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Este documento explora el método wim hof (whm), una técnica que combina ejercicios de respiración y exposición al frío para mejorar la salud física y mental. El texto describe las experiencias personales del autor con el método, incluyendo sus beneficios para la regulación del dolor, la gestión del estrés y la mejora del bienestar general. Se incluyen ejemplos de cómo el whm ha sido utilizado por diferentes personas para superar desafíos físicos y emocionales.
Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones
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«Wim Hof es un hombre de talento excepcional que manifiesta un gran control de sus funciones fisiológicas involuntarias, que ha desarrollado aprendiendo a tolerar la exposición al frío y trabajando con la respiración. Ha enseñado el Método Wim Hof a muchas personas, y él mismo lo describe detalladamente en este libro. Es una lectura recomendada para cualquiera que se interese por las posibilidades del ser humano». Doctor ANDREW WEIL, director del Andrew Weil Center for Integrative Medicine de la Universidad de Arizona, autor de La felicidad te está esperando
«El programa de Wim Hof ha pasado a ser parte esencial de mi régimen diario de mantenimiento y enraizamiento. Lo recomiendo encarecidamente». Doctor GABOR MATÉ, autor de Cuando el cuerpo dice «no»
«Wim Hof ha inspirado a millones de personas a que empleen solo sus cuerpos y su respiración, primero para calentarse, y después para curarse de una larga lista de enfermedades crónicas. ¿Desconfías? Yo también desconfiaba, hasta que conocí las investigaciones científicas verdaderas, llevadas a cabo por verdaderos científicos de todo el mundo, que demuestran que estas afirmaciones “imposibles” eran ciertas. Este libro es una guía valiosa para cualquier persona que aspire a controlar mejor su salud, el calor y el potencial desaprovechado que todos guardamos dentro». JAMES NESTOR, autor del libro de éxito Breath
«Si pudieras leer un solo libro sobre cómo sentirte bien, deberías elegir este. Me alegro mucho de que las técnicas de Wim se presenten resumidas de una manera tan fácil de entender. Yo he seguido este método religiosamente, porque funciona». JESSE ITZLER, empresario, escritor de éxito, atleta de resistencia y copropietario del equipo de baloncesto Atlanta Hawks
«Wim Hof nos presenta, con la seguridad grandilocuente del que tiene una idea fija, una serie de curiosidades científicas que merecen estudiarse más a fondo, así como unas revolucionarias herramientas para la autosanación que merecen que las pruebes por ti mismo, sobre todo si la medicina convencional no te ha servido». Doctora LISSA RANKIN, autora del éxito La mente como medicina
Descargo de responsabilidad El contenido de este libro tiene una finalidad meramente divulgativa. La información aquí expuesta no debe sustituir en ningún caso al consejo médico profesional ni ser utilizada para diagnosticar, tratar o curar enfermedades, trastornos o dolencias. Por consiguiente, la editorial no se hace responsable de los daños o pérdidas causados, o supuestamente causados, de forma directa o indirecta por el uso, la aplicación o la interpretación de la información aquí contenida.
Título: The Wim Hof Method
Diseño de cubierta: equipo Alfaomega
Traducción: Alejandro Pareja Rodríguez
© 2020, Wim Hof © 2020, Elissa Epel por el prólogo Publicado por acuerdo con Sounds True, Inc. Wim Hof Method® es una marca registrada de Innerfire B.V.
