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Este documento explora la evolución de la comprensión del conocimiento a lo largo de la historia, desde la figura epistemológica clásica de la relación objeto-sujeto hasta la perspectiva hermenéutico-contextualizante de la complejidad. Se analiza la influencia de la modernidad, la hermenéutica y la complejidad en la construcción del conocimiento, destacando la importancia del contexto y la interrelación entre sujeto y objeto.
Tipo: Esquemas y mapas conceptuales
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No es difícil percatarse, siguiendo los vericuetos de la historia de la búsqueda “de un saber verdadero” por parte de los seres humanos (su historia “epistemológica”), de que la misma, de época en época, ha estado guiada por cierta comprensión –específica para cada una de esas épocas– de que de esa empresa secular suya se hacían los propios seres humanos involucrados en ella. Ni tampoco es difícil constatar, aunque no deja de constituir una curiosa circunstancia, que tal com- prensión epocal que los seres humanos se hacían de su empresa cogni- tiva para con el resto del mundo quedase “compendiada” en una suerte de “formulación sintetizadora” o “figura articuladora” que se erigía –y era aceptada como tal– en “figura epistemológica clásica” para la época en cuestión, como expresión que con máximo laconismo era capaz de caracterizar esa comprensión aceptada entre ellos acerca de la índole esencial de los caminos de búsqueda “del saber verdadero”. La circunstancia de que “la relación objeto-sujeto” –“canoni- zada” como “figura epistemológica clásica” desde hace mucho por “los modernos”– continúe siendo utilizada en la actualidad por muchos para caracterizar nuestras actividades cognitivas, cuando nuestra época pugna ya por distinguirse epocalmente (demarcándo- se) de esa modernidad aunque sea apelando a la insuficiente –por
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correlativa aún– denominación de “posmodernidad”, no debe hacer- nos olvidar que:
Así, lejos de haber existido siempre dicha “figura epistemológica” moderna, todo lo contrario, los seres humanos nos hemos percibido como “sujetos” de saber (más o menos en contraposición a los “obje- tos” a conocer) sólo a partir de los albores de esa modernidad. Con anterioridad a dicha epocalidad, era otra la “figura epistemológica clásica”: la de “la unidad macrocosmos-microcosmos”, que era como los seres humanos se percibían a sí mismos (como microcosmos humanos), no en oposición ni enfrentados al resto del mundo (al macrocosmos), sino en íntima unidad inmanente con el mismo (y por lo mismo, en armonía con el resto del macrocosmos); y, por ello, ese Cosmos podía ser asequible al saber.
SUS TRES TRATAMIENTOS BÁSICOS
A partir del Renacimiento tiene lugar una reivindicación de “lo huma- no” y de “lo terrenal”, plasmados en el humanismo renacentista en el terreno del pensamiento y en la secularización de la vida cotidiana; todo como comprensible reacción a la subordinación de “lo humano” y “lo terrenal” a “lo divino” y “lo celestial” de la época anterior. Pero lo que también ocurrió fue que, a diferencia del Renacimiento –que incluso en más de una ocasión retornó a una comprensión de la inma- nencia de la unidad micro-macrocosmos propia de los antiguos–, a partir de la modernidad se llevaría a cabo la apropiación de la raciona- lidad por el sujeto humano y, entonces, en esta época, la racionalidad dejó de ser comprendida como un orden objetivo del mundo (o bien inmanente a él –como en la Antigüedad occidental– o proporcionada por la obra de un Creador divino –como en la Edad Media cristiana–) y pasó a comprenderse como el ejercicio de una facultad –la Razón– de un hombre o mujer convertidos en sujetos. Sujetos poseedores de Razón que, entonces, estaban siempre en correlación –más o menos opuestos– con objetos susceptibles de ser aprehendidos por esa racionalidad subjetiva. Ya los hombres y muje-
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Equivale a “desconectar” al sujeto de la propia relación objeto- sujeto:
Su papel queda así reducido a la fijación de las condiciones iniciales y “de frontera” del objeto indagado (condiciones que ya no cambiarán en todo el curso de la investigación). Naturalmente se comprende que semejante “desconexión” del sujeto ya equivale a partir de un sujeto convertido en un sujeto “lógico- metodológico” (un sujeto de operaciones lógicas y metodológicas uni- versales) objetivado (sujeto que “no añade nada nuevo” a la realidad que se indaga, pues sus sensaciones y percepciones se limitan a “refle- jar” las propiedades de los objetos indagados). De esta manera, se ter- mina con una relación entre dos objetivaciones (la investigada y un sujeto objetivado), una en cada polo de la relación epistemológica:
De ahí que, epistemológicamente hablando, este tratamiento reciba merecidamente el calificativo de objetivante.
