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Este documento explora la historia del cannabis desde sus primeros usos en el centro de Asia hasta su difusión global. Además, aborda los efectos del cannabis, su seguridad y toxicidad, y el debate sobre su adicción y relación con la psicosis. Se destaca la importancia de evaluar la legislación actual en contexto histórico y los intereses que la han influido.
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Tipo: Apuntes
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diversos fines: como medicina y de forma recreacional, como parte de algunas ceremonias religiosas, y para la obtención de productos comestibles y de manufactura. Se trata de la especie Cannabis sativa , de la cual existen varias subespecies. Las más comunes son las que el gran Carl Nilsson Linnæudenominó Cannabis sativa sativa , de la cual existen dos variedades: (1) el “cáñamo”, que ha sido utilizado ampliamente para la elaboración de papel, ropa y calzado; y (2) la popularmente conocida como “marihuana”. La diferencia fundamental entre ambas es que el cáñamo no contiene la sustancia psicoactiva THC en cantidades suficientes como para producir un efecto psicoactivo, mientras que la marihuana sí. Jean-Baptiste Lamarck reconoció otra subespecie que también contiene THC, la Cannabis sativa indica y, en 1924, un botánico ruso identificó una tercera especie que llamó Cannabis sativa ruderalis. Debido a que se trata de una planta que se cultiva desde hace mucho tiempo, es complejo rastrear su distribución original, aunque se sugiere que estuvo situada en la estepa de Asia Central, más precisamente entre la zona que hoy conforman Mongolia y el sur de Siberia. Miles de años después, la historia del cannabis dio un paso significativo: cayó en las manos domesticadoras del Homo sapiens. Es un poco difícil establecer cuándo ocurrieron los primeros usos humanos de la planta, pero se encontraron indicios que sugieren una relación estable con el cannabis desde hace al menos ocho mil años en el centro de Asia : pinturas de la planta en cerámicas que datan del año -6000, fibra y ropa de cáñamo y hasta semillas
de cannabis en la tumba de un chamán enterrado en el - aproximadamente. El cáñamo y la marihuana fueron ampliamente utilizados en la antigua China, no sólo en contextos religiosos sino también recreacionales, a tal punto que se consideró el cannabis como uno de “los cinco cultivos” junto con el arroz, la cebada, el mijo y la soja. No se necesitaron muchos años para que el cultivo comenzara a expandirse por el continente asiático: Japón, Corea, India y Tíbet fueron algunos ejemplos. Sin embargo, el poder del confucianismo como brújula moral durante la dinastía Han indujo a que en el siglo VI comenzara una reducción progresiva del uso del cannabis psicoactivo, tanto en China como en Japón (Warf, 2014). Algunos historiadores sugieren que esto se debió a la asociación del uso de cannabis con pueblos nómadas y “salvajes” del centro de Asia. Los nómadas despreciados por el confucianismo cumplieron un rol importante en la propagación del cannabis hacia las culturas de Medio Oriente y Europa del Este. El pueblo escita, famoso por costumbres “bárbaras” como beberse la sangre de sus enemigos tras la batalla y sembrar pánico entre griegos y persas, cultivaba cannabis para fumar durante ceremonias y de manera recreacional (Russo y otros, 2008). Una vez en el este de Europa y Medio Oriente, fue cuestión de tiempo que el cannabis se expandiera por el resto de Europa y África. En contraste con China, en India se desarrolló una larga y continua tradición con la marihuana, tanto por su uso religioso como medicinal. El cannabis se encuentra extensamente representado en los poemas védicos, sobre todo dentro del texto sagrado Atharvaveda (Ciencia de los Encantos), en el que se menciona la marihuana como una de “las cinco grandes plantas”. Fueron las olas de migraciones desde este país hacia Tíbet y Nepal
que las personas originarias de India, llevadas por los ingleses a trabajar la caña de azúcar al Caribe, tuvieron un rol preponderante en la difusión del consumo de cannabis en las comunidades de Jamaica y Tobago, particularmente entre los rastafaris. La reducción dramática en el costo del transporte que ocurrió en los inicios del capitalismo industrial le dio a la población europea el acceso a numerosas plantas exóticas provenientes de muchas regiones del mundo. En ese proceso, sustancias que habían sido utilizadas en contextos ceremoniales por otras culturas se secularizaron y convirtieron en productos altamente comerciables disfrutados por las clases altas y luego por las masas. La distribución posterior de las drogas por todo el mundo condicionó no sólo el tipo de uso que se le daba a las sustancias en una cultura particular, sino también las políticas de regulación generadas a partir de la visualización de problemáticas asociadas a su consumo, aunque estas estuvieron profundamente ligadas a percepciones subjetivas y mayormente erróneas, algo que podemos llamar “ regulación moral ”. Ante estos hechos, resulta vital identificar cómo la legislación actual del cannabis es un mero vestigio de una historia plagada de intereses imperialistas, racismo y xenofobia; en lugar de estar centrada en la salud de la población y ser construida a partir de un análisis de la evidencia científica, se cimienta en valores morales e intereses socioeconómicos heredados del siglo XVIII.
