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Poder simbólico en la comunicación masiva: Bourdieu y Thompson, Guías, Proyectos, Investigaciones de Idioma Español

Este artículo analiza el concepto de poder simbólico en la comunicación masiva a partir de las contribuciones de Pierre Bourdieu y John B. Thompson. El autor propone una articulación entre estas teorías para comprender la compleja relación entre los medios de comunicación, el poder y la sociedad. Se abordan las tensiones y luchas que rodean la comunicación masiva y su papel en la dominación y su desafío.

Qué aprenderás

  • ¿Cómo influye el poder simbólico en las relaciones de poder entre clases sociales y campos?
  • ¿Cómo participan los individuos en el proceso de construcción y reconstrucción del significado simbólico?
  • ¿Cómo se expresan las luchas por el poder simbólico en la sociedad?
  • ¿Cómo entienden Bourdieu y Thompson el concepto de poder simbólico en la comunicación masiva?
  • ¿Cómo se relaciona el poder simbólico con otras dinámicas y estructuras sociales?

Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones

2020/2021

Subido el 05/03/2021

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Abel Somohano Fernández
ÿEl concepto de poder simbólico como recurso para comprender la dimensiónŸ
Mediaciones Sociales
, NÀ 10, I semestre 2012, pp. 3-33. ISSN electrónico: 1989-0494.
DOI: http://dx.doi.org/10.5209/rev_MESO.2012.n10.39680
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El concepto de poder simbólico como recurso
para comprender la dimensión política de la
comunicación masiva: hacia una posible
articulación entre las propuestas de Pierre
Bourdieu y John B. Thompson
The concept of symbolic power as a resource for
understanding the political dimension of the
mass media: towards a possible articulation
between the proposals of Pierre Bourdieu and
John B. Thompson
Abel Somohano Fernández(*)
Universidad de La Habana - Cuba
abelsf@fcom.uh.cu
Resumen
En este artículo se analiza el concepto de
poder simbólico desde las aportaciones de
autores como Pierre Bourdieu y John B.
Thompson, entre otros, para proponer
una posible articulación que tribute a
una comprensión compleja del papel de la
comunicación masiva en la esfera
pública. Las consideraciones de estos
autores podrían contribuir a explicar la
Abstract
This article analyses the concept of sym-
bolic power made by authors such as
Pierre Bourdieu and John B. Thompson,
among others, to propose a possible joint
articulation in tribute to a complex
understanding of the political role that
the mass media play in the public sphere.
The considerations made by these authors
can help to explain the position of the
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ÿEl concepto de poder simbólico como recurso para comprender la dimensión⁄Ÿ

Mediaciones Sociales, NÀ 10, I semestre 2012, pp. 3-33. ISSN electrónico: 1989-0494.

El concepto de poder simbólico como recurso

para comprender la dimensión política de la

comunicación masiva: hacia una posible

articulación entre las propuestas de Pierre

Bourdieu y John B. Thompson

The concept of symbolic power as a resource for

understanding the political dimension of the

mass media: towards a possible articulation

between the proposals of Pierre Bourdieu and

John B. Thompson

Abel Somohano Fernández

()*

Universidad de La Habana - Cuba abelsf@fcom.uh.cu

Resumen En este artículo se analiza el concepto de poder simbólico desde las aportaciones de autores como Pierre Bourdieu y John B. Thompson, entre otros, para proponer una posible articulación que tribute a una comprensión compleja del papel de la comunicación masiva en la esfera pública. Las consideraciones de estos autores podrían contribuir a explicar la

Abstract This article analyses the concept of sym- bolic power made by authors such as Pierre Bourdieu and John B. Thompson, among others, to propose a possible joint articulation in tribute to a complex understanding of the political role that the mass media play in the public sphere. The considerations made by these authors can help to explain the position of the

ÿEl concepto de poder simbólico como recurso para comprender la dimensión⁄Ÿ

Mediaciones Sociales, NÀ 10, I semestre 2012, pp. 3-33. ISSN electrónico: 1989-0494.

posición de los medios en el desarrollo de luchas simbólicas en contextos socio- históricos particulares y promoverían una definición más certera en torno a las múltiples tensiones que atraviesan su accionar cotidiano.

