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La Tercera Piel: Desarrollo de la Sociedad y Cultura de Masas en el Siglo XX, Transcripciones de Biología Celular y Molecular

Este texto explora la evolución de la sociedad y la cultura de masas en el siglo xx, centrándose en el desarrollo de la "tercera piel", un concepto que describe la influencia de los medios de comunicación de masas en la vida social. Se analizan los cambios tecnológicos, la industrialización, la propaganda, el consumo y la influencia de la televisión en la configuración de la sociedad moderna. El texto también aborda la crítica a la realidad totalitaria de la urss y al "socialismo real", así como la influencia de la cultura publicitaria en la obsolescencia planificada y la transformación de la clase obrera en clase media.

Tipo: Transcripciones

2024/2025

Subido el 30/03/2025

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Capítulo 1
Desarrollo de la “Tercera Piel” y Sociedad y Cultura de Masas
A finales del XIX se empiezan a dar los avances tecnológicos (telégrafo, teléfono, fotografía,
primeras proyecciones cinematográficas, etc.) que van a hacer factible el desarrollo en el siglo
XX de los medios de comunicación de masas. Primero, de la radio, y más tarde, de la televisión.
En paralelo, se producen cambios en la actividad industrial, caracterizados por el progresivo
afianzamiento de la producción a gran escala dominada por el sistema de máquinas, que sería el
germen del fordismo y del llamado “obrero masa”. En las primeras décadas del siglo pasado
aparecen también nuevos movimientos intelectuales y artísticos (cubismo, surrealismo, etc.),
las famosas Vanguardias, que intentan liberar a la máquina del prejuicio romántico del siglo
XIX en su contra, proclamando la máquina como objeto estético. Estas Vanguardias actúan
como verdaderos creadores de nuevos modos y estilos de vida. Una auténtica modernidad
radical, con una tremenda fe en el futuro, fruto de los avances tecnológicos en curso, y con
ansias de enterrar el pasado, uno de cuyos productos sería el Manifiesto del Futurismo de 1909,
promovido por Marineti. El Manifiesto promulgaba la actitud agresiva hacia el pasado
(“necesidad de destruir los museos”), la belleza de la velocidad (“un automóvil rugiente es más
bello que la Victoria de Samotracia”), la exaltación de la violencia (“no hay belleza sino en la
lucha”), la agresividad en las obras de arte, la superación del tiempo y el espacio (“que morirán
mañana”), la glorificación de la guerra, el militarismo y el patriotismo (aunque eso sí, con
ciertos toques de internacionalismo), el combate contra el moralismo y el feminismo, así como
la revuelta de las masas (“que el trabajo agita”). Un totum revolutum que expresaba el ambiente
contradictorio de la época, que rezumaba una fe sin límites en la tecnología y el porvenir, y que
ayudó asimismo a impulsar el ardor bélico (“violencia atropelladora e incendiaria”) en el
mundo previo a la Primera Guerra Mundial. La Gran Guerra.
Pero no sería hasta después del desastre de la Gran Guerra, cuando los cambios de la
“modernidad radical” confluyen especialmente en EEUU, a partir de la década de los veinte,
generando una auténtica mutación de la primera sociedad industrial en Sociedad de Masas
(Muñoz, 1995 y 2000). Así, desde 1911 se va cimentando el lenguaje del cine en Hollywood,
que en la década siguiente se consolida definitivamente como la meca del séptimo arte
estadounidense, occidental y mundial. De esta forma, a los cambios en los procesos industriales
reseñados, se suma un desarrollo adicional, específico, el de la Comunicación de Masas, que va
a configurar decisivamente el nuevo modelo de sociedad capitalista. Y a ello se añade también
que el deporte de masas por excelencia, el futbol, empieza a afianzarse a escala mundial en las
primeras décadas del siglo XX, después de sus inicios (en su forma actual) en Gran Bretaña en
el último tercio del XIX; y tras su progresiva proyección posterior en Europa y a lo largo y
ancho del imperio británico, así como en sus áreas de influencia (América Latina). E
igualmente, durante las primeras décadas del XX, se van a desarrollar también las Olimpiadas,
que se habían vuelto a relanzar en 1896. Ambos eventos deportivos serían los que concitarían la
mayor audiencia de masas a lo largo de todo el siglo XX.