Al igual que con el alcohol y otras sustancias, algunas personas eligen consumir cannabis, por ejemplo, para relajarse y tener una agradable sensación de querer irse a dormir, mientras que en otros contextos se lo utiliza para socializar y divertirse. Además, el cannabis puede alterar los sentidos de maneras particulares. Es así
que escuchar música, comer, ver una película o jugar un videojuego pueden convertirse en experiencias diferentes y singulares al ser matizadas por el estado cognitivo global generado por el consumo de marihuana. Estos efectos se deben a que el cannabis contiene unas ciento cuatro sustancias llamadas “cannabinoides”. El THC es el principal cannabinoide responsable de los efectos, lo cual implica que, a mayor concentración Se estima que el 3,8% de la población mundial y el 3,2% de los argentinos consumieron cannabis alguna vez durante el 2014.de THC, mayor potencia psicoactiva. Por ese motivo, algunas formas de cannabis (como las resinas, las plantas modificadas para contener mucho THC y el cannabis sintético) “pegan” más en cantidades menores. Sin embargo, los científicos y los mismos usuarios de cannabis descubrieron que, si bien la cantidad de THC es determinante para quedar “colocado/puesto/fumado/loco”, también lo es el balance entre THC y otros cannabinoides, particularmente uno llamado “cannabidiol” (CBD). Otros compuestos cannabinoides relevantes son el cannabicromeno (CBC), el cannabidivarino (CBDV), el cannabigerol (CBG) y el cannabinol (CBN). El cannabidiol (CBD) no tiene efecto en sí mismo sobre los receptores cannabinoides, pero tiene la capacidad de cubrirlos, evitando que el THC interactúe con ellos. De esta manera, se postula que el CBD tendría un efecto protector/modulador. El estado alterado de conciencia producto del consumo de marihuana se debe a que existe en el cerebro un grupo de neuronas que sintetiza y utiliza regularmente sustancias similares a las presentes en el cannabis: el sistema endocannabinoide. Que el sistema endocannabinoide sea propio y “natural” no quiere decir que se trate de un regalo de la Naturaleza y que debemos consumir cannabis para alimentarlo y mimarlo. Tal como se comentó en el capítulo “Evolución de las sustancias psicoactivas en la Naturaleza”, la evolución no tiene dirección ni propósito, y creer que la marihuana fue puesta ahí para que la fumemos es una visión sesgada y miope, además de sencillamente incorrecta. Justamente, se denomina “sistema endocannabinoide” porque no necesita ninguna sustancia externa para funcionar y tiene sus propios cannabinoides, como la anandamida. Este conjunto de neuronas está esparcido por muchas regiones del cerebro e involucra a aquellas que son responsables de regular el
llevan a cabo los estudios y, por supuesto, de cómo se interpretan los resultados. Si comparamos la marihuana directamente con el alcohol, vamos a encontrar que, en prácticamente todos los aspectos, el alcohol es más peligroso: es mucho más tóxico, mucho más adictivo, tiene −hasta donde se sabe− muchísimas más enfermedades asociadas y sus consecuencias sociales son peores. Pero que saltar del séptimo piso haga más daño que saltar del tercero no quiere decir que tirarte desde el tercero no vaya a regalarte un par de fracturas. Si bien en los últimos años han aparecido varias investigaciones que sugieren o demuestran los potenciales beneficios medicinales de los cannabinoides (THC y CBD, principalmente) −por ejemplo, en el tratamiento del dolor crónico, la espasticidad en esclerosis múltiple y algunos efectos adversos de la quimioterapia−, no existen grandes razones para pensar que, si uno anda vivito y coleando, fumarse un porro vaya a hacerle bien. Por supuesto que los estados de euforia, relajación y los cambios en la percepción para algunos pueden resultar beneficiosos en ciertas ocasiones, pero ahora también sabemos que la exploración de ese matiz cognitivo no es gratis, sobre todo en los adolescentes. A la hora de evaluar la seguridad y toxicidad del cannabis, debemos evitar el simplismo y comprender el complejo entramado de factores involucrados. Por empezar, el balance entre la cantidad de THC y CBD (y, por lo tanto, la potencia) en la planta cambia de acuerdo con las condiciones en las cuales se cultivó y la variedad de la que se trate. Los estudios sugieren que el promedio en la concentración de THC aumentó con el paso del tiempo a medida que creció el número de cultivadores “indoors” y se comenzaron a modificar las plantas para que tengan más THC y menos CBD. Sin embargo, estos cambios son responsabilidad de las
