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DE LA INDEPENDENCIA A LA CONSOLIDACIÓN REPUBLICANA EN MÉXICO (1810-1876), Resúmenes de Historia Contemporánea

Resumen de la independencia de México

Tipo: Resúmenes

2024/2025

Subido el 07/05/2025

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ENSAYO ACADÉMICO: DE LA INDEPENDENCIA A LA CONSOLIDACIÓN REPUBLICANA EN MÉXICO
(1810-1876)
Basado en Josefina Zoraida Vázquez, en Nueva historia mínima de México ilustrada, pp. 245–335
La historia de México durante el periodo que va desde el estallido de la guerra de independencia en
1810 hasta la consolidación de la república en 1876 representa uno de los trayectos más complejos,
accidentados y significativos en la construcción del Estado nacional. En su capítulo de Nueva historia
mínima de México ilustrada, Josefina Zoraida Vázquez ofrece un análisis profundo y claro de esta
etapa, caracterizada por la inestabilidad política, el conflicto entre proyectos ideológicos
antagónicos, la intervención extranjera y la búsqueda de una identidad nacional coherente. Este
ensayo explora minuciosamente cada uno de los subperiodos abordados por la autora —la
revolución de independencia, la fundación del Estado mexicano, el ensayo del centralismo y la
dictadura, la Reforma liberal y la intervención francesa, y finalmente la lenta transición hacia una
república estable—, considerando tanto los hechos principales como los elementos aparentemente
secundarios, pero reveladores de los procesos sociales, económicos y culturales en juego.
I. La Revolución de Independencia: ruptura, contradicciones y continuidad
La revolución de independencia de México, iniciada en 1810, no fue simplemente un acto de
emancipación respecto a la corona española, sino una manifestación heterogénea de intereses,
liderazgos y conflictos sociales. Como explica Vázquez, el movimiento encabezado por Miguel
Hidalgo representó una insurrección popular con una profunda raíz social y religiosa, que pronto se
diversificó en tendencias tanto moderadas como radicales. La irrupción violenta en el escenario
político fue protagonizada por sectores marginados, indígenas y mestizos, que vieron en el llamado
del cura de Dolores una esperanza de redención frente a siglos de opresión colonial. Sin embargo, el
movimiento también generó rechazo entre las élites criollas y peninsulares, atemorizadas por la
pérdida del orden establecido y por el caos desatado por la masa popular.
El levantamiento inicial, a pesar de su fuerza simbólica, fue sofocado rápidamente y sus principales
líderes —Hidalgo, Allende, Aldama— ejecutados. No obstante, la insurrección no desapareció, sino
que se transformó. José María Morelos asumió la conducción del movimiento con un enfoque más
político e ideológico. La convocatoria del Congreso de Chilpancingo y la redacción de la Constitución
de Apatzingán en 1814 constituyeron los primeros intentos de dotar al nuevo país de una estructura
jurídica y un proyecto nacional. A pesar de sus limitaciones y su corta vida, este documento contenía
principios fundamentales como la soberanía popular, la división de poderes y la abolición de los
privilegios de clase.
Es fundamental destacar, como lo hace Vázquez, que la lucha insurgente no fue continua ni
homogénea. Tras la muerte de Morelos en 1815, el movimiento entró en una fase de resistencia
armada más localizada, con caudillos regionales como Vicente Guerrero o Guadalupe Victoria
sosteniendo la lucha en condiciones adversas. Es en este contexto que se produce el viraje decisivo
en 1820, cuando el contexto español —el restablecimiento de la Constitución liberal de Cádiz—
impulsó a los sectores conservadores del virreinato a reconsiderar su lealtad. El Plan de Iguala
(1821), pactado entre Agustín de Iturbide y Guerrero, propuso una independencia moderada,
conservadora en lo social y política, bajo un modelo monárquico católico. El acuerdo con los
antiguos insurgentes permitió la consumación pacífica de la independencia y la entrada triunfal del
Ejército Trigarante a la Ciudad de México.
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ENSAYO ACADÉMICO: DE LA INDEPENDENCIA A LA CONSOLIDACIÓN REPUBLICANA EN MÉXICO