El periodo entreguerras sería cuando todas estas dinámicas se irían consolidando, y cuando un
nuevo medio de comunicación, la televisión, empezaría tímidamente a dar sus primeros pasos,
en EEUU y algunos países de Europa Occidental. Así pues, tanto la evolución de los “locos
años veinte”, como más tarde la Gran Depresión, y sobre todo el New Deal, el auge del nazismo
y el fascismo, así como también la plena cristalización del estalinismo, no se podrían entender
sin la potencialidad que brindaba la nueva comunicación de masas, y la posibilidad de
manipulación de la psicología colectiva que ésta permitía. La “industrialización” alcanza pues a
las formas de producción cultural y propaganda, que se convierten en un componente
trascendental de las nuevas formas y estructuras de poder. Sin embargo, en esta primera etapa
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¡Descarga La Tercera Piel: Desarrollo de la Sociedad y Cultura de Masas en el Siglo XX y más Transcripciones en PDF de Biología Celular y Molecular solo en Docsity!

Capítulo 1 Desarrollo de la “Tercera Piel” y Sociedad y Cultura de Masas A finales del XIX se empiezan a dar los avances tecnológicos (telégrafo, teléfono, fotografía, primeras proyecciones cinematográficas, etc.) que van a hacer factible el desarrollo en el siglo XX de los medios de comunicación de masas. Primero, de la radio, y más tarde, de la televisión. En paralelo, se producen cambios en la actividad industrial, caracterizados por el progresivo afianzamiento de la producción a gran escala dominada por el sistema de máquinas, que sería el germen del fordismo y del llamado “obrero masa”. En las primeras décadas del siglo pasado aparecen también nuevos movimientos intelectuales y artísticos (cubismo, surrealismo, etc.), las famosas Vanguardias, que intentan liberar a la máquina del prejuicio romántico del siglo XIX en su contra, proclamando la máquina como objeto estético. Estas Vanguardias actúan como verdaderos creadores de nuevos modos y estilos de vida. Una auténtica modernidad radical, con una tremenda fe en el futuro, fruto de los avances tecnológicos en curso, y con ansias de enterrar el pasado, uno de cuyos productos sería el Manifiesto del Futurismo de 1909, promovido por Marineti. El Manifiesto promulgaba la actitud agresiva hacia el pasado (“necesidad de destruir los museos”), la belleza de la velocidad (“un automóvil rugiente es más bello que la Victoria de Samotracia”), la exaltación de la violencia (“no hay belleza sino en la lucha”), la agresividad en las obras de arte, la superación del tiempo y el espacio (“que morirán mañana”), la glorificación de la guerra, el militarismo y el patriotismo (aunque eso sí, con ciertos toques de internacionalismo), el combate contra el moralismo y el feminismo, así como la revuelta de las masas (“que el trabajo agita”). Un totum revolutum que expresaba el ambiente contradictorio de la época, que rezumaba una fe sin límites en la tecnología y el porvenir, y que ayudó asimismo a impulsar el ardor bélico (“violencia atropelladora e incendiaria”) en el mundo previo a la Primera Guerra Mundial. La Gran Guerra. Pero no sería hasta después del desastre de la Gran Guerra, cuando los cambios de la “modernidad radical” confluyen especialmente en EEUU, a partir de la década de los veinte, generando una auténtica mutación de la primera sociedad industrial en Sociedad de Masas (Muñoz, 1995 y 2000). Así, desde 1911 se va cimentando el lenguaje del cine en Hollywood, que en la década siguiente se consolida definitivamente como la meca del séptimo arte estadounidense, occidental y mundial. De esta forma, a los cambios en los procesos industriales reseñados, se suma un desarrollo adicional, específico, el de la Comunicación de Masas, que va a configurar decisivamente el nuevo modelo de sociedad capitalista. Y a ello se añade también que el deporte de masas por excelencia, el futbol, empieza a afianzarse a escala mundial en las primeras décadas del siglo XX, después de sus inicios (en su forma actual) en Gran Bretaña en el último tercio del XIX; y tras su progresiva proyección posterior en Europa y a lo largo y ancho del imperio británico, así como en sus áreas de influencia (América Latina). E igualmente, durante las primeras décadas del XX, se van a desarrollar también las Olimpiadas, que se habían vuelto a relanzar en 1896. Ambos eventos deportivos serían los que concitarían la mayor audiencia de masas a lo largo de todo el siglo XX. El periodo entreguerras sería cuando todas estas dinámicas se irían