Palabras clave: poder simbólico, luchas simbólicas, comunicación masiva, Bourdieu, Thompson.

media in the development of symbolic struggles in specific sociohistorical con- texts while also promoting a more accu- rate definition of the multiple tensions in one’s everyday ac.

Keywords: symbolic power, symbolic struggles, mass communication, Bourdieu, Thompson.

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control social y, consecuentemente, con el poder, y nada autoriza a concluir sobre la estructura metafísica de esa realidad” (Martín Serrano, 2008: 74)^1.

En el análisis del poder mediático se hace pertinente partir de las posibilidades de la comunicación pública de proveer relatos que encierran interpretaciones sobre el entorno, vinculadas a las metas y representaciones que le interesa conservar a grupos específicos (Martín Serrano, 2009: 37). Se alude con ello al modo en que los medios son aprovechados para generar un proceso de identificación de determinados actores, con un proyecto dominante.

La comunicación masiva podría comprenderse, entonces, como recurso utilizado para la conformación del consentimiento en las sociedades actuales a partir de la constitución de determinadas representaciones que intentan sostener el orden social. Sin embargo, siempre existen actores y fuerzas que entran en disputa para apropiarse de un poder que, dicho en términos de Rossana Reguillo (2010: 14), es capaz de “estabilizar ciertos sentidos sociales sobre el mundo y su funcionamiento” 2. Con la atención al concepto de poder simbólico desde las propuestas de Pierre Bourdieu y John B. Thompson, podría aludirse a las tensiones y luchas que atraviesan a la comunicación masiva, así como al modo en que podría tributar tanto a la dominación como a su desafío^3.

(^1) Desde esta perspectiva se ha señalado que el desarrollo del control por el recurso a la

información opera sobre los actores sociales a partir de la integración de diversos componentes vinculados al manejo de cosas, conductas e ideas. Ello se asocia a la generación de modelos mediadores que son el resultado de la participación de varios planos en la reducción de la disonancia promovida por el cambio social: el cognitivo, de la situación y de los principia. El primero de ellos corresponde a la mediación y exhibe un proceso de interacción entre los otros dos. El segundo alude a los cambios que el acontecer origina en la realidad, y el tercero refiere las constancias necesarias para asegurar la reproducción del grupo (Martín Serrano, 2008: 93). (^2) Esta autora alude específicamente al concepto de “poder de representación”. Desde su punto de vista este poder permite “construir y configurar visibilidad y sentido sobre la realidad haciendo (a)parecer esa representación no sólo como la única posible, sino además como algo ‘natural’, ‘buena o mala’, ‘deseable o indeseable’; el poder de representación tiene el poder de ‘estabilizar’ ciertos sentidos sociales sobre el mundo y su funcionamiento” (Reguillo, 2010:

3 13-14). La investigadora Nora Gámez (2005, 2007), en una propuesta que constituye un referente fundamental para este artículo, sugiere aportaciones de los autores antes mencionados, entre otros, para redefinir el concepto de mediación comunicativa. Desde su punto de vista si bien el paradigma propuesto por Martín Serrano “resulta adecuado para comprender los intentos de contención del cambio social recurriendo a la comunicación pública, dice poco sobre la posibilidad del cambio mismo. El énfasis en el ajuste, en el rol de los aspectos normativos y

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2. EL CARÁCTER SIMBÓLICO DE LA COMUNICACIÓN MASIVA EN EL

DISCURSO TEÓRICO SOBRE COMUNICACIÓN Y CULTURA

La relación entre comunicación y cultura, vínculo en el que se insertaría la alusión a lo simbólico desde las propuestas indicadas 4 para comprender el papel de la comunicación masiva en las sociedades actuales, ha sido asumida desde un posicionamiento crítico por diversidad de autores y perspectivas que, sin ánimo de ser exhaustivos, podrían destacarse como referentes en este recorrido.

Un antecedente importante proviene de la Escuela de Frankfurt, pues con ella “los procesos de comunicación van a ser pensados no como sustitutivos, sino como constitutivos de la conflictividad de lo social” (Martín Barbero, 2008a: 52). Con Frankfurt se atiende al modo en que lo comunicativo a través de la manipulación de los individuos interviene activamente en la contención del cambio social al interior de la sociedad industrial avanzada, hasta convertir el adoctrinamiento en modo de vida (Marcuse, 1968). Es así como se conforma la trama de pensamiento y conducta unidimensional en la cual las aspiraciones y metas que trascienden este universo son reducidas a los términos de la reproducción del sistema (Marcuse, 1968).

