el mismo estudio, estas dos últimas regiones son también las que registran el menor incremento de usuarios de Internet, debido fundamentalmente a la carencia de infraestructura adecuada para las telecomunicaciones.

A menudo, cuando se utiliza el término “global” en relación con los medios o la industria de la comunicación, éste se refiere primordialmente a la extensión de la cobertura, y así la popularidad de la televisión por satélite y las redes de computación sirven como evidencia para demostrar la globalización de la comunicación.

Efectivamente, nunca antes en el curso de la historia había sido posible sintonizar el mismo canal de televisión en más de 150 países, y tampoco había habido un medio de comunicación que lograra atraer a centenas de millones de usuarios. Sin embargo, como señala Ferguson^25 , los vínculos creados por el así llamado proceso de globalización se limitan principalmente a los países de la OCDE y del G7, los cuales constituyen un tercio de la población mundial. Y aún cuando un medio, por ejemplo CNN, puede anotar a más

23 Z. Eisenstein, Z., 2000, “Cyber inequities”. In: John Beynon and David Dunkerley (eds.),

Globalization: the Reader, Athlone Press, London, p. 212. Citado por G. Giménez, “Cultura, identidad y metropolitanismo global”, op.cit., p, 127

(^24) NUA Internet Surveys (septiembre 2002), citado por G. Giménez, “Cultura, identidad y metropolitanismo global”, op.cit., p, 128.

(^25) Cf. Marjorie Ferguson, "The mythology about globalization". European Journal of Communication , 7, 69-93, 1992.

de 150 países en su mapa, el grado de penetración y consumo real presenta un panorama bastante distinto. Como apunta Street^26 , el hecho de que un producto esté presente en todos lados no garantiza que logre el mismo nivel de popularidad, ni tampoco adquiera la misma importancia, significación o respuesta. No es ningún secreto que las audiencias de CNN normalmente sólo incluyen a un fragmento pequeño de la población nacional.

2. Globalización y cultura Para esclarecer el estatuto de la cultura dentro de la globalización es necesario precisar previamente lo que se entiende por cultura.

Según G. Giménez, la cultura es “la organización social de significados interiorizados por los sujetos y los grupos sociales, y encarnados en formas simbólicas, todo ello en contextos históricamente específicos y socialmente estructurados”.^27 Esta definición nos permite distinguir, por una parte, entre formas objetivadas (“bienes culturales”, “artefactos”, “cultura material”) y formas subjetivadas de la cultura (disposiciones, actitudes, estructuras mentales, esquemas cognitivos, etc.); pero por otra parte nos hace entender que las formas objetivadas de cultura no son una mera colección de cosas que tienen sentido en sí mismas y por sí mismas, sino en relación con la experiencia de los sujetos que se las apropian, sea para consumirlas, sea para convertirlas en su entorno simbólico inmediato. “Con otras palabras, no existe cultura sin sujeto ni sujeto sin cultura”.^28

Una de los defectos de muchos estudios dedicados a la globalización de la cultura radica precisamente en la tendencia a privilegiar sus formas objetivadas –productos, imágenes, artefactos, informaciones-, sin hacer la más mínima referencia al significado que les confieren sus productores, usuarios o consumidores en un determinado contexto de recepción. Así, al referirse a las manifestaciones de la cultura globalizada^29 , dichos

(^26) John Street, "Across the universe: The limits of global popular culture", in Alan Scott (ed.), The limits of globalization , Routledge, London, 1997, p. 77.

(^27) Gilberto Giménez, “Globalización y cultura”. Estudios Sociológicos del Colegio de México , vol. XX, No. 58, enero-abril, 2002, pp. 18-19.

(^28) Gilberto Giménez, “Cultura, identidad y metropolitanismo global”, op.cit., p, 130.

(^29) Cf. Renato Ortiz, Mundialización y cultura , Brasiliense, Sao Paulo, 1994.

