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El Diagnóstico en Psicoanálisis: Una Perspectiva Lacaniana, Tesinas de Psicoanálisis

Este documento explora la complejidad del diagnóstico en psicoanálisis, contrastando la perspectiva médica con la psicoanalítica. Se analiza la función del padre en la constitución del sujeto y la importancia de la escucha analítica para comprender la estructura psíquica del paciente. Se destaca la influencia de lacan en la comprensión del diagnóstico psicoanalítico, incluyendo conceptos como el nombre-del-padre y la dinámica edípica.

Tipo: Tesinas

2022/2023

Subido el 01/04/2025

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Indicadores diagnósticos en histeria y neurosis obsesiva
¿Qué conviene escuchar?
Jessica Sosa Trigos
Dimensión Psicoanalítica
Maestría en psicoanálisis
Casos Clínicos I
Junio 2023
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Indicadores diagnósticos en histeria y neurosis obsesiva

¿Qué conviene escuchar?

Jessica Sosa Trigos Dimensión Psicoanalítica Maestría en psicoanálisis Casos Clínicos I Junio 2023

Índice

  • Introducción………………………………………………………………………………..…
  • Diagnóstico a posteriori…………………………………………………………………..…
  • Lo imposible de decir……………………………………………………………………..…
  • El edipo: enigma estructurante…………………………………………………………….
  • La dialéctica del “ser” y del “tener” en la histeria y la obsesión………………………...
  • Conclusión……………………………………………………………………………….…
  • Referencias…………………………………………...……………………………….……

médico; el éxito de la curación depende de un exacto conocimiento de la enfermedad. Me referiré a la siguiente cita del mismo autor para hacer notar una clara diferencia del diagnóstico entre medicina y psicoanálisis: “La primera perturbación es aportada con y por el enfermo mismo. A la pura esencia nosológica, que fija y agota sin residuo su lugar en el orden de las especies, el enfermo añade como otras tantas perturbaciones, sus predisposiciones, su edad, su género de vida, y toda, una serie de acontecimientos que con relación al núcleo esencial representan accidentes. Para conocer la enfermedad del hecho patológico, el médico debe abstraerse del enfermo.” (Foucalt, 1953) Desde esta perspectiva, el enfermo en realidad es un obstáculo para la labor del médico, porque representa perturbaciones y accidentes particulares sobre su verdadero objeto de estudio que es en realidad la enfermedad. En cambio, es claro que para el psicoanálisis estas añadiduras son de mayor relevancia incluso que los mismos síntomas, ya que al seguir su rastro se apunta más hacia el descubrimiento de lo estructural del sujeto; sitio donde podemos ubicar el diagnóstico. Freud era médico neurólogo y eso le permitió insistir en la idea de diagnosticar para el campo de la clínica psicoanalítica; sin embargo, le dió un giro bastante interesante al diagnóstico en psicoanálisis, para Freud no solo no es posible realizar un diagnóstico antes del tratamiento, sino que debe realizarse después del tratamiento. …los diagnósticos se obtienen a menudo con posterioridad, ya que no es posible formular un juicio sobre los pacientes que acuden al tratamiento antes de haberlos estudiado analíticamente durante semanas o meses. “Así, de hecho recibimos a todos los gatos en una misma bolsa”. (Freud, 1933) Lo que presumiría entonces, que no es posible diagnosticar al inicio de un análisis sino que se va formulando ese diagnóstico incluso hasta el final del tratamiento; así contradiciendo a Foucault, en el psicoanálisis el diagnóstico ya no es la brújula del médico. Cada persona que se somete al análisis, lo comienza con la idea de obtener respuestas, con ciertas demandas que se basan en sus síntomas y no en su estructura (que desconoce); y que el analista (que la desconoce también) a través de la escucha de esos indicadores que se manifiestan inconscientes en el discurso del analizante, va enlazando y encontrando a modo de investigación su posición subjetiva frente al deseo; es decir su estructura.