Aunque no podría indicarse de la misma forma en todos los casos, ciertos aportes frankfurtianos perdieron de vista las múltiples tensiones que atraviesan el ámbito de lo comunicativo y la posibilidad de desafiar a la dominación. En Dialéctica del Iluminismo (1947), por ejemplo, se busca interpretar el devenir histórico “que arrancando de la razón ilustrada

cohesionadores de la cultura para la reproducción, dejan poco espacio al conflicto y la negociación, y evacua el modo en que las formas simbólicas también pueden ser usadas para la subversión y la resistencia a ese orden social” (Gámez, 2007: 201-202). Esta investigadora propone que se entienda a la mediación como “proceso estructurante que resulta de la interrelación de los actores, agentes, procesos y prácticas comunicativas con distintas instancias (estructuras) y procesos sociales. Como proceso estructurante, dicho encuentro pone en juego constricciones y habilitaciones que condicionan, configuran y otorgan sentido a la comunicación”. Asumir el concepto de interrelación implica atender a las posibilidades de transformación no sólo de la comunicación sino de los otros componentes de la relación; y enfatizar en los agentes y actores, desde esta perspectiva, permite detenerse en el modo en que los sujetos reflexivos tributan a la continuidad o al cambio social (Gámez, 2007: 208-209). (^4) Las consideraciones de Pierre Bourdieu y John B. Thompson han sido destacadas por Héctor Gómez Vargas (2008) como referentes importantes de la Sociología Cultural, en tanto fuente histórico-científica de la Comunicología posible.

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Otro referente fundamental es la obra de Edgar Morin. Con este autor el término de industria cultural nombra “no tanto la racionalidad que informa esa cultura cuanto el modelo peculiar en que se organizan los nuevos procesos de producción cultural” (Martín Barbero, 2008a: 69). El análisis que propone sobre la cultura de masas se orienta particularmente en dos direcciones: la estructura semántica y los modos de inscripción en lo cotidiano, hasta apuntar que su función es la de comunicar lo real con lo imaginario (Martín Barbero, 2008a: 70). Como han señalado Armand y Michèle Mattelart (2008: 58), este autor se destaca por su posición de vanguardia en la reflexión sobre la importancia de los medios de comunicación y en el análisis de la nueva cultura que estos promueven.

En los Cultural Studies ingleses y los aportes provenientes de América Latina podrían delimitarse también algunas consideraciones pertinentes en este punto. En el caso de los primeros podría apuntarse que agrupan a un conjunto de perspectivas múltiples asumidas por investigadores con trayectorias diversas, preocupados por un concepto amplio de cultura. Comprendida, en términos de Raymond Williams, como una de las dos o tres palabras más complejas de la lengua inglesa, la cultura se asume como “el conjunto de las formas de la actividad humana que se manifiestan en el interior de todas la actividades sociales y en sus recíprocas relaciones” (Grandi, 1995: 95).

Con los Cultural Studies se critica a las disciplinas académicas y se asume una multiplicidad de fuentes (teorías de la crítica literaria, del neomarxismo, del psicoanálisis, del estructuralismo, del postmodernismo, del feminismo, de la antropología cultural, del postcolonialismo, etc.) y metodologías (desde las asociadas al análisis textual hasta las etnometodológicas) en la que se ampara el posicionamiento crítico de los investigadores en torno a la realidad (Grandi, 1995: 95).

Entre sus fuentes específicas se encuentran los aportes de Antonio Gramsci y Louis Althusser. A través de la obra del marxista sardo, los Cultural Studies se detienen entre otros conceptos, en el de hegemonía, comprendida como la conformación del consenso y orientación política de la sociedad a través de un liderazgo intelectual y moral que incide en las conciencias y los métodos de apropiación de la realidad. Constituye “un hecho de conocimiento, un hecho filosófico” (Gramsci, 1997: 34). Se trata de una combinación particular entre fuerza y consenso. Gramsci es una

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fuente fundamental no solo para la interpretación por parte de los Cultural Studies del papel de los medios de comunicación en las sociedades actuales y los procesos culturales de manera general, sino para otras propuestas teóricas que desde América Latina se preocupan posteriormente por el análisis de la comunicación masiva.

