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> .. di a TERRY EAGLET Una introducción a la teoría literaria e = LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS TERRY EAGLETON UNA INTRODUCCIÓN A LA TEORÍA LITERARIA Se FONDO DE CULTURA ECONÓMICA PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN Este libro constituye un intento por hacer que la teoría literaria moderna sea inteligible y atractiva al mayor número posible de lectores. Me es grato poder decir que desde su aparición, en 1983, lo han estudiado juristas y críticos literarios, antropólogos y teóricos de la cultura, En un sentido, tal vez esto no deba sorprendernos. Como trata de demostrarlo el propio libro, en realidad no existe teoría literaria en el sentido de todo un cuerpo de teoría que brote exclusivamente de la literatura y sea aplicable a ella. Ninguno de los enfoques esbozados en esta obra, desde la fenomenología y la semiótica hasta el estructuralismo y el psicoanálisis, se interesa sencillamente en la escritura “literaria”. Por lo contrario, todos ellos surgieron de otras áreas de las humanidades, y sus repercusiones se sienten más allá de la propia literatura. Imagino que ésta ha sido una de las razones de la buena aceptación del libro, la cual ha hecho posible una nueva edición. Pero también me ha llamado la atención el número de lectores no académicos a los que ha atraído. A diferencia de muchas otras obras de este tenor, ha logrado salir de las academias, y esto tiene especial interés a la luz del supuesto elitismo de la teoría literaria. Si es un lenguaje difícil y hasta esotérico, entonces parece ser uno que interesa a personas que nunca han visto el interior de una universidad y, siendo así, entonces algunas de esas universidades que lo han rechazado por su esoterismo deben reflexionar un poco. De cualquier manera, resulta alentador que en una época posmoderna en que se espera que el significado, como todo lo demás, sea de consumo instantáneo, haya quienes consideran que vale la pena el esfuerzo de adquirir nuevos modos de hablar de la literatura. En realidad, ciertas teorías literarias sí han sido excesivamente exclusivistas y oscuras, y este libro es un intento por reparar el daño que han hecho y por dar mayor accesibilidad a la teoría literaria. Pero también hay otro sentido en que esta teoría es precisamente lo opuesto de elitista. Lo auténticamente elitista de los estudios literarios es la idea de que las obras literarias sólo pueden ser apreciadas por quienes poseen una especie de cultura innata. Hay quienes llevan los “valores literarios” en la sangre y quienes languidecen en las tinieblas exteriores. Una razón importante del crecimiento de la teoría literaria desde el decenio de 1960 fue el gradual desplome de esta suposición bajo el peso de nuevos tipos de estudiantes que ingresaban en la educación superior procedentes de medios supuestamente “incultos”. La teoría fue un medio de emancipar las obras literarias de los grilletes de la “sensibilidad literaria” y abrirlas al tipo de análisis en que, al menos en principio, cualquiera podía participar, Quienes se quejan de la dificultad de semejante teoría a menudo no esperan comprender de manera directa un libro de texto sobre biología o ingeniería química, lo cual resulta bastante irónico. Entonces ¿por qué debieran ser distintos los estudios literarios? Tal vez porque esperamos que la literatura sea un tipo “ordinario” de lenguaje, instantáneamente accesible a todos; pero ésta es en sí misma una “teoría” muy particular de la literatura. Debidamente interpretada, la teoría literaria se forma por un impulso democrático, no elitista y, hasta ese punto, cuando cae en lo ampulosamente ilegible está siendo infiel a sus propias raíces históricas. T.E. es un hecho que la teoría literaria no es más difícil que muchas investigaciones teóricas, y bastante más sencilla que algunas de ellas, Espero que este libro aclare que el tema está al alcance aun de aquellos que lo consideran por encima de sus posibilidades. Hay también estudiosos y críticos que protestan porque