consolidando, y cuando un nuevo medio de comunicación, la televisión, empezaría tímidamente a dar sus primeros pasos, en EEUU y algunos países de Europa Occidental. Así pues, tanto la evolución de los “locos años veinte”, como más tarde la Gran Depresión, y sobre todo el New Deal, el auge del nazismo y el fascismo, así como también la plena cristalización del estalinismo, no se podrían entender sin la potencialidad que brindaba la nueva comunicación de masas, y la posibilidad de manipulación de la psicología colectiva que ésta permitía. La “industrialización” alcanza pues a las formas de producción cultural y propaganda, que se convierten en un componente trascendental de las nuevas formas y estructuras de poder. Sin embargo, en esta primera etapa

de los medios de comunicación de masas, no serían por supuesto igual la prensa y la radio (principales mass media, entonces) en las llamadas sociedades democráticas de la época, donde se configuran como un verdadero Cuarto Poder, que en las sociedades totalitarias, donde actúan como apéndice determinante de un poder dictatorial. No en vano, el lugarteniente de Hitler, Goebbels, decía que una mentira que se repite machaconamente acaba convirtiéndose en una verdad. Asimismo, las dos guerras mundiales, y sobre todo la segunda, se van a convertir en verdaderos bancos de pruebas de la cultura y propaganda industrializada al servicio de las dinámicas militaristas, y en elementos indispensables asimismo para ganar la contienda. Sin embargo, no sería hasta después de la Segunda Guerra Mundial, que podríamos decir que se termina de modelar la Sociedad de Masas en Occidente, y la paulatina creación de un nuevo individuo temeroso de sentirse diferente al resto de la “comunidad”. Los ciudadanos se van a convertir poco a poco en masa anónima. En este proceso cumple un papel incuestionable la generalización de la televisión como medio de comunicación masivo por excelencia. La televisión iba a posibilitar además hacer progresivamente periféricas la cultura popular e intelectual heredadas. Empezaba modestamente (todavía) la era de la “realidad virtual”, en paralelo con la progresiva expansión de la sociedad de consumo y la irrupción de la industria publicitaria, en el marco de los “Treinta (años) Gloriosos” del Fordismo y el Estado del Bienestar. Todo ello permitiría sepultar los desastres de Auschwitz y sobre todo de Hiroshima y Nagasaki, donde la promesa de Progreso brillante y sin fin de la Modernidad parecía quebrarse. La razón ilustrada había quedado seriamente tocada después de estos genocidios perpetrados desde el campo occidental, y era preciso ayudar a olvidar estos despropósitos que ponían en cuestión la propia deriva del sistema ciencia-tecnología, aunque cabría decir que el Holocausto y la Bomba Atómica tal vez habían empezado ya a fraguarse con Descartes (Pigem, 1993). Los horrores de la guerra moderna no son un error, o un accidente, en la evolución “inocente” de la ciencia. De todas formas, el Holocausto, era relativamente fácil de marginar, pues el Nazismo (y el Fascismo) se presentaba como una desviación “momentánea” y perversa de la democracia occidental, todavía con pocos años de existencia, al que se podía cargar el Mal absoluto. Además, para eso se montó el juicio de Nuremberg, con el fin de difundir urbi et orbi la buena nueva democrática, vía unos medios de comunicación de masas en plena expansión. Pero obviar Hiroshima y Nagasaki no parecía, en principio, tan sencillo. Si bien la irrupción con toda su potencia de la Fabrica de Sueños de Hollywood y los mass media, así como los inicios de la sociedad de consumo y el deporte espectáculo, ayudaron a sepultar estos “desdichados” episodios. Es más, Hollywood haría decenas y hasta centenares de películas de la segunda guerra mundial, donde se reflejarían la valentía y gallardía de los aliados, y en concreto de las tropas estadounidenses, así como la maldad y perversión de las potencias del eje, y en concreto de los nazis; pero en ninguna se abordó el tratamiento de las explosiones nucleares provocadas por EEUU, ni se mencionó el papel del Ejército Rojo en la derrota de Hitler y en la toma de Berlín. La guerra de propaganda en el llamado conflicto entre bloques había comenzado. La Sociedad de Masas también tendría su desarrollo particular en los países del llamado “Socialismo Real”, pero ahí el componente del consumo fue prácticamente inexistente. El objetivo de alcanzar el “Socialismo” cuanto antes, era la coartada “revolucionaria” para ocultar las colas para hacerse con los bienes más necesarios. Pues para lograr tan loable fin, el nuevo Capitalismo de Estado dedicaba todos sus esfuerzos a la promoción de la gran industria (en especial bélica), y a la creación de importantes ciudades e infraestructuras, así como a la glorificación del trabajo, pero dejaba desatendido el consumo cotidiano de sus ciudadanos. Nada que ver con lo que acontecía en Occidente, y sobre todo en EEUU. En todo este periodo, y hasta la caída del Muro de Berlín, los mass media se convirtieron en el poder blando por

