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Es un resumen del libro que contiene las principales ideas del texto, los hallazgos más significativos
Tipo: Resúmenes
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En el curso anterior, de Introducción al Pensamiento Clásico , repasamos los orígenes de la filosofía clásica y su aporte al pensamiento occidental, remontándonos aproximadamente hacia el siglo VII a. C., hasta un grupo de pensadores que se atrevieron a plantearse preguntas radicales sobre la realidad. Su capacidad de asombro, consecuencia del gran vigor de sus agudas inteligencias, les llevaba a realizar preguntas ‘de fondo’ como por ejemplo: ¿la realidad es pasajera o estable? Este asunto es importante, porque si la realidad es eventual entonces es incierta; si ahora es y luego ya no, estamos no sólo ante un juego de niños, sino que nos involucra a nosotros; si nuestra vida es pasajera, si se disuelve en la variabilidad de los instantes, como en un chasquido de los dedos, entonces ¿qué queda de nosotros? ¿Podemos hacer pie en algo estable? ¿Lo real es sólo lo que vemos, está en la superficie o tiene un fundamento más profundo? Preguntándose frente a la realidad es como buscaron el arjé o primer principio constitutivo y constituyente de la realidad. Su respuesta fue –como luego detallaremos– que aquello que constituye la realidad es estable, es el ser. De manera que el cosmos, a pesar de sus diversos eventos, procesos y fenómenos, posee una cierta seguridad, más allá de la variabilidad, de la fugacidad, del devenir, no se disuelve en el tiempo, por lo que el hombre queda al abrigo de esa estabilidad. Sin embargo, pronto advirtieron una gran aporía: la muerte humana. ¿Qué fundamento era ése, el de la naturaleza física, que no alcanzaba para que el hombre se librara de morir? Y entonces empezaron a preguntarse por la fisis o naturaleza humana: ¿Existe algo permanente en el hombre? ¿O será que estamos condenados a disolvernos en la variabilidad de los instantes, de modo que al morir no quede nada de nosotros? Por tanto, de la pregunta por el fundamento del universo se siguió la del fundamento del ser humano. Esta pregunta se hizo más intensa cuando varias circunstancias se dieron lugar hacia el siglo V a. C., en una de las polis griegas más importantes de aquel entonces, Atenas, la cual se vio inmersa en una crisis social, cultural y política, que a muchos les confundió, llevándoles a dudar sobre sí mismos y sobre su capacidad de poseer la realidad de manera estable, segura. En momentos de crisis, de vacilación, la sofística había medrado, se había ido abriendo paso proponiendo diferentes ‘metros’ para medir la realidad, en especial la que correspondía a la acción práctica, con el riesgo de fijarse sólo en los resultados externos, en buscar, lograr, aferrarse y tocar con la mano el éxito. Sócrates (470–399 a. C.) reaccionó frente a dicha confusión notando que lo más hegemónico que tiene el hombre es su inteligencia y su capacidad de verdad, e invitó a incrementar el conocimiento del ser humano. Es conocida su recomendación: “¡Conócete a ti mismo!”. Conviene subrayar que esta actitud ante la crisis es de acometimiento, no de rendirse, sino justamente de aumentar la actividad intelectual, para no ceder o entregarse a lo aparente. Según Sócrates el ser humano sí es capaz de hacerse con lo permanente de la realidad y no sucumbir ante lo aparente y cambiante. La misma ética socrática parte de la convicción de que sólo desde el saber y la verdad es como se puede dirigir la acción humana. Ciertamente, el poner el acento en dicha función racional pudo haberle hecho inclinar la balanza de ese lado y caer en un intelectualismo ético^1 , pero se comprende el por qué de aquel desequilibrio, que estaba (^1) *Tomado del libro “Hacia el descubrimiento del ser personal”, de Genara Castillo, UDEP, 2013 Consiste en afirmar que para obrar bien basta con saberlo. Evidentemente eso es irse al extremo. Qué duda cabe que para actuar bien hay que pensar, emplear a fondo la inteligencia. Pero eso no basta. Como se verá en la asignatura de Ética, el saber es requisito necesario pero no suficiente, ya que se requiere también del concurso de la voluntad y de la libertad del sujeto. En descargo de Sócrates hay que decir que lo que le ocurría –a él y a los socráticos– era precisamente que su lucidez era muy grande y esa luz de su inteligencia les alcanzaba para darse