la teoría literaria “se interpone entre el lector y el libro”. A esto se responde sencillamente que sin algún tipo de teoría —así sea irreflexivo e implícito— no sabríamos, en primer lugar, qué es una obra literaria ni cómo hemos de leerla. La hostilidad a lo teórico, por lo general, equivale a una oposición hacia las teorías de los demás y al olvido de las propias, Uno de los fines de este libro consiste en suprimir esa represión para que podamos recordar. T.E. INTRODUCCIÓN: ¿QUÉ ES LA LITERATURA? En caso de que exista algo que pueda denominarse teoría literaria, resulta obvio que hay una cosa que se denomina literatura sobre la cual teoriza. Consiguientemente podemos principiar planteando la cuestión: ¿qué es literatura? Varias veces se ha intentado definir la literatura. Podría definírsela, por ejemplo, como obra de “imaginación”, en el sentido de ficción, de escribir sobre algo que no es literalmente real. Pero bastaría un instante de reflexión sobre lo que comúnmente se incluye bajo el rubro de literatura para entrever que no va por ahí la cosa. La literatura inglesa del siglo xvi incluye a Shakespeare, Webster, Marvell y Milton, pero también abarca los ensayos de Francis Bacon, los sermones de John Donne, la autobiografía espiritual de Bunyan y aquello —llámese como se llame— que escribió sir Thomas Browne. Más aún, incluso podría llegar a decirse que comprende el Leviatán de Hobbes y la Historia de la rebelión de Edward Hyde, el conde de Clarendon. A la literatura francesa del siglo XVII pertenecen, junto con Cornellle y Racine, las máximas de La Rochefoucauld, las oraciones fúnebres de Bossuet, el tratado de Boileau sobre la poesía, las cartas que Madame de Sévigné dirigió a su hija, y también los escritos filosóficos de Descartes y de Pascal. En la literatura inglesa del siglo xix por lo general quedan comprendidos Lamb (pero no Bentham), Macaulay (pero no Marx), Mili (pero no Darwin ni Herbert Spencer), El distinguir entre “hecho” y “ficción”, por lo tanto, no parece encerrar muchas posibilidades en esta materia, entre otras razones (y no es ésta la de menor importancia), porque se trata de un distingo a menudo un tanto dudoso. Se ha argilido, pongamos por caso, que la oposición entre lo “histórico” y lo “artístico” por ningún concepto se aplica a las terminología técnica de los lingilistas, porque no existe proporción entre el significante y el significado. El lenguaje empleado atrae sobre sí la atención, hace gala de su ser material, lo cual no sucede en frases como “¿no sabe usted que hay huelga de choferes?”. De hecho, ésta es la definición de lo “literario” que propusieron los formalistas rusos, entre cuyas filas figuraban Viktor Shklovski, Roman Jakobson, Ósip Brik, Yuri Tiniánov, Boris Eichenbaum y Boris Tomashevski. Los formalistas surgieron en Rusia en los años anteriores a la revolución bolchevique de 1917, y cosecharon laureles durante la década de 1920, hasta que Stalin les impuso silencio, Fue un grupo militante y polémico de críticos que rechazaron las cuasi místicas doctrinas simbolistas que anteriormente habían influido en la crítica literaria y que, con espíritu científico práctico, enfocaron la atención a la realidad material del texto literario. Según ellos la crítica debía separar arte y misterio y ocuparse de la forma en que los textos literarios realmente funcionan. La literatura no era una seudorreligión, psicología o sociología, sino una organización especial del lenguaje que tenía leyes propias, específicas, estructuras y recursos, los cuales debían estudiarse en sí mismos en vez de ser reducidos a algo diferente, La obra literaria no era ni vehículo ideológico ni reflejo de la realidad social ni encarnación de alguna verdad trascendental; era un hecho material cuyo funcionamiento puede analizarse como se examina el de una máquina. La obra literaria estaba hecha de palabras, no de objetos o de sentimientos, y era un error considerarla como expresión del criterio de un autor. Ósip Brik dijo alguna vez — con cierta afectación y a la ligera— que Eugenio Onieguin, el