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Orientación Universidad
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Arquitectura del XVI, Resúmenes de Historia del Arte

Presentación de iglesias y conventos

Tipo: Resúmenes

2012/2013

Subido el 09/07/2024

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AGUSTÍN PA DREINHOFER
ARQUITECTURA DEL SIGLO XVI
Prólogo del
ARQ. JUAN BENITO ARTIGAS
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL
DIRECCIÓN DE LITERATURA
MÉXICO, 2013
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AGUSTÍN PIÑA DREINHOFER

ARQUITECTURA DEL SIGLO XVI

Prólogo del ARQ. JUAN BENITO ARTIGAS

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

COORDINACIÓN DE DIFUSIÓN CULTURAL DIRECCIÓN DE LITERATURA

MÉXICO, 2013

ÍNDICE

PRÓLOGO. INTRODUCCIÓN

A LA ARQUITECTURA DEL SIGLO XVI 3

LA ARQUITECTURA DEL SIGLO XVI 8

LA ARQUITECTURA CIVIL 11

LA ARQUITECTURA RELIGIOSA 13

ILUSTRACIONES 20

ATRIOS 32

LA ARQUITECTURA DEL CLERO SECULAR 35

Con todo, la solución que resultó más práctica, por la celeridad con que se pretendía llevar a cabo la con- versión de los indígenas y por la amplitud del territorio que había que abarcar, fue la de “capillas abiertas”. Como por norma de las órdenes religiosas sólo podía decirse misa cuando hubiese un lugar adecuado para ello y dado que los “pueblos de visita” que dependían de un convento podían ser muchísimos, las capillas abiertas aisladas ofrecieron la posibilidad de propor- cionar servicio religioso a poblaciones numerosas sin que para ello fuese necesario levantar grandes edifi- cios. Las capillas abiertas, con sacristía anexa, prolife- raron, por lo tanto, en diversas regiones del país. Se tiene constancia de su existencia en torno de Cuerna- vaca, en el hoy estado de Morelos; en la zona aledaña a Amecameca, estado de México, y quedan aún varios ejemplares espléndidos en el estado de Hidalgo. Muchas de estas construcciones desaparecieron al asentarse en su lugar nuevos edificios conventuales o parroquias, y muchas otras no han llegado hasta noso- tros porque debieron de abandonarse los lugares en que se situaban. Las necesidades litúrgicas que debían satisfacer los templos estaban resueltas de tiempo atrás en España y en el resto de Europa, pero las circunstancias de América fueron tan diferentes en conformación étni- ca, tradiciones religiosas, características geográficas, sistemas de edificación y en tantos otros aspectos, que impusieron programas arquitectónicos distintos, de los cuales derivaron necesariamente soluciones arquitec- tónicas, también distintas, como ésta que ejemplifica- mos en las capillas abiertas aisladas del siglo XVI. Y tal es la tónica general de aquel tiempo, la cual señala una doble influencia cultural, de indios y espa- ñoles, y desemboca en una producción que, conjun- tando características de los dos pueblos que la nutren, llega a realizarse en manifestaciones propias de marca- da individualidad. Creaciones arquitectónicas del siglo XVI, con estas características, son también las capillas posas y las cruces atriales, aunque en realidad, es difícil encontrar