En este tratamiento de la figura epistemológica clásica de la relación objeto-sujeto, se intentan establecer las instancias responsables en la conciencia del sujeto (denominada entonces subjetividad) de los resul- tados de toda acción intencional sin, aparentemente, la incidencia del objeto indagado. Esto es equivalente a la “desconexión” del objeto con relación al otro polo de la relación:
Su papel queda así reducido al de un “fenómeno” susceptible de sufrir un proceso de “constitución” como una unidad de sentido en la conciencia del sujeto. Esto torna comprensible a qué equivale esa “desconexión” del objeto que se realiza necesariamente en el tratamiento fenomenológi- co: equivale a partir del objeto convertido en “fenómeno” (en “objeto” de la experiencia de la conciencia para la subjetividad humana), es decir, subjetivado. De modo que se termina con una relación entre dos
OBJETO SUJETO
OBJETO sujeto OBJETIVADO
OBJETO SUJETO
subjetivaciones (la del que investiga y un objeto subjetivado), una en cada polo de la relación epistemológica:
Por lo que, epistemológicamente hablando, dicho tratamiento recibe el merecido calificativo de subjetivante.
El tercero de los tratamientos epistemológicos al que es susceptible la figura epistemológica clásica “moderna” es aquel que, a diferencia de los tratamientos gnoseológico y fenomenológico ya vistos, no se pro- pone “desconectar” ni al sujeto (como la perspectiva gnoseológica) ni al objeto (como la perspectiva fenomenológica):
Sólo se propone caracterizar adecuadamente y penetrar desde su interior en la sui generis “circularidad hermenéutica” de objetividades-subjetivi- dades (aclarándolas críticamente), penetración que no se abstrae de –sino que, por el contrario, incluye a– las operaciones de constitución a posteriori de esas objetivaciones y subjetivaciones (entre las que se desta- can las vinculadas a toda interpretación ideológica de una u otra realidad social y las vinculadas a toda interpretación consciente por la persona de una u otra realidad de su inconsciente individual-biográfico). El tratamiento o perspectiva hermenéutica^5 equivale, pues, a poder caracterizar la circularidad “opaca” entre una subjetividad reflexi- va inmersa en una totalidad pre-reflexiva y la re-producción o re-presen- tación metódica y/o ideológica por parte de aquella de esa totalidad que la rodea por todos lados. Tales son los tres tratamientos o perspectivas epistemológicas básicas a las que se presta la figura epistemológica “moderna” clásica de la relación objeto-sujeto.
Sotolongo Codina y Delgado Díaz
5 La “hermenéutica” ha sido siempre la empresa de “la interpretación”. Interpretación de textos homéricos en la hermenéutica antigua; interpretación de textos bíblicos en la her- menéutica medieval; interpretación de textos jurídicos y/o literarios en la hermenéutica moderna temprana y tardía, respectivamente; interpretación del con-texto intersubjetivo y cultural (Dilthey), o del contexto existencial (Heidegger), o del con-texto de la praxis social (marxismo), o del con-texto del inconsciente (psicoanálisis), o de otros contextos en el caso de la empresa hermenéutica más contemporánea.
