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Analizo lo que hay más allá de las leyes, cómo aplicarlas a lo que no está escrito en los códigos.
Tipo: Monografías, Ensayos
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Demián Durruti Alcalá. La casita era de cuento. A las orillas del pueblo, en medio de esa exuberante naturaleza, con tejado rojo, un pequeño corredor, dos habitaciones, un baño y su cocinita. La hacían una casita salida de un sueño tropical. Pero lo que más les gustó, fue que la rentaron totalmente recién pintada; porque encontrar una casa así en un pueblo de la costa grande, era una auténtica suerte. Todas las paredes estaban perfectamente teñidas de una tonalidad cremosa, con una franja color ladrillo atravesándolas, desde el piso hasta un metro de altura. Tenía unos arbolitos y un platanar en medio del patio, donde apenas cabía el coche; y rodeada por aquella cerca blanca de madera, resultaba verdaderamente primorosa. Julia y Ricardo acababan de terminar la carrera, y estaban haciendo el servicio social. Se conocieron en la brigada de pasantes, que tenía encomendado el apoyo a los ejidatarios del Carrizal, donde el gobierno federal había construido un complejo turístico agrícola. En cuanto se toparon, fue amor a primera vista. Casi inmediatamente, empezaron a vivir como pareja; decidieron rentar la casita en el pueblo de Coyuca, y dejar el ejido del Carrizal para gozar de su intimidad. El espléndido conjunto de 8 bonwalus, con un restaurante y una alberca a la orilla del mar, más una calzada pavimentada que los conectaba a la carretera costera, había representado una gran inversión. Se trataba de los tiempos donde el populismo cabalgaba a todo galope; los jóvenes eran cooptados por los encendidos discursos nacionalistas y antiimperialistas, y el país entero viajaba vertiginoso “arriba y adelante” en una borrachera de despilfarro y locura. Sin embargo, al gato lo habían encerrado. Pues los ejidatarios tendrían que pagar más adelante, de las ganancias del complejo turístico, el inmenso crédito con el que se erigieron y proveyeron las impresionantes instalaciones. El gobernador y sus achichincles tenían planeado quedarse no sólo
con el complejo ejidal, sino también fraccionar sus tierras, que se hallaban al lado de las estructuras turísticas. Yacían tiempos violentos en la sierra de Guerrero. La guerrilla de Cabañas de vez en cuando bajaba a Coyuca, y a cada rato subía el ejército a la sierra para perseguirla y aniquilar a sus militantes; la atmósfera se tocaba cargada de expectación y violencia. El pueblo narraba historias increíbles, en las que los huachos, morían como hormigas a manos de los heroicos guerrilleros; se decía que de noche bajaban de la sierra los inmensos camiones verdes llenos de cadáveres de federales. Pero la única certeza recaía en que La mítica costeña, descubría cause indudable de expresión en su centenaria vocación insurgente. Julia y Ricardo consiguieron conquistar la confianza de los costeños; quienes para sobrevivir, han sabido ser recelosos, agresivos e impenetrables con los fuereños. Pero también es cierto, que cuando los guerrerenses le entregan a uno el corazón, le están entregando a uno la misma vida. El complejo turístico tenía un año de haber sido transferido a control de los ejidatarios; nunca les dieron asesoría o capacitación. Mas en cambio, periódicamente llegaban “misteriosos” camiones del gobierno, que descargaban equipo y material; el cual muchas veces se echaba a perder, ya que nadie sabía instalarlo o manejarlo.
Comenzó a sentir asco infinito y un supremo desprecio, por el contacto del cuerpo femenino que se le encajaba en el costado. Sintió el deseo de verla morir y sin pensarlo, se volteó de lado, dándole la espalda y de frente a la pistola que estaba sobre la caja de madera. Una misteriosa y maligna fuerza impulsaba a Ricardo, para alcanzar el arma con su mano. Gozaba de una necesidad inexplicable por sentirla, deslizar los dedos a través de su metálica superficie, acariciarla. No pudo vencer esa fuerza; sintiéndose desahogado cada vez que manoseaba la cacha de la escopeta. Así inició una lucha contra esa influencia que no sólo lo incitaba a rozar el arma, sino a percibir con el dedo índice el gatillo. ¡Una inmensa pasión, una satisfacción indescriptible, un extraño poder, experimentaba al empuñar el arma! Simultáneamente crecía el odio que sentía sobre la indefensa Julia, quien aun profundamente dormida, insistía por pegarse a su costado. Un sentimiento se fue apoderando cada vez más de Ricardo; el deseo de asesinar, la obsesión de rebatar una vida. Algo lo impelía a tomar el arma y disparar. Sin una razón que sirviera de justificación, su amada compañera de pronto se había transformado en un ser malquisto, un asqueroso insecto, una desgraciada bruja, una maldita alimaña, a la cual había que exterminar de inmediato. Ricardo luchaba inmerso en aquella pesadilla que parecía el infierno. No sabía que estaba sucediendo, sin embargo un influjo irresistible seguía tomando minuto tras minuto control de su mente y cuerpo, empujándolo a realizar un absurdo y feroz crimen, que en su sano juicio, sabía que jamás perpetraría. Mientras más corría el tiempo, sus fuerzas continuaban esfumándose; cada vez se volvía más difícil vencer el impulso de tomar el arma y dispararle a la cabeza a su mujer. Iba creciendo en él una sensación de miedo e indefensión, porque al mismo tiempo sentía mucho miedo de morir; pues entró en una obsesión de estar asechado por los matones del gobernador, quienes según él, a éstas alturas ya habrían rodeado la casa. Infinito miedo y profundo odio llenaban todos los rincones de la casa. La oscuridad era total, la influencia maligna casi se había apoderado de Ricardo y este en un último acto de desesperación, antes de ser vencido, logró descargar el arma y arrojar el cargador al fondo del pasillo. ¡Por fin, el arma estaba descargada!
Ni un segundo logró transcurrir, prestamente que dejara de resonar el chasquido del cargador al estrellarse contra la pared del fondo, cuando escuchó el tenue llorar de Julia, que temblando se acurrucaba contra su cuerpo. De inmediato Ricardo le preguntó que le pasaba. Su respuesta acabó por aterrorizarlo definitivamente: