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Una reflexión sobre la relación intrigante y paradójica que existe entre la persistencia y el cambio, a través de la perspectiva de la teoría de grupos. Se discute cómo la persistencia y el cambio deben ser considerados juntos, y se examinan diferentes propiedades de los grupos que ilustran esta interdependencia. Se abordan conceptos básicos como la invariabilidad de un sistema y la transformación de un nivel lógico al siguiente.
Tipo: Apuntes
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Plus ca change, plus c'est la méme chose.
El proverbio francés, según el cual cuanto más cambia algo, más permanece lo mismo, es algo más que un ingenioso juego de palabras. Es una expresión maravillosamente concisa de la extra- ña y paradójica relación que existe entre persistencia y cambio. Apela de modo más inmediato a la experiencia que las más sofis- ticadas teorías que hayan sido establecidas por filósofos, matemá- ticos y lógicos e implícitamente señala un punto básico que con frecuencia se neglige: el hecho de que persistencia y cambio han de ser considerados conjuntamente, a pesar de su naturaleza apa- rentemente opuesta. En ello no se trata de una abstrusa idea, sino de un ejemplo específico del principio general que afirma que toda percepción y todo pensamiento son relativos y que operan por comparación y contraste. Los filósofos de la ciencia parecen estar de acuerdo en que el cambio constituye un elemento tan inmediato de nuestra experien- cia y tan compenetrado con ella que tan sólo pudo convertirse en tema del pensamiento una vez que los primeros filósofos griegos fueron capaces de conceptualizar la antitética idea de invariabi- lidad o persistencia. Hasta entonces no había nada que pudiese ser conceptualmente contrastado con el cambio. La situación debió de ser análoga a la propuesta por Whorf: en un universo en el que todo es azul, el concepto de lo azul no puede desarrollarse, debido a la ausencia de colores que sirvan como contraste.
Persistencia y cambio
Aun cuando en el transcurso de los siglos se han formulado en la cultura occidental muchas teorías acerca de la persistencia y del cambio, se ha tratado sobre todo de teorías de la persistencia, o bien de teorías del cambio, pero no de teorías de la persistencia y del cambio. Es decir: la tendencia general ha sido la de consi- derar a la persistencia y la invariabilidad como un estado «natural» o «espontáneo», garantizado y que no necesitaba explicación, y al cambio como el problema que había que explicar, o bien se adoptaba la posición inversa. Pero ya el hecho de que cada una de ambas posiciones pueda adoptarse tan fácilmente, indica que son complementarias, que lo que es problemático no es absoluto y de algún modo inherente a la naturaleza de las cosas, sino que depende del caso particular y del punto de vista implicado. Una concepción como ésta viene a corresponder a nuestra expe- riencia de los asuntos y dificultades humanos. Por ejemplo, doquie- ra observemos a una persona, una familia o un sistema social más amplio inmersos en un problema de un modo persistente y repe- titivo, a pesar del deseo y de los esfuerzos realizados para alterar la situación, surgen simultáneamente dos preguntas: «¿Cómo es que persiste esta indeseable situación?» y «¿Qué es preciso para cambiarla?» En el curso de nuestro trabajo hemos realizado algún proceso, no sólo en el sentido de responder a estas preguntas en casos par- ticulares, sino también en el avance hacia un punto de vista más general. Sin embargo, creemos que para ayudar a presentar y a esclarecer algunas de las conclusiones a las que hemos llegado más bien que describir este prolongado camino recorrido, podemos hacer uso de dos teorías abstractas y generales, pertenecientes al campo de la lógica matemática. Se trata 1) de la teoría de grupos, y
La perspectiva teórica
La teoría de grupos surgió durante la primera parte del si- glo XIX. El término de grupo fue introducido por el matemático francés Évariste Galois^2. Tras las formulaciones iniciales de Ga- lois, diversos destacados matemáticos del siglo XIX contribuyeron al desarrollo de la teoría de grupos, convirtiéndola en una de las más imaginativas ramas de las matemáticas. Con la revolución de la física clásica después de 1900, comenzó a desempeñar también un poderoso papel en relación con la teoría de los quanta y de la relatividad. No consideramos preciso afirmar que las implicaciones más sofisticadas de la teoría de grupos tan sólo pueden ser apre- ciadas por el matemático o el físico. Pero sus postulados básicos, concernientes a las relaciones entre elementos y totalidades, son bastante sencillas, quizás decepcionantemente simples. De acuerdo con la teoría, un grupo posee las siguientes propiedades: (a) Está compuesto por miembros, todos los cuales son jgua- les en cuanto a una característica común, mientras que su índole actual carece por otra parte de importancia con respecto a los pro- pósitos de la teoría. Puede tratarse por tanto de números, objetos, conceptos, acontecimientos o bien cualquier otro género de cosas que se quieran incluir juntas en un grupo, en tanto posean un co- mún denominador y en cuanto el resultado de cualquier combina- ción de dos o más miembros sea también, en sí, un miembro del grupo. Así por ejemplo, si los miembros de un grupo son los en- teros 1 a 12, indicadores de las horas en la esfera de un reloj, ló- gicamente cualquier combinación de dos o más miembros es tam- bién un miembro del grupo (por ejemplo, las 8 de la mañana, más 6 horas, da como resultado las 2 de la tarde) y en este caso, la combinación se refiere al proceso de adición o de sustracción de miembros. De modo similar, cualquier cambio en la posición de