Sobre el autor francés, quien declara cierta relación con las propuestas de Gramsci, podrían indicarse, entre otras, sus consideraciones en torno a la ideología como “representación de las relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia” (Althusser, 1970), que los interpela como sujetos. Sus aportaciones también se vinculan a la definición de Aparatos Ideológicos del Estado (AIE) comprendidos como realidades presentadas “bajo la forma de instituciones distintas y especializadas” (religiosas, escolares, familiares, jurídicas, políticas, sindicales, de información y culturales) (Althusser, 1970: 11). Para Althusser (1970: 12) los Aparatos Ideológicos del Estado actúan con la ideología como forma predominante pero también utilizan en situaciones límites “una represión muy atenuada, disimulada, es decir simbólica”.

Si bien las propuestas althusserianas han sido asumidas por diversidad de autores, enmarcados o no en los Cultural Studies, podría indicarse, entre otras críticas, su imposibilidad de dar cuenta del cambio social y la vinculación de los medios de comunicación a estos procesos. La comunidad entre Althusser y Gramsci, explícitamente declarada por el primero, al sugerir a la ideología como elemento cohesionador en las sociedades capitalistas a partir de la acción cotidiana de los AIE, culmina con una notable diferencia: “si el teórico italiano la utiliza para explicar cómo lograr la revolución, el francés lo hace para caracterizar el estatismo burgués” (Díaz, 2010: 106).

Desde el paradigma culturalista asumido desde la década del 50 por los padres fundadores (Richard Hoggart, Raymond Williams y Edward Palmer Thompson) hasta la posterior irrupción estructuralista (con la inclusión de Stuart Hall como director del Centre for Contemporary Cultural Studies ) y las investigaciones asociadas al análisis etnográfico de las audiencias, las propuestas desarrolladas al interior de los Cultural Studies han poseído como preocupación recurrente el examen del carácter simbólico de la comunicación masiva.

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(Sunkel y Catalán, 1993), a lo que se podrían agregar aportaciones provenientes de la Escuela de Frankfurt.

A partir de la segunda mitad de los 80 se habla de una “apertura conceptual” en los estudios de comunicación en América Latina (Esteinou, 1998). Desde entonces, con la apropiación creativa de multiplicidad de fuentes provenientes de distintas disciplinas, se hace más denso el cuestionamiento en torno a las posturas que comprendían a la comunicación como proceso unidireccional desarrollado entre emisores dominantes y receptores dominados. Las propuestas críticas de la etapa anterior no se detuvieron en la seducción y la resistencia, vinculadas directamente a todo proceso comunicativo; desde ellas se hizo imposible analizar el modo en que los conflictos, las contradicciones y las luchas atravesaban a la comunicación.

Es por esto que se propone un cuestionamiento a la “contrafascinación del poder”, en palabras de Mattelart, en la que se sustenta el “funcionalismo de izquierda”. En América Latina la ruptura con la perspectiva funcionalista por parte de la orientación crítica fue “más afectiva que efectiva” (Martín Barbero, 1980). Se comienza a reconocer entonces, la necesidad de mirar a lo comunicativo no sólo como sustento de la dominación, sino también como recurso de su desafío. Emergía una concepción sobre el Estado, capaz de comprenderlo “como lugar de lucha y de conflicto en las relaciones de poder”, así como una toma de conciencia “de la actividad de los dominados en cuanto cómplices de la dominación pero también en cuanto sujetos de la decodificación y la réplica de los discursos del amo” (Martín Barbero, 1980).