Ahora bien, los síntomas del paciente son importantes para el tratamiento y diagnóstico psicoanalítico, se parte de ellos para aplicar el método que a modo de investigación, permite obtener como indicios de ciertas configuraciones (indicadores diagnósticos) que determinan su forma de amar, de odiar, de desear. Dichas configuraciones es a lo que nos referimos como estructuras dentro de la teoría psicoanalítica. Los indicadores diagnósticos estructurales aparecen, pues, como indicios codificados por los rasgos de la estructura que son testigos, a su vez, de la economía del deseo. De ahí la necesidad, para precisar el carácter operatorio del diagnóstico, de establecer claramente la distinción que existe entre los «síntomas» y los «rasgos estructurales». (Dör, 1991) Por tanto, la atención del analista no debe reducirse entonces a una clínica de la mirada en el campo de los signos y los síntomas, que por ejemplo: el llegar puntual, tener rituales, ser controlador, insistir en la limpieza y el orden se podría pensar que es obsesivo, o por el contrario que dramatizar, seducir, somatizar asumir que se está frente a una histérica. Lo que sería más que analizar, clasificar al sujeto bajo un conjunto de criterios que lo encajonan en un estilo de sufrimiento que responde a lo objetivable, y que lo aleja de la subjetividad y la singularidad del caso por caso con la que se caracteriza el verdadero análisis. Entonces el sitio en el que debe colocarse el analista para lograr diagnosticar, sería en el de un nivel estructural, donde algunos discursos puedan interpretarse en términos de valor sexual infantil, por tanto inconscientes. Lo imposible de decir El diagnóstico psicoanalítico debe abarcar una localización subjetiva, que es la posición que asume el sujeto frente a sus síntomas o su malestar, es lo que va dando cuenta poco a poco de su estructura. El analista debe acceder a estos indicadores metapsicológicos en el despliegue del decir del analizante, navegando entre la constitución sexual de origen infantil y de su posicionamiento frente a la falta y el deseo. Lo que está determinado por la regla fundamental del psicoanálisis: la asociación libre. La asociación libre como regla fundamental en la clínica psicoanalítica, que mediante un discurso aparentemente sin rumbo e incluso disparatado es articulado por el analizante, que de forma común inicia enfatizando sus dolencias, quejas y dificultades; lo cuales podrían situarse dentro del terreno de los síntomas, es la vía de acceso paulatina y a esquivas que le permite al analista acceder poco a poco a lo que no habla el paciente, a lo que actúa de la pantomima que es su estructura.

Responden así cuando se les presenta A, el Otro tachado. Por tanto, cada estructura clínica tiene lo que se puede llamar, así lo llama una vez Lacan, su propia 'pantomima', o sea su propia estrategia ante la cuestión del deseo del Otro. Diferente para el histérico y para el obsesivo, esa respuesta concreta es su fantasma en el sentido más amplio de la palabra. (Miller, 1983) Entonces psicoanalizar, resulta una práctica incómoda y con profundas dificultades que implican la imposibilidad de fiarse de lo que refiere el paciente para identificar el lugar de la verdad, hay que desinstalarse de lo que supuestamente el analizante comparte, según él su supuesto saber. De ser así, dejarnos llevar por el impulso de la intuición, sería más bien una proyección de un afán teórico o de una fantasía del analista, como en el caso Dora muchos años después cuando Freud reconoce que no había comprendido en su paciente la tendencia homosexual hacia la señora K.; o mejor dicho, que no le prestó atención. El edipo: enigma estructurante El orden en que se escenifican ciertos comportamientos humanos, son la puesta en acto de una repetición, una representación metafórica de los amores más arcaicos en su desarrollo, son el eco resultante de sus amores edípicos, que dejan como resultado la relación que tiene el sujeto con la función fálica, y su posición deseante. Por lo que un momento crucial en la estructuración del sujeto, es referente a la identificación fálica del niño, donde se identifica con el objeto de deseo de la madre, es decir con el objeto de deseo del otro; “ser su falo”. Momento donde es necesaria la aparición de la función paterna como mediadora de ese deseo; para conducir al niño a otra posición donde, renuncia a esa identificación gracias a la castración simbólica, y puede así identificarse con el sujeto que tiene o no ese falo. Para dar cuenta de la relevancia de la función del padre en la constitución de la realidad psíquica, para Freud fue necesaria la construcción de un mito, es en Tótem y Tabú , siguiendo a Masotta (1976) es posible rastrear de qué manera se asegura la prohibición del incesto en el grupo social, gracias al padre muerto. Ese padre muerto que fue primero el padre de la orda primitiva, quien era el único que tenía acceso a las mujeres y a su goce. Donde el grupo de hermanos que movidos por el odio, se organizan para matarlo y poder acceder a las mujeres, mujeres que por ser parte del grupo les están prohibidas por la ley del incesto. Dando como consecuencia los sentimientos de culpa y ambivalencia, mismos sentimientos que permiten el obedecimiento del padre, exclusivamente después de su muerte; ya colmados hostilidad y odio.