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Persistencia y cambio
tivos términos que hemos utilizado aquí para describir sus concep- tos básicos (mediante ilustraciones que muestran cómo cambios particulares no ocasionan diferencia en el grupo) proporciona una base válida para pensar acerca de la peculiar interdependencia entre persistencia y cambio que podemos observar en multitud de ejemplos prácticos en los que plus ca change, plus c'est la meme chose. Lo que, evidentemente, no puede proporcionarnos la teoría de grupos es un modelo para aquellos tipos de cambio que trascienden de un determinado sistema o trama de referencia. Aquí hemos de apelar a la teoría de los tipos lógicos. Esta teoría comienza también con el concepto de colecciones de «cosas» unidas por una característica específica común a todas ellas. Al igual que en la teoría de grupos, los componentes de la tota- lidad son designados como miembros, mientras que la totalidad misma es denominada clase en lugar de grupo. Un axioma esencial de la teoría de los tipos lógicos es la de que «cualquier cosa que comprenda o abarque a todos los miembros de una colección, no tiene que ser un miembro de la misma», como afirman Whitehead y Russell en su monumental obra Principia Mathematica (101). Resulta evidente que la humanidad es la clase de todos los indi- viduos humanos, pero que ella misma no es un individuo. Cual- quier intento de ocuparse de uno en términos del otro está con- denado al absurdo y la confusión. Así por ejemplo, el comporta- miento económico de la población de una gran ciudad no puede comprenderse en términos del comportamiento de uno de sus ha- bitantes, multiplicado por cuatro millones. Diremos, de pasada, que éste fue precisamente el error cometido en los primeros tiem- pos de la teoría económica y es designado en la actualidad, despec- tivamente, como el modelo económico Robinson Crusoe. Una po- blación de cuatro millones de habitantes no es tan sólo diferente de un individuo cuantitativamente, sino cualitativamente, debido a que implica sistemas de interacción entre los individuos. De modo similar, mientras que los miembros individuales de una especie es- tán habitualmente dotados con mecanismos de supervivencia muy específicos, bien sabido es que la especie entera puede precipitarse hacia su extinción y probablemente la especie humana no consti- tuye un caso excepcional. De modo inverso, en las ideologías tota-
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La perspectiva teórica
litarías el individuo es considerado sólo como miembro de una clase y por ello resulta totalmente desprovisto de importancia y se puede prescindir de él, como de una hormiga en un hormiguero o como lo ha descrito certeramente Koestler al hablar de su com- pañero de prisión, Nicolás, en el corredor de la muerte de una cárcel española: «Desde este punto de vista, Nicolás existía mera- mente como una abstracción social, una unidad matemática, obte- nida dividiendo una masa de diez mil milicianos por diez mil» (61). Ejemplos del género de los que acabamos de mencionar son el resultado de ignorar la primordial diferencia entre miembro y clase v el hecho de que una clase no puede ser un miembro de sí misma. En todos nuestros empeños, pero especialmente en investigación, nos enfrentamos constantemente con las jerarquías de los niveles lógicos, y así los riesgos creados por las confusiones de nivel y sus extrañas consecuencias se hallan omnipresentes. Los fenómenos del cambio no constituyen una excepción, pero ello es mucho más difícil de advertir en las ciencias de comportamiento que, por ejemplo, en física. Como destaca Bateson (20) la forma más sen- cilla y más familiar de cambio es el movimiento, es decir: un cam- bio de posición. Pero el movimiento mismo puede estar sujeto a cambio, es decir: a aceleración o deceleración, y ello constituye un cambio del cambio (o metacambio) de posición. En un nivel su- perior se da el cambio de la aceleración (o de la deceleración) que equivale a un cambio del cambio del cambio (o metametacambio) de posición. Incluso los legos en matemáticas nos damos cuenta de que estas formas de movimientos son fenómenos muy diferentes, que implican principios explicativos muy distintos y muy diversos mé- todos matemáticos para su computación^4. Puede advertirse tam- bién que el cambio implica siempre el nivel inmediatamente su- Mtior. Para pasar, por ejemplo, de la posición al movimiento, es necesario dar un paso fuera de la trama teórica de la posición. Dentro de esta trama no puede generarse el concepto de movimien- to, y cualquier tentativa que ignore este axioma básico de la teo- ría de los tipos lógicos da lugar a una confusión paradójica. Ilus- traremos algo más este punto crucial:
( por ejemplo, el tratamiento matemático del cambio de aceleración ha hecho que los científicos del espacio se enfrenten a problemas teóricos anteriormente desconocidos.