De la presente edición en castellano: © Distribuciones Alfaomega, Gaia Ediciones, 2019 Alquimia, 6 - 28933 Móstoles (Madrid) - España Tels.: 91 614 53 46 - 91 614 58 49 www.alfaomega.es - E-mail: alfaomega@alfaomega.es
Primera edición: abril de 2021
Depósito legal: M. 6.903- I.S.B.N.: 978-84-8445-883-
Impreso en España por: Artes Gráficas COFÁS, S.A. - Móstoles (Madrid)
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Lo que dejamos atrás y lo que tenemos por delante son cosas de nada en comparación con lo que tenemos dentro. Y cuando sacamos al mundo lo que tenemos dentro, entonces se producen milagros. HENRY STANLEY HASKINS
A QUEL ERA UN LUGAR UN POCO RARO para una investigadora de una facultad de Medicina más bien conservadora. Se trataba de una conferencia de wellness orientado a las empresas, en Palm Beach, en el estado de Florida. Yo ya me estaba preguntando si había hecho bien en asistir, y me recordaba a mí misma que debía tener amplitud de miras; que una nunca sabe lo que le tiene guardado el mundo, con quién se puede encontrar una, lo que se puede aprender. Y entonces se presentó el motivo por el que yo estaba allí y se dirigió a la tribuna de oradores. Llevaba puesta una camiseta, aunque la mayoría de los presentes iban de traje; lucía una barba que daba a entender que tenía «mejores cosas que hacer que perder el tiempo en la barbería». Wim Hof nos contó una parte de su historia. Nos explicó la parte de su método que se refería a la respiración. Y yo me quedé absolutamente impresionada. Lo que contó de sus experiencias era precisamente lo que yo había estado buscando: modos de aumentar el estrés hormético en nuestro cuerpo. En teoría, una exposición estresante puede tener efectos dañinos a dosis altas, pero a dosis bajas puede llegar a producir en nuestro cuerpo unos cambios que nos vuelven más sanos y más fuertes; y esto es lo que llamamos «estrés hormético». Los que investigamos el estrés dedicamos mucho tiempo a explorar su lado oscuro; cómo el estrés y la depresión crónicos nos desgastan, nos acortan los telómeros y contribuyen a las enfermedades. Pero también sabemos que el estrés puede ser bueno. El estrés agudo a corto plazo puede provocar en nuestras células unos cambios positivos poderosos. Por ejemplo, si calentamos un poco un gusano podemos alargarle la vida; aunque si lo calentamos demasiado la cosa termina mal. Se han realizado pocos estudios sobre el estrés hormético en los seres humanos y quedan muchas preguntas sin responder. ¿Existen modos de activar de manera segura los efectos positivos del estrés sobre nuestras células? ¿Disponemos
entender este método y para aplicarlo a la sanidad es la vía de la investigación, que es lenta y meticulosa y que debe seguirse necesariamente con una actitud de objetividad y de escepticismo. La investigación puede ayudarnos a desentrañar los mecanismos del método, a documentar su seguridad y su eficacia y a determinar, en ensayos clínicos controlados, cómo afecta a personas que padecen enfermedades. El método se ha ensayado, de momento, en pequeños estudios piloto, en los que se ha apreciado una mejora de la respuesta del sistema inmunitario a la
endotoxina^1 y en la artritis inflamatoria de la columna vertebral, lo que da a
entender que puede reducir la inflamación crónica y sus síntomas^2. Se está ensayando en personas con lesiones de la médula espinal a las que les resulta difícil activarse el sistema autónomo y cardiovascular por medio del ejercicio. Lo están practicando personas mayores, y algunos miembros del grupo de práctica del Método Wim Hof tienen más de noventa años. Wim sabe que la investigación rigurosa es el camino que ha de conducir a unos descubrimientos que servirán para que las personas controlen mejor su salud y su bienestar. He seguido de cerca las recientes investigaciones publicadas y revisadas por pares acerca del Método Wim Hof. He llegado a la conclusión de que debemos examinar este método más a fondo, pues tiene unas posibilidades únicas para mejorar la salud y para retrasar el envejecimiento. En el estudio que hemos realizado en el Departamento de Psiquiatría de la Universidad de California hemos pasado el último año enseñando el Método Wim Hof a personas que tenían niveles elevados de estrés vital, y examinando los efectos sobre su reactividad emocional diaria, su reactividad autónoma al estrés y sus indicadores celulares