Como crítica a esta interpretación hay que señalar que la supuesta existencia y hegemonía de una cultura capitalista global no deben extrapolarse a partir de la mera localización urbana o suburbana de bienes de consumo global introducidos mediante el libre comercio, las franquicias, la publicidad y la inmigración internacional. La omnipresencia de la Pizza Hutt o el Burger King en el ámbito urbano no implica por sí misma la norteamericanización o la globalización cultural capitalista, y mucho menos cambios en la identidad cultural. Como ya se destacó antes, “los productos culturales no tienen significado en sí mismos y por sí mismos, al margen de su apropiación subjetiva; y nuestra cultura / identidad no se reduce a nuestros consumos circunstanciales”.^34

Sin embargo, el capitalismo transnacional puede inducir, mediante el concurso convergente de los medios de comunicación, de la publicidad y del marketing incesante, una actitud cultural ampliamente difundida y estandarizada que puede llamarse mercantilista o consumista. En este caso ya se puede hablar de un proceso de homogeneización cultural orientado a la conformación de lo que algunos llaman una cultura del mercado, entendida como “un determinado conjunto de modos de pensar, de comportamientos y de estilos de vida, de valores sociales, patrones estéticos y símbolos que contribuyen a reforzar y consolidar en las personas la hegemonía de la economía de mercado”.^35

En efecto, la cultura de mercado atribuye a las mercancías un valor simbólico y no sólo la inmediata finalidad de satisfacer una necesidad humana. Se trata de consumir marcas a las cuales se les atribuye un predicado simbólico,”una cualidad inmaterial (más elevada), que no está presente en la cosa misma, pero que constituye su imagen, y que la reviste de un valor económico superior a las demás mercancías”.^36 Esto estimula a las personas a desear más de lo que necesitan para su vida, pues se crea una confusión entre deseo (siempre abierto e insaciable) y necesidades (necesidades humanas básicas, impostergables), y les exacerba una especie de impulso mimético que las lleva “a buscar

(^34) Gilberto Giménez, “Cultura, identidad y metropolitanismo global”, op.cit., p. 133.

(^35) Alberto da Silva Moreira, “Globalización: retos a la teología de la liberación”, en Foro Ignacio Ellacuría. Solidaridad y Cristianismo, La globalización y sus excluidos , Editorial Verbo Divino, Navarra, 2002, p. 138.

(^36) Ibídem.

sistemáticamente la identificación con los patrones de vida, comportamientos, gustos y valores de las clases más ricas”.^37

Como consecuencia de la extensión e influjo de esta cultura, se puede observar en importantes segmentos de población de las sociedades occidentales el avance de lo que algunos llaman la “corrosión del carácter”^38 , el sálvese quien pueda y el consumismo más alienante, mientras que, paralelamente, proliferan las crisis personales y la infelicidad colectiva. En la “sociedad del espectáculo”^39 , los individuos se relacionan entre sí a través del espectáculo, y en función de éste, configurándose una sociedad de masas, crecientemente atomizada y pasiva. La banalidad y el hedonismo insolidario de la sociedad del “entretenimiento” se consolidan, al mismo tiempo que progresa la decrepitud moral individual y colectiva. Lo cual crea el caldo de cultivo idóneo para la proliferación de toda suerte de comportamientos asociales, individuales y colectivos. 40

Ignacio Ellacuría ya nos había advertido sobre esta "malicia intrínseca" del capitalismo, inserta en los dinamismos reales del sistema capitalista: “modos abusivos y/o superficiales y alienantes de buscar la propia seguridad y felicidad por la vía de la acumulación privada, del consumismo y del entretenimiento; sometimiento a las leyes del mercado consumista, promovido propagandísticamente en todo tipo de actividades, incluso en el terreno cultural; insolidaridad manifiesta del individuo, de la familia, del Estado en contra de otros individuos, familias o Estados... La dinámica fundamental de venderle al otro lo propio al precio más alto posible y de comprarle lo suyo al precio más bajo posible, junto con la dinámica de imponer las pautas culturales propias para tener dependientes a los demás, muestra a las claras lo inhumano del sistema, construido más sobre el principio del hombre lobo para el hombre que sobre el principio de una posible y deseable solidaridad universal”. 41

(^37) Ibídem, 139.