Persistencia y cambio
Millares de cosas pueden expresarse por medio de un lenguaje, con excepción de las afirmaciones referidas a este lenguaje mismo^5. Si deseamos hablar acerca de un lenguaje, como hacen los lingüis- tas y los semánticos, tenemos necesidad de un metalenguaje el cual, a su vez, requiere un meta-meta-lenguaje para expresar su propia estructura. Sucede en gran medida lo mismo con respecto a la re- lación entre los signos y su significado. Ya en 1893, el matemá- tico alemán Frege señaló la necesidad de diferenciar claramente entre los casos en los que hablo acerca del signo en sí y aquellos otros en los que hablo acerca de su significado. Por pedante que ello parezca, lo con- sidero sin embargo necesario. Resulta notable cómo un modo inexacto de hablar o de escribir ... puede eventualmente confundir al pensamiento, una vez que se ha desvanecido esta conciencia acerca de su inexactitud (37). O consideremos un ejemplo análogo: el término método se refiere a un procedimiento científico y es la especificación de los pasos que se han de emprender en un orden determinado para lograr una finalidad determinada. Metodología, por otra parte, es un concepto del tipo lógico inmediatamente superior: el estudio filosófico de la pluralidad de métodos que son aplicados en las diversas disciplinas científicas. Tiene siempre que ver con la ac- tividad de adquirir conocimiento y no con una investigación es- pecífica en particular. Es por tanto un meta-método y se encuentra con respecto al método en la misma relación lógica que una clase con respecto a uno de sus miembros. Confundir método con me- todología daría lugar a un absurdo filosófico, ya que como ha dicho Wittgenstein «cuando el lenguaje se toma unas vacaciones, surgen problemas filosóficos» (107). Desgraciadamente, el lenguaje natural dificulta con frecuencia una clara distinción entre miembro y clase. «Es concebible — escribe Bateson — que las mismas palabras puedan ser utilizadas para describir tanto una clase, como sus miembros y que sean cier- tas en ambos casos. La palabra «onda» es el nombre de una clase de movi- mientos de partículas. Podemos decir también que la propia onda se «mueve», pero entonces nos referimos al movimiento de una clase de movimientos. Con
La perspectiva teórica
la fricción, este metamovimiento no perderá velocidad, como sucedería con el movimiento de una partícula» (19).
Otro de los ejemplos favoritos de Bateson afirma que, por lo general, tan sólo un esquizofrénico es capaz de comerse la carta del menú, en lugar de los platos que en él se indican (y quejarse de su mal sabor, añadiríamos nosotros). Otra analogía que puede aplicarse es la de un automóvil con un cambio de marchas convencional. El rendimiento del coche puede variarse de dos modos distintos: bien mediante el pedal del ace- lerador (aumentando o disminuyendo el aflujo de gasolina a los c i1i ndros) o cambiando las marchas. Permítasenos llevar algo más adelante la analogía y decir que en cada marcha el coche tiene un cierto número de «comportamientos» (es decir: de producción to- lal de energía y en consecuencia de velocidad, aceleración, capa- .i.l.ul para subir pendientes, etc.). Dentro de dicho número de comportamientos (es decir: de esta clase de los mismos), el uso adecuado del acelerador producirá el cambio deseado en el ren- .lunicnto. Pero si el rendimiento requerido cae fuera de dicha clase (o número de comportamientos), el conductor debe cambiar la marcha para obtener la variación deseada. El cambio de mar- chas es por tanto un fenómeno de un tipo lógico más elevado que el dar gas y sería patentemente absurdo hablar acerca de la mecá- nica del cambio de marchas en el lenguaje correspondiente a la la termodinámica del suministro de combustible. Mas la formulación quizás más importante con respecto a nuestro tema es la establecida por Ashby para las propiedades ciber- néticas de una máquina que funciona con input (entrada):
Veremos que la palabra «cambio», si es aplicada a una máquina de este tipo, puede referirse a dos cosas muy diferentes. Existe el cambio de un es- tado a otro... que constituye el comportamiento de la máquina y que ocurre por su propio impulso interno, y existe, por otra parte, el cambio de trans- formación a transformación... que constituye un cambio de su modo de comportamiento y que tiene lugar a capricho del experimentador o por algún actor externo. Esta distinción es fundamental y no ha de ser echada en modo alguno en olvido (13)^6.