poema de Pushkin, se habría escrito aunque Pushkin no hubiera existido. El formalismo era esencialmente la aplicación de la lingúística al estudio de la literatura; y como la lingilística en cuestión era de tipo formal, enfocada más bien a las estructuras del lenguaje que a lo que en realidad se dijera, los formalistas hicieron a un lado el análisis del “contenido” literario (en el que se puede sucumbir a lo psicológico o a lo sociológico), y se concentraron en el estudio de la forma literaria. Lejos de considerar la forma como expresión del contenido, dieron la vuelta a estas relaciones y afirmaron que el contenido era meramente la “motivación” de la forma, una ocasión u oportunidad conveniente para un tipo particular de ejercicio formal. El Quijote no es un libro “acerca” de un personaje de ese nombre; el personaje no pasa de ser un recurso para mantener unidas diferentes clases de técnicas narrativas. Rebelión en la granja (de Orwell) no era, según los formalistas, una alegoría del estalinismo; por el contrario, el estalinismo simple y llanamente proporcionó una oportunidad útil para tejer una alegoría. Esta desorientada insistencia ganó para los formalistas el nombre despreciativo que les adjudicaron sus antagonistas. Aun cuando no negaron que el arte se relacionaba con la realidad social —a decir verdad, algunos formalistas estuvieron muy unidos a los bolcheviques— sontenían desafiantes que esta relación para nada concernía al erítico. Los formalistas principiaron por considerar la obra literaria como un conjunto más o menos arbitrario de “recursos”, a los que sólo más tarde estimaron como elementos relacionados entre sí o como “funciones” dentro de un sistema textual total. Entre los “recursos” quedaban incluidos sonido, imágenes, ritmo, sintaxis, metro, rima, técnicas narrativas, en resumen, el arsenal entero de elementos literarios formales. Éstos compartían su efecto “enajenante” o “desfamiliarizante”. Lo específico del lenguaje literario, lo que lo distinguía de otras formas de discurso era que “deformaba” el lenguaje ordinario en diversas formas. Sometido a la presión de los recursos literarios, el lenguaje literario se intensificaba, condensaba, retorcía, comprimía, extendía, invertía. El lenguaje “se volvía extraño” y, por esto mismo, también el mundo cotidiano se convertía súbitamente en algo extraño con lo que no está uno familiarizado. En el lenguaje rutinario de todos los días, nuestras percepciones de la realidad y nuestras respuestas a ella se enrancian, se embotan o, como dirían los formalistas, se automatizan. La literatura, al obligarnos en forma impresionante a darnos cuenta del lenguaje, refresca esas respuestas habituales y hace más “perceptibles” los objetos. Al tener que luchar más emplean para escribir cartas de amor usualmente difiere de la forma en que hablan con el párroco de la localidad. No pasa de ser una ilusión creer que existe un solo lenguaje “normal”, idea que comparten todos los miembros de la sociedad. Cualquier lenguaje real y verdadero consiste en gamas muy complejas del discurso, las cuales se diferencian según la clase social, la región, el sexo, la categoría y así sucesivamente, factores que por ningún concepto pueden uníficarse cómodamente en una sola comunidad lingitística homogénea. Las normas de una persona quizá sean irregulares para alguna otra. Gínne como sinónimo de alleyway (callejón) quizá resulte poético en Brighton pero no pasa de ser lenguaje ordinario en Barnsley. Aun los textos más “prosaicos” del siglo Xv pueden parecernos “poéticos” por razón de su arcaísmo, Si nos cayera en las manos algún escrito breve, aislado de su contexto y procedente de una civilización desaparecida hace mucho, no podríamos decir a primera vista sí se trataba o no de un escrito “poético” por desconocer el modo de hablar “ordinario” de esa civilización; y aun cuando investigaciones ulteriores pusieran de manifiesto características que se “desvían” de lo ordinario no quedaría probado que se trataba de un escrito poético, pues no todas las desviaciones lingiísticas son