Es este un rasgo general del paradigma cultural latinoamericano: la atención al carácter conflictual de la comunicación, a lo que se une la preocupación por los múltiples relaciones entre cultura de masa y culturas populares, así como la alusión a los procesos de recepción y consumo manifestados en la interacción de los públicos con las propuestas comunicativas de los medios. Para Martín Barbero (2008a: 10) la comunicación se hace cuestión de cultura y mediaciones, “más que de medios”, por tanto, de “reconocimiento”. Ello implica una “operación de desplazamiento metodológico para rever el proceso (…) desde su otro lado, el de la recepción, el de la resistencia que ahí tiene lugar, el de la apropiación desde los usos” (Martín Barbero, 2008a: 10). Esta propuesta

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alude directamente no sólo a la compleja “colaboración y transacción” (García Canclini, 1991) típica de todo proceso comunicativo, en el cual el receptor viene a asumir un papel más activo y desafiante en torno a las propuestas de los medios, sino a las diversas maneras de manifestarse la intervención política en la escena pública por parte de los distintos sectores sociales a partir de la apropiación creativa de lo comunicativo, lo que se expresa en formas de luchas simbólicas por el recurso a la comunicación masiva.

En una escena pública compleja, multidimensional y contradictoria como es el espacio de confrontación ciudadana contemporáneo, emergen actores que disputan “el monopolio de la representación legítima de la realidad” (Reguillo, 2010: 16). Sin embargo, no es esta una especie de confrontación nueva: “de las llamadas sociedades simples a las sociedades complejas, del mito al logos como dispositivos orientadores del sentido, de la creencia a la razón y viceversa, el poder de representación ha sido un ‘bien’ en disputa nunca del todo monopolizado por las instituciones” (Reguillo, 2010: 16-17). En torno a este poder específico poseen una posición protagónica los medios de comunicación, pues como apunta Jesús Martín Barbero (2002, 2008b), estos se constituyen hoy en “espacios decisivos del reconocimiento social” que promueven reconfiguraciones en las mediaciones en que se conforman los modos de interpelación de los sujetos desde la política y las representaciones cohesivas de la sociedad. La comunicación mediática conforma actualmente la trama de la política.

Para Martín Barbero (2008b: 45) “pensar la política desde la comunicación significa poner en primer plano los ingredientes simbólicos e imaginarios presentes en el proceso de formación del poder”. Ello implica atender al símbolo como componente en el que “se condensa y expresa la realidad última de la comunicación” (Martín Barbero, 2008c: 26).

A partir de las consideraciones de Paul Ricoeur, una de las fuentes fundamentales en sus elaboraciones teóricas, Martín Barbero ha destacado al símbolo como “origen de un universo humano”, amparado en la doble mediación conformada por su propia naturaleza y el posible desciframiento de su sentido (Martín Barbero, 2008c: 26). Además de ello, se ha detenido en la imposibilidad de reducirlo a estructura formal, hecho psicológico o reflejo social, así como en el triple estatus, que como ha señalado Ricoeur, lo caracteriza: como simbólica sedimentada (conformada por estereotipos),

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3. TENSIONES Y CONFLICTOS EN LA RELACIÓN ENTRE PODER

SIMBÓLICO Y COMUNICACIÓN MASIVA

3.1. Campos en interacción: sobre la autonomía y dependencia relativas del poder simbólico

La comprensión de la complejidad del poder simbólico puede partir de considerar a los agentes sociales, con capitales distintos, inmersos en campos de interacción particulares. Las posiciones ocupadas por los sujetos al interior de estos campos de interacción dan cuenta de relaciones de poder que son, a su vez, manifestaciones de tensiones, conflictos, movilizaciones y luchas (Thompson, 1998: 29).

Para un autor como Pierre Bourdieu las relaciones económicas entre clases son esenciales pero siempre en su vínculo con otras formas de manifestarse el poder (simbólicamente) que tributan tanto a la reproducción como a la diferenciación social 6. La clase dominante puede constituirse como tal solo si hegemoniza sentido. De esta manera podría apuntarse que dado su modo de establecer la relación indisoluble entre lo material y lo cultural, la teoría de la sociedad de este autor “no organiza los hechos a partir de la división entre estructura y superestructura. Si hay que encontrar un gran esquema ordenador, será más bien su teoría de los campos” (García Canclini, 1990: 12).

Para Pierre Bourdieu (2004a: 161) un campo cuyas “fronteras dinámicas” pueden definirse en el punto donde culminan sus efectos, se encuentra conformado por

“una trama o configuración de relaciones objetivas entre posiciones. Esas posiciones se definen objetivamente en su existencia y en las determinaciones que imponen a sus ocupantes, agentes o instituciones, por su situación ( situs ) actual y potencial en la estructura de distribución de las diferentes especies de poder (o de capital), cuya posesión comanda el acceso a los beneficios específicos que están en juego en el campo, y, al mismo tiempo, por sus relaciones objetivas con las otras posiciones (dominación, subordinación, homología, etcétera)”.

