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cuidad hojaldre visiones urbanas, Apuntes de Urbanismo

cuidad hojaldre visiones urbanas del siglo xx de

Tipo: Apuntes

2019/2020

Subido el 27/06/2025

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Ciudad hojaldre
Visiones urbanas del siglo xxi
Carlos García Vázquez
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Ciudad hojaldre

Visiones urbanas del siglo xxi

Carlos García Vázquez

GG

A mi madre, a mi tía

Introducción

En 1965, Francoise Choay, actualmente profesora emérita de la Université Paris VIII y, en su momento, pionera en el estudio de la historia del pensamiento urbanístico, escribió El urbanismo. Utopías y realidades,' un libro que determinó el devenir de dicha materia durante las décadas posteriores. Esta arquitecta belga indicó dos períodos en la historia del urbanismo: el "preurbanismo" (siglo xix) y el "urbanis- m o " (siglo XX); a la vez que estableció dos modelos que hacían la función de cate- gorías historiográficas: el "progresista" y el "culturalista". Supuestamente, ambos modelos nacieron en el siglo XIX como respuesta a los requisitos de la incipiente ciudad industrial y siguieron incidiendo en el urbanismo durante más de cien años. Con esta clasificación, Choay consiguió agrupar a la miríada de pensadores que, desde las más diversas atalayas intelectuales, se habían ocupado de la cuestión de la ciudad en el espacio de tiempo comprendido entre la segunda mitad del siglo xix y la década de 1960, es decir desde Robert Owen, Charles Fourier y John Ruskin, hasta Lewis Mumford, Jane Jacobs y Kevin Lynch.

El texto arrancaba con una sentencia: "La sociedad industrial es urbana. La ciudad es su horizonte".^2

El de la sociedad posindustrial también... La intención del presente libro es retomar la tarea iniciada por Francoise Choay en su deseo de explicar los discursos teóri- cos que subyacían detrás de la práctica urbanística y la arquitectura de las ciudades. Lo que se pretende, en este caso, es extender su análisis a las tres últimas décadas, es decir; estudiar las teorías urbanas más recientes, encuadrarlas en marcos con- ceptuales más amplios, y recomponerlas en un mapa intelectual que resulte com- prensible.

CHOAY, Francoise, L'urbanisme. Utopies et realités, Éditions du Seuil, París, 1965; (versión castellana: £/ urbanismo- Utopias y realidades, Lumen, Barcelona, 1983"')- Ibid., pág. 9.

En este sentido, este trabajo comienza donde Choay lo dejó. Jane Jacobs, Kevin Lynch y otros teóricos de la ciudad de la década de 1960 servirán de preámbulo al período histórico que nos interesa: el que comienza a mediados de la década de 1970 con la denominada Crisis del Petróleo y culmina en la actualidad, es decir, el que comprende la irrupción y posterior evolución de lo que se ha dado en llamar "tardocapitalismo" y del modelo sociocultural a él asociado: la "posmo- dernidad". El objetivo, portante, es analizar cómo afronta la cultura urbanística el nuevo siglo, cuáles son sus instrumentos y sus carencias, sus certezas y sus preo- cupaciones.

Pero no sólo consiste en una prolongación temporal del discurso de Choay. En paralelo a esta tarea, y en aras de una mayor coherencia intelectual, ha sido nece- sario asumir otra: adaptarlo a las pautas de pensamiento contemporáneas. Los modelos y categorías que planteó Choay podrían identificarse actualmente como "metarrelatos", término que utilizó el filósofo francés Jean-Francois Lyotard^3 para denunciar las construcciones históricas lineales y coherentes que la modernidad elaboró para conseguir legitimarse social, política y culturalmente. Por ello, en nues- tro caso hemos sustituido el concepto de "modelo" por el de "visión". Las "visiones urbanas" nos remiten a formas de mirar, es decir; no tanto a "cómo es" la ciudad, sino a "qué" nos interesa de ella, cómo la filtramos, cómo la proyectamos y cómo nos proyectamos sobre la misma.