la tercera, está escrita durante el Macartismo postbélico, un tiempo fuertemente represivo con las ideas de izquierda en la sociedad líder mundial del llamado “Mundo Libre”, al tiempo que se consolidaba la sociedad de consumo y televisiva. En ella, “el gobierno para preservar la felicidad a cualquier precio persigue a los disidentes defensores de los libros, causa de la infelicidad e inestabilidad social que creaban. El país quiere ser feliz y el gobierno se dedica a darle espectáculo a través de la televisión (mientras va quemando los libros; el título de la novela es la temperatura a la que arden éstos), pues vivimos para divertirnos, al tiempo que se presenta el holocausto nuclear como un Apocalipsis necesario” (Domingo, 2008). En definitiva, las tres distopías de una u otra forma nos anuncian y denuncian la emergencia de la cultura de masas para controlar a las masas (fuente de subversión) tanto en Occidente como en el Este, y las formas distintas que adopta aquella a uno y otro lado del “Telón de Acero” (término acuñado por Occidente en su guerra de propaganda). En cuanto a la llamada Escuela de Frankfurt (Marcuse, Adorno, Fromm, etc.), es preciso resaltar el papel que cumplió denunciando el desarrollo de la Sociedad de Masas estadounidense como paradigma de la alienación colectiva, y la irrupción del mismo proceso en el conjunto de Occidente. Y cómo la lealtad de masas se va desplazando paulatinamente desde el subsistema político al subsistema cultural, donde es más fácilmente manipulable, de acuerdo con los intereses dominantes. Lo cual contribuía a ir diseñando un futuro sin pasado, con el fin de separar a la sociedad del mismo, objetivo funcional con las dinámicas hegemónicas del sistema; así como permitía la paulatina adaptación psicológica de los ciudadanos a las estructuras de la naciente sociedad post industrial, que conllevaba nuevos principios de estratificación social. Se inauguraba pues un nuevo Modelo Cultural, con temible capacidad de trastocamiento de los mapas cognitivos, en el que la razón instrumental se ponía abiertamente en función de los intereses hegemónicos. Y todo ello elaborado de forma exquisita y envuelto en brillante celofán, debido a una potente cultura de la persuasión industrialmente elaborada. Además, este proceso se realizaba en un contexto de fuerte crecimiento económico (y por consiguiente consumo energético, en concreto de petróleo), lo que hacía más fácil domesticar las conciencias. Es en esos años cuando el Crecimiento se promueve y se asienta como un importantísimo valor en sí mismo, y cuando más allá de su significado económico se convierte en un producto mediático más. Asistimos, pues, en esa época dorada del capitalismo, al nacimiento de una verdadera industria de la conciencia, que a través de un verdadero tumulto de imágenes y de símbolos iba a ayudar a configurar la llamada “realidad virtual” (Muñoz, 2000). Capitulo 2 Televisión: la “realidad virtual” como vía de escape de la realidad La televisión ha sido el principal medio creador de “realidad virtual”, y ésta fue imponiéndose con el tiempo, de forma cada vez más clara y contundente, desplazando poco a poco de nuestras consciencias la realidad real, valga la redundancia. El poder de la imagen es tal, que logra centrar la atención humana en la ventana catódica, desplazando y hasta ocultando el mundo físico que nos rodea, sobre todo por la avalancha de símbolos, mensajes, noticias, diversión prefabricada y glamour que suscita la tv, especialmente a través de la publicidad. Esta “realidad virtual”, necesariamente distorsionada y seleccionada por los intereses dominantes, logra borrar las fronteras entre “lo falso” y “lo verdadero”. Se produce pues una verdadera mezcla entre ficción y realidad que acentúa nuestra incapacidad para conocer quiénes somos, cómo es la realidad en la que desarrollamos nuestra existencia, cómo deberíamos reaccionar ante su creciente degradación y, por supuesto, cuál podría ser un mundo deseable, justo y sustentable.