del envejecimiento. No citamos ante estas personas el nombre de Wim Hof ni el de su método para evitar que se produzca lo que llamamos «efecto gurú», es decir, una fe poderosa en el método, que no podríamos reproducir en los otros elementos que estudiamos (el ejercicio, la meditación). Esperamos que el ensayo se haya completado este año. Esto es el comienzo de un nuevo campo de estudio. Ya sabemos algunas cosas concretas acerca del método; por ejemplo, cómo puede cambiarnos temporalmente el pH de la sangre con el método de respiración. Han surgido muchas teorías sobre cómo funciona el método. Ahora creemos que intervienen ciertos mecanismos, pero puede que tengamos que modificar estas teorías más adelante a la luz de nuevas investigaciones. Tengo firmes
deseos de descubrir más cosas, por el bien de todos y para que se produzca en la sanidad un cambio necesario dirigido hacia el cuidado de uno mismo. Lo más singular de todo esto es la historia del propio Wim, que él cuenta en estas páginas. Si Wim se sintió inspirado a llevar a cabo hazañas como la de bucear más de 30 metros bajo el hielo de un lago helado, o subir a la cumbre del Kilimanjaro en solo veintiocho horas guiando a un grupo de personas, no fue porque buscara la fama. Pero lo cierto es que estas hazañas son muy elocuentes. Nos muestran que el método puede hacernos llegar más allá de los límites que creíamos tener; nos muestran que somos capaces de desatar las amplias posibilidades de nuestro cuerpo y de nuestra mente. La verdadera historia es la pasión de un hombre, su amor a la naturaleza, a todos los seres vivos, a su familia, a la humanidad; y así se explica su vocación de compartir con todos lo que ya sabe, con la esperanza de que sirva para curar las enfermedades. (Cuando Wim era niño sentía una conexión profunda con la naturaleza, hasta el punto de que dejó de comer animales cuando tenía trece años, por iniciativa propia, aunque vivía en el seno de una cultura omnívora). También es una historia de sufrimiento y de esfuerzo, de las experiencias humanizadoras y de la curiosidad insaciable de Wim que lo llevaron a explorar los límites de la mente y del cuerpo. La verdadera historia es que Wim nos ha enseñado lo que podemos hacer todos. Para aplicar el método que está detrás de todo esto se requiere una cualidad eminentemente humana: el poder de creer en nosotros mismos; el poder de una intención fuerte combinada con una atención dirigida. Relajarse en la incomodidad física y el dolor (del hielo, del agua fría, de contener la respiración) es un estado dialéctico singular, y a mí me parece que es un estado muy notable. Yo, que soy una gran aficionada a la meditación, creo que es un estado en el que resulta especialmente interesante observar la mente. Es distinto del de la simple meditación estando sentados; tiene unos efectos agudos y penetrantes que requieren toda nuestra atención y toda nuestra función interoceptiva. Parece ser que entrenar de este modo la mente y el cuerpo tiene grandes posibilidades para el desarrollo de la resistencia al estrés. Este método nos muestra claramente que lo que creemos determina cuánto podemos hacer. Como observa Wim: «Si crees que puedes hacer algo o que no puedes hacerlo, tienes razón». El equipo de investigadores de la Universidad Radboud, en los Países Bajos, dirigido por los doctores Kox y Pickkers, publicó un estudio que mostraba que las expectativas optimistas
¿T E GUSTARÍA TENER MÁS ENERGÍA, menos estrés y un sistema inmunitario más fuerte? ¿Te gustaría dormir mejor, mejorar tu rendimiento cognitivo y deportivo, subirte el ánimo, perder peso y aliviarte la ansiedad? ¿Y si yo te dijera que puedes conseguir todas estas cosas y muchas más a base de liberar el poder de tu propia mente? ¿Y que lo puedes conseguir en pocos días? A medida que la humanidad ha ido evolucionando y ha ido creando una tecnología que nos ha dado cada vez más comodidades, hemos perdido nuestra habilidad innata, no solo de sobrevivir en entornos extremos, sino de prosperar en ellos. A falta del estrés ambiental, las cosas que hemos construido para facilitarnos la vida han servido para debilitarnos. Pero ¿y si fuésemos capaces de volver a despertar los procesos fisiológicos que hacían tan fuertes a nuestros antepasados, y que ahora están inactivos? Mi método, que he estado desarrollando y afinando durante casi cuarenta años, se levanta sobre