justamente en la necesidad de resaltar la actividad intelectual para hacer frente a la crisis. Como es conocido, Sócrates se encontró ante la tesitura de refrendar con su vida la autenticidad de sus convicciones teóricas. Su ejemplo de coherencia fue una lección viviente (Sócrates no escribió nada). El mensaje era claro: la verdad es tan importante en la vida humana, que una vida sin verdad no es vida. Si los acusadores le perdonaban la vida a Sócrates, pero a condición de que no volver a filosofar o cultivar la verdad, de que cuando hubiera una injusticia en la polis se hiciera el disimulado, de que incluyera la falsedad y mentira en su vida, que se hiciera hipócrita y convenido, eso era para él peor que matarle, porque una vida sin verdad, sin uso recto de la inteligencia, no es vida de acuerdo con la dignidad humana; la otra alternativa era el destierro, pero ¿qué había más allá de las fronteras de Atenas? La barbarie, es decir, una vida sin verdad y, por tanto, tampoco dignamente humana. Por ello, puesto en la disyuntiva prefirió beber la cicuta, ya que una vida sin verdad no es vida. Ese impactante testimonio de vida quedó muy grabado en la mente y en corazón de un joven discípulo suyo, Platón (427-347 a. C.), quien lo ha dejado consignado en varios diálogos, entre ellos el de La apología de Sócrates , diálogo apasionante en que la figura de su maestro se yergue como el principal protagonista. Platón, como todos los filósofos socráticos, se convenció de la excelencia de la inteligencia humana, ya que es gracias a ella como el hombre es capaz de verdad, de medirse con lo más permanente de la realidad y escapar de las apariencias y de la caducidad de la vida temporal. Es esa misma relación la que le otorgó una gran revelación, y es que la inteligencia humana es también permanente, de lo contrario no podría reconocerla en la realidad. Esa permanencia de la inteligencia humana (nous) es lo que le llevó a sostener la inmortalidad del alma humana, su capacidad de ‘salirse’ del tiempo. El diálogo platónico Fedón está dedicado a este tema. Es un gran acontecimiento el realizar la experiencia intelectual. Por ahí podemos acercarnos y vislumbrar el gran entusiasmo de Platón que le llevó a considerar que lo único importante era el alma racional. A veces se critica a Platón, se dice que estaba ‘en las nubes’, en la contemplación de las Ideas; pero hay que tratar de meterse en sus zapatos, acercarse a su experiencia noética, saborear la increíble capacidad que tiene la inteligencia humana, saber hasta dónde se puede llegar con ella, para luego criticarlo. En efecto, el gozo que da la experiencia intelectual es difícilmente equiparable. Es probable que ante aquella vivencia que le llevó a experimentar tanta excelsitud, Platón hubiese visto el cuerpo no sólo como algo inferior, sino como algo perjudicial, un fardo que tira ‘hacia abajo’, mientras que el alma racional está hecha para emprender unos vuelos tan altos que aquel no puede ni siquiera sospechar. De ahí que, según Platón, la tarea humana consista en tratar de librarse de lo corpóreo y sensible para poder acceder a la serena contemplación de las Ideas; de aquello que para él constituye la realidad más potente por ser la más permanente^2. Sin embargo, eso en definitiva se logra post mortem , cuando el alma se haya despojado del cuerpo, es decir, cuando el ser humano ha salido de la caverna que es este mundo. Un discípulo de Platón, el socrático más maduro, Aristóteles (384-322 a. C.), tendrá una postura un poco más equilibrada. Según la tradición heredada de los filósofos que le precedieron, él también hace filosofía buscando el (los) primer(os) principio(s) metafísico(s) de la realidad^3. cuenta del profundo daño que una persona se hace al obrar mal y como por tendencia básica no buscamos dañarnos, al darnos cuenta que algo nos deteriora tan profundamente, los socráticos consideran que entonces uno no lo obraría mal. (^2) Según Platón, las cosas tienen ellas mismas su esencia estable, no relativa a nosotros, ni dependiente de nosotros, sino que existen por sí mismas conforme a la esencia que les es natural. (Cfr. Crátilo ). (^3) “la finalidad de nuestro actual discurrir (es mostrar que) con el nombre de sophía todos hacen referencia a la ciencia de las primeras causas y de los primeros principios”. ARISTÓTELES, Metafísica, 981b 27-28.
