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Una reseña histórica detallada sobre el hallazgo y la veneración de la imagen de la virgen de suyapa, patrona de honduras. Describe cómo la diminuta imagen de la inmaculada concepción fue encontrada por un agricultor y un joven en 1747, y cómo rápidamente se convirtió en un símbolo de fe y devoción para los habitantes de la aldea de suyapa. Se relata el primer milagro atribuido a la virgen en 1768, que llevó a la construcción de una capilla y, posteriormente, de una basílica. El documento también aborda los robos que ha sufrido la imagen a lo largo de los años, y cómo la virgen de suyapa se ha convertido en un pilar fundamental de la identidad religiosa y cultural de los hondureños. A través de este texto, se puede comprender la importancia que tiene esta advocación mariana para la sociedad hondureña, y cómo su culto se ha arraigado profundamente en la vida de los fieles.
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La diminuta imagen de Nuestra Señora de la Concepción de Suyapa fue hallada un sábado del mes de febrero de 1747 por el agricultor Alejandro Colindres y el joven Lorenzo Martínez Calona, quienes regresaban a la aldea de Suyapa, cansados de trabajar todo el día en la cosecha del maíz. Ya llevaban la mitad de la jornada cuando les anocheció. Habían llegado a la quebrada del Piligüín un buen lugar para pernoctar. Allí se acostaron en el duro suelo. En la oscuridad de la noche, Alejandro Colindres no se percató de la imagen tallada que en repetidas veces le ocasionaba molestias al disponerse a colocar su cabeza sobre el yagual que los labriegos antes terciaban alrededor de su cintura para múltiples usos y que en casos de esta naturaleza utilizaban como almohada. Lo que él consideró esa noche como un estorbo para poder dormir, lo guardó en su alforja y a la mañana siguiente se la entregó a su madre Ana Caraballo y a su hermana Isabel Colindres. El relato que hizo Alejandro del hallazgo se consideró como una revelación milagrosa como la que había experimentado en el Tepeyac el indígena mexicano Juan Diego con la Virgen de Guadalupe y en la aldea circuló la noticia como la portentosa bendición de Dios a los habitantes del poblado. Pequeña, de apenas seis y medio centímetros de alto, la imagen de la Inmaculada Concepción de María, tallada en madera de cedro, cabía en la mano del niño Lorenzo. En su mirada angelical se refleja la nobleza de la raza indígena. Es morena, de rostro ovalado, mejillas redondeadas, y su lacia cabellera le llega hasta los hombros. La imagencita tiene sus diminutas manos unidas en actitud de oración. El color original de su vestidura es el rosa pálido, que apenas se deja ver por estar totalmente cubierto por un manto oscuro tachonado de estrellas doradas y adornado con valiosas alhajas. Los Colindres eran una familia de un profundo sentimiento religioso. Colocaron la imagen en una mesita, adornada con flores naturales renovadas diariamente. Sentían una gran veneración a la Inmaculada. Luego la pasaron a una pequeña habitación acondicionada como capilla. Por más de veinte años le rindieron un culto familiar, sencillo y sincero en la casa de los Colindres. La visitaban con frecuencia, le ofrecían sus trabajos, le confiaban sus preocupaciones y necesidades.