variedades de alta potencia (“sin semilla” o “autoflorecientes”) y de las resinas, mientras que la concentración de THC de la marihuana convencional se ha mantenido relativamente estable en las últimas dos décadas (ElSohly y otros, 2016). Basado en (ElSohly y otros, 2016) La forma en la cual se encuentran los cannabinoides (en las flores del cannabis, “prensado”, hashish, aceite, resinas o sintéticos) y la manera en la cual se consumen (comestibles, fumados o vaporizados) son otros factores a tener en cuenta. Por ejemplo, al fumarse en pipa, bong o en cigarro (más conocido como “porro” en Argentina), la combustión generada por el fuego libera sustancias que son nocivas para el tracto respiratorio , lo cual puede generar inflamación, tos, bronquitis y cáncer de pulmón si este hábito se Fumar o vaporizar el cannabis produce efectos casi inmediatos, con un pico a los quince minutos y una reducción de los efectos a la hora, desapareciendo casi por completo a las tres horas. De forma comestible puede demorar cerca de una hora en “pegar” y los efectos pueden extenderse hasta cinco horas.mantiene a lo largo de muchos años. Aunque la evidencia indica que esta última relación no es tan clara (la probabilidad de tener cáncer de pulmón por fumar marihuana
frecuencia de los latidos del corazón y la presión arterial a causa del desarrollo de tolerancia a la sustancia. Puede resultar evidente, pero es pertinente aclarar que consumir cannabis durante el embarazo, en cualquiera de sus formas, puede ser perjudicial para la salud del feto.Los efectos inmediatos sobre la cognición (como no acordarse de lo que se iba a decir o de lo que se estaba buscando) desaparecen cuando la droga se elimina del organismo. En cambio, las investigaciones que han intentado estudiar los impactos a largo plazo encontraron pruebas limitadas y confusas sobre la persistencia de déficits neuropsicológicos entre los usuarios de cannabis, particularmente en aquellos que iniciaron el consumo en la edad adulta. Sí podemos asegurar que los daños cognitivos a largo plazo se incrementan con el inicio temprano (en la adolescencia) y de manera proporcional a la frecuencia de uso y la cantidad consumida. Tal como se menciona en el capítulo “Cerebro adolescente”, durante la adolescencia el cerebro se encuentra en un período crítico de desarrollo. El consumo de THC en esa época puede interferir en la maduración del sistema endocannabinoide El consumo de marihuana durante la adolescencia no es una buena idea —y cuando decimos que no es una buena idea, nos referimos a que es una pésima idea—, sobre todo si se hace de manera frecuente.y otros más, y desviar la dirección del desarrollo hacia caminos poco felices. Los estudios muestran sistemáticamente que el cerebro de los adolescentes que fuman marihuana de manera más o menos frecuente (un par de porros por semana), comparado con el de los que no fuman, suele presentar anomalías en algunas regiones de la corteza cerebral y en las zonas relacionadas con los mecanismos de recompensa (principalmente el núcleo accumbens y la amígdala), y estas diferencias se profundizan en los individuos que fuman más. Por eso, el consumo de cannabis durante la adolescencia está
asociado a déficits cognitivos como deterioro de la memoria, la atención y el aprendizaje verbal, así como al fracaso escolar, bajo desempeño en la adultez e insatisfacción en la vida (Volkow y otros, 2016). Sin embargo, con respecto a estos últimos, es difícil separar las variables socioeconómicas y establecer una causalidad. En este sentido, algo que debería preocuparnos a todos −en especial a los agentes que diseñan las políticas de drogas y de educación sobre drogas− es el fenómeno de cómo l a marihuana pasó de ser un tabú subversivo a ser algo percibido como cool, especialmente entre los más jóvenes. Esto es grave no porque lo digan los adultos atávicos mala onda, sino porque así lo demuestran las investigaciones. El informe “Análisis del consumo de marihuana en población escolar”, publicado en 2016 por el Observatorio Argentino de Drogas (OAD), refleja que el 16% de los adolescentes de escuela secundaria consumió marihuana alguna vez en su vida, de los cuales el 79% continuó haciéndolo de manera ocasional o frecuente. Basado en (OAD, 2016).