poéticas. Consideremos el caso del argot, del slang. A simple vista no podríamos decir si un escrito en el cual se emplean sus términos pertenece o no a la literatura “realista” sin estar mucho mejor informados sobre la forma en que tal escrito encajaba en la sociedad en cuestión. Y no es que los formalistas rusos no se dieran cuenta de todo esto. Reconocían que tanto las normas como las desviaciones cambiaban al cambiar el contexto histórico o social y que, en este sentido, lo “poético” depende del punto en el que uno se encuentra en un momento dado. El hecho de que el lenguaje empleado en una obra parezca “alienante” o “enajenante” no garantiza que en todo tiempo y lugar haya poseído esas características. Resulta enajenante sólo frente a cierto fondo lingilístico normativo, pero sí éste se modifica quizás el lenguaje ya no se considere literario. Sí toda la clientela de un bar usara en sus conversaciones ordinarias frases como: “Sois la virgen impoluta del silencio”, este tipo de lenguaje dejaría de ser poético. Dicho de otra manera, para los formalistas “lo literario” era una función de las relaciones diferenciales entre dos formas de expresión y no una propiedad inmutable. No se habían propuesto definir la “literatura” sino lo “literario”, los usos especiales del lenguaje que pueden encontrarse en textos “literarios” pero también en otros diferentes. Quien piense que la “literatura” puede definirse con base en ese empleo especial del lenguaje tendrá que considerar el hecho de que aparecen más metáforas en Mánchester que en Marvell. No hay recurso “literario” — metonimia, sinécdoque, lítote, inversión retórica, etc.— que no se emplee continuamente en el lenguaje diario. Sin embargo, los formalistas suponían que la “rarefacción” era la esencia de lo literario. Por decirlo así, “relativizaban” este empleo del lenguaje, lo veían como contraste entre dos formas de expresarse. Ahora bien, supongamos que yo oyera decir en un bar al parroquiano de la mesa de al lado: “Esto no es escribir; esto es hacer garabatos”. La expresión ¿es “literaria” o “no literaria”? Pues es literaria ya que proviene de Hambre, la novela de Knut Hamsun. Pero ¿cómo sé yo que tiene un carácter literario? Al fin y al cabo no llama la atención por su calidad verbal. Podría decir que reconozco su carácter literario porque estoy enterado de que proviene de esa novela de Knut Hamsun. Forma parte de un texto que yo leí como “novelístico”, que se presenta como “novela”, que puede figurar en el programa de lecturas de un curso universitario de literatura, y así sucesivamente. El contexto me hace ver su carácter literario; pero el lenguaje en sí mismo carece de calidad o propiedades que permitan distinguirlo de cualquier otro tipo de discurso, y quien lo empleara en el bar no sería admirado por su destreza literaria. El considerar la literatura como lo hacen los formalistas equivale realmente a pensar que toda literatura es poesía. Un hecho significativo: cuando los formalistas fijaron su atención en la prosa, a menudo simplemente le aplicaron el mismo tipo de técnica que usaron con la poesía. Por lo general se juzga que la literatura abarca muchas cosas además de la poesía; que incluye, por ejemplo, escritos realistas o naturalistas carentes la gente hace con lo escrito como a lo que lo escrito hace con la gente. Aun cuando alguien leyera el aviso en la forma indicada, subsistiría la posibilidad de leerlo como poesía, que es sólo una parte de lo que usualmente abarca la literatura. Por lo tanto, consideraremos otra forma de “malinterpretar” un letrero que puede conducirnos todavía un poco más lejos. Imagine a un ebrio noctámbulo, derrumbado sobre el pasamanos de la escalera mecánica, que lee y relee el letrero con laboriosa atención durante varios minutos y musita: “¡Qué gran verdad!” ¿En qué tipo de error se ha incurrido en ese momento? En realidad, el ebrio aquel considera el letrero como una expresión de significado general e incluso de trascendencia cósmica. Al aplicar a esas palabras ciertos ajustes o convencionalismos relacionados con la