Esta multiplicidad de miradas no se traduce en un único metarrelato, sino en multi- tud de pequeños relatos separados y unidos por sensibilidades diversas. Así, los rela- tos han sido agrupados en cuatro visiones, en función de las diversas sensibilidades. Cada visión está guiada por una disciplina que define sus preferencias: la historia marca el tono de la visión culturalista de la ciudad; la sociología y la economía el de la visión sociológica; la ciencia y la filosofía el de la visión organicista; y la técnica el de la visión tecnológica. Su entrecruzamiento con la arquitectura y el urbanismo nos informa del impacto que las múltiples realidades contemporáneas —cultura, políti- ca, sociedad, economía, filosofía, etc.— están ejerciendo sobre el espacio urbano.

Sin embargo, aquí no acaba la apuesta por los pequeños relatos como forma de aproximación a la ciudad. Si las cuatro visiones urbanas descritas nos remiten a las distintas sensibilidades que reglan su estudio, dentro de cada una de ellas se des- pliegan diferentes intereses que nos conducen a ideologías y afectos aún más espe- cíficos. Éstos también han sido agrupados —en este caso en los capítulos que com- ponen cada una de las cuatro partes del libro— y aluden, ahora sí, a "modelos" de ciudad...; pero a modelos que no son universales ni generalizares, sino pequeños relatos limitados en el espacio y en el tiempo, circunscritos a territorios determi- nados por intereses concretos. El resultado de esta confluencia de sensibilidades e intereses son las doce "ciudades" que componen el texto: la ciudad de la disciplina, la ciudad planificada, la ciudad poshistórica, la ciudad global, la ciudad dual, la ciudad del espectáculo, la ciudad sostenible, la ciudad como naturaleza, la ciudad de los cuerpos, la ciudad vivida, la ciberciudad y la ciudad chip.

Finalmente, para concretar físicamente este bagaje teórico, cada una de las cuatro partes del libro se complementa con un apéndice dedicado a una ciudad específica.

LYOTARD, Jean-Francois, Lo Condition postmoderne. Rapport sur le savoir, Editions de Minuit, París, 1979; (versión castellana: La condición posmodema. Informe sobre el saber. Ediciones Cátedra, Madrid, 1994, págs.9-12).

I. La visión culturalista de la ciudad

El sentido original del término "culturalismo" aplicado a la ciudad fue propagado por Francoise Choay,^1 un sentido que, aunque con matices, permanece en nues- t r o texto. Según Choay los orígenes de la visión culturalista se remontan a la segunda mitad del siglo xix, cuando se conformó un hilo intelectual que enlazaba a AugustW. N. Pugin con John Ruskin y William Morris, y a éstos con Camillo Sitte y Raymond Unwin, ya en el siglo xx.Todos estos autores coincidieron en una mis- ma interpretación: la ciudad era, ante todo, un hecho cultural.

A finales del siglo xix, apostar por la cultura suponía posicionarse contra otro con- cepto ligado a la emergente sociedad industrial de aquellos años: "civilización". A partir de 1860, los defensores de una y otra manera de entender el mundo se enzarzaron en una agria polémica que duraría casi cien años. Lo que caracterizaba a los "culturalistas", y les diferenciaba de los "progresistas", era su predilección por los valores espirituales de la persona, frente a sus necesidades materiales; por un ciudadano entendido como componente de un grupo humano con identidad y tradiciones, frente a un ciudadano entendido como un ser cuantificable según sus requisitos fisiológicos; por el sentido estético y artístico de la ciudad frente a su lógica funcional.

Como ponen de manifiesto los autores que determinaron su propio origen, tras la visión culturalista de la ciudad siempre hubo una palpitante vena nostálgica subya- cente, En su encarnizada cruzada contra los sectores más positivistas de la socie- dad, demostraron un cierto desprecio, cuando no un abierto rechazo, hacia los nacientes valores de la civilización industrial. Desde el principio, la visión culturalis- ta adquirió cpmpromisos con el pasado, del que rescataba ciertas cualidades que entendía esenciales: la comunidad, la artesanía, la agricultura, la religión, etc. Al ser traducido a coordenadas urbanas, todo ello desembocó en la mitificación de la ciu- dad tradicional, que fue identificada como una unidad orgánica, expresión espacial de una comunidad formada por individuos que compartían los mismos valores, costumbres e identidades. Es decir la ciudad tradicional era, ante todo, cultura.

