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Este artículo explora el concepto de atención centrada en la persona como un modelo para la buena vida desde la atención profesional. Se destaca la importancia del respeto a la dignidad, el apoyo a los proyectos de vida y la búsqueda de calidad de vida. El artículo también analiza la cuarta edad y la fragilidad, cuestionando la idea de dependencia como un destino inexorable.
Tipo: Esquemas y mapas conceptuales
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Martínez, T., Díaz- Veiga, P., Sancho, M. y Rodríguez, P. (2014) Atención centrada en la persona. La atención centrada en la persona es una propuesta para la buena vida desde la atención profesional. Un modelo para cuidar bien y ganar calidad de vida de las personas Consiste en
El proyecto de vida es la forma que las personas tenemos de plantearnos nuestra existencia, para conseguir metas y deseos, en relación con el desarrollo personal y social. Los profesionales y los servicios de atención se convierten en apoyos para que las personas mayores sigan adelante con sus proyectos de vida y cobren un sentido positivo
Se requiere de una organización flexible y participativa, promoviendo cambios posibles, planificados y de forma gradual. Oddone M. J. y Pochintesta P. (2019). La cuarta edad: la fragilidad en cuestión. Resumen El concepto de “cuarta edad” surgió debido al aumento de la longevidad. En la década de 1970, los gerontólogos anglosajones y francófonos realizaron una distinción entre “viejos-jóvenes” y “viejos-viejos”. En 1980, se estudiaron las características de esta población “muy envejecida”. De estas investigaciones surgió una distinción entre tercera y cuarta edad que se daría por aspectos relativos a la decadencia, la decrepitud y la dependencia, resultado del alargamiento de la vida. Según este enfoque, la tercera edad se caracterizaría como un grupo autónomo e independiente, desplazando en el tiempo la visión de la cuarta edad como sinónimo de enfermedad y dependencia. Las investigaciones que siguieron, entre fines de la década de 1980 y principios de 1990, vincularon a la cuarta edad con altos índices de morbilidad y mortalidad. No obstante, una serie de estudios longitudinales mostraron que no todas las personas que superan los 80 años sufren dependencia física. Surgen así dos miradas sobre la cuarta edad: una que la vincula con altos índices de patología, y otra anclada en una mayor fragilidad, pero con elevados índices de autonomía y capacidad socio funcional. El objetivo que nos proponemos en este trabajo es comparar a los ancianos de 80 y más años con personas de 60 años y más para analizar en profundidad las características que definen al grupo de los “viejos-viejos”. 325 Problematizamos la idea de edad cronológica y la caracterización de la cuarta edad ligada exclusivamente a la dependencia y decrepitud. Utilizamos una metodología de investigación cuanti cualitativa que integra los datos de una encuesta representativa de la población mayor urbana de Argentina y el análisis de entrevistas en profundidad realizadas a una muestra intencional de adultos mayores. Los resultados muestran que, si bien se observa una disminución en el nivel de actividad a partir de los 80 años, existen muchos casos donde no solo no se presentan índices de fragilidad, sino que además se verifica la existencia de una gran capacidad funcional y autónoma. Esto nos sugiere que considerar el nivel de actividad echa por tierra la creencia que identifica a la cuarta edad con la dependencia como un destino inexorable. Antes que altos niveles de deterioro, es más bien diversidad lo que se observa en las personas de cuarta edad. Por lo tanto, la gradación entre independencia fragilidad-dependencia no debe ser considerada de manera lineal puesto que, en efecto, muchos ancianos mueren sin haber vivido una situación de fragilidad o dependencia. Las investigaciones longitudinales sobre la cuarta edad y la fragilidad se inscriben en la perspectiva del curso de vida, que se define como el estudio interdisciplinario (ontogénesis humana) mediante el establecimiento de puentes conceptuales entre:
En suma, mostramos que la actividad disminuye a partir de los 80 años, es decir, que se observa una merma en la capacidad de seguir con las actividades de la vida diaria. En efecto, si combinamos la posibilidad de realizar las actividades de la vida diaria con la edad cronológica, observamos que a partir de los 80 años se produce una disminución de la actividad que justificaría la denominación de este grupo como los viejos-viejos. No obstante, los resultados muestran también que esta no es la única posibilidad con que cuentan las personas mayores de 80 años, confirmando que se trata de un grupo no homogéneo. Por lo tanto, es importante considerar que estas tendencias no deben transpolarse a todas las personas mayores de 80. Así, lo que buscamos es evitar generalizaciones viejistas que afectan la vida de las personas y de la sociedad en su conjunto. Esto ocurre cuando se estigmatiza a las personas debido a su edad descuidando su situación particular (estado funcional). A nivel social, sucede cuando se enfatiza la incidencia del envejecimiento poblacional sobre los costos de la atención en salud y la seguridad social. Los resultados del análisis muestran claramente que la gran vejez no es sinónimo de dependencia. Consideramos que existe la capacidad estructural para mantener a toda la población del planeta, aunque para ello se requieren cambios, económicos y políticos, que restablezcan la solidaridad y la reciprocidad como características centrales de todo orden social (Johnson, 1995). Se trata, en definitiva, de promover cambios de orden ético que, de no realizarlos, afectarán las relaciones entre las generaciones y, en consecuencia, a la sociedad en su conjunto