ella. ¿Cuál es la limitación de aquel principio formal? Aristóteles va buscando explicarse radical, profundamente, la realidad. En esa búsqueda se encuentra un principio –la forma– que es muy activo, ya que determina a la sustancia concreta; sin embargo, advierte un peligro, y es que al constituir a la sustancia concreta, aquella forma o actividad se ‘detiene’, como si se quedara ‘fija’ o atrapada en ella. Es pertinente detenernos en este asunto, aunque sea brevemente, porque la antropología moderna ha esgrimido precisamente esa crítica al aristotelismo, su fijismo. Tales autores se han escandalizado con esta teoría hasta el punto que se han ido al extremo de considerar que el hombre es un dinamismo puro, que no hace pie en ninguna naturaleza fija, en ningún ‘contenido’ formal o ley natural, de manera que el único proyecto que tiene el hombre, es auto-construirse a sí mismo. Pero justamente Aristóteles advierte esa posibilidad, y él más que nadie está dispuesto a no perder aquella actividad y dinamismo consiguiente. Para ello, trata de ‘sacar’ a la sustancia inerte al movimiento, se plantea un complemento de dos causas más: una que es la causa eficiente y la otra que es causa final. Pero si bien la causa eficiente –unida a la causa final– es capaz de imprimir gran dinamismo a las sustancias concretas, se da cuenta que eso es poco. Y no es suficiente, porque en los seres inertes lo que mueve a la sustancia es un agente externo, está fuera de ella, por lo que no tardaría en preguntarse ¿qué ocurriría si la causa eficiente está dentro? Es su encuentro con el alma del viviente. Es claro que la actividad es muy intensa si el ‘motor’ está dentro de la sustancia. Entonces, en el viviente su causa formal no es sólo determinante, sino que es un principio intrínseco de movimiento. Por ello define al alma como principio intrínseco de movimiento , lo cual sí que provee de una notable actividad, porque, además, esa alma es fin para sí misma, ya que es una actividad que redunda sobre ella. De manera que el alma es una ‘tri-causalidad’: causa formal, causa eficiente y causa final. Según Aristóteles, es admirable el alma o principio intrínseco de movimiento, que constituye, integra, organiza, auto-regula y sostiene al viviente, dotándole de gran dinamismo y actividad. El asombro ante ese nivel intrínseco de actividad, le lleva a realizar varias pesquisas y experimentos entre los vivientes vegetales y animales, para descubrir su actividad vital, lo cual le ha valido a Aristóteles la calificación de padre de la biología. Así, la manifestación inmediata de poseer alma es el auto-movimiento. Tanto vegetales como animales poseen auto-movimiento gracias a su alma o principio intrínseco de movimiento. Así, por ejemplo, un algarrobo posee un movimiento interno fabuloso, realiza muchas operaciones por sí mismo, sus raíces absorben el agua, los nutrientes, aprovecha la energía del sol para hacer la fotosíntesis, etc.; esas operaciones corren por su cuenta. De manera semejante sucede con los animales, como la fauna del campus ; su motor intrínseco les permite realizar más y mejores operaciones que las que realiza un algarrobo, ya que, a diferencia de los vegetales, su alma posee mayor apertura, pues pueden conocer y tender o apetecer sensiblemente, conocen dónde y cómo obtienen algo de comer y hasta hacen gala de sentimientos en su correteo por el campus. Con todo, tanto al viviente vegetal, como al animal y al humano les acaecen la muerte. Pero Aristóteles, como buen socrático, sabe que si bien el hombre es mortal, no todo muere con él, ya que el hombre, a diferencia de los otros vivientes, posee inteligencia o nous –que es de índole permanente–, gracias a lo cual el alma racional es inmortal. Uno de los argumentos más conocidos de Platón acerca de la inmortalidad el alma humana se basaba en la naturaleza del alma racional que era simple, no tenía partes; por tanto, no se puede des-componer. En el ser humano, la simplicidad del alma le da una especial ‘fortaleza’ para resistir a la muerte. Aristóteles sigue profundizando en la naturaleza del alma humana, subrayando su carácter activo. En esa clave, la muerte es vista como un déficit de actividad que atañe al alma misma.