(^6) Desde el punto de vista de este autor “las clases existen dos veces, una vez objetivamente y otra, en la representación social más o menos explícita que se forman los agentes y que es una de las cosas que están en juego” (Bourdieu, 1990: 76).

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Los “microcosmos sociales relativamente autónomos” que son los campos, constituyen el “cosmos social” en sociedades altamente diferenciadas (Bourdieu, 2004a: 161). A su interior se desarrollan lógicas específicas, pero se manifiesta también la necesidad de interrelación con otros “microcosmos”. Por ello, en su análisis debería atenderse no solo a “las estructuras objetivas de las relaciones entre las posiciones ocupadas por los agentes o las instituciones que están en competencia en ese campo” y a “los diferentes sistemas de disposiciones que han adquirido a través de la interiorización de un tipo determinado de condiciones sociales y económicas [ habitus ]”, sino a la posición del campo en relación con otros “microcosmos” que pueden regular sus dinámicas (Bourdieu, 2004a: 167).

La alusión a la noción de campo implica comprender, también, otras definiciones como las de habitus y capital, que solo pueden ser asumidas en toda su complejidad al ser insertadas en un sistema teórico en el que existen diversas relaciones entre sus categorías. El primero de estos conceptos, comprendido como “lo social incorporado”, es el resultado de la apropiación de las necesidades del campo y establece una coincidencia entre disposición y posición de los agentes; entre el significado con que se dota a su juego interno y el desarrollo del propio juego (Bourdieu, 2004a).

Al interior de los campos, jerárquicamente estructurados, los agentes individuales, colectivos e institucionales se definen en su posición relativa en relación con los otros, a partir del volumen y estructura del capital 7 que han acumulado históricamente. Cada uno de los agentes posee una serie de “cartas” (triunfos) con valores significativos para las dinámicas particulares de estos “microcosmos”, que les permite intervenir en la lucha por lo que está en juego. Las especies fundamentales de capital son cartas válidas en todas las esferas de actuación “pero su valor relativo en tanto que triunfos, varía según los campos, e incluso, según los estados sucesivos de un mismo campo” (Bourdieu, 2004a: 161-162).

(^7) La tipología de capitales de la que habla este autor incluye al cultural [que puede asumir los

estados de incorporado, objetivado e institucionalizado (Bourdieu, 1979)], el social, el económico y el simbólico. Estos pueden intercambiarse entre sí, pero según el sociólogo francés, la conversión más poderosa se da en la transformación de cualquiera de los otros tres en capital simbólico. Aunque las propuestas de Bourdieu atienden a esta tipología de capitales, en las alusiones en este trabajo a la relación del poder simbólico con otros tipo de poderes, nos detendremos especialmente en la clasificación que realiza John B. Thompson (1998) amparado en otros autores.

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“imposición por un poder arbitrario, de una arbitrariedad cultural” (Bourdieu y Passeron, 2001: 19) que precisamente intenta encubrir las relaciones de fuerza en la sociedad.

Los rasgos fundamentales del poder simbólico se asocian a la posibilidad de universalizar las consideraciones particulares de los grupos. Posee, a su vez, dos condiciones específicas: se ampara en un capital simbólico, es decir, se genera por los agentes con el suficiente reconocimiento como para imponérselo a los otros; y estructura visiones en una relación determinada con la realidad; es el poder “de consagrar o revelar las cosas que ya existen” (Bourdieu en Diego, 2011).

Es por ello que el poder simbólico se encuentra atravesado por una serie de tensiones entre los grupos sociales. Este se manifiesta en forma de luchas expresadas diversamente tanto entre las clases sociales como al interior de los diferentes campos pues “las instancias que, en una formación social concreta, aspiran objetivamente al ejercicio legítimo de un poder de imposición simbólica, entran necesariamente en relaciones de competencia, o sea, en relaciones de fuerza y relaciones simbólicas, ya que la legitimación es indivisible” (Fernández, 2005: 27).