Esta poderosa vocación nostálgica determinó el devenir histórico de la visión cul- turalista: sus momentos de depresión fueron asociados a períodos marcados por la efervescencia tecnológica y economicista; sus momentos álgidos coincidieron con las crisis de los modelos progresistas. El más reciente de estos últimos se pro- dujo en la década de 1970 cuando, espoleada por la Crisis del Petróleo de 1973, la visión culturalista resurgió del ostracismo al que se había visto abocada durante la optimista década de 1960. No es de extrañar que el privilegiado campo de expan-

CHOAY, Francoise, L'urbanisme. Utopies et realités. Editions du Seuil, París, 1965; (versión castellana: El urbanismo. Utopías y realidades. Lumen, Barcelona,

te de legitimidad social, política y cultural que el gran metarrelato moderno, para- fraseando aJean-Fran^ois Lyotard,^3 les había garantizado durante décadas. La irrup- ción del pensamiento posmoderno las desvinculó de otros campos del saber con los que tradicionalmente estuvieron conectadas, como la sociología, la filosofía, el arte, la economía, etc. Por tanto, la única manera de integrarlas en los objetivos de la izquierda política era refundarlas como disciplinas autónomas. Nacía así el pro- yecto de repensar la ciudad desde términos estrictamente disciplinares, es decir nacía la ciudad de la disciplina, la primera capa de la ciudad hojaldre.

Ello suponía una tarea ingente: elaborar una teoría coherente y articulada que se basara sobre principios exclusivamente disciplinares. La opción que planteó Aldo Rossi fue definir una ciencia urbana construida sobre parámetros únicamente arquitectónicos, es decir un urbanismo donde la ciudad fuera considerada desde el estricto punto de vista de la construcción, de su esencia racional. La identidad ciu- dad-arquitectura quedaba así consagrada como clave de la ciudad de la disciplina. La única área de conocimiento ajena al urbanismo que parecía, no sólo no contra- decir sino ser esencial para reafirmar su autonomía, era la historia, ya que, al ser la ciudad un conjunto de edificios construidos en el tiempo, era un ente indeslindable de su evolución. La ciudad tradicional quedaba, así, deificada, no tanto por sus valo- res sociológicos, sino por ser la fuente de la que manaban los modelos formales y espaciales.

LaTendenza aspiraba a articular una teoría rigurosamente racional que otorgase un estatuto científico al urbanismo, al que calificaron como "ciencia urbana". De esta manera, el valor de la razón pura era relanzado en un momento en que su vigen- cia comenzaba a cuestionarse desde numerosos ámbitos del saber En su libro La construcción lógica de la arquitectura,'^1 Giorgio Grassi propuso recuperar técnicas de sistematización e investigación racionalistas que habían sido aplicadas a la arquitec- tura a lo largo de la historia. Buscaba en ellas generalidades, elementos constantes, normas, etc. Contemplado desde las actuales incertidumbres intelectuales, el "ansia de certeza" al que apelaba Grassi puede causar perplejidad. Las llamadas a la obser- vación, la comparación, la descripción, la clasificación, etc., como actividades necesa- rias para construir un sistema de normas; la cultura de los tratados y manuales que laTendenza intentaba resucitar remitían al añejo positivismo decimonónico.

Establecida la base racional de la refundación del urbanismo, el siguiente paso con- sistió en definir una metodología de análisis que permitiese un conocimiento cier- to, constante y general de la ciudad. Ésta nunca se hubiera materializado si la cultu-

LYOTARD, Jean-Francois, La Condition postmoderne. Ropporl sur le savoir, Editions de Minuit París, 1979; (versión castellana: La condición posmoderna. Informe sobre ei saber, Ediciones Cátedra, Madrid, 1994, págs.9-12). GRASSI, Giorgio, La costruzione lógica delta architettura, Marsilio Editori, Padua, 1967; (versión castellana: La construcción lógica de la arquitectura, La Gaya Ciencia, Barcelona, 1973).

ra urbanística italiana no hubiera confluido con la corriente de pensamiento domi- nante en la década de 1960: el estructuralismo. Concebido por Ferdinand de Saus- sure en la primera década del siglo xx como un método de análisis lingüístico, y aplicado por Claude Lévi-Strauss a la antropología en la década de 1940, el estruc- turalismo acabó convirtiéndose en un amplio movimiento cultural que se infiltró en campos tan dispares como la psicología, la crítica literaria o el psicoanálisis. El reto que asumía laTendenza era trasladarlo al estudio de la ciudad y la arquitectura.