Evidentemente, Aristóteles no tuvo ni barruntos del pecado original, pero sí es posible darse cuenta que advierte esa debilidad, ya que si bien el alma es activa, la intensidad de esa actividad no es tan potente como para llegar a penetrar, integrar o dominar suficientemente al cuerpo, por lo que acaece la separación, que da paso a la muerte. Como ya se ha señalado, Aristóteles no se rinde fácilmente, y considera que a pesar de que la muerte está presente en el hombre, lo que hay que hacer es incrementar la actividad intelectual, que es vista como la vida más alta. Si bien el alma humana no muere, puede tener diversos grados de vitalidad. Aristóteles pone en el centro la activación de esa alma racional a través del ejercicio del pensar o entender, cuya actividad es tal que es la vida más alta. En este punto los especialistas sostienen que se da su segundo encuentro con el acto. Coherentemente con ese descubrimiento, la tarea más propiamente humana es ejercer su racionalidad y tratar de meterla en todas sus acciones, de manera que se perfeccionen los principios próximos de la acción humana –sus facultades– para que esa actividad vital sea potente. De ahí que la ética aristotélica es algo profundamente vital. Con todo, Aristóteles advierte que esa capacidad no es plenamente actual en el hombre. Aquella ‘luz’ de la inteligencia no es continua, sino que es intermitente; no siempre está en acto, sino que –aún poniendo todo nuestro empeño– a veces pensamos o teorizamos, pero a veces no. Por ello, si bien Aristóteles otorga gran valoración del nous y considera que el ejercicio intelectual, el pensar o vida teórica, es la vida más alta, en definitiva, a donde llega es a plantearse lo siguiente: ¿y si hubiera un entender que no se detuviera, que se ejerciera permanentemente? Y se responde: eso sería propio de lo divino. Así, en ese camino de la búsqueda de niveles cada vez más altos de actividad, de vida, Aristóteles llega a concebir la divinidad como intelección plena, como la vida más alta: “intelección de intelección” ( noésis noéseos ). Se trata de un principio cognoscente viviente, pues “el acto por sí de él es vida nobilísima y eterna”^5. Averiguación nada despreciable (si bien limitada), teniendo en cuenta que Aristóteles es un filósofo pagano que la logra descubrimientos con su sola razón. Lo que sigue es consecuencia. Si la inteligencia humana o nous es lo que de divino tiene el hombre, es el fundamento de la dignidad humana, ya que comporta un dinamismo que aún con interrupciones, se dispara hacia el infinito. En esta línea Aristóteles advierte que las operaciones del alma racional superan lo físico, pues su actividad no corre a cargo de lo orgánico o material. Es conocido el ejemplo que pone Aristóteles para que se vea la naturaleza propia del alma humana: si el ser humano mira directa y cercanamente un objeto muy potente como el sol y no protege su vista ésta puede deteriorarse; en cambio, si entiende algo muy profundo, su inteligencia no sólo no se daña, sino todo lo contrario, queda mucho mejor, se capacita para entender más y mejor. Eso es así porque la inteligencia humana no depende de lo orgánico; es lo que le permite una mayor apertura; es lo que hace al hombre capaz de hacerse con objetos no sólo inmateriales, universales, sino que puede alcanzar principios muy profundos y radicales, que van más allá de lo físico. La apertura de la inteligencia humana es hacia el infinito. Por ello Aristóteles afirma que “en cierto sentido el alma puede hacerse todas las cosas”. Ese “en cierto sentido” se refiere a la intelección. De ahí que posea un crecimiento irrestricto, lo cual no ocurre en las facultades orgánicas o sensibles, cuyas operaciones tienen base corporal. Así, en lo corpóreo cabe una detención del crecimiento, no sólo respecto a la talla, sino al crecimiento de otras facultades que tienen base corpórea, como son por ejemplo la imaginación o la memoria; en ellas sí es posible que llegue un momento en que al deteriorarse su base orgánica sea difícil establecer relaciones imaginativas o recordar. En cambio, la inteligencia es operativamente infinita, puede crecer cada vez más y más. Aún en el lecho de la muerte podemos ejercer una gran actividad intelectual. (^5) ARISTÓTELES, Metafísica , XII, 9 y 7.