Basado en Josefina Zoraida Vázquez, en Nueva historia mínima de México ilustrada, pp. 245– La historia de México durante el periodo que va desde el estallido de la guerra de independencia en 1810 hasta la consolidación de la república en 1876 representa uno de los trayectos más complejos, accidentados y significativos en la construcción del Estado nacional. En su capítulo de Nueva historia mínima de México ilustrada , Josefina Zoraida Vázquez ofrece un análisis profundo y claro de esta etapa, caracterizada por la inestabilidad política, el conflicto entre proyectos ideológicos antagónicos, la intervención extranjera y la búsqueda de una identidad nacional coherente. Este ensayo explora minuciosamente cada uno de los subperiodos abordados por la autora —la revolución de independencia, la fundación del Estado mexicano, el ensayo del centralismo y la dictadura, la Reforma liberal y la intervención francesa, y finalmente la lenta transición hacia una república estable—, considerando tanto los hechos principales como los elementos aparentemente secundarios, pero reveladores de los procesos sociales, económicos y culturales en juego. I. La Revolución de Independencia: ruptura, contradicciones y continuidad La revolución de independencia de México, iniciada en 1810, no fue simplemente un acto de emancipación respecto a la corona española, sino una manifestación heterogénea de intereses, liderazgos y conflictos sociales. Como explica Vázquez, el movimiento encabezado por Miguel Hidalgo representó una insurrección popular con una profunda raíz social y religiosa, que pronto se diversificó en tendencias tanto moderadas como radicales. La irrupción violenta en el escenario político fue protagonizada por sectores marginados, indígenas y mestizos, que vieron en el llamado del cura de Dolores una esperanza de redención frente a siglos de opresión colonial. Sin embargo, el movimiento también generó rechazo entre las élites criollas y peninsulares, atemorizadas por la pérdida del orden establecido y por el caos desatado por la masa popular. El levantamiento inicial, a pesar de su fuerza simbólica, fue sofocado rápidamente y sus principales líderes —Hidalgo, Allende, Aldama— ejecutados. No obstante, la insurrección no desapareció, sino que se transformó. José María Morelos asumió la conducción del movimiento con un enfoque más político e ideológico. La convocatoria del Congreso de Chilpancingo y la redacción de la Constitución de Apatzingán en 1814 constituyeron los primeros intentos de dotar al nuevo país de una estructura jurídica y un proyecto nacional. A pesar de sus limitaciones y su corta vida, este documento contenía principios fundamentales como la soberanía popular, la división de poderes y la abolición de los privilegios de clase. Es fundamental destacar, como lo hace Vázquez, que la lucha insurgente no fue continua ni homogénea. Tras la muerte de Morelos en 1815, el movimiento entró en una fase de resistencia armada más localizada, con caudillos regionales como Vicente Guerrero o Guadalupe Victoria sosteniendo la lucha en condiciones adversas. Es en este contexto que se produce el viraje decisivo en 1820, cuando el contexto español —el restablecimiento de la Constitución liberal de Cádiz— impulsó a los sectores conservadores del virreinato a reconsiderar su lealtad. El Plan de Iguala (1821), pactado entre Agustín de Iturbide y Guerrero, propuso una independencia moderada, conservadora en lo social y política, bajo un modelo monárquico católico. El acuerdo con los antiguos insurgentes permitió la consumación pacífica de la independencia y la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México.