El análisis urbano estructuralista se desarrolló como un examen formal basado en la historia. Dando por hecho que la ciudad tenía una estructura, su objetivo era comprender las leyes que la regulaban. Previamente era necesario conocer las letras, y morfemas que componían el texto urbano, sus elementos primarios. Para llevar a cabo esta labor; los autores de laTendenza recuperaron el concepto de "tipo", inaugurado por Quatremére de Quincy a mediados del siglo xix y recien- temente redescubierto por Giulio Cario Argan. El tipo había sido definido como un elemento urbano irreducible y permanente en una determinada continuidad histórica, es decir; una especie de "letras" del texto urbano.

Aislados, definidos y clasificados los tipos, el siguiente paso en el camino de la reve- lación de la estructura de la ciudad exigía indagar en las relaciones entre tipología arquitectónica, las "letras", y morfología urbana, las "palabras" y las "frases". Este estudio lo asumió Cario Aymonino en una investigación sobre Padua publicada en 1970/' donde concluyó que la tipología residencial era el factor que garantizaba la permanencia formal de la estructura urbana, dado su carácter estable, y a la vez amoldable a las cambiantes circunstancias históricas y morfológicas. Por tanto, la relación entre tipología edilicia y morfología urbana era operativa, si bien consistía en un vínculo variable en el tiempo, y que dependía de los parámetros que la socie- dad adoptara para organizarse y expresarse, es decir; de su evolución cultural.

AYMONINO, Cario, Lo studio dé fenomeni urbani, Officina Edizioni. Roma, 1977. ROSSI, Aldo, Architettura della dtía, Marsilio Editori, Pádua, 1966; (versión castellana: La arquitectura de la ciudad, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1999'°).

Junto con la reivindicación de la disciplina y la apelación al estructuralismo como método de análisis, el tercero de los pilares sobre los que se asentó el pensamien- to urbano de Aldo Rossi fue el argumento de la identidad. Para la Tendenza, la tipología no era simplemente una cuestión formal, sino, también, la manifestación de una manera de vivir En La arquitectura de la ciudad,^6 el libro más emblemático de este movimiento, Rossi se refería a la ciudad como una expresión social, un pro- ducto de la colectividad, lo cual le llevó a hablar del "alma de las ciudades" al refe- rirse a la esencia y el modo de ser que las particulariza. La ciudad de la disciplina cuadraba así su compromiso con la visión culturalista.

tro histórico fuera considerado, no sólo como un patrimonio cultural, sino también como un patrimonio socioeconómico que debía recuperarse para la residencia social, para las clases populares que tradicionalmente lo ocuparon y garantizaron su vitalidad. Materializar esta máxima, enunciada por la Carta de Amsterdam, sólo era posible si su transformación era sustraída de los intereses del mercado inmobilia- rio y se ponía en manos del sector público.

Para alcanzar sus propósitos ideológicos, estos planes siguieron al pie de la letra los postulados de la ciudad de la disciplina. En primer lugar; se investigó Bolonia desde presupuestos estructuralistas. El análisis urbano comenzó con un profundo estudio histórico que abarcaba la edad del bronce, la ciudad romana, las expansiones medie- vales, las transformaciones renacentistas y barrocas, el desarrollo decimonónico y el vertiginoso crecimiento del siglo XX. Finalizada la investigación histórica, el protago- nismo pasó a la tipología. El desmenuzamiento tipológico de la ciudad tuvo como objeto la definición de cada forma urbana total a partir de las formas particulares de cada edificio, es decir, confirmar la relación entre morfología urbana y tipología arqui- tectónica. Finalmente, Bolonia fue proclamada como el resultado de un proceso his- tórico unitario y articulado que había desembocado en una estructura que tras- cendía la variación de usos que se habían producido a lo largo del tiempo.