da una gran actividad. La vida no es nada abstracto, sino que es una actividad real. Pero entonces hay que ser coherentes con esta verdad. En esta línea Aristóteles dirá que la vida ( enérgeia ) más alta para el ser humano es el conocer intelectual (llamada práxis téleia ), y en la vida moral será tajante al no dejar camino posible: o crecer (lo propio de la vida) o morir. Como se ha visto, en la metáfora del hombre dormido y el hombre despierto es como si Aristóteles dijera: eres hombre, posees logos , inteligencia; pero no basta, tienes que estar en acto, ejercer tu dotación racional; de lo contrario, no vives propiamente como hombre, sino como un animal o una planta, ya que como hombre estás dormido. Siendo la automoción la característica principal del viviente gracias a que el alma es el principio intrínseco de movimiento, donde mejor se da dicho dinamismo (que tiene diversos grados en los vegetales y animales) es en el ser humano, ya que integra el nivel biológico (las operaciones del sistema circulatorio, respiratorio, digestivo, etc.) y la actividad sensible (mirar, imaginar, recordar, etc.) en su actividad más alta que es la de entender, razonar, querer. Por ello, en el ser humano aquella actividad intrínseca es muy particular; alude a un movimiento interior muy complejo, un «dentro» muy profundo, a una «interioridad» signada por la actividad racional. En correspondencia, un ser humano vivirá más intensa y profundamente cuanto mayor y mejor sea su actividad intelectual, la cual brotando del interior del hombre se manifiesta en sus acciones externas. Actualmente, en psicología se suele usar el término atonía vital para señalar un estado de falta de vigor o de vitalidad en un sujeto. En el lenguaje corriente este nivel de atonía ( a = sin, tono = vigor, energía) se expresa cuando se dice de un ser humano que «no lleva el motor dentro de sí mismo», cuando ha renunciado a llevar él mismo las riendas de su propia vida. Se podría decir que su situación anímica –la de su alma– es débil, poco fuerte y nutrida, de tal manera que parece no tener fuerzas en su interior para hacer frente a los retos y dificultades que toda vida lleva consigo, y que en tal caso necesita ser movido por otro u otros, o que su vida queda a merced de sus tendencias sensibles. Lo que precede nos lleva a recordar que se suele decir que la vitalidad, el vigor, es propio de la juventud; sin embargo, conviene precisar que según este planteamiento la vida más alta se refiere al nivel de vitalidad espiritual, lo cual es independiente de los años y la edad. En efecto, la intensidad de la vida, considerada en profundidad, no depende tanto de lo corpóreo cuanto de que se ponga en actividad, se actualice, o se incremente, su dimensión espiritual. La vida de una persona madura puede ser muy intensa y fecunda, si va dirigida por su actividad intelectual y por la conquista de cotas muy altas de verdad, de autenticidad. Caso distinto se daría si alguien por escasa vitalidad espiritual estuviese en una situación de abandono, dejándose llevar sólo por sus operaciones vegetativas o sensitivas. Por ejemplo, una de las cosas que me llaman la atención es cuando se observa en los jóvenes un sentimiento tan penoso como es el aburrimiento. ¿Cómo es posible? Precisamente en la llamada ‘sociedad del conocimiento’, cuando hay tantos medios para buscar y plantearse el por qué cada vez más profundo de las cosas, de la realidad. Es necesario vitalizar la inteligencia, despertarla, ejercerla, alimentarla, cultivarla, hacerla crecer. De lo contrario, ocurre una gran pérdida. Es significativo que cuando una persona se encuentra en una situación de escasa vitalidad interior, le ocurre que va reduciéndose su campo de intereses, y en lugar de tener uno amplio, profundo y nutrido, va recortando su interés a pocas cosas y sin importancia, y sus relaciones con el mundo, con las personas, son también agostadas y efímeras. Es un gran decaimiento. Es como si la inteligencia, al no estar en actividad, fuera perdiendo fuerzas para interesarse, conocer o profundizar en la realidad, del universo, de los demás, por lo que el sujeto corre el riesgo de centrarse peligrosa y mezquinamente en sí mismo. De esta lamentable situación no estamos libres ni siquiera los que nos dedicamos a la filosofía. Es curioso, pero entre las mentes más agudas y bien entrenadas suele haber directivos y
