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Cap ix metodología de la investigación
Tipo: Monografías, Ensayos
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306 PARTE D O S Des arrollos meto dológicos
a. los medios para la obtención de esos datos: lo que atañe al diseño y la selección de los instrumentos, y
b. aquello referido a los casos o entidades que serán recolectados, es decir, el diseño y la selección de las muestras.
Examinaremos cada una de estas cuestiones con más detenimiento.
Un instrumento es una herramienta que permite llevar adelante una acción plani- ficada. En ocasiones la acción se planifica en función del dispositivo instrumental con el que se cuenta: es distinto lo que se puede realizar con un martillo, con una sierra o con un cincel. En otras ocasiones se tiene la posibilidad de planificar lo que se desea hacer y, a partir de ello, procuramos la herramienta que permita realizarlo. La historia nos muestra que los seres humanos ampliamos nuestras posibilida- des y potencialidades de acción, expandiendo nuestros instrumentos. Por medio de éstos hemos podido sondear en niveles mucho más amplios que los que posibilita nuestro sistema sensorio (como ocurre, por ejemplo, con el uso del microscopio o del telescopio que incrementan las potencialidades de la visión humana) o generar dispositivos para transformar el orden natural, como son las herramientas para el tra- bajo (desde la rudimentaria hacha de piedra hasta la actual producción industrial). En el terreno de la investigación científica los instrumentos son también dispo- sitivos para captar, recolectar o producir. En este caso lo que se produce es infor- mación (o datos) que se estiman necesarios para los fi nes que cada investigación tenga trazados. Por ello en cada caso habrá que defi nir qué tipo de instrumento se va a utilizar, si se adopta uno ya disponible, o en su defecto, si se diseña para las necesidades específicas del estudio en cuestión. Antes de precisar las características de los distintos instrumentos examinaré su “función y su lugar” en el proceso de la investigación.
Función de los instrumentos en el proceso de investigación: su relación con los procedimientos indicadores
Considerando la estructura del dato que hemos presentado, el instrumento queda íntimamente vinculado al indicador y, de modo más específico, a lo que defi nimos como “procedimientos del indicador”.
CAPÍTULO IX El puesto de la instrumentalización en la fas e 2 307
Recordemos, como ya se señaló, que el indicador reconoce una estructura conformada de la siguiente manera:
De tal modo que el diseño o la selección del instrumento surgirá del tipo de indicador previsto, puesto que éste será el dispositivo que permitirá aplicar dichos procedimientos:
De cualquier modo esta relación (entre “procedimientos del indicador e ins- trumento”) no supone secuencialidad. En muchas ocasiones se defi ne el indicador teniendo ya visualizado el instrumento que se va a utilizar. Pese a ello es posible que deban considerarse detenidamente tanto los indicadores como los instrumentos. Dado que el instrumento es el dispositivo para aplicar o implementar indica- dores puede suceder que cuestiones de decisión técnica, o de recursos, obliguen a revisar o ajustar los indicadores. Pongamos por caso el ejemplo que ya hemos comentado respecto al uso de la “dilatación de la columna mercurial” para medir la temperatura ambiente. Si admitimos que constituye un indicador válido, sen- sible, económico, etcétera, deberá evaluarse de qué manera debe implementarse para que el dispositivo en el cual se coloque el mercurio no altere la temperatura del ambiente y permita, además, la lectura de dichas variaciones. Si el vidrio fuera un aislante térmico no sería conveniente utilizarlo ya que alteraría el registro del indicador. Se elige el vidrio porque efectivamente es despreciable la variación de temperatura que introduce (al menos para el rango de variaciones o sensibilidad requerida en el contexto en el que se lo utiliza). En todos los casos deberá evaluarse si el dispositivo y el modo en que se imple- mentan los indicadores no introducen sesgos o distorsiones que alteren las virtu- des o bondades por las que estos indicadores fueron elegidos. Por lo demás, un error frecuente entre quienes se inician en la investigación con- siste en considerar que “investigar se reduce a diseñar el instrumento”. Pensar de esa manera haría suponer que, por ejemplo, si se va a investigar sobre un tema de opi- nión es suficiente con diseñar una encuesta. Pero ¿qué se incluirá en dicha encuesta, con qué fines, qué se busca y por qué? Todas éstas son decisiones que suponen haber identificado uno o varios problemas, haber adoptado un marco de referencia teórica, haber precisado a partir de todo ello las variables o dimensiones relevantes; es decir, todo lo que compromete la fase 1 y la operacionalización empírica que tratamos previamente.