Culminada la fase de análisis se acometió la de proyecto. La mediación entre inves- tigación e intervención se confió al concepto de "restauración integral". Se trataba de recuperar el casco histórico originario de la ciudad tal como había sido antes de haberse "contaminado" por las intervenciones contemporáneas, lo que suponía la demolición previa de todo lo que comprometiera su supuesta unidad morfológica y figurativa. A continuación, y dado que uno de los objetivos del plan era revitalizar funcionalmente el centro histórico, se planteó la cuestión de la relación existente entre forma arquitectónica y usos compatibles tal como reclamaba la Carta de Venecia. Esta cuestión se resolvió individualizando cuatro categorías tipológicas a las que se asociaron usos permitidos: centros de investigación y cultura en los gran- des monumentos, funciones representativas en los palacios señoriales, residencias sociales en las casas convencionales y otras residencias en tipos arquitectónicos no tradicionales. Con estas medidas se pretendía evitar la construcción de macro- complejos terciarios y potenciar las funciones universitarias, culturales, turísticas, representativas, artesanales y, sobre todo, residenciales.

Finalmente, los planes para Bolonia no olvidaron la apelación a la identidad y la memoria colectiva que Aldo Rossi lanzó en La arquitectura de la ciudad. Para agru-

válida. La forma de la ciudad contemporánea no respondía a fenómenos arquitec- tónicos, sino a otros de origen económico, político y técnico, por lo que no consis- tía en una unidad reconocible sólo desde el punto de vista de la arquitectura, sino en un inmenso aglomerado de edificios donde el casco histórico era una pieza exi- gua y desnaturalizada.

La constatación de la esencia dispar que separaba la urbe tradicional de la con- temporánea ponía en crisis el discurso de la ciudad adoptado por la disciplina, al menos tal como había sido avanzado a comienzos de la década de 1970, ya que suponía que el camino trazado por laTendenza nunca desembocaría en una teo- ría general de la proyectación urbana; pero ello no lo convertía en una calle sin salida. Cuando la aspiración a definir la ciudad contemporánea como una estruc- tura unitaria se desvanecía, Aldo Rossi respondió con un nuevo presupuesto: "la ciudad por partes". No más premisas universalistas, no más apelaciones a estruc- turas generales..., cualquier acercamiento a la compleja realidad urbana actual tan sólo podía aspirar a abarcar ciertas partes de la misma.

Este cambio de dirección se tradujo en una estrategia: abordar la definición de la ciudad con tácticas arquitectónicas, es decir; suplantar el plan urbanístico, un docu- mento de carácter general, por el proyecto urbano. Los trabajos que tanto Aldo Rossi comoVittorio Gregottí llevaron a cabo en la década de 1980 pondrían de manifiesto esta toma de postura. En su propuesta para la zona portuaria de Rot- terdam Kop van Zuid (1982), Rossi planteó una serie de bandas edificadas que cosían el deteriorado tejido preexistente; en el proyecto Cardona (Milán, 1984), Gregotti optó por un macroedificio lineal que funcionaba como una gran articu- lación urbana donde confluían episodios tan dispares como gigantescos: un par- que, una plaza, etc. Ambas propuestas compartían la misma táctica: definir la ciu- dad desde la arquitectura; ambas propuestas ponían de manifiesto la misma constatación: la profunda crisis en que estaba sumida la figura del plan urbanístico. De ello nos ocuparemos en el siguiente capítulo.

La ciudad planificada

Durante más de setenta años, el Plan General de Ordenación Urbana fue consi- derado como la columna vertebral del urbanismo, la figura legal encargada de tras- ladar a,la realidad las teorías urbanas del movimiento moderno. La crisis del dis- curso de laTendenza afectó a este consenso. Posicionarse a favor de "la ciudad por

partes" suponía cuestionar la contingencia del plan en la situación contemporánea y proponer estrategias de intervención menos ambiciosas, más cercanas a la espe- cificidad de las distintas zonas de la ciudad. Como la visión culturalista entiende que, para salvaguardar los valores que patrocina, el espacio urbano debe ser un ente perfectamente regulado, no es de extrañar que la defensa de la ciudad plani- ficada, la segunda capa de la ciudad hojaldre, se convirtiera en una de sus principa- les preocupaciones.