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Persistencia y cambio
cambios en cuanto a las reglas que gobiernan su estructura o su orden interno). La teoría de grupos y la teoría de los tipos lógi- cos se revelan así, no sólo como compatibles, sino también como complementarias. Por otra parte (y teniendo en cuenta que cuando hablamos acerca de cambio en conexión con la formulación de pro- blemas y la solución de los mismos nos referimos siempre al cambio 2), advertimos que ambas teorías nos proporcionan una base concep- tual útil para examinar ejemplos concretos, prácticos, de cambio. Y finalmente, si recordamos que el cambio 2 posee siempre la ín- dole de una discontinuidad o de un salto lógico, podemos esperar que las manifestaciones prácticas del cambio 2 aparezcan como tan ilógicas y paradójicas como la decisión del comandante del castillo de Hochosterwitz de arrojar fuera de la fortaleza sus últimos ví- veres a fin de sobrevivir.
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No querría, ni en sueños, pertenecer a un club que estuviera dispuesto a aceptarme como miembro. GROUCHO MARX
Mientras que resulta relativamente fácil establecer una clara dis- tinción entre cambio1 y cambio2 en términos estrictamente teó- ricos, esta misma distinción puede resultar extremadamente difícil de realizar en situaciones reales de la vida. En consecuencia, pueden tener lugar muy fácilmente descuidos de esta diferencia y confu- llones entre ambos niveles del cambio y en situaciones difíciles pueden emprenderse acciones que no solamente no den lugar al cambio deseado, sino que equivoquen el problema al cual es apli-
. «la la «solución». Sin embargo, antes de proceder a soluciones, precisamos de ejemplos prácticos de las consideraciones teóricas contenidas en el capítulo I. (a) No resulta difícil hallar ejemplos con respecto a la prime- ra propiedad del grupo (que de cualquier combinación, transforma- ción u operación de los miembros del grupo resulta otro miembro del grupo, manteniéndose así la estructura de éste). En la novela de John Fowles El coleccionista, un joven ha secuestrado a la bella estudiante de arte Miranda, de la cual está enamorado, y la tiene prisionera en una remota y segura casa de campo. Si bien ella está por completo en poder de su raptor, la situación que éste ha creado le convierte en tan prisionero de ella como ella lo es de él. Espera él desesperadamente que ella comience eventualmente a
33 Watzlawick 3
Persistencia y cambio
amarle y por tanto, no puede ni forzarla, ni liberarla. La libera- ción no viene al caso también por razones prácticas: sería arres- tado por un grave crimen, a no ser, desde luego, que ella afirmase que le ha seguido voluntariamente. Ella está dispuesta a prome- ter esto último, pero él sabe que ello sería una argucia para ob- tener su libertad y que ella no volvería a él. En tan insólitas cir- cunstancias, tanto ella como él buscan desesperadamente que se verifique un cambio en la situación (él, intentando hacer que ella le ame y ella intentando escapar), pero cualquier movimiento que uno de ellos realice es del tipo del cambio 1 y por tanto tan sólo contribuye a reforzar y complicar la situación sin salida. Una situación similar surge en el film «El cuchillo en el agua». Un matrimonio emprende una excursión por mar, en su balandro, con un joven. Muy pronto surgen tensiones y celos entre ambos hombres, que son ambos inseguros y que intentan impresionar a la bella mujer a expensas del otro. Por último llegan a las manos; el joven (que ha mencionado anteriormente que no sabe nadar) cae al mar y desaparece. El marido se lanza al mar en su busca, pero no puede hallarle y decide nadar hasta la orilla para avisar a la policía. Mientras tanto, el joven (que ha permanecido oculto tras una boya), vuelve al barco, seduce a la mujer y luego aban- dona la embarcación cuando ésta retorna al puerto. El marido vuelve; por una parte no ha sido capaz de entregarse a la policía, pero por otra le atormenta la idea de haber dado muerte al joven. La mujer le asegura que el joven vive, pero el marido está conven- cido de que ella sólo se lo dice para tranquilizarlo. Viendo que todos sus intentos para resolver la situación fracasan, la mujer echa mano del que cree ser el argumento más poderoso y convincente y le cuenta al marido la verdad: «No sólo vive, sino que me ha seducido.» Tal «solución» no sólo no produce el cambio esperado, sino que lo impide: si el marido llega a creer que no ha matado al otro, ello sería al precio de creer que ella le ha traicionado; pero si ella no le ha sido infiel, entonces ha asesinado al rival. Otros dos ejemplos, mencionados en otro lugar, pueden considerarse inclui- dos en la misma categoría y tan sólo los resumiremos aquí bre- vemente. La constitución de un país imaginario permite debates parlamentarios ilimitados. Esta ley puede usarse para paralizar por
