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Orientación Universidad
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Eo gato negro de allan poe, Tesis de Literatura

Material para literatura para estudiar y analisis

Tipo: Tesis

2022/2023

Subido el 30/05/2025

victoria-perez-93
victoria-perez-93 🇦🇷

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EL GATO NEGRO Ni espero ni quiero que se dé crédito a la historia más extraor- dinaria, y, sin embargo, más familiar, que voy a referir. Tratán- dose de un caso en el que mis sentidos se niegan a aceptar su propio testimonio, yo habría de estar realmente loco si así lo creyera. No obstante, no estoy loco, y, con toda seguridad, no sueño, Pero mañana puedo morir y quisiera aliviar hoy mi es- plritu. Mi inmediato deseo es mostrar al mundo, clara, con- cretamente y sin comentarios, una serie de simples aconteci- mientos domésticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y anonadado. A pesar de todo, no tra- taré de esclarecerlos. A mí casi no me han producido otro sentimiento que el de horror; pero a muchas personas les pa- recerán menos terribles que insólitos. Tal vez más tarde haya una inteligencia que reduzca mi fantasma al estado de lugar común. Alguna inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, encontrará tan sólo en las cir- cunstancias que relato con terror una serie normal de causas y de efectos naturalísimos. La docilidad y humanidad de mi carácter sorprendieron desde mi infancia. Tan notable era la ternura de mi corazón, que había hecho de mí el juguete de mis amigos. Sentía una auténtica pasión por los animales, y mis padres me permitie- ron poseer una gran variedad de favoritos. Casi todo el tiempo lo pasaba con ellos, y nunca me consideraba tan feliz como cuando les daba de comer o los acariciaba. Con los años aumentó esta particularidad de mi carácter, y cuando fui 587 Scanned with CamScamner': hombre hice de ella una de mis principales fuentes de goce. Aquellos que han profesado afecto a un perro ficl y sagaz no requieren la explicación de la naturaleza o intensidad de los goces que eso puede producir, En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de sí mismo, hay algo que llega di- rectamente al corazón del que con frecuencia ha tenido oca- sión de comprobar la amistad mezquina y la frágil fidelidad del Hombre natural. Me casé joven. Tuve la suerte de descubrir en mí mujer una disposición semejante a la mía. Habiéndose dado cuenta de mi gusto por estos favoritos domésticos, no perdió ocasión alguna de proporcionármelos de la especie más agradable, Tu- vimos pájaros, un pez de color de oro, un magnífico perro, conejos, un mono pequeño y un gato. Era este último animal muy fuerte y bello, completa- mente negro y de una sagacidad maravillosa. Mi mujer, que era, en el fondo, algo supersticiosa, hablando de su inteligen- cia, aludía frecuentemente a la antigua creencia popular que consideraba a todos los gatos negros como brujas disimula- das. No quiere esto decir que hablara siempre en serio sobre este particular, y lo consigno sencillamente porque lo re- cuerdo, Plutón —llamábase así el gato— era mi predilecto amigo. Sólo yo le daba de comer, y adondequiera que fuese me seguía por la casa. Incluso me costaba trabajo impedirle que me fuera siguiendo por las calles. Nuestra amistad subsistió así algunos años, durante los cuales mi carácter y mi temperamento —me sonroja confe- sarlo—, por causa del demonio de la intemperancia, sufrió una alteración radicalmente funesta. De día en día me hice más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos. Empleé con mi mujer un lenguaje brutal, y con el tiempo la afligí incluso con violencias personales. Natural- mente, mi pobre favorito debió de notar el cambio de mi ca- rácter. No solamente, no les hacía casi alguno, sino que los maltrataba. 