OBJETO SUBJETIVADO SUJETO
OBJETO SUJETO
Sotolongo Codina y Delgado Díaz
sí misma, “transparente” para esos sujetos y ubicua, es decir, idéntica- en-todos-los-sujetos-en-todas-partes-del-mundo. Y que tampoco esos sujetos son algo “ya listo y acabado” de una vez por todas que tiene como misión el aprehender “a posteriori” el mundo. Por el contrario, hemos comprendido cada vez más que tales sujetos son, y sólo pueden ser, el resultado –nunca acabado como tal– de un proceso de constitución de subjetividades; proceso que en cada uno de nosotros comienza con el nacimiento y no termina sino con la muerte. Y que tal subjetividad, lejos de ser “transparente” a su portador, es “opaca” para el mismo, debido, por lo menos, a la indefectible presencia del inconsciente individual como parte suya. Pero también porque, lejos de estar “centrada en sí misma”, cada subjetividad es tramada desde un contexto que la trasciende y la articula a “los otros”, a la praxis intersubjetiva con esos “otros”, al socium al que pertenece, “descentrándola”.
EL REDIMENSIONAMIENTO DEL OBJETO
Es este un redimensionamiento de nuestra comprensión de la índole de los objetos del saber, por la que cada vez más comprendemos que los objetos-del-saber no son, ni pueden ser, idénticos a las cosas mis- mas sabidas; sólo son –y sólo pueden ser– “constructos teóricos del saber” (los concretos-pensados de que hablara Marx); construidos, además, intersubjetivamente desde los mencionados contextos de dicho saber y tramados también intersubjetivamente en el lenguaje y el discurso. Por otra parte, nos damos cuenta cada vez más de que tales objetos del saber no están tampoco “listos y acabados”, y como que “esperando por los sujetos” para ser conocidos. Por el contrario, vamos comprobando que el mundo es ontológicamente creativo y que nuevos órdenes de complejidad (sobre esto tendremos ocasión de detenernos más adelante) emergen; por cierto, órdenes de com- plejidad no siempre predictibles. Los seres humanos no poseemos creatividad por ser seres excepcionales en el mundo, sino porque somos parte-de-ese-mundo que exhibe creatividad “por sus cuatro costados”.
LA MUTUA CONTEXTUALIZACIÓN DE OBJETO Y SUJETO DESDE LA PRAXIS COTIDIANA
Ya hicimos alusión más arriba a aquel tratamiento o perspectiva epis- temológica hermenéutica con la que el investigador pretende abordar la figura epistemológica clásica moderna con la ausencia de “descone- xión” de cualquiera de ambos polos de la relación objeto-sujeto, como
“penetrando desde su interior” en una circularidad de objetivaciones y subjetivaciones que ve plasmada en las “parcelas del mundo” de las cuales forma parte dicho investigador y de las cuales “no puede sus- traerse” ni aun deseándolo o intentándolo. Pero una tal “inserción” epistemológica, como la que esquema- tizáramos más arriba y que reproducimos ahora,
sería en realidad epistemológicamente formal, pues, como no es difícil de constatar, no haría realizable en los hechos la mencionada “penetra- ción desde el interior” en la relación epistemológica objeto-sujeto, que es característica del enfoque hermenéutico, en tanto no deja sino dos polos de inserción en ella: el propio sujeto o el propio objeto, lo que la asemejaría ya bien a la primera (la gnoseológica, objetivante), ya bien a la segunda (la fenomenológica, subjetivante), de las otras dos perspecti- vas o tratamientos epistemológicos caracterizados anteriormente. Para esa “penetración hermenéutica desde el interior” real en la figura epistemológica clásica de la relación objeto-sujeto, se necesita acceder a ella desde una instancia mediadora que, sin “desconectar” –pero sin reducirse a– ninguno de los dos polos de dicha relación –el objeto o el sujeto–, los contenga de modo dialéctico a ambos. Esa ins- tancia mediadora no es otra cosa que la aportada por la praxis cotidia- na humana, conjugadora en sí misma de los aspectos objetivos y sub- jetivos del quehacer cotidiano de los hombres y mujeres sociales. Ello equivale a enriquecer con un tercer miembro –mediador– la relación epistemológica “moderna” clásica:
No obstante, semejante “contexto” es considerado de modo distinto según la índole y prioridades de las diversas corrientes de pensamien- to contemporáneo que hacen suya –más implícita o explícitamente– dicha figura epistemológica en renovación.