La perspectiva práctica
completo los procedimientos democráticos; el partido de la oposi- ción no tiene sino que emprender interminables discursos para hacer imposible toda decisión que no le agrade. Para escapar de este callejón sin salida, resulta absolutamente preciso cambiar di- cho artículo de la constitución, pero ello puede imposibilitarse pre- cisamente por aquello que ha de ser cambiado, es decir: por las interminables peroratas (98). El hecho de que este ejemplo no se trate de mera imaginación, sino que posea analogías reales en el mundo de las relaciones internacionales, lo demuestra otro ejem- plo, aducido por Osgood:
«Nuestros líderes políticos y militares se han mostrado unánimes en sus afirmaciones de que hemos de mantenernos a la cabeza de la carrera de ar- mamentos; han mostrado asimismo unanimidad en no decir nada acerca de lo que sucederá después. Supongamos que logramos un estado de ideal di- suasión mutua... ¿qué sucederá entonces? Ningún hombre en sus cabales puede imaginar nuestro planeta girando eternamente, dividido en dos campos armados, dispuestos a destruirse el uno al otro, y que llame a esto «paz» y «seguridad». Lo esencial consiste en que la política de disuasión mutua no incluye medios para su propia solución» (77).
Esta última frase indica patentemente el factor de invariabili- dad que impide a un sistema (término que utilizamos aquí como equivalente al de grupo en el sentido matemático) generar dentro de sí mismo las condiciones para un cambio 2. Como hemos visto, puede experimentar múltiples fenómenos de cambio 1, pero su es- tructura permanece invariable: no hay cambio 2. b) La propiedad b del grupo, como se recordará, tiene que ver con el hecho de que una secuencia de operaciones, verificada en los miembros del grupo de acuerdo con la regla de combinación de dicho grupo, puede ser alterada sin cambiar el resultado de las operaciones. Ya hemos señalado en el capítulo I un ejemplo más bien abstracto. Más directamente relacionados con nuestro tema están los ejemplos que pueden encontrarse en el funcionamiento de complejos sistemas homeostáticos. Estos sistemas pueden discu- rrir a lo largo de prolongadas secuencias de estados internos, e incluso a través de prolongados periodos de observación, en las que ni siquiera dos de tales secuencias precisan ser exactamente
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Persistencia y cambio
una interacción «puntúan» la secuencia de acontecimientos pue- den devenir las causas de graves conflictos (17, 67, 93). (c) El miembro de identidad, que constituye la base de la^pro- piedad c del grupo, supone, en esencia un cambio 1 cero cuando se combina con cualquier otro miembro. Esto complica la presen- tación de ejemplos, ya que es difícil mostrar lo que no se verifica o bien resulta trivial señalar que cualquier cosa que no produzca cambio deja las cosas tal como estaban. Pero esto es tan sólo apa- rentemente así; cesa de ser trivial en el momento en que nos demos cuenta de que un cambio cero se refiere necesariamente a ambos niveles de cambio. Sin embargo, resulta de momento más sencillo poner ejemplos de la última propiedad del grupo, ya que con ello resulta más fácil de apreciar que el miembro de identidad no es precisamente nada, sino que posee sustancia propia. (d)) La propiedad d del grupo, como hemos visto, se refiere al hecho de que la combinación de cualquier miembro del grupo con su recíproco o con su opuesto da el miembro de identidad. ¿Cuáles son las implicaciones prácticas de este postulado? Consi- derado de un modo superficial resultaría difícil imaginar un cambio más drástico y radical que la sustitución de algo por su opuesto. Pero bajo una perspectiva algo menos superficial resulta fácil apre- ciar que el mundo de nuestra experiencia (que es todo sobre lo que podemos hablar) está formado por parejas de contrarios y, es- trictamente hablando, cualquier aspecto de la realidad deriva su sus- tancia o concreción de la existencia de su opuesto. Los ejemplos son numerosos y muy corrientes: luz y oscuridad, figura y fondo, bueno y malo, pasado y futuro, y muchas de tales parejas son me- ramente los dos aspectos complementarios de una misma realidad o trama de referencia, a pesar de su naturaleza aparentemente incompatible y mutuamente excluyente^2.