CAPÍTULO IX El puesto de la instrumentalización en la fas e 2 309
IX.1.2.1 Registro de observaciones
[…] cuando el observador observa, es la matriz del pensamiento y de la memoria. En la medida en que el observador observa desde esa matriz, no le resulta posible ver sin nombrar, ya que el nombrar surge de esa matriz. ¿Cómo podrá el observador liberarse de dicha matriz? (R. Krishnamurti, El camino de la inteligencia. Ilusión e inteligencia. Discusión con budistas, 1995.)
Tal como dicta el sentido común, observar es captar un fenómeno mediante los sentidos (básicamente el de la vista, aunque no exclusivamente) con o sin ayuda de aparatos técnicos específicos. Observar es la “técnica” más básica y universal para conocer algo, y todos los instrumentos y modalidades de investigación desde los más simples hasta los más sofisticados la presuponen. Sin embargo observar no es una actividad trivial, y acep- tar que constituye el medio que nos permite conocer cualquier fenómeno implica aceptar también una serie de supuestos de consecuencias gnoseológicas^1 y ontológicas. Si la concebimos desde una perspectiva “realista ingenua”, se podría aceptar que la observación hace posible el conocimiento porque
a. existe una realidad independiente del observador, b. esa realidad es aprehendida por el observador “tal cual es” a través de la observación y, por tanto,
c. el observador (sujeto) no afecta lo observado (objeto).
Estos supuestos han sido ampliamente cuestionados no sólo en el ámbito de la ciencia, sino también en el de la experiencia ordinaria. Toda observación implica una perspectiva, un modo de captar y organizar la experiencia y, por tanto, un modo de crearla al aprehenderla.^2 Estas cuestiones, así como sus consecuencias epistemológicas, se trataron en extenso en la primera parte de este libro y al abor- dar el tema de la construcción del dato, por lo que no volveré sobre ellas. Como parte de la revisión de esos supuestos será suficiente considerar ahora que cuando la observación constituye una técnica científica se asume que:
a. está motivada por un objetivo de investigación, por tanto,
1 La “gnoseología” es una rama de la filosofía que estudia los tipos y alcances del conocimiento; es decir, los fundamentos, y características del conocimiento en sentido general (es decir, sin referirlo a un tipo de conocimiento o tipo de objeto de conocimiento en particular como lo podría hacer la psicología o cualquier disciplina científica). 2 El gran asunto —como ya se abordó extensamente en otras secciones de este libro— estriba en reconocer que esa “re-creación” es válida y en un sentido muy específico también objetiva, si por esto se entiende la capacidad de ser “referenciadas” y ser puestas en correspondencia con los criterios que se utilizan para pautar o distinguir la experiencia.
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b. está conceptualmente orientada, c. se planifica con algún grado de sistematización, de tal modo que, d. se guía por algún criterio “indicador” o por supuestos de operacionalización (haciendo posible que otros puedan “replicar” o reproducir los procedi- mientos implementados en ella).
La observación se utiliza en disciplinas tan variadas como la paleontología, la arqueología, la anatomía comparada, la biología evolutiva, y, por supuesto, también en el campo de las ciencias sociales: la antropología, la etología, la etnografía, por citar sólo algunas de ellas. Cuando un paleontólogo encuentra un resto fósil lo somete a diferentes pro- cesos de observación, comparándolo con otros fósiles ya catalogados, cotejándolo en el marco de estructuras morfológicas de animales ya descritos, identificando su contexto vital, el hábitat en que fue hallado, la antigüedad posible del mismo. Esa observación pautada es la que finalmente le permitirá identificar, clasificar, describir y extraer las consecuencias científicas del hallazgo. Ahora bien esa “sola observación” está lejos de ser una mirada ingenua; está modelada por toda su formación disciplinar, por los “paradigmas” que, como ca- sos ejemplares, han nutrido esa formación y por otros hallazgos y experiencias de investigación que el propio investigador, o su comunidad disciplinar, han puesto a disposición. La observación estará siempre “cargada de teoría” y desde ésta será posible diseñar los procedimientos que la pauten o la guíen, como también interpretar y extraer derivaciones relevantes de aquello que se observa.