empresarios de alto nivel, de cuyo realismo, coraje para hacer frente a la complejidad, para plantearse los asuntos en profundidad, etc., tanto se puede aprender. En este sentido hay que recordar que todo hombre es filósofo, en cuanto se atreva a plantearse los asuntos con rigor y vigor. b) Es auto-organización La auto-organización, con su consiguiente auto-regulación, es una de las actividades básicas del ser vivo. Consiste en la diferenciación de partes y coordinación de funciones, no de cualquier manera, sino en base a unas reglas, a una medida. Toda organización empieza por ser básicamente esto: diferenciar elementos y coordinar sus funciones en atención a una unidad, ya que la vida es eminentemente integradora. En la medida en que esto no se realice se produce la desorganización y, en consecuencia, la muerte. También, como en la característica anterior, si bien la auto-organización es propia de todo ser vivo, en el ser humano es mucho más rica y compleja. Evidentemente, se parte de la auto- organización en el nivel corpóreo. El cuerpo vivo al ser un organismo, está constituido por órganos diferentes, con funciones específicas, que concurren al bien del conjunto. La desorganización del viviente comporta la pérdida de su vida, la muerte. Por esto se suelen hacer equivalentes las frases: cuerpo vivo y cuerpo organizado. En este nivel es muy interesante la relación entre cuerpo y alma humana, en lo cual ciencias como la medicina, la neurociencia, la psicología, etc., tienen mucho que aportar en el diálogo con la filosofía. Además, teniendo en cuenta la dimensión social del ser humano, vida social requiere también de una adecuada organización, regulación y unidad. Es el gran ámbito de los medios, de la técnica humana, de la vida institucional y política. Para empezar, en la vida del ser humano la auto-organización alude a la disposición de los medios, especialmente a uno de ellos, que es muy importante: el tiempo; en segundo lugar está la organización del espacio, y en tercer lugar, la disposición de los medios materiales. Qué duda cabe que, para cada quien, la organización del tiempo es muy importante. El tiempo es un medio o recurso limitado, y su uso comporta criterios éticos. Y no sólo para no desperdiciar el tiempo sin hacer nada productivo, sino porque hay que hacer justicia a las cosas, dar a cada asunto el tiempo que le corresponde, jerarquizar, etc., y, sobre todo, porque hay que emplearlo para crecer y aportar. Tenemos un tiempo acotado y hay que aprovecharlo para crecer, para mejorar uno mismo y ayudar a otros a hacerlo también. En este sentido cabe hablar de faltas, no sólo de comisión, sino de omisión. En el ámbito social es importante saber organizar las diferentes actividades que las instituciones básicas realizan, tanto en la familia, como en el mundo laboral y en el educativo. Así, por ejemplo, el mundo laboral debe saber articularse con el de la vida familiar, de lo contrario una sociedad pierde vitalidad, se empobrece. Igualmente, en el mundo educativo, por ejemplo, en las universidades, si no hay relación con las empresas, se produce una pérdida para los individuos y para la vida de la sociedad. Inclusive si dentro de una empresa no hay una adecuada división del trabajo y una estrecha correlación entre todas las áreas, el resultado es –por decir lo menos– mucha energía perdida. En cambio, funciona mejor si hay una adecuada gestión con prácticas, valores y convicciones vividos y compartidos. Precisamente el liderazgo fomenta una situación en la cual se promueva y se armonice el crecimiento y aporte de los diferentes miembros de una empresa o institución. c) Intercambia con el medio externo En su nivel básico esto lo lleva a cabo una operación importante que es la nutrición. Ella es la transformación de una sustancia inerte en viva, dentro del viviente. Así, por ejemplo, el agua fuera del viviente es una sustancia inerte; sin embargo, cuando el ser vivo la bebe se la apropia de tal modo que el agua en el ser vivo está viva. Los alimentos, las proteínas, las moléculas de
que el viviente tiene muchas «defensas», desde el mismo nivel orgánico. Por ejemplo, si se ha ingerido una sustancia nociva, las defensas del viviente luchan contra ella. Sólo si aquella es muy poderosa y no puede ser neutralizada, sobreviene la destrucción del organismo vivo y acaece la muerte. A veces se piensa que lo propio de la vida es lograr el simple equilibrio homeostático, pero el crecer supone dar un paso adelante, y en el viviente humano la exigencia de crecimiento es aún mayor en atención a sus facultades superiores. El ser humano, más que acomodarse y adaptarse, posee la capacidad de influir en el medio ambiente adecuándolo a favor de la propia vida humana. El crecimiento de la humanidad se ha tejido en esa clave. Todo ello es así porque el ser humano puede habérselas con los influjos externos de muchas maneras, con gran despliegue de su inteligencia y hasta con inventiva. Un hecho significativo es la capacidad de «cambiar de signo» a los acontecimientos o influjos externos. Por ejemplo, un mal, como puede ser una ofensa grave que una persona reciba de otra u otras, podría amenazar su crecimiento, incluso hay quien entonces ve detenerse su vida o ya no quiere seguir viviendo; pero si sabe encajarlo, si aquello es dotado de sentido, si saca fuerzas, si aumenta sus recursos, entonces puede perdonar convirtiendo aquellos males en bienes, y