(^38) Cf. Richard Sennet; La corrosión del carácter , Anagrama, Barcelona, 1999.

(^39) Cf. Guy Debord, Comentarios sobre la Sociedad del Espectáculo , Anagrama, Barcelona, 1990.

(^40) Cf. Ramón Fernández Durán, “Capitalismo global, resistencias sociales y estrategias de poder”, en J. A. Zamora (coordinador), Radicalizar la democracia , Foro Ignacio Ellacuría, Editorial Verbo Divino, Navarra, España, 2001, p.180. (^41) I. Ellacuría, “Utopía y profetismo”, Revista Latinoamericana de Teología , No. 17, 1989. pp. 151-

mundo, ellas nunca reducen las culturas locales a lo “norteamericano” o a lo “internacional”. Robertson critica así las nociones comunes del imperialismo cultural. Estas asocian, en síntesis, globalización con homogeneización en cuanto occidentalización o americanización del planeta. Sin negar las relaciones asimétricas de poder entre culturas, Robertson enfatiza cuatro aspectos: 1) la capacidad de los individuos y grupos locales de procesar de muy distintas formas la comunicación que reciben desde el Centro; 2) la forma en que los mayores productores de cultura global adaptan sus productos a los mercados locales; 3) la conversión de símbolos nacionales en objeto de interpretación y consumo globales, perdiendo así su "esencia nacional"; 4) la importancia de los flujos de ideas y prácticas provenientes de la Periferia.^45

Beck comparte en líneas generales la postura desarrollada por Robertson. La siguiente cita podría ser una buena síntesis de la postura de ambos autores: "(..) Las generalizaciones a nivel mundial, así como la unificación de instituciones, símbolos y modos de conducta (por ejemplo, McDonald, los vaqueros, la democracia, la tecnología de la información, la banca, los derechos humanos, etc.) y el nuevo énfasis, descubrimiento e incluso defensa de las culturas e identidades culturales (islamización, renacionalización, pop alemán y rai norteafricano, carnaval africano en Londres o la salchicha blanca de Hawai), no constituyen ninguna contradicción".^46

Además, como señala G. Giménez, no es cierto que en nuestras ciudades “no se puede ir a otro sitio que no sea a las tiendas”^47. La cultura consumista sólo afecta a una franja reducida de la población urbana, y ni siquiera agota la totalidad de sus manifestaciones culturales. La ciudad latinoamericana es también el lugar de la diferenciación, de la balcanización y de la heterogeneidad cultural. En ella encontramos una compleja yuxtaposición de las culturas más diversas: la cultura cosmopolita de la elite transnacional, la cultura consumista de la clase media adinerada y de los receptores de remesas, la cultura-pop de amplios sectores juveniles, las culturas religiosas mayoritarias o minoritarias, la cultura de masas inducida por complejos sistemas mediáticos nacionales

(^45) Cf. Roland Robertson, “Glocalization: Time-Space and Homogeneity-Heterogeneity”. In Mike Featherstone, Scott Lash y Roland Robertson (eds.). Global Modernities , Sage, London: 1997, p. 25-44.

(^46) U. Beck, ¿Qué es la globalización ?, op.cit., p. 80.

(^47) Gilberto Giménez, “Cultura, identidad y metropolitanismo global”, op.cit., p. 134.

y transnacionales, la cultura artística de las clases cultivadas, las culturas étnicas de los enclaves indígenas, la cultura obrera de las zonas industriales, las culturas populares de las comunidades de origen campesino, las culturas barriales y municipales de antigua sedimentación, etc.