IX.1.2.1.1 Criterios para clasificar las estrategias de observación
A la hora de clasificar los diversos tipos de observación se pueden identificar al menos dos criterios relevantes para evaluar las características de toda observación: por una parte, el tipo o alcance que se le dará a la participación “del observador en lo observado”; y, por la otra, la relación o las características del contexto en que va a realizarse la observación. En lo que respecta a la participación, la presencia del observador impacta de manera inevitable en lo observado. La física cuántica, por ejemplo, ha reconocido no sólo el carácter inevitable de esa presencia, sino que la ha transformado en un principio explicativo de ese dominio de fenómenos. El llamado “principio de incer- tidumbre” alude precisamente a la imposibilidad de establecer simultáneamente la posición y la velocidad de una partícula cuántica. Aunque en el área de las ciencias sociales la participación del observador en lo observado tiene otro sentido y otro alcance, resulta claro que también aquí cobra una relevancia central. Cuando se “observan” sujetos humanos (animales o seres vivientes, en general) la presencia del observador introduce de modo inevitable efectos en las condiciones o situaciones observadas. Es por eso que —incluso reconocido el carácter inevitable
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grupo estudiado es consciente de las actividades de observación del inves- tigador. A diferencia del caso anterior quien observa no es un miembro del grupo.
Cada uno de estos tipos tiene limitaciones y ventajas relativas, tanto en lo que respecta a la captación de los hechos, la objetividad y la confiabilidad, como en cuanto a aspectos éticos. De cualquier modo, lo nuclear de la técnica queda com- prometido en los dos casos básicos: de participación y de no participación. El criterio de Gold introduce la cuestión de que el observador pertenezca al grupo observado, lo que da lugar a los dos subtipos intermedios. Cuando se decide y se diseña una estrategia de investigación se deberá evaluar qué tipo de observación resulta conveniente. Así, por ejemplo, en el ámbito de la investigación-acción (muy desarrollada en cierta línea de la investigación educa- tiva) los investigadores están directamente involucrados en el ámbito y en las ex- periencias estudiadas. De cualquier modo, incluso en esos casos, podrán decidir si ejercen su función de observadores como participantes o como no-participantes. El otro criterio en que se clasifican las observaciones refiere al ambiente o al contexto del relevamiento , el que suele distinguirse según dos grandes tipos: a. contexto natural , y b. contexto artificial.
Será natural si el fenómeno se observa en su contexto y condiciones habituales, mientras que el contexto artificial refiere a condiciones especialmente diseñadas para el registro de la observación, que por tanto alteran las condiciones habituales del fenómeno observado. A la hora de diseñar un trabajo de investigación las decisiones también invo- lucrarán el tipo de contexto en el que van a producirse los datos. Por ejemplo, un investigador que decide estudiar “el desarrollo del habla del niño” —como lo ha hecho Jerome Bruner— puede considerar que el ambiente en que este proceso se desarrolla resulta fundamental para su correcta comprensión. Así lo expresó al comentar las razones que lo llevaron a elegir las estrategias de su trabajo empírico:
Para entonces, yo había decidido que la adquisición del lenguaje se puede estudiar sólo en casa, in vivo , no en el laboratorio, in vitro. Los temas de la sensibilidad del contexto y del formato de interacción madre-hijo, ya me habían llevado a abandonar el elegantemente equipado pero artificial laboratorio de video en South Parks Road a favor del desorden de la vida del hogar. Fuimos hacia los niños en lugar de hacerlos venir hacia nosotros (Bruner, 1986: 13).
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El contexto del hogar (contexto natural) frente al contexto de laboratorio (con- texto artificial) son los términos que utiliza Bruner en este caso. Si, efectivamente, observa la díada (madre-hijo) en el hogar, entonces deberá evaluar y acordar una serie de cuestiones antes de implementar su trabajo: en primer lugar, el consenti- miento de la familia, pero también la regularidad de las observaciones y, de igual modo, las condiciones en que se involucrará en ese contexto con el fin de preser- var, hasta donde sea posible la “naturalidad” del mismo (ya que su sola presencia introduce algo de artificialidad a la experiencia cotidiana del niño y su madre). Descritos los rasgos generales de cada criterio —el contexto y la participa- ción— pueden considerarse conjuntamente, para obtener como resultado las siguientes cuatro posibilidades:
Según contexto
Según participación Participante No participante
Natural
Observación participante en contexto natural (1)
Observación no participante en contexto natural (2)
Artificial
Observación participante en contexto artificial (3)
Observación no participante en contexto artificial (4)
Examinaré cada una de estas cuatro posibilidades a la luz de algunas ilustraciones:
© Roxana Ynoub.