La perspectiva práctica
Por ejemplo: Uno de los cambios efectuados por los guardias durante las primeras fases de la revolución cultural china fue la destrucción de todos los signos públicos (en calles, tiendas, edificios, etc.) que contenían cualquier referencia al pasado reaccio- y burgués y su sustitución por denominaciones revoluciona- rias. ¿Es que podía haber una más radical ruptura con el pasado? pasado dentro del amplio contexto de la cultura china, tal ruptura se hallaba por completo de acuerdo con aquella norma fundamental damental que Confucio designaba como la rectificación de nombres y que está basada en la creencia de que el nombre «auténtico» produce I i Ktlidad «auténtica» más bien que opinar, como hacemos los «M« ulmialcs, que los nombres reflejan la realidad. En efecto: el
, • ," llegría, sino que el sistema familiar intenta más bien hacer que el «paciente» retorne a Ion de víctima propiciatoria (con mucha frecuencia definiendo toda mejoría como una ID más de su locura). Por desagradable que sea en sí, un problema irresuelto puede lili muy bien una especie de solución, como lo describe magistralmente Constantino 1 I ifli rn su poema «Esperando a los bárbaros»: Roma está aguardando la invasión de los
. el emperador, los senadores, cónsules y pietores están reunidos para recibirlos a hi» iiurrtM de la ciudad, la vida en ésta casi se ha paralizado, ya que una vez que los bár- •ic*n aquí, todo será distinto. Luego: ¿Por qué estas súbitas confusión e inquietud? (Qué expresión tan solemne adoptan ya sus rostros) ¿Por qué calles y plazas se vacían tan pronto Y todos, pensativos, retornan a sus casas? Porque llegó la noche, pero no aquellos bárbaros. Y gentes que han venido hoy desde la frontera Dicen que ya no hay bárbaros. ¿Y ahora qué será de nosotros sin bárbaros? Al fin y al cabo eran una gran solución.
Persistencia y cambio
destruirla», ignorando probablemente tanto el tremendo absurdo como el profundo significado de su mensaje. Una de las falacias más corrientes acerca del cambio es la de que si algo es malo, lo contrario tiene que ser forzosamente bueno. La mujer que se di- vorcia de un hombre «débil» a fin de casarse con un hombre «fuerte» descubre con amargura que si bien su segundo matrimo- nio tenía que ser exactamente lo contrario que el primero, nada ha cambiado en el fondo. La invocación de un intenso contraste ha sido siempre una técnica de propaganda favorita de los políti- cos y dictadores. «¿Nacionalsocialismo o caos bolchevique?» inte- rrogaba pomposamente un cartel nazi de propaganda, implicando que tan sólo existían estas dos alternativas y que todos los hombres de buena voluntad debían elegir lo evidente. Erdapfel oder Kartoffel? («¿Papas o patatas?») se leía en una pequeña etiqueta que un grupo clandestino fijó por centena- res en dichos carteles, provocando una intensa investigación de la Gestapo. Esta, extraña interdependencia de los contrarios era ya cono- cida por Heraclito, el gran filósofo del cambio, el cual la designo como enantiodromia. Este concepto fue adoptado por C.G. Jung, el cual lo consideró como un mecanismo físico fundamental: «Todo extremo psicológico contiene secretamente su propio contrario o se halla a su respecto en una íntima y esencial relación... No exis- te costumbre inveterada que no pueda en alguna ocasión transfor- marse en lo contrario, y cuanto más extrema es una posición, tanto más fácilmente es de esperar una enantiodromia, una conversión de algo en su contrario» (53). Nuestra historia abunda en ejem- plos de enantiodromias. Así por ejemplo, cuando el helenismo al- canzó su más depurada espiritualidad, sobrevino una irrupción de elementos oscuros, caóticos, órficos a partir del Asia Menor. La romántica idealización de las mujeres en la era trovadoresca de los siglos XI a XIII y su contrapartida religiosa, el culto fervoroso a la Virgen María, a partir del siglo XI, tenía una contrapartida extraña y terrorífica, que la acompañaba a través de la historia: la aparición y el horrible crescendo de la caza de brujas. María y la bruja, dos aspectos de la femineidad que difícilmente pueden ser más antitéticos y polares, y sin embargo son sólo una pareja