Es posible constatar que, de acuerdo con la lectura lacaniana, quedó un vacío en ese desarrollo, mismo que Lacan retomó y buscó aclarar a lo largo de su enseñanza, designando a esta operación de simbolización el Nombre-del-Padre; introduciendo los términos de padre simbólico, padre imaginario y padre real. Dör (1989) menciona que la distinción entre el padre real, el padre imaginario y el padre simbólico constituye un indicador sin el cual, no sólo la dimensión del complejo de Edipo resulta en gran parte ininteligible, sino incluso refractaria al sentido y al alcance del acto psicoanalítico. El padre real es el padre en la realidad de su ser, sea o no progenitor, este nunca interviene en el curso del Edipo y el niño nunca tiene acceso a él. El que intercede como privador y frustrador, el padre imaginario quien es captado por el niño solamente como la forma de imago paterna, que proviene tanto de la representación que le brinda la madre de él y tanto en la economía del deseo del niño; se trata del padre construido a partir de las fantasías, deseos, experiencias concretas y de la imagen cultural que le da ese niño. Por otra parte el padre simbólico , que es puramente significante, es el que interviene en la dialéctica edípica, el que estructura, el que se refiere exclusivamente a la función paterna y no al hombre de la realidad ni a la imagen que tiene el niño de él. El Edipo siendo entonces el momento donde en la temprana infancia se da un corte entre madre e hijo, lo que da cuenta de la constitución del sujeto. En esta dinámica del pasaje del ser al tener, resulta decisiva para la neurosis, diferente para la histeria y el obsesivo. Dimensiones que requieren ser detectadas en el dispositivo para ubicar correctamente al elemento estructural del sujeto y que van dando sentido a la cura. La dialéctica del “ser” y del “tener” en la histeria y la obsesión La “elección” de la propia neurosis como organización estructural, que fue determinada de una vez y para mantenerse así siempre, como menciona Dör (1991) se constituye en los arcanos de la dialéctica edípica, permanece marcada por los dos tiempos fuertes que representan la dimensión del ser y la dimensión del tener con respecto al falo. Para la estructura histérica, el apropiarse del atributo fálico del cual este sujeto se considera injustamente desprovisto, convierte la dinámica de su escenificación ante el deseo en idealizar al otro, para luego desvalorizarlo; seducir para luego rechazar, elevar al otro para luego mandarlo a volar; gozando en este juego de poder.