De esta forma, la televisión consigue un desplazamiento de las preocupaciones humanas hacia el espacio de lo virtual, al tiempo que esconde el deterioro del espacio real: la “Segunda Piel” (en gran medida urbano-metropolitana), donde residimos físicamente, y trastoca igualmente la comprensión del funcionamiento de la sociedad que lo habita. Máxime: cuando esa “realidad virtual” se ha ido instalando en el espectáculo y el entretenimiento para que no pensemos; cuando nuestra capacidad de pensamiento y reflexión se ve cortocircuitada y embrutecida por la cultura del video clip, que fragmenta cualquier línea discursiva, con planos que se suceden a velocidad de vértigo; cuando se nos bombardea de forma constante desde la pantalla para que consumamos; cuando se imponen sin restricción los valores urbano-metropolitanos, menospreciando el mundo rural y la cultura campesina; cuando se difunde el cinismo, el oportunismo extremo o el miedo, al tiempo que se nos inculca el culto a los famosos y al dinero; cuando se propaga la violencia gratuita y la destrucción como forma de mantener nuestra atención; y cuando se recurre a cualquier cosa, a la degradación De esta forma, la televisión consigue un desplazamiento de las preocupaciones humanas hacia el espacio de lo virtual, al tiempo que esconde el deterioro del espacio real: la “Segunda Piel” (en gran medida urbano-metropolitana), donde residimos físicamente, y trastoca igualmente la comprensión del funcionamiento de la sociedad que lo habita. Máxime: cuando esa “realidad virtual” se ha ido instalando en el espectáculo y el entretenimiento para que no pensemos; cuando nuestra capacidad de pensamiento y reflexión se ve cortocircuitada y embrutecida por la cultura del video clip, que fragmenta cualquier línea discursiva, con planos que se suceden a velocidad de vértigo; cuando se nos bombardea de forma constante desde la pantalla para que consumamos; cuando se imponen sin restricción los valores urbano- metropolitanos, menospreciando el mundo rural y la cultura campesina; cuando se difunde el cinismo, el oportunismo extremo o el miedo, al tiempo que se nos inculca el culto a los famosos y al dinero; cuando se propaga la violencia gratuita y la destrucción como forma de mantener nuestra atención; y cuando se recurre a cualquier cosa, a la degradación absoluta de la telebasura de los reality shows, con concursos denigrantes y humillantes, para que la audiencia siga enganchada a la pantalla. No en vano es la capacidad de mantener a la audiencia “fiel”, la que permite el financiamiento de este medio trascendental a través de la publicidad. Esta deriva de degradación televisiva ha ido in crescendo en los últimos 30 años, como resaltaremos más adelante. En la tv ocurre como en la ley de bronce de la economía, la moneda mala expulsa a la moneda buena. La televisión llega hoy en día a más del 80% de la población mundial, ayudando a configurar una verdadera “Aldea Global” (Mander, 2004). Allí donde en muchas ocasiones no llega el agua, llega la tv, lo que ha logrado condicionar absolutamente el sentido de la realidad. Es más, el sentido de la realidad deriva de la televisión, esto es, de la “realidad virtual”, que además impone su ley a los otros medios. Y desde hace unas dos décadas, también , la percepción de la realidad depende, como veremos, de Internet, la nueva “realidad virtual”. Así pues, y como nos dice Braudillard (1993), parecería como que (casi) la totalidad del género humano se hubiese salido de la realidad física para meterse en cuerpo y sobre todo alma en la “realidad virtual”. Además, en esa “realidad virtual”, nos sigue diciendo, pasan tantas cosas que es como si ya no pasase nada. Antaño la intensidad de algunos acontecimientos hacía que permanecieran en el tiempo recordados durante generaciones, solo a través de la trasmisión oral. Hoy en día asistimos a lo contrario, a una verdadera huelga de los acontecimientos, a pesar de la fuerza de la imagen. A una actualidad vacía, a través del psicodrama visual de la información. La tasa de información en teoría es máxima, pero el índice de resonancia es casi inexistente. Y ello es debido a la promiscuidad universal de las imágenes que acentúa nuestro exilio y nos encierra en nuestra indiferencia, debido a la obsolescencia extremadamente rápida de las noticias. “La universalización de los hechos, de los datos, de los conocimientos, de la información, es una