La revolución contemporánea del saber y la complejidad social
OBJETO SUJETO
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nos como la clásica “verdad-por-correspondencia”-con-las-cosas, como la comprendía la modernidad. En consonancia con la mutación en el estatuto del sujeto del saber y con el redimensionamiento del objeto del saber, circunstan- cias a las que ya hemos hecho alusión, estamos transitando hacia la comprensión de que, por una parte, todo proceso cognitivo transcu- rre, en realidad, inmerso en una intersubjetividad. No somos nunca “robinsones” cognitivos. Cuando investigamos en un equipo con cole- gas, cuando usufructuamos las ideas de un libro, de un artículo, esta- mos remitiéndonos siempre a –y apoyándonos en– múltiples resulta- dos cognitivos anteriores obtenidos por otros. Por otro lado, cuando investigamos uno u otro objeto, en reali- dad no investigamos ese objeto aislado, por más que en ocasiones así nos pueda parecer. De hecho, investigamos ese objeto en su articula- ción con múltiples otros objetos del mundo. Piénsese, sólo como “botón de muestra”, qué ocurre cuando investigamos cualquier obje- to “pesado”. Por más que nos empeñemos en aislarlo, su peso nos vendría dado siempre a partir de su interacción con la gravitación terrestre (modificada imperceptiblemente por la gravitación lunar). Es decir, investigamos siempre una inter-objetividad. Y esas intersubjetividad e inter-objetividad, además, las compren- demos ya como tramadas y constituidas, ambas, desde uno u otro con- texto de nuestra praxis cotidiana, que es desde donde siempre nos involu- cramos en cualquier proceso cognitivo. De manera que ya no aspiramos a aquella “verdad-por-correspondencia”-con-el-objeto-tal-cual-es, sino a una verdad construida por consenso intersubjetivo acerca de una u otra inter-objetividad investigada, a partir del contexto de praxis cognitiva en que están inmersos los que la construyen. En otras palabras, como una “verdad contextual” dimanante de la “omnijetividad” de nuestros contex- tos de praxis, es decir, de esa índole generadora siempre de intersubjetivi- dad e inter-objetividad que algunos ya caracterizan con ese término. Aquella seguridad “moderna” en una “verdad por corresponden- cia” fue siendo erosionada por múltiples circunstancias que el avance del saber durante el siglo XX fue estableciendo; pero, sobre todo, fueron dos nombres –uno de la primera mitad y otro de la segunda mitad del siglo XX– los que han contribuido más a ello: Kurt Gödel (en la Lógica y los sistemas formales axiomáticos) para el caso de las Ciencias Formales y Thomas Kuhn (en la Filosofía de la Ciencia) para las Ciencias Fácticas.