tres pilares sencillos y naturales: la exposición al frío, la respiración consciente y el poder de la mente. Aplicando este método he conseguido hacer cosas que muchos consideraban imposibles; he batido más de dos docenas de récords mundiales Guinness y he dejado desconcertados a los profesionales de la medicina. Entre otras cosas, corrí una media maratón dentro del Círculo Polar Ártico, descalzo y vestido con solo unos pantalones cortos; y he corrido una maratón completa por el desierto de Namib, en África, sin beber agua. También he nadado más de sesenta metros por debajo de una gruesa capa de hielo, y he pasado horas enteras envuelto en hielo sin que me bajara la temperatura corporal central. He llegado a la cumbre de varias montañas de las más altas del mundo vestido solo con unos pantalones cortos. Es cierto. Con estas cosas me he ganado el sobrenombre de Iceman , el Hombre de Hielo; pero no soy ningún superhéroe. No soy ningún capricho de la genética. No soy un gurú, y estas técnicas tampoco las he inventado yo. Hace miles de años que se practican la exposición al frío y la respiración
consciente. Si cito mis logros no es para presumir, sino para recordar a todos que somos capaces de mucho más. Quiero despertar tu admiración por tu propio cuerpo, por tu mente y por tu hermosa humanidad. Te invito a que presencies el florecimiento de tu propio ser, a que dejes atrás tus condicionamientos. Este método es accesible para todos. Todo lo que puedo hacer yo lo puedes hacer tú también. Lo sé porque llevo quince años convirtiendo a los escépticos en creyentes. He enseñado este método por todo el mundo y he visto en persona sus resultados notables. Ha habido personas que siguieron mi método y que pudieron revertir la diabetes, aliviarse los síntomas incapacitantes del párkinson, de la artritis reumatoide y de la esclerosis múltiple, y hacer frente a otras muchas enfermedades
autoinmunes, desde el lupus hasta la enfermedad de Lyme^1. Tienes al alcance de tu mano el secreto para vivir una vida de salud y de felicidad. Puedes practicar el Método Wim Hof por tu cuenta sin peligro, a tu propio ritmo y tranquilamente en tu casa. No te hacen falta pastillas, ni inyecciones, ni vitaminas, ni suplementos, ni aparatos, ni dietas especiales de ningún tipo. Lo único que te hace falta es tú mismo, y el deseo de liberar el potencial oculto de tu cuerpo. Este libro será tu guía. ¿Estás dispuesto? En las páginas siguientes te contaré la historia de mi viaje, desde el pueblecito de los Países Bajos donde nací hasta la notoriedad mundial que tengo ahora. Explicaré los detalles de mi método, la filosofía en que se basa y los principios científicos que lo respaldan. Y presentaré ejemplos de practicantes del método que lo han aplicado para transformar sus vidas de manera radical. Lo hago con la esperanza de inspirarte para que vuelvas a asumir el control de tu cuerpo y de tu vida a base de liberar el poder inmenso de tu mente. Todo ello está a tu alcance, y no tienes tiempo que perder. Vamos allá.
miedo le activó la fuerza de su fe inquebrantable. Mi madre era muy fuerte, piadosa e inteligente, católica devota. Antes de tener el primer hijo a los veintiocho años había trabajado en una oficina y era una mujer muy independiente. Pero en aquellos tiempos las mujeres que tenían hijos ya no podían seguir trabajando. Tenían que quedarse en casa, y el marido era el que trabajaba. Cuando nacimos nosotros dos, ya tenía otros tres hijos en casa, y después tuvo otros cuatro. Recibía a cada uno como si fuera un regalo de Dios. Se dedicó a tener hijos como cumpliendo su deber de católica, y aplicó a la crianza de sus hijos su carácter práctico, realista y obstinado. No había cursado muchos estudios oficiales. Su padre y su madre habían sido granjeros, y sus hermanos y ella habían tenido que arreglárselas sin su madre, que contrajo esquizofrenia y fue internada. El padre había criado a todos los chicos él solo, cosa que en aquellos tiempos era bastante poco común. Ahora, mi madre, con su fe poderosa en Dios, intentaba hacerme venir al mundo invocando su fe. Y yo nací en el frío de aquel pasillo, por la intervención de una fuerza que era desconocida para ella y para todos en aquellas circunstancias. Es posible que hayan nacido y que sigan naciendo muchos niños de esta manera, en condiciones muy extremas, todavía más extremas quizá. Pero ¿qué es el karma? ¿Qué