La perspectiva práctica
de contrarios^3. Más adelante, en la era de la ilustración, vemos a la Virgen María reemplazada por la diosa Razón, que a su vez queda destronada por el romanticismo y el «descubrimiento» del inconsciente por C.G. Carus. Y para aventurarnos a una predic- ción, podemos apostar tranquilamente que los descendientes de nuestra actual generación de hippies desearán desempeñar la ge- rencia de un banco y sentirán el más profundo desprecio por las comunas, al paso que sus bienintencionados y a la vez desconcer- tados padres se preguntarán angustiosamente en qué fallaron res- pecto a sus propios hijos. Si tenemos en cuenta estos ejemplos, el concepto del miembro de identidad nos parecerá algo más claro. Como hemos señalado anteriormente en c), combinado con un miembro del grupo pre- serva la identidad de dicho miembro (es decir: produce un cam- bio 1 equivalente a cero); mientras que la combinación de un miem- bro del grupo con su contrario preserva la identidad del grupo (es decir: produce el miembro de identidad y por tanto cero cam- bio 2). Por ejemplo: constituye la naturaleza de la tradición ase- gurar la persistencia, en caso preciso mediante una acción correc- tora. Como base de acción, la tradición puede ser considerada, por tanto, como ejerciendo la función de un miembro de identi- dad. Por otra parte, está en la propia naturaleza de la revolución el ocasionar cambios. Pero como muestra el ejemplo de los guar- dias rojos, puede existir una acción revolucionaria que sea en sí un modo tradicional de intentar cambios. Este tipo de acción posee así la función de un recíproco o contrario y, como hemos visto, preserva la identidad de un sistema social. De hecho, la historia ofrece una enorme lista de revoluciones cuyos resultados fueron, en gran medida, condiciones idénticas a las que la revolución se proponía superar y sustituir por un nuevo mundo feliz^4. En los
Persistencia y cambio
A pesar de esta combinación de autoridad y sentido común, en nuestra experiencia el cambio 2 aparece como impredictible, abrup- to, ilógico, etc., tan sólo en términos de cambio 1, es decir, desde dentro del sistema^5. En realidad, así debe ser, ya que, como hemos visto, el cam- bio 2 resulta introducido en el sistema desde el exterior y por tanto no es algo familiar o inteligible en términos de las vicisitudes de cambio 1. De aquí su naturaleza chocante y aparentemente capri- chosa. Pero visto desde fuera del sistema, supone meramente un cambio de las premisas (las reglas de combinación en términos de la teoría de los grupos) que rigen al sistema como totalidad. Es indudable que este grupo de premisas puede estar a su vez so- metido a la invariabilidad del grupo y cualquier cambio de dichas premisas ha de ser por tanto introducido a partir de un nivel aún más elevado (es decir: un nivel que sea meta-meta con respecto al sistema original y meta con respecto a las premisas que rigen a dicho sistema en su totalidad). Sin embargo — y éste es un punto eminentemente práctico y crucial— para efectuar un cambio den- tro del sistema original es suficiente con no ir más allá del meta- nivel. Un ejemplo hasta cierto punto abstracto, pero muy sencillo, expresará más claramente esto. Los nueve puntos representados en la figura 1 deben ser conectados entre sí mediante cuatro líneas rectas sin levantar el lápiz del papel. El lector que no conozca este problema hará bien en detenerse aquí e intentar la solución del mismo sobre una hoja de papel, antes de continuar leyendo y so- bre todo, antes de ver la solución (figura 2). Casi todos los que intentan por vez primera resolver este pro- blema introducen como parte de la solución un supuesto que hace
La perspectiva práctica
esta última imposible. El supuesto consiste en que los puntos cons- tituyen un cuadrado y que la solución debe hallarse dentro de este último, condición autoimpuesta que no está contenida en las ins-