puede seguir adelante más fortalecido. En este sentido también cabe aplicar el dicho popular de que ‘lo que no mata, alimenta’. Junto con el crecimiento está el dar frutos, es decir, la capacidad de reproducción, ya que en un nivel determinado de crecimiento se está en condiciones de producir un semejante. Así cabe una reproducción en el plano biológico, siempre y cuando el viviente haya alcanzado un grado determinado de crecimiento o madurez. La madurez es pre-requisito para la reproducción. En el ser humano se puede hablar de madurez en varios niveles, en el orgánico o biológico, en el psicológico y en el espiritual. Por tanto, en el ser humano le generación de otro ser humano requiere integrar también la madurez propiamente humana, ya que la procreación tiene connotaciones morales. En el plano espiritual también se puede hablar de «producción» cuando se obtiene la respectiva madurez intelectual como en el caso de un científico, que puede «producir» intelectualmente y aportar sus investigaciones para los demás, realizando una tarea intelectual muy fecunda. Asimismo un verdadero maestro con la riqueza y generosidad de su magisterio puede hacer posible un semejante, un discípulo, cuando éste adquiere cierta madurez intelectual y personal. Ahora que está de moda el coaching , es conveniente tratar de calibrarlo desde un planteamiento vital y no como una simple ‘transferencia’ de conocimiento. e) Es inmanente En general, la actividad más propia del ser vivo no es tanto actuar sobre otros, sino actuar sobre sí mismo. Existen varias operaciones por las que el viviente puede actuar sobre sí mismo (aquí se usan con alguna frecuencia los verbos reflexivos, por ejemplo, trasladar-se, nutrir-se, desarrollar-se, etc.). Se denomina actividad inmanente ( in: dentro y manere: permanecer) a aquella en la que el viviente consigue su fin en su propia operación, de manera que lo que ‘sale’ de la acción se ‘queda’ o ‘permanece’ en ella. En el hombre se da la inmanencia en el plano del conocimiento, y de modo especial también se da en la vida ética o práctica. Es conocido el ejemplo que pone Aristóteles sobre la inmanencia en el conocimiento, en el cual se posee el fin –la posesión de la realidad– al realizarse la acción: “se ve y se tiene lo visto, se entiende y se tiene lo entendido”, de manera inmediata, en la misma realización de la acción. En cambio, esa inmanencia –o posesión inmediata del fin– no se da en las acciones transitivas o transeúntes , ya que, el ejemplo es asimismo de Aristóteles, al construir una casa no se tiene ya la casa inmediatamente, y al tenerla se detiene la acción, se deja de construir. Es la diferencia entre lo que Aristóteles llama práxis y póiesis , la primera es una actividad vital,
inmanente, que posee su fin en la misma actividad (se ve y se tiene lo visto), en cambio, la póiesis es una actividad que mientras se realiza no posee su fin (construir una casa) y cuando obtiene su fin cesa la actividad (construir). Respecto de la inmanencia en el ámbito ético, podemos ver que las acciones humanas libres si bien ‘salen’ hacia el exterior, quedan «dentro» del sujeto, modificándolo. Esto sucede a través de un proceso de hiper-formalización , ya que al realizar una acción libre se ponen en acto una serie de facultades las cuales se reconfiguran, pasan del estado A al de A', dejándonos mejor o peor dispuestos para la siguiente acción. Por esta razón, Leonardo Polo sostiene que se puede hacer un símil con la cibernética, en cuanto que ahí se da una retroalimentación: se puede decir que en nuestra vida los «out put» las salidas (las acciones que ‘salen’ al exterior), son «in put», entradas (ya que ‘regresan’ al interior). Es importante esta averiguación sobre la vida y la acción humana, ya que nos advierte sobre la atención y cuidado que tenemos que tener al actuar y la invitación a realizar acciones perfectivas, ya que de ello depende el perfeccionamiento de las facultades, con hábitos , que son necesarios si se quiere conseguir fines muy altos. De manera rápida se podría decir con un autor de nuestros tiempos: “Tenga Ud. cuidado de su propia alma”. Esa advertencia coincide con la recomendación socrática: hay que ser cuidadosos y pensar bien para conducirse adecuadamente, ya que todo acto que «sale» de nosotros «regresa» sobre uno mismo, configurándole positiva o negativamente; si esto no tuviera importancia, no comprometiera nuestro futuro, pero no es así. Meter el mal en la propia vida no es asunto de poca monta, que a lo más califique a las personas. Ni tampoco hacer el bien es –por decirlo de alguna manera– un simple recurso para dormir bien (por tener la conciencia tranquila). No, es algo profundamente vital, mucho más serio. Lo que conlleva introducir el mal dentro de uno es un proceso de desvitalización, pues esas acciones se vuelven en contra del propio sujeto. Si las facultades son el resorte de la acción y uno