SEMEJANTE COMPRENSIÓN contemporánea de la verdad, que se abre paso cada vez más, equivale a develar la interpretatividad de toda experiencia de la verdad y, junto a ello, la historicidad de toda ver- dad, dentro del contexto, como instancia indefectible, desde el cual toda verdad puede darse. En resumen, una concepción hermenéuti- ca y contextual de la verdad. Noción interpretativa e histórico-contextual de la verdad que no tiene necesariamente que confundirse (pero que sí ha sido en ocasio- nes confundida) con el “todo vale” equivalente a aquello de que “cual- quier interpretación es válida” o que “todas las interpretaciones pose- en el mismo valor”. Tal relativismo interpretativo –camino seguro al escepticismo– se evita cuando recordamos que, si bien toda verdad –hoy lo sabemos ya– es una interpretación construida intersubjetiva- mente acerca de algo y desde un contexto dado al que pertenecen y del cual no pueden escapar los que la construyen, ello no obvia –sino que por el contrario obliga a– que todas esas interpretaciones sean con- trastadas con la praxis cotidiana de los hombres y mujeres concretos y reales, y que sean los resultados de tal contrastación, en cuanto a su carácter enriquecedor o empobrecedor para con esa praxis humana –y los fundamentos normativos a los que remite–, los que decanten una u otra de esas interpretaciones construidas.
A UNA HERMENÉUTICA DE LOS COMPROMETIMIENTOS DEL SABER
Otro proceso que no debemos ignorar (y que ya hemos mencionado más de una vez, pero sin detenernos aún en el mismo), cuyos orígenes en Occidente fueron durante el siglo XIX paralelos al avance de la civi- lización industrial (con la eclosión de la misma en la segunda mitad de ese siglo y el tránsito hacia el siglo XX), es el de la escisión o ruptura de la racionalidad subjetiva moderna en razón teórica y razón práctica , con el surgimiento de la racionalidad instrumental. Dicha razón instrumental no sólo suponía la condición kantia- na de la separación entre razón teórica y razón práctica, sino que res- tringía el ámbito de la razón teórica al de la razón científica, eliminan- do además la jerarquía –aún conservada en un equilibrio inestable hasta el kantismo– de lo práctico sobre lo teórico al desligar dicha razón del pensamiento de los fines y ligarla exclusivamente al pensa- miento de los medios, afirmando así una “neutralidad” valorativa como condición de toda verdad objetiva. Lo que mueve entonces esa racionalidad instrumental no es otra cosa que el poder abstracto del pensamiento que se conforma a reglas lógicas y metodológicas, independientes de todo contenido. Fue
Sotolongo Codina y Delgado Díaz
Los desarrollos contemporáneos del enfoque o pensamiento ‘de la Complejidad’, acaecidos sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, primeramente desde las Ciencias Naturales (en la Termodinámica de los procesos irreversibles; en la Biología evolutiva de poblaciones; en la Embriogénesis y en la Neurociencia, entre otras), así como también en las Ciencias Técnicas (en la Cibernética; en la Teoría de la Información, por ejemplo); en la Modelación Matemática y más recientemente desde las propias Ciencias Sociales (por ejemplo en la Teoría de las Organizaciones) y en las Ciencias Humanas (por ejem- plo, en la Psicología de la Intencionalidad y/o del Aprendizaje), fueron mostrando lo limitado y reduccionista de la comprensión moderna de la no interacción entre el Todo y sus Partes (por cierto, contraria a la comprensión de la causalidad de la Antigüedad y del Medioevo cristia- no occidentales); y han ido poniendo de relieve todo un cúmulo de modalidades de “causalidad-inter-niveles”, “causalidad circular” o “cau- salidad compleja” que no sólo resultó inherente a dichas interacciones Todo-Partes, sino que se ha ido comprobando que es la responsable del emerger espontáneo –auto-organizante– de órdenes superiores de com- plejidad (cualitativamente nuevos) a partir ya sea del desorden o de un orden inferior de complejidad. La vida se “auto-organizó”, emergiendo del mundo no vivo; lo vivo racional (los seres humanos y la sociedad) se “auto-organizó”, emergiendo de lo vivo no racional. Basándose en lo anterior, el planteamiento filosófico de la comprensión dialéctico-materialista del mundo acerca del auto- movimiento dialéctico de la materia se ve confirmado por los desa- rrollos contemporáneos científicos del enfoque ‘de la Complejidad’ convergentes con ella. Estas circunstancias equivalen a una “causalidad compleja” sensible al contexto y al entorno de dichos componentes (es decir, sensible “a-lo-que-les-está-ocurriendo-ahora”) y también a su histo- ria o pasado (es decir, “a-lo-que-les-ha-ocurrido-antes”, o sea, “a- cómo-arribaron-a-esa-situación”). Es, entonces, esa “causalidad compleja” una causalidad contextual, es decir, específica y “situada” (en contraposición a la causalidad universal –idéntica para todo lugar y para todo momento– de la modernidad). Por otra parte, hoy en día, el propio enfoque ‘de la Complejidad’ auto-organizante nos está mostrando fehacientemente la paridad ontológica del orden y el desorden, de la estabilidad y la inestabilidad, del equilibrio y el desequilibrio, de la necesidad y el azar, del determinismo y el indeterminismo, así como la paridad epis- temológica de la predictibilidad y la impredictibilidad.