Aunque esta proliferación de culturas urbanas aparentemente dispersas, segmentadas y descentradas se encuentra implícita o explícitamente jerarquizada por poderosos actores culturales (el Estado, las Iglesias, los medios de comunicación, las industrias culturales, etc.), se hace muy difícil postular la existencia en nuestras ciudades de una masa culturalmente homogénea y con una sola identidad colectiva.^48

Hay que entender que la globalización cultural no es un fenómeno teleológico, es decir, no se trata de un proceso que conduce inexorablemente a un fin que sería la comunidad humana universal culturalmente integrada, sino que es un proceso contingente y dialéctico que avanza engendrando dinámicas contradictorias. Al mismo tiempo que universaliza algunos aspectos de las sociedades occidentales, fomenta la intensificación de diferencias. “Por una parte introduce instituciones y prácticas parecidas pero por otra las reinterpreta y articula en relación con prácticas locales. Crea comunidades y asociaciones transnacionales pero también fragmenta comunidades existentes; mientras por una parte facilita la concentración del poder y la centralización, por otra genera dinámicas descentralizadoras; produce hibridación de ideas, valores y conocimientos pero también prejuicios y estereotipos que dividen”.^49

(^48) En este sentido, G. Giménez señala “que nuestras ciudades modernas se parecen un poco a la ciudad antigua oriental descrita por Max Weber como un agregado de pobladores de origen externo, procedentes de las periferias rurales, cargando cada cual con sus respectivos dioses y cultos familiares. Estos pobladores podían habitar el uno junto al otro y mantener entre sí relaciones funcionales y utilitarias relacionadas con el mercado y la administración citadina, pero desde el punto de vista cultural constituían una masa heterogénea, carente de identidad colectiva. Según Max Weber, sólo en la ciudad medieval se produce una fusión cultural significativa, conducente a un profundo sentido de identidad colectiva, gracias a la acción del cristianismo que le aporta sus catedrales, sus obispos, sus ritos festivos y sus santos patronos... En resumen: la ciudad moderna, como la ciudad antigua oriental, es el lugar de las memorias débiles y fragmentadas y, por eso mismo, de la evaporación lenta de las identidades colectivas. Por eso la sentimos cada vez menos como “place”, es decir, como lugar existencialmente apropiado, y cada vez más como espacio abstracto, como jungla, como “no lugar”. G. Giménez, op.cit., p. 136.

(^49) J. Larraín, “Identidad latinoamericana y globalización”, www.franciscanos.net/teologos/sut/larrain.htm

pero son modificadas con arreglo a la racionalidad propia de la actividad globalizada correspondiente”. 51

3. Globalización e identidad En este apartado abordaremos brevemente el problema del impacto de la globalización sobre las identidades individuales y colectivas. Este problema se relaciona estrechamente con lo dicho sobre el estatuto de la cultura dentro de la globalización, “porque la identidad, que se predica siempre de sujetos o de actores sociales, resulta en última instancia de la interiorización distintiva y contrastiva de una determinada matriz cultural”.^52

Cuando hablamos de identidad nos referimos, no a una especie de alma o esencia con la que nacemos, sino que a un proceso de construcción en la que los individuos y grupos se van definiendo a sí mismos en estrecha relación con otras personas y grupos.^53 La construcción de identidad es así un proceso social en un doble sentido: primero, los individuos se definen a sí mismos en términos de ciertas categorías sociales compartidas, culturalmente definidas, tales como familia, religión, género, clase, etnia, sexualidad, nacionalidad que contribuyen a especificar al sujeto y a su sentido de identidad. Estas categorías podríamos llamarlas identidades culturales o colectivas, y constituyen verdaderas “comunidades imaginadas”.^54 Segundo, la identidad implica una referencia a los “otros” en dos sentidos. Primero, los otros son aquellos cuyas opiniones acerca de nosotros internalizamos, cuyas expectativas se transforman en nuestras propias auto- expectativas. Pero también son aquellos con respecto a los cuales queremos diferenciarnos.