588 Scanned with ¡(2 CamScanner'; tura que tanto me había amado anteriormente. Pero este sen- timiento no tardó en ser desalojado por la irritación. Como para mi caída final e irrevocable, brotó entonces el espíritu de perversidad, espíritu del que la filosofía no se cuida ni poco ni mucho. No obstante, tan seguro como que existe mi alma, creo que la perversidad es uno de los primitivos impulsos del cora- zÓón humano, una de esas indivisibles primeras facultades o sentimientos que dirigen el carácter del hombre... ¿Quién no se ha sorprendido numerosas veces cometiendo una acción necia o vil, por la única razón de que sabía que no debía co- meterla? ¿No tenemos una constante inclinación, pese a lo ex- celente de nuestro juicio, a violar lo que es la ley, simplemente porque comprendemos que es la Le . Digo que este espíritu de perversidad hubo de producir mi ruina completa. El vivo e insondable deseo del alma de atormentarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer el mal por amor al mal, me impulsaba a continuar y últimamente a llevar a efecto el suplicio que había infligido al inofensivo animal. Una mañana, a sangre fría, ceñí un nudo corredizo en torno a su cuello y lo ahorqué de la rama de un árbol. Lo ahorqué con mis ojos llenos de lágrimas, con el co- razón desbordante del más amargo remordimiento. Lo ahor- qué porque sabía que él me había amado, y porque recono- cía que no me había dado motivo alguno para encolerizarme con él. Lo ahorqué porque sabía que al hacerlo cometía un pecado, un pecado mortal que comprometía a mi alma in- mortal, hasta el punto de colocarla, si esto fuera posible, le- jos incluso de la misericordia infinita del muy terrible y mi- sericordioso Dios. En la noche siguiente al día en que fue cometida una ac- ción tan cruel, me despertó del sueño el grito de: «¡Fuegoh. Ardían las cortinas de mi lecho. La casa era una gran hoguera. No sin grandes dificultades, mi mujer, un criado y yo logra- mos escapar del incendio. La destrucción fue total. Quedé arruinado y me entregué desde entonces a la desesperación. 590 Scanned with CamScamner': No intento establecer relación alguna entre causa y efecto con respecto a la atrocidad y el desastre. Estoy por encima de tal debilidad. Pero me limito a dar cuenta de una cadena de hechos y no quiero omitir el menor eslabón. Visité las ruinas el día siguiente al del incendio. Excepto una, todas las paredes se hablan derrumbado. Esta sola excepción la constituía un delgado tabique interior, situado casi en la mitad de la casa, contra el que se apoyaba la cabecera de mi lecho. Allí la fí- brica había resistido en gran parte a la acción del fuego, hecho que atribuí a haber sido renovada recientemente. En torno a aquella pared se congregaba la multitud, y numerosas perso- nas examinaban una parte del muro con atención viva y mi- nuciosa. Excitaron mi curiosidad las palabras: «extraño», «sin- gulan», y otras expresiones parecidas. Me acerqué y vi, a modo de un bajorrelieve esculpido sobre la blanca superficie, la fi- gura de un gigantesco gato. La imagen estaba copiada con una exactitud realmente maravillosa. Rodeaba el cuello del animal una cuerda. Apenas hube visto esta aparición porque yo no podía considerar aquello más que como una aparición, mi asom- bro y mi terror fueron extraordinarios. Por fin vino en mi am- paro la reflexión. Recordaba que el gato había sido ahorcado en un jardín contiguo a la casa. A los gritos de alarma, el jar- dín fue invadido inmediatamente por la muchedumbre, y el animal debió de ser descolgado por alguien del árbol y arro- jado a mi cuarto por una ventana abierta. Indudablemente se hizo esto con el fin de despertarme. El derrumbamiento de las restantes paredes habían comprimido a la víctima de mi crueldad en el yeso recientemente extendido. La cal del muro, en combinación con las llamas y el amontaco del cadáver, pro- dujo la imagen tal como yo la veía. Aunque prontamente satisfice así a mi razón, ya que no por completo mi conciencia, no dejó, sin embargo, de grabar en mi imaginación una huella profunda el sorpren- dente caso que acabo de dar cuenta. Durante algunos me- ses no pude liberarme del fantasma del gato, y en todo este 591 Scanned with CamScamner': sencia. Una especie de vergilenza, y el recuerdo de mi primera crueldad, me impidieron