Sotolongo Codina y Delgado Díaz
La revolución contemporánea del saber y la complejidad social
Los estudios de la complejidad de la Escuela de Bruselas (Ilya Prigogine, Isabelle Stengers, Grégoire Nicolis) nos pusieron ante los ojos de modo irrefutable que precisamente situaciones fuertemente alejadas del equilibrio (de gran desequilibrio), y por lo mismo vecinas de la inestabilidad (con muy escasa estabilidad), no solamente son muy frecuentes en el mundo, sino que son las que se tornan imprescin- dibles para que el mundo presente esa creatividad ontológica a la que hemos aludido ya más de una vez. Los estudios de sistemas fuertemente alejados del equilibrio mos- traron que es en tales circunstancias, fuertemente no lineales, cuando –a partir de un desordenamiento previo– emerge un nuevo orden de com- plejidad (como la vida, como los seres humanos y la sociedad). Orden nuevo que, una vez emergido, es decir, una vez surgido-a-partir-de (“de abajo hacia arriba”), experimenta indefectiblemente nuevos alejamien- tos del renovado equilibrio que su aparición suscitó, para dar origen a sucesivos órdenes de complejidad ulterior. Órdenes de complejidad, por otra parte, no siempre predecibles, aunque previsibles. Ese emerger de nueva complejidad va aparejado al surgimiento de las denominadas “estructuras” o “conformaciones” disipativas, que “disipan” los gradientes (las asimetrías, las heterogeneidades, los dese- quilibrios, las desigualdades, etc.) espacio-temporales surgidos con el alejamiento paulatino (o brusco) del equilibrio (de la simetría, de la homogeneidad, de la igualdad), permitiendo la aparición del nuevo orden complejo. Estructuras o conformaciones disipativas que produ- cen, entonces, una disminución local de entropía (del desorden). Ello proporcionó además la explicación para la paradójica situación de que, teóricamente, en la ciencia lineal –la de los siste- mas cerrados o aislados de su entorno, en equilibrio, estables, rígida- mente deterministas– se produciría inevitablemente su desordena- miento, sobreviniendo en definitiva algún día la conocida “muerte térmica del universo” por la degradación irreversible de ese orden y el aumento incontrolable de entropía (la “muerte entrópica”). Mientras que lo que realmente se observa en el mundo, que lo que presenta son sistemas abiertos al entorno (capaces de intercambios de masa, energía, información y sentido con ese entorno), es el emer- ger irreversible de orden, de una complejidad creciente. El mundo es ordenado porque es capaz de desordenarse auto- organizadamente (espontáneamente) para volverse a ordenar y para desordenarse subsiguientemente; es estable porque es capaz de desestabilizarse para estabilizarse y desestabilizarse ulteriormente; es equilibrado porque es capaz de desequilibrarse para volverse a equilibrar y desequilibrar; presenta facetas necesarias que son pro- ducto del azar y que a su vez se tornan azarosas; manifiesta aspectos
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mediación de la medida, con relación a las transformaciones entre cantidad y cualidad, etc. Mediaciones que conjugan en su interior manifestaciones de ambos contrarios y que, por lo mismo, son las que hacen posibles sus transformaciones mutuas (que no ocurrirían sin tales mediaciones, como solemos pretender). Y en donde cada una de tales mediaciones es susceptible, a su vez, de desdoblarse en un nuevo par de contrarios dialécticos (que tendrán asimismo su propia media- ción), y así sucesivamente. Semejante tratamiento –mediado– de la dialéctica de los con- trarios sí es susceptible de conducir a un pensar verdaderamente dialéctico y sistémico. Y es susceptible de propiciar por lo mismo, a contrapelo de la dicotómica dialéctica de pares-no-mediados-de- contrarios, la construcción conceptual de una interpretación real- mente dialéctico-sistémica del comportamiento auto-organizante de la complejidad del mundo.