(^51) Ibídem, p. 171.

(^52) Gilberto Giménez, “Cultura, identidad y metropolitanismo global”, op.cit., p. 143.

(^53) Cf. Jorge Larraín, Identity and Modernity in Latin America , Polity Press, Cambridge, 2000.

(^54) Así define a la nación Benedict Anderson, pero esta definición puede extenderse a otras identidades culturales. Estas comunidades son imaginadas en el sentido de que los sentimientos de lealtad y compromiso nunca implican un conocimiento real de todos sus miembros. Véase Imagined Communities, Verso , London, 1983, p. 15.

La identidad de los individuos es así multidimensional, y no “fragmentada” en múltiples identidades, como afirman los teóricos postmodernos.^55 De aquí la necesidad de precisar, cuando se habla del impacto de la globalización sobre las identidades, si se está hablando desde la perspectiva de los sujetos individuales, o se está enfocando directamente a sujetos colectivos tales como grupos étnicos, movimientos sociales, comunidades religiosas, organizaciones políticas o colectivos nacionales.^56

Si se asume el punto de vista de los individuos, se pueden reconocer, por ejemplo, la presencia de identidades cosmopolitas, que correspondería a aquellos individuos pertenecientes a una elite urbana sumamente abierta a los cambios de escala global, que habla inglés y comparte modos de consumo, estilos de vida, empleos del tiempo y hasta expectativas biográficas similares. Aquí se ubicarían las identidades de los individuos pertenecientes a la “nueva clase transnacional productora de servicios”^57 y las identidades de los integrantes de la elite internacional integrada por altos diplomáticos, jefes de Estado, funcionarios de organismos humanitarios mundiales y representantes de organizaciones internacionales.^58

(^55) Para algunos postmodernistas como Kellner la redefinición de la identidad en la postmodernidad tiene carácter radical. Si la identidad moderna era un “asunto serio”, que definía a la persona en aspectos fundamentales y no se cambiaba fácilmente, la identidad postmoderna parece un juego de imágenes y de entretención basado en las apariencias y el consumo, que se puede cambiar a voluntad según los saltos de la moda. Así, la identidad hoy día, según Kellner, ha llegado a ser un juego libremente elegido, una presentación teatral del sí mismo, en la cual uno puede presentarse en una variedad de roles, imágenes y actividades, relativamente despreocupado de las alteraciones, transformaciones y cambios dramáticos. Piensa que en la época actual la gente ha aumentado su libertad para jugar con su propia identidad y para cambiar su vida en forma dramática, pero también entiende que esto puede llevar a una vida desarticulada y fragmentada, sujeta a modas y campañas publicitarias. El problema está en que Kellner parece entender por identidad la mera apariencia externa. Es cierto que uno puede jugar con su apariencia externa tratando de imitar modelos culturales -uno puede cultivar una imagen-, pero esto no siempre toca los aspectos más básicos de la identidad. Cf. D. Kellner, “Popular Culture and the Construction of Postmodern Identities” en S. Lash y J. Friedman (eds), Modernity and Identity, Blackwell, Oxford, 1992, p. 148 ss.

(^56) Cf. Gilberto Giménez, “Cultura, identidad y metropolitanismo global”, op.cit., p. 145 ss.

(^57) Ibídem, p. 145. Según Giménez, los individuos de esta clase son los que participan frecuentemente de reuniones internacionales, reciben y envían una gran cantidad de faxes y correos electrónicos, toman decisiones en materia de inversiones y transacciones de alcance transnacional, editan noticias, diseñan y lanzan al mercado global nuevos productos, y viajan por el mundo entero por motivos de negocios o de placer. Poseen así una identidad totalmente funcional a la dinámica de la globalización capitalista.

(^58) Gilberto Giménez, “Identidades en globalización”, en www.gimenez.com.mx