Así este deseo que conlleva necesitar al Otro, produce que el obsesivo se obstine en su destrucción, porque lo vive como peligroso, de ahí, su agresividad a veces reprimida y a veces actuada. Pero al intentar destruir al Otro, en este esfuerzo desaparece su propio deseo, o aparece bajo la forma velada de un objeto del que duda que sea el apropiado. Estas dudas producen el laberinto de su síntoma que es una metáfora dirigida al Otro, como lo es el síntoma de conversión en la histeria. Conclusión El psicoanálisis intenta cuestionar la forma en que cada sujeto se relaciona de forma inconsciente con el mundo que lo rodea (el Otro), siendo esta forma de relacionarse determinante en su estructuración subjetiva. Por tanto, el diagnóstico analítico constituye sus bases en las preguntas fundamentales del sujeto y su forma de sufrir, a partir de sus formas particulares de relación con el Otro. En síntesis, todo lo que dirá el paciente es un recurso valioso que debe usarse para el diagnóstico, por lo que lo único que dispone el analista es su escucha. En ese arte de saber escuchar, el analista debe conocer la función paterna que se desarrolla en la infancia porque de esta depende la formación del sujeto y la elección de la neurosis, las cuales resultan implícitas en los síntomas que perturban al paciente en su edad adulta. Resaltando la constitución del sujeto en el campo del “inconsciente estructurado como un lenguaje”; donde el desarrollo de cada niño que pasando por la experiencia de la dinámica edípica, de la metáfora paterna, de la castración simbólica, de la negociación con el significante fálico, y de cómo este se conjuga con el deseo y la falta. Son estos momentos determinantes para el sujeto y su deseo, además de especificadores de su organización estructural, enlazadas de forma borromea, amarradas por así decir, en la lógica de la constitución de su psique. Aquí recae la importancia de focalizar la escucha analítica en los arrojos inconscientes de toda la dinámica edípica del sujeto y su posición ante el deseo, que se van escapando en discurso del paciente de su oscuridad, mediante su asociación libre. Entonces la estructura del sujeto no es accesible mediante preguntas que pueda hacer el analista, ni de reducir al sujeto a los dichos, ya que lo que dice poco importa si es verdadero o falso. Lo estructural del sujeto como saber no sabido, precisa tener en cuenta la emergencia del decir, la cual se produce en la medida en que se cuestione la posición del sujeto con respecto a eso que dice.

Referencias Dör, J. (1991) Estructuras Clínicas y psicoanálisis. Argentina: Amorrortu editores. Dör, J. (1998) E l padre y su función en psicoanálisis. Argentina: Amorrortu editores. Freud, S., A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el Hombre de las ratas). (1909), Obras Completas, Vol. VII, Buenos Aires: Amorrortu Editores. Freud, S., Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico (1912), Obras Completas, Vol. XII, Buenos Aires: Amorrortu Editores. Freud, S., Fragmento de un caso de histeria (el Caso Dora). (1905 [1901]), Obras Completas, Vol. VII, Buenos Aires: Amorrortu Editores. Freud, S., Tótem y Tabú. Algunas concordancias en la vida anímica de los salvajes y de los neuróticos (1913 [1912-13]), Obras Completas, Vol. XIII, Buenos Aires: Amorrortu Editores. Freud, S., Trabajos sobre técnica psicoanalítica. (1911-1915 [1914]), Obras Completas, Vol. XXII, Buenos Aires: Amorrortu Editores. Foucault, M. (1966) El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica. Buenos Aires: Siglo XXI editores. Lacan, J. (2009). El mito individual del neurótico. Buenos Aires: Paidós. Leclaire, E. (1970) Un ensayo sobre el orden del inconsciente y la práctica de la letra. Buenos Aires: Siglo XXI editores. Massota, O. (1991) Lección de introducción al psicoanálisis. México: Editorial Gedisa. Massota, O. (2008) Lecturas de psicoanálisis, Freud, Lacan. Buenos Aires: Paidós. Miller, J. (1983) Dos dimensiones clínicas: síntoma y fantasma: la teoría del yo en Lacan. Argentina: Ediciones Manantial. Miller, J.. (1997) Introducción al método psicoanalítico. Buenos Aires: Paidós.