caracterizado por irritabilidad, ansiedad, cambios de humor, dificultad para dormir, reducción del apetito, inquietud y diversas molestias físicas, que en términos generales suele alcanzar un máximo a la primera semana de haber discontinuado el consumo y tiene una duración de hasta dos semanas. De todas maneras, recordemos que la adicción es un fenómeno complejo donde interactúan múltiples factores y no sólo la sustancia en sí. El riesgo de adicción se duplica cuando el consumo arranca en la adolescencia (17%), pero disminuye a medida que aumenta la edad de inicio de consumo y es raro que una persona desarrolle una adicción si su relación con la sustancia comienza luego de los 25 años.
Una de las preocupaciones más grandes de la comunidad médica y política acerca de la marihuana es la probabilidad de que desencadene en los jóvenes alguna enfermedad mental grave e irreversible. La realidad Alguien con psicosis puede experimentar paranoia (pensar que otras personas o cosas le quieren hacer daño), ideas delirantes (creer que tienen una misión o poderes especiales) y alucinaciones (escuchar voces o ver cosas que no están o no existen). La esquizofrenia se caracteriza por la persistencia de estos síntomas.es que existen elementos para justificar esta inquietud, aunque también una gran exageración. Para ponerlo en perspectiva, la mayoría de las personas que consumen cannabis tienen más probabilidades de desarrollar una adicción que una enfermedad mental grave como la esquizofrenia. Sin embargo, para aquellos que tienen algún familiar directo con esa condición, el riesgo de que el cannabis desencadene un episodio de psicosis es mayor que en el resto de la población. El consumo de cannabis está asociado a la psicosis y la esquizofrenia de una manera compleja, contradictoria y todavía no del todo clara, por lo que no podemos decir mucho al respecto,
o al menos nada terminantemente concluyente. Al igual que con el cáncer o cualquier otra enfermedad con un La psicosis y la esquizofrenia no deben confundirse con la llamada “psicosis transitoria” que puede experimentar alguien en un estado de intoxicación con cannabis, un cuadro caracterizado por ansiedad y paranoia (el famoso “mal viaje” o “me pegó mal”). Estas sensaciones desaparecen cuando cede el efecto de la sustancia. Pero si la paranoia o las ideas delirantes persisten aun estando sobrio, es importante acudir a un especialista.componente biológico, el riesgo de padecer psicosis o esquizofrenia se construye desde los cimientos genéticos y las experiencias que tienen lugar en nuestras vidas. Dentro de estos tantos factores que pueden empujar un episodio psicótico se encuentran la desigualdad socioeconómica, eventos estresantes, vivir en una gran ciudad e incluso tener un bebé, entre otros potenciales desencadenantes. Con el paso del tiempo, fue quedando claro que el THC del cannabis debía agregarse a esta lista. Los estudios muestran que el uso de cannabis de alta potencia, sobre todo durante la adolescencia, parece empujar a las personas vulnerables hacia el desarrollo de psicosis, a empeorar la condición en aquellos que viven con ella y a dificultar la recuperación (Volkow y otros, 2016). Cabe aclarar que, en este sentido, el cannabis no representa por sí solo un riesgo, a menos que esté asociado a una predisposición genética en un momento determinado de la vida (Proal y otros, 2014). Además, la psicosis está claramente asociada a un consumo intenso de variedades de cannabis de alta potencia con gran cantidad de THC, pero con poco o nada de CBD. De hecho, el cannabis con alto contenido de CBD parece reducir el riesgo de psicosis y existen estudios que señalan un potencial terapéutico para esta condición (Iseger y Bossong, 2015). En síntesis, si bien la evidencia científica apoya la asociación entre consumo de cannabis y psicosis, no se ha establecido hasta el momento una relación causal.