es el destino? No lo sé. Y en aquellos momentos yo no era más que un poquito de nada. Estaba morado, porque casi me había asfixiado. Estaba frío. Pero mi madre me había invocado con mucha fuerza, como si me impusiera un tatuaje en el alma, sin tener ningún punto de referencia de lo que estaba pasando. Yo no era más que un trozo de nada. Estaba desvalido. Pero, entonces, empecé a respirar. Así fue como comencé a vivir. Había sobrevivido a duras penas. Y, claro está, la verdad es que yo no recuerdo lo sucedido; pero mi madre lo contaba muchas veces. Puede que se debiera a aquel comienzo mío poco común, pero el caso es que yo siempre he anhelado otras cosas, algo más, algo más profundo, místico... algo extraño. Recuerdo que cuando tenía cuatro años viví un momento de revelación que me dejó inmóvil. No veía más que luz. ¡Luz! ¿Qué es esto? Me abrumó. Yo no pensaba; me limitaba a estar en la luz. Pero ¿qué era aquello? Yo no lo sabía entonces, y sigo sin saberlo. Pero tengo ese recuerdo imborrable. Andre y yo compartimos una habitación minúscula y dormimos en la misma cama durante dieciséis años. Teníamos en común el amor a lo que se salía de lo ordinario, y nos gastábamos lo que podíamos ahorrar en
comprarnos plantas exóticas. Pero a pesar de nuestras semejanzas, yo siempre me sentí distinto. Me apasionaban las estampas que teníamos en las paredes, que representaban templos del Tíbet. A los doce años ya me había interesado por el yoga, el hinduismo, el budismo... por las que podríamos llamar disciplinas esotéricas, además de por la psicología. Pero yo no era el mejor estudiante de la familia. Mi madre era cariñosa y atenta, pero también era muy estricta y se empeñaba en que tuviésemos agudeza cognitiva. No teníamos dinero, pues mi padre no podía trabajar de manera regular por problemas de salud. La moneda de cambio emocional de la época era la inteligencia. Mis hermanos mayores se aplicaban para ser los mejores de la escuela; pero yo no tenía esa posibilidad. A Andre y a mí nos llamaban los Pipis; éramos inseparables, y a veces teníamos la impresión de que éramos uno solo. Pero yo siempre me sentí oveja negra en cierto modo, un poco más raro, excitable, distinto sin más. Recuerdo que cuando tenía siete años estaba jugando con mis amigos en un prado nevado, construyendo una especie de iglú. Ya sabes, como nos imaginamos que debe de ser un iglú cuando tenemos siete años. Al cabo de un rato todos mis amigos se volvieron a sus casas, pero yo me quedé. Y me invadió una sensación agradable que me hizo sentarme en la nieve sin más. Se hizo tarde, y mis padres y mis hermanos se pusieron a buscarme porque yo no había regresado a casa. No era raro que yo jugara al aire libre en el bosque, cerca de nuestra casa de Sittard, construyendo cabañas, jugando a Tarzán y todas esas cosas que hacen los chicos; pero entonces estaba en la
nieve^1. La nieve me encantaba, como me encanta ahora. Pero llevaba fuera tanto tiempo que se preocuparon. Cuando me encontraron, yo ya llevaba bastante tiempo dormido, y cuando me despertaron me resistí. Supe después que había empezado a tener lo que llaman «la muerte blanca», proceso en el que comienzas por quedarte dormido, tienes hipotermia, caes en coma, y se acabó. Lo que quiero decir es que es verdaderamente irreversible si no te
aplican una fuente de calor externa^2. De modo que me recogieron de la nieve y me llevaron a casa, y la vuelta fue francamente terrible, porque estaba hipotérmico. Pero me recuperé. Cuando tenía once años me volvió a suceder lo mismo. A la vuelta de la escuela, camino de mi casa, decidí que quería sentarme. Hacía frío; estaba helando, y yo me senté en el porche de un vecino y me quedé dormido. No sé qué pasó exactamente, pero parece ser que alguien llamó por teléfono y dijo que había visto a un chico dormido al aire libre, bajo la helada, y