decisivamente a que todo consumo sea un consumo “productivo”, en el sentido de que prácticamente todo el consumo (principalmente en los espacios centrales) esté dentro de la lógica del capital. Las cosas se adquieren y se desechan con una celeridad compulsiva, especialmente en el mundo de la moda, y muy en concreto en aquella destinada a los sectores jóvenes. El Teenage Market. Estrenar ropa (“estar a la moda”) dura ya casi segundos, pues Zara, p.e., hace una renovación permanente en sus tiendas. Pero la Sociedad de Consumo tiene por supuesto efectos sociales que van bastante más allá del ámbito puramente económico, y que nos interesa especialmente resaltar. Por un lado, “la capacidad de los objetos de suscitar deseos (apoyada por la inversión publicitaria) es alta, pero sus posibilidades de generar satisfacción y felicidad son (mucho) menores” (Cembranos, 1993). Cuando no generan directamente una frustración al no poder adquirirlos, pues se multiplican artificialmente las necesidades pero no las rentas. A nadie se le escapa que existe claramente un consumo jerarquizado y diferenciado. Pero también la Sociedad de Consumo ha posibilitado el consumo emocional del “lujo” por las “clases medias”, y ha logrado transformar en amplias “clases medias” postindustriales a la antigua Clase Obrera industrial, en los espacios centrales. Primero, porque ha habido una transformación de la estructura productiva, como ya hemos indicado anteriormente en el libro, y segundo, porque se ha producido una nueva estratificación social con el paso a la sociedad postindustrial, que además ha sido cooptada, por así decir, desde el poder vía consumo. Todo ello ha posibilitado el paso de una cultura del trabajo, que era también orgullo de la Clase Obrera y que formaba parte de la cultura popular, a una cultura del consumo, en la que la identidad social se establece por el mayor o menor acceso al consumo, que ha dinamitado al mismo tiempo la cultura obrera. En definitiva, el consumo ha conseguido convertir a la clase obrera, en su día un sujeto político potente, homogéneo y compacto, en clase media, un sujeto sujetado, desestructurado y atomizado, que busca vía consumo imitar, en la medida de lo posible, las pautas de consumo y formas de vida de las elites (“porque yo lo valgo”). En este tránsito la ideología del consumo se ha convertido en la gran ideología. Y la Sociedad de Consumo, cuya creación ha sido posible por los mass media, tiene la capacidad de proyectar su glamour y los valores urbano-metropolitanos, pues es en estos espacios donde habita, sobre el conjunto del territorio, a través igualmente de los medios de comunicación de masas. Esta colonización mediática del espacio real, a través de la “Tercera Piel”, ha llegado a ser definida como la creación de Telépolis, que no sería otra cosa que la intensificación a través del éter del impacto cultural a distancia de las metrópolis (Echevarría, 1994). Pero este impacto desde hace ya unas décadas, sobre todo en los últimos 30 años, ha adquirido una verdadera proyección mundial, traspasando fronteras estatales, y especialmente las líneas divisorias Norte-Sur, Oeste Este, o Centros-Periferias. La “Tercera Piel” ha configurado como decíamos una verdadera Aldea Global, y hoy la Sociedad de Consumo tiene un alcance planetario, aunque indudablemente no participen para nada por igual en esa “fiesta” las poblaciones centrales y periféricas, o las urbano-metropolitanas y las rurales e indígenas. Pero el logo de Coca Cola o de Nike llega a los lugares más remotos de África, al igual que la imagen de Cristiano Ronaldo, Nadal o Hamilton. Y eso actúa como un “efecto llamada” más de cara a las poblaciones del mundo entero, para que salten muros y participen ellos también en la gran fiesta del Consumo. El lujo y la fama, por fin, al parecer, al alcance de “todos”. Capítulo 4 Aldea Global, Sociedad del Espectáculo, Nuevo Espíritu del Capitalismo y Postmodernidad.

Si hubiera que poner una fecha formal al nacimiento de la Aldea Global, probablemente sería 1980, cuando se crea la CNN en Atlanta, que empieza a emitir las 24 horas con alcance planetario. Anteriormente, la “Tercera Piel” avanzaba cada vez más hacia su dimensión regional o mundial, pero tan solo ocasionalmente en sus emisiones (Eurocopa, Eurovisión, Olimpiadas, Mundial de Fútbol, etc). Pero con la irrupción de la CNN, un canal privado global, entramos en una nueva dimensión. El “Efecto CNN”, se llegó a denominar. De repente, el mundo entero empezó a ver las mismas imágenes de forma Non-Stop. Lo cual cambiaba la agenda política de los gobiernos, si es que una noticia nacional saltaba en la CNN, y viceversa, lo que no salía en la CNN era como si no existiera a nivel internacional. CNN abre la información en tiempo real, acompañándola también de espectáculo y publicidad. Y debido al lugar central que ocupa en el sistema, al estar su sede en EEUU, la CNN se convirtió también en un instrumento de propaganda global. Eso se pudo constatar claramente durante la operación «Tormenta del Desierto», en la guerra contra Irak de la coalición internacional liderada por EEUU en 1991, cuando la “opinión pública” de los Estados implicados se unificó en torno a la fuente común de información: la CNN. La cadena estadounidense se había metamorfoseado en una cadena con audiencia internacional, y había impuesto al resto del globo su concepto