ejemplos en que pueda mencionarse un trasplante puro de los estilos españoles, o de aportaciones prehispáni- cas, sobre todo si consideramos el conjunto que es un edificio y no partes aisladas del mismo. La arquitectura civil del siglo XVI nos muestra el espléndido Palacio de Cortés, de Cuernavaca, que sigue los patrones estilísticos de los palacios renacen- tistas italianos y españoles, semejantes al del Palacio de don Diego Colón en la República Dominicana. De menor importancia que el mencionado Palacio de Cor- tés, se conocen el de la Tercena en la Villa de Mez- titlán y la Casa del Cacique, de Teposcolula en Oaxa- ca, además del Tecoan de Coixtlahuaca, Oaxaca, que está en ruinas. En realidad no hay un estudio que abar- que un número considerable de edificios civiles de aquel tiempo. Una característica fundamental de la arquitectura dieciseisena que no ha sido considerada con la rele- vancia que merece, es la presencia de pintura mural, realizada con técnicas hoy desconocidas puesto que se recogió la tradición prehispánica de preparación de enlucidos y de colorantes. La arquitectura de México se ha distinguido, desde los tiempos prehispánicos, por auxiliarse de aplanados o enlucidos, muchas veces pintados en el acabado de los edificios, y este gusto y costumbre por el color perdura, con la pintura directa, y con el empleo de yeserías y estucados, azulejos y ajaracas, en las diversas épocas de su desarrollo. Buenos ejemplos de pintura mural del dieciséis son los frescos del claustro bajo de Malinalco, México, los del ex convento de los Santos Reyes de Meztitlán, Hidalgo; los de Atlihuetzía, Tlaxcala, y Uatlatlaucan, Puebla; que siguen de cerca los modelos que fueron descubiertos en la década de 1930. Recientemente se “descubrieron” pinturas murales, a todo color, en la capilla abierta anexa al ex convento de Actopan y en la capilla que fuera abierta y aislada originalmente, del pueblo de Santa María Xoxoteco, ambas en el estado de Hidalgo. El género de pintura que ofrecen era desconocido y, particularmente en

cuando se construyó, ya que la mayor parte de los inmuebles se han modificado. Únicamente una labor constante y acertada de investigación y restauración nos permitirá acercarnos a las verdaderas expresiones de la arquitectura del siglo XVI.

JUAN BENITO ARTIGAS

LA ARQUITECTURA DEL SIGLO XVI

Con la caída de Tenochtitlan en poder de Hernán Cortés, el 13 de agosto de 1521, se inicia una nueva etapa en la arquitectura, al sobreponerse al arte prehispánico la cultura renacentista y las tradiciones españolas. Esta mezcla da origen a una nueva expre- sión arquitectónica, en la que a las soluciones y los temas ornamentales europeos se agregan la sensibili- dad y la interpretación indígena. Durante casi tres siglos la Nueva España vio suce- derse los mismos estilos que simultáneamente se producían en Europa: románico, gótico, renacentista, manierista, barroco y neoclásico; los correspondientes novohispanos, sin dejar de pertenecer en sus caracteres generales a los originales europeos, acusan sin embar- go una personalidad perfectamente definida que refleja el sentimiento y las expresiones de un pueblo clara- mente individualizado. Por esto, en muchas ocasio- nes, la interpretación que se da a cada estilo es dife- rente a la europea, no sólo en cuanto a las soluciones que es fácil suponer fueran distintas por ser distintas también las necesidades, sino, asimismo y muy prin- cipalmente, en lo formal, a lo que se da una atención predominante, y que deriva tanto del sentimiento indí- gena que repetidamente había mostrado afición por lo decorativo, como puede verse en Uxmal, Kabah y otros centros prehispánicos, cuanto de la tradición española, formada a lo largo de la convivencia duran- te siglos de lo europeo y lo musulmán, que cristaliza en el arte mudéjar y que en América adquiere nuevas expresiones. El arte llamado del siglo XVI se desarrolla, aproxi- madamente, a partir de la Conquista hasta la aparición del estilo barroco en el primer tercio del siglo XVII, momento en que la nacionalidad mexicana adquiere caracteres propios. Esta época abarca las expresiones estilísticas más diversas, que van del gótico final al renacimiento y el manierismo, bajo el común denomi- nador del mudéjar, todo ello interpretado por el sentir

esta calzada la más corta de las que unían con tierra firme. Sin embargo, no se amuralló la ciudad, que fue la primera levantada con un sentido moderno, sin encerrarla dentro de fuertes muros como era la tradi- ción medieval. Los indios siguieron habitando en los alrededores, en forma totalmente aislada de la pobla- ción española. De la misma manera que la ciudad de México, fueron trazadas las ciudades de Puebla y Oaxaca, ya que así lo permitían los terrenos planos en que se asentaron, mientras que en los lugares montañosos se buscaba una sola calle como eje de composición a lo largo de la cual se unían las vías menores que se ajus- taban a la topografía. Zacatecas, Guanajuato, Taxco y en general todas las poblaciones mineras siguieron este patrón. Los pueblos de indios, que se diferenciaban clara- mente de los españoles, también fueron trazados de una manera semejante, pero teniendo como centro el convento, que reunía en sí tanto el poder religioso como el secular; se dividieron en barrios, cada uno de ellos dominado por su capilla; en algunos casos, como sucede en Tlayacapan, constituyen un interesante con- junto. En repetidas ocasiones, así el convento como las capillas de los barrios se levantaban sobre los mismos lugares del culto prehispánico: tales son los ejemplos de Tlatelolco, Cholula, Izamal y muchos otros sitios. Complemento básico de este sentido urbanista era la plaza que, más que centro cívico, era tianguis, el lugar del intercambio comercial, a veces rodeada de arcadas, composición que es típica y que aún puede verse en multitud de poblados, como en Cholula, donde han logrado sobrevivir las arcadas erigidas en el siglo XVI.