gustaba jugar a Tarzán, y me encantaba estar al aire libre en el bosque. Jugábamos a hacer cabañas en los árboles y a colgarnos y a pasar de árbol en árbol con «lianas» que hacíamos con neumáticos de bicicleta viejos. Los atábamos unos con otros, los colgábamos de las ramas y nos columpiábamos de un árbol a otro soltando el grito de Tarzán tan fuerte como podíamos, porque nosotros éramos los monos. Jugábamos a ser los monos, y nos encantaba. Éramos Tarzán. Como a mi hermano gemelo y a mí nos encantaba estar al aire libre, cuando teníamos tiempo nos aventurábamos por el bosque, entre la naturaleza. Pasábamos el día entero fuera, construyendo cabañas, subiéndonos a los árboles, haciendo excavaciones y asando patatas en una pequeña hoguera que hacíamos. Sigo creyendo que aquellas patatas eran lo mejor que he comido en mi vida. Con un poquito de sal estaban deliciosas, exquisitas. Representaban nuestra libertad, y tenían un sabor que no se podría igualar en ningún restaurante, porque nosotros las comíamos conectados con la naturaleza. Al estar al aire libre se nos agudizaban todos los sentidos. Creo que muchos niños actuales se pierden todo eso. Están tan metidos en sus ordenadores, en sus videojuegos y en sus realidades virtuales que pierden de vista la realidad verdadera, la naturaleza, que les estimula los sentidos, se los desarrolla y se los agudiza. Me parece que esta falta de conexión con la naturaleza contribuye, por desgracia, a la depresión y a otros problemas. Si bien es cierto que cuando tenía doce años ya me estaba interesando por la psicología, el hinduismo, el budismo y el yoga, también es verdad que fui monaguillo, como lo fueron muchos compañeros de mi edad. Naturalmente, esto fue por mi madre, que era católica devota. Como era muy piadosa, obligaba a sus hijos a que fuésemos con ella a misa todos los domingos. Pero por mucho que yo lo intenté, por respeto a mi querida madre, no pude llegar a sentir una conexión con la Iglesia; antes bien, todo aquello me resultaba bastante aburrido. Aquel aburrimiento me provocaba aversión a asistir a los servicios religiosos en la iglesia; pero mi madre se empeñaba en que teníamos la obligación moral de ir. Y no había quien se escapara de una madre como aquella. Mi madre no lo consentiría. Nos tenía a todos en un puño, y mis hermanos y yo nos veíamos obligados a aguantar incontables domingos en una iglesia en la que, desde mi punto de vista juvenil, no pasaba gran cosa. Yo era un chico hecho para los sábados. Los sábados podía ir al bosque, ensuciarme, proferir a todo pulmón mi grito de Tarzán.
Los sábados podía correr por el bosque, construir algo con nada, inventarme mil juegos. Me podía perder en la libertad del juego. Para un niño con imaginación creadora, un bosque es como un país maravilloso. No se parece en nada a la iglesia. A los trece años opté por hacerme vegetariano, cosa que se consideraba muy radical para un niño (o para cualquiera) en la cultura en que yo vivía, en la que todos comían carne y se consideraba que era lo más normal del mundo. Pero yo había conocido hacía poco a un caballero de edad avanzada que, a su manera, protestaba contra aquella cultura. Faltaba poco para la Navidad, y él decía: «Si Dios tiene conciencia, y si esta es la época de la paz en la Tierra, ¿cómo es posible que sea también la época de la mayor matanza?». ¿Cómo era posible aquello? Y yo me puse a pensar en los animales que consumíamos y en cómo los trataba la industria cárnica, y me di cuenta de lo cruel que era. Llegaban camiones llenos de animales vivos para que los mataran. Aquello no tenía nada de natural; no era una manifestación de una sociedad humana de cazadores y recolectores. No era más que matanza y crueldad. ¿Para qué? Cuanto más lo pensaba, más me decidía a ir reduciendo la cantidad de carne que consumía al día. Tomé la resolución de aplicarme a ello y de llevarlo hasta el final, y al cabo de dos meses ya no comía carne. Tal como era la cultura en aquellos tiempos, quedé marcado al instante como diferente; aunque mi familia lo aceptó como una más de mis rarezas. De pronto, fui un patito feo. Me parecía que todos me miraban, me señalaban con el dedo y me decían: «Eres diferente, eres diferente». Y lo era. Yo alimentaba mi independencia construyéndome mi pequeño mundo particular. Empezaba a distanciarme de la cultura normal haciéndome vegetariano, explorando disciplinas esotéricas y llevando el pelo largo, como un jipi. Como muchas otras personas, tuve que soportar que los demás intentaran reprimir mi naturaleza. Cuando hube reconocido que yo era diferente y lo acepté, empecé a distanciarme más todavía, más concretamente en lo que se refería a mi consciencia y a mi manera de percibir el mundo. Yo era un chico sensible. Aprendí a desarrollarme a mi manera.
Nunca fui muy buen estudiante. En historia, lengua, matemáticas, ciencias y todas esas cosas solo sacaba notas medianas. No es que fueran