lectura, el ebrio de marras las arranca de su contexto inmediato, hace generalizaciones basándose en ellas, y les atribuye un significado más amplio y profundo que la finalidad pragmática a que estaban destinadas, Ciertamente, todo esto parecería ser una operación relacionada con lo que la gente llama literatura. Cuando el poeta nos dice que su amor es cual rosa encarnada, sabemos, precisamente porque recurrió a la métrica para expresarse, que no hemos de preguntarnos si realmente estuvo enamorado de alguien que, por extrañas razones, le pareció que tenía semejanza con una rosa. El poeta simplemente ha expresado algo referente a las mujeres y al amor en términos generales. Por consiguiente, podríamos decir que la literatura es un discurso “no pragmático”. Al contrario de los manuales de biología o los recados que se dejan para el lechero, la literatura carece de un fin práctico inmediato, y debe referirse a una situación de carácter general. Algunas veces —no siempre— puede emplear un lenguaje singular como si se propusiera dejar fuera de duda ese hecho, como si deseara señalar que lo que entra en juego es una forma de hablar sobre una mujer en vez de una mujer en particular, tomada de la vida real. Este enfoque dirigido a la manera de hablar y no a la realidad de aquello sobre lo cual se habla, a veces se interpreta como si con ello se quisiera indicar que entendemos por literatura cierto tipo de lenguaje autorreferente, un lenguaje que habla de sí mismo. Con todo, también esta forma de definir la literatura encierra problemas. Por principio de cuentas, probablemente George Orwell se habría sorprendido al enterarse de que sus ensayos se leerían como si los temas que discute fueran menos importantes que la forma en que los discute. En buena parte de lo que se clasifica como literatura el valor-verdad y la pertinencia práctica de lo que se dice se considera importante para el efecto total. Pero aun si el tratamiento “no pragmático” del discurso es parte de lo que quiere decirse con el término literatura, se deduce de esta “definición” que, de hecho, no se puede definir la literatura “objetivamente”. Se deja la definición de literatura a la forma en que alguien decide leer, no a la naturaleza de lo escrito. Hay ciertos tipos de textos —poemas, obras dramáticas, novelas— que obviamente no se concibieron con “fines pragmáticos”, pero ello no garantiza que en realidad se leerán adoptando ese punto de vista. Yo podría leer lo que Gibbon relata sobre el Imperio romano no porque mi despiste llegue al grado de pensar que allí encontraré información digna de crédito sobre la Roma de la antigiiedad, sino porque me agrada la prosa de Gibbon o porque me deleitan las representaciones de la corrupción humana sea cual fuere su fuente histórica. También puedo leer el poema de Robert Burns —suponiendo que yo fuese un horticultor japonés— porque no había yo aclarado si en la Inglaterra del siglo XvIn florecían o no las rosas rojas. Se dirá que esto no es leer el poema “como literatura”; pero ¿podría decirse que leo los ensayos de Orwell como literatura siempre y cuando generalice yo lo que él dice sobre la Guerra Civil española y lo eleve a la categoría de declaraciones de valor cósmico sobre la vida humana? Es verdad que muchas de las obras que se estudian como literatura en las instituciones académicas fueron “construidas” para ser leídas como literatura, pero también es verdad que muchas no fueron “construidas” así. Un escrito puede comenzar a vivir como historia o filosofía y, posteriormente, ser clasificado como literatura; o bien puede empezar como literatura y acabar siendo apreciado por su formal. Aunque dijéramos que no es un tratamiento pragmático del lenguaje, no por eso habríamos llegado a una esencia de la literatura porque existen otras aplicaciones del lenguaje, como los chistes, pongamos por caso. De cualquier manera, dista mucho de quedar claro que se pueda distinguir con precisión entre las formas “prácticas” y las “no prácticas” de relacionarse con el lenguaje. Evidentemente no es lo mismo leer una