- La crisis del plan y la "ciudad de los promotores"

Sir Peter Hall,^9 profesor del University College de Londres, se ha interesado por la evolución que ha seguido el plan general desde finales de la década de 1960, cuan- do estaba totalmente institucionalizado y se había convertido en una ciencia seudo- exacta, regida por métodos analíticos procedentes de la ingeniería. La Crisis del Petró- leo truncó este prístino modelo urbanístico: las ciudades se inundaron de pobreza y obsolescencia funcional, y el poder político, abrumado por agudas problemáticas sociales, comenzó a apoyar todo lo que significara creación de puestos de trabajo. El crecimiento urbano, uno de los factores que podía dinamizar la economía, dejó de ser algo a controlar para pasar a ser algo que había que fomentar a toda costa.

HALL, Peten Tomomw Gties. An Intellectual History ofUrban Planning and Destgn in trie Twentietb Century, Blackwell Publishers, Oxford, 1988; (versión castellana: Ciudades del mañana. Historia del urbanismo en el siglo xx, Ediciones del Serbal, Barcelona, 1996, págs. 332-351). Ibid., págs. 353-372.

Aparecieron, así, los primeros reclamos en favor de que la planificación se adapta- se a la nueva realidad urbana, una realidad cambiante y conflictiva que no se podía abordar desde los objetivos a largo plazo de los planes generales tradicionales. La reivindicación de que era preciso redefinir los instrumentos urbanísticos heredados del movimiento moderno fue tomando cuerpo. Como acabamos de ver; laTen- denza ya había acometido esta tarea, llegando a proponer toda una nueva teoría urbana.,., eso sí, de origen marxista. Su marcada orientación ideológica hizo que, sal- vo casos tan excepcionales como el de Bolonia, el discurso de la ciudad de la dis- ciplina se viera obligado a atrincherarse en los círculos académicos europeos.

Los técnicos encargados de hacer frente a la nueva realidad urbana, por tanto, seguían sin disponer de un corpas teórico eficaz desde el que actuar Ello dio lugar a que, al reactivarse el crecimiento económico en la década de 1980, decidieran arrinconar los planes generales y las normas urbanísticas para lanzarse en brazos de los inversores privados. A partir de entonces, la ciudad empezó a proyectarse caso a caso, de manera parcial, flexible y a corto plazo. La figura del plan fue suplan- tada por lo que Hall denominó la "ciudad de los promotores".'^0 Comenzaba así el

extenderse por la Gran Bretaña de Margaret Thatcher. La consigna era market leacls planning, es decir; el mercado decide y la administración gestiona. Poco des- pués, esta estrategia se trasladaría al resto del continente europeo. La vertiginosa velocidad de propagación de la "ciudad de los promotores" ponía de manifiesto la gravísima crisis estructural que padecía el plan general, cuyo futuro, sin instrumen- tos adecuados para salir al ruedo de la lógica económica tardocapitalista, no podía ser más incierto. Algunos predecían su definitiva desaparición, que es lo que pare- cía estar ocurriendo en ciertas ciudades norteamericanas. Los Angeles, por ejem- plo, se rige por la Community Redevelopment Authority una comisión que pro- mueve y gestiona el desarrollo de áreas específicas de la ciudad. Aún más radical es el caso de Houston, una de las capitales menos planificadas del planeta, de la que nos ocuparemos en el apéndice IV.

En Europa, sin embargo, nadie parecía desear la desaparición del plan general. Los errores que se cometieron en Canary W h a r f — p o r la inexistencia de una planifi- cación urbanística adecuada, como el ferrocarril ligero que quedó obsoleto antes de inaugurarse—, pusieron sobre el tapete los peligros que subyacían tras ^ " c i u - dad de los promotores". La experiencia de los Docklands demostró que la con- cepción y la financiación de ciertos aspectos de la ciudad, como las infraestructu- ras del transporte, no podían quedar en manos privadas. En 1991, los propios impulsores de esta operación reclamaron reglas urbanísticas más estrictas, un mar- co legal que garantizara el futuro de sus inversiones.