que lo maltratara, Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de tratarle con violencia; pero gradual, insensiblemente, llegué a sentir por él un horror indecible, y a eludir en silencio, como si huyera de la peste, su odiosa presencia. Sin duda, lo que aumentó mi odio por el animal fue el descubrimiento que hice a la mañana del siguiente día de haberlo llevado a casa. Como Plutón, también él había sido privado de uno de sus ojos. Sin embargo, esta circunstancia contribuyó a hacerle más grato a mi mujer, que, como he di- cho ya, poseía grandemente la ternura de sentimientos que fue en otro tiempo mi rasgo característico y el frecuente ma- nantial de mis placeres más sencillos y puros. Sin embargo, el cariño que el gato me demostraba pare- cla crecer en razón directa de mi odio hacia él. Con una te- nacidad imposible de hacer comprender al lector, seguía constantemente mis pasos. En cuanto me sentaba, acurrucá- base bajo mi silla, o saltaba sobre mis rodillas, cubriéndome con sus caricias espantosas. Si me levantaba para andar, me- tíase entre mis piernas y casi me derribaba, o bien, clavando sus largas y agudas garras en mi ropa, trepaba por ellas hasta mi pecho. En esos instantes, aun cuando hubiera querido ma- tarle de un golpe, me lo impedía en parte el recuerdo de mi primer crimen; pero, sobre todo, me apresuro a confesarlo, el verdadero terror del animal. Este terror no era positivamente el de un mal físico, y, no obstante, me sería muy difícil definirlo de otro modo. Casi me avergiienza confesarlo. Aun en esta celda de malhe- chor, casi me avergiienza confesar que el horror y el pánico que me inspiraba el animal habíanse acrecentado a causa de una de las fantasías más perfectas que es posible imaginar. Mi mujer, no pocas veces, había llamado mi atención con res- pecto al carácter de la mancha blanca de que he hablado y que constituía la única diferencia perceptible entre el animal extraño y aquel que había matado yo. Recordará, sin duda, 593 Scanned with CamScamner': el lector que esta señal, aunque grande, tuvo primitivamente una forma indefinida. Pero lenta, gradualmente, por fases im- perceptibles y que mi razón se esforzó durante largo tiempo en considerar como imaginaria, había concluido adquiriendo una nitidez rigurosa de contornos. En ese momento era la imagen de un objeto que me hace temblar nombrarlo, Era, sobre todo, lo que me hacía mirarle como a un monstruo de horror y repugnancia, y lo que, si me hubiera atrevido, me hubiese impulsado a librarme de él. Era ahora, digo, la imagen de una cosa abominable y siniestra: la imagen ¡de la horca! ¡Oh lúgubre y terrible máquina, máquina de espanto y crimen, de muerte y agonía! Yo era entonces, en verdad, un miserable, más allá de la miseria posible de la Humanidad. Una bestia bruta, cuyo her- mano fue aniquilado por mí con desprecio; una bestía bruta engendraba en mí, en mí, hombre formado a imagen del Al- tísimo, tan grande e intolerable infortunio, ¡Ay! Ni de día ní de noche conocía yo la paz del descanso. Ni un solo instante, durante el día, dejábame el animal. Y de noche, a cada mo- mento, cuando salía de mis sueños lleno de indefinible an- gustia, era tan sólo para sentir el aliento tibio de la cosa sobre mi rostro, y su enorme peso, encarnación de una pesadilla que yo no podía separar de mí y que parecía eternamente posada en mi corazón. Bajo tales tormentos sucumbió lo poco que había de bueno en mí. Infames pensamientos convirtiéronse en mis Íntimos; los más sombríos, los más infames de todos los pen- samientos. La tristeza de mi humor de costumbre se acre- centó hasta hacerme aborrecer a todas las cosas y a la Hu- manidad entera, Mi mujer, sin embargo, no se quejaba nunca. ¡Ay! Era mi paño de lágrimas de siempre. La más pa- ciente víctima de las repentinas, frecuentes e indomables ex- pansiones de una furia a la que ciegamente me abandoné desde entonces. Para un quehacer doméstico, me acompañó un día al só- tano de un viejo edificio en el que nos obligara a vivir nues- 594 Scanned with separé sin dificultad los ladrillos, y, habiendo luego