II. Se funda el Estado mexicano: dificultades en el parto de la nación La consumación de la independencia no trajo consigo un Estado sólido, sino una situación de vacío institucional, desorganización financiera y enfrentamientos ideológicos. La primera forma de gobierno adoptada fue una monarquía constitucional encabezada por Iturbide como emperador, bajo el nombre de Agustín I. Sin embargo, como señala Vázquez, esta fue una solución precaria y efímera. La falta de legitimidad, los conflictos con el Congreso y el personalismo del emperador llevaron rápidamente a su caída en 1823. Se convocó entonces un nuevo Congreso Constituyente que promulgó en 1824 una Constitución republicana federalista, inspirada en el modelo estadounidense pero adaptada a la realidad mexicana. La nueva república federal nacía con enormes desafíos. En primer lugar, no existía una cultura política democrática consolidada, y los actores políticos principales —criollos ilustrados, militares independentistas, clérigos conservadores— mantenían profundas divergencias sobre la organización del poder, la economía y la relación entre Iglesia y Estado. En segundo lugar, las regiones del país mantenían niveles de desarrollo, intereses económicos y tradiciones políticas dispares, lo que generó tensiones entre el centro y la periferia. Finalmente, el legado del virreinato persistía en las estructuras sociales, económicas y culturales, impidiendo una ruptura total con el pasado colonial. Durante esta etapa, los presidentes Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero enfrentaron conflictos con las provincias, conspiraciones monárquicas y golpes de Estado. La intervención armada de Anastasio Bustamante contra Guerrero, en particular, mostró la fragilidad del orden constitucional. Como lo expone la autora, la política se convirtió en un escenario de pugnas militares y alianzas cambiantes, más que en un ejercicio institucionalizado del poder. El papel del ejército, nutrido por la guerra de independencia, se volvió determinante en la vida pública, dando paso a un ciclo de militarización de la política que marcaría todo el siglo XIX. III. Ante las amenazas extranjeras se experimentan el centralismo y la dictadura A partir de la década de 1830, el proyecto republicano federalista comenzó a erosionarse rápidamente. Las constantes rebeliones, las crisis fiscales, el endeudamiento externo y la incapacidad del gobierno para mantener la estabilidad impulsaron a sectores conservadores a buscar soluciones autoritarias y centralistas. En 1835 se instauró formalmente el régimen centralista, suprimiendo las soberanías estatales y estableciendo el poder en un centro fuerte, con la esperanza de disciplinar al país. Sin embargo, como advierte Vázquez, esta opción no resolvió los problemas estructurales, sino que los agravó. La concentración del poder exacerbó el descontento regional. Texas, poblado mayoritariamente por colonos anglosajones provenientes de Estados Unidos, se rebeló contra el gobierno central en 1836 y declaró su independencia. La reacción mexicana, encabezada por Antonio López de Santa Anna, fue un desastre. Tras ser derrotado y capturado en San Jacinto, Santa Anna se vio obligado a firmar los Tratados de Velasco, que reconocían la independencia de Texas —aunque el Congreso mexicano nunca los ratificó. Esta pérdida territorial representó un golpe humillante para la joven nación y un precedente peligroso de fragmentación nacional. Los años siguientes vieron el auge de Santa Anna como figura política central. Carismático, ambivalente y profundamente pragmático, este caudillo ejerció el poder en múltiples ocasiones, a

V. La lenta transformación de la vida nacional en republicana A pesar de la victoria liberal, el México de la posguerra no era un país estable ni próspero. La estructura estatal seguía siendo frágil, las regiones operaban con amplia autonomía, el bandolerismo era endémico y la economía languidecía. Las ideas republicanas seguían enfrentando resistencias no solo entre los conservadores, sino también en amplios sectores de la sociedad que veían en el liberalismo una amenaza a sus formas tradicionales de vida. La etapa juarista posterior a 1867 buscó institucionalizar las reformas y estabilizar al país. Se reorganizó el sistema judicial, se fortaleció la educación pública laica y se promovieron las libertades individuales. Sin embargo, como subraya Vázquez, también se reprodujeron prácticas autoritarias. Juárez fue reelegido en 1871 en una elección controvertida, lo que generó la revuelta de Porfirio Díaz bajo el lema de “no reelección”. Díaz fue derrotado entonces, pero su figura emergió como alternativa en el horizonte político. Tras la muerte de Juárez en 1872, Sebastián Lerdo de Tejada asumió la presidencia y continuó el proyecto liberal, pero sin lograr reconciliar a los sectores descontentos. En 1876, tras acusaciones de fraude y centralismo, Díaz se alzó nuevamente en armas con el Plan de Tuxtepec, que sí tuvo éxito. Así comenzó el porfiriato, que marcaría el inicio de un nuevo capítulo en la historia de México. La narrativa que traza Vázquez concluye con una reflexión implícita: la república se consolidó formalmente, pero no así plenamente en la práctica. Las instituciones liberales existían, pero muchas veces se subordinaban al caudillismo, a los intereses locales o a las necesidades fiscales del Estado. La democracia era más un principio que una realidad. Sin embargo, el periodo 1810- dejó un legado indeleble: la construcción de un marco constitucional, la secularización de la vida pública, el desarrollo del nacionalismo moderno y la resistencia ante la intervención extranjera.