El poder de determinadas instituciones como los medios se sustenta en el recurso a la información para la generación del universo simbólico que como apuntan Peter Berger y Thomas Luckmann (2005: 126) proporciona legitimación al orden institucional “concediéndole la primacía en la jerarquía de la experiencia humana” 9. Desde sus puntos de vista el universo simbólico tiene un carácter nómico y ordenador.

Sin embargo, estos mismos autores han reconocido la dimensión conflictual de la constitución del universo simbólico, al señalar que este “no sólo se legitima sino que también se modifica mediante los mecanismos conceptuales construidos para resguardar el universo oficial contra el

(^9) Para estos autores pueden existir distintos niveles de legitimación: el primero se asocia a “las afirmaciones tradicionales sencillas referentes al ‘así se hacen las cosas’”; el segundo se vincula a construcciones teóricas rudimentarias, a este corresponden los proverbios, máximas morales y sentencias; el tercero es el de las teorías a través de las que un sector institucional se legitima en relación con un cuerpo de conocimientos diferenciados; y el cuarto, el de los universos simbólicos, se relaciona con los cuerpos teóricos que “abarcan al orden institucional en una totalidad simbólica” (Berger y Luckmann, 2005: 121 y 122).

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desafío de los grupos heréticos” (Berger y Luckmann, 2005: 136). Ello hace pensar en las múltiples condicionantes que intervienen en el campo asociado a los medios, las cuales emanan directamente de sus dinámicas internas, pero a su vez de una multiplicidad de intereses de agentes externos, preocupados por la legitimación de un orden institucional específico, y por ello mismo, en constante lucha con los agentes desafiantes.

Los medios ejercen la violencia simbólica a partir de construcciones que responden a intereses dominantes, provenientes de campos particulares, sin embargo, sus prácticas y propuestas comunicativas pueden considerarse además, como resultado y condición de las luchas simbólicas entre agentes sociales con capitales diversos, que se orientan a la subversión o reproducción del orden. Los medios “incorporan, negocian, se diferencian y critican constantemente a lo que Bourdieu denomina como el ‘discurso oficial’ que opera en el campo político” (Diego, 2011). Si bien existe un punto de vista naturalizado al que tributa cierto sector de los medios de comunicación, nunca se manifiesta el monopolio simbólico absoluto; existen siempre conflictos con los poderes simbólicos orientados a componer grupos y agentes desafiantes, a los que potencialmente podría responder la comunicación masiva.

3.2. La dimensión comunicativa del poder simbólico

El poder simbólico como instrumento legitimador de la dominación no puede ejercerse sin el apoyo de aquellos que lo sufren; la violencia simbólica ejercida por los sectores dominantes cuenta con el apoyo inconsciente de los afectados. Los agentes sociales dominantes y los mismos dominados, se encuentran en una “relación oscura de adhesión casi corporal”, pues el poder de las formas simbólicas sólo se ejerce sobre los que han sido preparados para creer en ellas (Bourdieu, 2004b: 210-211). El poder simbólico implica “cierta complicidad activa” por los que se someten a sus efectos (Fernández, 2005).

Para ello, muchos significados y valores que se encuentran fuera del núcleo central dominante son “reinterpretados, diluidos o formalizados de modo que apoyen, o al menos no contradigan a otros elementos de la cultura dominante efectiva” (Williams en Hall, 1981). Este es un proceso que en su interior posee movimientos de seducción y complicidad; un

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B. Thompson^10 , está dando cuenta del modo en que, primero los medios impresos y más tarde los electrónicos, se constituyen como “instituciones paradigmáticas” que tributan al mantenimiento del orden, y por tanto, como reproductores de la ideología 11 legitimadora de las sociedades burguesas. Los medios se conforman como productores simbólicos especializados.

Desde el punto de vista del autor inglés

“con el advenimiento de las sociedades modernas, impulsado por el desarrollo del capitalismo en la Europa moderna temprana, la naturaleza y el alcance de la circulación de las formas simbólicas adquirió una apariencia cualitativamente diferente. Se desarrollaron recursos técnicos que, en conjunción con las instituciones orientadas hacia la acumulación del capital, permitieron la producción, reproducción y circulación de las formas simbólicas en una escala hasta entonces sin precedentes” (Thompson, 2008a: 5).