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3 En el ámbito del psicoanálisis la “participación activa en la experiencia” está en el núcleo mismo de la técnica psicoterapéutica y se ha conceptualizado como “transferencia”. El objetivo es que el paciente se involucre en el vínculo transferencial. El término “transferencia” se refiere precisamente a esta cuestión: el paciente proyecta (transfiere) en el vínculo con su analista experiencias o escenas que provienen de su pasado o de su inconsciente fantasmático. Este tema supone una enorme cantidad de presupuestos y tecnicismos propios de la disciplina, que exceden los fines de la ilustración metodológica que aquí se persigue, razón por la cual sólo lo mencionamos.
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IX.1.2.1.2 Técnicas de registro de las observaciones
El modo en que se registre y sistematice la observación tiene también relevancia y forma parte de la propia observación: compromete los procedimientos y criterios operacionales a los que ya nos hemos referido. Este registro puede ser más o menos estructurado según cada caso. Por ejemplo, el cuaderno de campo que utilizan los antropólogos es un recurso poco estructurado, está abierto a todo aquello que el investigador considere oportuno registrar; pero aun en ese caso podría tener algunos criterios prefijados para orga- nizar sus registros. Por ejemplo, podría organizarlos en columnas para diferenciar anotaciones más descriptivas, otras más vivenciales y otras más evaluativas las cua- les podrán recuperarse después en la sistematización y el análisis del material. De igual modo se podría utilizar un cuestionario diseñado para registrar de ma- nera más pautada lo observado. Este cuestionario puede aplicarse directamente en terreno, o usarse luego cuando se sistematiza el material recabado. Por ejemplo, un investigador como Eibl-Eibesfeldt —dedicado al estudio de las conductas humanas— examina los procesos de gesticulaciones faciales con base en una secuencia de “fotogramas”. Cada fotograma se pone en correspondencia con una codificación —ya disponible y validada— (codificación mimética de la ex- presión facs, facial action coding system, elaborado por Ekman y Friesen [1978]) que permite identificar un patrón de comportamientos característicos. Resulta instructivo citar las palabras del propio Eibesfeldt para advertir a qué nivel de precisión puede hacer una observación como la que comentamos:
Para la exposición del ejemplo se investigaron 110 fotogramas sobre el movimiento de determinados músculos. En el fotograma núm. 1399 las cejas de la mujer están hundidas y dirigidas hacia abajo. Este movimiento es producido mediante au 4 (depresores de las cejas: depresor glabellae, depresor supercilii y corrugator supercilii ); aquí ha alcanzado el nivel máximo de contracción (Apex: símbolo I). Además se codificaría au 59 (mirada hacia la cámara). Treinta y siete fotogramas después, en el núm. 1436, disminuye la apertura ocular (au 6 elevadores de las mejillas: orbicularis oculi, pars orbita- lis ) y sonríe (au 12 tensor de la comisura labial: zygomaticus major ) (1993: 139).
El objetivo de esta investigación era examinar la constancia en la “expresión de las emociones faciales entre culturas”. La codificación de esas emociones permitió hacer sucesivas comparaciones entre patrones expresivos (como el del saludo facial comentado) con base en registros de sujetos de muy variada pertenencia cultural. Más allá de la comprensión del tema —cuya complejidad excede los fines que aquí persigo—, lo cito para ilustrar un ejemplo de observación muy sistematizado,
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sí mismo como objeto para contemplar su capacidad de ver o no ver. Para ello se requiere estar fuera de la experiencia de observación, y así tomarla como objeto de observación. El esquema podría representarse así:
El observador de segundo orden puede observar lo que sus observados indi- can y describen —qué observan—, pero también puede identificar los esquemas de diferencias con que se marcan tales observaciones y trazan sus distinciones —cómo observan—.