LA ARQUITECTURA CIVIL

Casi nada ha llegado hasta nosotros de cuanto se construyó en el siglo XVI, si exceptuamos los edificios religiosos, que se conservan en su mayoría. De la arquitectura civil, salvo ejemplos aislados y muchas veces incompletos, todo lo que se conserva pertenece al periodo barroco, en que el auge económico provocó una reconstrucción casi total en todas las ciudades de importancia. Sin embargo, con respecto a la ciudad de México, se cuenta con suficientes referencias para conocer la arquitectura del primer siglo del Virreinato. Las necesidades de la vida del siglo XVI, más diver- sificadas que las prehispánicas, requieren de un mayor número de géneros de edificios. Si antes de la conquis- ta los tipos básicos eran los templos y las habitaciones, ahora se encuentran también escuelas, hospitales, edi- ficios de gobierno, fuentes, etcétera, que nos hablan de una vida más compleja, y de las cuales queda en nues- tra capital un importante ejemplo en el Hospital de la Limpia Concepción, llamado después de Jesús, cuyos patios y principalmente la escalera, aparte de un mag- nífico artesonado en lo que es hoy la Dirección, consti- tuye un testimonio de la arquitectura de esta época. La disposición de los palacios urbanos no la cono- cemos sino mediante las descripciones o representa- ciones en pianos de la época, salvo el caso del Palacio de Cortés, en Cuernavaca, el cual, aunque profunda- mente modificado, conserva aún la doble galería de las arcadas con vista hacia la ciudad y al Tepozteco, ale- jándose del concepto defensivo predominante de los edificios en la capital, cuyos exteriores recuerdan las fachadas medievales, que aíslan totalmente el interior de los peligros de la calle. Sólo en las portadas, que, por ser los elementos más ricamente decorados, se salvaron en ocasiones de los cambios posteriores, podemos ver el grado de inventiva de los artífices de estas obras. La Casa de Montejo en Mérida, la de Andrés de la Tobilla en San Cristóbal de las Casas y la “del que mató al animal” o Casa del Deán en Puebla,

LA ARQUITECTURA RELIGIOSA

Dentro de la transformación cultural que se opera como consecuencia de la Conquista, la evangelización es un hecho capital que tuvo como consecuencia una fiebre constructiva que tal vez no tenga otro paralelo que lo acontecido en Europa en los años iniciales de la época románica, y que se debe a las órdenes mendi- cantes: franciscanos, dominicos y agustinos. Dos años después de la Conquista, en 1523, llegaron a la Nueva España dos frailes y un lego franciscanos, este último Fray Pedro de Gante, que iniciaron la con- versión de los indios al Evangelio. Ante la insistencia de Cortés, un año más tarde desembarcaron en Vera- cruz doce franciscanos más, encabezados por Fray Martín de Valencia, entre los cuales figuraba el ilustre Motolinía. A partir de este momento, no sólo la reli- gión sino también la cultura adquirieron relieve, pues estos frailes y los que llegaron posteriormente, alterna- ron la predicación con la investigación de la cultura indígena; disemináronse por todo el territorio conquis- tado, levantando monasterios y recopilando el cono- cimiento antiguo, lo que dio resultados de valor extra- ordinario como la Historia de las cosas de la Nueva España, escrita por Fray Bernardino de Sahagún en Tepeapulco. Los dominicos llegaron en 1526 encabezados por otro fraile ilustre, Domingo de Bentazos. Eran también doce, pero cinco murieron y cuatro enfermaron y regresaron a España, lo cual retardó en un principio su actividad evangelizadora, que posteriormente desa- rrollaron en aquellas regiones en que no predicaban aún los franciscanos. Por último, los agustinos, siete, llegaron en 1533 y comenzaron a estudiar de inmediato en lugares a los que la labor misionera de franciscanos y dominicos no había llegado. Antes de entrar de lleno en el análisis de la arqui- tectura, conviene referirse, siquiera brevemente, a la