La difusión mediática de formas simbólicas, conformadas como “las acciones, objetos y enunciados significativos de varios tipos, en relación con contextos socialmente estructurados e históricamente específicos” (Thompson, 1991) incide en las experiencias de los agentes sociales. Los

(^10) Las propuestas de este autor, quien considera pertinente la conformación de una teoría social

de la comunicación de masas, parten de una concepción estructural de la cultura, al comprender el “carácter simbólico de los fenómenos culturales como el hecho de que tales fenómenos se inserten siempre en contextos sociales estructurados” (Thompson, 2008: 184). (^11) El término ideología desde su primer uso a finales del siglo XVIII ha sido asumido de diversas

maneras, no obstante aquí nos detendremos en las aportaciones de Marx, pues en ellas ha hecho énfasis John B. Thompson. En Marx se pueden delimitar tres concepciones sobre la ideología: polémica, epifenoménica y latente (Thompson, 2008). La primera alude a la ideología como “doctrina y actividad teórica que erróneamente considera las ideas como autónomas y eficaces” (Thompson, 2008: 50). En el segundo caso se entiende como “sistema de ideas que expresa los intereses de la clase dominante, pero que representa de manera ilusoria las relaciones de clase” (Thompson, 2008: 54). Por último, la concepción latente la entiende como “un sistema de representaciones que sirve para mantener las relaciones existentes de dominación de clase al orientar a los individuos hacia el pasado más que hacia el futuro, o hacia imágenes o ideales que ocultan las relaciones de clase y se apartan de la búsqueda colectiva del cambio social” (Thompson, 2008: 58). Thompson (2008) establece en un primer momento una distinción entre concepciones neutrales y críticas de ideologías (en estas se encuentran las propuestas de Marx), para más tarde concentrarse en otra clasificación a partir de la cual se realiza una distinción entre el “gran relato de la transformación cultural” y la “teoría general de la reproducción social organizada y resguardada por el Estado”. Al interior de esta última se encuentran, entre otras, aportaciones de un autor como Louis Althusser en torno a los AIE.

ÿEl concepto de poder simbólico como recurso para comprender la dimensión⁄Ÿ

Mediaciones Sociales, NÀ 10, I semestre 2012, pp. 3-33. ISSN electrónico: 1989-0494.

medios, aunque no pueden ser considerados como las únicas instituciones que intervienen en este proceso, adquieren una centralidad con la Modernidad, no sólo en las dinámicas de circulación y difusión de las formas simbólicas, sino también en el sustento de tipos de relaciones particulares, definidas por su asimetría.

Precisamente, el vínculo entre el poder y las formas simbólicas, caracterizadas por su carácter intencional, convencional, estructural, referencial y contextual, es el eje fundamental de las ideas de Thompson sobre el proceso de reproducción ideológica, a partir del que se activa el significado para responder a intereses de individuos y grupos (Thompson, 1991). Desde el punto de vista del autor, “no se puede captar el carácter ideológico de las formas simbólicas sin poner de relieve las relaciones de dominación que estas pueden ayudar a establecer y mantener en circunstancias específicas” (Thompson, 2008b: 172).

Sin embargo, el poder de los medios debe ser relativizado pues para comprender la apropiación de las formas simbólicas difundidas a través de la comunicación masiva, debe señalarse en primera instancia que los productos mediáticos son objeto de recepción “por parte de individuos que siempre están ubicados en contextos socio-históricos específicos”. En segundo término, la recepción debe verse como una actividad, “como un tipo de práctica en la que los individuos se implican y trabajan con los materiales que reciben” (Thompson, 1998: 62).

El significado de un mensaje se refiere a “un fenómeno complejo y cambiante en continua renovación, y en cierta medida transformado por el verdadero proceso de recepción, interpretación y reinterpretación” (Thompson, 1998: 66). Con ello se alude al modo en que los sujetos acogen estos mensajes y los incorporan a sus experiencias cotidianas, a sus intercambios en el espacio de interacción cara a cara, y a la reproducción simbólica de las condiciones de producción o de recepción. Se parte del presupuesto de que en las decodificaciones realizadas por los públicos de los discursos mediáticos se manifiestan inevitablemente las condiciones sociales y materiales de los sujetos.

Por este motivo podría apuntarse que “al recibir e interpretar las formas simbólicas, los individuos participan en un proceso permanente de constitución y reconstitución del significado, y este proceso es típicamente