de “información continua” y su visión de la Guerra del Golfo y del mundo. Durante todo el conflicto, en todas partes del globo, las demás televisiones retomaban en directo sus imágenes y frecuentemente reproducían hasta sus mismos comentarios. Posteriormente, en los principales Estados del mundo se empezaron a crear cadenas globales de emisión permanente (BBC-World, TV5-Monde, TVE-24 Horas, etc.). Y hasta el mundo árabe puede disfrutar de su propia cadena regional (pero con proyección global) desde que en 1996 se creara Al Yazira, emitiendo desde Qatar, lo que alteró la visión para el resto del planeta de lo que acontecía en el complejo y diverso mundo islámico. A partir de entonces, ya no era sólo el la Aldea Global occidental la que trasmitía los acontecimientos del mundo árabe-musulmán. Conviene resaltar también que más o menos al tiempo que la Aldea Global cristalizaba en el ámbito de la información, en los ochenta, los principales mercados financieros se des-regulaban y empezaban a operar también a escala global, inaugurándose igualmente un funcionamiento Non-Stop de los mismos, al irse relevando unos a otros debido a los distintos husos horarios (Nueva York, Tokio, Londres). El Casino Global se iniciaba impulsado por decisiones políticas, y favorecido por el desarrollo de las Nuevas Tecnologías de la Información y Comunicación (NTIC). Otro componente fundamental de la “Tercera Piel” que analizaremos luego al hablar de la revolución espacio-tiempo en el siglo XX. La plasmación de la Aldea Global en las últimas décadas del siglo XX permitió una capacidad de proyección e imposición mundial sin precedentes de los valores e intereses dominantes de Occidente, y en especial del mundo anglosajón. Sobre todo porque esta Aldea Global ha ido siendo dominada por unos ocho gigantes mundiales de los medios de comunicación de masas: los Global Media1, con sede en esos espacios. Medios que operan no sólo en el ámbito televisivo, sino que controlan prensa, radio, sistemas de satélites, cable, editoriales, producción y distribución cinematográfica, cadenas de cines, 1 Time Warner, Disney, Fox News-Murdoch, Viacom, Seagram, GE, Sony y Betterlsman. En otro escalón estarían Prisa, Reuters, etc. (Mander, 2004). parques temáticos, y hasta ámbitos cada vez más importantes de Internet, en la actualidad. Son gigantes de la telecomunicación privados, pues en este último periodo la televisión pública ha ido siendo en gran medida eliminada o marginada en muchos países, debido a las reformas neoliberales; aunque en Europa Occidental la tv pública todavía permanece con una presencia considerable, a pesar de la creciente aparición de cadenas privadas. En otras regiones del mundo existen igualmente importantes grupos privados de televisión (Globo en Brasil, Televisa

dependiente mundial, del trabajo de servicios y doméstico, así como de la Cadena Internacional de Cuidados que posibilita hoy en día también la inmigración, y de un brutal derroche de energía y recursos. Pero la Sociedad del Entretenimiento ha logrado acabar con la Sociedad del Trabajo capitalista que perduró casi hasta los setenta, y ha conseguido borrar de la memoria colectiva mundial las consecuencias de las crisis energéticas de los setenta. O al menos así ha sido hasta hace poco. De esta forma, la exhortación a la autodisciplina, el trabajo duro, la austeridad, el ascetismo individual, en suma, la ética calvinista, y más ampliamente protestante, es decir, el espíritu del primer capitalismo, tal y como nos aleccionaba Max Weber, son antónimos del Nuevo Espíritu del Capitalismo que se ha ido desplegando en estos últimos treinta años, y que ha conformado eso que se ha venido a denominar Postmodernidad (Boltansky y Chiapello, 2002). De esta forma, se ha logrado instalar, a través fundamentalmente de la Aldea Global, y de su tremenda capacidad de crear una nueva realidad (virtual), una nueva y absolutamente degradada moral. Eso sí, funcional con los nuevos intereses dominantes, pues ha conseguido eliminar obstáculos ligados al modo de acumulación anterior (Fordismo, Estado del Bienestar) y a las demandas de justicia que habían suscitado décadas de luchas sociales, y en concreto la rebelión cultural y antiautoritaria del 68, y la coetánea del Sur Global contra Occidente. Todo ello ha sido apoyado también desde determinadas Fundaciones y Think Tanks, cercanos a los nuevos círculos de poder corporativo y financiero. Así, el apetito indiscriminado de dinero (y poder), antes condicionado o proscrito, ha sido hasta hace nada (cuando estalla la crisis global) moneda corriente. Es más se ha ensalzado y venerado socialmente. Se ha hecho de la idea de éxito el principio de ética universal, pues el que triunfaba podía tener derecho a todo. Los sueldos y las prebendas más abusivos eran sancionados y admirados socialmente, desde el banquero o alto ejecutivo al deportista de elite, pasando por el