expansión de las órdenes mendicantes por el territorio de la Nueva España. Los franciscanos, como primeros en llegar, encon- traron un campo totalmente virgen; establecieron monasterios en los principales núcleos de población y canalizaron sus fundaciones hacia los actuales esta- dos de Tlaxcala y Puebla, abarcando también partes de Hidalgo y Morelos, además de otros lugares con monasterios más aislados, y Yucatán, que les pertene- ció totalmente. Los dominicos extendieron su influen- cia por el sureste del Valle de México, y por Morelos y Puebla hasta la Mixteca y más lejos. Chiapas, pertene- ciente entonces a la Capitanía de Guatemala. Los agustinos inician sus fundaciones en Morelos y se ex- panden principalmente hacia la parte baja de Michoa- cán y en la zona otomí. Por otra parte, por el noreste, buscan el camino a la Huasteca. En los pueblos de indios de importancia se fundaban conventos, de cada uno de los cuales dependían varias visitas, consistentes en iglesias de menor dimensión, anexa a cada una de las cuales se levantaba una peque- ña casa, destinada a albergar a los frailes que hacían la visita. En algunos casos también se levantaban capillas en los barrios indígenas dependientes del pueblo prin- cipal. De esta manera se establecía una red de funda- ciones que permitía la mejor atención posible a la gran población indígena, dado el escaso número de frailes de que se disponía. Por lo anterior vemos que el edificio fundamental para la evangelización era el convento, el cual no sola- mente servía de residencia a los frailes sino que tam- bién hacía el papel de escuela, hospital, hospedería, etcétera, por lo que constituía un verdadero centro de servicio social. Su composición era la misma que desde la época carolingia se había impuesto en Europa, pero con las modificaciones indispensables para adecuarla a una serie de necesidades muy peculiares como las de la evangelización y a las cuales se adaptaron admira- blemente los mendicantes, buscando la mayor armonía posible con las tradiciones indígenas, a fin de facilitar la labor misionera.

Las iglesias de tres naves no son comunes. Se distin- guen de las anteriores en tener la nave flanqueada por las capillas, de mayor o menor profundidad, compren- didas entre los contrafuertes laterales. Los dominicos tuvieron predilección por esta solución, que fue la de las primitivas iglesias que levantaron en la ciudad de México, Puebla y Oaxaca, conservada esta última, donde podemos verla aún hoy en día; también queda un ejemplo de esta solución en Coixtlahuaca. Las iglesias de una nave con capillas honacinas sólo se construyeron al principio de la evangelización, pero desaparecen desde 1540 y no volvieron a levantarse hasta 1575; las que se conservan datan casi todas de esta época y se cubrían con madera, las tres naves a la misma altura, por lo que la luz no penetraba sino por las laterales. Son franciscanas las de Tecali y Quecho- lac, en Puebla, y dominicas las de Coyoacán, defor- mada totalmente hace años, y Cuilapan. Cualquiera que fuese la solución, siempre presentan las iglesias del siglo XVI caracteres comunes, como los confesionarios contenidos en el espesor de los gruesos muros, en los que entraba el penitente por el templo y el sacerdote por el convento, encontrándose a medio camino, donde se situaba una rejilla o celosía. Las techumbres de las iglesias merecen también atención. Dada la época y las tradiciones españolas, la forma ideal de cubrirlas era con crucería; pero este procedimiento, caro y complicado, no siempre se pudo emplear y se sustituyó a menudo por otros más sim- ples, como el artesonado de origen mudéjar, que per- mitía salvar claros de regular tamaño con economía y ligereza y dar un carácter unitario al espacio interior. Aunque desde el siglo XVI fueron frecuentes las cubier- tas de artesón, cuyo uso se prolonga hasta el periodo barroco (tuvieron este tipo de cubierta entre otras, las iglesias de la Merced, San Agustín y Santo Domingo en la ciudad de México), apenas se han conservado unos cuantos ejemplares, el más notable de ellos es San Francisco de Tlaxcala, admirable muestra de este estilo. Las capillas pequeñas, o también las iglesias de dimensiones modestas, se cubrieron con techumbres