La manera más simple de abordar el contenido programático del concepto de observación de segundo orden es pensar que se trata de una observación que se realiza sobre un observador. Lo que exige el concepto es delimitar que no se observa a la persona en cuanto tal, sino sólo la forma en la que ésta observa. Observación de segundo orden significa focalizar, para observar las distinciones que emplea el observador (Luhman, 1996: 167).
Lo cierto es que cualquier experiencia de objetivación, cualquier experiencia de observación, queda siempre oculta porque se transforma en condición de posibilidad para indicar u objetivar lo observado. La idea podría ilustrarse con el cuadro Las Meninas de Velázquez. El pintor que plasma la escena no está en la escena. Él “la objetiva” pero no forma parte de ella. Él es la condición para que haya escena (fi ja una perspectiva y una selección que ordena u organiza la escena), pero si se introduce en la escena, si se pone a sí mismo como parte de la misma (el pintor-pintando) entonces, una vez más él se ha puesto fuera de ella para hacer posible esta nueva escena (que además ya no es la original, porque ahora tiene como componente —como parte de lo objetivado— al pintor que la pinta). Lo que puede ver el observador de segundo orden es el criterio con el que el observador de primer orden “distingue”, separa, diferencia su mundo al momento de observarlo. Y concomitantemente, puede captar lo que ha perdido, lo que se le ha ocultado al marcar o distinguir de esa manera su experiencia: “la observación de segundo orden —sostiene Luhman— busca observar aquello que el observador no puede ver por razones de posición”. Esto es como lo que hemos señalado al referirnos a la “construcción del dato”. Cada vez que se define una variable se crea un criterio para “distinguir” o diferen- ciar los hechos que serán examinados a partir de la misma; el modo en que ha sido definida “deja ver y no deja ver” al mismo tiempo.
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Cuando surge un cambio en un marco epistemológico o ideológico es porque se abren nuevas posibilidades para ver, captar o tematizar fenómenos que otros marcos no captaban o no veían de igual modo. Los enfoques de género serían un ejemplo palmario de lo que suponen esos cambios. Así, por ejemplo, si se piensa el sexo como una determinación biológica, sólo tenemos (es decir sólo podemos distinguir o indicar) “lo masculino y lo femenino”. Esta distinción (como la llama Luhman) se hace con base en los “caracteres sexuales secundarios”. En cambio, si se considera el enfoque de género se abre la posibilidad de pensar la identidad sexual o genérica como construcción psicosocial. A partir de ésta “vemos” nuevas cosas. El género entonces deja lugar a otras categorías de identidad que no se ven si no se adopta esta perspectiva. Cuando en la parte uno de este libro definí la metodología como disciplina metacognitiva, aludí también a esta cuestión. La reflexión metodológica conce- bida desde esta perspectiva funciona como una observación de segundo orden: examina las prácticas de la investigación para evaluar luego qué consecuencias cognitivas, epistemológicas, ontológicas y metodológicas se siguen de las mismas. Respecto a la cuestión de la observación que aquí nos ocupa, la observación de segundo orden nos advierte sobre la posibilidad de reflexionar y revisar la propia observación: ¿qué deja ver, qué oculta? Si bien siempre hay alguna limitación para captar “las distinciones” en las que nuestra observación está implicada, puede resultar muy redituable examinar los presupuestos que asume el propio observador cada vez que observa. Así lo expre- san los representantes de esta línea, fundada por Niklas Luhman, que se autodefi- nen como construccionistas o constructivistas:
Los constructivistas sostienen que para comprender el mundo hemos de empezar comprendiéndonos a nosotros mismos, es decir, a los observadores. En esto consiste el dilema. No po- demos dar cuenta del observador del modo en que lo hicieron la mayoría de los biólogos, los psicólogos, los neurofisiólogos, etcétera. Sus métodos tradicionales de hacer ciencia separan al observador de sus observaciones, prohibiendo la autorreferencia para preservar la objetividad. Si hemos de comprender la percep- ción, el observador debe ser capaz de dar cuenta de sí mismo, de su propia capacidad de percibir. De ese modo, a diferencia de los científicos y filósofos tradicionales, los constructivistas adoptan la autorreferencia y la recursión (Segal, 1994: 26).
Esa situación se torna muy crítica cuando un investigador examina otra cultu- ra. Sus propias determinaciones culturales, su manera de entender o significar una experiencia social tienen un gran peso y pueden quedar totalmente transparenta- das y, por tanto, ocultas, al examinar y significar la cultura de otro.