trucciones. Así pues, el fallo no reside en la imposibilidad de la tarea, sino en la propia solución intentada. Habiéndose así creado el problema, no importa en absoluto la combinación de las cuatro líneas que se intenta y el orden en que ello se haga: se terminará siempre, por lo menos, con un punto no conectado. Ello significa que se pueden recorrer todas las posibilidades de cambio 1 existen- tes dentro del cuadrado, pero que jamás se resolverá el problema. La solución consiste en un cambio 2, en abandonar el campo en que se intenta la solución y al que no puede estar contenida, ya que, en el lenguaje de los Principia Mathematica, ésta comprende la colección entera y, por tanto, no puede ser parte de la misma^6. Muy pocos llegan a resolver por sí solos el problema de los 9 pun- tos. Aquellos que fallan y renuncian experimentan por lo general una sorpresa ante la inesperada simplicidad de la solución (véase figura 2). Resulta evidente la analogía de este ejemplo con multi- tud de situaciones reales de la vida. Todos nos hemos sentido en- cerrados en alguna ocasión en una especie de jaula y entonces daba lo mismo que intentásemos hallar la solución de un modo sereno y lógico o bien, lo cual es más frecuente, recorriendo frenética-
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Persistencia y cambio
mente círculos viciosos. Pero, como ya hemos dicho, es tan sólo desde dentro de la jaula, desde dentro de la perspectiva del cam- bio 1, que la solución se nos aparece como un sorprendente rayo de inspiración que está más allá de nuestro control. Desde la perspectiva del cambio 2 se trata de un simple cambio desde una serie de premisas hasta otra serie del mismo tipo lógico. Una se- rie implica la norma de que el problema ha de resolverse dentro del ámbito en que se cree ha de encontrarse la solución; la otra serie no implica tal premisa. Es decir: la solución se descubre como resultado de examinar los supuestos acerca de los puntos y no los puntos en sí^7. O bien, para hacer la misma afirmación en términos más filosóficos: resulta claramente distinto que nos consideremos como peones de un juego cuyas reglas designamos como realidad, o bien como jugadores que saben que las reglas del juego tan sólo son «reales» en la medida en que las hemos creado o las hemos aceptado y que podemos cambiarlas. Volveremos más deta- lladamente sobre este tema en el capítulo VIII. Mas todo ello presupone un conocimiento acerca de la estruc- tura lógica de nuestro universo y de la necesidad de mantener ne- tamente separados los niveles del discurso lógico. La teoría de los tipos lógicos pone de manifiesto que no debemos hablar acerca de una clase en el lenguaje que resulta apropiado para sus miem- bros. Ello constituiría un error en cuanto a la tipificación lógica y
La perspectiva práctica
conduciría a paradojas que nos sumirían en una perplejidad sin salida. Tales errores de tipificación pueden tener lugar de dos modos: bien por adjudicar incorrectamente una propiedad particu- lar a la clase, en lugar de al miembro, (o viceversa), o bien por descuidar la patente e importante distinción entre clase y miembro
FIGURA 2. Solución del problema de los 9 puntos.
y por tratar a ambos como si correspondiesen al mismo nivel de abstracción. Recordemos que el cambio 2 corresponde a un nivel inmediatamente superior, a un nivel (n + 1), al del cambio 1. Por lo tanto no puede ser expresado en el lenguaje apropiado al cam- bio 1 o realizado con los métodos aplicables al nivel de cambio 1 sin dar lugar a las más paradójicas y dudosas consecuencias 8. Así por ejemplo, se podrían evitar algunas de las tragicómicas controversias entre psicólogos experimentales y psiquiatras si se diesen cuenta de que cuando los primeros hablan de cambio se refieren por lo general a cambio 1 (es decir: a un cambio desde un comportamien- jto, o a otro, dentro de un modo determinado de comportarse) mientras que los psiquiatras se preocupan predominantemente por el cambio 2 (es decir, por el cambio desde un modo de compor- tarse, a otro), si bien con frecuencia no son conscientes de ello. Bateson, cuya más importante contribución a las ciencias del com- portamiento es probablemente la aplicación a las mismas de la teoría de los tipos lógicos y cuyas enseñanzas reconocemos agra-
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