aplicado cuidadosamente el cuerpo contra la pared interior, lo sosarre en esta postura hasta poder restablecer sin gran esfuerzo toda la fábrica a su estado primitivo. Con todas las precauciones imaginables, me procuré una argamasa de cal y arena, preparé una capa que no podía distinguirse de la primitiva y cubri escrupulosamente con ella el nuevo tabique, Cuando terminé, vi que todo había resultado perfecto, La pared no presentaba la más leve señal de arreglo. Con el mayor cuidado barrí el suelo y recogí los escombros, miré triunfalmente en torno mío y me dije; «Por lo menos, aquí, mi trabajo no ha sido infructuoso». Mi primera idea, entonces, fue buscar al animal que ha- bía sido el causante de tan tremenda desgracia, porque, al fin, había resuelto matarlo. Si en aquel momento hubiera po- dido encontrarle, nada hubiese evitado su destino. Pero pa- recía que el artificioso animal, ante la violencia de mi cólera, habíase alarmado y procuraba no presentarse ante mí, de- safiando mi mal humor. Imposible describir o imaginar la ín- tensa, la apacible sensación de alivio que trajo a mi corazón la ausencia de la detestable criatura. En toda la noche no se presentó, y ésta fue la primera que gocé desde su entrada en la casa, durmiendo tranquila y profundamente. Sí; dorm! con el peso de aquel asesinato en mi alma. Transcurrieron el segundo y el tercer día. Mi verdugo no vino, sin embargo. Como un hombre libre, respiré una vez más. En su terror, el monstruo había abandonado para siem- pre aquellos lugares. Ya no volvería a verle nunca. Mi dicha era infinita. Me inquietaba muy poco la criminalidad de mi tenebrosa acción. Incoóse una especie de sumario que apuró poco las averiguaciones. También se dispuso un reconoci- miento, pero, naturalmente, nada podía descubrirse. Yo daba por asegurada mi felicidad futura. Al cuarto día después de haberse cometido el asesinato, se presentó inopinadamente en mi casa un grupo de agentes de policía y procedió de nuevo a una rigurosa investigación del 596 Scanned with ¡(2 CamScanner'; local. Sin embargo, confiado en lo impenetrable del escon- dite, no experimenté ninguna turbación. Los agentes quisieron que les acompañase en sus pesqui- sas. Fue explorado hasta el último rincón. Por tercera o cuarta vez bajaron por último a la cueva. No me alteré lo más mí- nimo. Como el de un hombre que reposa en la inocencia, mi corazón latía pacíficamente. Recorrí el sótano de punta a punta, crucé los brazos sobre el pecho y me pascé indiferente de un lado a otro. Plenamente satisfecha, la policía se dispo- nía a abandonar la casa, Era demasiado intenso el júbilo de mi corazón para que pudiera reprimirlo, Sentía la viva necesi- dad de decir una palabra, una palabra tan sólo, a modo de triunfo, y hacer doblemente evidente su convicción con res- pecto a mi inocencia, Señores —dije, por último, cuando los agentes subían la escalera—, es para mí una gran satisfacción haber desvanecido sus sospechas. Deseo a todos ustedes una buena salud y un poco más de cortesía, Dicho sea de paso, señores, tienen uste- des aquí una casa muy bien construida -apenas sabía lo que hablaba, en mi furioso deseo de decir algo con aire delibe- rado—, Puedo asegurar que ésta es una casa excelentemente construida. Estos muros... ¿Se van ustedes, señores? Estos muros están construidos con una gran solidez. Entonces, por una fanfarronada frenética, golpeé con fuerza, con un bastón que tenía en la mano en ese momento, precisamente sobre la pared del tabique tras el cual yacía la es- posa de mi corazón. ¡Ah! Que por lo menos Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio. Apenas húbose hundido en el silen- cio el eco de mis golpes, me respondió una voz desde el fondo de la tumba. Era primero una queja, velada y entrecortada como el sollozo de un niño. Después, enseguida, se hinchó en un grito prolongado, sonoro y continuo, completamente anormal e inhumano. Un alarido, un aullido mitad horror, mitad triunfo, como solamente puede brotar del infierno, ho- trible armonía que surgiera al unísono de las gargantas de los 597 Scanned with