los usuarios y unas cinco veces más para la sociedad(Weissenborn y Nutt, 2012). Por otro lado, si el argumento de la salud mental es el que inclina la balanza, una reciente revisión sistemática identificó el tabaquismo como un factor de riesgo para el desarrollo de psicosis (Gurillo y otros, 2015). Además, es bien sabido que la prevalencia de consumo de cigarrillos es hasta cuatro veces mayor en la población con esquizofrenia que en la población general, lo cual está asociado a un aumento de la tasa de mortalidad, un mayor riesgo de contraer una enfermedad cardiovascular, una menor efectividad del tratamiento y mayores dificultades financieras por gastar dinero en cigarrillos. ¿Entonces? Si salimos de la esfera biológica y nos introducimos en el mundo psicosocial, no podemos ignorar el tremendo impacto que implica ser arrestado y procesado judicialmente por poseer cannabis para consumo personal, ya sea en forma de cigarros o de algunas plantas en el patio o el balcón del departamento. Las terribles consecuencias de ser sometido a un proceso legal por tener un par de plantas de marihuana no pueden aportar nada positivo al futuro personal, laboral y social de ninguna persona, al punto que, claramente, ese proceso puede ser mucho más negativo para el usuario y para la sociedad que cualquier consecuencia del uso de la sustancia en sí mismo, lo que presenta una situación actual ubicada de lleno en el campo de lo absurdo (más tirando a cínico y funesto). En este sentido, cabe aclarar que el número de arrestos y casos judiciales asociados al cannabis se ha reducido notablemente en los lugares en los que el cannabis se despenalizó, así como también disminuyeron los recursos del Estado invertidos en estos operativos. Los expertos están bastante de acuerdo sobre la necesidad de dar el primer paso hacia la descriminalización del consumidor. Pero la tendencia indica, además, que la regulación
del comercio de la marihuana es algo que deberemos enfrentar tarde o temprano si queremos desplazar al narcotráfico de la vida cotidiana del consumidor y, en definitiva, de la sociedad en general. No obstante, la construcción de políticas públicas que sigan esta dirección debe contemplar medidas de protección de las poblaciones vulnerables (como los adolescentes). Tal como menciona la última declaración de la Academia Americana de Pediatría, es necesario considerar con mucha seriedad algunas cuestiones, como prohibir la publicidad y regular fuertemente el comercio para asegurar que los adolescentes y niños no accedan a la sustancia. Esto puede abordarse, por ejemplo, estableciendo una edad mínima de 21 años para comprar o cultivar (edad elegida no por capricho o inercia cultural, sino porque es el tiempo aproximado en el que el cerebro ha finalizado su desarrollo) y con penalidades a aquellos que les vendan a los menores (Ammerman y otros, 2015). Otras recomendaciones consisten en que los paquetes donde se encuentran los productos cannábicos sean −como en varios medicamentos− a prueba de niños para evitar intoxicaciones accidentales, así como también elaborar campañas de educación orientadas a prevenir el inicio temprano del consumo, lo que incluye educar a los adultos para que no fumen delante de los más pequeños. Entonces, ¿el cannabis hace mal? Sí, sin dudas. Pero ojo, también son peligrosos el sol al mediodía, los ruidos intensos, el estrés y las frituras. La evidencia científica y el análisis de los expertos apunta a que podamos movernos hacia una política de drogas más balanceada que contemple todos los daños físicos, psicológicos y sociales del uso del cannabis, pero que al mismo tiempo contemple las libertades individuales de las personas e intente garantizar su salud y calidad de vida por sobre todas las cosas. Para