de viguería colocadas sobre arcos transversales. En Calpulalpan (Tlaxcala) tenemos uno de estos techos. Los agustinos emplearon el cañón corrido como techumbre de las naves de sus iglesias, reservando la crucería para el presbiterio y el tramo anterior. Esto da un carácter distintivo a sus templos, y marca clara- mente la diferencia entre el espacio de los fieles y el reservado al altar. Atlatlahuacan y Actopan, lo mismo que otros muchos monasterios, lo ejemplifican. A pesar de la simplicidad y humildad de los francis- canos, que se refleja en su arquitectura, fueron ellos quienes hicieron mayor uso de las bóvedas de crucería en toda la iglesia, aunque a veces, como en Cuernava- ca, tal tipo de cubierta aparece sólo en el sotacoro, mientras que la iglesia se cubre con cañón corrido; eso sí, pintando en él las nervaduras, para, por lo menos, sugerir el considerado como tipo ideal de techumbre. Tula, Tochimilco, Tepeaca y Huejotzingo presentan este tipo de abovedamiento, el que conserva la tradi- ción gótica pero sólo en la forma, ya que el espíritu varía radicalmente al ser las nervaduras, en la mayor parte de los casos, un elemento puramente decorativo y no estructural, y al adquirir los arcos formeros un perfil semicircular, en lugar del arco en ojiva típico de la arquitectura gótica. También los dominicos tuvieron preferencia por las crucerías. Lo mismo en Oaxtepec que en Yanhuitlán y Coixtlahuaca, las bóvedas de nervadura dan gran pres- tancia a sus iglesias. En todos los casos se emplean los tipos comunes en España en la época de los Reyes Católicos, con gran número de ligaduras y terceletes que transformaron la simplicidad de las bóvedas del siglo XIII en una riqueza decorativa que muchas veces hace desaparecer la funcionalidad de la estructura. Exteriormente, los empujes de las bóvedas se contra- rrestaban por medio de contrafuertes en forma de prisma cuadrangular. Los franciscanos solían colocar- los dispuestos con toda regularidad (Cholula), mien- tras que los agustinos prestaban poca atención al ritmo creado por estos elementos en el exterior de sus igle- sias (Acolman). En ocasiones, el fuerte empuje de

brote del Renacimiento, empiezan a aparecer, aunque sin proporción ni perfiles correctos. La portada de Huejotzingo y el rosetón de Yecapixtla son ejemplares de este estilo, y dentro de la mano de obra indígena pueden citarse las fachadas de Otumba y Tulpetlac. Un poco más tarde, domina el renacimiento bajo la interpretación española: el plateresco, cuyo nombre deriva del preciosismo de su ejecución, que más pare- ce trabajada en plata que en piedra. También aquí en- contramos ejemplos de una gran pureza en Yecapixtla, Cuitzeo y, sobre todo, Acolman, la cumbre de este estilo, que llega a tener gran influencia en otras porta- das agustinas, como Meztitlán y Yuriria, esta última interpretada por los indígenas, que multiplican los ornamentos en su típico horror al vacío. Por último, llega el manierismo a influir en la com- posición de las portadas. Basado en una interpretación muy exacta de los ejemplos de la antigüedad clásica, crea obras de una gran pureza. Primero con timidez (Cholula), después con mayor conciencia de lo clásico y, por último, totalmente apegado a los textos de los tratadistas de esta época. Cuilapan ofrece la muestra de un desarrollo que abarca todas las etapas del estilo. Paralelamente a las tendencias medieval, plateresca y manierista, aparece con gran fuerza el mudejarismo, que, al igual que en España, constituye una constante en el siglo XVI, interpretando en sus formas los distin- tos estilos y aun la expresión indígena. Las portadas de Santa Cruz Atoyac, Chimalhuacán, Chalco y Acámba- ro son fundamentales dentro de lo mudéjar; pero es común que sus elementos, principalmente el alfiz, apa- rezcan en multitud de casos.

Iglesia de San Francisco; Vista aérea de conjunto. Pátzcuaro, Michoacán.