Todo lo que hemos expresado acerca de la necesidad de “contextuali- zar” siempre nuestros esfuerzos de indagación ha ido conduciendo al convencimiento de que no es posible indagar la sociedad y los seres humanos que la conforman desde otro lugar que no fuese la inser- ción dentro de esa propia sociedad y por lo propios seres humanos concretos y reales que la componen. Metafóricamente: en el saber acerca de la sociedad y del hombre resulta imposible “nadar y no mojarse la ropa”. Es decir, esclarecer siempre el contexto de indaga- ción no quiere decir otra cosa que poner en evidencia el cúmulo de circunstancias sociales a partir de las cuales el sujeto-indagador con- forma su visión acerca “del-objeto-social-indagado”. Nuestro conoci- miento del mundo, también ya lo sabemos hoy, y particularmente el del mundo social, es también una construcción valorativa que nos permite crear una representación del mundo, pero no es el mundo. Es un producto humano que tiene fuentes en la subjetividad humana que no pueden pasarse por alto. La investigación social no clásica contemporánea se basa en el presupuesto de reflexividad, de inspiración hermenéutica, para el cual el objeto sólo es definible en su relación con el sujeto. El presu- puesto de reflexividad considera que un sistema está constituido por la interferencia recíproca entre la actividad del sistema objeto y la actividad objetivadora del sujeto. Es posible distinguir diversos grados de reflexividad, desde la naturaleza no viva, pasando por la viva, hasta llegar a la sociedad y la subjetividad de los seres humanos. Obviamente, el grado de mayor com- plejidad de la reflexividad es el terreno propio de las disciplinas sociales.
Sotolongo Codina y Delgado Díaz
La centralidad de la subjetividad y su comprensión como pro- ductora de realidad no constituye un relativismo ético individualis- ta, ni la negación de la contingencia externa, sino que pretende resaltar la no existencia de oposición sujeto-objeto, la relación que entre ambos términos se da desde los contextos de la práctica y la dimensión activa del conocimiento. Supone una noción del sujeto como sujeto en proceso permanente de autoconstrucción y de cons- trucción de sus condiciones de existencia a través de la práctica, de la interacción sujeto-objeto. En la perspectiva reflexivista compleja, se enfatiza el momento relacional, de articulación, de coproducción conjunta de la realidad. Para la investigación social clásica (o de primer orden), susten- tada en el objetivismo, el centro del proceso de investigación es el obje- to, y el sujeto debe ser objetivo en la producción de conocimiento. Para la investigación social no clásica –reflexivista compleja o de segundo orden– de inspiración hermenéutica, el sujeto es integrado en el proceso de investigación; el sistema observador forma parte de la investigación como sujeto en proceso y es reflexivo. Desde esta pers- pectiva, la investigación social es un actor, un dispositivo al interior de la sociedad, un sistema observador. El posicionamiento no clásico- reflexivista complejo supera las disyunciones sujeto-objeto, externali- dad-internalidad, entre otras, y abre un camino a lo interaccional y a lo reticular, como fuentes constitutivas de la realidad.