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Se describen los antecedentes de la Huelga en México.
Tipo: Monografías, Ensayos
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Durante la etapa del porfiriato —denominada así por la larga dictadura de Porfirio Díaz —, México experimentó un importante proceso de industrialización. Las ramas textil y ferroviaria fueron detonantes que marcaron la pauta para este desarrollo industrial, lo cual, a la par, dio lugar a la formación de una conciencia de clase por el sector obrero. Durante el porfiriato, ilustran Ciro Cardoso y Francisco Hermosillo , “la situación del trabajador se enmarca en las alteraciones económicas del periodo, por ejemplo: la arremetida —legal e ilegal— contra la propiedad comunitaria dio inicio desde entonces a un incipiente mercado de fuerza rural y urbana”, producto del surgimiento y auge de la producción fabril y —continúan diciendo— esto llevó en su seno las raíces de una nueva clase social que, para configurarse como tal, aún exigiría un largo tiempo. En efecto, hasta que alcanzó mayor madurez la etapa de industrialización del país, la cual viene a delinear nuevas pautas en las relaciones sociales en torno al trabajo, la clase trabajadora fue adquiriendo más conciencia de su lugar y de su importancia en las relaciones de producción como tales. Así, las nuevas condiciones objetivas de la fuerza de trabajo, inscrita ahora en una descarnada producción mecanizada, esclarecieron la identidad del trabajador fabril, dejando atrás los matices gremiales, étnicos, religiosos y domésticos del arquetipo artesanal. La modalidad de dicho proceso explica el porqué de la inconsciencia que caracterizó a la masa obrera naciente, lo cual facilitó su explotación por los sectores de la clase dominante vinculada con ella. El mapa explicativo de la configuración de la clase obrera durante el porfiriato podría ser el siguiente: Desplazamientos de trabajadores configuraban en ciertas áreas grupos proletarios industriales, mineros, empleados en la construcción de ferrocarriles, etc, creando paulatinamente las bases de la organización que aflora con más claridad en la última y difícil decena del porfiriato. Los años 1867-1876 marcan una etapa de transición en la conciencia social del trabajador, en su formación de clase. Pero es cierto que los procesos que conducirán al surgimiento de un verdadero proletariado están aún en sus inicios. La gran mayoría de la masa laboral del país seguía inserta en una variada gama — regionalmente muy cambiante— de relaciones de producción precapitalistas en su forma, como ya hemos visto. En el sector de industrias de transformación, la actividad fabril apenas si había logrado desplazar un pequeño porcentaje de artesanos en el renglón del hilado de algodón, por ejemplo. La identificación de intereses comunes entre los distintos cuadros de trabajadores no se había impuesto al marco de desarticulación predominante, aun cuando la experiencia de las primeras asociaciones artesanales empezaba a influir en la creación de organizaciones laborales de corte sindical.
Asimismo, había una realidad descarnada que vivían los trabajadores y que caracterizó en gran medida esta etapa del porfiriato: los trabajadores de los campos henequeneros. Ahí no existía la jornada laboral de ocho horas, sino sólo se reconocía aquella que empezaba un poco antes de salir el sol y que terminaba hasta el momento en que la oscuridad impedía seguir laborando. Los trabajadores se sometían totalmente a los deseos y las exigencias de los capataces que dirigían el trabajo en las haciendas y no a las cláusulas de un contrato. Al ser un sistema de producción precapitalista, las relaciones laborales no se presentaban aún con todos sus elementos, es decir, no eran tales; más bien eran relaciones de sometimiento de los trabajadores a los mandatos de los dueños de las haciendas. En cuanto a la situación que prevalecía en éstas y a las relaciones de producción que en torno a ellas se presentaban, cabe destacar lo siguiente: Las relaciones de producción predominantes eran las del sector rural. El proceso desencadenado a partir de la Reforma y completado bajo el porfiriato significó el fin del latifundio eclesiástico, el gran debilitamiento de las estructuras comunitarias, pero no un desarrollo considerable de la proletarización en el campo, puesto que se hizo a favor de la hacienda tradicional, extendiendo sin cambiarlas sus relaciones de producción características: dicha hacienda fijó en su interior a campesinos desposeídos, como peones acapillados, y por otra parte estableció con unidades de producción menores la típica relación latifundio-minifundio. El acaparamiento masivo del factor tierra fue la clave de la apropiación de excedente económico por los hacendados como clase —lo cual se hizo bajo la forma de renta y sólo muy secundariamente de plusvalor—. El trabajo asalariado estuvo representado sobre todo por los trabajadores eventuales. El “arcaísmo” del sector rural en su mayor parte contribuyó decisivamente (dado el peso enorme de dicho sector en las estructuras del país) a definir el tono general de las relaciones de producción en el México de entonces (ciertos autores incluso han llamado la atención sobre el hecho de que la fábrica reproducía en las ciudades muchas características de la hacienda tradicional). Debido a estas condiciones tan deplorables de sobreexplotación y sometimiento, entre otras causas, empezaron a ocurrir brotes de subversión en contra de los hacendados y el Estado. Las huelgas de Cananea y Río Blanco son claro ejemplo de este hartazgo social, emblemáticas ambas por ser una de las semillas de la revolución de 1910 en contra de la dictadura de Porfirio Díaz. Entre el 31 de mayo y el 3 de junio de 1906, las dos huelgas pusieron a temblar al Estado porfiriano. La de Cananea, localizada en Sonora, exigía por primera vez una jornada laboral de ocho horas y la igualdad de trato para los trabajadores mexicanos respecto a los trabajadores extranjeros, así como la proporción mayor de los primeros. Esta última exigencia caracterizó en primer lugar a la huelga de Cananea. Por su parte, la huelga de Río Blanco se ubica en Orizaba, Veracruz, el 7 de enero de 1907, y se recuerda tristemente por representar una de las peores represiones militares que se hubiese cometido en contra de los obreros. El conflicto se inicia, fundamentalmente, con la preparación de un reglamento patronal con cláusulas con perfil claramente represivo y transgresor de las más elementales necesidades de los trabajadores: prohibición de hacer visitas en su casa y de leer periódicos o libros, sin previa censura y