las deteriora, estaría poniéndose él mismo una trampa en sus pies. Se requiere tener esos principios de la acción en ‘buenas condiciones’; de lo contrario no podrán realizar proyectos importantes, ni alcanzar fines muy altos, ni –en definitiva–, alcanzar la felicidad. En esa línea, el egoísmo es algo tonto ¿buscar el bien propio a costa de los demás, haciendo el mal? A ese precio: no. Los grandes socráticos no estaban dispuestos a deteriorarse internamente, porque se daban cuenta que aquel éxito exterior conseguido era aparente. Ellos que nada sabían –porque no eran cristianos– acerca del premio que Dios tenía preparado para quien realizara buenas obras, consideraban que la manera de premiarse era obrando el bien, porque de ese modo sus facultades se reconfiguraban positivamente y quedaban mejor dispuestas para la siguiente acción. En cambio, obrar mal era castigarse a sí mismo. No se puede cometer el mal impunemente. Evidentemente se plantearon: ¿cómo saco el mal de mi interior? Desde luego que puedo desandar el camino, eso requiere mucha fuerza en la voluntad porque hay mucha inercia que vencer, pero el asunto es más profundo: es que al haber hecho la experiencia del mal lo he saboreado, ya sé de qué va el asunto, es decir, que ha dejado ‘huella’. Una vez cometido el mal, se requiere reparar no sólo hacia fuera, sino hacia dentro. En esa línea los ritos de purificación que tenían algunos griegos de esa época eran escalofriantes. Aquí también hay que tratar de entenderlos bien. Por ejemplo, cuando en la célebre obra de Edipo Rey la reparación por el mal cometido lleva a Edipo a sacarse los ojos, se puede pensar que es una exageración, porque además, en la era cristiana, se cuenta con la facilidad de pedir el sacramento de la confesión, etc., pero no es un asunto tan fácil. En el plano humano natural, es importante ser conscientes de esta inmanencia de los actos humanos que es un asunto tan vital. No tenemos «compartimentos estancos», según los cuales podamos decir, por ejemplo, que hay cosas que hacemos externa o técnicamente y que eso no tiene nada que ver con nuestras instancias interiores. Cada vez que actuamos muchas de nuestras facultades se ponen en actividad, de manera que después de cada actuación quedan configuradas nuevamente. Y dentro de este planteamiento del dinamismo vital, aquello
externos. Este gran descubrimiento de los pensadores clásicos griegos puede contribuir a cuidar mejor los distintos ámbitos de la vida humana, el personal, familiar, laboral, especialmente la labor de los padres, maestros y directivos, quienes tienen una función pedagógica también, y la misión de fomentar esa ganancia interna en sus hijos, alumnos y equipo de colaboradores. En esta línea de la vitalidad profundamente humana, se puede ver que una empresa, de cualquier tipo, económica, educativa, familiar, etc., sólo tendrá desarrollo y continuidad en el futuro si entre sus recursos cuenta con un buen equipo, en el que se fomente la consecución de prácticas y hábitos perfectivos; pero como tener virtudes no se improvisa, ni se consigue de inmediato, requiere una gran labor de formación y liderazgo. Por otra parte, la formación de los cuadros directivos es una tarea conjunta entre la empresa y la universidad. Actualmente sí hay en las empresas la valoración de buenos equipos, necesarios para alcanzar objetivos y metas cada vez más altos, ser competitivos y crecer. Pero a veces sólo nos quedamos en las habilidades o competencias técnicas y profesionales; y hay que ir hasta los resortes de la acción que son las facultades humanas. A partir de ahí hay que tratar de fomentar su desarrollo. Pero, si dichos seres humanos están estropeados, si el propio directivo los estropea, no se puede ir a ningún sitio ni alcanzar ninguna meta importante, no se crece, a lo más se sobrevive y a largo plazo la «organización» entra en pérdida. Por ejemplo, un directivo que dé a sus agentes de ventas unos incentivos económicos muy altos para subir las ventas de su empresa «a cualquier precio», es decir, fomentando acciones poco éticas, no puede ser tan torpe como para no darse cuenta de hasta qué punto está estropeando a sus agentes de ventas, y después sería todavía más tonto si esperara de ellos la lealtad, cuando ya los ha corrompido previamente. En general, el tener en cuenta esa dinamicidad inmanente de nuestras acciones, por ser vital, nos debería ayudar a estar advertidos y vigilantes. A menudo vivimos volcados a lo exterior, que nos reclama, nos seduce o nos atrae y podemos olvidar que dentro de nosotros se está produciendo una gran actividad y movimiento interior, nuevas configuraciones, inclinaciones, hábitos, etc. Pero si no cuidamos lo de ‘dentro’, lo que se maneja ‘fuera’ se acoge mal o descuidadamente. (Tomado del libro “Hacia el descubrimiento de nuestro ser personal”, Genara Castillo. Colección Manuales y Estudios Generales, n. 3, UDEP, 2013)