novela por gusto que leer un letrero en la carretera para obtener información. Pero ¿qué decir cuando se lee un manual de biología para enriquecer la mente? ¿Constituye esto una forma pragmática de tratar el lenguaje? En muchas sociedades la “literatura” ha cumplido funciones de gran valor práctico, como las de carácter religioso. Distinguir tajantemente entre lo “práctico” y lo “no práctico” sólo resulta posible en una sociedad como la nuestra, en la que la literatura en buena parte ha dejado de tener una función práctica. Quizá se esté presentando como definición general una acepción de lo “literario” que en realidad es históricamente específica. Por lo tanto, aún no hemos descubierto el secreto de por qué Lamb, Macaulay y Mill son literatura, mientras que, en términos generales, no lo son ni Bentham ni Marx ni Darwin. Quizá la respuesta sin complicaciones sea que los tres primeros son ejemplos de lo “bien escrito” pero no los otros tres. Esta respuesta encierra la desventaja de que en gran parte es errónea (al menos a juicio mío), pero presenta la ventaja de sugerir, de un modo general, que la gente denomina “literatura” a los escritos que le parecen “buenos”. Evidentemente a esto último se puede objetar que si fuera cierto por completo no habría nada que pudiera llamarse “mala literatura”, Me parece que quizás se exagera el valor de Lamb y Macaulay, pero esto no significa necesariamente que deje de considerarlos como literatura. A usted le puede parecer que Raymond Chandler es “bueno dentro de su género”, aunque no sea literatura, Por otra parte, si Macaulay realmente fuera un mal escritor, si desconociera por completo la gramática y sólo pareciera interesarse en los ratones blancos, entonces es probable que la gente no daría a su obra el nombre de literatura, ni siquiera el de mala literatura. Parecería, pues, que los juicios de valor tienen, en efecto, mucho que ver con lo que se juzga como literatura y con lo que se juzga que no lo es; si bien no necesariamente en el sentido de que un escrito, para ser literario, tenga que caber dentro de la categoría de lo “bien escrito”, sino que tiene que pertenecer a lo que se considera “bien escrito”, aun cuando se trate de un ejemplo inferior de una forma generalmente apreciada. Nadie se tomaría la molestia de decir que un billete de autobús constituye un ejemplo de literatura inferior, pero sí podría decirlo acerca de la poesía de Ernest Dowson. Los términos bien escrito o bellas letras son ambiguos en este sentido: denotan una clase de composiciones generalmente muy apreciadas pero que no comprometen a opinar que es “bueno” tal o cual ejemplo en particular, Con estas reservas, resulta iluminadora la sugerencia de que “literatura” es una forma de escribir altamente estimada, pero encierra una consecuencia un tanto devastadora: significa que podemos abandonar de una vez por todas la ilusión de que la categoría “literatura” es “objetiva”, en el sentido de ser algo inmutable, dado para toda la eternidad. Cualquier cosa puede ser literatura, y cualquier cosa que inalterable e incuestionablemente se considera literatura — Shakespeare, pongamos por caso— puede dejar de ser literatura. Puede abandonarse por quimérica cualquier opinión acerca de que el estudio de la literatura es el estudio de una entidad estable y bien definida, como ocurre con la entomología. Algunos tipos de novela son literatura, pero otros no lo son. Cierta literatura es novelística pero otra no, Una clase de literatura toma muy en cuenta la expresión verbal, pero hay otra que no es literatura sino retórica rimbombante, No existe literatura tomada como un conjunto de obras de valor asegurado e inalterable, caracterizado por ciertas propiedades, intrínsecas y compartidas. Cuando en el resto del libro use las palabras literario y literatura llevarán una especie de invisible tachadura para indicar que en realidad no son las apropiadas pero que de momento no cuento con nada mejor. Los juicios de valor son notoriamente variables: por eso se deduce de la definición de literatura como forma de escribir