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DOÑA MHARTA Y LA PLANTA DE MANGO, Apuntes de Programación C

ES UN CUENTO DE LA COMUNIDAD DE CHULUCANAS

Tipo: Apuntes

2024/2025

Subido el 27/06/2025

leydi-solano
leydi-solano 🇵🇪

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DOÑA MARTHA Y LA PLANTA DE MANGO
Había una vez una señora muy bondadosa llamada Martha. Ella vivía en un pequeño caserío cerca
del río, rodeado de árboles, plantas y aves. Su vida era sencilla pero feliz. Cada día se levantaba
muy temprano, preparaba su desayuno con cariño y se alistaba para ir a trabajar en su chacra,
donde cultivaba mangos, plátanos, camotes y otras frutas y verduras.
Siempre la acompañaba su fiel perrita Escay, una perrita juguetona, de orejas paradas y mirada
brillante, que nunca se apartaba de su lado. Escay conocía todos los caminos, cada planta, y sabía
dónde estaba cada fruto maduro. Juntas recorrían los senderos con alegría, escuchando los cantos
de los gallos y el murmullo del río.
Cada vez que llegaba a su chacra, doña Martha se detenía frente a la planta de mango más antigua.
Se quitaba el sombrero, juntaba las manos y decía una pequeña oración:
—“Gracias, Señor, por otro día más. Que este día sea de provecho y bendición. Cuida mis manos,
mis plantas, y a mi Escay.”
Luego comenzaba su labor: recogía los mangos más maduros, revisaba las ramas, limpiaba las
hojas secas, regaba con agua del río, y cuidaba con mucho amor cada rincón de su campo. Sabía
que la tierra devolvía todo lo que se le daba con cariño.
Pero un día, algo muy extraño ocurrió.
Mientras revisaba una de las plantas de mango—una que en años anteriores no había dado frutos—
notó algo diferente. Debajo de esa planta, entre las raíces y las hojas caídas, algo brillaba. Se
agachó, apartó con cuidado la tierra y descubrió un tesoro brillante, cubierto de barro, pero
reluciente bajo el sol.
—¡Escay, ven! ¡Mira esto! —exclamó emocionada.
Era un pequeño cofre de madera con bordes dorados. Temblando de emoción, lo abrió, y dentro
encontró monedas antiguas, piedras preciosas y un anillo con una piedra verde que parecía
esmeralda. Doña Martha no podía creer lo que veía. Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro
arrugado.
—Gracias, Dios mío... ¡gracias! dijo arrodillándose. Este tesoro es una bendición. Tú sabes que yo
no tengo mucho, pero ahora podré ayudar.
Ese día no cosechó mangos. Guardó cuidadosamente el tesoro, abrazó a su perrita y se fue
corriendo al pueblo.
Al llegar, todos los vecinos se acercaron curiosos al verla tan emocionada.
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DOÑA MARTHA Y LA PLANTA DE MANGO

Había una vez una señora muy bondadosa llamada Martha. Ella vivía en un pequeño caserío cerca del río, rodeado de árboles, plantas y aves. Su vida era sencilla pero feliz. Cada día se levantaba muy temprano, preparaba su desayuno con cariño y se alistaba para ir a trabajar en su chacra, donde cultivaba mangos, plátanos, camotes y otras frutas y verduras. Siempre la acompañaba su fiel perrita Escay, una perrita juguetona, de orejas paradas y mirada brillante, que nunca se apartaba de su lado. Escay conocía todos los caminos, cada planta, y sabía dónde estaba cada fruto maduro. Juntas recorrían los senderos con alegría, escuchando los cantos de los gallos y el murmullo del río. Cada vez que llegaba a su chacra, doña Martha se detenía frente a la planta de mango más antigua. Se quitaba el sombrero, juntaba las manos y decía una pequeña oración: —“Gracias, Señor, por otro día más. Que este día sea de provecho y bendición. Cuida mis manos, mis plantas, y a mi Escay.” Luego comenzaba su labor: recogía los mangos más maduros, revisaba las ramas, limpiaba las hojas secas, regaba con agua del río, y cuidaba con mucho amor cada rincón de su campo. Sabía que la tierra devolvía todo lo que se le daba con cariño. Pero un día, algo muy extraño ocurrió. Mientras revisaba una de las plantas de mango—una que en años anteriores no había dado frutos— notó algo diferente. Debajo de esa planta, entre las raíces y las hojas caídas, algo brillaba. Se agachó, apartó con cuidado la tierra y descubrió un tesoro brillante, cubierto de barro, pero reluciente bajo el sol. —¡Escay, ven! ¡Mira esto! —exclamó emocionada. Era un pequeño cofre de madera con bordes dorados. Temblando de emoción, lo abrió, y dentro encontró monedas antiguas, piedras preciosas y un anillo con una piedra verde que parecía esmeralda. Doña Martha no podía creer lo que veía. Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro arrugado. —Gracias, Dios mío... ¡gracias! dijo arrodillándose. Este tesoro es una bendición. Tú sabes que yo no tengo mucho, pero ahora podré ayudar. Ese día no cosechó mangos. Guardó cuidadosamente el tesoro, abrazó a su perrita y se fue corriendo al pueblo. Al llegar, todos los vecinos se acercaron curiosos al verla tan emocionada.

—¡Doña Martha! ¿Qué le pasa? —preguntó don Elvis, el panadero. —¡Encontré algo muy especial bajo una de mis plantas! —respondió entre risas y lágrimas. La gente se fue reuniendo a la plaza. Doña Martha les mostró el tesoro. Todos quedaron asombrados. Nadie en el pueblo había visto algo así. Todos empezaron a preguntarse:

  • ¿Dónde lo encontró?
  • ¿Será de alguien?
  • ¿Es antiguo?
  • ¿Será un regalo de Dios? Ella explicó todo con calma. Les habló de la planta de mango que nunca había dado fruto, de cómo brilló algo en la tierra, y cómo, al acercarse, lo halló. Algunos vecinos pensaban que era un tesoro escondido por antiguos pobladores, otros decían que era un regalo divino por su bondad. Lo cierto es que todo el pueblo decidió acompañarla a su chacra para echarle agua bendita a la planta. El párroco del pueblo rezó una oración especial, y todos cantaron al ritmo de la guitarra y el cajón. La planta de mango fue adornada con cintas de colores, y Escay corría feliz entre los niños. Finalmente, Doña Martha, tomó una decisión admirable. —Este tesoro no es solo mío —dijo con firmeza—. Con esto, voy a comprar alimentos para los animales abandonados, voy a ayudar a los ancianitos que viven solos, y a las familias que no tienen qué comer. Y así lo hizo. Con parte del dinero, compró sacos de arroz, maíz, medicinas y mantas. Visitó a los hogares más humildes del pueblo, llevó comida a los enfermos, y apoyó a los campesinos que habían perdido sus cosechas por las lluvias. En su chacra construyó un pequeño refugio para animales abandonados, y cada semana preparaba comidas comunitarias donde todos podían comer sin pagar nada. La gente del pueblo empezó a llamarla "la señora del corazón de oro". Nunca dejaba de agradecer a Dios por lo que había encontrado, y cada vez que ayudaba a alguien, decía: —Es Dios quien me lo dio, y por eso lo comparto. La planta de mango que antes no daba fruto ahora florecía con fuerza. Cada año daba mangos dulces y jugosos, como si también quisiera agradecer.