Por todo ello, la visión culturalista de la ciudad sigue defendiendo la vigencia del plan general y sus métodos de regulación, eso sí, postulando al mismo tiempo una refundación del mismo que lo haga operativo en la sociedad y la economía con- temporáneas. Lo que se persigue es no dar la espalda a las dinámicas que están transformando las ciudades, donde ya no son viables ni el rigor, ni las prospeccio- nes de futuro, ni la fijación de objetivos precisos a largo plazo que caracterizaban al plan general heredado del urbanismo moderno. Una vez más, Italia se convertiría en el epicentro de este nuevo debate que ocuparía a la visión culturalista durante las décadas de 1980 y 1990.

- "Las condiciones han cambiado": el mensaje de Bernardo Secchi

En la Italia de comienzos de la década de 1980, la cuestión de la crisis del urbanis- mo moderno estaba planteada en dos frentes claramente diferenciados: por un

lado los que defendían la vigencia del plan, con el urbanista y consultor del Ayun- tamiento de Bolonia Giuseppe Campos Venuti a la cabeza; y, por otro, los que pro- ponían intervenir en la ciudad desde el proyecto arquitectónico de escala urbana, liderados por Aldo Rossi yVittorio Gregotti. El posicionamiento de Bernardo Sec- chi, profesor del Istituto Universitario di Architettura de Venecia y director de la revista Urbanística, intermediaba entre ambas posturas. A él se debe uno de los esfuerzos más relevantes por adaptar la figura del plan general a las circunstancias socioeconómicas contemporáneas.

En 1984 Secchi escribió en Casabella" un artículo titulado "Le condizioni sonó cambíate" (Las condiciones han cambiado), donde hacía referencia a una serie de novedosos fenómenos que habían irrumpido en las ciudades europeas —fin del crecimiento urbano, descenso de la población, desmantelamiento industrial, tercia- rización—.fenómenos bajo los cuales yacía la radical mutación que estaban sufrien- do la sociedad y ¡a economía en su tránsito hacia el tardocapitalismo. Para Secchi, había un tema que era crucial en esta nueva encrucijada: la reutilización de la ciu- dad existente.

Esta cuestión tenía que ver con el estancamiento, y en muchos casos descenso, de la población que estaban experimentando la mayoría de ciudades europeas, una tendencia que venía arrastrándose desde mediados de la década de 1960. Londres llevaba años perdiendo habitantes, al igual que Liverpool, Manchester, París, Lyon, Marsella o Milán. Esta circunstancia determinaba su futuro: "La ciudad y el territo- rio donde viviremos en los próximos años ya está construido".^12

Efectivamente, se estimaba que el 80 % de la superficie que necesitarían las ciuda- des europeas para el año 2020 estaba ya edificado, aunque esto no significaba que no fueran a cambiar Sin afectar significativamente a la volumetría urbana, se pre- veía que en las siguientes décadas se produjera una gran demanda de reformas orientadas a elevar la calidad de vida de los ciudadanos: mejores viviendas, equipa- mientos educativos, culturales, deportivos, comerciales, etc. La ciudad europea, por tanto, cambiaría, pero su principal preocupación no sería el crecimiento físico y poblacional, sino que la calidad de vida de sus habitantes fuera mayor

El reconocimiento de esta realidad abría un abismo entre las necesidades del pre- sente y la lógica del planeamiento urbanístico heredado del movimiento moderno, cuyo objetivo consistía en ordenar la expansión territorial de las ciudades para acoger nuevos habitantes. En contraposición a esta práctica, Secchi postulaba que

SECCHI, Bernardo, "Le condizioni sonó cambíate", en Casabella, 498-499, enero- febrero de 1984. SECCHI, Bernardo, Un progetto per ¡'urbanística, Giulio Einaudi, Turín, I989,pág. 47.