actor o actriz de Hollywood. Winner Takes All (el ganador se lo lleva todo), que se dice en EEUU. Se ha instalado el escepticismo y el cinismo en el cuerpo social, un entorno idóneo para desplegar al resguardo de las críticas unas relaciones de propiedad y poder cada vez más desiguales. Es más, el control de los medios de comunicación de masas ha posibilitado eliminar cualquier cortapisa al manejo del poder y la riqueza (caso, p.e., de Berlusconi), con el aplauso de una gran parte de la sociedad. Las últimas décadas del XX y la primera este siglo (hasta la crisis global, repetimos), ha sido muy probablemente el periodo más materialista y obsesionado con el estatus social que nunca haya existido. Parecería como si todo se permitiese con el fin de conseguir como fuera dinero, fama y poder. Y todo ello se ha hecho a través de mensajes pretendidamente “desideologizados”, en contraposición con los mensajes “ideologizados” de lo político. Algo perfecto para encandilar a un cuerpo social hastiado de la política (Boltansky y Chiapello, 2002; Naredo, 2006; Fdez Durán, 1996; Harvey, 2008, Taylor, 2008). Al mismo tiempo, se colaban de rondón, más o menos edulcorados, mensajes altamente políticos: la fe en el mercado des-regulado y la competitividad como valores supremos, la ineficiencia del Estado, la eficacia y confianza en los mercados financieros, la benevolencia de la “globalización”, la bondad de las privatizaciones de empresas, servicios públicos y hasta del sistema de pensiones, las virtudes de la reducción de impuestos, la necesidad de la flexibilización laboral, la disfuncionalidad del gasto social, etc. Todo ello, que se ha vendido como las medidas que iban a permitir la generación de riqueza generalizada, ha logrado una brutal alteración en la subjetividad de masas, presentando como beneficiosas, incluso como ineluctables, las reformas exigidas por el nuevo capitalismo (financiero) global. No Hay Alternativa (TINA: There Is No Alternative), el mensaje que propagaría Margaret Thatcher. Y la aceptación de dicho mensaje ha sido posible por la desarticulación de las formas de pensar, el desconcierto ideológico y el desaliento y marginación mediática de la conciencia crítica (la Espiral del Silencio, según Noelle Neuman -1981-), promovidos en esta nueva fase del

capitalismo desde la Aldea Global, con el objetivo también de privatizar la esfera pública y eliminar la utopía social. Esta pérdida de los mapas cognitivos es una de las características más resaltables de eso que se ha venido llamar Postmodernidad. Esto es, una nueva lógica cultural del capitalismo tardío, acorde con sus nuevos intereses en esta etapa de “globalización” y postindustrialización en los espacios centrales (Jameson, 1991). De esta forma, se ha promovido una pérdida paulatina de las coordenadas de la realidad para las sociedades de masas, por la acción interesada y artificial de este nuevo modelo cultural dominante (Muñoz, 2000). Un modelo cultural que desautoriza cualquier posible juicio crítico sobre la totalidad de un sistema cada día más complejo, cuya evolución se plantea como algo natural. Se desacredita cualquier opinión sobre su injusticia e irracionalidad social y ambiental, con la excusa del fin de las certidumbres y del hundimiento histórico de las grandes metanarrativas heredadas del capitalismo industrial. El pretendido final de las ideologías. Sobre todo de aquellas no funcionales con los intereses del nuevo modelo de capitalismo (socialismo, comunismo), utilizando abiertamente en beneficio propio la integración de China en el mercado global a partir de los ochenta (“!Qué importa que el gato sea negro o blanco, mientras que cace ratones!”), y el colapso del Socialismo Real y la implosión de la URSS, que acontece en los noventa. En definitiva, la Postmodernidad sería el triunfo de un “pensamiento débil” que se doblega ante el dinero y el poder, así como el eclipse de la razón crítica. Pero la Postmodernidad es en gran medida la culminación de la Modernidad, eso sí, con un embalaje más atractivo y necesariamente actualizado, pues ésta entró en crisis manifiesta en los setenta, aunque alterando también algunos principios fundadores de la misma: imposibilidad del conocimiento objetivo, relativismo radical del nuevo conocimiento, etc., que ponen en duda algunos de los ideales y valores ilustrados2. Sin embargo, la Postmodernidad conserva a todos los efectos el grueso de la visión moderna, y sobre todo la fe en el Progreso y el desarrollo del sistema Ciencia Tecnología, aunque eso sí, con una nueva e importante transformación de su envoltorio cultural. Y ese envoltorio más seductor, que oculta el calado de los contenidos del nuevo mensaje, ha sido logrado a través de un renovado y potente manejo del lenguaje y de la imagen, y ayudado igualmente por las valiosas posibilidades que brindan las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.